Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Una luna sin miel" de Christina Lauren, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 13
Charlamos durante toda la cena y el postre. Lo miro y me esfuerzo para que mi admiración no se note demasiado. Creo que nunca lo vi sonreír tanto.
Una parte de mí quiere tomar el teléfono para fotografiarlo; la misma que quiere archivar y catalogar cada uno de sus rasgos: el dramatismo de las cejas y pestañas, el contraste con el brillo de los ojos, la rectitud romana de la nariz, la boca gruesa y elocuente.
Siento que estamos viviendo en una nube de fantasías; no importa cuánto intente convencerme de lo contrario, creo que tendré que sobrevivir a un aterrizaje forzoso cuando estemos de vuelta en Minnesota dentro de pocos días. No importa qué le diga a mi mente y a mi corazón, el pensamiento es recurrente y se instala sin avisar:
Esto es demasiado bueno, no durará.
Toma una fresa del copo de mousse de chocolate que decora la tarta de queso que estamos compartiendo y mantiene el tenedor en alto.
—Pensaba que podríamos ir a Haleakala a ver el amanecer mañana.
—¿Qué es eso? —Le arrebato el tenedor y como el perfecto bocado que ha preparado. No se queja, sonríe e intento ignorarlo. Edward Cullen no tiene problema con que coma de su tenedor. La Isabella Swan de hace dos semanas está perpleja.
—Es el punto más alto de la isla —explica—. Carly de recepción dice que es el mejor mirador, pero que hay que llegar temprano.
—¿Carly de recepción?
—Tuve que encontrar a alguien para conversar cuando te fuiste de compras durante toda la tarde. —Se ríe.
Hace solo una semana hubiese respondido con un comentario sarcástico, pero ahora mis ojos tienen dos corazones dibujados y solo puedo pensar en las ganas de besarlo.
Me acerco y le tomo la mano. Toma la mía sin dudar, como si fuera lo más normal del mundo.
—Creo que —digo despacio— si vamos a despertarnos para ver el amanecer, ya deberíamos irnos a la cama.
Separa los labios y dirige los ojos a mi boca, es rápido para entender las indirectas.
—Tienes razón.
La alarma suena a las cuatro de la madrugada y nos despertamos de un sobresalto. Mascullamos desnudos en la oscuridad y pasamos de un nudo hecho de sábanas y cuerpos directo a la primera capa de ropa. Aunque estemos en una isla tropical, Carly de recepción le dijo a Edward que, antes del amanecer, la temperatura puede caer por debajo de cero grados.
Pese a que intentamos acostarnos temprano, este hombre me entretuvo varias horas con las manos, la boca y, para mi sorpresa, un nutrido diccionario de palabras obscenas; sigo inmersa en la ceguera del sexo incluso cuando prende las luces de la sala de estar.
Luego de lavarnos los dientes y besarnos, Edward hace café y yo armo un bolso con agua, frutas y barras de granola.
—¿Quieres que te cuente algo que me pasó escalando una montaña? —pregunto.
—¿Involucra la mala suerte?
—Sabes que sí.
—A ver.
—El verano previo al segundo año de universidad —comienzo — Nya, Alice, Alec y yo fuimos a Yellowstone porque Alice había empezado a entrenar y quería subir el Half Dome.
—Uh.
—¡Sí! —exclamo—. Es una historia horrible. Entonces, Nya y Alice estaban entrenadas, pero Alec y yo éramos… Digamos, que la única maratón que hacíamos era la de ver series en el sofá. Por supuesto que incluso el tramo llano es difícil y creí que moriría unas cincuenta veces, pero eso era solo vagancia, no mala suerte. Luego comenzamos el ascenso empinado. Nadie me dijo que prestara atención a donde ponía las manos. Me sostuve de una piedra para tomar impulso y resultó ser una serpiente de cascabel.
—¿¡Qué!?
—Sí, me mordió una maldita serpiente de cascabel y caí cuatro metros de espaldas.
—¿Y qué hiciste?
—Bueno, Alec no quería escalar ese último tramo, así que cuando me levanté estaba parado al lado mío a punto de orinarme la mano. Por suerte apareció el guardaparques, me inyectó el antídoto y estuve bien.
—¿Ves? Eso es suerte.
—¿Que te muerda una serpiente? ¿Caerte?
—Que tuvieran el antídoto, no morir en Half Dome. —Se ríe con incredulidad.
—Entiendo tu punto. —Me encojo de hombros mientras meto unos plátanos en el bolso.
—No crees que sea así en verdad, ¿no? —Lo miro—. Que tienes una especie de mala suerte crónica —agrega.
—Absolutamente. Ya expuse suficientes argumentos, pero para actualizar: me quedé sin trabajo el día después de que se mudara mi compañera de apartamento. En junio tuve que reparar el auto y pagar una multa cuando alguien lo chocó, lo arrastró hasta un lugar en el que estaba prohibido estacionar y escapó. Por último, este verano, en el autobús, una señora se quedó dormida apoyada en mi hombro y me di cuenta de que en realidad estaba muerta cuando ya me había pasado de la parada en la que tenía que bajar. —Abre grande los ojos—. De acuerdo, lo último es broma, no tomo el autobús.
—No sé qué haría si alguien muriera encima de mí. —Se inclina y apoya las manos sobre las rodillas.
—Creo que no hay muchas posibilidades. —Entredormida, sonrío mientras sirvo el café en vasos de cartón y le arrimo uno a Edward.
—Me refiero a que le das demasiado poder a la suerte —dice mientras se endereza.
—¿Quieres decir que tengo que pensar positivo para que me pasen cosas positivas? Supongo que no creerás que eres el primero que me lo dice. Sí puedo darme cuenta de que la predisposición influye, pero también es una cuestión de suerte.
—De acuerdo, pero… mi moneda de la suerte solo es una moneda. No tiene un poder supremo, no es mágica, solo es algo que encontré antes de que me pasaran un par de cosas buenas, así que ahora la asocio a esas cosas. —Levanta el mentón para mirarme—. Pero también la tenía cuando nos cruzamos con Sophie. Si todo fuera una cuestión de suerte, eso no hubiera sucedido.
—A menos que mi mala suerte haya anulado tu buena suerte.
Me abraza por la cintura y me empuja contra el calor de su pecho. Me estoy acostumbrando tanto a su afecto que un escalofrío me recorre la columna.
—Eres una amenaza —dice contra mi cabeza.
—Es lo que soy —explico—. Nya y yo somos el contraste perfecto.
—Eso no es necesariamente malo. —Levanta mi mentón y me da un beso suave—. No tenemos que ser copias carbónicas de nuestros hermanos… por más idénticos que seamos.
Pienso en eso mientras atravesamos el pasillo. Toda mi vida me compararon con Nya, me gusta que alguien me quiera por lo que soy.
Pero, claro, saber eso (que me quiere como soy) me lleva a una conclusión que no puedo evitar decirle cuando llegamos al elevador.
—Creo que también soy todo lo opuesto a Sophie. —En ese mismo momento quiero tomar las palabras en el aire y meterlas de nuevo en mi boca.
—Sí, supongo que sí.
Quisiera que agregue "pero eso es algo bueno" o "por suerte", pero solo me sonríe y espera que diga la siguiente estupidez.
No le daré el gusto. Me muerdo la lengua y lo miro de reojo: sabe exactamente lo que hace. Es un monstruo.
—¿Estás celosa? —Sigue sonriendo.
—¿Debería estarlo? —pregunto, pero de inmediato me corrijo —. Quiero decir, solo es una aventura de verano, ¿no?
—Oh, ya veo, ¿nada más que eso? —dice mientras la sorpresa se apodera de cada uno de sus rasgos.
Lo escucho y siento que una roca baja rodando por mi espalda.
Hace solo un par de días que superamos el odio y pasamos al cariño; es muy pronto para hablar de esto como algo serio.
¿Lo es? Me refiero a que ahora somos familia. No podremos dejar la isla y no vernos nunca más; en algún momento tendremos que hacernos cargo de lo que sucedió… y de lo que quedará.
Salimos del elevador, pasamos el lobby y pedimos un taxi.
Todavía es de noche. No le respondí. Necesito pensarlo un poco más, y parece que Edward está de acuerdo porque no insiste.
Es asombroso que haya tráfico en la ruta que va al parque nacional a las cuatro y media de la madrugada; hay combis, bicicletas, grupos de caminata y parejas como nosotros (somos una especie de pareja) que piensan estirar una manta y acurrucarse para soportar la helada mañana.
Nos lleva una hora atravesar la procesión y llegar a la cima, donde tenemos que trepar algunas rocas para alcanzar el punto más alto. Aunque el cielo sigue oscuro, la vista nos deja sin aliento. Hay grupos de personas que se abrazan de pie o que se cubren con una manta, pero el silencio es profundo, como si todos acataran la regla de que no corresponde hablar cuando se está por atestiguar la salida del sol.
Edward estira un par de toallas de playa que trajimos del hotel y me invita a su lado. Me acomoda entre sus largas piernas y apoya mi espalda en su pecho. No puede estar cómodo, pero yo estoy en el paraíso, así que me entrego y bajo la guardia mientras me estiro.
Quisiera entender qué está sucediendo dentro y fuera de mi corazón. Siento que se ha expandido y exige que lo note y lo escuche, como si me estuviera recordando que soy una hembra de sangre caliente con deseos y necesidades que no son solo las básicas. Estar con Edward se siente cada vez más como cuando me consiento con un par de zapatos o una extravagante cena. No termino de convencerme de que merezca esto todos los días… ni que vaya a durar.
Es obvio que ambos estamos reflexionando sobre nosotros, por lo que no me sorprende cuando dice:
—Te pregunté algo antes.
—Lo sé.
Solo es una aventura de verano, ¿no?
Oh, ya veo, ¿nada más que eso?
Vuelve a quedarse en silencio; es obvio que no tiene que repetir lo que dijo. Pero no estoy segura de qué pienso al respecto.
—Estoy… pensando.
—Piensa en voz alta —dice—. Pensemos juntos.
Mi corazón se retuerce por la facilidad con la que me pide lo que necesita y sabe que puedo darle: transparencia.
—Ni siquiera nos caíamos bien hace una semana —le recuerdo.
—Creo que deberíamos archivar todo eso como un tonto malentendido. ¿Qué te parece si te compro bollos de queso cuando volvamos a casa? —Aterriza con suavidad los labios en mi cuello.
—Sí.
—¿Prometes que me dejarás algunos? —Vuelve a besarme.
—Solo si me lo pides con amabilidad.
Luego de todo lo que sucedió, solo puedo atribuir los sentimientos que tenía hacia Edward antes de Maui a mi postura reaccionaria y defensiva.
Cuando alguien no nos quiere es normal que el sentimiento sea mutuo, ¿no? Pero recordar que Dane le dijo que yo era una malhumorada trae a mi mente algo de lo que Edward no quiere hablar…
Sé que suelo ser pesimista en contraste con el optimismo de Nya, pero no soy malhumorada. No actúo de manera espontánea, soy analítica y cautelosa. El hecho de que Dane le haya dicho eso a Edward (y que Dane estuviera durmiendo con otras mujeres mientras tanto), me hace desconfiar mucho de sus intenciones.
—No creo que podamos avanzar en esta conversación si no discutimos la posibilidad de que Dane haya querido separarnos.
—¿Por qué iba a querer hacerlo? —Puedo sentir como se tensa, pero no se mueve ni me aleja.
—¿Mi teoría? —digo—. Nya creía que era monógamo y tú sabías que no. Si nosotros nos hubiésemos vinculado, en algún momento iba a surgir el tema. Como sucedió, de hecho.
Siento como Edward encoge los hombros y ya lo conozco lo suficiente como para adivinar su expresión: no está convencido, pero sí preocupado.
—Creo que solo era raro para él —dice— pensar en que su hermano mayor saliera con la gemela de su novia.
—Si yo aceptaba salir contigo —agrego.
—¿No lo hubieses hecho? —me desafía—. Vi el deseo en tus ojos, Isabel.
—Bueno, tampoco eres espantoso.
—Ni tú.
Dice esas dos palabras justo sobre el lóbulo de mi oreja. Es el tipo particular de cumplidos que nos caracteriza; me atraviesa, suave y seductor. Su actitud hacia mí en la fiesta solo me hizo pensar que me veía como un rollo verde satinado.
—Sigo rebobinando algunas escenas.
—Siempre creí que mi atracción era evidente —dice—. Quería entender tus gruñidos y tus malas caras, saber qué problema tenías para poder, finalmente, invitarte al asiento de atrás de mi auto.
Todos mis órganos se desintegran. Hago un esfuerzo para mantener la compostura y apoyo la cabeza justo en su hombro.
—Sigues sin responder a mi pregunta —insiste despacio.
—¿Si esto es solo una aventura? —Contengo una sonrisa por su perseverancia.
—Sí —dice—. Está bien si solo es eso. Supongo. Pero quiero saberlo para entender cómo manejarme cuando regresemos.
—¿Te refieres a contarle a Dane?
—Me refiero al tiempo que necesitaré para superarte.
Siento un dolor punzante directo en el corazón. Giro la cabeza para besarlo, él se inclina y me da lo que necesito; me entrego a los sentimientos de alivio y deseo. Imagino ver a Edward en la casa de Nya y Dane e intentar mantener la distancia y no tocarlo así.
—No me canso de lo que sea que esto es —admito—. Aunque solo sea una aventura, no se siente como…
—No lo digas.
—… una aventura. —Sonrío y el gruñe.
—Es casi tan malo como tus chistes en la boda.
—Sé que mi discurso guarda un lugar en tu memoria.
Edward deja los dientes apoyados en mi cuello y gruñe.
—Supongo que lo que quiero decir es que —comienzo y respiro hondo como si fuera a saltar de un precipicio directo a una piscina con agua turbia—, si te parece bien que nos sigamos viendo cuando regresemos a casa, no voy a oponerme.
Su boca avanza por mi cuello y lo besa. Una mano se desliza bajo mi ropa y se detiene, cálida, sobre el esternón.
—¿No?
—¿Y tú qué piensas?
—Pienso que me gusta. —Me besa la mandíbula hasta llegar a la boca—. Pienso que eso significa que podré hacer esto incluso cuando nuestra falsa luna de miel haya terminado.
Me doblo bajo su palma y la ayudo a llegar hasta mi pecho.
Frustrado, Edward la vuelve a mover a mi vientre.
—Desearía estar en la habitación.
—Yo también.
No podemos juguetear ahora. El sol todavía no salió, pero ya se insinúa en el horizonte e ilumina el cielo con un millón de tonos de naranja, rojo, púrpura y azul.
—¿Acabamos de tomar una decisión? —pregunta.
—Eso creo. —Cierro fuerte los ojos y sonrío.
—Bien. Porque estoy loco por ti.
—Yo también estoy loca por ti —admito conteniendo la respiración.
Sé que si miro su rostro ahora estará sonriendo. Puedo sentirlo en el modo en que su antebrazo me sostiene.
Miramos juntos cómo el cielo se transforma en un lienzo que cambia sus colores a cada segundo. Me siento una niña pequeña de nuevo, pero, en lugar de imaginarme un castillo en el cielo, estoy viviendo en él; este cielo de acuarela es lo único que puedo ver.
Los espectadores se sumen en un silencio colectivo y solo salgo del hechizo cuando el sol termina de salir, brilla con fuerza y las personas comienzan a prepararse para regresar. Yo no quiero regresar. Quiero quedarme aquí, sentada, recostada sobre Edward, por la eternidad.
—Disculpa —llama Edward a una mujer—. ¿Podrías tomarnos una foto a mí y a mi novia?
De acuerdo… quizá sí es momento de volver a la habitación.
