II

Un breve instante antes de que Eleven hable, Henry cae en la cuenta de que teme su respuesta. La teme, sí, como nunca ha temido a nada ni a nadie, porque la intuye.

Ha visto la duda en sus ojos.

Y así, se prepara para la negativa que seguramente vendrá, algo que no ha previsto y que, no obstante, ahora se ve obligado a considerar como una posibilidad muy real.

Empero, cuando Eleven levanta la vista y lo mira fijamente a los ojos, casi sin miedo —porque, ciertamente, sería imposible que no lo temiese tras su demostración anterior, en especial porque ambos siguen parados en el medio de la devastación, los cuerpos de todos los sujetos de prueba restantes ensangrentados y desparramados por la habitación—, el «sí» que escapa de sus labios infantiles se le hace exquisito.