Cap 3. "Intermedio"

Mirando con ojos muertos el avance del tiempo circulando cual sonido, el silbido del viento impactó contra las estructuras de la ciudad, enfriando el ambiente que lentamente se teñía de sombras distorsionadas, efecto que se reflejaba en sus ojos haciendo al espacio transformarse en una obra teatral natural, una escenografía cuya perfección Xerxes se disponía unirse para dar inicio con aquello que tiraba de su cuerda; el llamado de la muerte. Los últimos rayos solares se despedían de Inglaterra y el frío se filtraba entre los muros de concreto con pedantería, al fin la noche caía del mismo modo que se deslizaban las sombras por los suelos estimuladas por la reducción de luz. Como los pasos de Xerxes se encaminaban a su ansiado destino.

Vincent Nightray le había revelado todo lo que necesitaba aquella mañana y no tenía sentido aplazarlo más tiempo, no después de haber montado un desastre en el edificio donde se había efectuado su encuentro, develando tanta tensión entre los invitados que la guarnición no había tardado en distribuirse siquiera recibir la alarma para rastrear al intruso por cada corredor y habitación. No le importaba de qué manera el hijo adoptivo del linaje Nightray debió hacerse cargo de esos detalles, como tampoco le preocupaba que saliera o no ileso de sospecha cuando él lo había abandonado en la escena del crimen cual espectral aparición.

A Mad Hatter no le interesaba mucho que su cliente sobreviviera a las interrogaciones mientras él pudiera regocijarse en su siguiente movimiento. Estaba tan cerca de la mansión Rainsworth que apenas podía controlar el impulso de gemir con ansiedad. Se relamió los labios y dejó a su sonrisa extenderse de oreja a oreja, presintiendo cercana la diversión a la que siempre aspiró, por la que tanto sacrificó. Levantó la mirada, mofándose silenciosamente del par de guardias que vigilaban las amplias y largas rejas paralelas de la entrada a los jardines del distinguido lugar, éstos continuaban con la vista al frente sin darse cuenta que un intruso había invadido los campos dentro de una corta ráfaga de viento, caminando con innatural descaro a sus espaldas. Fue hasta escuchar el tinte travieso de su voz que se giraron alarmados.

—Hola, que linda noche, ¿no lo creen? —les saludó alzando uno de sus brazos. Los guardias lo miraron, contrariados y sin tardar en apuntar sus pistolas de pólvora cargadas en dirección al sonriente intruso.

—¿Qué... ? ¿Quién eres?

—Oh, sólo una visita no anunciada. ¿Serían tan amables de decirme dónde puedo encontrar a Sharon Rainsworth? —dijo inclinándose hacia delante aún con la mano extendida, como si se tratara de un payaso actuando en medio de un espectáculo.

—No tienes permitido estar aquí. Levanta los brazos y dirígete lentamente hacia nosotros.

—Que infame descortesía —se burló Xerxes con alegría, cuyo inofensivo gesto no tardó en ser contagiado con la sed de sangre que difícilmente conseguía retener en lo profundo de su subconsciente—. Sus amos van a estar muy tristes cuando se enteren.

Y como si del mismísimo viento se tratase, Xerxes se impulsó hacia delante haciendo que en cuestión de segundos un par de dagas se clavaran en las gargantas de ambos guardias uniformados, mientras él yacía entre los dos ejerciendo presión sobre estas para impedir que siquiera pudiesen luchar con la falta de oxígeno evidente, destrozando el control que poseían sobre sus cuerpos. Los guardias, paralizados, no podían hacer más que mirar en línea recta, vislumbrando ante sus ojos el verde panorama que lentamente perdía su valor.

Nos gustaría quedarnos más tiempo pero sólo tenemos una oportunidad, la familia Rainsworth no es un linaje al que podamos enfrentarnos nosotros solos.

—Tú los haz dicho, Emily —felicitó Xerxes a su compañera enderezando la espalda e irguiéndose igual a un feudal paseando por campos plebeyos, entonces desapareció cual sombra entre el silencio mientras los cuerpos sin vida de ambos guardias caían contra los suelos de roca, sin poder hacer más que encontrar su solitario final tras las puertas a las que habían servido durante toda una vida.

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Las cortinas de ceda blancas se agitaban con delicadeza, derramando melancolía y sumisión, tanta como aquella que la joven sentía agruparse dentro de su pecho durante esa fría noche. Sharon Rainsworth no había ido a dormir como le fue indicado por las sirvientas, pues los sentimientos nocturnos la encadenaron a esa habitación nicho de reuniones privadas con sus damas de compañía, incitada a mirar por la ventana mientras intentaba acostumbrarse a la quietud que le precedía junto a los pensamientos diluidos en la soledad total. Leer el libro que reposaba en la pequeña mesa de cristal también terminó encontrando la falta de interés de su parte, entonces sólo quiso soñar despierta, fusionarse a todas aquellas estrellas que comenzaban a brillar en el cielo con mayor intensidad.

¿Podría unirse a estas algún día? Era lo que se preguntaba al mirar fuera de la jaula que representaba la enorme mansión donde había nacido y crecido, aprendiendo sobre la vida desde una habitación lujosa, hundiéndose en el conformismo que obedecía, pues aún dentro de ella no existían deseos de abandonar aquella vida, sólo acoplarse a esta y aceptarla. Aún si al mirar por aquel cristal soñara con valerse por si misma y romper los vestidos que la ayudaban a sentirse querida como ser humano antes que como una noble más.

Desde niña había soñado encontrarse a alguien, no sabía quién o qué esperaba al mirar la lejanía durante el atardecer y el gobernar de la noche, simplemente podía esperar sin externar sus inquietudes absurdas a nadie, esperar por un destino que no tenía claro. Tan profundo en su abismo personal se encontraba que el sonido de un golpe contra su puerta la sobresaltó, giró la cabeza en dirección a la puerta esperando que se tratase de una broma la viciosa calma que profesó el instante siguiente de aquel sorpresivo sonido seco.

—¿Hola? —emitió confundida. Nadie respondió al otro lado de la puerta y tal la inquietó mucho más—. ¿Hola? ¿Eres tú, Alice? —cuestionó más ansiosa que antes.

Nunca llamaban a su puerta sin anunciarse primero, los sirvientes tanto como sus damas de compañía sabían bien que no era una opción comportarse de otro modo pese a las insistencias de Sharon porque con ella fueran menos formales. Dio un par de pasos lejos de la ventana y se detuvo volviendo a insistir pero entonces la puerta se abrió, lanzando un fuerte rechinido al ambiente ahora tenso para la joven noble, quien pretendió acercarse más antes de congelarse en el mismo sitio frente a la desconocida figura cruzando el oscuro umbral hacia el interior. La silueta negra no levantó la mirada un sólo momento, manteniéndose cabizbaja, y este hecho incomodó a la joven dama de sobremanera.

—¿Quién eres?

Aterrada, Sharon no pudo evitar retroceder, sujetándose al marco de la ventana en el momento que la visión de un cuerpo desplomado a espaldas del encapuchado la obligó temer por su propia seguridad. Xerxes sonrió, tirando de las comisuras de sus labios en una tensión maligna, complacido por lo sencillo que fue encontrarla indefensa y sin salida. Aquellas eran las condiciones perfectas para completar el homicidio por el que estuvo esperando ejecutar con exorbitante codicia. Su victima al fin yacía frente a él, tan cerca.

Desenfundó de entre su capa, la daga de hoja negra que había sido su fiel compañera desde la primera vez que cortó una piel, llenándose de su sangre y experimentando la sensación de haberle quitado la vida a un ser viviente. ¿Cuántas veces lo había hecho ya? No quería recordarlo, pues en ese instante sólo importaba eso, realizarlo como si fuera la primera vez, aunque la diferencia siempre repercutiría en las técnicas que había pulido y perfeccionado a lo largo de su enfermizo cargo. Sharon Rainsworth debería sentirse afortunada de probar el filo de su daga esa noche, ya que esta vez utilizaría todos y cada uno de sus métodos en su estado más perfecto.

El viento entró entre sus plateados cabellos, revolviéndolos con su agitado soplar del mismo modo como ocurría con las delgadas cortinas de seda decorando la habitación y danzando al compás de sus movimientos. Y el corazón de Xerxes dio un vuelco cuando el brillo carmesí de aquel hilo se contrajo, tensándose en dirección a la figura esbelta de aquella chica quien le veía horrorizada sin deshacer su petrificada posición, perturbando su andar. Los ojos rosados le escrutaban aún con la garganta seca, incapaz de formular más palabras de las necesarias, temerosa de perder su vida. Sin conseguir sostenerse más en sus piernas debido al impacto de la realidad, Xerxes cayó de rodillas aún incrédulo de lo que veían sus ojos, provocando con su acción que la heredera se sobrecogiera asustada, él simplemente no estaba preparado para enfrentarlo.

Sus ojos se encontraron con los de Sharon Rainswoth creando un abismo infinito dentro de su cuerpo y se puso de pie para verificar sus temibles sospechas. ¿Ella también podía verlo? Lo dudaba, aquella chica tan sólo le miraba esperando una agresión de su parte, era imposible que pensara en otra cosa más que en sobrevivir a este encuentro con un desconocido. Le temía, podía reconocer los signos después de verlos tanto tiempo.

—Esto no puede estar pasándome... —susurró con penuria, caminando con igual suavidad en dirección a la joven en desgracia, quien ni siquiera acertó despertar sus sentidos de supervivencia cuando en cuestión de un segundo el hombre de plateados cabellos había reducido la distancia para encontrarse a escasos centímetros de su cuerpo. Lo cierto fue que no pudo deshacer el nudo en su garganta para gritar por su vida, sólo podía mirar dentro de aquellos irises rubí que la escrutaban de pies a cabeza con el adorno de una sonrisa rayando a lo consternado en el rostro ajeno—. Nunca pensé que podría encontrarte así, en realidad, había perdido completamente la esperanza y a pesar de todo te veo en una pieza, deslumbrante y como parte de la nobleza. ¿Qué clase de broma enfermiza es esta? Pero, bien, dudo que comprendas lo que trato de decir... aunque no me causa el menor placer, lo pondré sencillo para ti. —Confundida por sus palabras, Sharon no se percató en qué momento Xerxes había sujeto sus dos manos para deslizarlas sobre la atmósfera, empujándola ligeramente contra el muro tras su espalda mientras entrelazaba sus dedos con los propios—. Eres mi soulmate, Sharon Rainsworth. Nos pertenecemos... tú y yo.

Y el peso de aquellas palabras crearon el impacto más letal que la tercer dama Rainsworth en su vida experimentó nunca. Sin razón o lógica comenzó a sentirse flotar, como si estuviera suspendida en el espacio-tiempo junto al hombre frente a ella. Su cuerpo se sintió cálido y su piel se erizó en medio de una repentina descarga eléctrica que terminó por alarmarla, sosegarla, traicionarla. De pronto se sentía completa, engatusada por una alucinación cambiante, generando el sentimiento de tranquilidad que jamás sintió.

Por otro lado, Break también se sintió extraño, vio el hilo agitarse, rodearlos en forma de un espiral que giraba entorno a ellos incansablemente. La sensación de soledad había desaparecido por completo de su sistema y tan sólo podía percibir el calor de esas manos aferrándose a las suyas, Sharon las había cerrado inspirada por el torbellino de sensaciones abordándolos en ese instante que pareció eterno para los dos. Ni Sharon ni Xerxes podían dejar de mirar dentro de las pupilas contrarias, embelesados en su propio mundo.

Entonces el grotesco ruido de la puerta al ser golpeada por otro cuerpo, acompañado por una agitada exclamación, los despertó del ensueño, obligándolos a mirar en dirección a la puerta donde un par de figuras se mostraban firmes, dispuestas a pelear, una de las cuales estaba armada con una ballesta de un solo tiro.

—¡Sharon!

—Alice —le reconoció la tercer dama, sorprendida.

—¡Aléjate de ella! —exigió la joven castaña apuntando en dirección al albino quien, guiándose por sus instintos más arraigados, no dudó un instante en sujetar a Sharon para usarla como escudo mientras amenazaba con rebanarle el cuello si alguno de los dos intromisores se atrevía disparar. Alice chasqueó la lengua con disgusto, pues yacía en desventaja total ante las acciones del enemigo y eso lo comprendió también el otro guardia cuando intentó acercarse y fue descubierto. Si alguno hiciera un movimiento en falso, Sharon moriría en manos del intruso—. Maldito —gruñó la chica entre dientes sin dejar de apuntar en dirección al sicario en señal de advertencia—. Suéltala.

—Me temo que no están en posición para darme ordenes —respondió el albino entre la estupefacción de la joven heredera—. ¿No es a ustedes a quienes les importa la vida de esta distinguida señorita? —prosiguió inclinándose al cuello de su rehén mientras deslizaba suavemente su mano libre por el delicado mentón, reverenciando la piel que terminaba erizándose al contacto, adorándola con retorcida devoción—. ¿Saben? Ella está temblando ahora mismo, es como una rosa que pierde sus pétalos con cada segundo.

Sharon tragó saliva con dureza y bajó la mirada estremeciéndose.

—¡No la toques! —La joven castaña levantó una vez más su ballesta, inquietando a su compañero e inspirando una sonrisa en el burlesco sicario—. ¡Te lo advierto, miserable! ¡Lastímala y te enfrentarás a las terribles consecuencias!

—Que miedo —ronroneó Xerxes admirando con obvia diversión el porte amenazador que aquella joven de largos cabellos y llamativo traje rojo mantenía en pie ante él—. Admito que esperaba tener este recibimiento pero nunca pensé que uno de los pilares militares que sostienen el edificio se trate de una linda dama como tú, que además sea poseedora de una voluntad inquebrantable y fiera.

—Te sorprendería saber a cuántos foráneos como tú he eliminado con una sola de mis flechas —dijo Alice afilando la mirada y ajustando la mira de su ballesta directo a la cabeza de Xerxes—. Nunca he fallado en proteger a Sharon y no lo haré tampoco ahora. Así que prepárate para conocer el infierno, payaso.

—¿Oh? Me gusta esa determinación —se mofó Break alargando su sonrisa—. Veamos entonces quien de los dos es más rápido en cumplir sus amenazas.

Xerxes se preparó para realizar el primer corte en el cuello de su víctima y Alice botó el seguro de su ballesta, convencida en alzar fuego a discreción contra su enemigo prometido. El asesino a sueldo no estaba preparado para recibir la sensación de una mano invasora posándose sobre la suya con descaro, mucho menos que la dueña de aquel calor corporal se dirigiría a él sin que su voz temblara un ápice a pesar de la situación donde se encontraba.

—No te resistas, Kevin —susurró Sharon enviando un fuerte escalofrío por toda la columna vertebral de Xerxes, volviéndolo receptor de un desconocido palpitar que obligó a su cuerpo paralizarse para no responderle con normalidad mientras los potentes latidos retumbaban en sus oídos como golpes directos por cada célula componiendo su organismo.

Aterrado por aquel misterioso impacto espiritual, Break hizo lo posible por hacer responder sus músculos y tendones a las señales de su cerebro hasta que, siquiera lo consiguió, apartó a Sharon con un fuerte empuje lejos de su posición, esquivando de milagro la flecha que Alice había disparado, acción que sorprendió a cada uno de los presentes por igual. Sharon y Xerxes se miraron sorprendidos, conmocionados, durante un corto lapso de tiempo que a ambos les pareció una eternidad. Xerxes no lo comprendía, ¿qué demonios había sido esa pesadez cerniéndose a su sistema cual herida mortal? No se suponía que ella debiera conocer su verdadero nombre. ¿Qué estaba sucediendo?

—¡Sharon! —exclamó Alice apresurándose a sujetar a la joven Rainsworth, sosteniéndola en sus brazos antes de que golpeara contra el suelo, luego no tardó en devolverse para disparar al hombre albino una vez más—. ¡Maldito! ¡Ahora morirás!

—¡No le dispares! —suplicó Sharon interponiéndose entre Alice y Xerxes desesperadamente con un abrazo, lo cual tomó por sorpresa a la castaña, haciéndole imposible a sus dos protectores la simple tarea de volver a jalar el gatillo. Y aprovechando la distracción, Xerxes se deslizó fuera de la habitación igual a una sombra escapando de la luz.

—¡No escaparás! —exclamó el otro soldado comenzando a correr tras el intruso con su pistola en posición, sin prestar atención a las ordenes transformadas a suplicas que la tercer dama de la Casa Ducal pronunciaba sin cesar.

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Surcando los corredores plagados en oscuridad, visibles gracias algunos candelabros llenos de veladoras, Xerxes no disminuyó un sólo instante la velocidad que ejercía con sus piernas. Tan sólo tenía un objetivo en mente y este era escabullirse entre el anonimato que entregaba el silencio, hasta finalmente desaparecer del peligro que representaba quedarse cuando había sido descubierto y fallado en su misión. Pero muy pronto comprendió que cumplir su cometido no sería fácil, pues un ataque camuflado con las sombras -el cual casi no logró percibir- lo atacó a traición, obligándole a saltar la reja conectada al pasamanos de las escaleras a la entrada aparición de unas extrañas esferas brillantes no le dieron tiempo a eludir el arsenal de golpes que le embistió al instante siguiente.

En un intento desesperado por huir de tal agresión, el hombre albino se movió de un lado a otro hasta el momento que fue dañado en uno de sus hombros, optando por arrinconarse contra uno de los muros para ver descender al suelo la figura de un hombre de largos cabellos rojos como la sangre, que sosteniendo un abanico se presentaba ante él con porte sereno y engreído. Xerxes pudo reconocerlo en cuanto su silueta abandonó la oscuridad, aquel individuo de extravagantes ataques se trataba de Rufus Barma, el peor oponente al que Break quería enfrentarse en una situación critica como aquella.

No le importaba lo que él estuviera haciendo ahí precisamente esa noche pero entendía que enfrentarlo en su sofocante estado de pesadez no era la mejor opción, así que no se evitó girarse para intentar escapar de nuevo. Sin embargo, no se percató que otros guardias de la mansión ya le estaban esperando para bloquear su salida y capturarlo después de que opusiera su mejor resistencia, ya que aún así no fue suficiente para superar a su captores.

—Atenlo al pilastrón —decretó el duque Barma con evidente indiferencia, mandato al que los guardias acataron al instante ante la vista de la primer dama Rainsworth, quien se presentaba a la escena postrada con elegancia sobre su silla de ruedas en compañía de sus damas y sirvientas personales. Xerxes se quejaba entre jadeos ahogados mientras su cuerpo y extremidades eran rodeadas por las poderosas cadenas de acero. El duque comenzó acercarse lentamente hasta su rendida figura—. Vamos a ver... —dijo, inmune al sufrimiento que presentaba el albino ante el maltrato físico que recibía—. ¿Qué tenemos aquí? Un hombre que ha conseguido irrumpir la tranquilidad de una de las Cuatro Casas Ducales principales... esto ya había ocurrido antes.

De un movimiento carente de tacto o delicadeza, Rufus haló de los plateados cabellos hacia arriba para descubrir el rostro en desdicha del hombre albino a la vista de su verdugo.

—Destacados y extintos irises rojos, piel extremadamente pálida... cabello plateado —observó detalladamente la anatomía de Xerxes, puntualizando en su cabeza las características fundamentales que podrían afirmar cada una de sus sospechas sobre el individuo a quien inspeccionaba— ...no puede tratarse de otro. Había escuchado rumores de que no era más que una leyenda urbana distribuida entre la nobleza para provocarse temor mutuo, pero yo nunca creí que tu existencia se tratara de un mito. Eres el Fantasma de Ojos Rojos, ¿cierto? O tal vez debería llamarte Mad Hatter.

Los pupilas de Xerxes vibraron, su cuerpo entero entró en estado de shock y su respiración irregular repentinamente se tranquilizó, confundiendo un poco al duque Barma, quien lo había soltado sin sospechar un instante la razón de este nuevo comportamiento, pues al principio parecía como si el intruso hubiese estado soportando el más agonizante dolor y ahora se veía tan apacible mientras estiraba en sus labios una sonrisa extraña, indescriptiblemente macabra.

—¡No lo lastimen! —La voz de la heredera al ducado atrajo al instante las miradas confundidas de algunos de los presentes, incluyendo la dura pero curiosa de la anciana detenida junto a el hombre pelirrojo. Sharon descendió al pie de las escaleras acompañada de una inconforme Alice, quien al alcanzarla la había tomado de los hombros en un vano intento por devolverla a su habitación, pues la tercer dama había estado actuando de una forma muy extraña desde que ella y su compañero la rescataron de ser presa fácil para su victimario—. ¡No le hagan daño! ¡Él es mi soulmate!

Su revelación causó gran controversia entre todo aquel que escuchó sus palabras, incluyendo a la joven guardia que no tardó en apartar su tacto de su querida protegida como si de pronto su cuerpo ardiera cual metal expuesto al fuego, repeliéndola.

—¿Soulmate? —repitió el duque Barma incrédulo ante tal afirmación—. Evita involucrar el mundo real con tus lecturas ficticias —exigió con dureza, cerrando el abanico que estuvo sosteniendo junto su mentón con un golpe seco que se proyectó en un metálico sonido—. Es imposible que este sujeto se trate de la persona a quien estás destinada.

—Es verdad, Sharon —espetó la primer dama Sheryl Rainsworth con gesto firme—. Este hombre ha intentado matarte.

—¡Lo juro! ¡Pude sentirlo hace un momento cuando nos tomamos de las manos! —alegó Sharon—. ¡Debes creerme, abuela! Lo que experimenté con su tacto fue una sensación que jamás había sentido en mi vida. Además no me asesinó cuando tuvo la oportunidad de hacerlo... él realmente no quería matarme.

—Es normal en una persona sufrir diversas clases de sentimientos cuando su vida se encuentra en peligro de muerte —dijo Rufus luego de lanzar un bufido, evidenciando su burla hacia los argumentos desesperados que presentaba la joven heredera—. Si conseguiste escapar de este hombre no fue más que un milagro —agregó girándose a mirar de nuevo su reciente adquisición, más no le agradó la mueca que Xerxes aún le dedicaba, carente de sumisión o frustración; esto hizo al duque irritarse—. Oye, ¿qué significa esa mirada?

Xerxes no respondió, limitándose a sostenerle al duque su penetrante inspección.

—¿Acaso no te importa el que hayas sido detenido? No creas que las palabras de Sharon van a salvarte. Después de esto, tu destino no es otro más que la muerte. Deberías estar lamentando eso y no sonreír como si fueras ajeno a todo lo que está ocurriendo ahora.

Eso era de esperarse, nunca creí que fueras lo suficiente valiente para matarme por tu cuenta. Entre los plebeyos eres conocido como el rey de los cobardes —bramó una voz desconocida y chillona que el duque no tardó en clasificarla como el estilo que suelen usar los titiriteros para simular las voces de sus marionetas. Los labios de Mad Hatter no se habían movido pero Rufus sabía que su prisionero era el único capaz de emitir una voz así de vulgar y burlona en medio del ambiente serio que llenaba el espacio.

—¿Qué haz dicho?

¿También eres sordo? Que divertido~ Nunca pensé que conocería al noble que se oculta bajo los vestidos de Sheryl Rainsworth. El depravado que prefiere meter su pene en una vagina arrugada antes que refugiar su estatus en un matrimonio arreglado.

—¡Insolente! —El duque ascendió la altura del abanico que sostenía con claras intenciones de golpear a quien osaba retar su paciencia.

—¡No lo ataque! —advirtió Sharon, pero fue demasiado tarde cuando el brazo entero del mercenario se soltó de sus ataduras con obvia intenciones de inmovilizar al duque y así valerse de este movimiento para liberarse. Por suerte, el duque reaccionó apartándose antes de que las bestiales fuerzas que repentinamente obtuvo Xerxes lo superaran y arrebatasen su abanico de hierro, aquel quien se echó a reír de forma desquiciada ante sus acciones evasivas.

—¿Qué demonios fue eso? —pensó el pelirrojo en voz alta, contrariado por el repentino acontecimiento que también había tomado desprevenidos al resto de espectadores—. ¿No había perdido todas sus energías?

Mad Hatter... —Sharon habló para sorpresa del duque Barma y la primer dama del linaje Rainsworth, que miraron en su dirección, consternados—. Es un trastorno. Mad Hatter toma el control de su cuerpo cuando su nombre es pronunciado tres veces por diferentes personas. Usted, duque Barma, ha dicho la tercera. Nunca debió decir su nombre...

—Sharon, ¿qué estás diciendo? —cuestionó Alice, incrédula—. ¿Cómo es que lo sabes?

—Yo... —Sharon sujetó su frente, reconociéndose perturbada, insegura, arrodillándose cuando sintió no sostendría más su propio peso—. Lo sé porque... la escucho... esa voz.

Las ojos purpuras de Alice temblaron, victimas de la preocupación. Y es que las palabras que pronunciaba su protegida no tenían sentido; estas parecían vehículo de una persona distinta, no de la dama inocente que había conocido en los jardines de la mansión el día que le fue otorgado el puesto de guardia ducal.

—Con que un trastorno, ¿eh? —El duque reflexionó sobre las palabras de la joven heredera sin molestarse en indagar sobre los detalles y miró al hombre de risa agitada sin inmutarse por su semblante distorsionado, tan sólo considerando las posibilidades, fue un gesto que no pasó desapercibido para la primera dama del recinto.

—¿Qué es lo que piensas al respecto, Ruf?

—Dudo que tu querida nieta hubiese tenido algún encuentro prohibido con este sujeto antes de que se infiltrara al edificio con la intención de matarla, además es cierto que Mad Hatter no es alguien que se permita desperdiciar la oportunidad de masacrar a una victima, él simplemente pudo asesinarla una vez la encontró.

—¿Crees que las palabras de Sharon sean ciertas?

El pelirrojo sonrió con sorna mientras posaba sobre su barbilla la parte superior de su abanico metálico, riéndose de la simple idea expuesta por su adorada amante.

—Nunca he creído en esas burdas supersticiones sobre los Soulmate's pero es un hecho que existe algo más allá de nuestro entendimiento abrazando este caso. Mad Hatter podría serme de mucha utilidad si continua convida, aunque eso pondría en peligro la vida de nuestra joven heredera. —La anciana volvió la mirada a su compañero de aristocracia, endureciendo la expresión calma de sus facciones, inmune incluso a la sonrisa ventajosa que le dedicó Rufus Barma al siguiente instante—. ¿Qué dices, Sheryl? ¿Confiarías la vida de tu nieta a un experimento científico que persigue la veracidad de los Hilos Malditos?

—Sharon es muy importante para mi, duque. He velado por su seguridad desde que mi hija Shelly murió —espetó la primer dama en acento lastimero, aún torturada por el recuerdo de su joven hija en una cama soportando el atardecer de su vida—. Debe entender que es la única familia que poseo ahora, no me arriesgaré a perderla también.

—Supuse que diría eso —comentó Rufus tirando de las comisuras de sus labios para formar una sonrisa complacida en su rostro—. Entonces, ¿cuál es la sentencia que sugiere establecer?

Mad Hatter debe ser decapitado justo ahora —declaró Sheryl sin atisbo alguno de culpa.

—Como ordenes, amor mio —asintió el duque Barma avanzando con ensayada gracia hacia el todavía sonriente prisionero.

—¡No! ¡Basta! ¡No lo hagas, abuela! —Sharon sollozó e imploró angustiada, retenida de su camino por la joven guardiana que no dudó sostenerla entre sus brazos con fuerza cuando la vio caminar con claras intenciones de interrumpir la declarada sentencia.

Y no dejó de sujetarla pese a que en su interior estaba muriendo lentamente por ver a Sharon en ese estado tan deplorable, sentía a su corazón desgarrarse por ella y por el apego misterioso que demostraba por aquel sanguinario desconocido, distante a lo que significaba para su guardiana. ¿Dónde había quedado ella después de que la chica de acaramelados cabellos hubiese considerado a su asesino su soulmate? ¿Dónde habían quedado tantos momentos compartidos? Alice simplemente no lo entendía y terminaba reconociéndose bañada por las lágrimas que no conseguían derramarse fuera de sus ojos.

—Es por tu bien, Sharon —susurró la anciana, intentando convencerse a sí misma, pues escuchar a su inocente nieta tan alterada le oprimía el pecho.

Rufus finalmente se detuvo ante quien no perdía ni un sólo detalle en los movimientos de su verdugo, esperado, analizando la situación bajo su máscara contaminada de sonrisas demenciales. Vio al duque guardar su abanico y desenvainar de su cintura una espada de brillante hoja dorada, la cual posicionó de forma horizontal, firme y amenazante antes de apresurarse a cortar de un movimiento su cuello.