Peace could be an option
Capítulo 59
Erik se despidió de Abby esa mañana, asegurándole que todo iba a estar bien y que se fuera al trabajo tranquila. Edie había estado con fiebre alta durante el fin de semana y aún presentaba claros signos de que debía ausentarse de la escuela por un par de días. La pequeña se mostró cabizbaja cuando su madre le explicó que se quedaría en casa, pese a que no tenía muchos amigos, disfrutaba todas sus asignaturas y sólo tenía problemas cuando debía exponer algún trabajo o responder preguntas en clase. Además, para empeorar las cosas, era mediados de mayo, le aterraba no tener tiempo para ponerse al día y que se reflejara en sus calificaciones finales.
Hannah trató de convencer a su hermana para que la niña se quedara con ella, como era lo usual cuando sus sobrinos se enfermaban previo a la llegada de Erik. Sin embargo, Abby optó por acceder a la oferta de su esposo que opinó era el momento ideal para tomar el par de días libres que Gale le debía por haber trabajado un fin de semana el mes anterior.
En la cocina, Erik revisó unas notas que Abby le dejó sobre la mesa. Eran las mismas instrucciones que le repitió un par de veces durante la mañana: cómo calentar la comida, las horas para las pastillas de Edie y el número del médico de la familia en caso de emergencia. Resopló con molestia, comprendía que debía indicarle algunas cosas, pero con una vez bastaba. Al desviar la mirada hacia la puerta para dirigirse a la sala, notó la cabeza de un unicornio sobresaliendo ligeramente a la altura del suelo.
―Edie ―la llamó, reconocía esas pantuflas―. ¿Necesitas algo?
―Hace frío en mi cuarto ―respondió, dando un paso al interior de la cocina.
Erik avanzó hasta la niña, tocándole la frente para sentir si su temperatura había subido de golpe.
―No parece que tu fiebre esté peor ―comentó, sólo un poco de calentura.
―Es que abrí la ventana ―explicó bajando la mirada y balanceando una de sus pantuflas en la punta de su pie.
―¿Y por qué hiciste eso? ―preguntó. Darryl solía soltar información de forma constante, pero con Edie había que escarbar.
―Olía a guardado ―respondió frunciendo la nariz.
―¿Quieres quedarte en la sala?
Edie asintió como respuesta y sin decir palabra, subió a su habitación para recoger algunas cosas para entretenerse.
Por su lado, Erik se dirigió al largo sillón en forma de L que ocupaba buena parte de la sala y encendió el televisor. Las noticias matutinas habían terminado, pero había programas de actualidad con comentaristas y el tema de los mutantes solía aflorar con frecuencia. Trataba de mantener su preocupación bajo control, pero no podía evitar la necesidad de sentirse informado y sabía que Abby sentía lo mismo en ese aspecto. Sin embargo, conseguir noticias interesantes era complicado, las conversaciones tomaban giros bruscos en cuanto permitían la intervención telefónica de la audiencia y ahí podía escucharse todo un abanico de incoherencias y teorías conspirativas descomunales. Ese día empezaba mal desde el inicio, la discusión se centraba en debatir si los mutantes eran humanos o alienígenas y tenían a Raven como claro ejemplo de que había seres de otro planeta disfrazados como humanos.
La imagen de Mystique se volvió la cara del conflicto mutante, tanto para los adeptos como para los opositores. No podía culparlos, era más sencillo trazar una línea clara divisoria entre las especies cuando tenían a alguien que claramente se mostraba diferente. Pero, quizá lo más curioso era que pese a los meses que transcurrieron desde el incidente en Washington, sólo había eventos aislados tanto a favor como en contra de los mutantes en Estados Unidos, el mundo seguía girando casi como si la aparición de seres con poderes fuera un dato insignificante.
Erik comprendía que eso era sólo una careta, los gobiernos debían estar calculando al detalle sus movimientos y declaraciones. Los mutantes podían ser una pieza clave para el balance de las naciones poderosas a nivel mundial y ninguno jugaría sus cartas antes de tiempo.
Cuando Edie regresó a la sala envuelta en una gruesa manta y con un libro para colorear de los Aristogatos, Erik apagó el televisor, ese día dudaba que fuera a escuchar algo de utilidad y no quería que su hija se contaminara con información basura. En las semanas anteriores ya había tenido algunos choques con Abby sobre lo que los niños veían. No se quejaba demasiado por los programas dirigidos a ellos, pese a que no les encontraba mucho sentido, pero su esposa insistía en que no había problema con que vieran a un hombre inglés que viajaba por el tiempo y espacio dentro de una cabina de teléfonos.
Con su hija pintando en silencio, él aprovechó para continuar con una de sus lecturas. Nunca había sido un hombre con mucho tiempo libre, pero algo que sus padres le inculcaron de pequeño fue el aprecio por los libros. En las primeras semanas luego de instalarse comenzó a visitar la biblioteca de la universidad donde su esposa trabajaba. Tenían una amplia selección de historias clásicas que se ajustaba a sus gustos, pero no se comparaba a la magnífica colección que jamás llegó a aprovechar en la mansión de Charles, un verdadero desperdicio de su parte el no haber tocado ni un solo tomo.
Abby había estado especialmente insistente en indagar qué libros le gustaban más y si los prefería en su idioma natal. Sabía a qué se debía, quería regalarle algo que le disfrutara y no pudo hacerlo en abril cuando fue su cumpleaños, seguramente quería intentarlo para Navidad o alguna otra festividad. En su momento dejó claro que no necesitaba que le diera nada o incluso una celebración; aun así, acabó con un pequeño pastel en frente de él. No podía quejarse demasiado, el día trascurrió de forma normal, tal y como lo deseaba, a excepción del momento del postre.
―¿Por qué tienes esos números?
La voz de su hija rompió el silencio acogedor de la sala; la pequeña lo observaba con las cejas fruncidas y la mirada clavada en su antebrazo marcado.
―Esa es una historia para cuando seas mayor ―respondió.
Ya la había visto observarlo con curiosidad antes, pero no pensó que se atrevería a preguntar. Esperaba no tener que contarle y que alguna clase que llevara en la escuela en los años siguientes le hiciera comprender el significado.
―¿Puedo tocar el piano? ―preguntó Edie momentos después.
Erik asintió, sabía que ella tenía clases los lunes en la tarde, pero Abby canceló la de ese día cuando se puso mal el fin de semana. Hasta ese momento no había escuchado tocar a su hija e incluso consideraba que el aparatoso instrumento era demasiado voluminoso para la casa, obligándolos a comer en la cocina a falta de un comedor.
Notó como Edie le sonrió un poco, algo que no era usual, la niña aún se mostraba tímida y reservada con él. No era como si su personalidad cambiara de golpe al estar en su presencia, pero sus rasgos tranquilos se notaban más y sabía que no siempre era reservada, por las noches la escuchaba hablar y reír cuando su madre la arropaba.
Sobre el piano descansaba un libro con las partituras de algunas piezas musicales que Edie no demoró en abrir y colocar frente a ella. Los primeros minutos se dedicó a practicar notas aisladas y algunas combinaciones sencillas a modo de calentamiento, tratando de sacudir su intranquilidad al tener "público" presente. Fue recién luego de poco más de un cuarto de hora que se animó a tocar "Para Elisa". Aún no la había perfeccionado, pero sin dudas navegaba la pieza con bastante seguridad, incluso cuando continuaba luego de la melodía tan reconocible del inicio.
Erik se vio obligado a aceptar que el piano no era una pérdida de espacio total y al menos estaba siendo bien utilizado, al menos en los momentos que su hija tocaba. No estaba lista para integrarse a una sinfónica, pero con la corta edad que tenía había encontrado algo para lo que tenía talento, le gustaba y poseía los recursos para seguir cultivando.
―Deberías tocar más seguido, es una pena que el piano esté abandonado cuando yo llego a casa ―comentó, notando que por la expresión de su hija que sus palabras eran demasiado vagas para interpretarse como un halago en alguien tan joven―. Tocas muy bonito ―aclaró, y luego un recuerdo de su infancia le hizo seguir hablando―. A tu abuelo también le hubiera gustado, disfrutaba a Beethoven.
Edie sonrió orgullosa y continuó con su práctica, sintiendo como los nervios de tocar en frente de su papá comenzaban a disiparse. Con más confianza comenzó a tocar "Claro de Luna" pese a que aún no tenía mucho tiempo practicando esa pieza.
A la hora del almuerzo, Erik calentó la comida que Abby les dejó y se sentó en la mesa de la cocina junto a su hija en relativo silencio. Aunque la niña no lo mantuviera bajo un ataque permanente de preguntas o como receptor de un sinfín de anécdotas como Darryl, podía reconocer que también tenía muchas interrogantes, sólo que se las guardaba.
―¿Por qué no tengo poderes? ―lo dijo casi en un susurro luego de tomar una cucharada de su sopa de pollo.
―Tu hermano los desarrolló bastante joven, tu madre lo hizo a los diez y yo a los doce ―respondió, cuando recién llegó había hecho la misma aclaración al verla decaída pese a que nunca pronunció la pregunta.
―¿Y si no soy mutante?
―No tendría nada de malo, ninguno de tus abuelos lo fue, ni tampoco tus tías ―recalcó y eso incluía a Ruth, pese a que ignoraba si Abby llegó a contrale de su existencia.
―No es lo mismo ―habló haciendo un puchero―. Ustedes tres tienen poderes.
―Sólo queda esperar ―insistió él. Si tuviera que escoger le gustaría que fuera mutante, no se imaginaba despreciándola por no serlo, pero sabía que en el fondo le sería difícil esconder la decepción.
―Yo quiero volar ―admitió en voz baja, como si sintiera que estaba traicionando a su familia al preferir algo distinto en el caso hipotético que llegara a desarrollar poderes.
Erik no pudo evitar sonreír, hasta ese momento las pocas conversaciones con su hija se limitaban a ella haciendo preguntas, era la primera vez que expresaba un deseo de forma natural.
―Conocí a una mutante que podía volar, ella tenía alas.
―¿Cómo un cisne? ―indagó, dibujando una gran sonrisa en su rostro y abriendo los ojos con sorpresa ante la idea.
―Como una mariposa. ―Por un momento pensó en decir que eran más cercanas a las de un insecto genérico, pero lo reconsideró; mejor que imaginara el hada de un cuento que algo que pudiera asustarla―. Termina tu sopa para que puedas regresar al sillón a recostarte ―pidió, Abby no había prohibido que hablaran de mutantes, pero tenía la sospecha que si dejaba que preguntara más cosas terminaría discutiendo con su esposa.
. .
En la tarde, cuando Darryl regresó de clases en compañía de Phil, lo primero que hizo fue entregarle a su hermana un par de cuadernos que pidió prestados entre las compañeras de clase de ella, y también un papel con unas anotaciones hechas por la maestra sobre las páginas que avanzaron en los libros. Lo bueno de estar cerca de terminar el año escolar era que en buena medida estaban enfocándose en repasar temas ya vistos o en presentaciones de proyectos finales.
Para Erik era curioso ver cómo un niño que parecía ir por la vida sin pensar demasiado en qué estaba haciendo, retenía la capacidad para preocuparse por su hermana. Cuando Darryl estaba enfermo lo último que querría era que alguien le llevara la tarea a casa, pero comprendía que Edie era opuesta a él en ese sentido.
Abby llegó a casa un poco después y vio con alivio a los tres niños viendo Scooby Doo en la televisión.
―¿Te dieron problemas? ―preguntó cuando él dejó su libro a un lado para recibirla.
―Ninguno. ―Le dio un beso y sonrió de medio lado con confianza, aún no comprendía por qué parecía que Abby pensaba que iba a encontrar la casa en llamas cuando él quedaba a cargo―. Alguna vez me dijiste que yo era un controlador, pero estoy sospechando que estabas proyectándote sobre mí ―bromeó.
―Sólo espero que uno de estos días no vaya a recibir una llamada tuya al trabajo.
―Si algo llegara a pasar, lo solucionaría, no te llamaría ―remarcó, claro que la excepción era si se trataba de una emergencia real.
―Ya se acercan las vacaciones, Gale va a tratar de reclutarte ―comentó ella cambiando el tema y dejando sus zapatos al costado de la entrada.
―¿Reclutarme para qué?
―Una tontería. Él y un par de otros padres entraron en un feudo con los padres de una de las otras tropas del grupo de Boy Scouts de la zona.
―No son parte del grupo, son el enemigo ―corrigió Darryl desde su lugar en el sillón, mientras esperaba que las propagandas terminaran y volvieran con su serie.
―Se reúnen para hacer campamentos y competencias, es una ridiculez sin sentido ―prosiguió Abby, negando con la cabeza.
―Pensé que te gustaba la idea de los campamentos ―comentó Erik, recordando la conversación que tuvieron años antes en Las Vegas.
―Me encanta, pero esto es una excusa para destruir al bando rival por puro ego masculino ―explicó ella rodando los ojos, ni siquiera comprendía cómo había comenzado el conflicto.
―Si me dice supongo que puedo unirme, aunque no soy experto en esas cosas. ―Estaba convencido que sus años de sobreviviente luego de la guerra no era lo que el grupo tenía en mente como conocimiento aplicable para sus competencias.
―Mi papá no sabe armar una carpa y le hacen ir igual ―intervino Phil.
Una música viniendo de la calle provocó que Abby soltara un suspiro y tomara algo de dinero de su cartera. Casi al instante Darryl tomó los billetes y salió corriendo en compañía de Phil para darle el encuentro al carrito de los helados que comenzaba a acercarse por la calle.
―¡Compra cinco! ―gritó Abby en dirección a su hijo que corría con todas sus fuerzas para llegar antes que los otros niños.
Erik observó la escena y suspiró. La vida que tenía no era algo que hubiera sido capaz de imaginar meses antes, o incluso cuando Abby salió embarazada y decidió que dispersaría al grupo mutante. Su infancia le brindaba algunos recuerdos cálidos y de alegría, pero siempre manchados por la guerra, no estaba preparado para lo que estaba viviendo en esos momentos. Había decidido que no actuaría, que no jugaría a que encajaba como lo hizo en innumerables ocasiones en su periodo de cazador Nazi, pero le costaba, se encontraba en un camino que nunca había transitado y temía que algún error le costara todo. Aún no llegaba a comprender cómo podía estar disfrutando de su familia luego de los largos años en prisión.
Miró a su esposa caminar hasta la sala para revisar a su hija. Era una vida tranquila, segura y sobre todo feliz.
. .
Erik había logrado navegar con gracia las reuniones con otros padres, la celebración del 4 de Julio e incluso los cumpleaños de Darryl y Edie, pero cuando el mes de octubre llegó se percató que sus experiencias anteriores habían sido sólo el calentamiento. Las gemelas le habían advertido que Abby llevaba un par de años de competencia intensa contra Lindsay por el decorado de Halloween y Navidad, pero no imaginó la magnitud de la transformación que sufriría su casa hasta llegar a la noche de brujas.
Todo inició con un cargamento de calabazas que casi llenó el suelo del garaje. En un comienzo pensó que eran para compartirse con Hannah o alguna de las vecinas, pero cuando vio a Abby dibujando con esmero un plano sencillo de la propiedad y comenzar a distribuir sus posibles ubicaciones, comprendió que el mes incluiría largas horas de tallado. Sin embargo, su esposa tenía una estrategia sencilla para no ahogarse en el mar anaranjado; después de clases, Darryl y sus amigos eran los que dejaban volar su imaginación recreando todo tipo de rostros y figuras.
Telarañas hechas de lana, esqueletos y espantos decoraban el exterior de la casa, pero era el interior lo que le llamó más la atención. La noche de Halloween Abby cubrió las ventanas con mantas raídas que dejaban ver desde algunos ángulos extremidades oscuras de largas uñas asomándose como si se tratara de un monstruo oculto listo para atacar. También colocó un par de lámparas con las pantallas entrecortadas con un diseño que al encenderlas parecía como si se proyectara las ramas de un grupo de árboles muertos.
Ese año su hija había pedido ir como una mariposa, quizás inspirada por la conversación que tuvieron cuando estuvo enferma. Darryl decidió que sería un pirata, al igual que todos sus amigos, y que decorarían el carro abandonado del bosque que usaban de base para que pareciera un barco. El plan era ir ahí luego de recolectar los dulces y ver qué tan grande llegaba a ser su tesoro.
Pero al final el disfraz que realmente lo sorprendió fue el de su esposa. Llevaba pantalones verdes y una camiseta cuello de tortuga de manga larga del mismo color, acompañado de unas piezas de cartón diseñadas para parecer las extremidades de un lagarto gigante. En algún momento le había ofrecido el atuendo, pero él se negó, más aún cuando le explicó que tenía otro disfraz de una polilla gigante que ella podía usar como reemplazo.
Era una imagen graciosa verla alistarse, más cuando ella se había quejado de forma constante que su vestuario de Magneto era ridículo.
―¡Edie! Tráeme mi cola ―pidió Abby cuando aseguró las aparatosas patas hechas de cartón pintado de verde―. ¿Seguro que no quieres el disfraz? Eres más alto que yo, harías un mejor Godzilla―preguntó riendo un poco.
―No, no me interesa disfrazarme y si lo hiciera no sería de uno de los monstruos de esas películas que te gustan ―aseguró divertido al verla colocarse la cola como si se tratara de un cinturón y casi tumbar parte del decorado cuando comenzó a moverse―. ¿Es parte del espectáculo que destruyas todo a tu paso?
―¿Si te digo que sí aceptas el disfraz?
―Mis días de destrucción quedaron atrás ―replicó riendo un poco―. A menos que estés extrañándolos.
―Halando de destrucción y desastres, Darryl va a avisar cuando termine de recorrer las casas para ir a juntar sus dulces con los otros niños, revisa la bolsa por cigarrillos.
―¿Qué? ―cuestionó serio de golpe.
―El año pasado el colegio mando un aviso unos días después de Halloween, parece que uno de los vecinos que vive alejado se le acabaron los dulces para entregar y no tuvo mejor idea que distribuir cigarrillos.
―¿Darryl no dijo nada?
―Tenía nueve, creo que pensaba usarlo para conseguir cosas de los chicos mayores.
Erik frunció las cejas ante el comentario. Su hijo era joven y solía no pensar mucho las cosas, pero esperaba un poco más de sentido común de su parte, a esa edad debía percatarse que ciertas cosas no eran adecuadas.
―No te lo comenté para que pongas esa cara, hablé con Darryl en su momento ―dijo Abby.
―Supongo que este lugar no es tan seguro como parece.
―Vas a espantar a los niños que vengan a pedir dulces ―bromeó ella rodeándole el cuello con los brazos para abrazarlo.
―Pensé que de eso se trataba la fecha ―comentó y cerró los ojos por un instante para relajarse―. Y creo que ha habido un malentendido ―prosiguió, separándose ligeramente para verla a la cara y suavizar su expresión―. La del disfraz eres tú, yo no voy a estar atendiendo la puerta para la horda de niños hiperactivos buscando azúcar.
Notas de autora: Hasta ahora no había tenido un momento para que Edie y Erik tuvieran una interacción a solas. A diferencia de Darryl, que anda super predispuesto a aceptar a su papá, Edie es más reservada y tener una persona extraña en casa no es algo que se le haga fácil, aunque esa persona sea su papá. La niña se ha soltado un poco y sirve como un buen empuje para que su relación vaya a algún lado. No es sencillo para ninguno de los dos y no porque no tengan interés en el otro o porque no sientan una relación por cómo están emparentados, sino que simplemente algunas personas les toma tiempo. Erik en especial no sabe cómo tratar con niños a menos que se ponga a actuar y es algo que quiere evitar en esta etapa de su vida y más con su familia. Abby tiene gusto por Godzilla, cuando Erik fue por primera vez a Montana vio pistas de ello, el otro disfraz que tiene es de un intento de Mothra xD
Hace poco hice una proyección de cuántos capítulos le faltan al fic en mis notas personales; según mis estimaciones debería acabar entre el 75-80. Dark Phoenix planeo mencionarla, pero no es algo en lo que me vaya a expandir. Esta vez no pude sacar capítulo al mes como lo estuve haciendo con los últimos tres, pero al menos no me tomé medio año tampoco :P Sobre edades, Darryl cumplió los 10 y Edie los 9 este año (1973) Abby 35 y Erik 41.
