Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Una luna sin miel" de Christina Lauren, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 2
Salgo de la habitación y todo el ruido, el caos y los aerosoles desaparecen de golpe; el silencio del exterior es precioso. Hay tanta paz que no quiero llegar a la puerta que tiene la caricatura de un novio colgada de la manija. Minutos antes de la boda, el inocente personajito custodia la exaltación alimentada (no tengo dudas) a base de cerveza y marihuana. Hasta Alec, que ama las fiestas, prefería arriesgar su audición y sus pulmones para estar en la habitación de la novia.
Respiro profundo tres veces para demorar lo inevitable.
Es la boda de mi gemela y en verdad exploto de felicidad por ella. Pero es difícil mantenerme a flote, en especial en estos momentos de paz y tranquilidad. Dejando de lado mi mala suerte crónica, los últimos dos meses realmente apestaron: mi Roomie se fue, tuve que mudarme a un diminuto apartamento que incluso en ese momento excedía un poco mi presupuesto y entonces (como no podía ser de otro modo con mi fortuna) me despidieron de la compañía farmacéutica en la que había trabajado durante seis años. En las últimas semanas, tuve no menos de siete entrevistas y ninguna respuesta. Y heme aquí ahora, a punto de enfrentar a mi archienemigo Edward Cullen usando la piel que le arrancaron a la rana René.
No puedo creer que hace un tiempo me desesperaba por ver a Edward. Cuando la relación entre mi hermana y Dane recién comenzaba, Nya quiso que conociera a su familia política. Edward bajó del auto en el estacionamiento del predio ferial de Minnesota y pude ver sus ojos verdes a dos autos de distancia. De cerca noté que, además, tenía las pestañas más largas que había visto en un hombre.
Pestañeaba con lentitud, dándose aires de superioridad. Me miró de reojo, sonreí torpemente y lo saludé sacudiendo la mano. Sentí de todo menos un interés propio de cuñados.
Pero luego cometí un pecado capital del que no había escuchado hasta entonces: ser una mujer curvilínea que come bollos de queso.
Nos habíamos juntado en la entrada para planificar el día y yo me escurrí del grupo para comprar un tentempié… No hay nada más glorioso que la comida de la Feria Estatal de Minnesota. Volví al grupo cuando ya iban por la exposición ganadera.
Edward me miró, notó mi bandeja con queso frito, frunció el ceño, me dio la espalda y se fue con la excusa de que tenía que encontrar la competencia de cerveceros. No volvió a aparecer en toda la tarde.
A partir de ese día, solo se dedicó a molestarme y a hacerme sentir inferior. ¿Qué debería pensar? ¿A qué se debió su paso de la sonrisa al desagrado de un segundo al otro? Por supuesto que la opinión que formé de Edward Cullen es que, si lo dejo, puede lastimarme. Dejando de lado esta ocasión (y solo por el vestido), me gusta mi cuerpo. No voy a permitir que nadie me haga sentir mal por eso o por los bollitos de queso.
Las voces llegan desde la suite del novio… un festejo digno de una fraternidad universitaria que puede deberse a la transpiración de uno, la cerveza o que otro haya abierto una bolsa de Cheetos solo por mirarla fijamente; cómo saberlo. Estamos hablando de la fiesta de bodas de Dane. Golpeo la puerta y se abre tan rápido que me sobresalto, engancho mi zapato en el dobladillo del vestido y tropiezo.
Es Edward; claro que es Edward. Me ataja por la cintura. Mientras me ayuda a incorporarme, siento cómo mi boca se tuerce y veo el mismo gesto de rechazo crecer en él mientras quita la mano y la mete en el bolsillo. Imagino que, apenas pueda, saldrá corriendo a limpiarla con una toallita desinfectante.
El movimiento me hace notar su atuendo (un esmoquin, claro) y lo bien que se amolda a su larga y firme estructura. Lleva el pelo castaño peinado con esmero hacia el costado; tiene las pestañas demasiado largas. Intento convencerme de que las cejas, gruesas y oscuras, son desagradables (calma, Madre Naturaleza), pero es innegable que quedan increíbles con su cara.
En serio me cae mal.
Siempre supe que era guapo (no estoy ciega), pero verlo con ese moño negro es demasiada confirmación para lo poco que me agrada.
Él también me analiza. Empieza por el pelo (me debe estar juzgando por llevar un recogido tan sencillo) y mira mi maquillaje relajado (debe tener citas con modelos que hacen tutoriales de maquillaje en Instagram) antes de, lenta y metódicamente, abordar mi vestido. Respiro hondo para evitar cruzarme de brazos.
Levanta la barbilla.
—Asumo que ese vestido fue gratis.
Yo asumo que darle un rodillazo en la entrepierna se sentiría fabuloso.
—Hermoso color, ¿no lo crees?
—Pareces un Skittle. —Tuerce la boca en una pequeña sonrisa —. A pocas personas les queda bien ese color, Isabel.
Por su tono, entiendo que no pertenezco a esas pocas.
—Es Isabella.
A mi familia le parece motivo de diversión que mis padres me hayan nombrado Isabella y no Isabel, un nombre sin duda más lírico.
Desde que tengo memoria, todos mis tíos maternos me llaman Bell (campana) para molestar a mamá.
Pero no creo que Edward sepa del chiste interno; solo se comporta como un imbécil.
—Bueno, bueno. —Se hamaca sobre los talones.
—Bueno, todo muy divertido, pero necesito que me muestres tu discurso. —Empiezo a cansarme del jueguito.
—¿Mis palabras para el brindis?
—¿Me estás corrigiendo? —Estiro el brazo—. Déjame ver.
—No. —Se apoya tranquilo en el marco de la puerta.
—Es por tu bien. Nya te matará con sus propias manos si dices una estupidez, lo sabes.
Edward inclina la cabeza, me evalúa. Mide un metro noventa y cinco, mientras que Nya y yo… no. Sin decir palabra, deja claro su punto, muy claro: Que lo intente.
Dane aparece sobre su hombro y se le transforma la cara cuando me ve. Parece que no soy lo que esperaban: una mucama con cervezas.
—Oh. —Se recompone rápido—. Ey, Bella, ¿todo bien?
—Bien. Edward justo estaba por mostrarme su discurso.
—¿Sus palabras para el brindis? —Quién iba a decir que a esta familia le importara tanto los términos correctos.
—Sí.
Dane mira a Edward y apunta al interior de la habitación con la cabeza.
—Es tu turno. —Me mira y explica—. Estamos jugando a la Copa del Rey. Mi hermanito mayor va a morder el polvo.
—Un juego para beber antes de la boda —digo y dejo escapar una risita—. Sabia decisión.
—Voy en un minuto. —Edward sonríe mientras su hermano se retira y, cuando vuelve a girar hacia mí, ambos abandonamos las risas para volver a nuestras caras menos amables.
—¿Escribiste algo al menos? —pregunto—. No pretenderás improvisar, ¿no? Eso nunca sale bien. Nadie es tan divertido como cree sin guion. Tú en particular.
—¿Yo en particular?
Aunque Edward es la personificación del carisma con casi todo el mundo, cuando está conmigo se parece más a un robot. Ahora mismo, tiene la cara tan rígida, tan inexpresiva, que no sé si lo estoy ofendiendo de verdad o me está incitando a que diga algo peor.
—Ni siquiera estoy segura de que seas divertido… —vacilo, pero ambos sabemos que estoy comprometida en esta batalla despiadada— con guion. —Levanta una de sus oscuras cejas. Consiguió provocarme—. Bueno —gruño—, solo asegúrate de que tus palabras no sean una mierda. —Miro el pasillo y recuerdo el otro tema que tenía que arreglar con él—. Asumo que te aseguraste de que no tengas que comer del bufé. Si no lo hiciste, estoy yendo para la cocina, puedo arreglarlo.
Cambia su sonrisa sarcástica por algo parecido a la sorpresa.
—Eso es muy amable. No, no pedí el cambio.
—Fue idea de Nya, no mía —aclaro—. Ella es quien se preocupa por tu aversión a compartir comida.
—No tengo problema con compartir comida —explica—. Los bufés son verdaderos parques de diversiones para las bacterias.
—Ojalá vuelques toda esa poesía y profundidad en tu discurso.
—Dile a Nya que mis palabras son desopilantes y nada estúpidas. —Retrocede y empuja la puerta.
Quiero decir algo inteligente, pero solo puedo pensar en la injusticia de que se hayan desperdiciado unas pestañas como esas en el Asistente de Satán, así que solo asiento y giro hacia el pasillo.
Hago mi mejor esfuerzo para no acomodarme la falda mientras camino. Puede que sea paranoica, pero creo poder sentir sus ojos clavados en el brillo ajustado de mi vestido hasta que llego al elevador.
El personal del hotel se ha comprometido con "Navidad en enero", la temática que propuso Nya. Por suerte, en lugar de terciopelo rojo y renos de peluche, el camino al altar está decorado con nieve de utilería. Aunque no hace menos de veinticinco grados adentro, el recuerdo del frío y la espumosa nieve del exterior, hace que todo se sienta gélido y ventoso. El altar está decorado con flores blancas y bayas, hay coronas de pino con pequeñas lucecitas blancas que parpadean entre las ramas colgadas detrás de cada silla.
Todo se ve en verdad encantador, pero desde aquí noto las pequeñas etiquetas en las sillas que alientan a los invitados: Confía en Bodas Finley para tu día especial.
La actividad no cesa. Alec mira con disimulo hacia la recepción y localiza a los invitados atractivos. Alice está determinada a conseguir el número de uno de los padrinos y mamá le pide a Daphne que le diga a papá que se fije que no tenga baja la cremallera del pantalón. Estamos esperando que el organizador nos dé la señal y mande a las niñas de las flores a hacer lo suyo por la pasarela.
Parece que a cada segundo que pasa, mi vestido está más apretado.
Edward ocupa su lugar a mi lado, inspira y larga el aire en una exhalación controlada que se parece mucho a un suspiro de resignación. Sin mirarme, me ofrece el brazo.
Me hago la que no me doy cuenta de su actitud y lo tomo intentando ignorar la sensación que me genera la curva de su bíceps bajo mi mano, la forma en que apenas lo flexiona y acerca mi brazo hacia él.
—¿Todavía vendes drogas?
—Sabes que no hago eso. —Aprieto los dientes.
Mira hacia nuestras espaldas y vuelve a girar. Toma aire para hablar, pero se arrepiente.
Pienso qué habrá querido decir. No creo que fuera algo sobre el tamaño, el volumen o la locura general de mi familia (se acostumbró hace mucho tiempo), pero sé que algo le molesta. Lo miro.
—Solo dilo.
Juro que no soy una persona violenta, pero de ver su mirada malvada clavada en mí me brotó la necesidad irrefrenable de clavar mi tacón aguja en la punta de sus zapatos pulidos.
—Es algo sobre la fila de Skittles de honor, ¿no? —pregunto.
Ni él puede negar que hay algunos cuerpos increíbles en el grupo, pero a ninguna le sienta del todo bien el verde menta satinado.
—Isabella Swan, la lectora de mentes. —Nuestras sonrisas sarcásticas se encuentran.
—Todos anoten la fecha. Edward Cullen recordó mi nombre por primera vez en tres años.
Vuelve a mirar al frente y relaja la cara. Es difícil unir al Edward amargado e incisivo que me toca a mí con el encantador que he visto con otra gente o incluso con el alocado del que Nya se quejó durante años. Más allá de que parezca determinado a no retener nada de lo que le digo (como mi trabajo o mi nombre), lo que más me molesta es su influencia sobre Dane, a quien aleja de Nya durante muchos fines de semana para llevarlo a California a vivir aventuras. Claro que estas escapadas suelen coincidir con eventos importantes para cazadores de sorteos como mi hermana, su prometida: cumpleaños, aniversarios, el Día de San Valentín. El último febrero, por ejemplo, lo llevó a Las Vegas para un fin de semana de hombres, y Nya terminó yendo conmigo a una cena romántica (y gratis) en St. Paul Grill.
Siempre pensé que la distancia que imponía Edward se basaba en que soy curvilínea y él es un intolerante. Pero ahora, parada aquí, sosteniéndome de su bíceps, se me ocurre que tal vez es tan idiota porque le duele que Nya lo haya alejado de su hermano, pero no puede decírselo a ella sin hacer enojar a Dane. Entonces, se desquita conmigo.
La epifanía me atraviesa y me deja una certeza esclarecedora.
—Es buena para él —digo, e identifico la intención protectora en mi voz.
—¿Qué dices? —Gira para mirarme.
—Nya —aclaro—. Es buena para Dane. Sé que no me soportas, pero sea cual fuera tu problema con ella, tienes que saber eso, ¿sí? Es un alma buena.
Antes de que Edward pueda responder, el organizador (gratuito) finalmente aparece, les hace una seña a los músicos (gratuitos) y comienza la ceremonia.
Sucede todo lo que esperaba que sucediera: Nya está preciosa. Dane parece sobrio y sincero. Intercambian anillos, dicen sus votos y se dan un beso obsceno e incómodo que sin duda no está dentro de lo permitido en una iglesia, aunque esto no lo sea. Mamá llora, papá se hace el que no. Durante toda la ceremonia, mientras sostengo el enorme ramo de rosas (gratis) de Nya, Edward parece una figura de cartón de sí mismo que solo se mueve cuando tiene que meter una mano en el bolsillo para entregar los anillos.
Me vuelve a ofrecer el brazo para retirarnos del altar y lo siento todavía más rígido, como si estuviera cubierta de slime y le diera miedo que lo estampara en su traje. Entonces me acerco, pero, no bien nos alejamos, doy un aleteo sutil para que sepa que podemos romper el contacto.
En diez minutos tendremos que volver a encontrarnos para las fotos y usaré ese tiempo para quitar los pétalos marchitos de los centros de mesa. Este Skittle tachará algunas tareas de su lista. ¿A quién le importa qué hará Edward?
Parece que va a seguirme.
—¿Qué fue eso? —dice.
Miro sobre mi hombro.
—¿Qué fue qué? —pregunto.
—Allí. Recién. —Apunta con la cabeza hacia el altar.
—Ah —giro y sonrío con amabilidad—, me alegra que pidas ayuda cuando estás confundido. Entonces: eso fue una boda… una ceremonia importante y en algunos casos obligatoria para nuestra cultura. Tu hermano y mi…
—Antes de la ceremonia. —Arquea las cejas oscuras hacia abajo—. Cuando dijiste que no te soportaba, que tenía un problema con Nya.
—¿De verdad? —pregunto boquiabierta.
—Sí, de verdad. —Mira a su alrededor como si necesitara que alguien más atestiguara mi estupidez.
Por un instante no sé qué decir. Lo último que esperaba era que Edward me pidiera explicaciones por nuestro intercambio permanente de comentarios sarcásticos.
—Ya sabes. —Sacudo vagamente la mano. Con él mirándome, lejos de la ceremonia y de la energía del salón, la teoría de la que estaba convencida hacía un rato ya no parece tan convincente—. Pienso que estás resentido porque Nya te está alejando de Dane, pero sabes que no puedes enojarte con ella sin pelearte con él, entonces te comportas como un imbécil sin remedio conmigo.
Él solo pestañea y siento que debo seguir:
—Solo es una teoría —me cubro.
—Una teoría.
—Sobre por qué me odias.
—¿Yo te odio? —Arruga el ceño.
—¿Vas a repetir todo lo que diga? —Quito mi lista de su escondite en mi ramo y se la muestro—. Porque tengo cosas para hacer.
El silencio de desconcierto se extiende por algunos segundos hasta que parece entender lo que podría haberle dicho hace mucho tiempo.
—Isabella, suenas realmente loca.
Mamá le acerca a Nya una copa de champagne. Mantenerla llena debe estar en la lista de tareas de alguien, porque la veo beber, pero nunca la veo vacía. El evento pasa de una rutina cronometrada a la perfección y un tanto formal a una verdadera fiesta. Los volúmenes dejan de ser los de una reunión de gente respetable para convertirse en dignos de una fraternidad universitaria. Los invitados tragan el bufé de mariscos como si fuera lo primero que comen en semanas. El baile ni siquiera empezó y Dane ya tiró el moño de su traje en una fuente y se quitó los zapatos. A Nya parece no importarle y eso solo habla de sus propios niveles de alcohol en sangre.
Cuando llega el momento del brindis, lograr que al menos la mitad de los invitados permanezca callada parece una tarea monumental. Luego de golpear suavemente mi copa de cristal con un tenedor y no lograr que el sonido baje un solo decibel, Edward decide arrancar su discurso sin esperar que alguien lo escuche.
—Estoy seguro de que muchos de ustedes deberán ir a orinar pronto —comienza hablando con un micrófono de mala calidad—, así que seré breve. —Logra calmar a la multitud y continúa—. No creo que Dane quiera que hable, pero visto y considerando que no solo soy su hermano mayor, sino también su único amigo, aquí estamos.
Lanzo una carcajada que me sorprende. Edward hace una pausa me mira y sonríe con asombro.
—Soy Edward —continúa y, cuando toma un control remoto que estaba cerca de su plato, una presentación con fotos de Edward y Dane de niños comienza a reproducirse en la pantalla a nuestras espaldas—. El mejor hermano, el mejor hijo. Estoy encantado de compartir este día con tantos amigos, familiares y, sobre todo, alcohol. En serio, ¿visitaron el bar? Que alguien vigile a la hermana de Nya porque si toma una copa de champagne de más, ese vestido no aguantará en su lugar. —Me guiña un ojo—. ¿Recuerdas la fiesta de compromiso, Isabel? Si tú no, yo sí.
Astoria sujeta mi muñeca antes de que pueda alcanzar un cuchillo.
—¡Hombre! —grita Dane, borracho, y se ríe de un modo exagerado. Me gustaría que existieran las maldiciones para lanzarle una. (Para aclarar, no me saqué el vestido en la fiesta de compromiso. Solo usé el dobladillo para secarme el sudor de la frente una o dos veces. Hacía mucho calor y el tequila me hace transpirar).
—Si miran estas fotos familiares —dice Edward señalando hacia la pantalla donde él y Dane adolescentes esquían, surfean y, en general, se ven como idiotas con buena genética— se darán cuenta de que fui un hermano mayor modelo. Fui de campamento primero, manejé primero, perdí primero la virginidad. Lo siento, no hay fotos de eso. —Guiña el ojo al público de un modo encantador y un coro de risitas recorre el salón—. Pero Dane encontró primero el amor. —Los invitados se unen en un awww colectivo—. Espero tener la suerte de encontrar alguien la mitad de espectacular que Nya algún día. No la dejes ir, Dane, porque ninguno de los dos sabe qué ha visto en ti. —Levanta su whisky y casi doscientos brazos se alzan para acompañarlo en el brindis—. Felicitaciones para ambos. Bebamos. —Luego se sienta y me mira—. ¿Suficiente guion para ti?
—Fue casi adorable. —Miro sobre su hombro—. Todavía es de noche. Tu ogro interior debe estar durmiendo.
—Vamos, te reíste.
—Motivo de sorpresa para ambos.
—Es tu turno de mostrar cómo se hace —dice y me recuerda que debo ponerme de pie—. Sé que es mucho pedir, pero intenta no pasar vergüenza.
—Cállate, Edward. —Tomo mi teléfono, donde guardé mi discurso, y trato de ocultar el tono defensivo.
Esa fue buena, Bella.
Se ríe mientras se inclina para comer un bocado de pollo.
Un tímido aplauso atraviesa el salón cuando me paro y enfrento a los invitados.
—Hola a todos. —El micrófono acopla y lanza un quejido agudo que asusta a la audiencia. Me lo alejo de la boca, giro hacia mi hermana y mi nuevo cuñado y grito—: ¡Lo hicieron!
Todos festejan cuando Dane y Nya se dan un tierno beso. Hace un rato los vi bailar la canción favorita de Nya (Glory of Love, de Peter Cetera) y me las ingenié para ignorar los esfuerzos de Alec para que lo mire y pueda hacerme algún comentario no verbal sobre el terrible gusto musical de Nya. Realmente quedé atrapada en la perfección de la escena que se desarrollaba frente a mí: mi gemela en su hermoso vestido de novia, con el pelo un poco más flojo por las horas y el movimiento, su dulce sonrisa de genuina felicidad.
Unas lágrimas me brotan de los ojos mientras entro a la aplicación de notas y abro mi discurso.
—Para quienes no me conocen, aclaro: no, todavía no están tan borrachos, soy la gemela de la novia. Mi nombre es Isabella, no Isabel —digo, y lanzo una mirada filosa a Edward—. La hermana favorita, la cuñada favorita. Cuando Nya conoció a Dane… —Hago una pausa porque un mensaje de Astoria aparece en la pantalla y tapa mi discurso.
Solo para que lo sepas, tus tetas se ven increíbles.
Desde su lugar, me levanta un pulgar. Deslizo el mensaje para que salga de la pantalla.
—… me habló de él de un modo en el que nunca…
¿Qué talla de sujetador estás usando?
También Astoria. En serio, ¿qué clase de familia te manda mensajes mientras das un discurso que es obvio que estás leyendo desde el teléfono? La mía. Lo ignoro e intento retomar rápido el hilo. Me aclaro la garganta.
—… habló de él de un modo que no había escuchado antes. Había algo en su voz…
¿Sabes si el primo de Dane está soltero? O si podría estarlo pronto… ;)
Fulmino a Alec con la mirada y deslizo el dedo por la pantalla de forma agresiva.
—… algo en su voz me indicaba que pensaba que esta vez era diferente, que se sentía diferente. Yo…
No hagas esa cara. Pareces estreñida.
Mi madre. Por supuesto.
Deslizo y sigo. A mis espaldas, Edward entrelaza los dedos detrás de la cabeza con aires de superioridad y puedo sentir su sonrisa de satisfacción sin tener que mirarlo. Persisto (porque no puedo dejarlo ganar este round), pero solo logro decir dos palabras más y me interrumpe un quejido de dolor.
Todo el mundo mira a Dane, que se toma el estómago. Nya apenas llega a ponerle una mano en el hombro antes de que él tenga que taparse la boca para contener el vómito que sale, igualmente, disparado como un misil entre sus dedos hacia el hermoso (y gratuito) vestido de mi hermana.
