Peace could be an option
Capítulo 49
―¡Dulce o travesura! ―gritaron a coro un grupo de niños disfrazados acompañados por sus padres. Aún era temprano, pero los grupos que necesitaban algún adulto solían hacer su recorrido antes que el resto para evitar los empujones en las puertas.
Abby cerró la puerta tras entregar los dulces para los pequeños, pero cuando giró con la intención de rellenar el cuenco con más caramelos y chocolates, se dio con el rostro disconforme de su hijo.
―¡Les diste los Snickers! ―la acusó dolido.
―Reservé una bolsa entera para que compartas con tus amigos.
―¡También estabas repartiendo Starbursts, Skittles y M&Ms!
―¿Quieres que sólo les de pasas? ―cuestionó aguantando la risa.
Darryl no respondió, se retiró a la sala visiblemente ofendido y se sentó en medio de sus amigos para continuar rearmando la ruta que recorrerían esa noche dibujada sombre un viejo mapa de calles. Tenían un plan previo, pero les llegó la noticia que la señora Stevenson no pasaría Halloween en el pueblo, el desvío que suponía llegar a su casa para recibir las valiosas barras de Milky Way ya no tenía sentido.
No era que Darryl necesitara mendigar por dulces, su madre se había vuelto muy competitiva con el festejo de algunas fechas y sin duda era capaz de proveerle una cantidad casi ilimitada de caramelos y chocolates para la noche. Sin embargo, el salir a pedir por las diferentes casas del barrio con sus amigos tenía un encanto especial que no podía reemplazarse.
―¿Vamos a ir a Milton?
Fue Ralph quien rompió el silencio cuando Phil trazó una línea que salía del pueblo para irrumpir en el vecino luego de que Darryl asintiera con la cabeza. Los niños de ambos lugares no se llevaban bien desde el incidente por el control de un viejo Chevy destartalado que había sido abandonado en el bosque cercano.
Abby observó a su pequeño con cierta preocupación, si bien sus acciones eran inocentes, a veces podía ver reflejado a Erik y eso le preocupaba. Negó con la cabeza y regresó a la cocina para continuar conversando con Julie y Barbara, las madres de Phil y Ralph.
―¿Qué me estaban diciendo de Lindsay? ―preguntó Abby con una sonrisa en el rostro.
―Se fue manejando como loca al centro comercial a ver si consigue una araña gigante para poner en el jardín ―explicó Barbara riendo―. Cree que la compraste.
―Aún no puedo creer que te dedicaras a hacerla a mano, es bastante grande ―opinó Julie.
―Quería una araña y no había a la venta ―respondió encogiendo los hombros.
Sabía que no era poca cosa, pero considerando todo lo que hizo para decorar ese Halloween, la araña montada sobre el pórtico era lo de menos. El cómo consiguió tallar cincuenta calabazas a tiempo sin que alguna comenzara a malograrse era de lo que estaba más orgullosa a pesar que su hermana la tachó de loca.
Abby entendía por qué Hannah no consideraba sana la rivalidad que construyó con Lindsay, absorbía mucho tiempo y dinero. Llevaban más de dos años compitiendo por quién decoraba la casa mejor para las diversas fiestas y sobre quién horneaba los mejores pastelillos. No lo pensaba admitir en voz alta, pero la situación se estaba saliendo de control y con todo el esfuerzo que ponían no iba a resultar una sorpresa si algún día acababan con un reportero en la puerta.
―Aunque normalmente es más discreta con su lado competitivo ―comentó Abby luego de visualizar a Lindsay en su cabeza por unos segundos. A pesar de todo llevaban una relación cordial cuando estaban en público y ninguna dejaba que se viera de forma obvia el deseo por ganarle a la otra.
―Siente que está con una racha de buena suerte ―explicó Barbara negando con la cabeza―. Es una mujer horrible ―agregó frunciendo las cejas―. Hace unos años trató de matricular a su hijo en una escuela para jóvenes con talento recién abierta en Nueva York, no lo aceptaron, el director le dijo que no tenía las habilidades que la escuela buscaba. Lindsay estaba hecha una furia.
―No veo como eso es buena suerte ―intervino Julie cruzando miradas con Abby.
―Cerraron el lugar. Tenían profesores jóvenes y parece que muchos fueron llamados al frente.
―¿Y se alegra por eso? ―cuestionó Abby.
―Por eso digo, es una mujer horrible ―repitió Julie, deteniéndose un momento al ver como los niños entraban a la cocina por unos dulces antes de regresar a la sala―. Yo sólo estoy feliz de que al menos esta tarde Robert no haya discutido con Phil.
―Me cuesta imaginar a Robert discutiendo, más con Phil ―comentó Abby. El padre del niño enseñaba historia en la misma universidad que ella, era un hombre relajado y de buen carácter.
―Decidió que necesitaba más tiempo con Phil; está tratando de arreglar un viejo automóvil como actividad padre e hijo ―explicó Julie con una sonrisa, la mudanza desde Wisconsin fue lo que propició todo―. Pero Phil prefiere salir a jugar.
―Yo sólo espero que Hayden no haga lo mismo ―imploró Barbara casi con terror―. Es muy duro con Ralph y desde que le mostraron en la estación unas prótesis robóticas que Industrias Trask está creando para ayudar a los militares y policías lo he visto con un par de libros de ingeniería de la biblioteca.
Abby sólo sonrió tratando de esconder la tristeza. Darryl era un niño feliz, pero no tenía relación alguna con su padre. El único consuelo que encontraba era que estaba segura que las actividades que Erik tendría en mente serían bastante más peligrosas que arreglar un carro o un proyecto de robótica.
«Al menos no me toca andar como policía tratando de detenerlos» Ya bastante tenía vigilando que las travesuras de Darryl no pasaran a mayores.
La puerta volvió a sonar, pero sin esperar a que alguien atendiera las gemelas entraron a la casa disfrazadas de marcianas, con todo y la piel verde, en compañía de su perra Princess que llevaba un cartón circular plateado como si fuera un platillo volador.
―Vincent llega en un rato, su bicicleta quedó enterrada detrás de unas cajas de herramientas de papá ―comentó Zoe cuando Darryl se les acercó y comenzó a buscar con la mirada a su primo.
―¿En serio no quieren llevar a Princess? ¡Está linda! ―intervino Alexis.
―No, tenemos una ruta difícil y su disfraz es muy grande ―respondió Darryl acariciándole la cabeza, aunque pareció dudarlo. Llevaba años pidiendo un perro y la pastor alemán de sus tíos era lo más cercano que tenía―. ¿Vienen con nosotros?
―No, este año vamos a ir a una fiesta ―respondieron las gemelas al unísono con entusiasmo.
―¿Qué de entretenido tiene eso? ―intervino Phil frunciendo las cejas―. La comida se acaba rápido.
―En unos años lo entenderás ―respondió Alexis mientras Zoe reía.
―¡Nok, nok!
El canturreo viniendo desde la puerta de entrada abierta hizo que los niños prestaran atención a Lindsay Harrison que acababa de llegar en compañía de su hijos, James y Linda. La mujer podía haberlos dejado sin acercarse a la vivienda, pero tenía que ver de cerca el decorado de la entrada y encontrar algo para criticar, estaba furiosa por no conseguir una araña gigante en la tienda.
―¡Diviértanse! ―dijo, dándole un ligero empujón a sus hijos para que se reunieran con el resto mientras ella avanzaba hasta la cocina donde podía escuchar a los adultos―. Abby, creo que Gladys no está muy contenta.
―La señora Kravitz nunca está contenta ―replicó Abby al verla sumarse al grupo. Su vecina era una mujer difícil le encantaba el chisme y su pasatiempo favorito era observar a otros desde una ventana.
―Es por el decorado ―aseguró Lindsay―. Lograste darle ese aire de horror real, debe ser por los asesinatos de hace unos años, escuché que esas cosas quedan.
Abby no le respondió, no tenía caso, si algo Lindsay era mejor que ella sin lugar a dudas era en lanzar indirectas y el arte de ser pasivo-agresivo. Lo mejor que podía hacer era permitirle esas pequeñas victorias y rogar que no notara que sus hijos desconocían la atrocidad ocurrida en la casa que vivían, estaba segura que disfrutaría mucho contándoselos por "error".
―¡Ya nos vamos! ―anunció Darryl, tomándose sólo un segundo para asomarse por la cocina.
Abby se puso de pie y observó por la ventana como su hijo montó su bicicleta y esperó a que Phil, Ralph, Vincent y James lo imitaran. Faltaban otros pequeños, pero sabía que se irían uniendo en el camino. Ya se había acostumbrado a controlar mejor la sensación de miedo que le daba no tener a sus pequeños cerca de ella en caso algo ocurriera, quería que tuvieran una infancia feliz y normal y eso incluía darles independencia.
―¡Edie! ¡Apúrate! ―llamó Darryl. Todos los años salía a pedir dulces con su hermana, sólo que ella prefería no hacer el recorrido completo―. Linda tú también.
. .
Sucedió cuando Darryl comenzó a despejar la entrada de la casa luego de la primera nevada fuerte del año, al día siguiente de Acción de Gracias. Esa tormenta había sido especialmente fuerte, trayendo consigo una gran capa de nieve que volvió las autopistas intransitables en varios sectores. Toda la familia Stirling se había reunido en OldTown ese año para el evento, incluyendo al bisabuelo que a pesar de sus años aún gozaba de una excelente salud. Fue justamente el anciano quien se percató que Darryl era más parecido a su madre de lo que el físico delataba a primera vista.
Los ojos azules del pequeño brillaban como nunca ante lo que estaba presenciando. Cada vez que elevaba las manos la nieve salía disparada hacía arriba unos centímetros a pesar de que no la estaba tocando. Sabía que su madre podía hacer cosas similares, aunque pocas veces le había mostrado y era un tema del que no podían conversar fuera de casa o si habían vistas presentes.
―¡Deja de jugar con la pala! ―gritó el bisabuelo saliendo de la casa, tomando a Darryl del hombro para sentarlo en uno de los escalones despejados del pórtico―. Los niños de ahora no saben lo que es remover nieve.
Darryl observó al hombre con curiosidad, no lo conocía mucho, pero sabía que su mamá y tías tenían recuerdos muy positivos de él durante sus infancias. Era cascarrabias y el único al que no le importaba quejarse de la ausencia de su padre en frente de su mamá.
―¡Abner!
El grito poderoso de la vecina provocó que Darryl dirigiera la atención a la ventana de la Señora Kravitz, percatándose que la mujer debía de haberlo visto. Por instinto trató de entrar a la casa, pero su bisabuelo lo detuvo, insistiéndole que iba a aprender a despejar el frontis de la casa como era debido.
No pasaron dos minutos antes que Gladys Kravitz, ataviada en una bata y pantuflas, llegara arrastrando a su esposo a través de la nieve.
―¡El niño! ¡La nieve se movía sola! ―exclamó casi con horror, halando del brazo a su marido.
―Buenos días ―saludó Abner Kravitz con una expresión que dejaba claro que no le hacía ni una pisca de gracia estar ahí.
―La nieve ―susurró la mujer.
―Pide perdón a la vecina ―indicó el bisabuelo―. Asustaste a la señora por ponerte a jugar con la lampa en lugar de despejar el camino.
Darryl dudó por unos momentos. Sabía que lo había visto y sabía que eso no era bueno, pero a la vez su bisabuelo estaba mintiendo descaradamente y por la expresión del señor Kravitz y el historial que tenía su esposa era más creíble que la mujer estuviera buscando atención a que un niño tuviera poderes.
―Perdón señora Kravitz ―se disculpó Darryl con la mejor expresión de remordimiento que pudo fingir.
Cuando la pareja de vecinos se retiró, a insistencia del marido. Abby salió a ver por qué había tanto barullo, sólo para ser recibida por el anciano dándole la noticia y todo el peso de la responsabilidad que eso implicaba.
―Pero sólo tienes ocho ―susurró incrédula, no esperaba tener que enfrentarse a algo así al menos por unos dos años más.
. .
Abby tuvo que casi arranchar las llaves de la camioneta que alquiló de las manos de la mujer que atendía en la caseta de vehículos del aeropuerto de Whitehorse, Canadá. No esperó que aparecerse en un viaje de trabajo con sus hijos fuera a hacerla ganadora de tal desaprobación. Comprendía que llevar a cuestas a un niño de ocho y una niña de siete podía ser mal visto cuando el destino era una cabaña de investigación aislada en algún lugar remoto entre Alaska y el Yukón en pleno invierno, pero esperaba que la gente se guardara sus opiniones.
En la universidad nadie comprendía qué la llevó a decidir que en esa ocasión arrastraría a sus dos pequeños al viaje de dos semanas en las que se dedicaría a levantar información sobre el terreno en el que estaba trabajando para su tesis doctoral. Iba a ser un reto manejar a sus hijos y recolectar lo que necesitaba, pero la prioridad del viaje era darle un espacio a Darryl donde pudiera enseñarle a usar sus poderes sin ninguna vecina chismosa lista para dar el aviso de que algo inusual estaba ocurriendo. Edie terminó sumándose al viaje por iniciativa propia, ella quería ver de cerca el trabajo de su mamá y no quería tampoco quedar relegada de lo que en sus jóvenes ojos era un viaje familiar.
―Cuando lleguemos no vayan a quitarse los abrigos al entrar a la cabaña, tenemos que prender la calefacción primero para que caliente el lugar ―informó ella cuando comenzaron a avanzar por la carretera.
―¿Hay cama camarote? ―preguntó Darryl―. Yo quiero la de arriba ―agregó antes que su hermana pudiera ganarle el lugar.
―Hay dos, los dos pueden ir arriba si quieren ―respondió, ella prefería dormir abajo de cualquier manera.
―¿Y voy a poder hacer una avalancha?
―Nada de avalanchas. ―No quería que su voz sonara a imposición, no deseaba que su hijo reprimiera sus poderes, pero a la vez tampoco necesitaba algo que atrajera la atención de los pocos y lejanos vecinos que tendrían.
El viaje de ocho horas, de sólo 300km de recorrido, concluyó en una larga trocha cubierta de nieve que desembocó en una pequeña cabaña de madera oscura. Habían llegado a la cadena de montañas de San Elías cerca de las faldas del monte Logan, la montaña más alta del país según las estimaciones que se habían conseguido en los últimos años.
Debía de tomar mediciones del terreno y en especial del glaciar Lowell. Su interés por la zona, dejando de lado el aspecto geológico, nació de varias conversaciones que se sostenían sobre convertir la región en un parque natural. La diversidad biológica por si misma bastaba en su opinión, pero los estudios eran necesarios y si podía aportar a la causa con gusto lo haría.
―¡Recuerden no quitarse los abrigos! ―advirtió cuando sus hijos saltaron fuera de la camioneta con la nieve cubriéndoles los tobillos―. ¡Está helado! ―insistió, el frío de la temporada podía ser brutal y aunque no se sentía amedrentada quería evitar usar sus poderes para otra cosa que no fuera ayudar a Darryl y conseguir sus muestras.
Sabía que si Erik la viera en esos momentos dibujaría una sonrisa de satisfacción en el rostro. Sí, luego de años decidió aceptar que usar sus poderes para facilitar su existencia e incluso mejorar su desempeño laboral no tenía nada de malo pese a que existían métodos tradicionales para conseguir los mismos objetivos.
Bajó su equipo y las provisiones para las dos semanas que se quedarían ahí a tiempo para detener a sus hijos en medio de un intento fallido por prender la calefacción sin poner combustible primero.
. .
La nieve volando en todas direcciones en medio de las risas de sus hijos fue la última gota para decidir que entrenar a Darryl no iba a ser una tarea sencilla. Igual que ella en su infancia, no parecía tener problemas reales para mantener su don a raya y sólo usarlo de forma consciente ahora que sabía lo que podía hacer. Eso era un alivio, pero su hijo no era un muchacho tranquilo, sabía que podía decidir sin previo aviso que congelar el río cercano a la casa para jugar con sus amigos era una buena idea. Sin embargo, confiaba en que comprendería que no debía mostrar su don y que aún siendo incapaz de grandes demostraciones de poder no se vería tan tentado. Dejaría que evolucionara como ella, sin mayores restricciones, lo que quedaba del viaje sería tiempo para explorar sus capacidades y disfrutar de sus habilidades.
Iba a ser responsabilidad de ella el que todo se mantuviera en secreto y estaba dispuesta a entrenarse para eso. Si Darryl no era capaz de controlarse ella se encargaría de frenar cualquier evento anormal que ocurriera a la redonda, poseía el mismo poder y mucho más avanzado. Sólo quedaba el tema de cómo hacerlo sin que nadie más lo notara, iba a tener que encontrar la forma de evitar mover sus extremidades, aunque la verdad era que no debía necesitarlas, sus manos no necesitaban tocar el agua o el hielo, era sólo un movimiento inconsciente o forma de concentración que al parecer muchos mutantes poseían.
―Vayan a lavarse para comer ―llamó con cierta urgencia al notar a un hombre acercarse desde la ruta de la montaña―. Sin quejas ―agregó cuando los vio a punto de pedirle unos minutos extras.
Cuando los niños entraron a la cabaña enfocó su atención en la persona que se acercaba. Era un hombre alto con un pesado abrigo de piel que no conseguía esconder su físico musculoso, a pesar de esto su forma de andar no era pesada, sino más bien ágil incluso con la nieve que cedía bajo cada uno de sus pasos.
―¿Necesitas ayuda? ―preguntó Abby cuando el hombre se detuvo a unos metros de distancia con la mirada clavada en ella y una sonrisa perturbadora dibujada en los labios.
―No realmente ―respondió, sonriendo de forma amplia, mostrando un par de grandes colmillos―. Tú por otro lado… ―agregó, dejando caer sobre la nieve la botella vacía de alguna bebida alcohólica.
―La carretera está a unos kilómetros al este ―mencionó elevando una ceja. La estaba amenazando o al menos tratando de, el pobre no tenía idea con quién se estaba metiendo―. Si llegaste hasta aquí estoy segura que no tendrás problema para encontrarla.
―Tienes un par de niños ―señaló divertido al ver que ella no parecía asustada―. Deberías ser más cuidadosa con tu tono ―agregó moviendo sus dedos ligeramente para mostrar cómo sus uñas se volvían garras.
―Y tú deberías tener cuidado dónde estás parado ―rebatió, no podía creer que tenía un mutante al frente, aunque de todos los lugares imaginables se encontraba en uno de los que más le favorecían en una pelea.
La sonrisa en el rostro del hombre se amplificó y como si se tratara de un depredador se lanzó a toda velocidad contra la cabaña dando un salto imposible para un humano normal. No llegó muy lejos, el segundo de sorpresa pasó rápido y Abby lo envolvió en una gruesa capa de hielo, dejando sólo su cabeza libre para que pudiera respirar.
―Me has arruinado el día ―susurró, no muy segura de qué hacer con él.
El hombre le dirigió la mirada con desconcierto, pero no tuvo tiempo de quejarse o incluso de observarla demasiado. El bloque en el que fue aprisionado se elevó en el aire, obligándolo a apreciar la cima de las montañas cercanas.
Abby caminó hasta la cabaña y asomó la cabeza por la puerta.
―Lávense y pongan la mesa, en un rato regreso ―anunció y comenzó a caminar con dirección a la montaña, llevando al mutante frente a ella.
―No vas a poder matarme ―soltó con confianza el hombre.
―No estoy tratando de matarte ―replicó ella negando con la cabeza, parecía que la mayor parte de los mutantes que conocía tenían inclinación al dramatismo―. Sólo me voy a deshacer de ti ―informó.
Abby se detuvo unos momentos en la ladera de uno de los picos de la cadena montañosa y endureció una plataforma de hielo alrededor de sus pies, elevándola también para comenzar el rápido ascenso.
―Tengo la impresión que puedes sobrevivir perfectamente en las montañas.
Por un momento pensó en soltarlo a un par de picos hacía el oeste, pero no tenía idea de si sus poderes tenían un límite de distancia y no era el momento para hacer pruebas, no necesitaba que regresara en unas horas de la misma forma en la que apareció. Pero recordó que había una cueva profunda cerca de la cúspide en la ladera opuesta, el lugar perfecto para encerrarlo el tiempo suficiente para partir sin levantar sospecha en sus hijos.
No quería interactuar más con él por lo que se concentró en cubrir la cueva con una gruesa capa de hielo en caso hubiera una salida de la que no tuviera conocimiento. Hecho esto depositó al mutante, aún atrapado en el bloque de hielo y selló la entrada con una capa de nieve endurecida, dejando unos pequeños agujeros para no sofocarlo.
―Cuando me vaya abriré un espacio para que salgas ―habló, liberando al hombre dentro de la prisión de hielo.
―Voy a salir más rápido de lo que esperas ―amenazó él, lanzándose contra la pared, golpeando con sus garras para tallar una ruta de escape.
Abby retrocedió un poco con preocupación. No sabía si creerle o no, pero al menos parecía tener la intención de tratar de escapar y por lo que podía ver, poseía las herramientas adecuadas.
Mordió su labio inferior dudando sobre su siguiente acción. Decidió que lo último que necesitaba era verse enfrascada en una pelea en frente de sus hijos a pesar de que sentía mucha seguridad en sus habilidades, siempre había la posibilidad de que el hombre regresara cuando estuviera dormida y ahí toda ventaja desaparecería.
La pared de hielo se abalanzó sobre el mutante, rodeándolo nuevamente para contenerlo. La nieve cercana comenzó a solidificarse para cubrir la entrada descubierta, volviendo a generar una cubierta sólida, sólo que una mucho más gruesa que la anterior.
Abby se sintió culpable, quizás estaba exagerando y el hombre terminaría congelado o muerto en unas horas. Sin embargo, la culpabilidad se desvaneció rápido, al final la seguridad de sus hijos era prioridad y el que el mutante corriera contra la cabaña como primer instinto dejaba claro que pensaba hacerle algo a sus pequeños.
«Sólo unas horas, mañana temprano regresamos» pensó con cierta tristeza, iba a tener que reducir el viaje por dos días debido al mutante. Quizás podía encontrar otro lugar aunque no fuera tan apartado para poderle permitir unas horas más a su hijo para que disfrutara con rienda suelta su don.
Notas de autora: Me olvidé de mencionar en el capítulo anterior que volví a Coulson un año mayor (Nació el 8 de Julio de 1963 y no 1964 como en el canon del MCU) para que pudiera estar en las mismas clases que Darryl. Robert y Julie son los nombres canon de los papás de Coulson, sólo que Robert era profesor de historia de secundaria y no vivían en Maine, para el fic los mudé y lo mandé a enseñar a la universidad. El que estuvieran reparando un carro también es canon.
Darryl es mutante, Erik estaría tan orgulloso xD Y Abby tuvo la visita de un mutante, ¿quién fue el pobre mutante que pensó que era buena idea tratar de atacarla en medio de su entorno más favorecedor? ¿Alguien adivina por qué Lindsay no pudo matricular a su hijo en la escuela de Nueva York? ¿Qué habilidades no poseía?
Este retraso tiene algo de justificación, me mudé. Mejor departamento, mejor vista, más cerca al trabajo y con todo esto espero que me de más tiempo para escribir y para que la musa fluya. Con este capítulo supero oficialmente los 200k de palabras. Es bastante, pero he escrito mucho más para el fandom de Naruto. Y ahora sí, Days of Future Past para el siguiente y con esto Erik de vuelta, toca un salto de poco más de un año (Diciembre 1971 a Enero de 1973)
