Capítulo 9. El espíritu de la Espada Maestra.
Link sabía que, antes del amanecer, Zelda regresaría de nuevo a su sitio. Sin embargo, no esperaba que la noche pasara tan rápido. De repente, sintió que la tibieza de Zelda se alejaba de él, y esto le sacó del breve sueño en el que había caído tras darse un beso de buenas noches. Solo que la chica no regresó a su sitio. Link entreabrió los ojos, y vio la figura de Zelda, de pie. Para dormir, se había dejado la túnica verde, pero se había soltado el cabello. Estaba de pie, frente a la gran chimenea. Tenía la cabeza inclinada, como si algo la hubiera sujetado del cuerpo, pero ella siguiera durmiendo en la misma postura que antes. Link se puso él también de pie, y entonces Kafei le imitó. Le hizo un gesto al sabio para que no hablara.
Zelda seguía dormida. Tenía los ojos entornados, y la boca entreabierta dejaba escapar la leve respiración de una durmiente. Se giró, y empezó a caminar despacio hacia las puertas que conducían a las escaleras. Link y Kafei se pusieron en pie, y solo el orni Oreili, aún herido, les siguió sin decir palabra.
– ¿Es sonámbula? – preguntó Kafei.
– No, nunca le había visto hacer algo así. Aunque es cierto que no duerme muchas horas seguidas – Link recordó lo frustrante que era, al principio de su relación, que ella quería hablar durante horas, y a la mañana siguiente se levantaba fresca, con energía suficiente para correr delante de sus soldados, mientras él necesitaba varios tés seguidos –. Suele tener pesadillas cuando duerme en sitios cerrados, pero poco más.
No se le pasó por alto la sonrisa llena de picardía de Kafei. Caminaron detrás de ella, manteniendo la distancia. Oreili tenía la mano en la hoja orni, una espada corta. Ni Kafei ni Link cogieron sus armas. Avanzaron por las escaleras, que Zelda subía despacio. En la vida consciente, la chica habría ido más deprisa, pero en el mundo de los sueños no tenía tanta prisa. La vieron llegar a la biblioteca. A todos se les había olvidado cerrar las cortinas de la claraboya, y la luz de la luna era la única que les guiaba por los oscuros pasillos. Zelda siguió caminando, hasta llegar a la pared. Ahí, la vieron quedarse quieta, los ojos verdes más abiertos que antes. Alzó las manos e hizo un dibujo en el aire. Link reconoció la forma, pero no dijo nada a Kafei. Le tocaba observar.
De la pared vino un sonido como de cientos de engranajes moviéndose, y los ladrillos se movieron en círculos, girando sobre ellos, hasta dejar una pared descubierta. Al otro lado estaba muy oscuro, pero Zelda veía, aunque estuviera en sus sueños. Alargó las manos, sus dedos aferraron un objeto. Entonces, Zelda cayó de espaldas. Kafei y Oreili la cogieron a tiempo para evitar el golpe. Delante, el pasadizo volvió a cerrarse. Link se acercó y dijo:
– No se ha despertado – Link retiró uno de los brazos de Zelda. Lo que había atrapado al otro lado de la pared estaba envuelto en una gasa blanca, pero era un libro. Con cuidado de no despertar a la chica, logró quitárselo. No hizo falta desenvolverlo: a través de la gasa, vio la cubierta dorada y también la gema azul del lomo –. Llevadla abajo, por favor.
– ¿Y tú? – preguntó Kafei, mientras se levantaba con Zelda en los brazos.
– Tengo que ver esto – Link se llevó la mano al pecho, donde tenía atada con una cadena la Lente de la Verdad.
– Alteza, si me permite decirlo – empezó a decir Oreili. Se calló al ver que Link le miraba fijamente –. Hace mucho frío en este lugar, y además los yetis nos han advertido de la presencia de criaturas en algunas plantas… Puede leer abajo, junto al fuego.
Link pestañeó, y admitió que tenía razón. Le costaba pensar en no leer en esta biblioteca, pero sí que hacía más frío que nunca: su aliento, el de Kafei, el de Zelda hasta el delicado aliento de un orni como Oreili soltaba vaharadas de vapor. Kafei se encaminó para salir, Link le siguió, disculpándose por ser tan poco considerado, y el orni cerrando la marcha. Antes de bajar, Link le pidió que no le tratara de alteza, que prefería que le llamara por su nombre y que no tuviera miedo de hablar con él, que podía ser directo sin dar tantos rodeos.
De regreso a la sala, Medli y Leclas estaban despiertos. El shariano hizo un gesto de "¿qué pasa?" y peor cara puso cuando vio a Zelda dormida en los brazos de Kafei. El granjero la dejó de nuevo en el lecho de Link, y con este gesto, le hizo un guiño irónico a Link. Este, todo colorado, dijo que darían explicaciones por la mañana. Tomó una manta de lana, se sentó en la enorme butaca donde había pasado Zelda la convalecencia y declaró que debían descansar. Todos regresaron a dormir, aunque Leclas, en lugar de ocupar su sitio, arrastró el jergón un poco más lejos de Kafei y Zelda, aunque no estuviera cerca del fuego.
El libro era tal y como había descrito la labrynnesa: de tapas doradas, con el dibujo del Triforce en la tapa y una gema azul en el lomo. Link se tomó un tiempo en observar lo bien conservado que estaba. Por el tipo de cuero usado, las inscripciones y la gema, era obvio que se trataba de un ejemplar muy antiguo. Mucho. No era muy grueso, y estaba escrito a mano, sobre pergamino, no papel. Al abrirlo, lo primero que vio fue un mapa. Link pestañeó, sorprendido: No conocía nada de lo que veía. Hacía mucho, cuando era un príncipe con muchas horas libres y pocas opciones para divertirse, Link se había entregado a la geografía. Era la única forma de viajar sin tener que enfrentarse a su madre. No conocía los nombres, ni las formas, no se parecía a ningún mapa conocido hasta ese momento. Estaba escrito en hyliano antiguo, y los nombres le parecieron igual de desconocidos que antes de usar la Lente de la Verdad.
Leyó el primer capítulo, y después, el segundo y hasta un tercero, hasta que de repente se encontró con la cabeza apoyada en el reposabrazos, la manta echada sobre él, y el libro de tapas doradas en el suelo, cerrado. Por la luz que entraba en los ventanales, y por el silencio que había en la sala, Link supo que ya era pasado el mediodía. Se despejó, bebió agua que había cerca, y regresó a la lectura. Vio llegar a Zelda, que le dejó un vaso con té recién hecho y un trozo de bizcocho cerca, pero a cierta distancia. El chico dejó el libro un momento para tomar el desayuno (¿o comida?) rápido, sin manchar el libro.
– Ya me lo ha contado todo Kafei. No recuerdo nada, ni siquiera si tuve un sueño o no…
– Sería otra vez ese hombre que viste, el de pelo blanco, o maese Killian – Link comió un trozo más de bizcocho, y lo siguiente lo dijo con la boca llena. Zelda tuvo que pedirle que lo repitiera, y, tras tragar con un poco de té, Link dijo –. Killian, que dices que te suena ese nombre… Es un apellido noble, de Holodrum. Tuvieron una gran descendencia, y muchos de ellos fueron caballeros a las órdenes de la familia real, tanto mi dinastía como la original. De eso te sonaba, puede que hayas escuchado hablar de ellos, en una de las historias sobre el Héroe del Tiempo.
Link dijo todo esto casi a la carrera. Zelda le dejó parlotear, pensando que ese novio suyo sí que tenía una biblioteca entera metida en la cabeza. Se imaginó los millares de estantes, y también lo difícil que le resultaba saber dónde estaba lo que necesitaba.
– ¿En el libro has encontrado algo de ayuda? – dijo, para obligarle a centrarse.
– Algunas cosas… Habla del origen de la Espada Maestra, es un relato interesante… – Link se detuvo –. Según este libro, dentro de la Espada Maestra hay un espíritu, que guía y ayuda a los elegidos de la trifuerza.
– ¿El espíritu de la Espada Maestra? Pues es la primera vez que oigo eso. Ya podrían habernos dicho en mi primer sueño dónde estaba el libro. No íbamos a encontrarlo registrando las estanterías – Zelda se sentó en frente, en el suelo –. Link, estoy preocupada por Kandra. Hace días que no la veo, no sé si estará bien y…
– ¿Quieres ir a buscarla? – preguntó Link.
Zelda asintió. Comentó que ya había hablado con algunos de los yetis, que estaban dispuestos a formar una expedición de búsqueda. Conocían muy bien la montaña.
– Dicen que me pueden enseñar a usar su medio de transporte, y Leclas y los hermanos se apuntan. Medli quiere quedarse aquí contigo, y a Kafei le parece mal dejarte sin escolta, así que quiere quedarse – Zelda sostuvo la mirada con Link, y este dijo:
– No me tienes que pedir permiso para esto. Lo comprendo… Aunque no me hace gracia pensar que te puedes meter en líos otra vez y no ayudarte. Te acompañaría, pero debo estudiar este libro, y en cuanto tengamos contacto con esa chica, Kandra, hay que regresar a Términa. Tampoco me parece bien ocuparles el castillo a los yetis, y Saharasala está solo con Lord Brant.
Zelda hizo un gesto muy raro con el labio, como con cierto asco, al escuchar ese nombre. Link supo de inmediato que en alguna comida en la que él no había estado, Leclas, con su estilo poco delicado, le había soltado alguna barbaridad sobre las intenciones del gobernador de Rauru.
– La que se va preocupada soy yo, Link. Como no sueltes eso y comas algo más, te vas a quedar en los huesos. Kafei y Medli te darán la brasa más que yo, así que, por favor, obedece.
– Yo tampoco me quedo tranquilo… Los hermanos orni son muy valientes, pero Oreili está aún herido, y Leclas… – Link se detuvo, miró alrededor, y susurró –. Últimamente está muy raro.
– Bueno, es la edad, y que se ha pasado el verano bebiendo demasiado en la posada de Términa. Mal de amores, supongo – Zelda se encogió de hombros –. Dale un poco de cuerda, que el pobre desde que lo rechazó Nesarose no levanta cabeza.
– De acuerdo, pero por favor, tened cuidado todos.
– Por lo visto, esas cosas "guardianes" o lo que sea son muy débiles. Caballeros heridas de muerte y reyes flojuchos pueden destruirlos sin despeinarse – Zelda sonrió, y Link, aunque le reclamó que le llamara flojucho (lo que significara eso), también le devolvió la sonrisa. Aprovechando que estaban solos, la chica le atrajo hacia ella y se despidieron con un beso.
Horas después, Link aún la sentía a su lado, mientras leía con atención los últimos capítulos del libro dorado. No le había dicho nada a Zelda, pero él ahora también tenía aún más interés en conocer a esa tal Kandra Valkerion.
El viento era más fuerte, y agitaba los rizos de Zelda. Se sujetó el gorro con una mano, y se colocó bien las gafas con el cristal ahumado. Dobló las rodillas, se dio impulso con ellas, y salió despedida por el aire. Sin dejar de perder el equilibrio, giró en el aire, cayó otra vez en la nieve y siguió avanzando. Para conseguir velocidad, se agachaba un poco y se inclinaba, tanto que podía tocar la nieve con los guantes. La pendiente le ayudaba a avanzar con facilidad.
Y lo cierto, es que le encantaba.
Los yetis les habían enseñado que ellos utilizaban unas maderas con unos remaches de metal donde enganchaban los pies. Subidos sobre ellos, se deslizaban por la nieve igual que si tuvieran unas ruedas bajo ellos. Las gafas con cristales ahumados eran un invento de Blanca. La yeti tenía varios niños que tardaron en acostumbrarse a la luz del sol en la nieve, y que les hacía daño. Con esas gafas, podían salir a jugar sin molestias en los ojos. Por suerte, los niños yeti tenían la misma talla que un hombre hyliano adulto, por lo que les venían perfecto hasta para los ornis. Oreili se deslizaba junto a Zelda, subido su tabla, y su hermana Vestes les seguía por el aire, sin elevarse demasiado. El sol había salido, pero el aire era igual de fuerte que antes.
Leclas, tras caerse varias veces y amenazar con romperse una pierna, aceptó ir subido al lomo de unos de los yetis. Estos seguían los rastros de las huellas con forma de estrella, que ahora Zelda sabía que pertenecían a los guardianes. Kandra dijo que iba tras ellos, así que era la mejor pista que tenían. Las primeras huellas aparecieron lejos de la fortaleza. Después, encontraron restos mecánicos en la nieve, tornillos y otras cosas que Leclas recogió y metió en una bolsa. La siguiente criatura que encontraron estaba quieta, pero rota. No había estallado como las otras. "Caray con Kandra, ha eliminado a dos de esas cosas… Si Link me dijo la verdad, solo queda una".
Zelda giró la cadera para frenar. Se quitó las gafas ahumadas, desenganchó los pies y caminó por la nieve. Los yetis también les habían dado ropas de lana que abrigaban mucho y unas botas de piel que también usaban los niños. Le quedaban grandes, y había tenido que improvisar con cuerdas unos cordones para asegurarse de que no se escurrían. Avanzó hacia el montón de objetos que había visto: mecidas por el viento, había unas plumas enganchadas a un arbusto espinoso, la única planta en aquel desierto helado.
– Gashin – dijo, cogiendo las plumas moradas. Oreili hizo un requiebro y frenó justo al lado de Zelda.
– La bestia alada que decías… Puede que haya pasado por aquí hace mucho.
– Puede… Sigamos buscando…
Vestes gritó desde las alturas:
– ¡Una de esas cosas de metal va a por vosotros! ¡Cuidado!
– Esperad – Zelda miró al frente. Sí, se escuchaba, ahora que estaban callados, el sonido metálico de esas cosas –. Vamos a dividirnos en dos grupos: Leclas, dirige a los dos yetis por este lado de la colina, yo iré con los demás por este otro lado. Vestes, vigila desde arriba y avisa si hay más criaturas. ¡Adelante!
Se subió sin engancharse a los agarres de metal. Cogió velocidad, bien agachada, a la par que sacó la espada. Una pequeña elevación la hizo salir por los aires, algo con lo que contaba. De esta forma, aterrizó, sin el patín de los yetis enfrente del guardián.
Solo era uno. Tenía una pata rota, señal de que ya se había enfrentado a Kandra. Sin embargo, la chica no estaba por ningún sitio.
– Le debo una paliza a esas cosas… – Zelda soltó el escudo del brazo y lo colocó en posición de defensa. Vio venir el rayo azul, y logró esquivarlo de la misma forma: con el escudo, desviando el rayo de vuelta. Solo que este impactó en un lado de la ladera, sin más. Tendría que afinar la puntería.
Los yetis luchaban a distancia, con arcos y hondas que disparaban flechas y piedras. Rebotaban en el cuerpo de metal, sin hacer daño. Zelda aprovechó para correr hacia las patas. Alzó la espada, y lanzó un ataque circular, de lado a lado, golpeando una y otra vez la pata. La criatura se movió, y a punto estuvo de agarrar a Zelda, pero Oreili, usando su arco, le distrajo. Leclas apareció junto a Zelda. No era de extrañar. Seguía siendo muy veloz, incluso con la nieve.
La espada corta de Leclas y la de Zelda terminaron con dos de las seis patas de la criatura. Cuando se inclinó, el guardián empezó a disparar de forma indiscriminada con el ojo abierto.
– ¡Alejaos, todos! – ordenó Zelda. Ella misma se marchó de debajo del guardián. Sacó la ballesta, ya cargada con una flecha.
Uno de los rayos le pasó tan cerca que perdió un mechón de cabello. Zelda afianzó la ballesta y apuntó. De repente, todo transcurría de forma muy lenta. Vio el destello del rayo salir del ojo azul de la criatura, a ella misma reflejada en él, y las flechas de los yetis, intentando alcanzar el punto débil. "Siempre es el ojo" se dijo Zelda, mientras apuntaba con la ballesta. Su flecha era más corta, pero también salió con precisión y fuerza. Se clavó en el cristal y lo partió en mil trozos.
Sin embargo, el guardián no explotó. Se levantó sobre las dos patas restantes, soltó un silbido, y de la parte superior se abrió una trampilla. De ahí, salieron varias bolas de metal. A Zelda le recordaron a aquella cosa que había en el arca, un núcleo, como lo llamó Kandra. La chica retrocedió, tomó a Leclas del brazo y le obligó a correr atrás.
No supo cómo lo hizo, fue como si de repente se hubiera deslizado usando el invento de los yetis. Había soltado la ballesta, y volvía a llevar la espada desenvainada. Atacó desde abajo, y la esfera de metal salió despedida hacia arriba. Detrás, Leclas golpeó una con el escudo, y la desvió hacia el guardián. Al contacto con los aceros, las esferas empezaron a brillar y estallaron. Fue tan fuerte la ola de fuego que Zelda cayó de espaldas. Cuando dejó de ver puntos brillantes delante, supo que los demás intentaban acabar con esas esferas, mientras Leclas y Oreili seguían luchando contra el guardián. "Mirad a la Heroína de Hyrule, echando un sueñecito mientras los demás tienen sus batallas".
Se incorporó. Justo en ese momento, escuchó una voz de mujer, muy débil. Agitó la melena roja, concentró la vista en el guardián, y entendió las palabras que decía la mujer en su cabeza:
– ¡Atacad al núcleo, en la base!
– ¡Que no sé qué es eso de la base o el núcleo, leñe! – respondió Leclas, esquivando la segunda pata.
– ¡En la parte de abajo! – Zelda se deslizó en la nieve. Ahí, protegido por el cuerpo de metal, estaba una zona brillante, parecida a un espejo.
Se impulsó, girando sobre sí misma, la espada en su mano tembló, pero se mantuvo firme. La hoja golpeó una, dos, tres y más veces en ese mismo punto. Toda la fuerza de su brazo derecho concentrada en el ataque, sintiendo la vibración del metal hasta en los huesos, en cada fibra del cuerpo. El guardián se tambaleó, tembló y entonces se derrumbó. Hubiera aplastado a Zelda, si no llega a ser porque Leclas y Oreili la apartaron sujetándole los brazos.
– ¡Hay que alejarse! – gritó Zelda.
Fue el orni quien, con toda la fuerza de su juventud, lanzó a Zelda y Leclas por los aires, justo antes de que el guardián estallara. En otra parte del campo de batalla, las bolas que quedaban de pie por fin eran derrotadas por los yetis y Vestes.
Cuando todo quedó tranquilo, Zelda se dio cuenta de que ya estaba oscureciendo otra vez. El corazón se agitaba inquieto en su pecho. Sostenía lo que quedaba de su espada nueva: un trozo de la empuñadura. La soltó y los fragmentos se cayeron en la nieve.
– Menuda chufa…
No había más rastro de Kandra, y estaba oscureciendo. Perdieron un tiempo, porque Leclas se empeñó en guardar los restos del guardián, como tornillos, clavos, trozos de metal con dibujos grabados y, lo que sí causó cierta curiosidad en Zelda, una esfera luminosa azul, de cristal.
– ¿Por qué los recoges? – preguntó Vestes, curiosa.
– No sé, son raros, seguro que se pueden hacer cosas con ellos… Aunque no sé – Leclas se encogió de hombros.
– Hay que marcharse ya, está oscureciendo – dijo Helor, uno de los yetis más aguerridos. Se había llevado un buen golpe, pero había luchado con valentía –. Esa persona que estabas buscando, que tiene un pájaro grande como mascota, quizá ya haya bajado por la montaña, volando.
– Si podía hacer eso, podría haberme llevado – dijo Zelda.
El transporte de los yetis estaba muy bien, pero tenía un gran inconveniente: funcionaba mejor cuesta abajo. Había que remontar el viaje subiendo las cuestas que tan fácilmente habían dejado atrás. Por suerte, los yetis eran caminantes fuertes y veloces por la nieve. Pudieron llevar a Zelda, Oreili y Leclas, mientras Vestes les seguía desde las alturas. Llegaron ya por la noche, a oscuras. La fortaleza estaba tranquila, y fue el mismo Grandor quién les recibió.
Link estaba en la biblioteca. Había encontrado, en una habitación que fue un dormitorio, un brasero, y colocado bajo el escritorio. Lo tenía encendido, con brasas de carbón que Kafei encontró en el sótano. Con una manta, podía leer tranquilo el resto del día, y parte de la noche, sin tantas interrupciones como le había pasado en el salón de comunes. Zelda no quiso esperar al día siguiente. Aunque se caía de sueño, solo aceptó coger una pata de pollo y subió comiéndola, dejando atrás el ruido que hacían los ornis, los yetis y Leclas mientras contaban cómo habían acabado con el guardián. Medli le dijo dónde estaba Link, y que bastante había conseguido que bebiera agua, comiera y se pusiera otra manta.
Al cruzar las puertas de la biblioteca, Zelda tuvo el recuerdo del sueño. Link estaba inclinado de la misma forma que aquel anciano. Tenía el libro abierto de par en par, y también un montón de libros y papeles, donde escribía usando un carboncillo. Cuando Zelda abrió las puertas, miró por encima de los papeles y sonrió, aliviado.
– ¿Ha ido bien?
– No, no la hemos encontrado – Zelda llegó frente al escritorio –. Creo que Kandra acabó con algunos guardianes, pero ya no está en la montaña. Nosotros nos hemos enfrentado a uno, parece que se han despertado…
Link dejó de escribir. Se llevó la mano a los ojos, sin acordarse que estaba usando carbón. Se quedó con dos manchas negras sobre los párpados, que hizo reír a Zelda.
– Pareces un mapache, el rey Mapache V Barnerak – y se sentó, en la silla más cercana.
– Me siento muy poco rey ahora mismo – Link se vio reflejado en el cristal de la jarra de agua, y no pudo evitar reírse de sí mismo un ratito. No tenía nada a mano para limpiarse, y Zelda le propuso regresar a la sala de los comunes, y dormir un rato –. Kandra parece alguien muy preparado, yo diría que actúa igual que un soldado. Me has dicho que es mayor que nosotros…
– Lo parece, al menos. Es alta, y muy ancha, y tiene fuerza. Me recuerda a veces a Nabooru. Tiene 15 años, y me saca media cabeza. Quizá Kandra sea gerudo, aunque no sé, no actúa como ellas y tiene armas y ropas muy raras – Zelda ayudó a Link a quitar las mantas y vaciar el brasero. No quería el rey dejar nada encendido cerca de los libros. Zelda lo dejó todo en una habitación cercana, y Link la ayudó llevando el candil y el libro dorado bajo el brazo.
– Quería darle las gracias por cuidarme y salvarme la vida, pero no he podido – dijo, tras dejar el brasero en lo que parecía un dormitorio. Propuso pasar la noche allí, más cerca de los libros, y más solos, pero Link negó con la cabeza.
– Me parece un detalle muy feo, teniendo en cuenta que los yetis, los ornis y nuestros amigos se han arriesgado por nosotros y están siendo tan amables – además, Link no quiso decir que Kafei ya le había hecho alguna broma sin maldad sobre el hecho de que los pillara durmiendo juntos.
Zelda dijo un "como quieras, alteza", y los dos juntos regresaron a la parte inferior. Todos ya habían cenado, pero ninguno se había acostado aún. Esperaban a la llegada de Link, como si supieran que tenía algo importante que comunicar. Link empezó agradeciendo a los anfitriones, la tribu de los yetis, que los acogieran y que cuidaran de Zelda mientras estaba herida. Añadió entonces:
– Esta fortaleza fue construida durante el reinado de la que fue también líder de los sabios, como yo. Después, fue abandonada en tiempos de uno de mis antepasados. Vivió aquí un gran señor, que no dejó su nombre, pero sí, gracias a este libro, sé quién era… El Héroe del Tiempo.
Los yetis no lo conocían, tan despegados de las historias que afectaban a la gente pequeña. Medli comentó que había escuchado hablar de él en leyendas, pero que entre los ornis no eran muy conocidas. Kafei hizo un gesto de sorpresa, y Leclas se encogió de hombros. Zelda ahora se explicaba por qué le resultó tan conocido el anciano. Miró a Link, y pensó en decir que ella sí conocía su nombre, pero no quería provocar confusión en los que allí estaban. Dijo solo "continúa".
– Fue un gran guerrero, eso lo saben las leyendas, pero también vivió muchos años, y recopiló en este lugar los libros que hemos visto en la gran biblioteca. Tenía razón Medli: fue un hechicero, también. Desarrolló habilidades, como la protección que hay en este lugar, y la conexión que ha manifestado en Zelda. Al fin y al cabo, los dos fueron portadores de la Trifuerza del Valor, y de la Espada Maestra – Link mostró el libro dorado a los presentes –. Escribió esto, una guía para los portadores de la trifuerza. Por eso se ha comunicado usando a Zelda, para enseñarnos cómo reparar la Espada Maestra.
– Vaya, qué previsor – dijo Zelda.
– El libro cuenta el origen de la forja de la Espada Maestra. En ella, una diosa puso un espíritu. Este es el que decide que el portador es o no valedor de llevar la espada. Zelda y yo sabemos que en el pasado ha habido más portadores de la Trifuerza, y cómo todos han derrotado al Mal según se presentaba y era necesario. Ha habido más héroes y sabios antes del Héroe del Tiempo, pero hubo uno que fue el primero. Este libro narra cómo este héroe, un chico que vivía en unas ciudadelas en las alturas, se enfrentó a las tres pruebas y logró forjar la Espada, para luego atreverse a derrotar al heraldo del Mal. Esa fue la primera forma del que nosotros conocemos como Ganondorf.
"O Urbión" pensó Zelda, pero no dijo nada.
– ¿Tengo que enfrentarme a esas pruebas? Ve al grano, cerebrito.
Link iba responderle, cuando Kafei dijo:
– Has dicho que el primer héroe vino de una ciudadela, en el aire. ¿No sería un hijo del Viento, entonces? Como Reizar y como Vaati.
– ¿Y por qué vivían en el cielo? No tenemos constancia entre los ornis de otras criaturas que vivan en las alturas – intervino Medli, llena de curiosidad.
Para que volvieran a prestar atención, Link hizo un gesto con ambas manos y todos, hasta los yetis, se quedaron callados.
– Me hice esas mismas preguntas, por eso hoy he estado buscando en la biblioteca sobre los primeros hijos del viento. Estos fueron sheikans que descubrieron la existencia de ciudadelas en ruinas, las arreglaron y se marcharon, junto con hylians, para vivir lejos de Hyrule. En aquellos tiempos, eran perseguidos por la Corona. Los habitantes del cielo, de donde provenía el primer héroe, eran hylians. Sus antepasados fueron ayudados por la diosa Hylia para huir de los monstruos que mandó el Heraldo. La diosa Hylia logró encerrarle, pero no sin antes sacrificar parte de su divinidad. Por eso, decidió reencarnarse, y para asegurarse de que hubiera alguien para detener al heraldo, creó la Espada Maestra y dividió la trifuerza. Por eso hay tres trozos, y tres elegidos.
– Nunca había oído hablar de esa diosa Hylia – dijo Zelda.
– En Holodrum, donde nací, sí que la conocen. Tienen estatuas de ella, dicen que es una diosa menor única que ayuda a la paz y la fertilidad – fue Kafei quien lo dijo. Leclas asintió y comentó:
– En Sharia había una fiesta de la Diosa Hylia – y miró al lejano techo de la sala de los comunes.
– Según el libro, las tres diosas la crearon para que cuidara a los seres vivos de este mundo cuando ellas ya no estuvieran, y por eso le dieron la trifuerza – Link abrió el libro por una ilustración y mostró la efigie de una mujer que sostenía una espada con una mano y una especie de lira con la otra –. Otro hecho curioso, es que ella usaba la música como forma de hacer llegar sus dones.
Los ojos de todos se posaron en el arpa de Medli. Esta carraspeó, y dijo:
– Esta arpa no es. Me la fabricaron. La que tenía mi madre fue destruida, pero no era antigua.
– Yo estaba pensando en Laruto, la Sabia del Agua. Tiene un arpa, y ella me dijo que era una reliquia muy antigua – Link cerró el libro.
Zelda tenía los brazos cruzados. Se caía de sueño, y más cansancio sentía si volvía a recorrer el mundo detrás de templos, ruinas, y buscando medallones u orbes. "¿Es que siempre va a ser igual?" se quejó mentalmente.
– Volviendo a la pregunta de Zelda, primero necesitamos forjar una hoja nueva – dijo Link. Él sí que parecía entusiasmado, como si se hubiera olvidado todo lo que sufrieron el año anterior, y cinco años antes, y más todavía que estaban en medio de una guerra con un doble suyo que había usurpado el reino.
– Creo que puedo hacer una hoja nueva, con todos los trozos de metal que me he llevado de los guardianes – anunció Leclas.
El shariano, como ya sabían algunos, había pasado el verano no solo haciendo proposiciones a Nesarose y bebiendo toda la cerveza posible en la posada de Términa, sino que se había iniciado como aprendiz en una herrería. Su primer trabajo fueron las hombreras que tenía la labrynnesa. Aun así, nadie parecía muy convencido de esas habilidades. Los yetis tenían un taller, el lugar donde se habían fabricado los trineos, las gafas y algunas armas, pero no habían forjado una espada, y Leclas quería al menos tener un buen molde. Zelda preguntó entonces:
– Vale, vais a hacer una nueva hoja, y luego, ¿qué? ¿Hay que ir a cuatro, diez, treinta templos perdidos, matar criaturas, qué?
Link pasó por alto el tono. En su lugar respondió:
– No, no dice nada de una búsqueda física. Habla de una búsqueda espiritual, unas pruebas para el elegido por la espada. Lo sabremos cuando tengas de nuevo una hoja forjada.
Los yetis se fueron a dormir a su zona del salón. Solo algunos de ellos permanecieron despiertos, diciendo que estaban intranquilos después de ver a los guardianes. Zelda les propuso organizar guardias en las almenas, y se incluyeron en ellas Kafei, Leclas, Vestes, Oreili y Medli. Link quiso hacer una, pero Zelda le dijo que él no iba a pisar las almenas.
– Una simple flecha, un resfriado o un alud de nieve, y ya no tendremos que preocuparnos por Zant y su falso reinado.
Aunque sabía que se iba a enfadar, la verdad es que Zelda estaba preocupada por él. Le había visto muy pálido mientras les contaba la historia del primer héroe. Hacía días que no bebía el brebaje de Sapón, puede que estuviera pillando otro resfriado. Durante la noche, en su turno, avanzó por las almenas. Pensaba en lo que le había dicho Link, del espíritu, y también de las pruebas. ¿Cómo serían? ¿Qué era lo que tendría que hacer? Como si no fuera bastante todo lo que había hecho en los últimos años. Los medallones, el Mundo Oscuro, los orbes, la Torre de los Dioses…
Cuando llegó el turno de su relevo, Zelda fue a la cocina en lugar de regresar a la sala de los comunes. Tenía el frío calado en los huesos, y no quería entrar en la sala llevándolo con él. Se acercó al fuego, donde Blanca había dejado todo preparado para un té y algunos bollos para calentar. Comió uno, se hizo un té, pensó en la larga noche que le esperaba, y se sentó en un banco.
No supo en qué momento se quedó dormida. De repente, estaba de nuevo caminando por la fortaleza. Supo que era un sueño de inmediato, porque vio a maese Killian caminar delante, acompañado de varios criados. Killian estaba algo cambiado, quizá habían pasado varios años desde el último sueño en que se vieron. Cuando se percató de la presencia de Zelda, hizo un ligero gesto de sorpresa, pero luego, avanzó con decisión. Aunque estaban en la misma planta de la biblioteca, no se dirigió allí, sino a la habitación donde esa misma noche Zelda había propuesto dormir. Se alegró entonces de que no lo hubieran hecho: era el dormitorio de Link, el Héroe del Tiempo.
O lo que quedaba de él. Era un anciano, con el largo cabello blanco cayendo desordenado sobre la almohada. Respiraba con dificultad, apenas abría los ojos. Alrededor de la habitación había un olor extraño, una mezcla de hierbas, incienso y también algo más, algo que Zelda solo podía asociar al sudor propio de una persona muy enferma. Se quedó en la puerta, temblando. No, no quería ver esto.
– Maestro – dijo Killian, arrodillándose al lado de la cama.
– Dile que entre, que no me tenga miedo… – susurró el Héroe del Tiempo.
"No tengo miedo, es solo que es muy desagradable" pensó Zelda. Killian le hizo un gesto y, buscando un resquicio de fuerza en su cuerpo, Zelda traspasó el umbral.
– Has venido en mi última hora, Heroína de Hyrule.
– ¿Te acuerdas de mí? – Zelda observó que el brasero que había estado Link estaba allí mismo –. En el Desierto de las Ilusiones…
– Sí, solo que entonces no comprendía la importancia de nuestro encuentro. Yo también fui como tú, un joven temerario e inconsciente de las fuerzas que mueven este mundo – el anciano sonrió. Pidió a Killian que le ayudara a sentarse, y este obedeció –. Has venido a mí, a través del tiempo, para pedirme ayuda. La Espada Maestra está rota, ¿cierto?
– La verdad – Zelda miró a Killian, que asistía a la conversación con interés pero sin intervenir –. Es que estoy en este lugar, esta fortaleza, por casualidad.
– Aun crees en la casualidad, cuando todo está destinado – el Héroe del Tiempo había cambiado, y no solo físicamente. No tenía nada que ver con aquel muchacho amable, tranquilo y también desesperado que conoció en el desierto –. Te queda una ardua labor, Zelda Esparaván. Viajarás a lugares incómodos, tristes, no te gustarán nada, tendrás que enfrentarte a tus peores temores y pesadillas. Deberás recordar que dentro de la Espada Maestra están no solo el espíritu, sino también el de todos nosotros. El de todos… – y el anciano empezó a toser. Killian le ayudó a beber un poco de un cordial, y este gesto le recordó a Link bebiendo sus vitaminas para no caer enfermo.
– ¿Y si no lo hago? ¿Y si dejo las cosas como están? La Espada Maestra, el Triforce, todo eso solo ha traído problemas. Ya quise destruirlo una vez, y no me lo permitieron.
– La Espada Maestra debe resurgir, no por ti, sino para los que vendrán después. El Mal encuentra siempre una manera de regresar, recuerda – el Héroe del Tiempo volvió a toser, pero antes de ahogarse, le dijo –. Killian, esta fortaleza, hay que dejarla preparada. Nadie debe vivir aquí, hasta la llegada de ellos. Y tú, Zelda, protege al líder de los sabios, vienen a por él.
Algo sonaba, como una campana, una voz, un grito, Zelda levantó la cabeza. Se había quedado dormida en la mesa de la cocina. El sonido que la había sacado del sueño era el de una campana y los pasos de los yetis. Se puso en pie de inmediato y corrió a la sala de comunes, donde Grandor estaba diciendo:
– Los niños y Blanca, debéis bajar al sótano. Cerrad la puerta y no la abráis hasta que os lo digamos – alrededor del yeti jefe del clan estaban también los ornis, los dos armados con sus arcos, Medli con su arpa y una lanza, y Link.
– ¿Qué pasa? – Zelda avanzó con seguridad hasta llegar frente al líder de los yetis.
– Esas cosas, que llamáis guardianes… Están cayendo del cielo, como frutos de árboles. No podemos saber cuántos, pero muchos. Parece que vienen hacia aquí.
– De acuerdo – Zelda se giró a todos y dijo –. Hay que organizar la defensa. Las almenas son muy altas, podemos atacar desde el aire con los ornis. Recordad que su punto débil son los ojos por donde disparan y también la parte inferior, que tiene un núcleo azul. Podéis desestabilizarlos atacando las patas. Y tú, ¿qué haces con un arco?
– Ayudar, y no me vas a decir que me esconda en el sótano – Link llevaba puesta la capa, además de las botas de nieve. Zelda vio la decisión en sus ojos, y tuvo que contenerse para decirle que ella quería que viviese. En su lugar, solo dijo:
– Ve con los ornis y los mejores arqueros a la torre más alta, la que ocupa el centro de la muralla. Desde allí podréis atacar. Debéis impedir que entren dentro de la fortaleza. El resto, seguidme.
El grupo que formó Zelda estaba formado por Kafei, Leclas, Grandor y todos los yetis jóvenes. Los arqueros ocuparon puestos en las almenas y en la torre principal. Kafei, antes de subirse a uno de los patines de los yetis, le dijo a Zelda:
– Debería estar en el sótano, él…
– No obedecerá, y se escapará para ir a la batalla. Al menos en esa torre estará protegido, y sé que Medli cuidará de él – Zelda se colocó bien los guantes y las protecciones de metal que había encontrado en la armería. Todos llevaban cotas de mallas y cascos, ella era la única que había preferido dejarse la cabeza descubierta –. ¡Recordad lo que he explicado! Las patas son vulnerables, atacadlas primero.
No había exagerado Grandor: en algún lugar al este de la fortaleza, no muy lejos, se habían formado varias hileras de guardianes. Zelda contó unos cincuenta, así a simple vista. Avanzaban haciendo ese ruido metálico, parecido al reloj de Términa. Apretó los dientes, rezó para que las tres espadas que llevaba fueran suficiente. La última solo le duró el ataque a un guardián. También se había provisto de dagas y la ballesta.
Cuando alcanzaron el inicio del puente, Zelda y los yetis salieron de sus escondites en la nieve, e iniciaron el ataque. Lucharon como podían, derrotando a tantos guardianes como podían. Aunque los arqueros atinaban y lograban dar en sus ojos, eran demasiados. Disparaban, desde atrás, y rompían las paredes de la muralla. Uno de los disparos provocó un incendio en una de las plantas. Zelda corrió, saltó, usó la tabla de los yetis, para deslizarse por la nieve y llegar. El grupo de tierra era más lento de lo que creía. Por cada uno que derribaban, cinco guardianes más avanzaban.
Pronto, el aire no solo llevaba con él nieve y frío, sino también cenizas. Olía a quemado, y Zelda se desesperó al encontrarse prácticamente sola en mitad del puente. Ya había perdido una espada, y la segunda estaba a punto de partirse, a juzgar por las esquirlas de metal que saltaban por los aires. Había perdido de vista a Kafei, y a Leclas le parecía escucharle, luchando con otros yetis. El guardián contra el que luchaba había perdido dos patas, y el ojo, pero daba guerra aún. "Esto lo acabo de un golpe, como sea", se dijo. Se deslizó bajo él, y lanzó toda la fuerza de su brazo contra el núcleo azul. El guardián empezó a temblar y por fin estalló, aunque Zelda no lo vio. Al salir, se encontró con otro guardián, que estaba subiendo por las paredes de la torre. La misma torre donde había mandado a Link. Los ornis y él disparaban flechas con más o menos suerte, pero como les pasaba a ellos, no podían mantener el ritmo.
– ¡Aquí! ¡Hay que defender la torre! – gritó Zelda. No esperó al grupo, corrió al puente y subió por una escala, oculta en una esquina. Los guardianes que trataban de escalar por el muro se vieron detenidos por unas rocas con fuego que caían desde la torre. Zelda esquivó una, y llegó a la parte superior. En la Torre, estaban algunos yetis, Grandor entre ellos y los ornis.
– Hay uno que se ha colado en el palacio, hay que pararlo – le dijo el líder de los yetis. Zelda asintió y siguió corriendo. Con solo un vistazo, había visto que ni Medli ni Link estaban allí. "El muy idiota, se ha marchado..."
Zelda tomó una cuerda, la ató a una flecha de la ballesta y disparó hacia el guardián que estaba escalando la fachada principal de la fortaleza. Los guardianes caminaban más despacio, y tardaban más en disparar, pero seguían siendo letales. La flecha se clavó en una de las patas, y Zelda aprovechó la larga cuerda para escalar tras ella. Trepó rápido, hasta llegar. En la postura que estaba, no podía atacar, solo podía trepar por el cuerpo metálico. Intentaba alcanzar el ojo azul, con lo que fuera. Ya solo le quedaba una espada útil.
Entonces vio el destino del guardián. Estaba escalando la fachada. Reconoció, por el ventanal que estaban cruzando, los tapices que decoraban el pasillo que conducía a la biblioteca. Supo también que la columna de humo salía del gran tragaluz. El guardián rompió una de las grandes ventanas, y tanto Zelda como él llegaron al pasillo.
Link estaba en la biblioteca. Podía verle, tratando de apagar el fuego, intentando salvar los libros. Su vida no importaba, como siempre, solo el conocimiento. "Luego le diré unas palabritas", se dijo Zelda. Saltó por delante del guardián, la ballesta presta. Dio de lleno en el ojo azul. Prefería dejarle ciego antes de que volviera a disparar en un espacio tan cerrado.
Corrió sin mirar atrás, entró en la biblioteca abriendo las puertas de par en par y fue hacia el lugar donde antes estaba el escritorio. Por encima del humo y del fuego, vio la silueta de Link. Medli también estaba allí, tocaba con el arpa, pero su poder no era suficiente. Eso gritaba, le pedía a Link que hiciera algo, pero el rey estaba paralizado. El guardián detrás de ella avanzó, rompiendo las puertas de par en par. Alargó dos de sus patas y trató de atrapar a Link, pero Zelda se había girado a tiempo para golpear los dos brazos. Rompió uno, el otro quedó a la mitad.
– ¡Salid de aquí, los dos!
– No, los libros… Hay que… – trató de decir Link antes de que le diera un ataque de tos. Sostenía en sus brazos una montaña de libros y objetos, contra su pecho. Incluso si hubiera sido un gigante, no podía sostenerlos a todos.
– ¡Ahora! – Zelda saltó sobre el brazo que aún se movía, mientras el guardián lanzaba más ataques, todos dirigidos a Link y a Medli. La orni dejó de tocar. Se colocó junto a Link, sacó su pequeña daga y logró desviar un ataque, antes de que un tercer brazo la derribara. La lanzó por los aires y se golpeó contra una estantería. Link corrió tras ella, tras soltar los libros. Se detuvo un momento, y recogió dos objetos del suelo y volvió a correr hacia la orni, mientras Zelda intentaba acabar con el guardián.
La espada que llevaba se quebró, y, tarde, Zelda comprendió que no tenía ya ningún arma. Durante el momento en que trepó la torre tras este guardián, había perdido la tercera espada de reserva. "Maldita sea", susurró para sí, mientras sacaba la ballesta.
El guardián ya estaba justo frente a Link. Estaba levantando una de las patas, y vio entonces que las garras tenían unos largos filamentos. Iban a empalar al rey, sin miramiento alguno. Estaba muy lejos, no podría hacer nada, aunque volara como un orni. Zelda dio un grito, y entonces ocurrieron varias cosas a la vez. Del tragaluz vino el sonido de cristales, y una lluvia de estos cayeron sobre el guardián. Seguidos, estaba la silueta, la pelícaro morado Gashin apareció. Su jinete saltó, de una voltereta hacia atrás, hasta quedar justo frente a Link. Había desenvainado la espada azul, y el escudo. Le gritó algo a Link. Este se puso en pie, y gritó el nombre de Zelda, y le lanzó un objeto.
La empuñadura de la Espada Maestra.
Zelda se deslizó en el suelo, y la aferró a tiempo. No sabía qué debía hacer con algo que estaba roto, quebrado e inútil. "Inútil, no, es la Espada Maestra, aunque esté rota, sigue siendo la espada legendaria".
Link también tenía su flauta. Empezó a tocarla, y Medli, aunque tenía una herida en la cabeza por donde sangraba, también se había incorporado y recuperado su arpa. Tocaba la misma canción que Link o eso le parecía a Zelda. No tenía tiempo y había demasiado ruido de esa cosa metálica, alargando sus patas para atrapar al rey. Kandra Valkerion usaba la espada de luz para repelerla.
Dejó de escuchar la música, de sentir la lluvia que caía de algún lado, de los sonidos metálicos que hacía el guardián. Escuchaba tan solo su nombre, y sentía una vibración familiar en su mano derecha. La miró, y casi esperó ver allí el triforce brillando. Pero no, lo que brillaba era la propia empuñadura.
"¿Espíritu de la Espada Maestra?" pensó, sin mucha esperanza.
"Ten fe en tus habilidades y en las mías, y en las de todos, Zelda. Confía" escuchó una voz, la de una mujer. Zelda dejó la ballesta, tuvo un pensamiento fugaz de que esto era una locura, y otro en el que veía a Link muerto en el suelo de esta biblioteca destruida, y entonces se deslizó, hasta llegar justo bajo el guardián. Alargó el brazo, se concentró como hizo en el pasado, teniendo fe en que tenía una espada de verdad, que el Link Héroe del Tiempo había dicho la verdad, y en esa espada vivía no solo el espíritu de la espada, sino también el de todos. "Por favor, Héroe del Tiempo, una vez más, lucha por salvar al líder de los sabios".
La hoja de la Espada Maestra resurgió, como un haz de luz, parecido a la espada que usaba Kandra. Esta levantó el escudo y cubrió a Link y Medli, su superficie tan grande como cuando se deslizaron juntas en la nieve. Lo hizo porque el rayo de la Espada Maestra partió por la mitad al guardián, y este empezó a temblar, soltar humo y agitar las patas que le quedaban. Zelda lo había atravesado, y, nada más poner los pies en el suelo, solo tuvo tiempo de ocultarse detrás de una estantería.
La onda explosiva hizo caer más libros sobre ellos, y entonces dejó de llover.
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