Peace could be an option
Capítulo 52
Abby apagó el televisor y dejó que el silencio invadiera su sala. Luego del pequeño colapso nervioso que sufrió cuando Raven le disparó a Erik en televisión nacional, Hannah se quedó con ella hasta que se tranquilizó y logró convencerla que estaba bien o al menos era capaz de funcionar y atender a sus hijos. No podía creer que se permitiera quebrarse así sabiendo que Edie y Darryl la verían. Había logrado convencerlos que fueran a dormir sin tener que explicarles qué le pasó, prometiéndoles que lo haría al día siguiente.
Las noticias que siguieron al incidente sólo relataban como Magneto huyó de la escena y que su paradero era desconocido. El que Erik siguiera vivo la aliviaba, pero al mismo tiempo no podía dejar de pensar que pronto reaparecería trayendo más caos del que ya había ocasionado. No era sólo el caos en que casi sumió a la nación e incluso al mundo, su propia casa tendría que pagar las consecuencias en unas horas y no tenía idea qué iba a decirle a sus hijos. Siempre pensó que no iba a haber un momento perfecto para explicarles sobre su padre, pero estaba convencida que no encontraría uno peor.
«Al menos nadie lo menciona por su nombre» Trató de consolarse con ese pensamiento. Sólo habían menciones a su sobrenombre y fotografías tomadas en el incidente de la Casa Blanca o el de París, nada que revelara su rostro como para ser reconocido en la calle «O en una de mis fotografías». Dirigió la mirada a uno de los pocos cuadros en los que él estaba presente, meditando si quizás debía quitarlos o sería muy obvio.
El sonido de alguien llamando a la puerta hizo que se tensara, era demasiado tarde para tener visitas, aunque no sería de extrañar que su hermana hubiera mandado a Gale a ver cómo estaba. Se puso de pie y caminó despacio, acercándose para ver por la mirilla. Tuvo que frotar sus ojos un instante porque estaba convencida que debía de estar alucinando, la imagen un tanto distorsionada no era suficiente como para que no pudiera reconocerlo, Erik se encontraba esperando al otro lado.
Abrió la puerta de un tirón, lista para gritarle o golpearlo, pero al verlo de cuerpo entero y recordar que lo último que necesitaba era llamar la atención contuvo buena parte de sus impulsos.
―¿¡Qué haces disfrazado de Magneto!? ―espetó furiosa. Sin siquiera pensarlo lo tomó del brazo y jaló con todas sus fuerzas al interior de la casa para luego cerrar la puerta―. ¿Cómo se te ocurre aparecer así aquí? ―le recriminó conteniendo el tono de su voz.
Erik quiso replicar por un instante, dejar claro que no se "disfrazaba", que él era Magneto, pero no se vio capaz. Eran nueve largos años que habían estado separados, verla y escucharla aunque estuviera enojada era casi como estar soñando y por un instante incluso dudó que no lo estuviera. Quizás era obra de Charles y en realidad se encontraba dormido en algún lugar, sólo esperaba no despertar nunca si era así.
Fue el cuerpo de Abby sacándolo de balance lo que disolvió la idea de que no estuviera despierto.
Erik logró mantenerse de pie gracias a que su espalda chocó contra la pared más cercana. Se vio envuelto por los brazos de ella en cuestión de segundos, notó que temblaba ligeramente y cómo su agarre ganaba fuerza incluso sintiéndolo a través del traje que llevaba. Al menos no estaba llorando.
Dudó por un instante en rodearla con sus propios brazos, en atraerla aún más hacia su cuerpo y no soltarla. No era justo aparecer luego de casi una década y asumir que todo estaba bien, que podían retomar desde el punto en que se separaron, más sabiendo que sus acciones de las últimas horas tendrían consecuencias. Sin embargo no tenía la fuerza ni el deseo de luchar contra el impulso egoísta, el mismo que lo condujo con facilidad hasta la casa que Charles le indicó.
La abrazó con fuerza y enterró el rostro en el cabello de ella, respirando con fuerza el aroma familiar que podía reconocer incluso aunque estuviera opacado por un olor a cítrico. Cuando decidió dejarse capturar, fue también el momento en que aceptó que no volverían a estar juntos, pero el paso del tiempo, y Charles, le estaban ofreciendo la oportunidad de reconsiderar, sólo que no podría volver a ser una decisión unilateral.
―¿Cómo me encontraste? ―preguntó ella casi en un susurro temiendo lo peor.
―Charles ―respondió él de inmediato para tratar de calmarla, podía sentir cómo su cuerpo entero se había tensado―. No sabía dónde estabas, él me lo dijo.
―¿Y cómo él…? No he visto a Charles desde Cuba, sólo asumí por unos rumores que había abierto una escuela por un tiempo.
―¿Escuela? ―De eso Erik no tenía conocimiento alguno―. No lo sé, voy a asumir que usó a Cerebro en algún momento. ―Dudaba que su viejo amigo hubiera estado haciendo un seguimiento a Abby, de ser así le hubiera comentado algo en el camino a París. En Washington su don había regresado y estaba en el lugar adecuado para tratar de detener a Raven, debía de haberse visto obligado a amplificar sus poderes para localizarla―. Pensaba irme lejos y llevarme la atención de los militares conmigo, pero me dijo dónde estabas, que viniera, que confiara en él.
Abby se separó ligeramente del pecho de Erik cuando se percató de la sensación pegajosa en una de sus manos.
―La bala …―susurró ella y de inmediato se alarmó, recordando el momento exacto en que vio a Erik caer con una rodilla al suelo luego del impacto del proyectil―. ¿Cómo has venido con esto así desde Washington? ―preguntó horrorizada al posar la mirada sobre la herida en su cuello.
―No quise detenerme a asaltar una farmacia ―replicó tentando su suerte, sabía que podía tomárselo a mal, pero aún le costaba trabajo imaginar qué pasaba por la cabeza de Abby cuando le recriminaba por cosas como esa.
―Hiciste tiempo para ir a París hace unos días, perdón por pensar que encontrar unos minutos para tratar una herida de bala podía ser tan difícil ―soltó irritada, agrandando el espacio entre ellos.
―Abby…
―No. ―Lo detuvo cortante antes que pudiera tratar de excusarse―. Ven, no necesito que ensucies el piso de la entrada con sangre ―comentó, guiándolo hacia la cocina.
Erik la siguió sin decir palabra, con la atención completamente volcada sobre su esposa y la sensación de un metal muy familiar proviniendo desde su mano izquierda y su pecho. Aún llevaba las argollas de matrimonio con ella.
―Siéntate ―le indicó ella, señalando una de las sillas de una mesa acomodada contra la pared―. La bala atravesó tu cuello ―susurró con suavidad, revisando con cuidado la herida cuando él se sentó, tratando de quitar la sangre seca con una toalla limpia―. Por un momento pensé…
―Mystique no me odia tanto ―intervino, tratando de restarle importancia.
―No creo que tú la odies y pudiste haberla matado de no ser por Hank ―susurró Abby, sintiendo cómo la cólera regresaba junto con los recuerdos del evento televisado―. ¿En qué estabas pensando? ¿Cómo fue que acabaste en Francia? ―interrogó elevando un poco la voz.
―Charles me liberó para detener a Mystique ―respondió, mirándola a los ojos, captando la sorpresa ante la revelación―. Es más complejo que eso y te lo voy a explicar a detalle, pero no ahora. ―Era demasiada información para ese momento y mucho de lo que diría era sencillamente difícil de creer.
―Necesito limpiar mejor la herida, quítate el… ―Abby se mordió la lengua para no acabar la frase.
―¿Disfraz? ―Completó, dibujando una ligera sonrisa en sus labios.
―Tú lo dijiste, no yo.
Erik retiró primero los guantes negros, dejándolos sobre la mesa. Se puso de pie y con sumo cuidado de no tocar su herida soltó la capa que iba asegurada por una pieza de metal. Usando su don se deshizo del protector de pecho metálico que integró a su traje y que no logró impedir que saliera lastimado. No necesitó que Abby hablara, usando su poder manipuló el metal para volverlo un pequeño bloque donde en su interior se ocultaban los pedazos no metálicos de su atuendo.
―Voy a traer el botiquín, no vayas a moverte ―anunció ella al verlo casi como un hombre normal que vestía unos pantalones negros y una camiseta de manga larga color vino.
Erik asintió y la vio desaparecer por la puerta. De inmediato sintió la opresión de la soledad tomarlo por la fuerza, llevaba tantos años casi en total aislamiento que el sólo regresar a ese estado por unos minutos era desagradable.
Decidió enfocar su atención en sus alrededores, necesitaba estar tranquilo si quería tener oportunidad de arreglar su relación con Abby. Ya era todo un logro que le permitiera estar dentro de la casa, pero podía ver la tormenta de emociones en su esposa y lo peor no era que estuviera molesta. La sensación de traición que debía tener al ver que lo primero que hizo con su libertad no fue buscarla sino generar caos iba a ser el verdadero punto de quiebre.
Sintió unos pasos bastante más rápido de lo que esperaba, pero casi de inmediato se convenció que no se trataba de Abby; no sólo se sentían más ligeros, sino también más lentos y delicados. Optó por no tratar de ocultarse como su instinto casi le obligó, tenía una idea de quién podía tratarse pese a la hora y aunque no esperaba tener que encarar a su hijo esa misma noche, tampoco pensaba huir.
Pero grande fue su sorpresa al no ver a un niño aparecer en la cocina, sino a una niña.
La pequeña se encogió al verlo, era obvio que no esperaba ver a un hombre desconocido en la cocina de su casa en medio de la noche. Llevaba unas coloridas pantuflas de unicornio que casi no le quedaban a sus pies y donde enfocó su mirada antes de susurrar algo.
No se trataba de Darryl, pero en el corto instante en que Erik logró verle los ojos pudo distinguir que eran azul pálido, eso sumado a su cabello oscuro y sus facciones era más que suficientes para que su corazón se comprimiera por un instante. Habían pasado casi diez años, era tonto pensar que Abby se quedaría esperándole.
―¿Mi mamá? ―preguntó la niña, consiguiendo en su tercer intento elevar lo suficiente la voz para que sus palabras fueran entendidas.
―En un momento regresa ―respondió Erik de forma distante, sin decir más, sólo esperando.
―¿¡Qué haces fuera de la cama a esta hora!? ―No fue una pregunta real que necesitara respuesta. Cuando Abby regresó a la cocina y vio a su hija a unos pasos de Erik simplemente entró en una especie de modo automático que escogió la frase más natural para camuflar su nerviosismo.
―Tenía sed ―respondió y con la seguridad de estar cerca de su madre dirigió la mirada al extraño.
―Vuelve a tu cuarto ―pidió Abby luego de entregarle un vaso con agua para que se lo llevara―. Espero que no te reconozca ―susurró Abby con preocupación cuando la pequeña se alejó. No tenía idea cómo reaccionarían sus hijos ante la aparición de su padre, sólo sabía que necesitaba tener control de la situación.
―Tienes una casa grande ―dijo Erik sin volver a tomar asiento, dejando que su mente comenzara a dibujar la imagen de cómo fue que su esposa llegó a adquirirla o con qué ayuda lo hizo―. Debe haber costado mucho.
―¿Qué? No, Maine es barato y la casa lo fue más ―respondió, sintiéndose confundida―. ¿Ahora te importa cuánto pago de hipoteca? ―preguntó arqueando una ceja.
―¿Por qué sigues usando el anillo? ―cuestionó con aspereza, si lo reemplazó al menos debió de dejar la argolla de matrimonio.
―¿Me estás interrogando? ―replicó ella con molestia y algo de preocupación, podía ver como el cuello de Erik se tensaba a pesar de la herida―. Hay que cubrir eso, es demasiado obvio, Edie debe haberse dado cuenta y podría asociarte cuando vea las noticias.
―Edie. ―El nombre fluyó por los labios de Erik como si se tratara de un fantasma. No, Abby no tendría el mal gusto de usar ese nombre para una hija con otro hombre.
Abby abrió la boca, pero no se atrevió a explicar de inmediato la relación que tenía con la niña.
―No me volví a casar, ni he estado con nadie más si es eso lo que estás imaginando ―dijo con cierta incomodidad, él no sabía de la existencia de Edie, debió de haber pensado que estaba con otro―. ¿Crees que te hubiera dejado entrar sin advertirte si no fuera así?
―¿Qué edad tiene? ―Podía hacer los cálculos a simple vista, pero necesitaba una confirmación.
―Ocho, nació en Septiembre ―respondió, sentándose frente a él a espera que la imitara―. Me di cuenta unas semanas después de regresar a Great Falls ―explicó con cautela, notando la expresión vacía de Erik cuando se sentó―. Sé que no querías ese nombre. ―No supo como continuar con la idea, no quería decirle que lo hizo para darle algo de él ya que no sabría siquiera de su existencia, estaba molesta, pero no pensaba torturarlo.
Erik soltó una risa hosca que sólo consiguió que Abby frunciera las cejas con preocupación. Sabía que su esposo podía ser muchas cosas, pero se preocupaba por ella y su familia, pese a que sus acciones no siempre parecían demostrarlo en la realidad, la seguridad de ellos era una prioridad.
―Te dejé con un bebé en brazos y embarazada ―articuló cuando se detuvo.
―No tenías idea. ―Sin pedir permiso tomó una gasa con agua oxigenada y comenzó a limpiar el área de la herida viendo como a pesar de las burbujas blancas que se formaban Erik no parecía reaccionar al ardor―. Suena peor de lo que fue.
―Eso no me hace sentir mejor ―susurró.
―Bien. ―Abby no sabía si quería abrazarlo o golpearlo.
―Tenía que hacerlo ―dijo Erik, ignorando el dolor de la herida cuando ella aplicó una crema antes de cubrir todo con una gasa.
―No tenías que salir en televisión, ni tenías que lanzar el RFK sobre la Casa Blanca ―le increpó de inmediato.
―Voy a asumir que ese es el nombre del estadio ―interrumpió Erik, no quería comenzar a discutir con ella, pero iba a ser inevitable.
―No controlas el cemento, ¿tienes idea de todo el daño que causaste mientras lo movías por el cielo? ―le recriminó. Erik podía haber tenido control sobre la mayor parte de la estructura, pero un camino de destrucción quedó tendido a lo largo del curso que tomó hacía la Casa Blanca.
―Pensé que estarías más molesta porque traté de matar al presidente. ―Erik notó con sorpresa cómo ella se mordió el labio inferior, no estaba molesta por eso―. ¿Hubiera estado bien si no salía en televisión?
―No, claro que no ―respondió, pero no era completamente honesta.
―Mientes.
―No ―aseguró desviando la mirada―. No le tengo afecto a él ni a todo su gabinete, pero no, matarlos no hubiera estado bien.
―¿Te perdiste la parte en la que mostraron los Sentinelas? ―cuestionó con sequedad.
―No. Sé que esas cosas no las hicieron por tu aparición en París, deben de llevar años en desarrollo y estaban listas para ser usadas, pero aún así, sólo probaste su punto ―respondió deseando que la conversación no siguiera por ese rumbo.
―¿Por qué te aferras tanto…?
―Porque no está bien. No importa lo que quiera o sienta por alguien, no puedo decidir quién merece morir y menos actuar conforme a ello ―respondió sin darle oportunidad a terminar la pregunta. El día que nació Darryl también germinó una espina incómoda que no le permitía sentirse segura y temía que algún día creciera en algo similar a lo que Erik tenía―. Y este no es el momento para juzgar cómo pienso.
―¿Han dicho algo de mi paradero en las noticias? ―preguntó él tras unos instantes de quedar en silencio.
―No, nada. Sólo hablan de Magneto y jamás te reconocerían con la calidad de las imágenes que transmiten.
―Charles me pidió que confiara en él, así que asumo que algo debe haber hecho al respecto ―explicó Erik pensativo―. Saben cómo me veo y sin dudas tienen fotografías de mi rostro de cuando estuve recluido.
―Los niños me vieron gritándole al televisor ―confesó Abby con incomodidad―. Los convencí que se acostaran, pero en unas horas voy a tener mucho que contar.
―¿Qué les dijiste de mí? ―La verdad era que no tenía idea cómo ella manejó su desaparición, lo más cauto hubiera sido decir que murió, pero por lo nerviosa que se mostraba debía suponer que esa no fue la historia que decidió contar.
―Que estabas en Europa, tratando de arreglar asuntos familiares que dejaste luego de la guerra ―susurró cerrando los ojos para no ver la expresión disconforme que sin dudas se dibujaría en su rostro, su infancia era algo que sin dudas no quería que fuera tema de conversación―. Sé que no es ideal, debí haberles explicado una versión más sencilla de la verdad hace años, pero nunca encontré un momento adecuado.
―No importa ―dijo Erik tomándola por el mentón para recuperar su atención―. En realidad podría servir, a menos que quieras decirles toda la verdad.
―No lo sé, con lo de las últimas horas no creo que sea lo mejor, pero necesito darles algo ―explicó desviando la mirada, sintiéndose tonta por los años que estuvo anhelando su toque en silencio, hasta que un desagradable pensamiento logró abrirse paso a través de la tormenta de emociones―. Lindsay ―susurró con cautela―. Desde que me mudé vive tratando de averiguar la verdad sobre mi esposo perdido, debe creer que no existes o que nos divorciamos y no quiero decirlo, va a darse cuenta que hay algo sospechoso con tu aparición.
―No te adelantes tanto, nadie me vio llegar ―habló con voz calma. Volvería a desaparecer el tiempo que fuera necesario para que su regreso no fuera visto como algo sospechoso.
―Darryl va a hablar. ―Lo sabía, su hijo no perdería un segundo para contarle a sus amigos y de ahí llegaría a oídos adultos en cuestión de minutos.
―En unas horas va a amanecer, es mejor que descanses un poco ―opinó él, no iba a servir de mucho tratar de inventar una historia. Sus hijos merecían la verdad, pero no iba a decirlo en voz alta, sentía que no era su lugar opinar tan abiertamente luego de los años de ausencia.
―Por cierto, Hannah te odia ―advirtió con una sonrisa triste al ponerse de pie―. En caso aparezca de la nada. ―Daba por hecho que la visitaría.
―Puedo vivir con eso ―aseguró, no esperaba algo distinto a decir verdad.
―Ven, no puedes quedarte aquí si quieres que yo duerma, podrían despertar y verte. ―Abby le tendió una mano para guiarlo fuera de la cocina con dirección a la escalera que daba a la planta alta.
Erik se dejó guiar por la oscuridad en que se sumió la casa cuando ella apagó las luces. Subieron las escaleras en silencio y ella se detuvo un momento, indicándole que la primera puerta a la mano derecha se trataba del baño. Cuando él no hizo ademán de necesitarlo simplemente dieron unos pasos más y se adentraron a una habitación.
Abby soltó la mano de Erik y cerró la puerta detrás de ellos, cuidando no hacer ruido y colocando el seguro. No era algo que soliera hacer, le gustaba que sus hijos pudieran llegar a ella si lo necesitaban, pero esa noche iba a ser diferente, no podía arriesgarse a que entraran sin previo aviso.
―¿Estás segura? ―preguntó con verdadera sorpresa ante la invitación, no se trataba de un espacio para invitados, era el cuarto de ella de eso estaba seguro a pesar de la oscuridad.
―No tengo cuarto de visitas y aún eres… ―susurró, negando con la cabeza, confundida. Erik era su esposo, pero llevaban nueve años separados y había mucho que debían discutir si querían que su matrimonio funcionara―. Sólo vamos a dormir.
Ella volvió a guiarlo hasta que llegaron a la cama. Escuchó el sonido del colchón bajo la presión del cuerpo de Erik y de los zapatos de él tocar el suelo cuando fueron descartados. Caminó hasta llegar al otro lado de la cama y se sentó, removiendo con los pies la colcha y sintiendo cómo su esposo se acomodaba debajo sin emitir sonido.
Abby se recostó boca arriba y de inmediato sintió que Erik estaba observándola o al menos tenía la mirada clavada en la dirección en que ella se encontraba. Cerró los ojos y soltó un suspiro, luego giró y se acurrucó junto a él, sintiendo una ola de alivio cuando el brazo de Erik la rodeó.
―Debiste quitarte la camisa… ―susurró, enterrando el rostro en el pecho de él para ahogar el llanto que amenazaba con escapar―. Vas a ensuciar las sábanas. ―Deseó con todas sus fuerzas que no llegara la mañana, quería quedarse como estaba y no tener que enfrentar a sus hijos o la realidad de su relación y las consecuencias de los actos de Erik.
Notas de autora: Me tomé mi tiempo con esto, ha sido difícil escribir a Abby. Emocionalmente hay demasiadas cosas sucediendo a la vez en su cabeza y muchas son opuestas. Pero tiene a sus hijos en casa, no puede dejar que todo fluya sin control. Expresar lo que siente, sin poder mostrarlo en todo su esplendor, ni tampoco repetir treinta veces como narrador la emoción del momento en vez de mostrarla con alguna acción ha sido complicado.
