Peace could be an option

Capítulo 53


Erik no logró conciliar el sueño por más de unos minutos en lo que restó de la noche y aunque su mente se encontraba en alerta tras los eventos de Washington no creía que eso fuera la razón de su insomnio. Su cuerpo peleaba para mantener los ojos abiertos y observar la silueta de su esposa descansando a su lado, o al menos tratando de descansar, sabía que ella se encontraba igual de intranquila que él. Era tonto pensar que por perderla de vista desaparecería, sin embargo le costaba obligarse a aceptar esa realidad.

―Darryl se entusiasma con facilidad ―habló Abby al momento en que estiró su brazo para tomar el despertador y apagarlo una hora antes que la alarma sonara―. Edie es bastante reservada ―continuó, sentándose en la cama y girándose, dejando ver su rostro cansado―, pero aunque no hable mucho va a darse cuenta que algo no está bien.

―Pensé que ya sospechaban desde ayer.

―No me lo recuerdes ―susurró ella, cubriéndose el rostro con las manos al recordar lo mal que manejó las apariciones televisivas de su esposo.

―Podríamos decirles toda la verdad, pero es decisión tuya.

―Quiero que sigan yendo al colegio ―respondió negando ligeramente. Iban a tener que encontrar un término medio en donde los niños pudieran seguir participando en la sociedad sin temor a que se les escape algo y a la vez sin recibir sólo mentiras.

―No tiene que ser una sola conversación ―dijo, tratando de tranquilizarla.

―Supongo que no ―aceptó ella. Eran sus hijos no el dictado de una clase en donde debía de concentrar la mayor cantidad de información útil en el menor tiempo posible―. Voy a preparar el desayuno, con suerte se distraen con algo de comida ―anunció poniéndose de pie para detenerse a mitad de camino a la puerta―. ¿Y si llamamos a Charles? ―preguntó girando de improvisto.

―¿Para qué…? ―cuestionó, pero se detuvo a la mitad comprendiendo―. Llámalo si con eso te vas a sentir más tranquila ―comentó sentándose en la cama―. Pese a todo lo que ha ocurrido entre Charles y yo, confío en lo que me dijo, no necesito que me lo repita ―agregó, aunque en el fondo no le incomodaría saber más de detalles sobre qué planeaba hacer para que el ejército no acabara apareciendo de un día al otro sin previo aviso.

―Ni recuerdo el número de su casa ―susurró ella un tanto incómoda ante la idea de llamarlo luego de más de una década en que no lo hizo sabiendo que había quedado paralítico―. ¿Vienes? ―preguntó al verlo ponerse de pie.

―Yo te alcanzo ―respondió, abriendo la puerta de la habitación para dirigirse al baño, no sin notar lo tensa que se puso Abby ante la posibilidad de que se cruzara con sus hijos sin estar ella presente.

. .

Erik se dio una ducha rápida para deshacerse de la sangre seca de su cuello y verse medianamente presentable, la idea que sus hijos lo creyeran un vagabundo desarreglado no le hacía la menor gracia. No podía hacer mucho en lo referente a la ropa y si Abby no le había ofrecido un cambio de prendas era porque sencillamente no debía de tener nada para darle.

Apoyó las manos a los lados de uno de los lavabos y se quedó observando con intensidad la tranquila calle por la ventana, casi como si esperara que algo despertara sus alertas. Caminó hasta un espejo de cuerpo completo y miró su reflejo, podía tratar de arreglarse el cabello, pero sin un peluquero no había forma de regresar al estilo pulcro y elegante que portaba cuando conoció a Abby. Sin embargo optó por no hacer experimentos, su apariencia no desencajaba tanto con la época, algo que había notado en los pocos días desde que salió del Pentágono era que las personas parecían no prestar tanta atención a esos detalles como en la década anterior.

Cuando llegó a la primera planta pudo distinguir el olor a comida, pero dejando de lado el sonido de algún plato no escuchó voces, sus hijos aún debían de seguir durmiendo. Avanzó con dirección a la cocina, pero se detuvo a medio camino cuando un aparatoso piano de cola marrón logró llamar su atención. Enarcó una ceja con curiosidad, el instrumento musical ocupaba buena parte del espacio que se encontraba junto a los muebles de la sala en lo que supuso debería de estar el inexistente comedor.

―¿De dónde sacaste un piano? ―preguntó al ingresar a la cocina y ver a Abby exprimiendo unas naranjas.

―¿El piano? El tío Maxwell ya tenía uno en casa y un pariente de su esposa les heredó este ―respondió ella, cuidando que los huevos revueltos no se quemaran en la sartén―. Se enteró que Edie llevó unas clases y le gustaba bastante, pero que dejó de asistir porque detestaba tener que ir al lugar.

Erik iba a preguntar la razón por la que su hija dejó sus clases, pero el sonido de pasos apresurados bajando por las escaleras lo detuvo. Sintió cómo su cuerpo se tensó ante el inevitable encuentro, estaba preparado para hablar, pero por la velocidad en que sentía se acercaba temió que eso pasaría a un segundo plano.

―¡Mamá! ―gritó Darryl al entrar a la cocina, casi perdiendo el balance al detenerse en seco por culpa de andar corriendo con medias. El niño no parecía haber esperado a alguien más en la cocina y miraba con suma curiosidad a Erik―. Hola ―saludó sonriendo para luego retroceder un paso y asomar la cabeza en dirección a la sala, por donde había venido―. Creo que todavía está aquí ―habló sin medir su voz.

―Darryl, siéntate ―ordenó Abby señalando la mesa contra la pared de la cocina―. Edie, tú también ―agregó, elevando un poco más la voz, sabía que su hija estaba en la sala gracias a Darryl.

Los pequeños pasaron en frente de Erik y se sentaron uno junto al otro dejando las dos cabeceras vacías.

―Hoy hay panqueques con miel, huevos revueltos, tocino y tostadas ―anunció colocando los platos con comida en la mesa para que se sirvieran lo que quisieran.

―Yo quiero mis Magic Puffs ―replicó Darryl dirigiendo la mirada a su madre.

―¿Quieres cereal en lugar de un rico desayuno recién preparado?

―Es que ya está por acabarse la caja y cuando compres otra voy a tener un nuevo truco de magia ―explico con holgura haciendo referencia a la trampa de marketing con la que la empresa conseguía vender su producto.

Magic Puffs ―repitió Abby dejando caer los brazos derrotada, no pensaba discutir. Se acercó con el plato de cereal y la leche cuando vio como Erik tomó asiento en la cabecera de la mesa que daba al lado de Edie.

―¿Mamá? ―La voz baja de la niña obligó a que Abby se sentara frente a Erik, al lado de Darryl.

Erik podía ver la tormenta interna casi como un reflector de cine en los ojos de Abby. Quería hablar, pero no encontraba las palabras para hacerlo y no la culpaba, él mismo no estaba muy seguro de cómo presentarse, menos si la idea era no ocasionar revuelo. Fue ahí que notó que al menos su hija no le quitaba la mirada de encima y se le veía ansiosa; con los hombros tensos y los pies en un vaivén permanente muy notorio gracias a sus pantuflas de unicornio.

―¿Saben quién soy? ―preguntó, ganándose una mirada de incredulidad por parte de Abby.

Darryl levantó la vista y sacudió la cabeza de lado a lado ya que tenía la boca llena con su cereal, pero Edie asintió de forma casi imperceptible para terror de su madre que esperaba que dijera que lo reconocía de la televisión a pesar de la mala calidad de las imágenes.

―En las fotos ―agregó Edie en voz muy baja.

―¿Cuáles? ―preguntó Darryl, estirando el brazo para jalar el plato con los panqueques.

―En la escalera.

En ese momento Darryl dio un brinco para ponerse de pie, casi botando al suelo su silla, y se acercó a Erik de forma tan brusca que provocó que el hombre se inclinara hacia atrás por instinto. De todas las fotos que decoraban la escalera sólo había un par que los dos tenían siempre presentes.

Abby pudo ver con algo de horror cómo su hijo se lanzaba a abrazar a su padre, que para ese momento no era otra cosa que un completo desconocido. No supo si alegrarse de la inocencia del acto o preocuparse por lo confianza y espontaneidad. También sintió como si estuviera a punto de avanzar sobre un lago congelado donde el hielo estaba a punto de quebrarse, podía ver en la expresión de Erik que no estaba cómodo en lo más mínimo y aunque sabía que no iba a lanzar a Darryl contra una pared, temía por lo que pudiera salir de su boca.

―¡Voy a decirle a Phil! ―exclamó Darryl al separarse, ignorando por completo que su efusividad no fue reflejada en las acciones de su padre que más bien sólo fue capaz de tomarlo por los hombros cuando logró reaccionar.

―¡No! ―intervino Abby casi lanzándose contra la entrada de la cocina, lista para detenerlo si trataba de salir corriendo―. Luego vas a poder contarle, ahora vamos a desayunar y hablar ―pidió y se volvió a sentar cuando Darryl retomó su asiento―. Sé que tienen muchas preguntas…

―¿Vas a quedarte? ¿Tienes fotos de Alemania? ¿Llegaste anoche? ¿No vamos a mudarnos, no? ―preguntó Darryl en una seguidilla sin tregua, con una gran sonrisa dibujada en el rostro.

―¿Fotos? ―repitió Erik confundido, ¿qué historia les había contado Abby?

―Para que vean que no miento ―explicó el niño a una velocidad más normal y desviando la mirada por primera vez.

―Creo que con Erik en persona basta ―intervino Abby, sabía que a Darryl ya comenzaba a fastidiarle de forma más notoria la ausencia de su padre, no sólo la historia de que estaba viajando por Europa era poco convincente para él, sino también para los otros niños con los que se juntaba.

―¿Vas a quedarte? ―pregunto Edie, repitiendo la primera interrogante de su hermano.

―Es mi intención ―respondió él, fijando la mirada en la pequeña que sin dudas no se veía la mitad de convencida que su hermano mayor.

―¡Te perdiste los robots! ―exclamó Darryl emocionado―. ¡Ayer salieron en la televisión!

―Los vi ―replicó Erik conteniendo el deseo de preguntarle cómo podía estar tan emocionado ante la aparición de esas monstruosidades, pero comprendiendo que su hijo sólo los veía como juguetes. Era un niño criado en una nación que si bien estaba en guerra, no tenía combates dentro de su propio territorio.

―¿Puedo enseñarle? ―preguntó Darryl dirigiendo la mirada a su mamá casi incapaz de contener la emoción.

Abby sólo asintió, no era algo que esperaba entrara en la conversación tan pronto, pero no le preocupaba, al menos no de la manera convencional. Dejó escapar un suspiro y elevó la mano para atraer el agua que reposaba en un cuenco sucio dentro del lavadero antes de verse en la necesidad de llamar a Gale para que reparara una de las tuberías.

―¡No es justo! ―exclamo el pequeño torciendo el labio ante la pequeña cantidad de agua que flotaba frente a él, destruyendo la fugaz idea que cruzó por su mente de envolverse por completo en una esfera de agua.

A pesar de la queja, Darryl tomó control del líquido y comenzó a darle diversas formas, desde una sencilla pelota, pasando por un árbol, hasta llegar a un avión de hélices que aterrizó en frente de Erik como acto final.

―El mismo poder de tu madre ―dijo él en una mezcla de fascinación y sorpresa.

―¡Sí! Pero no me deja usarlo mucho, excepto cuando vamos de viaje por su trabajo ―respondió apoyándose sobre la mesa con las manos, casi como si se fuera a subir.

La mirada de Erik se desvió hacia Edie y de inmediato notó que ya no sólo se veía reservada, sino incómoda o incluso triste. Por lo poco que sabía de ella no esperaba que se lanzara a mostrar su don si es que poseía uno, pero el sutil cambio de actitud combinada con su corta edad le bastó para interpretar que, al menos por el momento, su hija no poseía ninguna habilidad especial.

―Yo no desarrollé mi don hasta los doce ―habló Erik, comprendiendo que la pequeña debía sentirse excluida.

―¿Podemos ir a Canadá? ¡Así puedo mostrarte lo que puedo hacer! ―pidió Darryl emocionado.

―Acabo de llegar, creo que es un poco pronto para hacer otro viaje.

―¿Y tus maletas? ―cuestionó Edie recibiendo una ligera sonrisa por parte de Erik, pero ninguna respuesta. Estaba de alguna manera complacido que la niña se mantuviera suspicaz, porque la situación realmente lo ameritaba.

―El aeropuerto las perdió ―intervino Abby, la mentira se escapó de sus labios sin querer, era casi como un mecanismo de defensa que acababa de activar contra su hija por una simple pregunta.

―¡Abby!

Erik reconoció la voz al instante a pesar de los años que habían pasado, se trataba de la mayor de sus cuñadas: Hannah. Ya estaba advertido que no tendría una cálida bienvenida por parte de la mujer, pero había esperado no tener que verla ese día o al menos no tan pronto.

―Yo me encargo ―dijo Abby al pasar junto a él para tratar de interceptarla, iban a verse, pero prefería que no fuera algo sin previo aviso.

Un ladrido y el sonido de uñas golpeando contra el parquet fue lo que siguió. Abby se hizo a un lado, dejando pasar a la pastor alemán de su hermana que corría a toda velocidad para darle el encuentro a sus hijos.

―¡Princess! ―exclamó Darryl poniéndose de pie, seguido de su hermana que dibujó una amplia sonrisa en el rostro ante la llegada de a mascota.

Sin embargo el estruendo de una silla chocando contra el suelo contuvo el avance de los niños y obligó a que Abby regresara su atención a la cocina. Erik se había puesto de pie de forma brusca y estaba sujetando a Princess por el collar casi levantándola por completo del suelo.

―¡Erik! ¡Suéltala! ―gritó Abby horrorizada.

Erik dudó por unos instantes hasta que vio la expresión de total confusión en la cara de sus hijos y soltó el agarre del collar, permitiéndole al can volver al suelo y retomar casi de inmediato su recorrido inicial. Los alegres lengüetazos y saltos lograron disipar la tensión sobre los niños, pero no fueron capaces de contener la tormenta que llegó con Hannah.

―¿¡Qué hace él aquí!? ―chilló con los ojos casi desorbitados y los nudillos de sus manos rojos por la presión de sus puños cerrados.

―No levantes la voz ―pidió Abby, poniéndose en el medio para evitar que su hermana acabara lanzándose sobre su esposo―. Llegó en la madrugada ―explicó tomándola por los hombros―. Vamos a la sala para que los niños jueguen en paz con Princess.

―Voy a llamar a Gale ―soltó Hannah casi en un susurro, adelantándose.

―Pueden darle algo de tocino a Princess ―dijo Abby dirigiéndose a sus hijos, forzándose a sonreír.

―Realmente me odia ―murmuró Erik colocándose al costado de su esposa con una ligera media sonrisa―. ¿Le dijiste de mis poderes?

―Claro que sí, toda mi familia sabe. ¿Cómo esperabas que les explicara qué pasó sin decirles? ―replicó incómoda―. No vayas a decir nada, ya bastante enojada está con sólo verte, no creo que quiera oír tu voz.

―Estoy seguro que puedo defenderme ―bromeó y sólo se ganó una mirada cortante como respuesta cuando salieron de la cocina―. O puedes hacerlo tú.

―No necesito una pelea en casa, menos con la vecina chismosa que tengo ―agregó Abby dejando escapar un suspiro. Quería que la llegada de Erik se mantuviera como secreto familiar al menos mientras se preparaba para las miles de preguntas que sin dudas recibiría por parte de todos sus conocidos―. Hannah ―llamó al verla colgar el teléfono de golpe.

―Pensé que Abby te importaba algo. ¿Cómo se te ocurre venir? Esas maquinas infernales van a volar hasta aquí y no eres el único mutante en la casa ―soltó Hannah tratando de no elevar la voz mientras en su cerebro maquinaba un plan en donde Erik tendría que aceptar ser golpeado por Gale y cuando se lo llevaran decir que simplemente encontró la casa al azar y decidió descansar ahí.

―No van a venir ―replicó Erik con bastante seguridad en su voz, aunque si le pedía detalles sobre cómo sería posible era incapaz de darlos.

―¿Tampoco la policía? ―cuestionó indignada al ver que él se atrevía a responder―. Aún no ponen tu foto en la televisión, ¿pero cuánto crees que se van a demorar?

―No lo van a hacer ―aseguró él nuevamente fastidiado de tener que repetirse.

―¿Le crees? ―indagó Hannah dirigiendo la mirada en dirección a su hermana mayor, no recibió respuesta directamente, pero el movimiento que hizo con los hombros se inclinaba más hacia una afirmación―. No puedo creerlo. ¡Abby! ¿Cómo puedes?

―Confío en que Charles no le hubiera dicho dónde estaba sin estar seguro que no iba a seguirlo el ejército ―respondió Abby, tratando que las dudas no lograran colarse en su voz y esperando que Hannah recordara quién era Charles.

―Bueno, nadie va a venir, perfecto, pero eso no cambia nada. No se está desangrando por lo que veo, dale un emparedado y que siga su camino ―soltó elevando la voz, provocando que Abby le saltara encima para cubrirle la boca.

―Gale ―llamó Erik cuando de soslayo se percató que el hombre llevaba algunos segundos de pie en la entrada en completo silencio.

―Erik… ―Devolvió el saludo cuando consiguió que su garganta soltara los sonidos, dando unos pasos dentro de la casa para acercarse―. Tanto tiempo sin verte ―agregó nervioso y algo asustado al ver que su mujer parecía estar más que dispuesta a tener una confrontación con el mutante que ni un día atrás había elevado un estadio por los cielos.

―Hannah, nadie va a ir a ningún lado ―aclaró Abby, respondiendo a las palabras de su hermana previo a la llegada de su marido.

―¿Cómo vas a explicarle a los vecinos? Sabes que la gente es chismosa ―cuestionó Hannah llevándose los dedos a la base de la nariz y cerrando los ojos―. No es como si hubiera un aeropuerto internacional a dos pasos y aunque lo hubiera, ¿quién lo trajo? Nuestro pueblo es muy chico, si mientes se va a saber.

―Pude haber llegado desde Boston, no está tan lejos ―intervino Erik, más cómodo con la ruta de la conversación.

―¿Y cómo llegaste a Old Town? La gente se da cuenta de quién entra y sale, más si tu idea es que llegaste en taxi ya que no veo que hayas traído auto ―replicó Hannah de mala gana.

―Si nadie le ha visto podría irse y regresar desde Boston como si acabara de llegar desde Europa ―sugirió Gale dejando la sala en completo silencio―. Puedo sacarlo en el camión, nadie lo notaría ―agregó, ganándose una mirada asesina de parte de su esposa.

―Podrías ir a recogerme ―opinó Erik dirigiéndose a Abby―. No trates de esconderte, actúa como si te hubiera avisado por teléfono que iba a llegar.

―¿No quieres que lleve a Darryl y Edie también? ―cuestionó ella con sarcasmo.

―Mejor aún ―asintió Erik, ignorando la mirada de indignación de Hannah.

―¡Yo quiero ir a Boston! ―exclamó Darryl con entusiasmo, asomando la cabeza desde la puerta de la cocina.

Abby cerró los ojos tratando de aislarse por completo, sabía que las cosas no iban a ser perfectas, pero había esperado tener más tiempo antes que su hermana entrara en la ecuación. No sólo la presentación de Erik quedó a medias, sino que además sus hijos debían de haber escuchado buena parte de la conversación. Ir hasta Boston podía asentar una buena base para lo que dijeran públicamente, pero eran al menos cuatro horas de viaje en los que tendría que dar explicaciones sola.


Notas de autora: El primero de Mayo se cumplieron 5 años del fic, no conseguí actualizar en la fecha, pero al menos regresé. Es extraño lo mucho que llevo escribiendo Peace y me desespera que esta parte la había imaginado terminada para el estreno de la tercera película.

La familia está "junta" o al menos en dirección a estarlo oficialmente, pero aunque Erik quiera estar con ellos, hay muchas cosas que arrastra y Charles sólo puede hacer de barrera para frenar algunas. Pero tras la tormenta viene la paz e igual que antes disfrutaran de una temporada tranquila o al menos un intento de periodo tranquilo, que antes de llegar a Apocalipsis tengo bastante planeado, incluyendo alguien del pasado de Erik y un villano de los X-Men que no logró hacer su aparición en las películas de forma oficial.

Como nota aparte, Erik no odia a los perros, pero tiene malos recuerdos con ellos y más específico con los Pastores Alemanes.