MI AMADA ESPOSA
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Terruce Granchester, hijo del gran duque Richard Granchester, era uno de los jóvenes más apuestos de Londres. A cada fiesta que asistía, era rodeado por las jovencitas, quienes soñaban con impresionarlo, cautivarlo y si tenían suerte, atraparlo; su carácter rebelde y su sonrisa desafiante las impresionaba y enamoraba.
El joven era considerado, por muchos, un rebelde, pues siempre actuaba en contra de las reglas y normas impuestas por la sociedad londinense. Por otro lado, su padre siempre conseguía dominarlo y someterlo a sus decisiones, y aunque en algunas ocasiones logró zafarse de éstas, ahora su progenitor había sido completamente claro al decirle que tendría que hacer lo que se le ordenaba.
-No quiero casarme padre! – protestó al enterarse de su próximo enlace.
-No te estoy preguntando si quieres o no, te lo estoy ordenando.
-Y por qué no se lo ordenas a Anthony, él es tu primogénito, es a él a quien le corresponde.
-Tu hermano ya tiene un compromiso, además él no me causa tantos problemas como tú lo haces.
-Padre…
-Basta Terruce! – la voz potente de Richard calló al joven – para gozar de todos estos privilegios, los cuales aprovechas a tu antojo, existen sacrificios y éste es uno de ellos.
-Es mi libertad la que voy a perder sólo para complacerte.
-Terruce, todavía no la conoces; pero cuando la veas, estoy seguro que te gustará. – el mayor trató de tener paciencia con su hijo menor – es muy hermosa.
-Eso no me importa, ya tengo a alguien a quien amo – no era verdad; pero esperaba que al oír eso, su padre cambiase de idea, pues él sabía muy bien que lo apoyaría si ya existía alguien en su vida, ya que el mayor así se lo había prometido a su esposa antes de morir, apoyar a sus hijos cuando encontraran el amor.
-No creo que sea algo serio ni que sea una señorita de nuestra clase, porque si lo fuera, ya me lo habrías anunciado para hablar con su familia sobre un cortejo.
-Padre… por favor… - trató de persuadirlo al verse descubierto – no quiero desposar a una mujer a la que no conozco ni quiero conocer.
-Candice es la hija menor del conde de White, ya le di mi palabra, así que tendrás que tratarla bien y asegurarte de que esté contenta a tu lado. – a Terry le enfureció que su padre lo ignorara y no intentó esconderlo, lo miró con el ceño fruncido y de manera desafiante. – ya es tiempo de que sientes cabeza y formes una familia, no puedes seguir tonteando con cuanta joven se te pone en frente, no quiero accidentes que obliguen a unirte a cualquier familia; Candice pertenece a la aristocracia y estoy seguro que podrá darte buenos herederos.
-Ahora entiendo – su voz sonó ronca y molesta – todo esto es porque quieres herederos para tu título.
-No voy a negar que ese es uno de los motivos; quiero nietos, ese era el deseo de tu madre, así como que sientes cabeza de una vez por todas, no me gusta la vida descontrolada que llevas.
Una sonrisa se dibujó en el apuesto rostro del joven castaño; sabía bien que, de una u otra manera, su padre lo obligaría a obedecer; pero él ganaría, pues juró que no le daría nietos, no con Candice, a ella nunca la tocaría.
-Como ordene duque. – Richard sabía que cuando Terry lo llamaba por su título era porque estaba más que molesto con él.
-No intentes nada Terruce - le advirtió – sabes que si lo haces, podría costarte tu herencia.
-No se preocupe duque, haré lo que usted ordena. – se giró hacia la puerta – desposaré a la hija del conde White.
Sin decir más, Terry dejó la habitación; Richard sólo negó con la cabeza, pues se dio cuenta que su hijo ya estaba ideando algo para librarse del compromiso, se dijo a sí mismo que lo mantendría vigilado.
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Todos en el pueblo comentaban la última noticia, que la hija menor del conde de White había regresado a Londres porque estaba comprometida con el hijo del duque de Granchester.
Las mujeres mayores hablaban de lo afortunada que era la joven al ser la elegida para pertenecer a tan honorable familia; sin embargo, las más jóvenes envidiaban su suerte, pues no sólo tendría un alto rango en la sociedad, sino también le pertenecería al hombre más apuesto de todo Londres.
-Oíste lo que dicen en las calles?
-Y qué es lo que dicen? – dijo sin interés.
-Que eres afortunada, todas deseaban desposar a Lord Terruce.
-Acaso desean ser la esposa de un mujeriego?
-Candy, tú puedes cambiar eso.
-No lo creo, las ocasiones que coincidimos en algún baile, lo vi por lo menos con tres mujeres diferentes en situaciones… - buscó la palabra perfecta para describirlo – "amigables".
-Candy, eso puede cambiar si tú lo deseas y te esmeras en conseguirlo.
-Tú lo conseguiste?
-Archivald ya no sale tan seguido.
-Pero aún sigue visitando a esa mujer, cierto?
-Pero yo soy su esposa! – dijo con una leve molestia en la voz. – ella es simplemente la mujer que lo complace en ciertos aspectos; sin embargo, yo, llevo el título de esposa de Lord Cornwell.
-Yo no quiero eso Annie, yo quiero ser la única mujer para mi marido, así como él lo sería para mí.
-Es normal que los hombres tengan protegidas. – Candy la miró incrédula por sus palabras – no me mires así; papá también la tuvo y a mamá no le importó, ella fue feliz.
-No puedo creerlo. – murmuró incrédula y molesta. – cómo puedes decirlo con tanta tranquilidad.
-Aunque te reúses a aceptarlo, ya te dije que es normal.
-Pues yo no lo apruebo. – dijo firmemente.
-No puedes hacer nada; y con respecto a tu compromiso, ya se firmaron los acuerdos y se determinó la dote.
-Odio que me vean como si fuera una simple mercancía.
-Hermanita… - se acercó cariñosamente a la rubia – sufrirás más si sigues con esos pensamientos, deberías aceptarlo y ver el lado positivo de todo esto.
-Hay algo positivo?
-Tendrás un título nobiliario alto. – dijo con un tinte de emoción en la voz – todos van a respetarte y a envidiarte, serás la mujer más importante de...
Candy ya no prestó atención a su hermana mayor. Le parecía injusto el trato que se le daba a las mujeres, menospreciándolas, obligadas a soportar las infidelidades de sus esposos, sólo para no quedarse desprotegidas; no le gustaba las absurdas reglas de aquella sociedad.
-Hubiera deseado nunca volver… - murmuró.
-No ibas a vivir en aquel pueblo para siempre, como mujeres de esta familia tenemos obligaciones.
-Y tú eres feliz con ellas?
-Lo soy. – dijo firmemente – acéptalo de una vez. – molesta Annie dejó la habitación de Candy.
Candy estaba deprimida, un mes atrás, su padre había mandado llamarla y obligado a dejar Snowshill, donde la joven de cabello rubio y rizado, con ojos tan verdes como las esmeraldas, era completamente libre y feliz; un día su nana le informó que debían regresar a Londres para desposarse con el hijo de un duque.
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-Deberás tratarla bien.
-El que sea tu cuñada, no te da derecho a ordenarme nada.
-Terry, ella está igual que tú, no acepta la decisión que tomaron sus padres.
-Ah… sí? – dijo con su sonrisa de lado.
-Ella era feliz en el campo.
-Así que desposaré a una campesina? – dijo con tono burlón.
-Sabes que no es así. – lo enfrentó – y recuerda que estás hablando de la hermana de mi esposa.
-Ja! Ahora respetas a la familia de tu esposa?
-Sabes que siempre los he respetado. – dijo exaltado – si te refieres a lo de Karen, ella es…
-La mujer que tú escogiste. – lo interrumpió. – con la que compartes más tiempo y a quien deseas pasear por la plaza a plena luz del día sin que la señalen.
-Tú mejor que nadie sabe lo que siento por Karen y por mi esposa.
-Y también sé muy bien porque Lord White persuadió a tu padre para que desposes a Annie, así como lo hizo con el mío.
-Son negocios, lo sabes bien, donde todos ganan.
-Pues eso no me importa, ese negocio va a costarme mi libertad.
-Sólo estarás casado, eso no quiere decir que dejes de ver a tus amigas. – dijo de manera insinuante.
-Tampoco pretendía dejar de hacerlo.
-Mira Terry, haz lo que yo hice, escoge a la que más te guste y hazla tu protegida, nadie va a criticarte, es nuestro derecho.
-El asunto es, amigo mío… - se acercó con la mirada fija y una sonrisa de lado – que no me interesa tener una protegida, después se vuelven empalagosas, yo quiero mi libertad.
-Resígnate, no podrás hacer nada en contra del duque.
Terry sabía que su amigo tenía razón, conocía el poder que tenía su padre, nunca podría enfrentarlo y mucho menos ganarle; así que se resignó a su destino, desposaría a Candice White; pero no le daría a su padre lo que tanto ansiaba, un nieto, esa sería su venganza por obligarlo a casarse.
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El primer acto de rebeldía del castaño, antes de su boda, fue escaparse a la campiña inglesa; por supuesto su progenitor no estaba enterado del lugar, lo único que dejó el castaño fue una carta indicándole que llegaría entre el martes y miércoles de la próxima semana, es decir después de la fecha de la fiesta de compromiso. El duque estalló de furia y aunque mandó a buscar a su vástago, no logró encontrarlo; así que no tuvo más opción que suspender la fiesta, alegando que su hijo tuvo que viajar con urgencia a Escocia, obviamente William se molestó; pero al escuchar que fue por un asunto de la familia real, y pensando que era orden de su majestad, aceptó resignado.
-Cómo que no lo encuentran!?
-Excelencia, el joven Terruce no estaba en Stratford Upon Avon, la ama de llaves dijo que llegó el miércoles por la tarde, dejó la carta y se marchó.
-Sigan buscándolo. – ordenó molesto mientras sostenía la carta que le hubo dejado su hijo.
-Sí, excelencia. – haciendo una reverencia el empleado dejó el lugar.
-No juegues con mi paciencia hijo. – dijo mirando la carta – si se te ocurre escapar del compromiso, no me tocaré el corazón para castigarte.
Leyó la carta donde Terry le dejaba en claro que no estaría presente en la fiesta de compromiso; sin embargo también aseguraba que cumpliría con su orden, sólo que lo haría bajo sus propios términos, regresaría para la boda; pero antes disfrutaría de su libertad.
Arrugando la carta, el duque, la arrojó dentro del cajón de su escritorio.
Todo estaba listo para la boda; sin embargo, ni el novio ni la novia fueron participes de los preparativos de ésta, pues ninguno de los dos tenía interés en unir su vida al otro; algo contrario a sus progenitores, pues esto significaba la unión de las dos empresas textiles más grandes de Escocia.
Ya sólo faltaba un par de días para el gran enlace y los jóvenes involucrados estaban; en el caso de Candy, deprimida, pues ella deseaba enamorarse y tener una hermosa vida de casada como en sus libros favoritos, ser la única mujer para su marido; pero, todo lo que había oído de su futuro esposo, le indicaba que eso nunca pasaría. Por otro lado, para Terry, todo esto significaba perder su libertad, eso le molestaba bastante; aunque no había dejado de visitar a sus "amigas", juraba que su vida continuaba y continuaría igual, aun después de casado.
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La noche estaba fresca, el cielo estrellado, iluminado por una luna que brillaba en todo su esplendor, todo se miraba simplemente perfecto; pero una rubia no pensaba lo mismo, ella estaba apoyada al troco del gran árbol del jardín de su casa, mirando, de manera melancólica el firmamento.
-Mañana… - pensó – mañana me casaré con Terruce… - la tristeza se reflejaba en su rostro. – ese hombre controlará mi vida, destruirá mis sueños e ilusiones de encontrar el amor verdadero. – recorrió sus piernas para abrazarlas mientras posaba su cabeza sobre éstas y finalmente dar rienda suelta a su llanto.
Al otro lado de la ciudad, Terry estaba recostado en su cama, tenía los brazos cruzados debajo de su cabeza, miraba fijamente el techo de su habitación, con el ceño fruncido y los labios en una línea recta, claro indicio de su descontento, pensaba en lo que sucedería al día siguiente.
-Mañana… - su voz sonó rencorosa – perderé mi libertad, sólo porque a esa niña le dio por casarse. – él creía que Candy era como todas aquellas señoritas, entusiasmadas por casarse y más si era con un noble. – pero esté matrimonio no será como te lo imaginas princesa.
Los padres de ambos jóvenes, para convencerlos del compromiso o por lo menos que lo aceptaran de buena gana, les dijeron: a Candy, que Terry, era un hombre responsable que la protegería y cuidaría. A Terry, que Candy era una joven dulce y que estaba entusiasmada por formar su propia familia junto a él.
Ninguno de los jóvenes creyó completamente la información que les dieron sus padres; Terry sabía por Archie, que ella no quería casarse con él; pero imaginaba que estaba entusiasmada por dirigir su propia casa, como todas las chicas de su edad. Candy, sabía que Terry era un mujeriego, además ni siquiera se había presentado ante ella para pedir personalmente su mano, creía que él quería manejar su herencia para costear los lujos de sus amantes, pues había escuchado a los sirvientes decir que el duque le había cancelado las cuentas del banco hasta que contrajera matrimonio.
Estaban resignados a seguir con su destino, ya que ninguno podía hacer nada para cambiar lo que pasaría al día siguiente; sin embargo, Candy se juró a sí misma, ser fuerte y no dejarse dominar por quien la desposaría. Terry se dijo a sí mismo, que no dejaría que una niña caprichosa le quitará su amada libertad, con ese pensamiento ambos jóvenes se dispusieron a descansar, ya que en menos de 15 horas todo cambiaría para ellos.
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Nueva historia! espero que les guste y la disfruten.
