Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Una luna sin miel" de Christina Lauren, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 7

Cuando volvimos a la habitación, parece la mitad de espaciosa de lo que recordaba. Debe ser porque pronto nos quitaremos la ropa para meternos en la cama y puedo sentir las paredes cerrarse sobre mí. No estoy lista para eso.

Edward arroja la billetera y la tarjeta sobre el recibidor. Juro que el golpe contra el mármol se oyó tan fuerte como un redoblante.

—¿Qué? —dice como respuesta a mi dramático sobresalto.

—Nada. Solo… —Señalo sus cosas—. Por Dios.

Se queda mirándome por un segundo que parece eterno, finalmente decide que no tiene sentido seguirme la corriente y se gira para tirar un zapato cerca de la puerta. Cruzo la habitación y mis pies sobre la alfombra suenan como botas que aplastan hierba crecida. ¿Es una broma? ¿Todos los sonidos se amplifican en este espacio?

¿Y si tengo que usar el baño? ¿Tendré que encender la ducha para amortiguar el sonido? ¿Qué hay si se tira un pedo mientras duerme y yo lo oigo?

¿Qué sucederá?

Oh, por Dios.

Una marcha fúnebre sigue a Edward por el pasillo hacia el dormitorio. Una vez allí, sin decir una palabra, se dirige hacia un vestidor y yo hacia el otro. Es la rutina silenciosa de un matrimonio feliz, solo que mucho más incómoda porque ambos preferiríamos que nos tragara la tierra antes de seguir soportando esta tensión.

La cama enorme se asoma entre nosotros y nos acecha como la parca.

—Por si no lo notaste todavía, solo hay una ducha —comenta.

—Sí, lo noté.

El baño secundario es simple, solo tiene un retrete y un pequeño lavabo; pero el principal es digno de un palacio. La ducha es grande como mi apartamento y la bañadera debería tener trampolín.

Hurgo en mi cajón y ruego porque en la loca carrera de empacar luego de la boda-apocalipsis no haya olvidado los pijamas. No me había dado cuenta hasta ahora de cuánto tiempo paso en ropa interior cuando estoy sola en mi casa.

—¿Sueles hacerlo en las noches? —pregunta.

—¿Disculpa?

—Ducharte, Isra. —Edward inhala el profundo y cansado suspiro de un prolongado sufrimiento.

—Ah. —Presiono mis pijamas contra el pecho—. Sí, suelo ducharme por las noches.

—¿Quieres ir primera?

—Ya que tengo el dormitorio, ¿por qué no vas tú? —Y para que no suene demasiado generoso agrego—: Luego podrás largarte de mi espacio.

—Eres tan considerada.

Me rodea para llegar al baño y cierra la puerta a sus espaldas con un clic contundente.

Incluso con las cortinas metálicas del balcón cerradas, puedo oír el mar, el sonido de las olas golpeando contra la orilla, aunque no tan alto como para tapar el ruido de Edward desvistiéndose, de la ropa cayendo al suelo del baño, de los pies descalzos caminando sobre las baldosas, del suave gemido que hace cuando lo cubre el agua tibia.

Abrumada, me escapo hacia el balcón y me quedo afuera hasta que termina. Para ser honesta, solo me gustaría escuchar eso si se estuviera ahogando.


A Edward le hubiese encantado que le dijera que fue una noche larga y que apenas pude conciliar el sueño, pero mi cama es maravillosa. Lamento lo del sofá, amigo.

De hecho, estoy tan bien descansada y rejuvenecida que casi me convenzo de que encontrarnos con gente de nuestra vida real no es una catástrofe. ¡Está bien! Estamos bien. Sophie y Billy tampoco quieren vernos y es probable que su habitación esté en la otra punta del hotel. Y los Hamilton se van hoy. Estamos a salvo.

Pero no todo sale como esperaba y nos cruzamos con mi nuevo jefe en el camino hacia el desayuno. Parece que forjamos una sólida amistad anoche: nos dan a ambos un fuerte abrazo… y sus números de teléfono.

—Es en serio lo del club de matrimonios —Molly le dice a Edward en tono conspirativo—. Nos divertimos mucho. Ya sabes a lo que me refiero. —Guiña un ojo—. Llámame cuando regresen.

Se dirigen al mostrador de recepción y los saludamos mientras nos escabullimos entre la multitud hacia el restaurante. Edward se acerca y murmura con la voz un poco temblorosa:

—No tengo idea de a qué se refiere con divertirse.

—Puede ser algo inocente, como un puñado de esposas tomando merlot y quejándose de sus esposos —sugiero— o puede ser algo más complicado, del estilo Tomates verdes fritos.

—¿Cuál es el estilo Tomates verdes fritos?

Sonrío sombría.

—Un grupo de esposas mirándose los labios con espejos de mano. Sabes a qué labios me refiero.

Edward me mira como si estuviera reprimiendo el impulso de correr hacia el océano y ahogarse.

—Estás disfrutando demasiado esto.

—Oh, por Dios, soy la peor. ¿Cómo me atrevo a disfrutar de Maui?

Nos detenemos frente al escritorio de la recepcionista, le damos nuestro número de habitación y la seguimos hasta una pequeña mesa en el fondo del salón, muy cerca del bufé.

—Un bufé, cariño, ¡tu favorito! —digo entre risas.

Una vez que nos sentamos, Edward (ligeramente peor dormido que yo) mira el menú con tanta fuerza que podría agujerearlo.

Voy hacia el bufé y lleno mi plato con enormes trozos de frutas tropicales y todo tipo de comidas grilladas. Cuando regreso, Edward ya ordenó algo de la carta y está acunando entre las manos una enorme taza de café negro. Ni siquiera nota mi regreso.

—Hola —gruñe.

—¿Con toda esa comida ordenaste algo del menú?

—No me gustan los bufés, Isabella, por Dios. Deberías estar de acuerdo conmigo luego de lo que presenciamos hace un par de días—dice con un suspiro.

Muerdo un trozo de piña y me da placer verlo estremecerse cuando hablo con la boca llena.

—Me gusta molestarte, eso es todo.

—Se nota.

Por Dios, es tan cascarrabias por las mañanas.

—¿En serio crees que estoy disfrutando demasiado mis vacaciones? ¿Escuchas las cosas que dices?

Baja la taza con cuidado, como si estuviera resistiendo con todas sus fuerzas el impulso de usar la violencia.

—Nos fue bien anoche —dice con calma—, pero luego la situación se complicó. Mi exnovia (con quien tengo muchos amigos en común) cree que estamos casados, y la esposa de tu nuevo jefe quiere compartir conmigo una experiencia de labios y espejos de mano.

—Es solo una hipótesis —recuerdo—. Quizá la diversión para Molly es una reunión de Tupperware.

—¿No te parece que estamos en una situación complicada?

Me encojo de hombros y dirijo la culpa a quien la tiene.

—Para ser honesta, tú fuiste ridículamente carismático anoche. Más de lo necesario.

—Porque tú me lo pediste. —Toma su taza y sopla la superficie.

—Quería que fueras encantador como un sociópata. Demasiado encantador para que cuando se revelara tu naturaleza, la gente piense: "No lo noté en el momento, pero era sospechosamente perfecto". Ese estilo. No sencillo y tierno.

Edward arquea la mitad de la boca y sé qué va a decir antes de que lo haga:

—Crees que soy tierno.

—Una ternura asquerosa.

—Ternura asquerosa. De acuerdo. —La sonrisa se ensancha.

El camarero trae la comida y cuando levanto la mirada noto que su sonrisa se borró y mira fijamente por encima de mi hombro.

Tiene el rostro pálido. Frunce el ceño y se concentra en su plato.

—¿Acabas de recordar que la comida de restaurantes tiene diez veces más posibilidades de tener salmonella? —pregunto—. ¿O encontraste un pelo en tu plato y ahora crees que te dará lupus?

—Vuelvo a repetirlo para que lo escuchen los del fondo: ser cuidadoso con la manipulación de alimentos no es equivalente a ser hipocondríaco ni idiota.

Le doy un saludo del tipo sí, mi capitán, pero me doy cuenta. El origen de su pánico súbito no tiene nada que ver con su desayuno.

Miro alrededor y mi pulso se acelera: Sophie y Billy están sentados justo a mis espaldas. Edward tiene vista privilegiada a su ex y su nuevo prometido.

Por más que quiera abofetearlo con frecuencia, puedo entender que es muy doloroso cruzarte con tu ex celebrando su compromiso cuando tú solo estás fingiendo estar casado. Recuerdo que me crucé con mi exnovio Arthur justo la noche en que defendí mi tesis.

Habíamos salido para celebrarme a mí y a mi logro, y ahí estaba él, el chico que me había dejado porque "no podía distraerse con una relación". Llevaba a su nueva novia en una mano y la revista científica en la que acababa de ser publicado en la otra. Mi ánimo de festejo se evaporó y, una hora más tarde, me fui de mi propia fiesta a devorarme una temporada entera de Buffy.

Un ápice de empatía florece en mi pecho.

—Edward…

—¿Podrías intentar masticar con la boca cerrada? —se queja, y una bomba nuclear aniquila lo que había florecido en mí.

—Para que conste, hay mucha humedad aquí y estoy congestionada —digo con la nariz tapada—. Pensar que empezaba a entenderte…

—¿Por mi ternura asquerosa? —pregunta. Empuja el plato, mira sobre mi hombro y luego se concentra en mi cara.

—No, porque tu ex está en el mismo hotel sentada justo a mis espaldas.

—¿Sí? —Vuelve a mirar y finge muy mal la sorpresa—. Ah.

Le sonrío, aunque se esfuerza por evitar mi mirada. De solo ver una pequeña pizca de vulnerabilidad en su expresión, la empatía vuelve a florecer.

—¿Qué es lo que más te gusta desayunar?

—¿Qué? —hace una pausa con un trozo de tocino a medio masticar todavía en la boca.

—Vamos. Desayuno. ¿Qué te gusta?

—Los bagels. —Muerde un nuevo bocado, mastica, traga y me doy cuenta de que no dirá más.

—¿Bagels? ¿En serio? ¿Entre tantas opciones me dices que tu desayuno favorito son los bagels? Vives en Twin Cities. ¿Hay bagels decentes allí?

Aparentemente cree que mi pregunta es retórica porque vuelve a poner la atención en su comida, feliz de batir esas pestañas y no decir una palabra. Entiendo por qué lo odio (me avergüenza por comer, por estar rellenita y siempre fue un imbécil monosilábico).

¿Pero cuál es su problema conmigo?

Vuelvo a intentar ser amigable:

—¿Qué te parece si hacemos algo divertido hoy?

—¿Juntos? —Me mira como si le hubiera sugerido cometer un asesinato en masa.

—¡Sí, juntos! Todas las actividades que tenemos incluidas son para dos personas —digo, sacudiendo un dedo entre nosotros— y, como acabas de señalar, tiene que parecer que estamos casados.

Edward gira la cabeza con los hombros encogidos:

—¿Puedes hablar más bajo? No tiene que escucharte todo el restaurante.

Respiro profundo y cuento hasta cinco para no cruzarme sobre la mesa y hacerle un piquete de ojos. Me acerco y digo:

—Mira, ya estamos metidos en este juego de mentiras. ¿Por qué no sacarle provecho? Eso es lo que intento hacer: disfrutar todo lo que puedo.

Hace silencio por varios segundos.

—Es demasiado optimista de tu parte.

—Veré a qué puedo inscribirnos… —Me tomo de la mesa para pararme.

—Está mirando —me interrumpe—. Mierda.

—¿Qué?

—Sophie. No para de mirar hacia aquí. —Busca mis ojos con pánico—. Haz algo.

—¿Como qué? —pregunto comenzando a asustarme también.

—Antes de irte. No sé. Estamos enamorados, ¿no? Solo… —Se levanta bruscamente, me toma del hombro, me inclina sobre la mesa y presiona su boca sobre la mía. Nuestros ojos se mantienen abiertos con horror. Mi respiración queda atrapada en el pecho y comienzo a contar hacia adentro tres interminables segundos antes de separarme.

Logra fingir una sonrisa amorosa y dice entre dientes:

—No puedo creer lo que acabo de hacer.

—Voy a hacerme gárgaras con lejía.

No tengo dudas de que fue el peor beso que Edward Cullen dio en su vida y, sin embargo… no fue terrible. Su boca estaba tibia, sus labios suaves y firmes. Aunque nos mirábamos horrorizados, no se veía nada mal de cerca. Quizá incluso más apuesto que de lejos. Sus ojos son de un verde imposible, sus pestañas son tan largas que es absurdo. Y es cálido. Tan cál…

Mi cerebro hace un cortocircuito. Cállate, Bella.

Oh, por Dios. Si vamos a fingir estar casados tendremos que hacerlo de nuevo.

—Perfecto. —Me mira con los ojos bien abiertos—. Perfecto. Te veo en la habitación más tarde.


La idea de construir una casa desde los cimientos siempre me atemorizó porque sé que no soy una persona atenta a detalles como la manija de la puerta o los tiradores de las gavetas o los estilos de adoquines. Son demasiadas decisiones que no me interesan en absoluto.

Contemplar la lista de actividades se siente un poco así.

Podemos hacer esquí acuático, tirolesa, travesía en cuatro por cuatro, esnórquel, clases de hula kahiko, disfrutar de un masaje en pareja y mucho mucho más. Me conformaría con cualquiera de las opciones, pero Trent, el coordinador de actividades, me mira con ansiedad, listo para anotar "mi nombre" en el casillero del cronograma que desee.

El problema real es cuál de las opciones fastidiará menos a Edward.

—Un buen comienzo —dice Trent con amabilidad— puede ser un viaje en barco, ¿no le parece? Vamos hasta el cráter Molokini. Es un lugar muy tranquilo. Incluye el almuerzo y tragos. Pueden hacer esnórquel, intentar snuba (una mezcla de esnórquel y buceo) o solo pasar el rato.

—Okey. Haremos eso. —Que exista la posibilidad de sentarse, quedarse callado y no sumarse a la diversión sin duda será un incentivo cuando tenga que convencer a Edward.

Con gusto, Trent escribe Edward y Tanya Cullen en la lista y me indica que debo estar en el lobby a las diez.

Arriba, Edward ya está en pantalones cortos, pero todavía no se puso una camiseta. Una reacción extraña y violenta me recorre cuando se da vuelta y puedo contemplar que tiene músculos justo donde debería tenerlos. Una pequeña cantidad de vello sobre el amplio pecho hace que la mano se me cierre en un puño.

—¿Cómo te atreves? —Me doy cuenta de que lo dije en voz alta cuando Edward me mira con una sonrisa y desliza la camiseta sobre la cabeza.

Con los abdominales fuera de mi vista se extingue el incendio en la parte baja de mi vientre.

—¿Cuál es el plan? —pregunta.

Me quedo tres segundos perdida en el recuerdo de su torso desnudo antes de responder:

—Tomaremos un barco a Molokini. Esnórquel, tragos, etcétera.

Espero que revolee los ojos o se queje, pero me sorprende.

—¿En serio? Qué divertido.

Con cautela, dejo a este Satán sospechosamente optimista en la sala de estar para cambiarme y armar un pequeño bolso. Cuando termino, Edward se abstiene de reírse de que mi traje de baño apenas contiene mis senos o que mi pareo está desalineado, y comenzamos nuestro camino al lobby, donde nos dirigen a una camioneta para doce pasajeros que nos espera justo en la salida.

Edward pone un pie dentro, se impulsa para subir, pero cae hacia atrás tan súbitamente que me choco de frente con su espalda. De nuevo.

—¿Estás teniendo otro…?

Edward me calla con una mano antes de tomarme por la cadera. Y entonces la escucho: la voz de Sophie, tan aguda como el sonido que hacen las uñas cuando arañan un pizarrón.

—¡Edward! ¿Vienes con Isabella la excursión?

—¡Claro que sí! ¡Qué terrible coincidencia! —Se gira y me fulmina con la mirada antes de volver a sonreírles y reanudar la entrada al vehículo—. ¿Nos sentamos en el fondo?

—Sí, creo que esos asientos son los únicos disponibles. —Billy suena aturdido y cuando Edward se inclina para avanzar puedo ver por qué.

Ya hay ocho personas acomodadas en la camioneta y solo la fila del fondo está disponible. Edward es tan alto que casi tiene que arrastrarse cuerpo a tierra para poder atravesar el cúmulo de bolsos, sombreros y cinturones de seguridad que caen sobre el pasillo. Un poco más calmada, sigo sus pasos. Me sorprende que verlo abatido no me da la alegría que hubiera esperado. Me siento… culpable. No elegí bien.

Pero somos Bella y Edward; ponernos a la defensiva es nuestra primera reacción. Se siente como El Fiasco del Boleto Aéreo Barato 2.0.

—Podrías haberte ocupado tú de elegir la excursión.

No responde. Luego de haber sido tan convincente anoche para cubrir mi mentira, no le gusta nada que ahora yo tenga que hacerlo por él. Odia deberme algo.

—Podemos hacer otra cosa —le digo—. Estamos a tiempo de irnos.

Vuelve a quedarse callado, pero se desinfla a mi lado cuando el conductor cierra las puertas del vehículo y levanta los pulgares por el espejo retrovisor para indicarnos que estamos listos para irnos.

Le doy un suave codazo a Edward. No entiende que quiero decir ¡Resiste, tigre! porque también me golpea. Idiota. Vuelvo a codearlo, con más fuerza esta vez, y él se prepara para devolverlo, pero lo esquivo y le clavo mis nudillos entre las costillas. No esperaba encontrarme con su punto de cosquillas incontenibles, pero lanza un grito agudo y ensordecedor que me deja abrumada. Es tan exagerado que todos los pasajeros se dan vuelta para ver qué está sucediendo.

—Perdón —les digo, y luego le hablo a él más despacio—. Nunca había escuchado a un hombre emitir ese sonido.

—¿Puedes no hablarme, por favor?

—No sabía que estarían aquí.

Me mira incrédulo.

—No voy a volver a besarte. Te lo aclaro por si creías que con esto ibas a ganarte otro beso.

¡¿Quéquiéncómo?! Imbécil. Boquiabierta susurro:

—Preferiría chupar la suela de mi zapato antes que volver a tener tu boca sobre la mía. Lo digo en serio.

Se da vuelta y mira por la ventana. La camioneta arranca y el conductor pone una suave música de la isla. Me acomodo para una siesta de veinte minutos cuando, frente a nosotros, una adolescente toma una botella de bronceador y comienza a rociárselo sobre un brazo y luego sobre el otro. Edward y yo quedamos sumidos en una nube de vapores aceitosos, sin puerta ni ventana. Intercambiamos una mirada de sufrimiento.

—Por favor, no eches eso dentro de la camioneta —pide Edward con un tono firme pero amable que tiene un efecto raro y desestabilizante en mi aliento.

—Ups, lo siento —responde la adolescente sin mucha expresión mientras vuelve a meter la botella en su mochila.

A su lado, el padre está absorto en la revista Ciencia Popular, completamente enajenado.

La nube de bronceador se disipa con lentitud y, para ignorar el paisaje de Sophie y Billy besándose, podemos disfrutar la vista de la costa por la ventana de la izquierda y las verdes montañas por la ventana de la derecha. Una ola de felicidad me invade.

—Maui es hermoso.

Siento cómo Edward gira para mirarme, pero lo ignoro, está tan confundido que puede creer que hice ese comentario para insultarlo de algún modo. Ese gesto podría arruinar esta alegría repentina que siento.

—Sí, muy hermoso.

No sé por qué siempre espero que quiera discutir, pero no deja de sorprenderme cuando concuerda conmigo. Su voz es tan profunda que siempre parece seductora. Nuestros ojos se encuentran y se rechazan en un instante. Fijamos la atención adelante, entre las cabezas de la adolescente del bronceador y su padre, justo donde Sophie y Billy murmuran con los rostros a milímetros de distancia.

—¿Cuándo se separaron? —pregunto despacio.

Me mira como si no fuera a responder, pero luego exhala:

—Hace seis meses.

—¿Y ya está comprometida? —lanzo un silbido—. Dios.

—Para ella yo estoy casado, así que mucho no puedo ofenderme.

—Puedes ofenderte todo lo que quieras, pero no debes parecer ofendido —digo y, como no responde, me doy cuenta de que di justo en el clavo. Está esmerándose para parecer tranquilo—. Si te sirve de algo —susurro—, Billy no es para nada atractivo. Es la versión desmejorada de Reedus, pero sin nada de su encanto sexymisterioso. Es una versión grasienta.

Edward se ríe y luego recuerda que no nos caemos bien. Borra la sonrisa.

—Están besándose con pasión ahí mismo. Hay ocho personas más en esta camioneta. Puedo verles las lenguas. Es… asqueroso.

—Apuesto a que el señor Edward Cullen nunca haría algo tan inapropiado.

—Es decir —dice con el ceño fruncido— pienso que soy una persona cariñosa, pero algunas cosas son mucho mejores si suceden a puertas cerradas.

Un calor envuelve las palabras que quedan en mi cabeza y solo puedo asentir. La idea de Edward haciendo cosas privadas a puertas cerradas hace que todo en mi interior se desmorone.

Me aclaro la garganta y miro hacia otra parte para encontrar respiro; mi interior vuelve a construirse. Querida Bella Swan: es Edward. No te gusta.

Se acerca para llamar mi atención.

—¿Crees que podrás hacerlo hoy?

—¿Hacerlo?

—El jueguito de la falsa esposa.

—¿Y yo qué gano? —pregunto.

—Mmm… —Edward se toma la barbilla—. ¿Qué te parece que no le diga a tu jefe que eres una mentirosa?

—De acuerdo. Es justo. —Pienso qué puedo hacer para ayudarlo a ganar la competencia de Mejor Nueva Pareja que sospecho que estamos peleando con Sophie y Billy—. No quiero ilusionarte, pero este bikini me queda muy bien. No hay mejor venganza que estar con alguien con un buen par.

Curva los labios.

—Una declaración digna de una mujer empoderada y feminista.

—Puedo valorar mi cuerpo en bikini e igualmente querer incendiar el patriarcado —miro hacia mi pecho—. ¿Quién hubiera dicho lo que un poco más de carne sobre mis huesos podría hacer?

—¿A eso te referías en recepción? Sobre cocinar por haberte quedado sin empleo.

—Sí, cocino cuando estoy estresada. —Hago una pausa—. Y como. Eso obviamente lo sabes.

Se queda mirándome por algunos segundos antes de decir:

—Tienes un nuevo trabajo. Tus días de cocinera pueden quedar atrás si así lo deseas.

Levanto la vista y llego a verlo alejar rápido los ojos de mi escote. Si no lo conociera tan bien, creería que desea que siga cocinando un poco más.

—Sí, tengo trabajo, si puedo conservarlo.

—Estuvimos muy bien anoche, ¿no? —dice—. Lo conservarás.

—Y quizá también los senos. —Se ruboriza un poco y me divierte mucho su incomodidad. Pero sus ojos vuelven a husmear mi pecho, como si no pudiera contenerse—. No tuviste problema en mirar el vestido de Skittle desde todos los ángulos.

—Para ser honesto, estabas usando una lamparita fluorescente. Era difícil no verlo.

—Cuando todo esto termine, te haré algo con la tela de ese vestido —prometo—. Quizá una corbata o una ropa interior sexy.

Se atraganta y sacude la cabeza. Luego de unos segundos de silencio confiesa:

—Estaba recordando que Sophie estuvo a punto de ponerse implantes cuando estábamos juntos. Siempre quiso tener grandes… —Hace la mímica de apretar senos con las manos.

—Puedes decirlo —lo autorizo.

—¿Decir qué?

—Pechos. Senos. Tetas. Bubis.

—Por Dios, Issac. —Edward se toma el rostro con las manos.

Lo miró fijamente, deseando captar su atención. Cuando me mira, parece que quisiera tirarse del vehículo en movimiento.

—Entonces, quería implantes —retomo.

—Apuesto que se arrepiente de no haberlo hecho cuando disfrutaba de mi sueldo.

—Bueno, ahí lo tienes. Tu nueva falsa esposa tiene fantásticos senos. Deberías estar orgulloso.

—Pero no alcanza con eso.

—¿Qué quieres decir con "no alcanza con eso"? No voy a usar una tanga.

—No, solo que… —Con fastidio, se pasa una mano por el pelo —. No se trata solo de que ahora esté con una persona sexy.

Espera. ¿Qué? ¿Sexy?

Sigue de largo como si no hubiera dicho nada relevante ni totalmente impactante.

—También tiene que parecer que me quieres.

Un rizo se le cae sobre un ojo justo antes de que diga eso y convierte el momento en una escena tan sacada de Hollywood que me hace reír. Unos pocos fuegos artificiales (solo una bengala, lo juro) bajan desde mis clavículas porque, por Dios, es tan hermoso.

Y verlo vulnerable, aunque sea por un segundo, me desorienta de un modo que me hace pensar en la época en que podía mirar su rostro sin odiarlo.

—Puedo fingir que te quiero —hago una pausa por instinto de supervivencia—. Probablemente.

Se relaja un poco. Acerca las manos y envuelve las mías, se siente cálido y acogedor. Mi primer reflejo es rechazarlo, pero me toma con firmeza y dice:

—Bien. Porque tendremos que ser mucho más convincentes en el bote.