Peace could be an option

Capítulo 29


La noche del veinticuatro cenaron en el restaurante del hotel que, aunque no estaba siendo usado al límite de su capacidad, tenía suficientes comensales como para mantener a los mozos y meseras bastante ocupados. Erik se negó a consumir cualquier cosa que hubiera estado en la mesa del buffet navideño, prefirió ordenar la comida por separado, aunque Abby le advirtió que lo más probable era que les sirvieran de la misma fuente donde reabastecían al buffet. Ignoró la advertencia aunque fuera verdad, al menos podía estar seguro que sólo el cocinero y el mozo tocaron su plato.

Ambos decidieron evitar el jamón glaseado en su orden y priorizar el pavo. Sin embargo Erik gustaba de la carne blanca, mientras que a Abby le parecía algo desabrida y prefería la oscura. El relleno fue sabroso al igual que la salsa de arándanos, el puré de papas no supo mal, pero el absoluto perdedor fueron las coles de bruselas y su amargo sabor.

Abby logró convencer a Erik de probar el tradicional ponche de huevo, sólo para que segundos después de su primer sorbo el hombre llamara al mozo para ordenar un vino blanco. También consiguió que probara el pastel de frutas, que gracias a estar en un restaurante al menos era digerible, no como los hechos en casa que en muchas ocasiones más que comida parecían ladrillos pintados.

Se retiraron temprano a descansar, lo último que quería Erik era verse en medio de un montón de desconocidos con actitud muy amistosa cuando llegara la media noche. Abby no se molestó, ella no tenía problema con festejar, pero no conocía a nadie y prefería estar a solas con él. Era una fecha especial en la que más importaba estar con gente cercana aunque fuera sólo una persona que con un grupo grande de desconocidos.

El veinticinco lo aprovecharon para pasear por la ciudad que se mostraba casi desierta, muchos locales estaban cerrados y las personas se encontraban en sus casas preparándose para el almuerzo con sus familias. La nieve que se acumuló durante la noche decoró las calles y techos, dándole a Winnipeg la apariencia de un hermoso cuadro. Fue un día tranquilo en el que no hicieron mucho y solamente se dedicaron a disfrutar de la compañía del otro, tratando de ignorar el hecho de que pronto tendrían que regresar.

. .

Con Navidad detrás de ellos y a puertas de los días libres por año nuevo, Erik decidió que era momento de moverse. Temprano en la mañana se despertó y tomó la guía de teléfonos que se encontraba en un cajón de la mesa de noche. Buscó con cuidado entre los diferentes anuncios de tiendas hasta que encontró una que había visto en los días que llevaban en Winnipeg, apuntó el número de teléfono y prosiguió, aún debía encontrar un establecimiento específico, de preferencia en las afueras de la ciudad o incluso en otra provincia si es que era posible.

Cuando sintió a Abby removerse incómoda cerró la guía y la observó por unos instantes hasta que ella abrió los ojos con fastidio y giró quedando boca arriba. Levantó una ceja con curiosidad cuando notó como se frotaba el busto bajo las sábanas haciendo una mueca de dolor y recordó que las últimas noches había estado más inquieta que de costumbre.

―¿Te molesta algo? ―se animó a preguntar, lo que haya sido la había despertado.

―No he estado durmiendo muy bien ―respondió llevando sus manos al rostro, frotando los ojos―. No me gusta dormir boca arriba, pero sólo así no me duele.

―Ah ―articuló él dibujando una sonrisa al comprender a qué se refería―. Ahora que lo mencionas se ven un poco más grandes ―opinó dirigiendo la mirada al pecho de ella.

―¡Erik! ―le reprendió sonrojándose―. Hinchadas sería más descriptivo ―agregó momentos después suspirando.

―¿Algo que pueda hacer? ―preguntó con interés. Tenía que reconocer que era bastante ignorante en el tema, las pocas mujeres embarazadas que conoció cuando era joven tenían problemas mucho más serios por los que preocuparse que una inflamación.

―No, a Hannah le ocurrió lo mismo. Le indicaron usar compresas con agua tibia, pero creo que no le sirvieron.

―Prueba eso ―le recomendó, dándole un suave beso en los labios―. Voy a salir, espero que sólo por un par de horas, tienes tiempo.

―¿A dónde vas?

―De ser posible quiero que nos vayamos hoy ―respondió poniéndose de pie―. No vamos a regresar directamente con los demás ―explicó bajo la mirada curiosa de ella―. Tenemos que ir a tu casa a hacer un anuncio.

―¿¡Qué!? ¿estás loco? ―cuestionó Abby visiblemente agitada ante la idea.

―¿Prefieres hacerlo con un bebé en brazos o con un embarazo tan avanzado que no vayas a poder decir una palabra sin que lo noten? ―preguntó con tranquilidad. Sabía que no, que ante esas opciones era mejor que diera la noticia en su casa pronto y una llamada telefónica no iba a servir para algo como eso―. Vamos a ir por Canadá hasta Alberta, ahí buscaremos un lugar para pasar la frontera e ir directamente a Great Falls.

―¿Vas a comprar provisiones? ¿Planeas ir sin parar? ―indagó un tanto preocupada, iba a ser un viaje largo.

―Vamos a descansar en la ruta, estoy seguro que hay moteles ―explicó, pese a que era tentador manejar sin descanso tenía planes que se lo impedirían―. ¿Algo en especial que quieras? He escuchado que las mujeres americanas se ponen algo especiales con la comida cuando están embarazadas ―comentó en un tono juguetón, sabía que eso la molestaría.

―No, no tengo ningún antojo, muchas gracias ―replicó cruzándose de brazos, ligeramente ofendida, no eran solo las americanas a las que les ocurría.

―Descansa ―pidió él, sin intención de incomodarla más.

. .

En la tarde salieron de Winnipeg con dirección al este y el Chevrolet Corvair cargado con provisiones. Inicialmente tomaron la carretera transcanadiense, que se abrió al tráfico pocos meses antes permitiendo un acceso relativamente rápido y recto entre ambas costas del país. Pero al llegar a la provincia de Saskatchewan, Erik optó por desviarse hacia el norte, con la excusa de ir por zonas menos pobladas. Abby objetó, no sólo harían el recorrido más extenso, sino que siendo invierno podían encontrarse en problemas si tenían la mala fortuna de quedar en medio de una tormenta de nieve.

―Vamos a estar bien ―le aseguró él, tratando de sonar convincente―. No habrá mucha diferencia si nos topamos con una tormenta un poco más al norte y mientras más desolado nos será más sencillo mantenernos a salvo.

Abby no estaba completamente segura de la lógica detrás de la decisión y de inmediato comenzó a sentir que había un propósito oculto, pero trató de descartar el pensamiento. Iban a criar un hijo juntos y no podía cuestionar cada decisión que él tomaba pese a que sabía bien que Erik no hacía movimientos en vano.

Las dos primeras noches se detuvieron en la ruta temprano, en cuanto lograban ver algún anuncio de un pueblo o motel cercano. Sin embargo para la tercera Erik presionó la marcha, obligándolos a manejar en la oscuridad por un par de horas hasta llegar a un pequeño poblado.

Abby observó a Erik con recelo, no podía evitar pensar que se traía algo entre manos. Ella permaneció atenta a la ruta pese a la poca visibilidad que daban las luces del vehículo y no vio ningún cartel que les permitiera saber de la existencia del pueblo. Estaba convencida que él había estado manejando con la intención de llegar ahí desde que se desviaron hacia el norte. Lo que le preocupaba era que un lugar tan pequeño tenía suerte si aparecía en los mapas y por algún motivo Erik sabía de su existencia.

―Descansaremos aquí esta noche y mañana partimos a Montana, estamos a unos minutos al norte de Edmonton ―anunció él cuando logró encontrar un hospedaje―. ¿Todo bien? ―preguntó, notando cómo Abby lo miraba intensamente.

―¿A qué vinimos aquí? ―cuestionó ella.

―A pasar la noche ―respondió con tranquilidad, aunque sin ocultar la media sonrisa que se dibujó en su rostro―. ¿Crees que estoy buscando algún mutante? ―supuso divertido al notar que Abby sentía que le ocultaba algo―. Puedo asegurarte que el único propósito de este viaje somos nosotros. No estoy buscando más mutantes, no estoy planeando una infiltración a una base militar ni alguna otra cosa que se te esté ocurriendo ―explicó con honestidad a la vez que descendió del automóvil. Decía la verdad pese a que ella no supiera sus intensiones completamente.

A la mañana siguiente Erik aprovechó para hacer una llamada telefónica mientras Abby tomaba una ducha. Sabía que era un poco arriesgado hacerlo, pero necesitaba asegurarse que no hubieran improvistos, si fuera por él lo haría en persona, pero su acompañante ya sospechaba demasiado como para poder dejarla en el hotel sin arriesgarse a que lo siguiera.

―Llegamos ayer en la noche ―explicó luego de intercambiar saludos con el receptor de su llamada―. ¿A qué hora podríamos ir? Preferiría que fuera lo más temprano posible. Ya conoce la situación y quisiera poder asistir a la celebración de año nuevo con mi familia sin nada que ocultar ―prosiguió con tranquilidad, recordaba bien la historia que le contó cuando hablaron por teléfono días antes―. Perfecto, estaremos ahí.

Cuando Abby terminó de alistarse salieron a tomar desayuno. Erik se preparó mentalmente para el siguiente paso, si podía convencerla para que lo acompañara sin levantar muchas sorpresas todo iría de acuerdo a su plan, de lo contrario tendría que optar por la segunda opción y explicarle las cosas, en cualquier caso estaba seguro que el final sería el mismo.

―¿Crees que te oculto algo, no? ―soltó de improvisto y se ganó la total atención de ella―. Quiero dejar claro que no te he mentido, no estoy tramando nada con relación a los nuestros ―Sabía que tenía que tener cuidado―. Hay un lugar al que quiero que me acompañes, podemos ir a pie, está a un par de cuadras, este pueblo es chico.

―¿Qué hay ahí? ―preguntó curiosa, conteniendo las ganas de ponerse de pie y confirmarle que sabía que ocultaba algo desde que salieron de Winnipeg.

―Preferiría mostrarte ―insistió tranquilo al ver que ella parecía tener una buena predisposición.

Abby asintió tras unos instantes de vacilación. La curiosidad le pesaba demasiado, si no era nada relacionado con mutantes no tenía idea de qué podía ser.

Avanzaron juntos por las frías calles en silencio. Abby iba tomada del brazo de Erik tratando de mantener el calor, observándolo de soslayo con mucha curiosidad, él por su parte mantuvo la mirada al frente a pesar que sentía que ella estaba mirándole. Cuando estuvieron frente a una modesta construcción que funcionaba como edificio de gobierno del pueblo, Abby no pudo evitar sentirse completamente confundida.

―En un momento comprenderás ―comentó él, instándola a acompañarlo al interior―. Si te pregunta algo trata de sonar como una mujer normal ―agregó divertido cuando comenzaron a avanzar en dirección a la recepción.

―Soy normal ―se quejó un tanto ofendida, pero aún incapaz de comprender que estaban haciendo ahí.

―No, no lo eres ―declaró, deteniéndose unos momentos para mirarla de frente―. Eres mejor que el resto ―precisó sonriéndole y apresurándose a continuar antes de que ella tratara de refutarlo―, sean humanos o mutantes.

―Disculpen ―interrumpió un hombre bastante mayor, muy bien vestido, acercándose lentamente desde un corredor que parecía llevar a las oficinas―. Usted debe ser el Sr. Lehnsherr.

―Juez Tremblay, un placer conocerlo en persona ―saludó Erik apretando la mano del hombre.

―Voy a preparar los documentos, me tomará unos minutos. Nancy les avisará ―explicó el hombre señalando a la joven secretaria que se encontraba en la recepción―. No te preocupes ―agregó, posando la mirada en Abby―, me alegro que hayan decidido hacer lo correcto, últimamente es tan difícil encontrar gente joven que se responsabilice por sus errores.

Abby sencillamente le sonrió como respuesta, no comprendía qué estaba haciendo ahí, ni qué tenía pensado hacer Erik. ¿De dónde conocía un juez canadiense? ¿De qué documentos estaba hablando?

―Creo que aún no tienes idea qué está ocurriendo ―comentó Erik chasqueando la lengua cuando el hombre se retiró―. Estaba convencido que con eso ya te darías cuenta.

―¿Para qué estamos buscando a un juez? ―preguntó confundida.

―Es un juez de paz, aunque estoy seguro que se encarga de todo lo legal del pueblo ―Erik la observó, comprendiendo que iba a tener que explicarse―. Honestamente no pensé que fuera necesario hacer esto, nosotros ya habíamos decidido qué haríamos, pero comprendo que puede facilitar muchas cosas a futuro ―confesó con tranquilidad llevándola hacia un lado del recinto para buscar algo de privacidad pese a que la recepcionista no les estaba prestando atención―. Debí de haberte comentado esto en el hotel, pero imaginé que preferirías la sorpresa ―Con cuidado tomó una pequeña caja del bolsillo de su abrigo y se la mostró―. Creo que es mejor esto a que solamente te de un anillo sin valor real como hice en Las Vegas para aparentar ―prosiguió abriendo la caja y dejando ver dos aros dorados de matrimonio.

Abby parpadeó incrédula un par de veces, observando los dos pequeños objetos que él sostenía. Su instinto le había advertido que Erik se traía algo entre manos, pero si hubiera tenido que adivinar jamás hubiera llegado a la respuesta.

―¿Quieres hacer esto? ―preguntó él, no quería presionarla, pero Abby tenía que estar preparada para cuando los llamaran.

Ella asintió lentamente, aún demasiado sorprendida como para reaccionar acorde a la situación. Le tomó unos segundos más recuperarse, recordaba que le había mencionado lo complicado que podía ser la situación de una madre soltera, pero considerando que decidieron quedarse juntos no pensó que en unos días él tomaría una decisión como esa.

―Abby ―llamó Erik mirándola intensamente a los ojos. Su respuesta silenciosa no le convencía en absoluto.

―Sí ―respondió ella parpadeando rápido como si tratara de regresar a la realidad.

―En un momento nos va a llamar, sé que es posible que el hombre suelte algún comentario que te disguste, pero ignóralo ―advirtió él, más complacido, quería firmar los documentos y continuar con el viaje.

De improvisto Abby dibujó una gran sonrisa en su rostro, como si su cerebro recién lograra procesar completamente la idea y se lanzó sobre Erik abrazándolo fuertemente. La inesperada muestra de afecto tomó por sorpresa al hombre, pero a la vez lo tranquilizó, esa reacción dejaba más claro que realmente quería hacerlo. Cuando ella se separó un poco él aprovechó para darle un beso, no trató de hablar, todo lo que era necesario decir ya estaba dicho y él prefería demostrar las cosas con acciones más que con palabras.

La recepcionista los observó con curiosidad antes de llamarlos, el juez Tremblay estaba listo para atenderlos.

. .

La boda fue totalmente diferente a lo que Abby había experimentado con sus hermanas, parientes y amistades, no sólo no tenían invitados, sino que además se trató de un asunto completamente legal. El juez sólo leyó de manera formal varias clausulas referentes a temas similares a lo que normalmente se dicen en una boda religiosa, pero a ella no le importó en absoluto la apatía de la ceremonia.

No sabía si sentirse tonta o ingenua por ser incapaz de controlar toda su emoción y actuar más acorde a lo que su lado lógico le dictaba. Conocía a Erik por un periodo de tiempo que muchos considerarían muy corto, había quedado embarazada y aceptó casarse de inmediato ante un pedido sin previo aviso. Sin embargo todo eso podía pasarlo por alto, cada pareja era diferente y no existía algo como el momento perfecto para dar pasos adelante en una relación. Lo que le preocupaba era que en el fondo sabía que el grupo de Erik les traería problemas y él no estaba dispuesto a abandonarlo, esa era la razón por la que tenía dudas sobre el futuro. Los planes de separarse y dirigir a distancia que Erik le ofreció eran sin dudas atractivos si se comparaba con la situación actual, pero aún así no les permitirían una vida completamente normal.

Pero los sentimientos de dudas quedaron rápidamente enterrados por completo cuando llegó el momento de intercambiar los aros que Erik había llevado. A pesar de ser una ceremonia pequeña y de corte legal, los anillos eran una parte importante, era gracias a ellos que el resto de la sociedad los identificaría como personas casadas. Trató de controlar la sonrisa radiante que amenazaba con tomar completa posesión de su rostro, sabía que una mujer en su situación no debería estar tan encantada y que Tremblay seguramente lo notaría. Sin embargo eso no impidió que su mente comenzara a lanzarle imágenes de un futuro en compañía de Erik que hasta ese momento no se había atrevido a imaginar. Era adelantarse demasiado el visualizar una casa en las afueras de alguna ciudad donde pudieran vivir tranquilos los tres.

Erik estaba completamente consciente de lo emocionada que se encontraba Abby, él por su lado no lo veía como algo tan extraordinario, era sólo una muestra para la sociedad de algo personal que ellos ya habían acordado. No necesitaba casarse para estar con ella, sus sentimientos no iban a modificarse, pero si con ello podía evitar conflictos a futuro e incluso facilitar la vida del pequeño que venía en camino no pensaba ignorarlo.

El juez finalizó el proceso y expresó lo aliviado que se sentía ante la decisión correcta que habían tomado.

―Hay que responsabilizarse por los errores ―afirmó con seriedad, dándole una revisión final a los documentos que la pareja acababa de firmar.

Abby le dirigió la mirada controlando lo mejor que podía la expresión de su rostro, comprendía perfectamente a qué se refería. Su bebé no era un error, quizás no lo hubiera planeado, pero había una gran distancia entre ambas cosas.

―¿Necesitamos firmar algún otro documento? ―preguntó Erik atrayendo la atención del hombre hacia él, casi habían terminado, no quería que a Abby se le escapara algo innecesario.

―No, eso sería todo ―respondió el juez con tranquilidad―. Espero que disfruten la celebración de año nuevo con la familia, seguramente les pedirán una ceremonia religiosa, suele ocurrir, pero con esto al menos podrán criar al pequeño como es debido.

Erik asintió complacido por el resultado, no le importaba lo que el hombre dijese u opinase en ese momento. Canceló en efectivo los gastos del proceso, recibió una copia del acta de matrimonio y agradeció por el servicio que les había prestado para luego tomar a Abby de la mano y dirigirla fuera del edificio

―¿De dónde conoces a ese hombre? ―preguntó ella cuando salieron del recinto―. ¿Y a qué celebración de año nuevo se refiere?

―¿Nos acabamos de casar y eso es lo primero que vas a decir? ―replicó con una media sonrisa, aunque decidió ceder ante la duda de ella―. Encontré una joyería en Winnipeg con un vendedor excesivamente conversador que me comentó sobre un conocido que podía realizar la ceremonia si es que aún no había encontrado un lugar.

En ese momento Erik recordó que aún llevaba con él la razón por la que el vendedor se percató que la compra de los aros de matrimonio no eran para una ceremonia sumamente planificada o con el orden tradicional. Con sutileza, casi como si se tratara de un negocio clandestino, el hombre le comentó que tenía un conocido en Alberta que podría ayudarlo si es que necesitaba un matrimonio rápido y sin muchas trabas de por medio.

Optó por averiguar más y llamó al número que el vendedor le ofreció. Ahí tomó contacto con el juez Tremblay que cuando se enteró que había un bebé en camino de padres que no estaban casados se ofreció a arreglar el problema saltándose mucho del papeleo que les pedirían en cualquier otro lugar. Era una oportunidad perfecta incluso por la ubicación del hombre; un pueblo sumamente pequeño, del tipo que no aparece en mapas que no sean específicos de la zona. Además tras una corta conversación se enteró de los años de experiencia que tenía en el oficio y asumió que debía de tratarse de una persona de avanzada edad, lo cual era mejor aún, posiblemente su memoria era débil y se olvidaría de ellos en unos meses.

―¿Los modificaste? ―preguntó ella con una suave sonrisa dibujada en el rostro, observando el sencillo anillo que llevaba en la mano izquierda.

―Sí ―respondió un tanto sorprendido, no había forma de que lo notara―. ¿Cómo lo supiste?

―Adiviné ―rió como respuesta, Erik ya había demostrado habilidad para trabajar con joyería y le pareció una opción muy razonable que lo hubiese hecho nuevamente―. El color es peculiar.

Erik no comentó nada ante la afirmación de ella, los aros no eran totalmente de oro. Los anillos dorados que compró eran más delgados originalmente y de una coloración más encendida a diferencia del ligero tinte plateado que ahora podía apreciarse. No pensaba revelarle la razón por el momento, seguramente le lanzaría el pequeño objeto directamente a la cara, pero a su parecer era una idea brillante.

La muestra de adamantium que robó de la base militar no le era de gran utilidad, él no pensaba hacer estudios científicos sobre el material y tras manipularlo en la tranquilidad del hotel había logrado comprender cómo doblegarlo con facilidad. Sin embargo el metal tenía un valor muy particular y se trataba de lo escaso que era, por no decir casi inexistente, debido a su procedencia. Con eso en mente decidió integrarlo a los aros de matrimonio, así podría sentir dónde estaba Abby incluso aunque los separara una distancia considerable.

―Erik ―llamó ella mirándolo fijamente a los ojos, todo el día se había dejado llevar sin negarse a ningún pedido de él―. Si retomo mi profesión en algún momento voy a seguir usando mi apellido para temas de trabajo.

―¿Si retomas? ―cuestionó él extrañado―. Asumí que cuando tengamos un lugar estable lo harías ―comentó con tranquilidad, nunca esperó que luego de terminar una carrera universitaria que parecía gustarle fuera a abandonarla―. Usa el apellido que te convenga más.

―¿No te molesta? ―indagó aliviada, pese a que Erik nunca se mostró como una persona con una visión tradicional de roles, no tenía idea cómo tomaría el uso de su apellido, muchos hombres consideraban eso como algo básico―. Sólo para publicaciones y ese tipo de cosas, para bien o mal me conocen un poco entre los geólogos ―especificó, no quería que pensara que no deseaba usar su apellido para todo lo demás.

―Abigail Lehnsherr suena bien ―comentó él con honestidad, le gustaba como sonaba y de alguna manera disfrutaba el ver como la idea de una familia se materializaba frente a él. Pero en ese momento la expresión relajada abandonó su rostro, su mente le recordó que el gobierno sabía de su existencia y que lo más seguro era evitar a toda costa que lo asociaran con Abby―. Aunque creo que es mejor si no lo usas, al menos por ahora ―pidió, no tenía idea qué tanta información tenían sobre él y dudaba que Charles hubiera hecho mucho más aparte de borrarle la memoria a Moira.

―¿Te preocupa? ―preguntó, guardando el acta matrimonial que les entregó el juez.

―Prefiero prevenir.

―¿Por eso diste mal mi edad en el hospital? ―cuestionó sonriéndole levemente―. A Tremblay le diste mi fecha de nacimiento correcta, pero en el hospital el doctor creía que tenía veinticinco.

―Un año más no se nota y sirve para complicar un poco las cosas si es que alguien quisiera asociarte ―explicó, complacido al ver que ella era capaz de comprender la razón detrás de algunas de sus acciones―. Además, pronto es tu cumpleaños, es como si ya tuvieras veinticinco.

―¿Y ahora?

―A Great Falls, espero que con esto vayas a estar un poco más animada con dar las noticias ―bromeó Erik, sabía que no, que igual iba a ser complicado anunciar que estaba embarazada.

―No tengo idea qué voy a decirles ―admitió ella sin perder la sonrisa del rostro, la verdad era que ya no le importaba, estaba demasiado feliz en ese momento como para preocuparse.

. .

Partieron esa misma tarde tomando la ruta hacia el sur, con intención de llegar hasta Great Falls luego de lo que sería un largo viaje, pero el clima decidió no permitírselos. Una gran tormenta de nieve avanzó con asombrosa velocidad sobre el territorio de Alberta, trayendo consigo los poderosos vientos helados del norte y una gran cantidad de nieve. Pese a que Erik había considerado que ante la situación podrían usar sus poderes para mantenerse en la ruta, decidió ceder ante los pedidos de Abby, estaban muy cerca de Calgary y podían esperar ahí hasta que fuera menos peligroso transitar.

Se adentraron en la ciudad en búsqueda de un hotel, la visibilidad era pésima y el Chevrolet Corvair comenzaba a tener problemas para avanzar sobre la nieve que se acumulaba cada vez más. Un edificio de tres bloques llamó la atención del alemán, sobresalía por su tamaño a pesar de no ser comparable con las grandes construcciones de Nueva York, decidió arriesgarse y avanzar en esa dirección. Estando ya bastante cerca vio que tomó la decisión correcta, se trataba de un hotel, el Palliser según lo que pudo leer en el gran cartel.

―¿No habrás provocado la tormenta para evitar llegar a tu casa? ―preguntó con verdadera curiosidad al momento de entrar en el estacionamiento del hotel y al fin lograr escapar de los fuertes vientos.

―Claro que no ―replicó Abby, ella controlaba las moléculas de agua, no el clima―. No fui yo, es normal que haya tormentas de nieve en invierno.

―Una pena, hubiera sido interesante ―opinó Erik al descender del vehículo y tomar el pequeño equipaje que llevaban con ellos.

―Si fuera yo deberías preocuparte ―recalcó Abby bajo la mirada atenta de Erik―, sería la primera vez en años que estaría usando mis poderes sin percatarme.

Erik sonrió como respuesta y dio por terminada la charla por el momento, no quería que ningún humano los escuchara. Entraron al hotel y de inmediato se percató que no se trataba de cualquier establecimiento, sino de un hotel de alta categoría. El vestíbulo tenía techos altos y una gran araña, las paredes y el piso estaban revestidos con mármol y el decorado dejaba ver un absoluto cuidado en cada detalle. Notó que Abby no se sentía muy cómoda, pero la tomó por la cintura para obligarla a caminar, descansarían ahí hasta que el tiempo mejorara y pudieran continuar.

―Si te hace sentir mejor no pediré la habitación más costosa ―susurró él divertido, a diferencia de Abby el ambiente no le intimidaba en absoluto, al contrario se sentía capaz de mimetizarse sin problemas.

En recepción fueron atendidos rápidamente, a pesar de que el Palliser tenía enmarcadas las fotos de ilustres visitantes, también recibían con el mismo trato a personas del común mientras pudieran costear sus precios. Erik pidió una habitación estándar, sin dudas sería mejor que los moteles de camino y si lo pensaba bien esa sería su noche de bodas.

Observó a su acompañante cuando tomaron el elevador con dirección a la habitación, se veía sumamente contenta y eso le gustaba. La última semana había traído una serie de grandes cambios para él, ahora tenía una esposa y pronto sería también padre. Las responsabilidades que conllevaba tener familia no le abrumaban, sabía lo que tenía que hacer, su rol era proteger y estaba trabajando en ello aunque Abby no pudiera verlo así.

Aprovecharon para lavarse cuando llegaron al cuarto. El espacio no era tan amplio, pero tenía todo lo que necesitaban para pasar una noche con comodidad; el baño estaba bien equipado, la temperatura de la habitación era agradable y la cama cómoda.

―Tengo mis dudas que vayamos a poder partir mañana ―comentó Abby al observar por la ventana y ver la nieve caer casi de forma horizontal a causa del viento.

―Ya veremos ―respondió pensativo no muy interesado en el tema.

Dejó a un lado su abrigo luego de retirar una pequeña caja del bolsillo. Esa era la razón por la que el vendedor logró intuir que no estaba vendiéndole los aros para una ceremonia planificada con meses de anterioridad. Erik dirigió la mirada a la mujer que ahora era su esposa, preguntándose si realmente necesitaba entregarle el otro anillo que compró, tradicionalmente ese debía de haber sido aceptado previo al matrimonio.

―¿Estás bien? ―pregunto ella un tanto preocupada al verlo de pie observándola en silencio.

Erik se acercó hasta quedar en frente de ella y tras meditarlo unos segundos decidió que era mejor entregárselo, al final ese anillo era el que le tomó más tiempo escoger.

―Este debí de habértelo entregado antes, pero hubiera arruinado la sorpresa ―comentó él tomando la mano de Abby para colocar el pequeño objeto de oro decorado con un diamante.

Los ojos azules de Abby dejaron de parpadear observando como en un trance el nuevo acompañante que tenía su aro de matrimonio. Ella no conocía mucho de joyas, era incapaz de reconocer diseños o aproximar costos con sólo mirar, pero tenía una idea gracias a haber visto los anillos de sus hermanas y estaba convencida que Erik había gastado una pequeña fortuna.

―Aceptaste casarte conmigo ―intervino él cuando ella elevó la mirada―. Es tuyo, no planeo devolverlo y voy a ofenderme si decides guardarlo en su caja para nunca usarlo ―advirtió con soltura, le tomó tiempo escogerlo y lo hizo pensando en ella.

Abby entreabrió la boca, pero no vocalizó su queja. Mordió su labio con indecisión, le bastó un instante para quedar encantada con el objeto, pero le costaba ignorar el precio que debía tener, gastar tanto en una muestra de compromiso era excesivo. Sin embargo era un gesto que dejaba bastante claro que Erik estaba dispuesto a participar en tradiciones que no le eran importantes pensando en que la complacería y eso le impedía negarse a utilizarlo.

―La tormenta resultó oportuna, no había pensado en qué momento dártelo ―intervino él cuando notó que Abby parecía haber decidido aceptar el anillo―. Además es nuestra noche de bodas, este hotel es más adecuado para pasar la noche que alguno de los de camino.

―¿No tienes idea del orden de las cosas no? ―rió ella ante el comentario.

―Mientras no afecte el resultado…

Abby le sonrió y lo rodeó con sus brazos atrayéndolo hacia la cama, estaba feliz, tenía todo lo que necesitaba en ese momento y aunque sabía que no todo sería sencillo estaba más que dispuesta a luchar por su futuro.


Notas de autora: Quizás a futuro este par pueda tener una Navidad expandida, pero en este momento no es lo importante (mala suerte que justo coincidió con la fecha) Abby tomó su ponche y el vino y sí sé que anda embarazada, pero en esa época era normal y ella tampoco es que ande de bar en bar.

Erik no está llevando el orden tradicional de las cosas. Usualmente es el anillo de compromiso primero, seguido del matrimonio y luego los hijos, pero a su parecer ya cumplió, puede ponerle un visto bueno a todas esas cosas en su lista :P Abby tiene veinticuatro actualmente, pese a que dije que tenía veinticinco en el capítulo anterior, olvidé especificarlo en su momento así que lo puse por acá. En lo personal prefiero el oro blanco, no soy fanática del dorado, pero en la época era lo que más se usaba, así que Abby tiene anillos dorados.

La encuesta sigue abierta en mi perfil, pasen para votar sobre qué creen que será el pequeño Lehnsherr, y de paso comenten por aquí qué votaron… Me da curiosidad quienes son las personas que creen que voy a ser tan cruel como para optar por la opción de que no va a nacer xD (O quizás están en lo cierto :P) Si leen desde el celular tienen que poner la opción que está al fondo del perfil para que vean la página como si fuera la versión en computadora.