Peace could be an option

Capítulo 56


Erik vio con curiosidad cómo Abby se retiraba al baño tras colocarse una bata con suma rapidez. Sabía que con dos niños en casa debía de tener una mañana atareada, pero si no fuera por la corta charla que tuvieron al despertar estaría convencido que estaba huyendo de su lado. Desvió la mirada con dirección al ropero, ella le había comentado en qué parte había espacio para que colgara su ropa y en esos momentos era una de las pocas cosas que podía hacer. Andar desnudo por la habitación no era una opción, tenía la sospecha que su hijo podía irrumpir sin aviso en cualquier momento, así que tras colocarse unos pantalones inició la labor de instalarse.

Se encontró con una prenda conocida al momento en que comenzó a colgar lo que compró en Boston. Dejó escapar una media sonrisa al ver su vieja casaca de cuero marrón, sabía que Abby se la llevó y que en su momento le gustaba mucho, pero no esperaba que hubiera sobrevivido casi diez años. Luego de asegurarse que su ropa quedara bien estirada para evitar arrugas, optó por separar unos pantalones grises junto a una camisa azul para usar ese día. No tenía idea si iban a quedarse en casa, saldrían o tendrían que encarar vecinos chismosos y no se le antojaba dar una impresión desalineada.

―¿Te alcanzó el espacio? ―preguntó Abby cuando regresó a la habitación con el cabello envuelto en una toalla y aún vistiendo la bata―. El ropero es bastante grande, pero tengo todo revuelto, estoy segura de que puedo reacomodar mis cosas.

―No hay necesidad ―respondió, él no solía tener muchas posesiones, pero si su nuevo estilo de vida lo obligaba a requerir más espacio se lo haría saber―. Aunque creo que estás acumulando ropa vieja ―comentó, señalando la casaca colgada en el ropero.

―Es mía ahora ―soltó de forma posesiva, tratando que no notara el sonrojo en su rostro―. Si quieres otra puedes ir a la tienda ―agregó, agradecida que hubiera estado guardada y no sobre su cama, como a veces la dejaba.

―Espero que al menos quieras devolverme mi anillo ―comentó, acercándose a ella a la vez que elevó su mano derecha con delicadeza, provocando que la argolla que fue suya flotara entre los dos, sujetada por una fina cadena de oro―. Puedo conseguir algo para que lo sustituyas.

―No empieces ―advirtió Abby, abriendo la cadena para que el anillo se colocara en el dedo de su dueño―. Ve a bañarte antes que los niños se despierten y tengas que esperar a que acaben ―sugirió ella dándolo un pequeño empujón en el hombro, esperando que abandonara el cuarto para terminar de alistarse.

―Estás actuando extraño, no sabría decir si estás nerviosa… ―dijo Erik, observándola con detenimiento.

―Claro que estoy nerviosa, estamos asumiendo que nadie va a sospechar que hay algo raro con tu llegada.

―No, no es eso ―susurró sin quitarle los ojos de encima―. Y no digas que te preocupa que Darryl o Edie hayan escuchado algo anoche, de eso tuvimos cuidado.

―¿Quieres ir a bañarte? ―insistió ella, negando con la cabeza.

―Creo que puedo esperar hasta el final ―opinó, sentándose en la cama, mirándola con intensidad.

―Erik, no tengo idea qué está pasando por tu cabeza ―comentó, dispuesta a ignorarlo.

―¿Vas a cambiarte?

―Cuando termine de arreglarme el cabello ―respondió, sentándose frente al tocador para comenzar a peinarse―. ¿Vas a quedarte ahí mirándome?

―Me gusta mirarte ―dijo y agudizó la mirada―, y anoche me robaste la oportunidad.

―¿Estás evitando bañarte porque apagué la lámpara?

―Más bien porque creo que no quieres que te vea ―explicó tras meditarlo un momento―. Lo cual es ridículo, no has cambiado casi nada en estos años.

―Ya suenas como mi hermana quejándose que me veo menor que ella.

―Lo haces ―declaró convencido tras visualizar a Hannah en su mente―. La verdad ni tú ni yo hemos cambiado mucho a comparación y debo confesar que siento lo mismo respecto a Charles y Hank.

―Bueno, misterio resuelto; los mutantes no se arrugan tan rápido ―dijo Abby terminando de peinarse―. ¿Ahora puedes ir a bañarte?

―No, mi problema no es si te vez mayor o no, sino que no quieres que te vea. ―Erik pudo distinguir cómo la mirada de ella se desviaba en el reflejo del espejo del tocador y comenzó a sentir sus músculos tensarse ante una oleada de posibilidades nada agradables que su mente comenzó a sugerirle―. ¿Alguien te hizo algo?

―¿Qué? ¡Dios, no! ―exclamó de inmediato un tanto alarmada, poniéndose de pie para poder girar y mirarlo de frente―. Cada vez que hay algo que sientes no está bien no puedes irte a la peor alternativa.

―¿Entonces?

―Es algo tonto, no vale la pena ni mencionarlo y la verdad hasta lo debes de haber visto en Michigan.

Erik frunció las cejas, no comprendía a qué podía estar refiriéndose Abby.

―Están más marcadas ahora, luego de Edie ―explicó soltando un suspiro para luego abrir la bata y delinear con sus dedos las marcadas estrías que decoraban su vientre y parte de su cadera―. Con ropa no pareciera que hubiera estado embarazada dos veces, pero así… Son incluso más marcadas que las de mi hermana y ella tuvo a las gemelas.

―Estoy seguro de que toda mujer con hijos las tiene…

―No es el punto ―intervino cortante―. Ni mi mamá o mi hermana tuvieron la decencia de advertirme que en la familia se suelen marcar bastante.

―¿Te disgustan? ―preguntó rozando las marcas con las yemas de sus dedos.

―No creo que a nadie le guste tener cicatrices en la piel.

―No son marcas de algo malo ―recalcó, controlando el impulso de mencionar que incluso no lo consideraba algo tan llamativo y menos desagradable como ella parecía percibirlo.

―Eso lo sé. Te dije que era tonto ―susurró y luego le dio un beso en los labios―. Voy a terminar de cambiarme o voy a llegar…

La expresión suave que llevaba en el rostro cambió a una de horror en un solo segundo, dejando la frase en el aire. Sin decir palabra cerró la bata a toda velocidad y corrió hasta la mesa de noche donde descansaba un teléfono.

Erik vio a Abby marcar con rapidez un número, el tamborileo de sus dedos dejaba claro que estaba nerviosa. Cuando comenzó a hablar, se percató que se trataba de su trabajo y que había estado faltando esos días sin siquiera haber avisado a nadie. Las circunstancias que se dieron por los eventos en Washington parecía que estaban suavizando cualquier problema que pudiera haber tenido. Sin embargo, la vio morderse el labio inferior como si estuviera teniendo una disputa mental con ella misma.

―Voy a necesitar el resto de la semana también ―soltó Abby negando con la cabeza y apretando los ojos con fuerza―. Mi esposo regresó en medio de todo esto.

Abby se vio obligada a asegurar que iba a llevar a Erik a la universidad para presentarlo en cuanto pudiera y que nada de su trabajo se retrasaría por los días que se estaba tomando.

―Parece que no sólo nuestros hijos están dejando de lado sus obligaciones ―comentó Erik con gracia cuando ella colgó.

―Ríete mientras puedas, dudo mucho que vayas a disfrutar la vida en los suburbios ―advirtió torciendo el labio―. Tú vas a ser el que me ruegue para ir a Nunavut antes de fin de mes.

. .

Cuando Erik terminó de alistarse y salió del baño, casi fue embestido por su hijo que pasó corriendo a su costado. El pequeño cerró la puerta con fuerza detrás de él ganándole el acceso a su hermana menor que se quedó de pie en el umbral de su habitación, visiblemente enojada.

―Buenos días ―saludó a su hija, consiguiendo que ésta se sobresaltara.

―Buenos días ―respondió el saludo Edie, sólo para cerrar lentamente la puerta de su habitación.

Erik chasqueó la lengua cuando se quedó solo, esa niña iba a requerir bastante trabajo antes que pudiera sentirse cómoda cerca de él. No pensaba forzar demasiado la situación, su llegada sin previo aviso podía ser considerada como una irrupción en su vida y aunque no pensaba irse, tampoco tenía ilusiones de poder compensar los años perdidos en un par de semanas.

Al bajar las escaleras pudo reconocer un par de fotografías decorando la pared. Supuso que Abby deseaba tenerlas a la vista, pero a la vez no en un lugar donde cualquier par de ojos curiosos pudieran apreciarlas continuamente. Sin embargo, la disposición que tenía para aceptar el estilo de vida que Abby le dictase, se vio truncada por el piano ocupando el espacio de lo que debía ser el comedor. No tenía idea qué la llevó a decidir que el instrumento merecía tener prioridad sobre una mesa, pero en su cabeza no cabía razón para deshacerse de un espacio tan importante y que incluso él podía recordar haber tenido buenos momentos con sus padres.

Recordaba de forma borrosa el departamento de su infancia en Nuremberg y las conversaciones animadas que se daban en la mesa en compañía de los platillos de su madre. Su tío Erich, el familiar que inspiró su nombre, vivía con ellos y siempre lograba animar a Ruth con su modo despreocupado y alegre de encarar el mundo. Esos tiempos duraron poco, pero la tradición de reunirse para comer siguió, incluso en los fríos inviernos en Varsovia cuando la comida escaseaba y la salud de su hermana mayor llegó a su peor momento.

Sabía cuál fue el destino de ella y sus padres, pero nunca fue capaz de localizar alguna pista que cerrara la historia de su tío. Luego de que Ruth falleciera, Erich logró que escaparan del gueto de Varsovia, pero se quedó atrás, quizás llegando a sobrevivir para pelear en el levantamiento de 1943.

Erik trató de enterrar los recuerdos, mirar demasiado al pasado sólo le traía dolor y en su caso la respuesta que siempre tomaba era la violencia, algo que estaba decidido a dejar atrás. Cuando entró a la cocina, vio a su esposa dejando el delantal a un costado y acomodándose las mangas holgadas de la blusa rosa pálido que llevaba esa mañana. La mesa estaba servida, aunque viendo que los niños recién se levantaban, probablemente tenían al menos una media hora antes de poder desayunar.

―Me comentaste algo del piano cuando llegué ―habló él para iniciar la conversación.

―Es de Edie, o bueno, era una herencia del tío Maxwell, pero ellos ya tenían un piano en casa.

―¿Y botaste la mesa del comedor?

―No la usábamos mucho la verdad. Comemos en la cocina o en casa de Hannah si es una celebración más grande.

―A tu hermana va a encantarle tenerme en su casa ―comentó con sarcasmo.

―No tiene que gustarle ―replicó Abby encogiéndose de hombros.

―Supongo que no hay forma de armar un comedor.

―Moviendo las cosas, quizás quitando algunos sillones de la sala para ganar espacio… ―respondió ella tratando de imaginarlo―. Dime que no odias los pianos.

―Claro que no ―respondió ofendido ante la idea―. Llámame tradicional, pero siempre vi la mesa del comedor como el centro donde una familia comparte.

―La mesa de la cocina sirve igual de bien ―aseguró, sonriéndole y no dándole oportunidad a que insistiera―. ¿Y Princess? ¿Odias a los perros? Debo confesar que por un momento pensé que ibas a hacerle algo.

―Me tomó por sorpresa cuando llegó corriendo ―explicó desviando la mirada, no quería tener que ahondar en sus malas experiencias con los canes que acompañaban a los Nazi―. No le tengo afecto especial a las mascotas, pero no odio a los perros.

―Darryl y Edie no dejan de pedir uno. Me gustaría dárselos, pero va a terminar siendo una responsabilidad extra para mí ―confesó Abby.

―Mientras no sea un pastor alemán ―agregó Erik, notando como ella lo observó un instante como si estuviera conteniéndose para hacer una pregunta.

―El fin de semana podríamos ir a tomarnos una foto familiar… si es que no estamos huyendo a Canadá ―comentó Abby cambiando de tema.

―Esos son pensamientos muy negativos para tener tan temprano en la mañana.

―Mejor eso que pensar lo que va a ser el resto del día. Mientras te bañabas tuve una corta charla con mis papás y estoy segura de que van a volver a llamar en la noche ―explicó con pesadez.

―¿Qué tanto me detestan mis suegros? ―cuestionó Erik con verdadera curiosidad.

―Diría que menos que Hannah, aunque la verdad es repulsión de otro tipo―respondió Abby un tanto incómoda―. Creo que ellos enfriaron el resentimiento cuando vieron que yo estaba bien, no es que se haya ido, pero a diferencia de tu cuñada son capaces de guardárselo.

Unos golpes en la puerta de la entrada y el sonido de ésta abriéndose fueron el aviso para Abby que era hora de enfrentar a su hermana nuevamente. Soltó un suspiro y sintió como si estuviera yendo a una batalla sin haber descansado.

―¡Tío Erik! ―saludaron las gemelas al dar un salto dentro de la cocina―. ¿Te acuerdas de nosotras?

La presencia de dos jovencitas idénticas de largos cabellos rubios lo tomaron por sorpresa, en esos momentos estaba listo para el embate por parte de Hannah. Sin embargo, no estaban solas, detrás de ellas un niño de edad similar a su hijo asomó la cabeza dentro de la cocina y lo observó con mucha curiosidad.

―Él es Vincent ―presentó una de las gemelas.

―Era un bebé cuando lo conociste, aunque si hubieras vuelto hace dos años lo hubieras encontrado en pañales ―agregó la otra sacándole la lengua a su hermano.

―¡Fue un accidente y una sola vez! ―se quejó el niño visiblemente abochornado.

―Me acuerdo de los tres, aunque me sorprende que se acuerden de mí, eran bastante pequeñas ―habló Erik, ahorrándole algo de la vergüenza al niño al atraer la atención hacia él.

―Mamá siempre habla de ti, mantiene los recuerdos vivos ―explicó una de ellas riendo.

―¿Y dónde está su madre ahora? ―preguntó Erik, si habían venido juntos ya debía de haber hecho su aparición.

―En casa aún, dice que va a venir más tarde. Creo que estaba discutiendo algo con papá.

―No deben ir divulgando esas cosas ―reprendió Abby, si Hannah y Gale discutían no era asunto para ventilarse―.Vayan a decirle a sus primos que se apuren ―indicó, haciendo que sus tres sobrinos se retiraran―. Voy a hacer un par de panqueques extra.

Erik asintió y se dirigió a la sala con la intención de ver si había algo interesante en las noticias, pero el timbre de la casa lo interrumpió. Abby elevó la voz para anunciar que en un minuto atendería, sin percatarse que él ya estaba en camino a abrir la puerta.

―¿Puedo ayudarla? ―preguntó Erik al encontrarse con una mujer que lo observaba como si fuera la primera vez que veía a otro ser humano en semanas.

―Lindsay Harrison ―se presentó ella cuando fue capaz de recuperarse de la sorpresa―, soy una de las amigas de tu esposa ―explicó, dibujando una amplia sonrisa sobre el rostro―. No sabes lo emocionada que estoy de al fin poder conocerte.

―Erik Eisenhardt, un gusto. ―Quizás era el peinado que se mantenía en su sitio con laca excesiva o los labios rojo intenso, pero Lindsay emitía un aura de falsedad sumamente incómoda.

―Abby no dijo nada sobre tu llegada, tenía el secreto muy bien guardado ―comentó la mujer soltando una suave risa.

―Fue algo de improvisto, luego de los eventos en Paris ―mintió Erik con una expresión seria que provocó que Lindsay perdiera la sonrisa del rostro.

―Sí, estos últimos días han sido una locura, no es de extrañar que decidieras regresar con tu familia para ver que todo está bien luego de tanto tiempo.

Erik enarcó una ceja, sabía que no estaba siendo la persona más abierta a la conversación, pero ella sin dudas estaba dejando que se colara parte de lo que pensaba sobre su ausencia.

―¿Dónde están mis modales? Conversando en la puerta en pleno invierno ¿Gustas pasar? ―ofreció él, suavizando su expresión.

―Oh no, no quiero incomodar, mira la hora que es y yo molestando. La verdad es que tenía que venir sólo para satisfacer mi curiosidad ―explicó sonriendo nuevamente―. Ya tendremos tiempo para conversar, mi esposo va a estar encantado de al fin poder tener números pares en las reuniones para las actividades ―agregó, despidiéndose con la mano.

Erik cerró la puerta y cuando giró, pudo notar la cabeza de Abby asomándose desde la sala. Se quedó observándola unos instantes, lo que provocó que ella se acercara con una sonrisa nerviosa decorándole el rostro.

―Perdón, no quería tener que atenderla y tú lo estabas haciendo muy bien ―se disculpó, sintiéndose un poco mal por dejarlo a su suerte en la primera interacción con alguien del vecindario.

―¿Estabas escondida detrás de la pared? ―preguntó un tanto divertido.

―No es mi culpa que decidieras abrir cuando dije que yo iba a hacerlo.

―Asumo que esa es la vecina que no te agrada y que vive tratando de averiguar si realmente existo.

―¿Cómo adivinaste? ―cuestionó girando los ojos.

―Aunque debo confesar que algo en ella se me hizo familiar ―comentó Erik tras meditarlo un poco.

―Marilyn Monroe con cabello negro ―dijo Abby levantando una ceja, Lindsay tenía un rostro muy similar incluso sin el maquillaje―. Y no puedes poner la excusa de que te has perdido nueve años de películas, lleva muerta un poco más de eso.

―Te lo he dicho varias veces, nunca seguí muy de cerca la farándula de ningún país.

. .

Abby estaba hecha un manojo de nervios cuando llegó la noche y su casa se volvió un punto de congregación. Nada parecía estar saliendo mal, tampoco había comentarios cuestionando la llegada de Erik o algún detalle de la historia, pero aun así tener tantos invitados la tenía al borde del colapso. Al final temía que lo que los delatara fuera ella al no poder aparentar la normalidad necesaria.

Hannah y Gale llegaron poco antes de que oscureciera, trayendo con ellos varias pizzas y algunas botellas de refresco, presagiando lo que ocurriría. El pobre hombre se vio obligado a llevarse a Erik a un lado para advertirle en privado que no fuera a dañar a Abby o sus hijos o se las tendría que ver con él, todo bajo la distante mirada de su esposa que se veía complacida. Erik decidió tomarse el intercambio con serenidad, Gale sólo había sido sólo un indispuesto mensajero tratando de complacer a su mujer.

En algún momento de la tarde Phil apareció en la casa como era usual, pero a Erik le tomó unos instantes hacerse a la idea de que el amigo de su hijo iba y venía como gustaba, eso significaba que en cualquier momento podían tener un niño extra en alguna habitación sin siquiera saberlo. La emoción con la que Darryl lo presentó tampoco lo hizo sentir muy cómodo, no quería decepcionarlo, pero la verdad era que no tenía idea qué decir o hacer. El único consuelo que tuvo fue que casi de inmediato ambos niños encontraron algo más con que distraerse y salieron a jugar al jardín trasero que estaba cubierto por una fina capa de nieve.

Ralph llegó en compañía de su madre casi a la par que los papás de Phil y luego de comer un pedazo de pizza se integró a los otros pequeños, que ya sumaban como diez en total, con Edie incluida que para esos momentos ya había decidido unírseles. Poco a poco la casa recibió a un buen número de vecinos que llegaban ansiosos de al fin poder conocer al esposo de Abby.

Las luces de una patrulla que llegó cerca de las ocho de la noche tensaron a Erik, pero Abby se apresuró a ir a su lado para susurrarle que el papá de Ralph era el sheriff del pueblo y que debía de haber acabado su turno. Hayden Clancy descendió de su vehículo llevando en las manos unas latas de cerveza y avanzó con toda la intención de salvar a Erik del gallinero en que imaginaba estaba siendo acorralado.

―¡Hombre! ¡Llegas cuatro años tarde! ―soltó el oficial como saludo al ver al nuevo rostro de la comunidad―. Gale, dame una mano ―pidió, entregándole uno de los paquetes de latas y tomando del hombro a Robert, el padre de Phil, con su mano recién liberada―. Hoy no me puedes decir que tienes que ir a acostarte temprano.

―Sabes que dicto clases a primera hora, no es invento ―replicó Robert tratando de defenderse.

―Tu esposa debe querer hablar con sus amigas sin que andes como adorno al costado ―insistió Hayden, arrastrándolo a la terraza posterior de la casa―. Dejemos a las señoras ―dijo, haciéndole una seña al causante de la reunión para que los siguiera.

La actitud del oficial le causó algo de gracia a Erik y tras ver que Gale se estaba sumando decidió no ignorar la invitación. Interactuar con una autoridad local no estaba en sus planes, pero era mejor conocerlo en un ambiente informal que encontrárselo un día en horas de trabajo. Además, pudo notar que las mujeres más cercanas a Abby eran las madres de los dos niños que Darryl parecía tener en más estima. Supuso que debía imitarla y tratar de hacer una relación cordial con los padres también.

―Qué momento para llegar ―comentó Hayden, dejando su sombrero sobre la pequeña mesa exterior sin importarle que estuviera cubierta por nieve.

―Con honestidad, me enteré de lo ocurrido en Washington cuando llegué a Boston ―respondió Erik, recibiendo la lata de cerveza que Gale le ofreció―. Pensé que toda la seguridad era a causa de París.

―Yo ya me había olvidado de eso ―intervino Robert con cierta inquietud.

―París fue una cosa, pero lo que hicieron aquí… ¡Robots! ¡Quieren reemplazar a la policía con robots! ―declaró Hayden ofuscado, abriendo su cerveza con brusquedad.

―Yo creo que estás exagerando ―comentó Gale enarcando una ceja.

―A mí no me engañan. Le pasó a mi papá en la fábrica, despidieron a la mitad de los operarios por culpa de las máquinas ―explicó el oficial con molestia.

―¿No te preocupan los mutantes? ―cuestionó Erik con mucho interés, ocasionando que Gale se tensara.

―No más que los delincuentes comunes.

―¿Viste lo que hizo ese hombre con el estadio? ―preguntó Robert desconcertado―. No creo que tú y tu patrulla puedan hacer mucho ahí.

―Si les preocupa tanto podrían contratar algunos para que manejen esas situaciones ―opinó Hayden, minimizando el asunto―. Además, no vas a decirme que quieres una de esas cosas volando sobre el vecindario, hasta tienes problemas cuando muestro mi pistola. ―El hombre llevó la mano derecha hacia donde descansaba su arma, dándole unas palmadas a la funda sólo para ilustrar su punto.

―Claro que no quiero una de esas cosas por aquí ―aseguro Robert, espantado al ver el ademán―. Sólo quiero dejar claro que no es algo que se pueda manejar con los recursos que tenemos.

―¿Crees que van a subir los impuestos? ―cuestionó Hayden molesto, imaginando que el gobierno seguiría exprimiéndole más dinero o que habría recortes al presupuesto de la policía o quizás ambos a la vez.

―No sé por qué me gasto… ―murmuró Robert negando con la cabeza, para luego dirigir la mirada hacia Erik―. ¿Qué impresión te ha dado Old Town hasta ahora?

―Es un lugar tranquilo ―respondió, abriendo su cerveza y dándole un sorbo. Era más sencillo llevar la conversación con el grupo de hombres que se encontraba que con las amigas de Abby, ellos no estaban tratando de indagar sobre su ausencia.

―No por mucho ―Intervino Gale, relajándose al ver que la conversación se alejaba del tema mutante―. Lindsay necesita llegar al final, como si fuera la reina de la fiesta, esos dos son sus hijos ―explicó dirigiéndose a Erik; señalando a un niño y una niña que pasaron corriendo junto a ellos para unirse al resto de pequeños en el jardín.

―Ofrecería detenerla por alguna tontería, pero estoy guardando la oportunidad para una ocasión grande ―bromeó el sheriff bajo la atenta mirada de Erik que aún se encontraba tratando de analizar a los hombres con los que estaba reunido.


Notas de autora: Es un milagro. ¡No me he tomado dos meses o más para actualizar! No voy a ahondar a fondo en las amistades que pueda crear Erik con la comunidad, pero por ahí hay momentos donde los seguiré poniendo. Pese a que la vida en los suburbios no es algo que Erik vaya a disfrutar de sobremanera, seguro que una ciudad encajaría más con él, tampoco es que sea incapaz de vivir ahí.

El tiempo realmente ha pasado, las gemelas tenían 3 cuando conocieron a Erik, ahora andan de 14 para 15. Abby no usa bikinis, pese a que en la época lo hacían, no quiere que alguien le pregunte si tuvo trillizos o algo así xD