Cap 2. "Caja Musical"
De nuevo en la privacidad Xerxes encendió la única lampara de aceite que conservaba, llevándola consigo a su habitación. Las sombras que anteriormente lo habían recibido se dispersaban a cada paso que daba en el interior de aquella humilde choza de madera que utilizaba para refugiarse, riéndose de su seriedad en contraste a la eterna sonrisa de la muñeca posada todavía en su hombro. Cansado comenzó a subir las escaleras para llegar al espacio donde poseía más comodidad. Su recamara no era muy vistosa, su interior sólo era conformado por su cama y un pequeño mueble donde guardaba su ropa, pero era allí el lugar en el que se dejaba descansar en mente y espíritu el tiempo suficiente para resistir la jornada del día siguiente. Colgó la lampara contra el muro y lanzando su gabardina -sin molestarse en apreciar su destino-, se posicionó en el colchón enfocando la mirada en la fotografía adquirida.
No tenía nada mejor que hacer las próximas horas, así que no le pareció mala idea grabarse la apariencia de su futuro objetivo. Al amanecer comenzaría la búsqueda por su cliente, más estimaba que no le sería complicado encontrarle, por eso analizaría mejor la situación antes de encontrarse con un imprevisto.
Ahora que finalmente prestaba atención a la chica de la fotografía se daba cuenta que era joven, no debía ser mayor de diecisiete años de edad o -en el peor de los casos- no tendría más de quince. Realmente no le importaba lo joven que era, le preocupaba el hecho de que se tratase de una señorita, incluso dentro de una imagen impresa era capaz de percibir la inocencia que reflejaban sus ojos, digna de una princesa con cero experiencias peligrosas del exterior. Sabía que era descabellado, aún para él, atreverse a compararla con la hija de su antiguo amo, pues aquella pequeña niña -todavía nítida en sus memorias- era mucho más pequeña que esta distinguida muchacha de porte delicado.
Desconocía sus colores pero imaginaba sus cabellos de un acaramelado color castaño y sus ojos teñidos de tonos rosados, similares a los de Shelly Rainsworth, cuya figura había observado una vez durante uno de sus atracos como el Fantasma de Ojos Rojos, donde se vio obligado a valerse de un asesinato imprevisible cuando el Señor de la Casa Rainswoth -que había llegado de visita a la mansión Vessalius por diferentes negocios- lo descubrió en pleno acto. No pudo asesinarlo, pero en su enfrentamiento sin duda lo dejó herido de muerte. Más tarde se enteraría de casualidad sobre su descenso, el cual había dejado a una dolida esposa viuda a cargo de todos los bienes industriales. Esta debía tratarse de su hija.
Era curioso que después de bastantes años sin volver a involucrarse con las ramas principales de la nobleza -por muy insignificantes que hubiesen sido sus actos-, volviera para interponerse de manera más sobrenatural. Era consciente que dar un paso en falso lo llevaría directo a la decapitación. Enfrentarse a las Cuatro Casas Ducales arrastraba un enorme riesgo, pues no sólo era el Fantasma de Ojos Rojos a quien requerían sino que se trataba de Mad Hatter, una fachada de si mismo al que incluso Xerxes temía; sus intervenciones eran estrafalarias pero lo que preocupaba al albino sobre Mad Hatter era muy distinto, se trataba de algo en su poder que no podía controlar una vez lo dejaba emerger a la superficie. El agudo suspiro de su muñeca lo distrajo.
—¿Qué ocurre, Emily? —cuestionó enfocando la mirada a su hombro, pues había olvidado depositarla en la superficie del mueble aunque era un alivio que la conservara cerca al comprender que pudo sumergirse demasiado en los mares turbulentos de su mente.
—Ve a dormir, tonto. Estoy harta de ir de un lado a otro sin descanso.
—Que desconsiderada, recuerda que fue tu elección acompañarme.
—Nunca pensé que te quedarías como imbécil en la puerta del cabaret y que después te dejarías seducir por esa puta de cabellos rosas.
Xerxes se echó a reír ante aquella despiadada referencia, pues recordó que era precisamente por esa clase de comentarios que la pelirrosa quería a toda costa destruir su amada muñeca, por suerte esta se había mantenido callada después de que se saludaron y optaron por ocupar uno de los cuartos del mismo establecimiento.
—Tienes razón. Siento mucho haberte puesto de mal humor, Emily.
—Duérmete y entonces me pensaré perdonar tu espantosa falta para mañana.
—Es verdad, supongo que puedo aceptar eso. —Break tomó en una de sus manos la muñeca a la cual sonrió divertido—. Que tengas dulces sueños, Emily.
—Los tendría si pudiera soñar, ¡maldición!
La muñeca crujió en sus manos por última vez, acompañando la sonrisa burlesca plasmada en el rostro del hombre albino,cuya ruidosa carcajada estalló una última vez antes de que optara por obedecer a su instinto de acostarse y descansar. La luna llena proyectando su engañosa luz a través de su ventana, le traía pésimos recuerdos que no quería cruzarse en sueños. Xerxes dejaría que la oscuridad de la noche lo consumiera y arrastrara su mente a pesadillas menos centrifugas, ya que perderse en pensamientos disparatados traería el aroma putrefacto de la muerte que le perseguía cada instante, el olor de la sangre en sus manos se haría evidente y los ojos de Mad Hatter despertarían. Era su deber impedir que sucediera antes de tiempo. Sellar la sed que despertaba en su garganta al ser pronunciado su nombre tres veces. Charlotte ingenuamente había dicho la primera.
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Los primeros rayos solares se habían asomado entre las edificaciones con la llegada del amanecer. Las gotas de rocío dejadas por el crepúsculo se iluminaron reflejando el brillo que les concedía el astro sol y las ya despiertas aves comenzaron a revolotear recibiendo con su suave canto el día, mientras un elegante carruaje avanzaba fuera de los extensos jardines de la mansión Nightray, despedido por un par de sirvientes que se dispusieron a cerrar las rejas rápidamente recién las ruedas traseras se deslizaron hacia las calles de Reveille. El interior lo ocupaban dos nobles, cada uno usando un asiento diferente, alejados el uno del otro como dos extraños en un mismo vagón.
Vincent, ignorando por completo el paisaje que podía visualizarse a través de la ventanilla, dejó caer su atención en la silueta de su hermano mayor, quien con su vestimenta negra de sombrero lucía como quien caza recompensas elevadas, combinándose con la expresión fastidiada que yacía dibujada en su cara. Aunque fuera una persona atractiva -especialmente desde la perspectiva de Vincent- debía admitir que esa mirada dorada era aterradora y glaciar, lo suficiente para ahuyentar a la aristocracia con la que su familia adoptiva tenía programada la reunión hacia donde se dirigían tan temprano. Claro que al menor de largos cabellos rubios, no le interesaba en absoluto que la actitud cortante de Gilbert fuera contraproducente para las cercanas negociaciones que llevarían a cabo, pues mientras siguiera siendo Gilbert, él abogaría por sus caprichos irracionales cuantas veces fuera necesario.
Amaba a Gilbert y lo hacía de tal forma que nadie interpretaría ni descifraría el verdadero sentido de su amor por él, porque ni siquiera el mismo Gilbert se había dado cuenta después de tanto tiempo la dirección en que señalaba su cariño. Un sentimiento de apego controversial y adverso al significado de pureza.
Vincent rió ante su broma particular, felicitándose mentalmente por la creatividad que afloraba en su mente desde su despertar, pues la furia de la noche anterior se vio reducida cuando encontró una excelente opción con la cual acercarse al famoso asesino demencial, cuyos rumores circulaban por toda la ciudad cargando de temor a los habitantes que conocían el sin número de crímenes perpetrados, especialmente a la nobleza. Sus intenciones eran recibirle en algún momento antes de siete días y este conteo había iniciado desde la noche anterior cuando tuvo la oportunidad de encontrar el establecimiento afamado por los rumores. Aunque sus esperanzas por ser visitado realmente fueran nulas, le había tranquilizado y puesto de buen humor pensar en la deshonrosa muerte que podría experimentar la heredera Rainsworth cuando ésta tuvo la deliberada osadía de acercarse a Gilbert tan descaradamente en su presencia, alegándole amistad cuando era evidente que algo más se traía con su hermano.
Por eso era divertido imaginarle abandonada en una calle cual animal callejero, su cadáver empapado de la suciedad y desmembramiento que bien se merecía, pensarla siendo desgarrada, violada y mutilada, sólo eso conseguía devolver a Vincent la libertad de aferrarse a su sonrisa, divertirse a costa de una fantasía que ya no le resultaba tan lejana.
—¿De qué te estás riendo? —cuestionó el pelinegro con hosquedad, dirigiendo por primera vez la mirada hacia su único acompañante, sintiendo miedo de sólo mirarlo plasmar ese gesto en su rostro a pesar del silencio que los gobernaba. Lo ponía incómodo.
—Hace mucho tiempo que no vamos a una misión juntos. Estoy feliz. —Vincent fue sincero en su respuesta y no le importó que la reacción en su hermano fuera esquiva y desconsideradamente obvia, en cambio, no dejó de sonreír para su hermano con dulzura.
—Hoy te levantaste muy positivo, ¿no es verdad? —Gilbert recargó su mejilla en el brazo reposando sobre el marco de la ventanilla, encontrando en el repetitivo paisaje la salvación que no obtendría al mirar en los ojos dispares de su joven hermano—. Creí que detestabas esta clase de reuniones plagadas de hipocresía. Fingir cordialidad sólo para agradarles a esos nobles... ¿Acaso no te parecía una ridiculez?
—Eso no es verdad. Mientras esté con mi hermano todo irá de maravilla y será menos malo.
—Me usas como un pretexto barato, como siempre.
—Para nada, sabes bien que tú siempre has sido mi inspiración. Te debo mucho, Gil.
Gilbert se estremeció, golpeado por una delgada sensación de pánico derramándose sobre su columna vertebral cuando se percató del vicio antinatural con el que Vincent lo nombraba. Era posible que aquel acento indigerible no se tratara de nada real y que inconscientemente lo estuviera imaginando, pero Gilbert no podía evitar la extraña molestia que lo abordaba cuando siquiera lo ponía en mente mientras quería creer lo contrario.
—No me gusta la manera como lo pones —admitió, atreviéndose a probar suerte—. ¿De verdad significo tanto para ti?
—¡Por supuesto! Sólo un ciego no se daría cuenta de tu bondad, eres un verdadero ejemplo a seguir como noble y no lo digo sólo porque seas mi querido hermano.
Gilbert suspiró, rindiéndose a creer que la mecánica naturalidad de su convivencia se trataba de mera paranoia suya. Sin duda, Vincent era raro pero no le inspiraba peligro alguno cuando estaba a su lado de esta manera. No había forma de que la mirada contaminada en odio que percibió en él la pasada noche mientras hablaba con Sharon Rainsworth fuese real y de que la ira camuflada en su acento cordial al hablar hubiese sido verídica e infalible.
Vincent no podía tener razones para detestar de tal forma a la joven heredera del linaje ducal contrario. ¿Con cuáles motivos lo haría si ella era una señorita agradable que tan fácilmente había roto ese semblante inaccesible que Gilbert usualmente mostraba a todo aquel ligado a la aristocracia? Cuando Sharon Rainsworth se había aproximado a él con cero intenciones de sobrevalorar algún beneficio titular, ganándose su amistad como Gilbert no lo creyó nunca y es que Sharon parecía actuar tan ajena a lo que se consideraba conveniente para su apellido ducal, moviéndose con simpleza y con sentimientos puros de por medio. No había manera de que su hermano pequeño quisiera vengarse por un suceso que Sharon no provocó, pues no era delito que ella quisiera que sus relaciones no se basaran en política sino en real simpatía, el tipo de compañerismo que buscarían en un festival como el que organizaban los plebeyos por las calles de Reveille.
—Hemos llegado —anunció Gilbert mirando la enorme construcción a un costado del carruaje, ignorante de la afilada mirada que le dedicaba el rubio en esos momentos antes de ocultar una vez más sus glaciares sentimientos en una expresión de falsa amabilidad.
—Será difícil para ti intercambiar palabras con los nobles que se reunirán si continuas haciendo esa cara, Gil.
Gilbert se congeló en el asiento sin poder concretar su intención de levantarse y salir fuera de la cabina al escuchar las palabras de su hermano, balbuceó varias frases sin sentido en un vano intento de replicar correctamente a tal afirmación para atinar a ponerse de pie en el proceso, buscando ocultar el calor que no tardó en subir a sus mejillas de golpe.
—Cállate —espetó sin fuerza, fingiendo no darse cuenta de la melosa risa que su pariente sanguíneo terminó liberando fuera de su garganta.
—Tan elocuente como siempre, Gil.
Vincent también se apresuró en salir de la cabina para alcanzar el paso del pelinegro, quien con misma sequedad se dirigió a su hermano para mantener conversación con él, ya que siempre era incómodo cuando sólo lo veía sonreírle con aquella imperturbable felicidad sin haber hecho nada merecedor de su profunda atención.
—Ahora que lo pienso, después de la fiesta de ayer no te vi por ninguna parte.
—Que considerado, Gil. No recuerdo cuándo fue la última vez que te preocupaste por mi.
—Bueno...
Gilbert se tensó sin saber cómo responder a tremenda observación. No era como si los paraderos de su hermano no le interesaran en lo absoluto, pero también era cierto que no prestaba especial cuidado a sus pasos después de que se convirtieran en parte de la nobleza y comenzaran a separar sus caminos, pues siempre fue bien sabido que Vincent había sentido atracción por las compañías sexuales, así que no existían más opciones cuando se marchaba sin decirle una palabra sobre a dónde se dirigía.
Desde que se enteró, Gilbert supo que Vincent lo buscaría cada vez menos, ya que su popularidad con las damas creció irremediablemente luego de varias relaciones secretas y rumores de cama en la nobleza. Gilbert jamas sintió celos de esto como tampoco los sintió al enterarse de su oficial interés en Ada Vessalius (quien se lo había confesado en una de sus escasas oportunidades de charla amistosa), pero si que le intrigaba el avance que esta llevaba. Con lo poco que conocía de él, Gilbert estaba obligado a indagar en ello de vez en cuando para no crearse conclusiones precipitadas con su excéntrico hermano menor.
—Cuando regresé a buscarte me encontré con Ada en una de las mesas —dijo—, así que me preocupé. Pasaste toda la noche con ella y encontrarla sola me pareció muy inusual. Nunca dejas a ninguna mujer esperando.
—Oh, surgieron algunos improvistos mientras disfrutábamos la fiesta. Sabes lo importante que es mantener las negociaciones a flote, ¿cierto? No podía postergarlo, así que tuve que cancelar los planes que ella y yo habíamos establecido —afirmó Vincent, tranquilizando un poco a Gilbert con su respuesta—. Pierde cuidado, hermano. Sé cuan valioso es mi tiempo con Ada Vessalius, debes saber que nada hará que pierda de vista el objetivo de nuestra noble familia, después de todo fuiste tú quien me pidió que lo hiciera y yo siempre estaré dispuesto a cumplir con todo lo que me pidas. Así sea morir, lo haré.
Escuchar estas palabras provocaron que todo el cuerpo de Gilbert se sintiera frío, no concebía que su hermano dijera aquello tan a la ligera, como si su vida no dependiera de nada más, como si realmente estuviera dispuesto a efectuar atrocidades de semejante magnitud. Inevitablemente Gilbert se había alterado por completo. Siempre había sido así, desde que tenía memoria, su hermano pequeño terminó volcando todo el sentido de su existencia en complacerlo, convertirse en una herramienta capaz de realizar cada una de las tareas que le fueran indicadas.
Gilbert y Vincent habían padecido juntos muchas desgracias, soportado hambruna y rechazos inhumanos, culpa de las creencias retrógradas de la ciudadanía que lanzaban hacia el defecto ocular con el que Vincent había nacido, que lo distinguía del resto por sus llamativos irises. Gilbert lo había cuidado y mantenido como mejor pudo durante demasiado tiempo como nunca intentaron hacer sus padres biológicos, antes de atraer la atención de algún caballero de la alta sociedad quien les mostró el camino a convertirse en grandes individuos, y que les enseñó a brillar como diamantes, pero entonces el apego del menor hacia Gilbert incrementó, ascendiendo a obsesión.
—¡Idiota! No digas eso ni en broma —recriminó Gilbert sintiéndose fuera de sí.
—Lo haré —reafirmó Vincent sin modificar el tono de su voz, inspirando en Gilbert un fuerte escalofrío—. Si es por Gil, entonces...
—Ya tuve suficiente —espetó Gilbert con aparente compostura, interrumpiéndolo. Dio media vuelta en dirección al rico edificio para avanzar de una vez por todas al interior y alejarse de la descomposición que abrazaba el semblante de Vincent—. Mientras lo tengas en mente me basta. Hay que darnos prisa. Entre más pronto terminemos, más pronto podremos volver a la mansión y alejarnos de todas estas estupideces.
—Es verdad —Vincent le dio la razón devolviendo a su inexpresivo rostro la sonrisa que ambos necesitaban para traer de vuelta el ambiente que los rodeaba a la normalidad—. Demos lo mejor de nosotros para este trabajo, hermano.
—Como sea. —dijo Gilbert como única respuesta, esperando que se notara la irritación en su voz y que esta se amplificara para espantar a todo el que pudiera. Para su desgracia en esos momentos el único que caminaba a su lado era Vincent y este era inmune a todos sus gestos amenazadores, de hecho los disfrutaba como nunca nadie lo haría normalmente.
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La reunión con la nobleza es centrada y farsante como bien lo pudieron esperar ambos hermanos, pero Vincent no se intimidó ni se limitó en hacer uso de sus multifacetas para engañar con sus usuales mentiras a quien sentía algún interés por su persona, haciéndolo de tal forma que Gilbert casi sentía envidia por la facilidad con la que escogía las palabras más finas al conversar. No era una reunión de gala, tampoco era vistoso, pero a esa celebración de negocios habían asistido grupos de inmensas compañías e industrias desarrolladas dentro del país, así como también Gilbert pudo visualizar rostros extranjeros contratados por las empresas de mayores influencias, o dueños de algunas de las fábricas más prestigiosas del mercado. También se dio cuenta que la seguridad era exagerada, había guardias en todas las orillas y puntos clave contra alguna posible filtración externa; Gilbert pensaba que era imposible que cualquier atacante se atreviera a interceder con el curso natural del sitio, ni siquiera la persona más descarada se atrevería arriesgar su vida para obtener alguna clase de beneficio.
Bebió de su copa quejándose internamente del sabor, pues las bebidas alcohólicas nunca fueron gustosas para su paladar, considerando que tampoco era resistente a sus efectos, así que decidió dejarlo de nuevo sobre la mesa mientras alzaba la mirada, ubicando entre la concurrencia la esbelta espalda de su hermano, quien era inconfundible gracias a su larga melena amarrada en una coleta con un listón rojo. ¿Cómo podía aguantar y fingir por tanto tiempo? En esa simple hora, Gilbert se reconocía más que exhausto con la sombra de una sonrisa dibujándose en su rostro.
Debido a que el tiempo le ayudó a volverse agrio, la tarea de sonreír con sinceridad se fue deteriorando hasta desaparecer. Tenía en claro que debía avanzar, dar paso con paso sin detenerse, tomar todo lo que estuviera a su alcance y aprovecharlo de la mejor forma para su conveniencia. Así fue entrenado, la familia que lo había acogido, la familia Nightray le mostró una manera simple de seguir las reglas y enriquecerse con la suciedad del mundo que se tragaban las sombras como él. Ser el contenedor de la muerte, era todo a lo que Gilbert podía aspirar. Tal vez por eso estaba harto de asistir a esa clase de reuniones, pues le asqueaba la mera idea de que en la actualidad conversaba tranquilamente con alguien y al instante siguiente apuntaría el cañón de su pistola en la sien de este para luego hacer volar sus cesos contra el muro más próximo. Odiaba la familiaridad que sus semejantes le dedicaban pero más odiaba estar atado a esa falsa realidad donde se sentía llevar puesto un disfraz y una máscara de honradez.
—Gil. —La voz de su hermano lo devolvió al presente, miró en su dirección fingiendo compostura, una expresión corporal que no pasó desapercibida por el menor, quien tan sólo continuo sonriendo amablemente—. Estaré un momento en la planta superior, el dueño del salón me ha invitado acompañarle a charlar en privado.
Las pupilas de Gilbert vibraron comprendiendo el trasfondo que habitaba en la información concedida. Vincent era rápido como siempre, había logrado el objetivo primordial por el que se presentaron en aquella celebración privada, pues quienes la componían se trataban de gánsters destacados y nobles ligados al crimen organizado, así que la importancia de que la familia Nightray asistiera se debía al aumento de influencias y jurisdicción ya manejadas en la actualidad. Por ello, Gilbert no dudó en darle el visto bueno a su hermano en cuanto mencionó al dueño del lugar que ocupaban, pues aquello sólo indicaba que las negociaciones estarían a punto de comenzar de verdad y era un alivio que ambos pudieran hacerlo a solas sin entrometidos. Vincent podría manejar una labia impresionante pero su mejor ámbito era la intimidación y era el más indicado para conducir situaciones delicadas hacia la dirección que más les convenía, así que confiaba que podría hacerse de un buen trofeo final.
—Acudiré en media hora si no has vuelto para entonces.
—No es necesario, Gil —convenció Vincent con arraigada ternura—. Disfruta de la fiesta, estaré de vuelta en menos de lo que te imaginas. Deséame suerte.
Agitando rítmicamente su coleta de cabellos dorados, Vincent volvió para reunirse con uno de los meseros que no tardó en indicarle con un gesto de su brazo el camino que seguirían a continuación, mientras tanto Gilbert lo observó marcharse para enseguida liberar un suspiro cansado. No sabía si sentirse afortunado por tener a un hermano menor tan independiente o lamentar el que este se creyera no necesitar de un pistolero capacitado y preciso como él. El pelinegro admiraba el don de Vincent en el engaño, así como sus habilidades manuales, y los reconocía pero a veces -sólo a veces- le irritaba que quisiera mantenerlo al margen de los mismos, como si temiera que se manchara las manos con la sangre que Gilbert no podría lavar aún siendo sentenciado a la pena de muerte.
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Vincent avanzó con tranquilidad por los pasillos tras aquel mesero de pulcro y elegante traje, comenzando a planear mentalmente cada una de sus tretas verbales. Era incuestionable hacer que Adrián Baker cayera a los pies de la casa Nightray, volverlo socio y asegurarle que no existía mejor opción para barrer a todos sus enemigos; exterminarlos como conejos de engorda. Vincent no lo hacía porque sintiera especial apego a la familia que le concedió riquezas y poder, ni porque le tuviera alguna deuda por haberlos sacado de la pobreza extrema, él lo hacía única y exclusivamente por la seguridad de su hermano Gilbert.
Por él había aceptado esta vida y por él permanecía viviéndola sin rechazarla o quejarse, por él se tragaría lo que consideraba indigno de él, porque lo dañino desapareciera de su vida y circunstancias, mantenerlo a salvo de peligros graves.
Con estos pensamientos en mente se detuvo adjunto a su guía frente a una puerta de madera fina, preparado para lo que viniera y observando a detalle cómo éste golpeaba la puerta con sus nudillos para enseguida anunciar su presencia. Al no ser atendidos por una voz interna, el sirviente del edificio giró la perilla con extrañeza para posteriormente quedarse congelado cuando vislumbró la figura de su jefe postrado contra el escritorio del despacho, no consiguió siquiera reaccionar y correr en su auxilio cuando un ataque invisible del tamaño de un alfiler le interceptó, antes de caer inconsciente contra el piso. Vincent, sorprendido, tuvo la intención de moverse hacia la reciente víctima cuando se percató de algo afilado colocado a la altura de su cuello, incitándolo congelarse definitivamente en su posición.
—Te encontramos —bramó una voz aguda a sus oídos, provocando que un escalofrío recorriera su columna vertebral de punta a punta para después tragar saliva con dureza. Todo había sucedido tan rápido que Vincent no sabía qué hacer en ese preciso instante.
—Hola, Vincent Nightray —saludó la misma voz en un acento más natural y aterrador.
El aludido sintió a su piel erizarse cuando desconoció la identidad de quien yacía a sus espaldas amenazando su vida con una daga de filo negro, no podía apaciguar el miedo habiéndose reconocido prisionero e indefenso frente a las garras de una oscuridad que súbitamente había cubierto la luz del día, cual sangriento eclipse total. Cuando al fin pudo recuperar la noción del espacio-tiempo, se aclaró la garganta de la manera más discreta que le fue posible antes de atreverse formular palabras y dirigirse directamente a su aparente agresor.
—¿Quién eres?
Xerxes emitió una risa corta, agradable, como si la forma en que el joven rubio temblaba contra su cuerpo cual indefenso cordero se tratara de una broma contagiosa.
—¿No lo adivina? A pesar de haberse molestado en pisar sucios suelos plebeyos para contratar a un mercenario de baja categoría. Me parece muy tierno que se olvidara de un momento a otro que ha solicitado los servicios de alguien a quien poco comprende y cuyas exigencias rebasan las pautas establecidas en el negocio de masacre independiente.
—Entonces, ¿eres Mad Hatter?
La sonrisa en el rostro del albino se alargó, su cuerpo se estremeció de placer como si las cadenas que sujetaban su cordura fueran rompiéndose de una en una y la cuerda que estaba sosteniéndose de su cuello, que impedía que su cabeza rodara por los suelos, se desintegrara al ser nombrado por segunda vez. Las facciones pálidas y relajadas se volvieron sombrías, sus irises rubí despidieron un brillo ansioso y desquiciado.
—Si —respondió en acento susurrante, lascivo como el ritmo de su respiración.
—Ya veo. Jamás creí que me encontrarías tan pronto.
—Ha pasado mucho tiempo desde que alguien tomó el riesgo de llamarme, no podía esperar para conocer a mi primer cliente en dos largos años.
—Debe ser desafortunado ser alguien como tú, Mr. Sombrerero —Vincent bromeó en tono sutil, amigable, intentando controlar la adrenalina viciando su organismo. Sin embargo, su inocente comentario no lo libró de un corte superficial en su garganta, una herida que logró devolver la tensión en todos los músculos y nervios cubriendo su huesos—. He preparado una suma alta de dinero para un trabajo terminado, dinero del cual dispondrás un generoso adelanto y un poco más si aceptas seguir instrucciones de tortura en tu objetivo. ¿Matarías a un benefactor generoso como yo? Considerando verídico lo que has dicho hace un momento.
—El dinero no me interesa en lo absoluto —espetó agitándose perceptiblemente dentro de lo que cabía prudente, tentando a Vincent jugarse la oportunidad de defenderse, alejarlo con la pistola que cargaba en su cintura, de la cual no estaba completamente exento a pesar de las circunstancias—. Háblame de Sharon Rainsworth, dime todo lo que sepas sobre su personalidad, color de ojos, complexión, hábitos... quiero saber todo lo relacionado con ella, todo lo que seas capaz de ofrecerme.
—¿Y de qué te serviría algo como eso? —cuestionó Vincent esta vez con sincera curiosidad, contrariado por tales demandas. Escucharlo así corroboraba las palabras que este le había dicho al principio: no lo comprendía. El Mad Hatter por el que estaba arriesgando su vida parecía perseguir metas desequilibradas, trastornadas como su portador.
—Al tomar nota de cada uno de estos aspectos, podré determinar qué métodos aplicar para abandonar su cadáver. —Vincent abrió los párpados más de lo habitual al escuchar aquello. Estaba loco, Vincent no podía clasificar a Mad Hatter de ninguna otra manera, aquel sicario distaba mucho de lo que alguna vez había escuchado mencionar sobre los de su clase. Conocía a muchos que mataban por dinero y que disfrutaban masacrando a sus victimas pero nadie que tratara el tema con tanta simpleza como él hacía. Su tranquilidad no parecía resultado de la costumbre. Aquella obvia indiferencia reflejaba algo más profundo que una ideología decapitada—. Usted quiere que el final de Sharon Rainsworth sea asqueroso, ¿cierto? Sé reconocer a un bastardo cuando estoy cerca de él, aunque entre usted y yo aún existe un mar de diferencias. ¿Verdad, maldita rata de alcantarilla?
El joven noble tensó la mandíbula con furia, casi rechinando los dientes con la fricción que ocurría entre los inferiores y superiores, sintiendo a su interior arder irremediablemente, a su cuerpo temblar en esa llamarada de sentimientos y reemplazando la inseguridad inicial con el acidez de la ira. No estaba en posición de reclamar asunto alguno, pues su existencia todavía peligraba con el filo de la daga cubriendo el rango de su cuello entero, pero aquella había sido la primera vez que alguien se atrevía a degradarlo de esa manera tan insultante, situación que nunca nadie se atrevió provocar cuando todos caían ante sus encantos y métodos de convención en segundos; seguían sus dictámenes al pie de la letra sin retarlo o rechazarle. Pero ese mercenario llegaba ahí y lo acorralaba por completo para enseguida mofarse de él como si se tratara de un niño siendo reprendido por un adulto.
Juraba al Abyss que esto no se quedaría así, se prometía que una vez Mad Hatter cumpliera con su misión lo mandaría ejecutar, sólo de esa forma la cólera nacida en el alma de Vincent Nightray ese día sería calmada. Sólo así volvería todo a la normalidad.
