[Julio.2023] Hola de nuevo! Este capítulo es prácticamente idéntico al que había publicado anteriormente, sólo un poco de edición por aquí y por allá. Con este capítulo sentamos las bases de la relación que Harry y Ginny han tenido después del prólogo. Abróchense los cinturones, que ahí vamos! ;D
Le prometeré la luna
By Aurum Black
Capítulo 2: Cuatro años después
La madrugada de uno de los últimos días del verano era aún muy agradable, con el clima perfecto, ni tan friolento ni tan caluroso. Ginny entró a su casa con los zapatos en la mano y caminando de puntillas, intentando no hacer ningún tipo de ruido que revelara su llegada a los miembros de su familia, que suponía y esperaba estuvieran profundamente dormidos. Si no era así se le iba a armar un lío grande y la verdad ya había tenido muchos de esos últimamente, en especial con su mamá.
Boom! Parecía que la había invocado con el pensamiento, pues en cuanto subió las escaleras se encontró con la figura de su progenitora, con la pijama puesta y las manos en jarra a la cadera, esa característica pose que Ginny había visto tantísimas veces durante los años y que indicaba que el mayor regaño de la historia estaba a punto de avecinarse. Bajó la cabeza, abatida, decidida a optar por la postura de culpa puesto que lo último que deseaba era discutir a esa hora de la madrugada.
– Me declaro culpable su señoría – dijo ella alzando los brazos en sumisión – Culpable. Caso cerrado. Vayamos a dormir – y entonces se dirigió hacia la puerta de su recámara, pero su mamá le impidió el paso.
– No te burles de mí, Ginevra
Ginny suspiró cansada. Cuando su mamá la llamaba por su nombre completo indicaba que no iba a darse por vencida fácilmente.
– No me burlo, mamá. Pero quiero ir a dormir ya.
– No sin antes decirme dónde andabas.
– Ya sabes que salí con Cormac…
– Pero no tenía idea de dónde estabas, me tenías muy preocupada.
– ¿Por qué tienes que exagerar tanto?– soltó perdiendo la paciencia al instante, sabiendo que no debería– Cormac vino por mí y luego pasó a dejarme ¿qué más quieres?
– Que llegues a la hora que prometiste. Dijiste que regresarías a las 11 y son las 3. Llegas cuatro horas tarde jovencita.
– Sí sé contar, gracias – musitó rodando los ojos
– No me hables así, aún tienes mucho que explicar…
– ¿Pero qué quieres que te explique? – preguntó de forma exasperada – Llegamos tarde al cine y tuvimos que esperar a otra función, luego fuimos a bailar y se nos pasó el tiempo…
– ¿Cuatro horas?
– Ya sabes lo que dicen– dijo encogiéndose de hombros tratando de sonar casual– Cuando te estás divirtiendo el tiempo pasa sin que te des cuenta…
Su mamá la observó por unos instantes, entrecerrando los ojos, como procesando sus palabras y tratando de encontrar la trampa, cuando de pronto puso una expresión de sorpresa en el rostro, demasiado exagerada para su gusto.
– ¿Vienes ebria?– le preguntó repentinamente con un toque de dramatismo único en ella
– ¿Qué? ¡Mamá, por Merlín! ¡No, claro que no…!
– A ver, sóplame
– No voy a hacerlo – dijo Ginny testaruda cruzándose de brazos ya que seguramente su aliento sí olía a alcohol, maldiciéndose internamente por haberlo ingerido cuando sabía que su mamá podía olerlo a kilómetros y podía detectar cuando sus hijos lo tenían dentro de su organismo.
– Hija mírame a los ojos – ella obedeció a regañadientes pero procurando mantener cierta distancia entre ambas – ¿Tomaste?
Ginny intentó mantenerse firme pero había algo en su madre que parecía estar mirando directo a su alma. Soltó un resoplido de frustración.
– Sí, ¿ok? Sí tomé, pero te juro que sólo fueron dos tragos y bien pequeñitos, del tamañ—
– ¡Ginevra Molly Weasley!
– Cielos mamá, relájate…
– ¡Estoy relajada!– gritó furiosa – ¡Y estás castigada!
– ¡Pues rechazo el castigo! ¡Tengo 21 años, no soy una niña!
Y entonces una puerta del pasillo se abrió, dejando asomar la cabeza somnolienta y despeinada de George. Era demasiado evidente su molestia.
– ¡Par de mujeres insoportables! ¡Vengo a pasar los fines de semana aquí para descansar y ustedes dos se la pasan gritando!
Ginny aprovechó que su madre bajó la guardia y entonces se escabulló a su recámara, encerrándose en ella. Por unos minutos esperó a que su madre forzara la cerradura y entrara a seguir discutiendo pero no sucedió. Por lo visto había dejado la batalla para el siguiente día lo que le daba a Ginny unas cuantas horas de descanso. Suspiró con cansancio al pensar que había arriesgado mucho al llegar tan tarde y tal vez ni siquiera había valido la pena. Con descuido, se quitó el corto vestido que había usado para su cita y lo botó al suelo. Luego se amarró el cabello en una coleta descuidada y se puso el pants y la sudadera con los que acostumbraba dormir. Ambas prendas le quedaban grandes pero en realidad las encontraba muy cómodas, sobre todo porque era una persona demasiado friolenta y aunque el clima no fuera realmente malo en esas épocas, ella solía tener frío por las noches. Ginny se miró al espejo y se desmaquilló el rostro con un movimiento de varita. Por un par de segundos se quedó mirando su reflejo y sin saber por qué, se quedó perdida en el logotipo del Ministerio de Magia que estaba estampado en el frente de su sudadera gris. Aunque en realidad no era de ella. La prenda había pertenecido a Harry y gracias a un hechizo conservador aún mantenía su perfume, a pesar de que él sólo la había utilizado un par de veces y luego la había arrumbado en su clóset.
Apagó las luces y luego se metió debajo de las cobijas. Ginny sonrió a la obscuridad al recordar esa vez que Harry y ella salieron a caminar y se vieron atrapados de pronto por una lluvia torrencial. Llegaron empapados a Grimmauld Place y Ginny continuó tiritando de frío a pesar de que se secaron la ropa con magia, por lo que Harry tuvo que encender la chimenea, preparar chocolate caliente y prestarle su sudadera. Desde ese entonces se había adueñado de ella y aunque sabía que nunca se la iba a regresar, él solía molestarla de vez en cuando pidiéndosela de vuelta. Cerró los ojos pensando en Harry. Ellos dos se habían convertido en muy buenos amigos, prácticamente inseparables. Al principio había sido raro para ambos y difícil para ella, pero con el paso del tiempo su amistad se fue solidificando creando una fortaleza inquebrantable. A veces le costaba creer el nivel de confianza que existía entre ellos dos, pues no podía pensar en algo que no sería capaz de contarle a Harry y sabía que él se sentía igual. Con el tiempo se convenció de que ser amigos era la mejor decisión que pudieron haber tomado en sus vidas. Sin poder conectar más otros pensamientos, cayó exhausta y se sumió en un profundo sueño.
Para su desgracia dicho sueño no duró lo que ella hubiera deseado. Abrió los ojos de golpe al escuchar una puerta azotarse. Se sentó espantada al creer que se trataba de su propia puerta pero no era así. Sin embargo supo que su mamá estaba a punto de saltar sobre ella y aunque hubiera preferido recostarse y seguir durmiendo, lo mejor sería aplazar el regaño lo más que fuera posible y así tal vez no resultaría tan desagradable. Hizo una mueca al ver su reloj y darse cuenta que apenas había dormido unas pocas horas, pero se obligó a salir de su cama y tras tomar su varita, desapareció.
Unos segundos después se encontró apareciendo en la cocina de Grimmauld Place, aquel lugar donde pasaba muchísimo tiempo junto a su mejor amigo. Sin embargo a quien encontró no fue a Harry Potter, sino a Ron y Hermione, sentados a la mesa terminándose un sencillo desayuno.
– ¿Qué hacen aquí? – preguntó sentándose junto a ellos y robándole una tostada a Ron.
– Estamos viviendo aquí…
– Pensé que se habían ido ayer.
Tras años de noviazgo interrumpido, Ron y Hermione habían decidido vivir juntos desde que se habían comprometido un par de meses atrás. Habían gastado gran parte de sus ahorros en una pintoresca casita londinense que si bien era algo antigua se encontraba en buenas condiciones y lo más importante era que les había salido a buen precio. Sin embargo habían descubierto tiempo después cuál era la razón del descuento que les habían aplicado al comprarla: la casa estaba infestada de termitas mágicas, las cuales devoraban todo a su paso y eran muy difíciles de exterminar. Intentaron reclamarle al tipo que se las había vendido pero resultó ser un estafador y nunca lo encontraron. Hermione culpaba a Ron por aquello, puesto que él había asegurado que conocía a dicho mago de toda su vida. Obviamente había mentido porque estaba cansado de buscar la casa ideal y nunca imaginó que el dinero que ahorraron al comprar la propiedad iba a tener que usarse para exterminar las termitas y aparte arreglar los destrozos que habían causado. Al final gastaron casi el doble.
– Hermione mandó a fumigar la casa por tercera vez – dijo Ron encogiéndose de hombros
– ¿Aún tenía termitas? – preguntó Ginny extrañada
– No – contestó Hermione – pero más vale estar seguros… Ya estamos a punto de irnos, ¿quieres ver cómo quedó la remodelación?
– En otra ocasión – contestó ella tallándose los ojos – ahora no estoy presentable – Y era verdad. Seguramente tenía el cabello alborotado, debía tener ojeras por la falta de sueño y aún traía puestos el pants y la sudadera con los que dormía.
– Por lo que veo te fue bien en tu cita – señaló Hermione de forma intuitiva
Ginny se encogió de hombros.
– Supongo…
– ¿Te trató mal McLaggen? – preguntó Ron de pronto poniéndose serio.
– No, para nada, en realidad fue todo lo contrario…
– ¿Entonces?
Ella volvió a encogerse de hombros reprimiendo todo lo que le gustaría decir de su cita de la noche anterior.
– No lo sé…
– No te preocupes – le dijo Hermione con voz amable – Seguramente sólo sientes raro porque es el primero con el que sales después de André.
André Manzotti. Mago italiano establecido en Inglaterra, dedicado a los negocios familiares. Un tipo agradable pero no muy inteligente. Era por eso que Harry solía llamarlo Menzotti. Había sido su novio, el único oficial en todos esos años y el único con el que había durado tanto. Casi cinco meses. Y aunque su relación no era precisamente maravillosa o espectacular, Ginny se sentía bien respecto a ella. O eso había creído, puesto que un día de pronto como salido de la nada, él la terminó. Ella no se había puesto muy sentimental por el rompimiento, ya que aunque se había encariñado no había estado realmente enamorada. Sin embargo le había afectado más de lo que le habría gustado aceptar. No entendía por qué él la había terminado. Pero por más que le diera vueltas al asunto y no encontrara signos de falla en su relación, ni peleas ni crisis, sentía que era ella la que lo había echado a perder y no sabía por qué. Suponía que esa idea se le había quedado desde la última plática que tuvieron, cuando él le confesó que era "una mujer muy difícil de domar" y que tenía un "carácter muy especial". No sabía si había sido un cumplido o un insulto.
– Ni menciones a ese tarado italiano – espetó Ron molesto – Se escapó de la paliza que iba a darle, lo hubiera dejado hecho picadillo…
Hermione y Ginny soltaron tremendas carcajadas al unísono haciéndolo fruncir el ceño, pero no tuvo tiempo de replicar puesto que un ruido rítmico les llegó desde el piso de arriba haciéndolas guardar silencio. Los tres miraron al techo, extrañados y tras unos segundos lograron escuchar voces y… ¿gemidos?... Ginny y Hermione pusieron cara de sorpresa mezclada con asco, mientras que Ron esbozó una sonrisa estúpida, como de suficiencia y orgullo.
– Merlín – dijo Hermione sacudiendo la cabeza – ¡Son las 7 de la mañana!
– Es demasiado temprano para el mañanero ¿verdad? – dijo Ginny entre risas
– ¡Ginny! – la reprendió su hermano
– ¿Qué? No tengo la culpa de que Harry se esté tirando a no sé qué desconocida mientras desayunamos.
– No digas vulgaridades…
– ¿Cuál vulgaridad? Se escucha perfectamente que le está dando duro contra el muro…
– ¡Ginny! – volvió a reprenderla, escandalizado
– No seas hipócrita Ron, como si Hermione y tú no lo hicieran…
Su hermano casi se ahoga con lo que estaba masticando. Entonces adoptó una expresión de completa seriedad aunque no pudo evitar que sus orejas se pusieran rojas.
– Claro que no – dijo con voz nerviosa – Hermione y yo nos estamos guardando para nuestra noche de bodas.
Las carcajadas de Ginny y Hermione volvieron a resonar por la cocina, sólo que esta vez más fuertes y prolongadas.
– Cariño – le dijo Hermione a Ron – Si eso es lo que piensas decirle a nuestros padres te advierto que no van a creernos.
– Ay hermanito, tu deberías ser cómico en lugar de auror – le dijo limpiándose las lágrimas – Hasta deberías preparar una rutina para el día de tu boda…
– No le des ideas – añadió Hermione aun riendo – Mejor nos vamos, los trabajadores deben estar esperándonos para que terminemos de pagarles… Nos vemos el lunes, yo paso a verte a tu oficina ¿sí?
– Claro… – contestó ella parando de reír mientras ambos desaparecían.
Hermione se encontraba trabajando en el Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas, peleando por los derechos de los elfos domésticos y quería que Ginny la ayudara con un caso. Aunque lo hacía de buena gana, casi siempre que Hermione le pedía su ayuda terminaba envuelta en casos interminables llenos de papeleo y administración, cosa que no le entusiasmaba para nada pero debía hacer porque era a lo que se dedicaba.
Cuando salió de Hogwarts pasó un tiempo sin hacer nada, ganando un poco de dinero siendo niñera. Había mostrado su deseo de dedicarse al quidditch de manera profesional pero sus padres se habían opuesto argumentando que era peligroso y era muy joven. Ella había intentado rebelarse, pero sin dinero, sin apoyo y sin una vida estable, terminó dándose por vencida después de un par de rechazos. Así que después de mucho tiempo, aceptó el puesto que su padre le había conseguido en el Ministerio de Magia. Cuando el viejo Perkins falleció de un infarto, ella entró como su asistente en la Oficina Contra el Uso Incorrecto de los Artefactos Muggles. Sabía que era un trabajo digno y le gustaba muchísimo tener cerca a sus amigos, en especial a Harry… pero no era lo que ella quería.
Con la varita puso la cafetera a funcionar y luego se comió todo lo que Hermione y Ron habían dejado. Después de bostezar y recordar que quería dormir, se dirigió a la sala en busca de su sillón favorito. Sin embargo a medio camino se encontró con una mujer a medio vestir, intentando salir de la casa a hurtadillas. La observó por unos segundos. Era alta, delgada, muy guapa, de piel color ébano… y entonces la reconoció. Era una modelo que Harry había conocido la semana anterior. Era muggle. Eso explicaba por qué quería utilizar la puerta y no simplemente había desaparecido con magia. Recordó que Harry había mencionado que estaría en Londres sólo unos días, lo que indicaba que era una de sus conquistas pasajeras que nunca más volvería a ver. Así que sonriendo de forma traviesa se acercó a ella.
– ¿Tu eres Melanie verdad?
– Sí... – contestó ella nerviosa y avergonzada – ¿Tú eres…?
– Pariente de Harry
– Ahh… – contestó la mujer sin saber qué más contestar
– Soy su hija.
– ¿Hija?
– Harry me adoptó… Él me habló mucho de ti ¿Vas a ser mi nueva mami, verdad? – le dijo con su mejor cara de ternura mientras la modelo se quedaba pasmada y ella contenía la risa en su interior.
– ¿Qué? No, yo… – dijo mirándola horrorizada – Lo siento… debe haber un malentendido… yo no… yo debo irme…
Y entonces salió de la casa, casi corriendo mientras Ginny se desternillaba de la risa y se iba a acostar al sillón. Decidió no dormirse y esperar a Harry. No mucho después lo escuchó bajar, se irguió para verlo y él la saludó con una sonrisa, recién bañado, para nada sorprendido de que ella estuviera allí en su casa.
– Te ves terrible – le dijo Harry pasándose una mano por el cabello despeinado, aún mojado por la ducha que acababa de darse. Habían pasado muchos años desde que a ella le daba pena que él la viera en los peores estados. Creía que ya hasta debería estar acostumbrado a verla así de despeinada, así de cansada y así de desgarbada, pero la verdad era que se sentía muy en confianza estando con él – Iré a prepararme un café…
– Ya lo hice, sólo sírvete.
– Gracias calabaza – le dijo con una gran sonrisa para después dirigirse a la cocina. Ginny recordó la noche de Halloween del año anterior en que él le había puesto ese apodo. Su mamá había cultivado calabazas gigantes y Harry había comenzado a decir que ella era una, porque el tono de su cabello era muy parecido al color de las calabazas. Cuando su mamá la mandaba a regarlas o desenyerbarlas y caminaba entre las hileras de cultivo, él solía pretender que la confundía con ellas y que no podía encontrarla. Desde entonces, el apodo se le había quedado, aunque sólo Harry la llamaba así.
Casi enseguida se encontró junto a ella, haciéndose caber en el sillón en el que estaba, que aunque era uno de esos diseñados para que dos personas se sentaran, Ginny lo tenía acaparado todo. Al final, ella cedió y los dos se sentaron mientras él sorbía café de una gran taza.
– ¿Tienes mucho tiempo aquí? – le preguntó él
– No mucho
– ¿Alcanzaste a ver a…?
– ¿La modelo? Sí – dijo riendo, esbozando su sonrisa traviesa, mientras Harry la miraba con desaprobación pero al final también terminó por sonreír.
– ¿Qué aplicaste esta vez? ¿La hija adoptiva o la esposa psicópata?
– La hija adoptiva… – contestó riendo – Hoy no tengo pinta de ser esposa
– Pero siempre tienes pinta de ser psicópata.
– Ja– ja – le dijo con una mueca para después enseñarle la lengua que él intentó atrapar con los dedos, pero ella no dejó que lo hiciera, apartándolo de un manotazo.
– ¿Qué tal la cita con McLaggen? – preguntó de pronto haciéndola recordar todo lo que había pasado
– Pues… – dijo insegura
– ¿Fue mala?
– No precisamente…
– ¿Entonces?
– Estuvo bien, aunque pudo haber sido mejor…
– ¿Por qué lo dices?
– Porque hace un ruido muy desagradable cuando come palomitas y se la pasó hablando durante toda la película…
– Ugh no – dijo él haciendo alusión a lo mucho que ambos detestaban que los interrumpieran cuando veían una película.
– Y luego está ese tono arrogante con el cual se describe a sí mismo…
– El mismo McLaggen que conocí hace años…
– Aunque eso sí, el tipo está más bueno que comer pollo con la mano– Él hizo una mueca de asco y negó con la cabeza, pero ella lo ignoró – Y las cosas mejoraron cuando fuimos a bailar. Me la estaba pasando tan bien que no me importó si mamá me regañaba por llegar tarde. Pensé que valía la pena, que debía aprovechar ese momento en el que me estaba divirtiendo…
– Pero...
– Todo se arruinó. De repente vimos a lo lejos a Holly Jones…
– ¿La jugadora de quidditch?
– Ella misma. Entonces empecé a decir lo mucho que la admiro, porque a pesar de ser sobrina de Gwenog Jones, nunca hizo uso de contactos en el medio y se labró su camino en el deporte por su propia cuenta.
– Ajá… – dijo instándola a seguir
– Y entonces Cormac dijo que si por él fuera no dejaría que las mujeres jugaran quidditch y luego dijo que ¡es un deporte de hombres!
Se recostó contra el respaldo del sillón soltando un bufido.
– Qué tarado – musitó Harry sacudiendo la cabeza
– Lo sé – dijo con fastidio – ¿Tienes idea de lo difícil que es encontrar a alguien que baile así de bien?
Harry soltó una pequeña risa mientras dejaba su taza en la mesita de centro y luego se quedaron en silencio un momento.
– Tal vez no debas tomártelo tan a pecho – dijo él de pronto encogiéndose de hombros haciendo que ella volteara a verlo – Después de todo es sólo un comentario… no veo por qué deba afectarte tanto, no es como si tú te dedicaras al quid… – El rostro de Ginny debió evidenciar su angustia y entonces se mordió el labio– …ditch…– Harry la observó fijamente y casi pudo escuchar cómo se ponía a trabajar su cerebro – Calabaza… – dijo entrecerrando los ojos. Ella lo maldijo internamente mientras desviaba su mirada. Él la conocía demasiado bien. Su mente y su corazón eran transparentes cuando de él se trataba. Era su mejor amigo, su hermano, su compañero. Era su persona. Instintivamente se tocó el delgado brazalete de plata que llevaba en la muñeca. Ella forzó una leve sonrisa rígida, que dejaba ver un poco su dentadura – ¿Qué hiciste?
– Nada – dijo intentando sonar inocente
– Tengo el presentimiento de que "nada" significa que mandaste solicitud al equipo de quidditch.
– ¿Cuál?– preguntó haciéndose la tonta y maldiciéndolo mentalmente por siempre prestarle atención a cualquier cosa que ella dijera, aunque fuera sólo de pasada.
– Ese que mencionaste había lanzado una convocatoria para nuevos jugadores y me dijiste que no ibas a aplicar porque se te pasó la fecha… – la fulminó con la mirada y entonces ella cedió
– Ok, sí lo hice ¿y qué? No me arrepiento
– ¿Por qué no me contaste?
– Porque aún no hay nada seguro… – dijo encogiéndose de hombros– Lo único que hice fue mandar mi solicitud y presentarme a la prueba, pero aún no me han contestado nada, no quería decirle a nadie hasta que fuera seguro… – Harry la observó detenidamente como intentando descifrar sus pensamientos
– Debiste haberme dicho, te pude ayudar a practicar...
– Pero no importa si no me seleccionan– dijo testaruda cambiando de tema– de cualquier forma no puedo volver a salir con alguien que piense así
– En eso te doy la razón, no creo que McLaggen sea el indicado para ti…
– No y espera, después de eso comenzó a hablar de sus planes de asentarse y formar una familia… ¿Quién habla de eso en la primera cita?– musitó rodando los ojos – Y no dejó de preguntarme que cuántos hijos quiero tener – resopló con fuerza – Lo que me interesa ahora es deshacerme de la sobreprotección de mis padres, lo último que quiero es ponerme a tener hijos…
– ¿Lo ves? Te dije que salir con él era mala idea…
– Ya sé, cállate – dijo recargándose en su hombro – Eso me pasa por salir con desconocidos – dijo tras un suspiro.
– A mí me funciona… – señaló él, con voz divertida
– Porque no te interesan ni sus nombres, sólo quieres que te abran las piernas por una noche.
– O un día, o una tarde. Yo no discrimino horarios…
– Eres un animal…
– ¿En la cama?
– En la vida…
Ginny entonces se acostó en el sillón, usando como almohada el regazo de Harry y cerró los ojos presa del cansancio, mientras él le acariciaba el cabello de forma cariñosa.
– ¿A qué hora llegaste Gin?
– A las tres.
– Te pasas, es demasiado tarde – la reprendió dándole un palmazo casi imperceptible en la frente
– Ya te pareces a mamá.
– ¿Ya te regañó?
– Aún no termina, por eso escapé. – dijo suspirando – Y lo peor es que ni siquiera valió la pena, Cormac es un tonto. Lástima que está tan bueno…
– Yo estoy más bueno
– Pero no sabes bailar, eso te quita la mitad de puntos. Además ya estás muy usado.
– ¿Y McLaggen no?
– No lo sé... – dijo frunciendo el ceño– De ahora en adelante dejaré que Ron y tú los investiguen antes de salir con ellos.
– Vaya, por lo menos algo bueno te dejo esta cita. Ron va a alegrarse...
– ¡Harry!– dijo de pronto enderezándose – Te perdiste de su nueva broma…
– ¿Cuándo?
– Hace un rato, cuando llegué Ron y Hermione estaban desayunando, y entonces te escuchamos… – ella carraspeó un poco – tu sabes, despeinar a la cotorra…
La carcajada de Harry fue inesperada y lo dejó riendo por largo tiempo.
– De verdad Ginny ¿de dónde aprendes tantas tonterías?
– Pues de ustedes calabazo, ni modo que de quien… Como sea, el caso es que Ron se puso todo propio y recatado y dijo, escucha bien, que él y Hermione… ¡se están guardando para su noche de bodas!
Las risas de ambos explotaron al unísono y se prolongaron durante varios minutos. Ginny había vuelto a llorar de la risa por aquel comentario de su hermano y Harry se agarraba la barriga del dolor de tanto reír.
– Me vas a matar de la risa un día de estos – le dijo él después de un rato, respirando con mucha dificultad, tratando de recobrar la compostura. Pasados unos cuantos minutos en que volvieron al silencio, él le dijo de pronto – Por cierto ¿ya recapacitaste lo del concierto? Sí vamos a ir ¿verdad?
La sonrisa de Ginny se desvaneció de inmediato. Esa noche las Brujas de Macbeth ofrecían un recital en Londres.
– Creo que no… – dijo con desilusión – Si tú quieres ir, puedes hacerlo...
– Ya sabes que yo voy por acompañarte.
– Pues entonces no iremos.
– ¿En serio Ginny? Pasaste meses esperando este día.
– Pues sí, pero después de lo de anoche mamá no va a permitir que salga.
– Si quieres yo hablo con ella y…
– No te preocupes Harry – le dijo con una sonrisa triste – Además necesito el dinero. ¿Me puedes ayudar a vender los boletos?
Harry resopló molesto y la miró con suspicacia.
– ¿Para qué dices que necesitas dinero?
Ella se quedó en silencio unos segundos mirándose las manos con inseguridad.
– Sé que va a sonar tonto pero… tengo la esperanza de que me seleccionen para jugar quidditch, y si es así entonces voy a tener gastos y estoy en ceros. No tengo ni un knut – dijo con tristeza
– ¿No tenías ahorrado algo? – Ella suspiró con fuerza
– Me gasté lo que tenía en la cita con Cormac…
– ¿Otra vez pagaste tu parte de todo? – le preguntó con exasperación
– Ya sabes que no me gusta salir con alguien sólo para que me pague lo que como y consumo.
– ¡Pero él te invitó! El que invita, paga.
– Pero no quiero que piense que soy una interesada.
Harry rodó los ojos. Era una testaruda intratable en ciertos temas.
– En fin, si quieres puedo prestarte algo…
– No – lo interrumpió ella mirándolo tajante – Ya no puedo dejar que me prestes más dinero, a este paso voy a tener que vender mis órganos vitales para pagarte todo lo que te debo.
– No me importaría tener uno de tus pequeños riñones – dijo encogiéndose de hombros con una sonrisa – Imagínate el tamaño que deben tener esas cositas – añadió picándole las costillas y haciéndola retorcerse
– Estoy hablando en serio – contestó entre risas tratando de sonar seria mientras se zafaba de él.
– Pero…
– Pero ya está dicho – Entonces se levantó y caminó hacia la chimenea y tomó una cajita encima de un estante, de donde sacó el par de boletos del concierto de las Brujas de Macbeth. Ginny los miró con tristeza y luego suspiró – ¿Me vas a ayudar a venderlos o tendré que hacerlo yo?
Harry hizo un puchero y luego dio un quejido recargándose en el respaldo del sillón.
– Es sábado calabaza… no tenía planes de salir… – Ginny lo miró con expresión de sorpresa y luego se hizo la ofendida hasta que él cedió – ¡Eres un pequeño fastidio! Ven acá, dámelos…
Ella esbozó una sonrisa de triunfo y volvió a sentarse a su lado, entregándole los boletos, y luego volvió a acostarse en su regazo.
– ¿Qué tal la modelo? – le preguntó Ginny cerrando los ojos
– ¿Quieres todos los detalles morbosos?
– No, tonto. Me refería a la cita…
– Pues nada del otro mundo – dijo encogiéndose de hombros – Sólo fuimos a cenar y luego venimos para acá…
Ginny resopló con fuerza.
– Debe ser aburridísimo salir contigo…
– Y debe ser genial salir contigo. Uno se ahorra la mitad de los gastos…
Ginny se sentó y sacudió la cabeza suspirando.
– Creo que es hora de enfrentar a mamá. ¿Te veo en la cena?
– Como siempre – le dijo con una sonrisa que ella le devolvió – Pero primero dame mi sudadera, pequeña ladrona – añadió sacudiéndola de la manga
– Es mía – replicó ella intentando soltarse de su agarre y forcejeando con él entre risas – Está bien, está bien… te la regresaré– y entonces se paró del sillón y se alejó de su alcance
– ¿Cuándo? – preguntó él riendo con ganas
– Algún día… – y entonces desapareció.
Harry se apareció en la madriguera un poco antes de la hora de la cena y encontró a la señora Weasley en su silla mecedora tejiendo una bufanda con la ayuda de su varita, al mismo tiempo que vigilaba un guiso en el caldero.
– Harry, cielo, siempre es un gusto verte – le dijo dedicándole una mirada de cariño
– Hola Molly ¿Cómo está?
Ella negó con la cabeza dando un suspiro.
– Cansada. No sé qué voy a hacer con mi hija, hoy llegó en la madrugada…
– Algo oí de eso – dijo Harry asintiendo
– Cualquiera pensaría que ya está en edad de asentarse y ponerse seria, pero a veces creo que todo se lo toma a juego. A veces creo que todo lo que le digo le entra por un oído y le sale por el otro…
– No sea tan dura con ella, debe ser bastante difícil ser la menor entre siete hombres…
– No lo sé, Harry. Últimamente ha estado más difícil que de costumbre… Antes pensaba que era culpa de ese tal André, siempre pensé que era mala influencia para ella.
– En eso estoy de acuerdo – coincidió él – Pero ya no tiene que preocuparse por él ahora que terminaron…
– Eso creí, pero supongo que él le causó más daño de lo que había pensado.
– ¿Por qué lo dice? – preguntó Harry frunciendo el ceño extrañado. Ginny había salido con Menzotti varios meses, pero había sido más por casualidad y comodidad que por gusto. Y cuando él la terminó, Ginny estuvo apagada unos días, pero al final ella misma reconoció que había sido más un golpe en su ego que en su corazón y tras un día entero en que ambos estuvieron comiendo helado, ella le dio vuelta a la hoja y no lo volvió a mencionar ni volvió a estar decaída a causa de él.
– Es que en la tarde fuimos al callejón Diagon a hacer unas compras y nos lo encontramos.
– ¿Le dijo algo? – preguntó preocupado. De seguro el italiano quería regresar con ella.
– Ni te imaginas… Lo encontramos de frente y no iba solo. Iba de la mano con una muchacha embarazada, como de unos siete u ocho meses, si no es que ya los nueve…
Harry abrió la boca en una expresión de sorpresa
– ¿Él es el papá?
– No teníamos forma de saber – dijo la señora Weasley encogiéndose de hombros – pero ya conoces a mi hija, no se aguantó las ganas y le fue a preguntar…
– ¿Y sí?
– Efectivamente – contestó asintiendo con la cabeza – Ginny se puso un poco furiosa y le gritó… ya te imaginarás. Ha estado en su habitación llorando desde que regresamos…
– Iré a verla – dijo él mientras se dirigía al segundo piso. Estaba un poco desconcertado por la reacción de Ginny, pero intentó ponerse en sus zapatos. No debería ser agradable enterarte que tu ex novio terminó contigo porque va a tener un hijo con otra. Se preguntó si todo el tiempo que estuvo con Ginny la estuvo engañando… Seguramente era eso lo que le dolía a su mejor amiga. Tocó la puerta pero no hubo respuesta, entonces se aventuró a entrar y la encontró en el alféizar de su ventana, mirando hacia el exterior. Él se acercó y se paró junto a ella, pero Ginny no volteó a verlo. Él alcanzó a ver las lágrimas de su rostro y entonces le acarició el cabello con ternura y luego le dio un beso en la cabeza mientras la rodeaba con sus brazos. Era tan raro verla así, que le causaba demasiada desazón.
– ¿Quieres helado? – Ella negó con la cabeza – Vamos, dejaré que te comas un bote grande tú sola… – Ginny volvió a negar pero esta vez acompañada de un sollozo que se convirtió en llanto. Harry se sentó frente a ella con preocupación y le limpió las lágrimas con cuidado, completamente desconcertado – No estés así, calabaza. Ese estúpido de Menzotti no vale la pena…
Entonces ella lo miró a los ojos por primera vez.
– No se trata de él – dijo sorbiendo la nariz – Aunque tampoco es agradable haberme enterado que el hijo de puta me estuvo engañando todo el tiempo que fuimos novios.
– ¿Y entonces qué tienes? – preguntó con la angustia comiéndole por dentro
Ginny suspiró abatida.
– Si te digo ¿prometes no decirle a nadie más?
– Ya sabes que sí.
Ella lo miró con una infinita tristeza que lo hizo pensar en lo peor, y luego le mostró un pergamino que tenía arrugado en la mano, pero él no comprendió.
– Me seleccionaron para jugar quidditch
Harry arrugó la frente, contrariado, aún sin captar el punto.
– ¿Y eso es malo?
– No – contestó ella volviendo a sollozar – Lo malo soy yo, lo malo es mi patética vida… – y más lágrimas brotaron de sus ojos, sin control.
– Gin ¿de qué hablas?
– De que no tengo dinero, no tengo libertad, no tengo vida, no tengo nada, ¡nada! – se limpió el rostro con el dorso de su mano con un movimiento enérgico, casi brusco – No puedo costearme todo lo que necesito y mis papás no van a darme ni un knut, nunca van a estar de acuerdo con que juegue quidditch, no puedo seguir viviendo aquí con mamá regañándome por cada cosa que hago, creo que va a terminar odiándome…
– No digas eso… sabes que tu mamá te ama y le preocupas mucho, eres su niña y siempre lo vas a hacer…
– Y mientras siga viviendo aquí no voy a poder hacer mi vida, Harry. Sabes que amo a mis papás pero necesito independizarme…
– Pues empieza por ahí…
– ¡Es que no puedo! no me alcanza para vivir en otro lado… gasto más de lo que gano – dijo con un lamento.
Harry le tomó una mano y la acarició. En eso tenía mucha razón. Ginny tenía un don nato para desaparecer el dinero, ya que era una pésima administradora de sus ganancias. Aunque eso se debía en gran medida a la costumbre que tenía de regalar cosas, todo el tiempo, sin razón alguna. Ella era una persona en extremo detallista y cada que veía algo que le recordaba a alguien o que sabía que le gustaría a alguien más, lo compraba de inmediato sin dudar. Él mismo tenía un montón de cosas que ella le había regalado: suéteres, corbatas, lapiceros, broches, libretas, marcos, etc. Y su propio ahijado, Teddy, tenía repisas llenas de juguetes que Ginny le había dado.
– ¿Me dejas ver el papel? – le dijo señalando al pergamino que tenía arrugado en la mano. Ella asintió y se lo entregó. Harry lo desdobló con cuidado y lo leyó, al principio con curiosidad y después con inaudito asombro. Lo releyó sólo para estar seguro – ¡Calabaza! – dijo anonadado mirándola sin poder creerlo – ¡Te aceptaron las avispas de Wimbourne! – Ella asintió levemente con un atisbo de sonrisa – ¡Las avispas de Wimbourne! – Repitió aún incrédulo – Son de los mejores de la liga… ¿Por qué no me dijiste que eran ellos?
Ella sólo le dedicó una sonrisa triste.
– La temporada de otoño empieza en un mes, pero los entrenamientos empiezan en una semana y no sé si podré ir… está el tiempo muy justo para hacer nada– y entonces bajó la mirada.
Harry la contempló por unos instantes, demasiado alegre por ella y lo que estaba consiguiendo, pero a la vez triste por los miedos que la estaban inundando. Entonces la tomó de la barbilla y la hizo alzar el rostro, para que lo mirara.
– Calabaza… Esto es lo que quieres ¿verdad? ¿Esto es tu sueño?
– Más que nada en el mundo…
Harry le acarició el rostro y sintió un inmenso cariño por ella. Por años la había visto practicar y prepararse, pero nunca dando el gran paso. Su mejor amiga, su confidente, su todo. La persona que siempre lo apoyaba, que lo escuchaba y sabía absolutamente todo de él y a pesar de eso no lo juzgaba. Era alguien que lo entendía a niveles inimaginables. Recordó todas esas veces que ella lo había ayudado, desde a elegir la ropa que debía usar en algún evento del ministerio o a escribir los discursos que debía dar. Recordó las veces que le había ayudado a arreglar su casa y a podar su jardín. Recordó incluso las veces que lo había ayudado a conquistar a ciertas mujeres, diciéndole qué flores comprar o a qué lugar ir. Ella siempre estaba para él y él debía estar para ella de igual forma. Se sintió un poco culpable por no ayudarla y darle el empujón fuera de su zona de comfort muchísimo antes.
– Pues entonces lo vas a lograr, Gin. Yo te voy a ayudar.
– ¿Pero cómo…?
– Shhh – le dijo poniéndole un dedo en los labios – ¿Confías en mí? – Ella asintió sin dudar – Bien, primero debemos comprar todo lo que necesitas – Releyó el pergamino – Una escoba, tres uniformes completos… túnica, pantalón, botas, protectores, guantes… la inscripción y dos quaffles.
– Es demasiado… – dijo ella negando con la cabeza
Él se sacó una bolsita de monedas del bolsillo y se la entregó.
– Vendí tus entradas del concierto, con esto te alcanza para los uniformes y las pelotas.
– Pero falta la escoba – dijo mordiéndose el labio
– No te preocupes por eso…
– Harry… ya no puedo seguir dejando que me prestes dinero.
– Calabaza, sabes que lo hago con gusto… además dejaré que cuando seas famosa me compres todo lo que quieras.
Ella le sonrió de lado pero siguió sin convencerse.
– ¿Y si no lo hago bien y me corren?
– Tú sabes lo buena que eres jugando… A mí todo el mundo me decía que volaba bien, pero comparado contigo… – suspiró esbozando una sonrisa – Yo te he visto jugar y he jugado contigo. Vuelas mejor que cualquiera que conozco. Eres una cazadora nata.
Ella le sonrió, esta vez de forma más natural y más amplia. Respiró profundamente y entonces se limpió las lágrimas que le quedaban en el rostro con decisión. Su mirada cambió de pronto, ya no había tristeza, sino determinación. Esa era la Ginny que tanto admiraba, aunque a veces le sacaba canas verdes.
– ¿Qué voy a hacer con mis papás?
– Si quieres yo hablo con ellos…
– No, de verdad necesito independizarme.
– Entonces buscaremos algún lugar para que vivas, algo que no sea muy caro. Y mientras encontramos, ya sabes que mi casa es tu casa…
– Gracias, calabazo – le dijo abrazándolo de pronto con fuerza, recargando la cabeza en su pecho como tanto le gustaba – No sé qué haría sin ti
– Seguramente sufrir por no tener a esta guapura en tu vida… – Ella soltó una risa alegre que lo hizo sonreír – Ya decía yo que no era normal que te pusieras así de triste por el pendejo de Menzotti
– Que le den por culo a ese imbécil – musitó Ginny con enfado, haciéndolo reír.
Él se levantó de pronto y se paseó por la habitación de Ginny con descuido.
– ¿Qué vas a hacer esta noche?
– Umm pues… cenar – contestó extrañada por la pregunta
– ¿Te gustaría ir a un concierto? – le dijo con una sonrisa y ella se quedó muy quieta, como procesando las palabras de Harry y mirándolo con desconfianza.
– Harry…
– ¿Sí?
– ¿Vendiste los boletos en verdad?
– Claro – dijo él sin dejar de sonreír
– ¿A quién?
– A un tipo muy guapo… – dijo soltando una risa ante la expresión de fastidio de Ginny – a un tal Harry Potter.
– ¿Por qué haces esto? – preguntó molesta y entonces él volvió a acercarse
– Porque sé lo mucho que quieres ir. Además me dio flojera salir de mi casa – dijo con una expresión de culpa en el rostro.
– No puedo aceptarlo – dijo sacudiendo la cabeza
– Vamos, tú compraste los boletos para el mundial de quidditch y me regalaste el pase para el circo de veelas…
– Pero…
– Y me llevaste al santuario de dragones, y me compraste la consola de videojuegos muggle… ¿Quieres que siga? Déjame hacer esto por ti ¿sí?
Ella le sonrió sin poder resistirse más.
– Pero mi mamá se va a poner difícil…
– No te preocupes, yo me encargo de ella – y entonces se dirigió a la puerta, pero antes de salir, añadió: – Sé que es imposible pero intenta ponerte un poco bonita, no quiero que piensen que voy con un vagabundo…
Ella tomó lo primero que encontró a su alcance y se lo aventó con fuerza, pegándole en la rodilla.
– Yo también te quiero – le dijo después de soltarle una palabrota y luego salió de su recámara.
Les leo en los reviews ;)
