Los personajes de Naruto no me pertenecen.

Aclaraciones: Universo Alternativo. Modern Times.

Advertencias: Escenas sexuales no aptas para menores de edad. Descripciones gráficas. Relacionas entre dos personajes con una diferencia de edad. Mención de bebidas alcohólicas. Y MinaHina.

Si no te gusta la pareja, puedes retirarte y evitarte un mal rato. Créeme que mi historia no hará que la bella y canónica historia del MinaKushi desaparezca.

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Capítulo 1

Caja de Pandora


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Hinata no buscó ―en un principio― llegar a esa situación.

No había sido su intención. En su mente nunca imaginó que un simple coqueteo pudiera convertirse en una relación furtiva y peligrosa con un hombre que le doblaba la edad, que fácilmente podría ser su padre.

Pero ahí estaba, con la cara escondida entre las almohadas esponjosas de ese hotel, tratando de callar los gemidos salvajes que salían de su propia boca, aferrándose con sus uñas cortas a las sábanas para soportar el torbellino violento naciente en su vientre bajo mientras su pobre intimidad era abusada deliciosamente por el ritmo frenético del miembro completamente erecto, caliente y húmedo, gracias a sus fluidos, de Minato Namikaze.

Las manos masculinas no se soltaban de los laterales de su cuerpo, los dedos largos se enterraban de una manera exquisita entre los pliegues de su piel ―probablemente dejarían marca, su piel era tan clara, tan fácil de magullar― y con la boca pegada su nuca donde él aspiraba profundamente el aroma del shampoo de su cabello, pegándose más a ella, buscando desaparecer el mínimo espacio entre ellos y fusionarse más allá de lo permitido.

―Hinata ―el susurro en los oídos de la joven lograron hacerla estremecer, era el poder de su voz.

Él sabía los puntos débiles que hacían flaquear su cuerpo y dejarla en un completa vulnerabilidad.

Hinata solo pudo responder con más gemidos cuando las embestidas incrementaron. Santos Cielos que cuando el semental arriba suyo gruñó contra su piel perlada por el sudor los dedos de los pies se le torcieron por no saber cómo manejar esas sensaciones tan intensas. Necesitaba urgentemente buscar algo firme de donde agarrarse o se iba flotando al derecho al cielo.

El sonido de la cama daba la sensación que en cualquier momento podría romperse pero eso a Minato le daba igual. Podía pagar los daños, el dinero le sobraba.

Su atención estaba enfocada en la figura femenina de aquella ninfa de ojos aperlados y cabello de noche nocturna, en sentir cómo la piel de ésta se estremecía con los besos furtivos que depositaba en la tersa piel de aquella exquisita espalda.

Amaba el cuerpo de esa mujer pero sobre todo esa espalda por cómo reaccionaba, sentía un enorme regocijo cuando percibía aquella diminuta sacudida recorrer la curvatura de aquella creación divina retorcerse de placer en sus brazos.

Y todo era debido a él, a lo que le provocaba, a lo que la hacía sentir con sus caricias, besos y su pene hundirse en la profundidad de aquellas paredes vaginales que se habían convertido en su total perdición.

Los dos sabían que esa relación debería acabarse por el bien de cada uno.

Minato podría ser llamado fácilmente su padre, de hecho conocía a éste. Se saludaban cuando coincidían en el campo de golf o en reuniones de comunes intereses para ambos.

Hinata era una señorita de cuna dorada con una imagen intachable que cuidar en la alta sociedad. Un rumor de esa magnitud podría arruinar su futuro, la posibilidad de conseguir un buen marido.

Pero les importaba poco.

Muchas veces hablaban del tema al terminar la incesante sesión y cuando los cuerpos no podían ni siquiera levantarse, ambos mirándose directamente con sus siluetas escondidas debajo de las sábanas, sonriendo como cómplices para después lidiar con la culpa aterrizar en sus consciencias para decirse ―prometerse― que esa sería la última vez.

No obstante, eran un par de mentirosos con un espíritu débil y vulnerables ante la carne del otro que solo bastaba encontrarse en un mismo lugar para desear con desesperación el cuerpo del otro, dar excusas para absentarse de dicho evento en el que concordaban y entregarse al deseo carnal.

Fuera en el auto de Minato o en el de Hinata, estacionados en un rincón oscuro, con las luces apagadas y una melodía lenta en la radio mientras ella lo montaba en la parte de atrás con las manos enredadas en sus dorados cabellos y las lenguas devorándose mutuamente.

Solo Hinata podía encender esa lujuria que estuvo sellada en él por tantos años. Minato buscó siempre ser el padre que sus dos hijos necesitaban, cumplir con el deber de criar de la manera adecuada a Naruto y Menma, enseñarles valores y hacer que la ausencia de Kushina no fuera tan obvia.

Un padre modelo era cómo la mayoría le llamaba, haciéndole reír de manera nerviosa y rascarse la nuca, avergonzado por el apodo.

Amaba a sus hijos y por ello se dedicó a cuidarlos, entregarse de completo a ellos y al trabajo.

La rutina durante esos años en que sus hijos lo necesitaban siempre fue de la oficina a la casa y de la casa a la oficina. Ignoró siempre los consejos de Jiraiya, una figura paternal para él en toda su vida, que siempre le recalcaba que era un hombre con necesidades; necesidades que debían ser satisfechas y por las cuales no debería sentirse mal porque era un viudo; una noche de pasión con una mujer no mancharía la memoria de Kushina ni mucho menos le quitaría el lugar que ella mantenía en el corazón de Minato.

Pero a Minato le resultó difícil entregarse a otra mujer. Amó tanto a Kushina ―corrección: la seguía amando―, su único y primer amor con quien tuvo la fortuna de ser correspondido y formar una familia, una preciosa familia que le llenaba de orgullo.

Sin embargo, Naruto y Menma crecieron, se hicieron independientes; ya no lo necesitaban como antes. Era normal, los hijos siempre crecen.

Pero tuvo una etapa en la cual no sabía a qué dedicar el tiempo libre, no podía quedarse todo el día en la editorial, los borradores siempre se acababan y debía esperar hasta el siguiente día para revisar las nuevas propuestas de jóvenes escritores. Hasta Naruto le regañaba por quedarse tanto tiempo en la oficina, aconsejándole irse de vacaciones o ir de pesca con alguno de sus amigos.

Quién diría que el consejo de uno de sus hijos fue precisamente lo que lo llevó a su situación actual.

―Hinata ―exclamó de manera desesperada, pegando más el rostro al costado de ella, con su aliento cálido y agitado golpear la piel ardiendo de la joven bajo suyo, ahogada en con sus propios gemidos―. Hinata ―volvió a llamar, estaba cerca, podía sentirlo, igual que ella.

Con cada embestida el interior de ella se apretaba cada vez más y más, presionando a su miembro, haciéndolo delirar.

Era tan estrecha, tal como la primera vez.

―Minato-san ―gimió Hinata, con esa voz de ángel bendecido por las deidades divinas cuyo propósito era encantarlo y a la vez maldecirlo.

Era en esos momentos cuando la respiración femenina se descontrolaba y esos Ah se repetían a un ritmo inhumano que cualquier dudaría que la pulcra, tímida y obediente Hinata fuera capaz de crear tan guturales sonidos parecidos a una hembra en celo, como si en mitad de su trance quisiera morder hasta el aire.

Y maldita sea, cuando ella le llamaba así, cuando le decía "Minato-san" el ritmo de sus embestidas se incrementaba al punto de llamarlo un animal. No podía, simplemente no podía controlarse cuando se trataba de Hinata.

Todo el mundo desaparecía cuando estaba con ella, solo importaba darle el placer que se merecía, hacerla tocar el cielo con las manos, ver las estrellas y la galaxia entera.

―Me voy… ―susurró con una cercanía que debería considerarse insana, casi enfermiza pero la ansía de estar a su lado en el momento preciso, de expresar lo que ella provocaba en él era más poderoso. Como una adicción― a correr… ―logró a decir cuando sus caderas se movieron de manera violenta, inhumana, sacando sollozos de la joven que cómo único consuelo le quedaba apretar con fuerza los almohadones con sus manos hechas puños al punto de tornar la piel de sus nudillos en pálido blanco.

Él pegó la espalda de Hinata a su pecho, callando el gruñido que desató al correrse, aspirando profundamente la esencia de esa mujer hasta lo más hondo de su ser.

Amaba ese aroma, lavanda mezclado con sexo salvaje, era su perfume favorito y nunca se cansaba de éste.

El cuerpo de Hinata también tembló cuando ésta alcanzó el tan ansiado clímax que la hizo enmudecer y hacerle rodar los ojos de completa perdición hacia arriba como si de pronto hubiera sido poseída.

Minato continuó entrando y saliendo pero esta vez con un compás más tranquilo, relajado, buscando disfrutar los últimos estremecimientos del clímax.

Dejó caer la cabeza contra las mullidas almohadas, con el cuerpo relajado y el delicioso peso extra sobre su espalda, tan cómodo y caliente.

Él le preguntó si la incomodaba, Hinata negó, diciendo que disfrutaba mucho su calidez que le brindaba un confort inigualable.

―Puedes quedarte un poco más así ―dijo Hinata cuando tranquilizó su respiración, igual que él.

Minato rió.

―Eso suena muy tentador ―contestó después de una pausa para besar cariñosamente la oreja de la joven.

Muy pocas personas tenían el poder del convencimiento de hacerle descansar.

Kushina había sido una de ellas, siempre yendo a su oficina, casi arrastrándolo como si se tratara de un niño cuando lo veía despierto a horas inaceptables. La pelirroja siempre estaba tan atenta a la salud de todos.

Con Hinata pasaba algo similar, no tenía el poder de rechazar la petición que la joven de ojos bonitos.

Sería cruel de su parte negarse a los deseos de su pequeño ángel.

Hinata se había vuelto una debilidad capaz de arruinarle la vida. Minato estaba consciente que debería alejarse y terminar; más de una vez ambos habían hablado sobre el tema para después besarse con ansía en un lugar secreto donde nadie pudiera verlos ni mucho menos fotografiarlos para publicar en los medios de comunicación el escándalo del año.

La hija primera del empresario Hiashi Hyuga, dueño absoluto del Grupo Byakugan, en una relación que podría causar revuelo no solo en los círculos altos sino en todo el país. Aunque ninguno tenía una relación establecida, no sería bien vista su aventura por nadie y las críticas se dejarían caer como bombas aniquiladoras.

No dudaba que Hiashi se aprovechara de la situación para obligarlo a casarse con su hija mayor. No deseaba imponer tal obligación en Hinata, era tan joven, llena de vida. A comparación de ella, Minato ya tenía hecha su vida. Un importante editorial en el país con su apellido, dos hijos, estabilidad y la fortuna de ser amado por una bella mujer. Hinata apenas comenzaba a vivir, tenía metas personales por cumplir.

Ella quería dedicarse al arte en sus ratos libres, estudiar lo que su padre no le permitió cuando la obligó a estudiar una carrera que le serviría para manejar el futuro del imperio empresarial que Hiashi había construido en los últimos año. Casarse tan joven no era lo que Hinata buscaba, no aún.

Eso Minato lo sabía porque Hinata halló en él un lugar seguro donde podía expresarse sin temor a ser juzgada porque realmente sabía escuchar y secaba las lágrimas cuando la joven no podía soportar a veces la presión sobre sus delicados hombros o pellizcaba con gentileza la punta de su nariz cuando reía de una manera que le revivía las mariposas inquietas en el interior del estómago.

Eso Hinata lo sabía, le venía conociendo desde hace meses, había descubierto la soledad con la cual venía peleando desde que sus hijos decidieron dejar el nido para entregarse por completo a las vidas que estaban construyendo.

Una mirada a esos orbes nacarados que le recordaban a las perlas del océano y se sentía desnudo, vulnerable pero sin sentirse avergonzado de acurrucarse en sus brazos para dejarse mimar por ella.

Minato decidió quitarse de Hinata para dejarla descansar con más comodidad. Por la respiración pausada del cuerpo femenino descubrió que ésta había caído dormida. Sintió pena y vergüenza por haberla fatigado a ese punto, sintiéndose un puberto por no saber controlarse.

Salió del interior de la joven y se quitó con cuidado el condón, ignorando el hecho de que el contenido seminal casi se desbordaba. Fue hasta el baño para tomar unas toallas limpias, no sin antes asearse él primero y humedecer una de éstas con agua tibia para ir hacia Hinata.

Limpió con delicadeza de los muslos femeninos cualquier rastro de fluidos, pasando con suavidad la tela por la zona, cuidando de no despertarla. Lucía tan linda cuando dormía que el perturbar su sueño sería un crimen.

Arropó la figura femenina con las sábanas mientras él buscaba su ropa interior.

Minato reviso la hora. Apenas era el atardecer, se podía permitir descansar al lado de Hinata una hora antes de volver a la rutina diaria del siempre honorable y respetuoso Minato Namikaze.

Se acostó al lado de ella, admirándola en silencio, quitando los mechones de cabello azulado del rostro sereno de ese ángel poseedor de un cuerpo de pecado. Era tan hermosa, no paraba de repetírselo.

Minato sabía que muchos hombres allá afuera opinaban lo mismo y el pensamiento le causaba cierta molestia. Pero Hinata no le pertenecía y era estúpido pensar de esa manera tan posesiva.

Ninguno se pertenecía para declararse un dueño absoluto sobre el otro. Ella era una mujer adulta con la capacidad de tomar sus propias decisiones sin requerir de su opinión.

Frecuentemente se le dificultaba atrapar las frases escurridizas de su lengua que querían expresarle a Hinata lo mucho que la necesitaba a su lado, el cómo el tiempo se volvía una eternidad cuando no estaba con ella o el cómo propio cuerpo dejó de pertenecerle para convertirse en su fiel esclavo cuyo único fin era satisfacerla en todos los sentidos. Pero se obligaba a callar porque no quería asustarla ni cortarle las alas para que alcanzar sus metas.

Era una relación temporal. Minato estaba consciente que dicha aventura nunca tomaría una dirección seria.

Y eso estaba bien, ambos estaban de acuerdo. No eran ingenuos y estaba conscientes de cómo la vida real allá afuera funcionaba.

En algún punto todo eso tendría que acabarse y Minato debía prepararse ese fin.

Una relación con Hinata nunca sería duradera.

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Los ojos juguetones de Tenten no dejaban de observarla con una atención abrumadora que le era imposible de ignorar. Por mucho que intentara y tratara de concentrarse en los números que leía para dar la presentación en la próxima junta con los inversionistas principales de la empresa de su padre, los esfuerzos por mantenerse indiferente frente a la castaña de nacionalidad china parecían no funcionar.

Cansado de aquel juego imposible de escapar, Hinata suspiró y dejó a un lado su trabajo para ver directamente el rostro de su amiga.

―¿Sucede algo, Tenten? ―cuestionó, fingiendo desinterés, como si no supiera la razón verdadera por la cual la castaña le observaba de ese modo tan inquisitivo.

―Eso debería preguntarlo yo, Hinata ―contestó la otra joven, apoyando el rostro sobre las palmas de su mano y con los codos en el escritorio de la Jefa de Finanzas del Grupo Byakugan.

Desvió la mirada, sonrojada y a la vez temerosa de que su secreta relación con Minato Namikaze fuera descubierta.

―¿A-A qué te refieres? ―oh, mal momento para la aparición de su tartamudeo.

―Ese brillo en tus ojos no puede engañarme. Lo conozco bien ―afirmó Tenten con una sonrisa confiada y orgullosa.

Esa Hinata pensaba que podía engañarla jugando a padecer demencia. Qué equivocada estaba.

―En serio, Tenten, n-no sé de qué hablas. Mis ojos no tienen nada raro ―lo único raro que mucha gente le señalaba, ya fuera como insulto o cumplido, era el peculiar color de sus ojos, herencia genética que solo existía en su familia.

―No te hagas la tonta ―Tenten se puso recta con los brazos cruzados.

―No me estoy haciendo la tonta. ¿P-Por qué lo haría en primer lugar? ―cuestionó con una sonrisa nerviosa, rezando a las divinidades en turno para que la castaña desistiera.

―Podemos hacer esto por las buenas, Hinata, o por las malas. Sería mucho mejor si cooperas y me lo cuentes todo de una vez.

Ella volvió a fijarse en el computadora, tecleando al azar y fingiendo estar muy ocupado.

―Lo siento pero de verdad no sé a qué te refieres. N-Necesito volver al trabajo, e-estos números no se sacarán solos.

―Ay, Hinata, por favor. Puedo leerlo en tu rostro.

―¿Q-Qué cosa?

―Qué te estás acostando con alguien.

La cara de Hinata enrojeció de golpe.

―Acerté ―la castaña celebró como si se hubiera sacado la lotería.

―¿C-Cómo…?

―Hinata, esas cosas son fáciles de saber, especialmente en ti. La última vez que te vi con ese mismo brillo en los ojos fue cuando perdiste la virginidad.

―¡Tenten! ―miró angustiada alrededor de su oficina privada, pensando que alguien estaba escuchando al otro lado de la pared―. N-No lo digas tan alto, por favor. Es vergonzoso ―susurró.

Tenten y ella eran amigas desde la secundaria.

Era una conocida de confianza de su primo, Neji, con quien se graduó en la misma generación cuando la castaña se vino de intercambio a Tokio a estudiar.

Se tenían absoluta confianza, Tenten siempre le ayudaba en cuanto a socializar se trataba, no por nada era la Jefa de Publicidad del Grupo Byakugan y una de las principales conexiones para los negocios en el extranjero que su padre mantenía, especialmente en Hong Kong donde Tenten se desenvolvía con total libertad por dominar el idioma y tener contactos de importancia para incrementar las ganancias de la empresa.

No le extrañaba que su pequeño secreto fuera descubierto con facilidad.

―Hinata, solo un idiota se atrevería a escuchar nuestra conversación. Tu padre lo cercenaría y Neji se encargaría de ocultar cualquier escena del crimen.

Hinata arrugó sus delicadas cejas en una mueca que detonaba absoluto asco al imaginarse la escena. Pero le daba la razón a Tente. Su padre podía tomar medidas drásticas para mantener el prestigio de la familia en lo más alto.

Sin embargo, imaginaba que el asesinado era ir demasiado lejos.

―Olvidémonos de eso ―Tenten se levantó del asiento y caminó hacia donde Hinata estaba sentada para abzarla por la espalda―. Vamos, cuenta, cuenta. ¿Cómo se llama el bombón?

―N-No voy a decirte.

―¿Hah? ¿Y eso por qué? Somos amigas ―se quejó Tenten como si fuera una niña pequeña en lugar de una mujer adulta que le llevaba un año.

―E-Es algo privado, Tenten ―respondió y de verdad esperaba que la castaña lo entendiera, no quería relevar la identidad de Minato.

Confiaba en Tenten pero Hinata era demasiado paranoica. A la castaña se le podría salir la información por accidente. Si eso sucedía, especialmente si Neji estaba presente, todo iba a terminar muy mal.

―Entiendo ―Tenten se dio por vencida, cosa que le dio alivio a Hinata al no sentirse presionada―. Si es algo que no le puedes contar a tu amiga más cercana es porque es serio.

Tenten se puso a divagar en lugar de soltar el dedo del renglón.

―Oh por Kami-sama ―la castaña de repente abrió los ojos más grandes de lo normal, con sus ojos achocolatados y sus pupilas dilatadas como si a su mente le hubiera llegado un decreto divino―. ¡Hinata, ¿te estás metiendo con un hombre casado?!

―¡C-Claro que no! ―su respuesta fue en automático, mirando ofendida a Tenten por pensar de esa manera de ella.

Nunca haría tal cosa.

«Es un hombre viudo, es completamente diferente» se dijo mentalmente mientras su amiga se disculpaba repetidamente.

―Lo siento, lo siento.

―¿Podríamos dejar el tema, por favor? ―pidió Hinata, mirando de manera suplicante a Tenten, no quería seguir más con el tema―. De verdad tengo mucho trabajo por hacer.

―De acuerdo, no insistiré más. Por lo menos ya aclaraste que no eres una rompe hogares.

―P-Por supuesto que no ―exclamó.

«Solo soy una mujer que se mete con el padre de su ex crush de casi una vida y su ex pareja sexual. Sin duda, tengo un problema y un patrón bastante problemático en cuanto a mi gusto por los hombres. Especialmente por los que poseen ojos azules».

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El pasado era una caja de Pandora para Hinata y era mejor mantenerla cerrada.

Le lloró lo suficiente a su ex amor, Naruto Namikaze, en su momento, todo con el fin de avanzar y alcanzar sus propias metas.

Tenten ayudó mucho al repetirle que no debería dejarse quebrar por un insignificante hombrecillo ―aunque para Hinata el rubio de perfecta cabellera digno de un comercial de acondicionador ocupó gran parte de su corazón ingenuo y juvenil de aquel entonces―; el mundo estaba lleno de un montón de peces libres con los cuales experimentar.

Sin embargo, la tonta Hinata de ese tiempo se le dificultó poner la vista en otra persona que no fuera Naruto.

Y en una noche de invierno, en casa de Sasuke Uchiha cuando fue invitada por la familia de éste sin poder declinar por el peso del estatus social y porque los Hyuga mantenían una buena relación con los Uchiha en el mundo de los negocios, Hinata se encontró con Naruto ―éste ocupado en la mesa de bocadillos, quejándose por qué no había nada de ramen para luego se golpeado disimuladamente por Sasuke la ante pierna para que se callara y dejara de hacer el ridículo―.

Fue incómodo porque el recuerdo de su confesión seguía fresco en la memoria del joven que también se comportó extraño ante su presencia aún cuando mostró una sonrisa amigable en el rostro durante toda la velada.

Naruto se acercó a ella solo cuando un joven demasiado insistente quiso bailar con ella un vals a pesar de haberse negado más de una vez, poniéndola en una situación incómoda al no contar con el apoyo de Neji ni de su padre porque estos estaban más ocupados en conversar sobre los valores de la bolsa en Nueva York con otros empresarios.

Bastó que el rubio le diera una mirada de advertencia al tipejo que la hostigó para hacerlo marchar, completamente asustado de la amenazadora mirada azulada del rubio que suavizó dicho brillo para fijarse en ella y preguntarle si todo estaba bien. Hinata recordó haberse quedado viendo, completamente embobada, el rostro precioso de él, con el pecho doliéndole porque sabía que solamente podía añorarlo en silencio.

Agradeció a Naruto su ayuda y pidió disculpas por molestarlo, acto que al rubio le confundió cuando la vio alejarse de él.

Ni en sus más locas fantasías imaginó que Naruto Namikaze fuera detrás de ella esa noche hasta el balcón más cercano, en una desesperada necesidad por aspirar aire fresco y detener el latido acelerado de su corazón que no podía fingir esconder los sentimientos por el rubio, aun cuando éste se disculpó por no poder corresponderle cómo era debido tiempo atrás.

Pero apareció y no era un sueño, Naruto estaba ahí con ella, preocupado. Hinata le aseguró, con una sonrisa, que todo estaba bien pero el rubio no le creyó e insistió en quedarse a su lado.

Lo que él nunca supo era que Hinata peleaba consigo misma para no llorar en frente de Naruto y pedirle que no jugara de esa manera.

Su amabilidad la estaba lastimando en esos momentos.

Ese era su primer encuentro después de casi seis meses de haber terminado la preparatoria donde se armó de valor para confesar su amor hacia el rubio en el último día de clases, viendo tal oportunidad como la última ante la creencia de no volver a verlo y la ingenua ilusión de verse correspondida por una magia inexistente que no tenía efecto en la vida real.

La conversación que él inició, primero incómoda y sin saber qué decir, fue débil. Hinata se mantuvo en silencio, contestando a las preguntas que el rubio le hacía con respuestas un tanto cortantes. Pero detuvo aquel intento de aparentar completo desinterés y la intención de incomodar al joven Namikaze para que éste regresara al interior donde sus demás conocidos podrían mantenerlo en mejores ánimos que ella al observar las facciones tristes del chico.

Resultó tan fácil sucumbir a esa cara de cachorro abandonado. Su corazón era tan débil como su padre solía recordarle cuando no podía tomar una decisión sin titubear o comportarse como una digna heredera. Se disculpó una y otra vez a pesar de la sorpresa que Naruto mostró por no saber muy bien a qué se debían tantas disculpas. Pero todo empeoró cuando no pudo soportar lo que llevaba encerrado en el pecho y comenzó a llorar frente a él.

Sin duda, aquel había sido uno de los momentos más humillantes de toda su vida. Nunca gustaba de llorar frente a las personas, lo consideraba algo demasiado intimo que no debería mostrar a nadie.

Y menos a Naruto.

Decir que la situación dio un giro de 360º era poco a lo que realmente sucedió. Ni si quiera un aproximado.

Naruto la abrazó cuando no supo qué hacer con la chica que escondía los sollozos detrás de sus temblorosas manos. La única orden que el cerebro del Namikaze dio a todo el cuerpo del rubio fue reconfortar a esa dulce chica.

El calor agradable y cobijador de los brazos de Naruto la arrulló y calmó el mal de amores, por un momento. Luego regresó a la cruel realidad.

De inmediato Hinata volvió a disculparse con él por mostrar tal faceta, cosa que Naruto se encargó de restar importancia para luego él ser quien se disculpara todo lo ocurrido, no solamente lo de ese entonces sino también por de la confesión, un tema tabú que Hinata en esos momentos no quería abordar.

No obstante, Naruto insistió.

Le pidió dar una vuelta por los jardines de la propiedad. La madre de Sasuke, Mikoto, tenía una fascinación por los laberintos y Fugaku Uchiha le había cumplido el capricho a su querida esposa en construirle un laberinto en mitad de las extensas jardineras. Ella dudó en aceptar porque no quería llorar más, la máscara de pestañas era a prueba de agua pero hasta ella desconfiaba que le ayudara a pasar desapercibido el llanto en cuanto volviera a fiesta llevándose a cabo en el interior de la casa grande de los Uchiha.

Pero la sonrisa de Naruto y esa mano extenderse a ella debilitó por completo esa pequeña convicción.

Hablaron y caminaron por horas. Hasta jugaron entre ellos.

La velada aburrida que se imaginó cuando su padre le comunicó que asistirían al evento organizado por los Uchiha dejó de serlo para convertirse en una memoria preciada que hasta el día de hoy ella atesoraba.

Las cosas simplemente se dieron, el momento apareció y lo aprovecharon.

Ya fuera lástima, piedad o un favor. Hinata no sabía con precisión que fuerza empujó a Naruto a tomarla delicadamente de la mano para acercarla a su cuerpo, a aquella calidez que el propio cuerpo le pedía a gritos abrazar, acercar sus rostros a una distancia nada prudente y besarse.

Naruto Namikaze fue su primer beso, su primera vez, su primer orgasmo y el primer hombre en su vida.

Tuvieron relaciones amorosas ocultos en el laberinto de arbustos, en la casa de Sasuke. El lugar, dentro de su mente se dijo, era inadecuado, nada a lo que se imaginó pero no iba a rechazarlo.

El cuerpo de Naruto unirse con el suyo opacó cualquier escenario fantasioso que gustaba imaginar en sus tiempos libres.

Los recuerdos de esos momentos eran una capa de neblina que Hinata no quería disipar por su propio bien. Menos en su circunstancia actual.

Ella se estaba acostando con Minato Namikaze, el padre de Naruto. Ya era de por sí algo incorrecto como para andar pensando en los sentimientos que le profesó al rubio menor en sus días escolares. No valía la pena traer de vuelta la anécdota de la perdida de su virginidad y el lío en el que se metió cuando Neji la buscó por todos lados cuando se llegó la hora de marcharse.

Después de lo sucedido, las cosas entre ella y Naruto no volvieron a ser iguales. Al menos no como a Hinata le hubiera gustado.

―Oi, Hinata.

La voz de Tenten la trajo de vuelta a la realidad. Su realidad.

Parpadeó un par de veces para enfocar la mirada en el rostro de su amiga y sonreír avergonzada.

―Perdón ―se disculpó rápidamente―. ¿D-Decías?

Tenten bufó como si ella no tuviera remedio.

―Olvídalo. Platicaremos después. Es obvio que apenas regresaste de uno de tus viajes a la Luna ―explicó la mujer, caminando hacia la puerta―. Te veré a la salida. Recuerda que hoy iremos a beber unos cuantos tragos.

Hinata se hundió en sus hombros. Había olvidado aquella salida por estar más ocupada en…

«… gemir como una desquiciada en los brazos de Minato Namikaze» fue el pensamiento intrusivo que la regañó y la avergonzó al mismo tiempo cuando la imagen de Minato, con sus rubios cabellos cayéndole en la frente sudorosa, moviéndose con maestría encima de ella, aquel par de potentes ojos azules mirarla con una adoración irreal que le revolvió el estómago de una manera familiar y única que solo ese hombre provocaba en ella que no era de nervios sino de puro deseo.

Era mucho mejor que Tenten se marchara de su oficina, no quería que ésta se diera cuenta de cómo apretaba sus muslos ante el leve cosquilleo en su intimidad.

―S-Sí ―contestó y para Tenten eso fue suficiente pues abrió la puerta para irse.

―Más vale que no huyas ―amenazó con una sonrisa, saliendo por fin de la oficina de Hinata.

Ella soltó un suspiro atrapado en sus pulmones y pegó la frente contra la superficie fría del escritorio que le ayudó a disminuir el calor interno de su cuerpo provocado por las imágenes indecentes que se atravesaban por su mente protagonizadas por un dios del Olimpo que residía en el mundo de los mortales, perturbando su tranquilidad.

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El mundo era malditamente pequeño, especialmente con las personas con las que menos deseas toparte.

Eso sentía Hinata en esos precisos momentos cuando reconoció ―en la lejanía, sentado en una mesa solitaria, disfrutando de una bebida personalizada― aquel par de ojos teñidos de zafiro umbrío que, a pesar de la distancia y el tiempo de no verse. todavía le hacía temblar.

Casi se atragantó con el Martini que bebía. A su lado Tenten lució preocupada.

―¿Estás bien, Hinata?

―S-Sí ―la garganta se le cerró pero hizo todo lo posible por convencer a la castaña que todo estaba bien―. T-Todo está bien ―aseguró.

Tenten no parecía muy convencida.

Ella le sonrió.

―De verdad, todo bien ―fingió para no levantar sospechas.

Tuvo un mal presentimiento.

Ese hombre poseía una mirada tan profunda, como la de un zorro siniestro. Le miró cuando Tenten pidió otra bebida, aprovechando el descuido de la castaña.

Se maldijo haberlo hecho y no se dejó de repetir mil veces lo tonta que era.

En automático su cuerpo se tornó sensible, como si las huellas de las caricias de Menma aún estuvieran en su piel. Éste la distinguió con facilidad desde su lugar, algo inevitable considerando lo fácil que era reconocerla por el color de sus ojos.

Pudo ver cómo se inclinó sobre la mesa, dando un sorbo a lo que parecía ser un vaso con Whiskey por el color ámbar del líquido. Aun con el cristal como obstáculo Hinata daba por seguro que los labios masculinos de Menma estaban torcidos en una orgullosa sonrisa.

De inmediato regresó la mirada a la barra, acariciando la madera, pensando que ésta era lo más interesante del mundo y tratando de ignorar con todas sus fuerzas la presencia de Menma en el lugar.

La caja de Pandora amenazó con abrirse.

La historia con Menma fue completamente distinta a la de Naruto. Al ser aconsejada por Tenten, alguien con mejor experiencia en las relaciones amorosas ―en ese momento―, decidió reflexionar y enamorarse de alguien más.

Un clavo saca a otro clavo, ese era el dicho popular. Muchas decían que funcionaba, Hinata lo intentó.

Y las cosas no salieron tan bien cómo imaginó.

Ella realmente se esforzó por buscar otro interés, ya fuera hacia un nuevo pasatiempo o un chico de personalidad amable que le pareciera atractivo. El recuerdo de Naruto se negaba a salir por completo, la herida no cicatrizaba del todo.

Y ahí apareció Menma Namikaze.

Durante los días de escuela los momentos de roce con el hermano menor de Naruto siempre fueron contados con una sola mano. Eran simple compañeros de clase. Se hablaban cuando era necesario y aún así el azabache se había mostrado irritado por su tartamudeo. Pero hasta ahí llegaban sus acercamientos porque en todos esos tres años su atención era exclusivamente para Naruto y sus estudios.

Menma no figuraba en ninguna otra parte.

Pero bastó un rechazo de Naruto, su primer experiencia y la incomodidad de ambos para que su perspectiva sobre Menma cambiara.

El efecto que tuvo en su vida mantener una relación puramente física con el joven azabache no fue desastroso cómo imaginó. Hinata reconocía que el aire misterioso de Menma, su usual silencio y esa mirada profunda que distaba mucho del brillante y alegre azul de Naruto habían sido factores atractivos para aceptar la propuesta que éste le dijo.

Por Kami-sama, el solo recuerdo, tan presente, con su voz aún resonando en su mente ―esa maldita ronca y varonil voz, más profunda que la de Naruto― aún le alteraba el sistema cardíaco.

―¿Te apetece tener sexo conmigo esta noche, Hyuga?

¿Cómo alguien puede sonar tan educado y a la vez tan vulgar al mismo tiempo? Solo Menma Namikaze podía hacerlo.

Lo peor de todo no fue cómo reaccionó a tan inesperada invitación venir de la nada del Namikaze menor, sino lo fácil que aceptó.

A partir de esa noche Hinata comenzó una relación física ―sin compromisos― con Menma Namikaze que no duró demasiado; lo suficiente para haber considerado adecuado terminar y así ambos tomar sus respectivos caminos.

Estaban en la época de universitarios, cosa que le hizo más sencillo ocultar sus salidas hasta tarde de su familia al vivir sola en un departamento cercano a su facultad. Menma siempre la recibía en su departamento ―algo que le sorprendía de él pues pensó que éste la llevaría a un hotel― para llevar a cabo las actividades.

Confesar que aprendió mucho de Menma respecto al sexo era demasiado vergonzoso. Especialmente cuando un par de trucos los aplicaba en la cama con Minato.

«Soy de lo peor» se dijo con rabia en su cabeza, sintiéndose mal con ella misma por recordar todo en esos momentos.

A comparación de cómo las cosas terminaron con Naruto, con Menma fue más relajando y sencillo. Nada sentimental los ataba por lo cual no resultó doloroso dar por finalizado sus encuentros.

Había sido un poco incómodo dado la naturaleza indiferente de Menma que no se mostró sorprendido ni herido cuando sacó el tema. Aunque en todo momento ella cuidó de no lastimar los sentimientos o el orgullo del azabache.

Tenten siempre le había advertido lo peligroso que un hombre podía ser cuando se le dañaba el ego.

―Señorita.

El barman delante de ella deslizó una bebida que no recordaba haber pedido. Miró confundida al hombre. Éste de inmediato se encargó de explicarle.

―El caballero de allá se lo ha mandado ―señaló el hombre.

Hinata cerró los ojos pidiendo a los cielos que no estuviera señalando el lugar donde Menma estaba sentado.

Para su horror así fue. Éste simplemente alzó un dedo a modo de respuesta a la incógnita dibujada en su cara. Hinata no supo muy bien cómo corresponder a dicho gesto.

Observó la bebida. Era un Fruit Punch. Tragó en seco.

El recuerdo de Menma hacerle probar por primera vez la bebida directamente de sus labios le vino a la cabeza.

Él la hizo adicta a esa bebida, misma que cuidaba no pedir para no recordar el rostro del Namikaze menor precisamente.

―G-Gracias ―atinó a decir. El barman simplemente asintió y volvió a su trabajo.

Los ojos marrones de Tenten se iluminaron.

―Hinata ―la castaña canturreó su nombre.

Hinata quería desaparecer en esos momentos.

―Tienes un admirador secreto ―añadió emocionada la castaña, mirando disimuladamente todos los lados posibles, poniendo especial atención en los rostros más atractivos.

―N-No es así ―musitó para no levantar sospechas, tomando con miedo la bebida. Ni siquiera quería darle un sorbo.

―Disculpe.

Una voz familiar la congeló en su silla. Ni la insistencia de Tenten por saber más sobre el misterioso hombre que le invitó tan bonita bebida pareció despertarla del trance que padeció cuando sintió a su costado una presencia bastante conocida por ella.

Con miedo de que sus peores pesadillas se volvieran realidad desvió la mirada para toparse con el perfecto perfil de un una deidad griega digna de adoración.

Su figura siempre enfundada con un traje elegante. Todo en su lugar y sin ninguna arruga. El recuerdo de Minato en compartirle su secreto de planchado se asomó en su cabeza.

No solo era su porte era majestuoso, él también era hábil en las tareas del hogar. Con ese hombre no se necesitaba de especialistas, Minato podía convertirse en su propio superhéroe cuyo único propósito era velar por el bienestar y la comodidad su interés amoroso sin que su paz fuera perturbada.

Un sueño para cualquier mujer y una pesadilla para Hinata ahora mismo.

Su ex pareja sexual y actual amante, en el mismo espacio, padre e hijo.

Hinata de verdad quería desaparecer de la faz de la Tierra o que un ovni se la llevara volando a Marte.

―Un Old Fashioned, por favor ―pidió el apuesto rubio al barman que sonrió ante la petición de un hombre con buen gusto y un paladar educado.

Hinata sabía que aquella era una de sus bebidas favoritas. Siempre que tenía oportunidad y cuando no había tanto trabajo de por medio, Minato pedía a servicio de la habitación dicha bebida para tomarla con total calma viendo los horizontes lejanos desde el otro lado del vidrio del balcón, con sus pantalones a medio abrir y el torso descubierto, aún con los rasguños que sus uñas causaron en su espalda, observándolo desde la comodidad de la cama, enredada entre sábanas y con su esencia aún tibia en su interior.

―De inmediato, caballero.

Hinata quiso tomar su bolso y marcharse lo más pronto posible, que no la viera, que ni siquiera fuera consciente de que una diminuta distancia los separaba. Sabía cómo actuar delante de las personas, fingir no conocerse, no de manera profunda. Él actuaría como uno de los tantos conocidos de su padre con el cual se topaba en ocasiones en ciertos eventos de calidad en un salón lujoso de un hotel o en la villa campestre de algún socio en común. Pero no podía desempeñar su papel de la perfecta Hinata Hyuga que saluda siempre con cordialidad a los conocidos de su padre ahora.

No con el hijo de su amante ahí.

―¿Hinata?

Tenten, quien no había ignorado el modo de actuar de su amiga desde que recibió la bebida, dejó de buscar respuestas en una avergonzada Hinata para ponerse seria ante la cara llena de preocupación de la joven.

Algo andaba mal, podía adivinarlo por la expresión pálida de la mujer.

Se acercó a ella, poniendo un hombro sobre la mujer de cabello azulado, intentando descubrir cuál era la razón del estado de su amiga.

―Hey, Hinata. ¿Todo bien? ¿Te sientes mal? ―la posibilidad de que la bebida que le envió ese desconocido tuviera droga se le atravesó―. Oi, Hinata, responde. ¿Te sientes bien?

―S-Sí, Tenten. S-Solo quiero irme. ¿Podemos irnos, por favor?

―Uh, c-claro ―la castaña sacó un par de billetes para pagar las bebidas, bajándose del banquillo dispuesta a marcharse.

Hinata solo imitó los gestos de su amiga, temblando cuando abrió su propio bolso para pagar lo suyo. Se sintió tan desesperada que batalló para abrir el cierre, Tenten le decía que se calmara pero Hinata no podía hacerlo teniendo a Minato Namikaze a su lado y a Menma Namikaze en un rincón viéndola como un depredador.

―L-Listo, vámonos.

Ella no bebía al punto de sentirse ebria, evitaba mucho hacer eso porque no quería pasar vergüenza ni mostrar un comportamiento inadecuado. Y aunque tuvo clases de cómo tolerar el alcohol, especialmente en una ceremonia tradicional en donde el sake era la bebida principal, Hinata prefería mantener su distancia.

Sin embargo al bajar del banquillo sintió como si el mundo diera vueltas.

De pronto las piernas dejaron de responder cómo era debido y los oídos le zumbaron.

Escuchó el llamado de Tenten muy lejos de ella, como si una enorme abertura las separara.

Pensó que caería al suelo debido a la gravedad y todo se tonaría en oscuridad pero unos brazos fuertes la sostuvieron en un firme agarre.

Una colonia familiar, masculina y agradable llenaron sus fosas nasales.

Aún en esas circunstancias Hinata no podía de ignorarlo.

La cabeza la sintió pesada pero logró enfocar sus ojos en aquel par de celestes que le observaban con preocupación.

―¿Hinata? ―escuchó su perfecta voz sin importar la distorsión que sufría su mente en aquellos momentos.

Él era tan hermoso.

―Minato-san…

El rostro preocupado de Minato fue lo último que vio antes de sumirse en una profunda oscuridad.