CAPÍTULO LXIV
—Entonces, ¿todos están seguros de lo que quieren estudiar? —inquirió Gojō, terminando de colocar todos los vasos de té frente a sus invitados.
Por alguna razón, ese día, en su casa se encontraban Nobara y Yūji en un lateral de la mesa, Sukuna y Megumi frente a ellos; Gojō, como era de esperarse, le correspondía su asiento en la cabecera.
—Veterinaria —comentó Megumi, decidido a no profundizar demasiado y concentrarse en disfrutar su bebida.
—¡Diseñadora de modas! —exclamó Nobara, colocando una orgullosa mano sobre su pecho.
Todos miraron a Yūji.
—Yo no pretendo estudiar. Me uniré al cuerpo de bomberos cuando…
—¡No! —saltó Gojō, llamando la atención de los presentes—. E-es decir —reguló su tono de voz—, ¿por qué dejar los estudios para ser bombero?
—Siento que de ese modo podría ayudar a mucha gente. Se requiere de fuerza y agilidad, y creo que entrenar se me da bien.
—Si quieres ayudar, ¿por qué no enfermería?
—También lo pensé —esbozó una risilla nerviosa y experimentó un déjà vu al haber tenido la misma charla con Nanami, el consejero escolar oficial, luego de dejar su papeleta en blanco—, pero Sukuna y yo sólo tenemos para costear la universidad de uno de los dos, así que… —suspendió la frase a propósito, encogiéndose de hombros.
—¿Y qué planea estudiar el señorito? —inquirió Nobara, no tan curiosa como la pregunta podría sugerir.
—Métete en tus propios asuntos —respondió Sukuna, recibiendo un codazo de Megumi—. Ingeniería química. —Una mueca desdeñosa deformó sus facciones, a sabiendas de lo que le esperaría con su novio más tarde, si arruinaba el absurdo ambiente familiar.
La mayoría intentó procesar la respuesta. ¿No se suponía que ese tipo de carreras eran para gente con un cerebro absurdamente funcional?
Tras varios segundos de meditación, recordaron que Sukuna era sobresaliente en los estudios; irónico al venir de una persona cuya primera imagen mental era la de un vándalo agresivo que se quedaba dormido en las clases. Megumi nunca pudo superarlo.
—Ugh, ¿qué te gustó de esa cosa? —cuestionó Nobara a Megumi.
—Su cara… y que es un idiota.
Sukuna levantó las cejas y le dirigió una mirada que anunciaba a todas luces estar por romperle un hueso.
Su pareja no se inmutó.
—Acabas de dar la descripción de Yūji, ¿sabes?
—Cier… ¡Gojō-sensei!
Cuando Megumi, Sukuna y Nobara se fueron de la residencia de Gojō, éste último se acercó a Yūji, quien se quedó a limpiar y ahora se hallaba secando los platos que Fushiguro lavó.
Gojō le colocó una mano en la cabeza, descendiendo poco a poco el tacto hasta llegar a uno de los hombros.
—¿Por qué no me habías dicho que querías ser bombero? —ocultó el reclamo entre dientes lo mejor que pudo. En buena medida, se hallaba preocupado.
«Así que en eso estaba pensando» concluyó Yūji, que notó a su pareja con cierta ansiedad e incomodidad después de la charla durante la comida.
—Planeaba hacerlo, aunque tener esa plática con Nanamín me dejó agotado y creo que lo pasé por alto.
—Si lo haces por dinero, cualquier otro trabajo te vendría bien: una cafetería, un restaurante, una tienda departamental. ¡También puedo mantenerte! —se atrevió a hacer el ofrecimiento, a sabiendas de que el otro protestaría—. Si no quieres sentirte mal por eso, podrías ayudarme con las tareas del hogar, ¿hm? Muero por tener a mi Yūji recibiéndome en casa con un baño caliente y una deliciosa cena —el tono juguetón y coqueto que solía emplear en momentos similares se hizo presente, aunque un tanto más forzado a lo usual—. Además, es seguro que Megumi se irá a otra prefectura y no quiero sentirme solito. Buh. ¿Qué dices? —Con una mano rodeó la cintura opuesta y con la otra, los hombros, desapareciendo la distancia entre ambos—. ¿No te gustaría vivir conmigo?
Yūji guardó silencio y colocó el último plato sobre la pila de los de su mismo tamaño.
—Nada me gustaría más que vivir con Gojō-sensei. —Suavizó sus gestos con una sonrisa cálida y tan genuina como todas las que dirigía a su profesor.
—¡Entonces…!
—Pero no podría estar quieto todo el día —interrumpió.
—Bu-bueno, no es necesario que te quedes siempre en casa. Puedes hacer muchas cosas: ir al gimnasio, ver televisión, apuntarte a un club deportivo, hacer voluntariado, salir de compras… No tengo problema en costear todo eso y más, ¿sabes?
—Creo que no me está entendiendo, sensei. Todo eso suena cómodo, pero… —se giró para dialogar de frente, intentando no romper el abrazo—, quiero hacer algo por mi cuenta. Sé que usted podría darme lujos y comodidades —Gojō asintió, efusivo—, y no es que no desee eso, tan sólo siento que, mientras me sea posible, prefiero ayudar a toda la gente que pueda; creo que como bombero podré lograr ese objetivo.
—Pero es riesgoso. —Fue entonces cuando salió a la luz su verdadera razón para oponerse a esa decisión—. Incluso si tienen seguro médico y si yo puedo costear un mejor servicio, nada garantiza que vayas a salir con vida en caso de tener un accidente.
—Tendré cuidado —atinó a decir, recargando la cabeza en el pecho contrario, pues era al lugar que llegaba dada la diferencia de altura.
Si lo pensaba con detenimiento, su petición resultaba egoísta porque nunca se detuvo a analizar la posición de Gojō, así como tampoco se anticipó a toda la clase de catástrofes que acarrea ese oficio más allá de intervenir en incendios y terremotos.
No obstante, no podía ignorar la última petición de su abuelo en su lecho de muerte: ayudar a tantas personas como le fuera humanamente posible.
—Y, en este tiempo —continuó Gojō—, ¿no consideraste ni un poco mi sugerencia de hace rato?
—Hmm, ¿enfermería?
Gojō asintió.
—Es relativamente más seguro y ayudarías a muchísimas personas, incluso puedes trabajar a domicilio si decides mantenerte como particular. También es una profesión muy solicitada en otros lugares, como en Europa, así que puedes ayudar a gente de manera internacional. ¿No es eso mucho mejor? —Medicina sería la opción por excelencia en el ámbito de la salud, pero había que ser realistas: Yūji no tenía la habilidad ni el cerebro para graduarse de una carrera así, es más, ni siquiera tenía fe en que pasara el primer semestre o, peor aún, de que lograra aprobar algún examen de ingreso.
Yūji decidió valorar la posibilidad. Pese a que su abuelo contó con buenos cuidados en el hospital, era innegable el hecho de que no veía a muchas enfermeras y la razón de que Yūji acudiera con tanta frecuencia era para atenderlo, pues llegó a escuchar a Wasuke quejarse sobre el tiempo que en ocasiones debía esperar para que le colocaran un nuevo suero.
El problema era, como siempre, el dinero.
—El asunto es que Sukuna y yo hace tiempo decidimos que quien estudiaría sería él, no yo y, pues…
—No tienes que preocuparte por eso. Puedo pagarte la universidad. Ya se la voy a costear a Megumi, una más no hará gran diferencia. No será gratis, por supuesto —añadió con rapidez, anticipándose a lo que el chico argumentaría tras ver cómo levantaba las cejas a causa de la sorpresa—. Dedícate a estudiar y tráeme buenas calificaciones. Mientras cumplas, yo te seguiré pagando los estudios. Puedes verlo como una beca. —Levantó el índice en acción de enseñanza.
Yūji agachó la cabeza y apretó los puños, acomplejado y consternado porque su novio no dejaba de darle todo, cuando él no podía devolver nada con el mismo valor.
—Pero si lo que quieres es no recibir dinero de mí… Bueno, podría hablar con nuestro querido tío —anunció en tono bromista, experimentando un escalofrío, pues le causaba repelús pensar en que ahora él también era una especie de sobrino político para Getō—, o con Nanami. Conociéndolo, de seguro insinuó que pagaría tus estudios, ¿me equivoco?
—Ah, no, Nanamín nunca… —suspendió la oración al recordar una plática en la sala de orientación estudiantil, donde Nanami intentó convencerlo de optar por continuar con los estudios universitarios, comprometiéndose él mismo a buscarle una beca del cien por ciento en caso de ser necesaria. Probablemente le había dicho aquello para ser él quien se encargara de pagarlo todo usando la beca como excusa. Tenía sentido—. Espere. Sí, lo hizo.
—¿Ves? Y Suguru también dijo que podías pedirle lo que sea, así que no soy el único dispuesto a apoyarte.
Yūji dejó escapar el aliento con una falsa exasperación.
—En verdad, no planea dejarme ir si no accedo a esto, ¿no es así? —Le faltaba mucho para conocer por completo a su pareja; sin embargo, era capaz de encontrar el hilo para descifrar cada una de sus intenciones.
Gojō se limitó a sonreír, entonando un par de notas victoriosas.
—Bingo. Me encanta que ya hayas comenzado a quitarle la envoltura a tu cerebro.
—¡Oiga!
Gojō soltó una risa de esas que solían cargarse la paciencia de Megumi y la de mucha gente con mejor suerte por no vivir bajo su mismo techo.
Yūji lo fulminó con la mirada, tentado a tapar esa cara con una de las ollas que acababa de secar. A veces le sacaba de quicio la terquedad de Gojō por hacer que las cosas se realizaran a su modo, aunque no podía poner en duda de que esta vez intentaba hacerlo por su bien.
Entonces, suspiró. No perdía nada con intentarlo, ¿no es así?
—Está bien.
Gojō dejó de burlarse.
—Estudiaré enfermería —dijo, desmotivado, pese a que la idea no le desagradaba—, pero tengo una condición para aceptar el dinero de Gojō-sensei.
—¿Cuántas mamadas te tengo que dar?
—¡Eso no! —El color se le subió al rostro. Seguía incapaz de adivinar en qué momentos su viejo sinvergüenza soltaría alguna guarrada—. ¡Y así no es como funciona! Con esa clase de propuestas, el que paga, pide.
—Con que de eso sí sabes, ¿no? —Por la manera en que Yūji entornó los ojos, Gojō supo que no estaba de ánimo para seguirle el juego—. Está bien, está bien. Te pagaré la universidad a cambio de que me dejes mamártela. ¿Mejor?
—Sí, mucho mej… ¡No! ¡Sensei! ¡Así no!
Gojō le puso una mano en la cabeza, alborotando de nuevo sus cabellos. Le parecía lindo sacarlo de quicio porque casi nunca ocurría.
—Es un caso perdido —susurró Yūji de manera nada discreta.
Gojō había logrado su objetivo de desviar el tema y hacer que su novio accediera a cambiar de meta en la vida.
—¡Un momento! —exclamó Yūji, como quien olvida su maleta en la sala cuando va a medio viaje—. ¿A qué viene lo de las mamadas? ¿Volvió a cambiar de lugar con Satoru? —Si bien, ya no tenía una relación pesada con el otro, ahora le resultaba más complicado saber quién era quién.
—¡¿Hah?! —Abrió los ojos casi tanto como la mandíbula—. ¡¿Por qué?!
—Porque Gojō-sensei normalmente nunca me propone que…
—¡No! —Llevó las manos a sostener los hombros contrarios, quizá con más fuerza a la habitual, aunque sin la intención de dejar marcas—. ¡¿Por qué a él lo llamas Satoru?!
—Ah… E-es que… —tartamudeó, en un intento de bloquear la risa por haber dado la vuelta a la situación de bullying sano con rapidez—, no sabía cómo llamarlos para diferenciarlos. Aparte, es mucho más corto que decir Gojō-no-tan-sensei.
—Oh, makes sense. Entonces yo pido ser Satoru. —Levantó una mano, como cualquier estudiante en salón de clases.
—Eeer… Creo que le queda mejor «Gojō-sensei». —Por alguna extraña razón, sentía mayor cercanía y respeto si incluía título nobiliario. Cada que encaraba al otro Gojō era para discutir, reñir o condicionar y, sin saber cuándo o cómo, terminó relacionando las emociones negativas con el nombre de Satoru.
—¿Cómo que queda mejor? ¿Qué pasará cuando te gradúes en un par de semanas? Ya no seré tu profesor. Si me llamas así en público mientras andamos en plena cita, la gente creerá que soy un viejo verde que seduce estudiantes.
—¿Y la mentira?
—¡Yūji! —Un pequeño bochorno le embargó.
Esta vez fue el turno de Yūji para reír.
—Bueno: Gojō Uno y Gojō Dos.
—¿Acaso quieres que nos matemos por ser el número uno? ¿Huh? —intentó echarle bronca, petulante, colocando las manos sobre la cadera y mirándolo hacia abajo.
Yūji conocía a la perfección esos gestos altaneros. Apostaría un brazo a que habían cambiado de lugar.
—¿Lo dice quien nos apodó a Sukuna y a mí: Yūji lindo y Yūji demoníaco? ¿Yūji bueno y Yūji malo? —con una tonalidad más grave, brazos cruzados y ceño escasamente fruncido, se decidió a no dejar que el otro se saliera con la suya.
—¡Ustedes son gemelos! ¡Cualquiera podría confundirse! Y Sukuna luce demoníaco —eso último lo dijo en voz más baja y rápido.
—Imagine cómo estoy yo cuando dos comparten un cuerpo y suelen andar cambiando de lugar sin avisar.
Gojō abrió los ojos en un intento fallido por disimular el asombro.
—¿Lo notaste?
—Por supuesto. ¿Por quién me tomas? Soy tu novio. De los dos —se corrigió—. Gojō-sensei no es tan despreciativo. Tú eres el único que me mira como si fuera una cosa.
—¡¿Hah?! ¡Yo no…!
—Que te quede claro que vas a tener que modificar esa actitud, porque no voy a tolerar que me trates como un objeto. Si planeas seguir así, entonces, otra vez, no quiero estar contigo y tampoco quiero verte.
Gojō soltó un bufido a modo de burla.
—¿Y qué piensas hacer si no me place?
Gojō planeaba molestarlo. Poquito, casi nada. Por desgracia, el asunto se le fue de las manos y en un movimiento rápido en el que el chico lo agarró del cuello de la camisa y, con algo de fuerza y el juego de pies adecuado, le hizo caer de rodillas.
—Me duele tener que recurrir a esto contigo —levantó la diestra, sin soltar la ropa con la zurda—, en especial porque perjudica a Gojō-sensei, pero parece que de todos los idiomas que hay, tú sólo entiendes a golpes.
No era la intención de Yūji resolver todo con violencia y tampoco planeaba agarrar a puñetazos a su pareja como en la última ocasión —se juró a sí mismo nunca volver a hacer eso—, sólo recurría al modelo educativo de Wasuke: cachetadas; funcionaron con él y con Sukuna, aunque con su gemelo malvado a veces lo dudaba.
—¡No es cierto, no es cierto, no es cierto! ¡Era mentira! —exclamó Gojō de forma atropellada, intentando esconder el pánico.
Yūji frenó el trayecto de su palma al sentir cómo el otro dejaba caer su peso; además, aflojó el agarre con lentitud, viendo con extrañeza la manera en la que su novio se tiraba el suelo y lo abrazaba por los pies, antes de comenzar a trepar, como si se tratase de una lagartija corriendo por una piedra con la finalidad de llegar a la parte superior, que vendría a ser la cintura del muchacho.
—Fue una broma… Estaba jugando. Se me salió de las manos. ¡Lo juro! Lo juro.
Yūji no supo cuándo se le cayeron los lentes al otro, pero aquellos ojos azules tan desolados y cristalinos parecían una ventana abierta al alma, invitándolo a revisar sus más profundos sentimientos en busca de una mentira inexistente.
Todavía le resultaba incómodo lidiar con su profesor cuando se arrastraba así o, mejor dicho, cuando se rebajaba al nivel de una alimaña suplicante o de un perrito dócil, dependía con los ojos que se mirara.
—Tienes un concepto muy torcido de las bromas —agregó en un vago intento por sepultar la pesadez emocional de ese último acontecimiento—. ¿Acaso no eres Gojō-sensei?
—No —respondió en seco, casi molesto, esperando que su tono no se malinterpretara—. No lo soy.
—E-es decir, sé que no lo eres, pero… —No quería arruinar el ambiente de nuevo—, ¿no se supone que ven lo mismo? Y… Hmn.
—Vemos lo mismo, sí. Eso no significa que tengamos la misma experiencia haciendo las mismas cosas o que razonemos igual.
—Oh, ya veo. —Se sostuvo el mentón con una expresión casi monótona.
—No entendiste nada, ¿cierto?
—Ni una palabra.
Gojō hundió la cara en el abdomen ajeno, proporcionándole calor al arrojar un suspiro en esa zona.
—Por darte un ejemplo —levantó la cara—: yo no tengo ni idea de cómo dar una clase; nunca he dado una. En cambio, sí sé cómo mantener viva a una persona el máximo tiempo posible mientras se le tortura por amputación de miembros.
Yūji frunció las cejas y los labios con una mueca indecisa entre el horror y el asco. Gojō sonrió, convencido de que su linda cara arreglaría la abrupta caída en la conversación.
—Entiendo —habló Yūji, con la mente nublada por una ventana emergente que decía «Eliminando» y se posicionaba sobre una imagen grotesca que se arrepentía de haber imaginado—. Ya, vamos. Arriba, arriba —indicó, dando palmaditas al brazo opuesto.
Gojō intentó ponerse en pie, fracasando en el proceso mientras soltaba un leve «uy» y se aferraba de nuevo a las ropas del chico; esta vez, con una mano rodeando la cintura y la otra, más abajo, agarrando a la perfección un glúteo.
A Yūji le tembló una ceja en cuanto percibió cómo unos dedos le hacían presión en la nalga y no dudó en aprovechar la nueva diferencia de estaturas para propinarle un coscorrón.
—¡Ah! ¡¿Y ahora qué hice?! —Al fin soltó a su pareja, llevando ambas manos a la cabeza.
—¡Lo sabe perfectamente! Viejo mañoso —dijo, los ojos hechos una rendija de suspicacia—. ¿Qué voy a hacer contigo? —Exhaló, exhausto, frotándose el cuello como gesto inconsciente para aliviar la fatiga.
En lo que Gojō recogía sus lentes y se ponía en pie, él tomó el primer set de platos para guardarlos.
Gojō esperó a que el muchacho terminara de colocarlos en la parte superior de la alacena para evitar un accidente y, apenas cerró la portezuela, le puso una buena nalgada que le otorgó satisfacción inmediata.
Los talones de Yūji abandonaron el suelo unos instantes, los hombros se le encogieron.
Pasaron uno, dos, tres segundos completos.
Gojō echó a correr por su vida con un Yūji que lo perseguía cual demonio de Tasmania. En momentos así, el chico desprendía un aura igual o más feroz que la que se cargaba su hermano de manera cotidiana.
Terminaron agotados, sudorosos y tirados boca abajo sobre una gran alfombra que mantenía su lugar gracias a los tres pesados sofás de la sala. Yūji sentía cómo le palpitaba el trasero; Gojō, por su parte, seguía frotándose el suyo.
—Sí tienes pesadita la mano, eh.
—Tú empezaste.
Gojō se limitó a chasquear la lengua, recién había terminado de regularizar su respiración, intentando disfrutar de los remanentes de dolor que revivían al presionar algunas partes de sus glúteos.
Nunca antes alguien le había dado una nalgada. Podía tomarle gusto a eso.
Después de un rato, en el que Yūji se acomodó en el sofá con su pareja encima, a quien terminó acariciando el cabello como si se tratara de un gigantesco animal, una gran revelación alcanzó los límites insospechados de sus entumecidas neuronas víctimas del cansancio.
—La última vez dijiste que cuando peleaban por el control del cuerpo no hacían bien las cosas (o algo así), ¿no?
—Hnhm.
¿Eso significaba que su profesor había permitido que el otro Gojō lo molestara al punto de casi hacer que lo golpeara? ¿Por qué?
—Déjame hablar con Gojō-sensei.
—Mañana.
—Es importante —intentó no denotar molestia en la voz y tuvo la ligera sospecha de que se estaba volviendo caprichoso, pues comenzaba a incomodarse cuando le negaban las cosas, algo que antes no ocurría.
—¿Y? ¿Qué quieres que haga?
—Sé que quieres estar afuera, pero necesito sólo cinco minutos.
—Ya te lo dije. No se puede. Él no puede.
—¿A qué te refieres? —Se incorporó lentamente sobre el asiento, quedando los dos de frente, extrañado por el tono un tanto… ¿decaído?, ¿cansado?, del otro—. ¿Cómo que no puede?
Gojō se sobó la parte trasera del cuello. No quería explicarle cada detalle de cómo funcionaban ellos, pero…
—Digamos que «se fue a dormir». —Puso las comillas con los dedos—. Así que no está. No se encuentra bien.
Eso último preocupó a Yūji y experimentó culpa, creyendo que era a causa suya.
—Fue porque no le comenté que no planeaba estudiar, ¿cierto?
—No realmente. —Se encogió de hombros—. Cuando lo mandaron a descansar por sus heridas y la conmoción cerebral, Nanami no le resolvió todas sus obligaciones escolares, así que esta vez sí tuvo que desquitar el sueldo trabajando; además, se juntó con la época de exámenes y casi no ha dormido por subir las notas a la plataforma. Tampoco ayudó la plática que tuvo con Nanami, ya que se montó toda una novela, así que sólo llegó a su límite. Nada que un sueño reparador no arregle.
—Tan sencillo que era decirme que tenía sueño y que iría a dormir temprano —dijo para sí mismo, fatigado, al tiempo en que recargaba el codo sobre el respaldo del sofá y la mejilla sobre la palma de la mano.
—¿Y dejarte solo? ¿Bromeas? ¡Era mi oportunidad! —Por extraño que pareciese, deseaba convivir con el origen de su adicción; por desgracia, sus habilidades sociales no sólo eran atroces e irreverentes, sino equiparables a las de un oso hambriento recién salido de la hibernación.
Sí, ansiaba a devorar a Yūji, no para saciar sus necesidades carnales —en parte, sí era por eso—, pero por el hecho de que él no tenía citas con Yūji, no tocaba a Yūji, no platicaba con Yūji, no comía con Yūji, no jugaba con Yūji, no se divertía con Yūji.
En resumen, estaba privado y en abstinencia de Yūji.
Era lógico que esa escasez de afecto y convivencia se aglomerara en una masa amorfa a la que ponía la etiqueta de «bomba» con una mecha muy corta, la cual, encendía cada que tomaba las riendas de la situación y no tardaba demasiado en explotar.
Ahora esa bomba había perdido la capacidad de detonar, el chico sabía cómo apagar la mecha antes de que fuera demasiado tarde, pero eso sólo dejaba a Gojō —específicamente a ese Gojō— hecho una ensalada de nervios aderezada con una profunda zozobra.
Al inicio se ponía furioso, planteó cómo embaucar a Yūji y en muchas ocasiones intentó lavarle el cerebro para forzarlo o someterlo a su voluntad, pero el muchacho se le escapaba de las manos. Era algo que Gojō, por primera vez, no lograba controlar.
Desvió la mirada hacia la pierna contraria y posó su mano sobre ésta. Preferiría que tuviera unos shorts puestos para poder aliviarse con el calor de su piel. Sentir su cuerpo era algo que, en general, lo tranquilizaba.
No sabía si lo que estaba a punto de hacer lo metería en aprietos, aun así, Yūji se apoyó sobre las rodillas para acercar su cuerpo al ajeno. Le retiró los lentes a su pareja con cuidado y los colocó sobre el descansabrazos del sillón.
Acto seguido, tomó el apuesto rostro por el que se había sorprendido suspirando en más de una ocasión y, sin meditarlo demasiado, unió sus labios.
Gojō se sorprendió, abriendo los ojos más de la cuenta. No era usual que su chico iniciara un beso. No con él al menos. Resopló con un arrebato fervoroso y se dijo a sí mismo que no debía apresurarse si quería disfrutar de eso un buen rato.
Bajó los párpados después de llevar una mano hacia donde el cabello del chico era más corto, ayudándose de esto para inclinar un poco más su cabeza. Con el índice y el pulgar de la mano que tenía libre, tomó el mentón del muchacho y lo incitó a abrir la boca, obteniendo un resultado favorable en poco tiempo. Un sonido similar a un gruñido placentero se dejó escuchar en cuanto introdujo la lengua en la boca opuesta.
Pese a que Yūji no se consideraba alguien pequeño entre la población japonesa, Gojō era demasiado grande, superando por un par de centímetros los dos metros de estatura, así que, en comparación, su novio era bajito y esa diferencia de tamaño le fascinaba. Podía abarcar más de él con un simple abrazo, imaginando que podría asfixiarlo en cualquier momento y cada beso le brindaba la ilusión de ser capaz de devorarlo con un solo bocado.
Aunque en esa ocasión Gojō se estaba controlando, Yūji, ahora, podía diferenciar ese húmedo y pasional contacto del que solía tener de manera cotidiana con su profesor.
Ese Gojō era más desesperado, fogoso e inquieto con las manos; a veces le apretaba los glúteos y, con una lascivia inesperada, le frotaba la espalda y las caderas, en busca de incrementar la temperatura con un implacable erotismo que transmitía en cada roce.
También se separaba entre beso y beso para dejarle escuchar el obsceno chapoteo de la saliva, que a veces aprovechaba para tragar; jadeaba y suspiraba más, profiriendo algún quejido lujurioso cada tanto.
Era evidente que su novio lo disfrutaba; él, por otro lado, no terminaba de acostumbrarse al fogoso golpe de sensaciones que tornaban húmedo, caliente y sofocante el aire que ingresaba a los pulmones.
Lo soportaba más ahora, eso era verdad. Las primeras veces tendía a apartarlo de manera inconsciente, recibiendo una mueca gustosa y juguetona, que se deleitaba con su falta de experiencia; ahora le seguía el ritmo con una destreza similar pero sólo eso: le seguía el ritmo. Era incapaz de ir más allá.
Al levantar una mano, por accidente, arrastró las prendas del otro, rozando con los dedos y los nudillos parte del abdomen.
—Oh, lo sie… —suspendió la frase en seco al apreciar, a tan corta distancia, el rostro jadeante y extasiado de su profesor, quien le tomó por la muñeca e hizo que le recargara toda la palma de la mano a la altura del diafragma.
—Tócame —suplicó, en un hilo agitado de voz.
Yūji dejó la boca entreabierta, como si aquello hubiera sido pronunciado en un extraño idioma que desconocía.
Gojō mandó al demonio su holgada playera gris con un rápido movimiento.
—No creo que sea una buena…
Esta vez, Gojō tomó ambas manos del chico, las llevó hacia su propio abdomen e hizo que las deslizara en dirección al pecho.
Al inicio, Yūji quiso apartarse, pero tras llegar a los pectorales, los masajeó con trémulos movimientos de adentro hacia afuera.
Vio a su pareja exhalar casi con éxtasis al tiempo en que echó la cabeza hacia atrás y le imaginó repetir la misma palabra de antes, «tócame», con un deseo carnal muy vívido.
Era la primera vez que sentía el cuerpo de su novio sin nada de ropa. Era evidente que tenía un buen físico, mas no imaginó que llegaría a disfrutar tanto el degustar con el tacto como lo estaba haciendo ahora, porque, después de todo, él también era hombre y también tenía músculos, pero había algo en Gojō que hacía efervescer su interior al punto de querer tomar uno de los pezones con los labios para, acto seguido, juguetear con los dientes y la lengua.
Tragó saliva con dificultad. Subió a los hombros y se extendió en amplias caricias hacia los bíceps.
—Sabes, tengo un poco de aceite corporal en el cuarto —insinuó Gojō apenas se recuperó de la ráfaga inicial de impúdica embriaguez—, podríamos subir y… —esbozó una amplia sonrisa—, untarnos un poco.
Yūji recogió las manos sobre su regazo.
—Sólo imagínalo: nosotros dos, calientes, lubricados, tu cuerpo frotándose contra el mío. Suena sexy, ¿no? Y quizá… Si quieres… si quieres podemos intentar…
«¿Por qué demonios no puedo decirlo?». Por alguna razón, algo tan natural como proponer sexo comenzó a provocarle intranquilidad; tal vez porque se trataba de Yūji y conocía su postura al respecto, pero todo estaba yendo tan bien que creyó buena idea avanzar más, aunque, al mismo tiempo, intuía que era todavía mejor cerrar la boca
Yūji estiró el brazo para alcanzar a su profesor la playera que aventó.
—Creo que estamos bien así.
Fue un gesto simple, sin malicia y que irradiaba paz, pero Gojō entendió que lo único que conseguiría con Yūji en la cama sería dormir las ocho horas recomendadas.
—Entonces —habló Gojō en cuanto tragó el último bocado del desayuno—, ¿a dónde vamos a ir para celebrar tu graduación?
Yūji no respondió, seguía masticando.
—¿París? ¿Berlín? ¿Madrid? ¿Roma? ¿Qué tal una playa mexicana? ¡Ya sé! ¡Un tour de riesgo por el Amazonas! Si nos perdemos podríamos salir en las noticias internacionales o en la próxima película de Indiana Jones.
—¿Por qué no vamos a unas aguas termales? —No le desagradaba la aventura y las emociones fuertes, pero la noche anterior había experimentado varias de esas y aún no se recuperaba del todo.
—Boh, ¿qué eres? ¿Un abuelo? ¡Vamos, Yūji! Debemos ir de viaje antes de que me de artritis y me crujan las rodillas.
Yūji podría jurar que eso último ya lo había escuchado en un par de ocasiones, mas no diría nada para preservar la poca salud mental que restaba en su pareja. Lo conocía lo suficiente para saber que entraría en una imaginaria crisis de mediana edad y pasaría los siguientes días consiguiendo suplementos para las articulaciones, que seguro botaría en una caja tras la primera semana de consumo.
—¿Es necesario salir del país?
—¡Por supuesto! Sólo imagina la cara de envidia que pondrá Megumi cuando le mandemos fotos —coronó la oración con una risa socarrona al final.
—¿Qué clase de riña infantil se traen ustedes dos ahora?
—¿Hm? Ninguna, ninguna. Sólo quiero mostrarle las consecuencias de salir con un vándalo malviviente en lugar de ser un buen hijastro.
—¿Tengo que recordarle que el vándalo malviviente tiene un gemelo idéntico?
—¡Bah! Tú eres lindo y se nota a leguas que a Sukuna lo recogieron de la basura.
Yūji dejó escapar el aliento con el fastidio propio de la criatura inmortal que clama el descanso eterno.
Jamás entendería por qué esos dos se llevaban tan mal si no… Bueno, tal vez Gojō no había obrado bien al secuestrarlo y meterle tres tiros, pero ese desprecio mutuo existía desde antes.
Siempre le dijo a Sukuna que esa actitud suya lo metería en graves problemas algún día y mentira no fue.
Aunque el chico mantenía su buen humor, Gojō no podía evitar pensar en que su contraparte le había hecho algo. Después de todo, lucía decaído. ¿O era sólo su imaginación?
—Yū…
—Hace un rato… —habló al unísono.
—¿Sí?
—Dijo que me daría lo que pidiera, ¿verdad?
—Oh, ¿al fin te decidiste? —Subió un codo a la mesa, recargando la barbilla sobre la mano.
Yūji asintió.
—Quiero que deje de lavar dinero para el tío Getō —añadió sin más.
Ahora que planeaba compartir su vida con Gojō era casi evidente que las cosas que afectaran a su profesor también lo afectarían a él.
Quizá Getō no los metería en problemas ni los obligaría a formar parte activa de la yakuza, pero, para Yūji, no le sentaba bien del todo que su pareja siguiera vinculándose con actividades delictivas.
—Esa también es mi condición para estudiar enfermería.
Gojō intentó no deformar la expresión relajada y juguetona que mantuvo desde que despertó.
«Este pedazo de…» dijo en su interior una voz que no era suya.
La calló al instante.
—Veras —se aclaró la garganta—, eso no es algo que yo pueda decidir sin más. Si, de repente, elijo dejar de hacer el lavado, tu querido tío podría mandar por mi cabeza al ser considerado un acto de traición. ¿No te ha contado sobre las condiciones para no ser considerado miembro activo? —Además, no lo admitiría frente a él, pero aquello le proporcionaba un fuerte ingreso pasivo que le otorgaba seguridad a sus finanzas y ocasionales gastos desmesurados.
Yūji negó con la cabeza. Se quedó pensativo.
—Entonces, vayamos con el tío Getō. Seguro que si hablamos con él…
—Tal vez no me estás entendiendo del todo. Resulta que esa no es una petición que yo pueda hacer. —Sí que podía—. Por cuestiones de rango, hay cosas que ni siquiera yo puedo proponer.
Sabía que Yūji era, a su modo, terco; así como también sabía que sugería esas cosas por su propio bien.
—Entiendo.
«Gracias al cielo» se alivió Gojō.
—¿Puede llevarme con el tío Getō? Yo hablaré con él.
—S-sí…
«Ay, Yūji». ¿Por qué presentía que los problemas estaban lejos de quedarse atrás?
