Peace could be an option
Capítulo 18
Aparecieron en las afueras de la pequeña ciudad de Dickinson en Dakota del Norte. Azazel les indicó que el hombre que buscaban vivía en una vieja granja unos kilómetros al oeste, cerca de las montañas y que era recomendable que fueran a la ciudad por un vehículo o iban a quedarse varados en la mitad de la nada ya que Erik le especificó que no iban a requerir de sus servicios para regresar.
Cuando el mutante de piel roja se retiró, Erik tomó la pequeña mochila que llevaban como único equipaje donde sólo tenían un cambio de ropa para ambos, algunas cosas personales y por supuesto su casco para comenzar la caminata hacia Dickinson y conseguir un automóvil de alquiler. El ambiente estaba frío, posiblemente la temperatura debía estar bajo los cero grados y con la noche acercándose rápidamente dudaba que fuera a mejorar.
―También deberíamos pasar por una tienda ―comentó Abby posando la mirada sobre él―. Estás desabrigado ―acotó preocupada, ella llevaba un saco largo bastante abrigador a comparación.
―Pensé que te gustaba la casaca ―replicó con una sonrisa ante el pedido―. No tengo frío, aún no es invierno ―añadió como explicación. Había sobrevivido a temperaturas más bajas con incluso menos ropa, mal alimentado, cansado y adolorido.
Comenzó a caminar sin darle oportunidad de insistirle, no estaban lejos de la ciudad ni del local de alquiler de vehículos que Azazel le indicó, pero debían llegar lo antes posible. Avanzaron en silencio por cerca de media hora y para sorpresa de Erik, Abby tomó la caminata con bastante naturalidad. La mujer no parecía cansada o incómoda por la sensación del calor emanado de su cuerpo chocando contra el aire helado del ambiente. Por un momento pensó que quizás estaba usando sus poderes de alguna manera, pero descartó la idea de inmediato, lo más probable es que sencillamente estuviera acostumbrada a caminar en climas peores, «Y con una mochila gigante a cuestas» agregó dibujando una media sonrisa al imaginar que eso le diría.
―Alquilamos un automóvil y vamos a la tienda por comida para el viaje y quizás gasolina extra, no quiero hacer paradas innecesarias ―informó él cuando entraron al establecimiento.
Abby asintió y esperó a que él terminara las coordinaciones del alquiler. Se sentía extrañamente relajada, nuevamente estaba sola con Erik y eso le gustaba, no quería tener que volver a ese hotel que ahora les serviría de base. Quizás podía tratar de hablar con él y convencerlo de no regresar, pero no quería obligarlo a escoger; no sólo porque no se sentía completamente segura de que aceptaría irse con ella, sino sencillamente no consideraba justo ponerlo en una situación tan complicada. Por el momento podía tolerar vivir con los otros mutantes, o al menos eso pensaba, guardaba sus dudas por Frost.
Con el automóvil alquilado, y un par de galones de gasolina, se dirigieron a una tienda por comida, no sería un viaje largo, pero aún así tenían que alimentarse durante el trayecto y no era mala idea ser precavido en caso quedaran varados en la mitad de la nada. Compraron pan, queso, un par de latas de atún y botellas de agua, cosas sencillas que no requerían de una cocina o incluso estar calientes para comer.
Abby se separó de Erik unos minutos con la excusa de buscar un baño para evitarle una parada de camino, pero la realidad era que se tomó un poco más de tiempo en ir a una tienda y comprar unos guantes, gorro y bufanda para él. Un abrigo, fuera de ser muy costoso, podía sencillamente no quedarle porque ella no se sentía capaz de comprarle ropa sin tenerlo presente para que se la probara, a diferencia de él y el guardarropa que le compró en Las Vegas.
Erik la observó con atención cuando le entregó la pequeña bolsa con compras. Sabía que había sido demasiado sencillo dejar atrás el tema de su supuesta carencia de abrigo, al menos no le había comprado un saco o alguna chompa que hiciera más bulto que otra cosa.
―Si tuviera frío haría algo al respecto ―comentó, colocando la bolsa en el asiento trasero del vehículo, junto a la comida y la mochila.
―¿Y si te da frío de camino? ―cuestionó ella sin fastidiarse, sentándose en el asiento del copiloto―. Ni tus poderes ni los míos generan calor.
Erik prefirió no discutir, no tenía sentido y tampoco pensaba lanzar lo que le compró por la ventana o perder tiempo valioso en una tontería como esa.
Avanzaron un par de kilómetros por la carretera 94 rumbo al oeste, en dirección a Montana, antes de desviarse por una trocha de apariencia abandonada para ir a la casa del mutante que mencionó Emma. Al llegar a una vieja cabaña de madera notaron de inmediato que el lugar debía de llevar un tiempo deshabitado, las plantas habían tomado residencia sobre las ventanas, agrietándolas, y no se veía ningún tipo de señal de vida humana. Erik le entregó una linterna a Abby cuando apagó el automóvil, el sol ya se había ocultado y no había ninguna otra fuente de luz a la redonda.
―Esas son huellas de ciervo ―señaló la mujer, iluminando la zona frente a la entrada de la vivienda cuando descendieron del automóvil―. No se acercarían tanto a menos que estuvieran domesticados o el lugar llevara un buen tiempo abandonado.
―Frost mencionó que tenía poderes empáticos ―recordó Erik meditando un poco―. Asumí que por eso consiguió que no lo mataran, pero también podría usarlos con animales.
―Aún así, no creo que siga viviendo aquí, es de noche y está bajando la temperatura ―recalcó ella dándole una mirada al lugar en busca de alguna pista, si vivía ahí lo más natural sería que estuviera guareciéndose del clima.
―¿Tienes frío? ―preguntó el con una sonrisa burlona―. Quizás deberías usar lo que me compraste.
―Estoy bien ―respondió sin hacerle mucho caso―. Lo que me preocupa es que apagaste el motor y si se sigue enfriando vamos a tener problemas para encenderlo.
Erik consideró las palabras de ella y regresó al vehículo para asegurar su forma de salida. Se quedó sentado en el asiento del conductor observando la cabaña y como Abby paseaba alrededor buscando alguna pista del hombre que estaban buscando.
―Podríamos entrar ―ofreció ella elevando un poco la voz para que le escuchara―. Hay una ventana destrozada al costado, aunque insisto en que parece que está abandonada por un buen par de meses.
―No, no tiene caso ―respondió Erik, extendiéndose para abrir la puerta del copiloto para que entrara ―. Podemos probar al regresar, mejor si es de día.
. .
Retomaron la carretera 94. La única iluminación que tenían era la de los faros y la temperatura había descendido considerablemente, acercándose a los -10C. Ingresaron al estado de Montana sin problemas, avanzando por la extensa vía sin cruzarse con ningún otro vehículo.
―Cuando lleguemos a Miles vamos a tener que entrar a la ciudad para tomar la ruta 12 ―comentó Abby acomodándose bien el abrigo.
―¿Entrar a la ciudad no nos retrasará?
―No ―aseguró ella riendo un poco―. Es ciudad sólo por nombre, no hay mucha gente en Montana, no imagines algo remotamente similar a Nueva York. Si no salimos de la 94 vamos a abrirnos mucho, podríamos duplicar el tiempo de viaje.
Erik asintió, aunque tenía el mapa a la mano confiaba en que ella sabía por dónde lo estaba guiando.
―Y no creas no me estoy dando cuenta que hace rato pasaste el límite de velocidad ―agregó mirando al frente.
―Esos límites son ridículos en una carretera vacía.
―Podría salir un reno de la nada ―soltó ella, pero su tono no dejaba entrever algún tipo de reclamo―, o quizás un grupo de bisontes.
―O un oso. Recuerdo que me comentaste algo de eso ―añadió él con tranquilidad, si algo les saltaba de la nada o la pista se congelaba estaba listo para controlar el vehículo con sus poderes.
―Sería extraño un oso en esta época, la mayoría están hibernando, aunque si notas alguno acelera ―comentó riendo un poco para luego quedarse observando la oscuridad por la ventana.
Estaban a unas horas de su casa y recién su cerebro le hizo percatarse que no tenía idea qué iba a decir que estuvo haciendo los últimos dos meses, ni cómo presentar a Erik. La celebración misma impediría que se concentraran demasiado en hacerles preguntas, habían muchas cosas que planificar y preparar, pero su acompañante iba a generar curiosidad por parte de sus hermanas.
―Erik ―llamó en voz baja.
―¿Preocupada que te diga qué decir sobre mí después de que toquemos el timbre de tu casa? ―inquirió con una expresión divertida en el rostro recordando Las Vegas―. Tú los conoces, ¿qué vas a decirles?
―No tengo idea.
―¿La verdad? ―preguntó él un poco más serio.
―Si puedo evitar cualquier referencia a lo de Cuba podría considerarlo ―respondió ella mirándolo con atención―. Aunque no es mi lugar andar revelando tus poderes.
―¿Entonces?
―Tú eres el que se mueve con apellido falso, estoy segura que ya sabes qué vas a decir.
―Normalmente es sencillo con personas que no vas a volver a ver más de un par de ocasiones y que no tienen suficiente confianza como para presionar por información más clara ―explicó él sin quitar la mirada de la ruta―. Tú familia no me va a presionar a mí, pero lo van a hacer contigo.
―Podría quedarme a tu lado todo el día.
―Estoy seguro de que van a encontrar alguna forma de separarte, eso no te va a servir.
Abby soltó un suspiro y se deslizó un poco en el asiento, no tenía idea qué iba a decirles.
―Aunque no van a estar muy interesados en saber a qué me dedico o en qué has estado trabajando desde que te fuiste de Montana ―agregó Erik sonriendo un poco―. Presumo que no sueles llevar invitados para Acción de Gracias.
―No ―asintió ella, sabía a qué se refería, sus hermanas iban a estar revoloteando alrededor esperando que les dijera cuál era su relación con Erik―. ¿Y qué les digo? Ni siquiera sé si usar tu apellido de verdad o el falso.
―Puedes usar el de verdad, supongo que no va a ser la única ocasión en que los voy a ver ―Erik desvió un momento la mirada hacia ella, ¿cómo lo consideraba? Él no le pidió para que fuera su novia y tampoco podía decir que habían tenido citas u otras cosas de parejas normales, pero no eran normales. Su relación era distinta a lo habitual y para él era perfecto.
―Sabes… creo que en el momento se me ocurrirá algo ―habló ella relajándose un poco―. En el peor de los casos luego de un par de malentendidos saldría la verdad y eso no es el fin del mundo.
―¿Incluirías los misiles? ―preguntó él sin contenerse. No era algo para bromear, sabía que ese era el punto donde rozaban, pero quería ver cómo lo estaba llevando.
―Claro y después los sentaré en la sala para explicarles que los mutantes son superiores ―respondió con sarcasmo―. Los misiles y cualquier cosa peligrosa queda fuera definitivamente.
Erik dejó escapar una pequeña risa. Planeaba controlarse a pesar de que la idea de ir a una celebración con humanos no le era atractiva, la familia de Abby parecía que podían encajar en la excepción a la regla de que los odiarían. Aunque aún estaba por verse, quizás ella no veía la verdad por haber crecido con ellos, pero dudaba que fuera el caso. Sin embargo lo que si podía ocurrir era que les cayera mal no por ser mutante sino por cómo terminó acercándose a Abby y el camino por el que la estaba llevando.
―¿Estás nervioso? ―preguntó ella luego de unos momentos.
―No ―aseguró él con honestidad, no se encontraba nervioso, sabía manejarse bien en situaciones sociales complicadas.
Abby hizo una mueca y volvió a mirar por la ventana, ella sí estaba nerviosa, segura de que casi de inmediato saltaría a la luz que habían estado durmiendo juntos y no tenía idea de cómo reaccionaría su familia con eso. Al menos ya no vivía en casa y era independiente, eso iba a suavizar mucho lo que pudieran decirle, pero aún así no quería generar un mal ambiente justo en Acción de Gracias. Quizás sólo se estaba preocupando por gusto, podían no darse cuenta o simplemente considerar que no era asunto de ellos.
. .
Llegaron a Great Falls tras un viaje de ocho horas. Aún no amanecía y decidieron detenerse en la ciudad para desayunar algo caliente, descansar un poco, lavarse y ventilar el automóvil que terminó apestando a atún. Erik pensaba que lo práctico era acercarse lo más posible a donde estaba la casa de Abby, pero ella le insistió en que era mejor hacerlo hasta el extremo contrario, era una ciudad pequeña y aunque no lo suficiente como para que todos se conocieran, no quería que algún vecino chismoso llamara a su casa a comentar algo antes de tiempo.
―Cualquiera diría que te doy vergüenza ―bromeó él ante la actitud y el nerviosismo que comenzaba a aflorar en ella.
―¿Quieres que te embosquen? ―inquirió tomando el chocolate caliente que habían pedido en el restaurante que escogieron para desayunar―. No tengo idea si al final la familia de mi mamá vaya a estar y ellos no saben sobre mis poderes, sería muy complicado, prefiero que no estén avisados.
―¿Quiénes saben? ―preguntó él, le convenía averiguarlo para hacerse una idea.
―Mi abuelo, mi mamá, mi papá, mis dos hermanas, sus esposos y diría que mis sobrinas, pero son pequeñas así que no sé qué tanto comprendan.
―Los niños hablan, sin mala intención, pero es peligroso confiarles secretos de ese tipo ―advirtió él con preocupación.
―Lo sé, pero nadie les creería igual y cualquier cosa soy la mujer rara que se fue a estudiar el hielo según los chismes ―contestó ella encogiéndose de hombros, si sus sobrinas hablaban lo más probable es que la gente lo asociaría a sus extrañas decisiones de vida más que a poderes mutantes.
Cerca de las once de la mañana partieron. Era un día soleado a pesar de las bajas temperaturas y el ambiente festivo de la ciudad se sentía gracias a las publicidades de las tiendas y a las personas que hacían sus últimas compras ya que al día siguiente todo estaría cerrado para la celebración.
Erik siguió las instrucciones que Abby le iba dando. Cuando le dijo que vivía en las afueras imaginó que sería en algo similar a los suburbios alrededor de Nueva York, pero el ambiente era mucho más rural, sin manzanas cuadriculando el terreno. La casa en que le dijo que se detuviera se encontraba en medio de una extensa propiedad salpicada de árboles y arbustos de diversos tipos que habían recibido ya su primera nevada.
Lo primero que Erik notó fue la ausencia de seguridad en la vivienda; las ventanas no tenían rejas ni siquiera en el primer piso, la cerca blanca que marcaba el frontis era meramente decorativa y la puerta del garaje se encontraba abierta sin que nadie estuviera vigilando los dos vehículos en su interior. No le sorprendió demasiado, era un reflejo físico de la mentalidad de falsa seguridad que Abby tenía.
Se estacionaron unos metros del garaje junto a otro automóvil y Abby se bajó rápidamente, corriendo hacia la puerta del conductor, como si estuviera pensando que alguien aparecería y comenzaría a hablar con él sin que ella pudiera intervenir.
―Podría esperar aquí ―sugirió Erik cuando cerró la puerta detrás de él.
―No, seguro que si digo que estás aquí esperando alguna de mis hermanas se escapa por la puerta trasera mientras la otra me distrae ―respondió tras reconocer los otros automóviles estacionados, sus dos hermanas ya estaban ahí.
―¡Tía Abby!
Corriendo sobre la fina capa de nieve que aún se encontraba sobre la tierra, dos pequeñas con chaquetas rosadas abultadas y gorros del mismo color cubriéndoles buena parte de la cara se acercaron sonriendo. Sin detenerse cada una se abrazó a una pierna de Abby obligándola a retroceder para mantener el balance.
―¡Has un hombre de nieve! ―pidió de inmediato una de las niñas.
―¡No, un delfín! ―intervino la otra levantando la mirada.
Abby logró agacharse para abrazarlas, no las había visto por un par de meses y estaba convencida que habían crecido. Sonriéndoles las giró en dirección a Erik y retiró los gorros, mostrando que eran dos pequeñas con cabello rubio, ojos azules y rostros idénticos.
―Ellas son Alexis y Zoe y por si no es obvio son gemelas ―habló Abby sonriendo ampliamente ―. Él es Erik.
Las dos niñas lo observaron con curiosidad unos momentos y luego le sonrieron.
―¡Hola tío Erik! ―saludaron en coro.
―Siempre están juntas, así que no es muy problemático sino reconoces cuál es cuál ―agregó Abby un tanto nerviosa al ver que Erik sólo las estaba mirando en silencio, quizás no le gustaba que le dijeran tío, pero las niñas solían agregar el título a casi cualquier adulto que les presentaban―. ¿Conocías gemelos? ―se animó a preguntar para obligarlo a hablar.
―Sí, varios ―respondió él tratando de sonreír para las dos niñas que aún lo estaban mirando.
―¿En serio? ―Abby se sorprendió por la respuesta, la mayoría de personas conocía con suerte a un par.
Erik sólo asintió, la imagen de las sobrinas de Abby le trajo recuerdos bastante desagradables de su estadía en Auschwitz. Shaw, Schmidt en esa época, no era el único científico residente en el campo de concentración; el infame doctor Mengele trabajó ahí también aunque decantó su interés hacia las anomalías físicas y tuvo una fascinación por los gemelos. Muchos niños sufrieron bajo sus manos, normalmente uno de los gemelos era utilizado para experimentos y el otro a modo de sujeto de control, aunque cuando el primero moría su hermano le seguía rápidamente para los estudios de comparación. También tuvo la desgracia de presenciar los resultados de pruebas en donde se unió cuerpos quirúrgicamente tratando de crear siameses artificiales o extremidades intercambiadas en un afán por revelar los secretos que podían ocultar dos cuerpos tan similares. Shaw siempre habló de ese hombre con lástima, burlándose de su limitada visión para reconocer a los sujetos que realmente valía la pena estudiar.
―¡Has un conejo!
El animado pedido de las dos niñas devolvió a Erik a la realidad, al parecer ya que no les dirigió la palabra regresaron su atención a la mujer que lo acompañaba. Elevó una ceja al notar que Abby comenzó a revisar con la mirada que no hubiera nadie observando, recordaba bien que cuando conoció a los otros mutantes en la mansión se negó a mostrarles sus poderes a pedido.
Del suelo comenzaron a brotar pequeñas figuras regordetas de hielo con largas orejas caídas y una esponjosa cola de nieve blanca. Eran una coneja seguida por un par de conejitos que de inmediato absorbió la atención de las gemelas.
―¿Qué? ―preguntó ella cuando notó cómo la miraba―. Son mis sobrinas y tienen cuatro años, si quieren que les haga cosas con la nieve no les voy a decir que no.
Abby tomó aire, dispuesta a avanzar en dirección a la entrada de la casa y encarar la presentación de Erik con su familia, pero la valentía que logró acumular se esfumó cuando reconoció el sonido de la puerta principal abriéndose seguido de unos ligeros pasos sobre la nieve. No pasaron más de unos segundos para que doblara por la esquina una de sus hermanas llevando en brazos al hermano pequeño de las gemelas.
―¡Abby! ―llamó entusiasmada al verla con sus hijas―. Ya estábamos pensando que no ibas a venir. Mamá nos dijo algo que… ―prosiguió hasta que se percató de la presencia de Erik―, que ibas a traer compañía ―añadió sonriendo y extendiéndole el bebé que llevaba en brazos a su hermana mayor―. Toma, Vincent también quiere disfrutar de su tía ―dijo posando toda la atención en el invitado―. Soy Hannah Johansen ―se presentó, ignorando por completo la cara de descontento de Abby.
―Erik Lehnsherr ―replicó él con tranquilidad sin iniciar contacto físico en el saludo, en sus viajes había aprendido que era mejor dejar que la mujer decidiera si quería dar la mano, un beso en la mejilla, un abrazo o sencillamente un intercambio de palabras.
―Vamos adentro ―ofreció Hannah inclinando un poco la cabeza para ver el automóvil con el que habían llegado―. ¿Vienen desde Dakota del Norte? ―preguntó resuelta al notar la placa mientras comenzó a caminar―. Niñas no se vayan a alejar ―advirtió elevando un poco la voz al notar que sus hijas estaban muy entretenidas con unas esculturas de hielo y nieve.
Abby suspiró derrotada, pero avanzó, no tenía control sobre la situación, aunque la verdad era que no pensó que pudiera tenerla. Desvió la mirada hacia Erik y notó que él parecía estar bastante tranquilo, quizás lo mejor era dejar que todo fluyera naturalmente.
Notas de autora: Me he demorado un montón de tiempo y para colmo les traigo un capítulo que no tuve opción más que partirlo en dos pensando que quizás así me sea más sencillo dejar fluir las palabras en lo que viene que me tiene un tanto atorada. No me siento insatisfecha con lo que he escrito, pero después de más de un mes realmente quería entregarles algo más.
Ya está en la casa de Abby y no hay escapatoria más que conocer al resto de la familia. ¿Qué tan malo podría ser quedarse un poco más de un día ahí?
