Cap 4. "Hipnosis"

El brillo dorado que despedía la hoja de espada destelló iluminando la oscuridad entre los gritos desesperados de la tercer dama del linaje Rainsworth, quien continuaba agitándose dentro de lo que cabía posible entre los brazos de su guardiana. Sheryl, junto a todos sus sirvientes y guardia noble de la mansión, observaban con atención cómo debía cumplirse el dictamen asignado. Aunque no era ortodoxo que un duque se encargase de ejecutar a un intruso por su mano, el folclor propio de la familia Rainsworth permitía que la Casas Ducales aliadas llevasen a cabo encargos importantes sin importar las circunstancias donde se encontrasen, así que el hombre pelirrojo no tenía ningún inconveniente en mancharse con sangre si este era el mandato de la mujer con quien estaba profundamente enlazado.

Las Casas Barma y Rainsworth compartían una estrecha amistad de más de trecientos años desde su fundación, por lo cual realizar encargos de tal calaña no eran nada en comparación a lo que solían hacer las cabezas ducales en la cama.

Sheryl Rainsworth desprendía esa crueldad escasas ocasiones y Rufus no planeaba desperdiciarlo teniendo una charla amistosa para intentar convencerla sobre los beneficios que podrían tener al perdonarle la vida al intruso, él la conocía mejor que nadie y comprendía que tal tipo de situaciones no eran de sus preferencias, pero debía admitir que le excitaba imaginarla rodeada de ese aura de incertidumbre que solía despedir de su silueta cuando estaba obligada asistir a una ejecución de la Orden Real. Se permitiría el atrevimiento de recordárselo más parte para tener la dicha de probar en sus labios el elixir de un alma contaminada en culpa.

—En el nombre de las Casas Rainsworth y Barma, te sentencio a muerte —recitó, haciendo caso omiso de la expresión ensombrecida que era desprendida en el rostro de Xerxes—. Y que Dios se apiade de tu alma. —Una vez dicho esto, el duque preparó la hoja en posición, mentalizado para ver a la sangre bullir fuera de aquel pálido cuello.

—¡Escapa, Mad Hatter! —exclamó Sharon con todas las fuerzas de su interior, dejando ir todo el aire que albergaba en sus pulmones.

No hacía falta más que un centímetro para que la filosa espada perforara la garganta del hombre albino cuando un repentino destello color carmesí rodeó por completo la silueta de Xerxes, consumiéndolo dentro de una capa atmosférica circular. Encandilado por aquella luz, el duque Barma retrocedió sus pasos, confundido, escéptico por lo que estaba ocurriendo. Y antes de que pudiese notarlo, las cadenas que habían mantenido el cuerpo del mercenario cautivo se quebraron de una en una, permitiéndole libertad de movimiento una vez más.

Anticipando las intenciones del albino, Rufus ordenó a los guardias que atacaran a Xerxes, quien obteniendo la espada de uno de sus captores, se defendió sin limitarse a cortar en medio de risas desquiciadas a quienes lo embestían para volver a encadenarlo. Sheryl vio a sus hombres caer muertos sobre los inocuos suelos, mutilados de las formas más aberrantes que hubiese presenciado nunca, era casi antinatural que un solo hombre pudiera efectuar tales métodos en un momento tan preciso cuando era atacado a mil fuegos. Sharon estaba aterrada por lo que acontecía ante sus ojos al igual que su guardiana por la forma en que el piso se teñía de sangre y carne arracada. Rufus Barma chasqueó la lengua con disgusto.

—Vaya sujeto que es. Algo ha hecho que sea liberado —meditó en voz alta—. Ni hablar, tendré que hacerme cargo de él yo mismo, entonces podré resolver mis dudas.

—Ten mucho cuidado, Ruf —le despidió la primer dama, inquieta.

—¡Sharon! —El grito de Alice hizo a ambas cabezas nobles girarse a sus espaldas, incapaces de impedir que la joven Rainsworth los evadiera con facilidad para ir hacia donde yacía Mad Hatter. Entonces había sido demasiado tarde para los dos que observaron estupefactos cómo ella cruzaba la distancia mínima de seguridad rumbo a la masacre que gestaba a sólo unos metros de la entrada.

—¡Sharon, detente! —Y acorde al grito angustiado de Sheryl, el duque se apresuró en alcanzar la silueta de la heredera del linaje pero una extraña fuerza hizo que cayera de rodillas, haciendo su cuerpo pesado como si unas manos lo tomaran de sus hombros y forzaran hacia el suelo, volviéndolo inesperadamente incompetente con la situación. Desconcertado intentó levantarse pero sus intentos fueron infructuosos, no podía moverse.

—¡Ruf! —Sheryl se inclinó hacia delante, dispuesta a llegar hasta el pelirrojo en su silla de ruedas pero fue retenida por sus damas de compañía.

—No debe ir, señora —suplicaron asustadas.

Mientras tanto Sharon corrió sin detenerse, halada por una extraña fuerza hacia el albino. A su alrededor no podía visualizar otra cosa además de muerte y destrucción pero ver a ese chico golpear sin parar los cadáveres la hacía sentirse miserable, incluso algunos de los soldados se abstuvieron de luchar más, dejando a Xerxes clavar la espada en los cuerpos inertes. No podía permitir que continuara, pues muchos de aquellos guardias habían sido sus amigos y le dolía verles muertos en manos de aquel desconocido por quien podría dar la vida en ese momento. No sabía por qué, sólo comprendía que era su obligación detenerlo, de alguna manera sabía que había sido su culpa el que Mad Hatter asesinase a tantos de su mansión y fuera libre de las ataduras que lo mantuvieron bajo control.

Se detuvo cuando la mirada risueña de aquel hombre se alzó en su dirección sin perder ese brillo trastornado que contaminaba su semblante, tan distante. Y las lágrimas brotaron de sus ojos hasta empapar las delicadas mejillas de la joven dama, sonrojándolas. Temerosa, ansiosa, destruida por dentro y por fuera, pues no era esto lo que quería ver de su soulmate, no era este el destino por el que ella estuvo esperando toda su vida de forma inconsciente. No podía aceptar que esta fuera su condena, no si provenía de su soulmate.

Sharon estaba segura que no era por esto que habían tenido este encuentro y se convencía que era su deber sacar de la oscuridad a ese ser con quien había soñado sin conocerle y amado sin saber que existía. La voz en su cabeza le rogaba porque lo detuviese y ella no podía desobedecer cuando las circunstancias eran de tal gravedad; aquello debía parar.

—Detente por favor... no sigas —gimió, su voz temblando, su corazón oprimiendo su pecho sin compasión, recluido por una agonía indescifrable—. No sigas más...

Olvidando el peligro que en esos momentos el albino significaba, rompió la barrera que de forma invisible los dividía cual dimensión paralela, se adentró a la zona de Xerxes sin preocuparse esta vez por su vida. No sabía lo que hacía pero algo tenía claro en su mente y esto era frenar esas ansias asesinas que impulsaban a su soulmate suplicar por sangre.

Le veía ahí sobre ocho cadáveres sangrantes, lo veía sucio por aquel perverso liquido carmesí que tanto servía a un organismo viviente y sintió compasión, absoluta y sincera compasión por él. Sharon no había dudado en tomarlo de sus mejillas para acercarse a su rostro y besarle en los labios, oscilando cual diminuta luciérnaga entre toda aquella infinita aberración, calmando el desenfrenado salvajismo de Mad Hatter e incitándole desfallecer suavemente en los brazos de la joven noble al termino de tan cálido acto; ella lo recibió antes de caer juntos contra los cuerpos putrefactos completamente inconscientes. El duque Barma sintió a su cuerpo responderle al fin. Confundido optó por ponerse de pie y acercarse a la primer dama del linaje sin dejar de observar la escena.

—¿Qué ha sucedido? —cuestionó Sheryl, anonadada. Y Alice no había tardado más tiempo en volver a lado de su protegida para sostenerla entre sus brazos mientras otros sirvientes y guardias del recinto se apresuraban a brindarle su ayuda a la joven guardiana.

—Tal parece que nuestra joven heredera ha calmado a Mad Hatter. No tengo pruebas factibles y no me agrada la idea de volver esto un hecho contundente pero... de alguna manera, esta es la verdad —dijo con evidente irritabilidad.

—¿Qué haremos con él?— quiso saber Sheryl con inquietud mientras veía con insistencia en dirección al mercenario, quien yacía aún postrado en el suelo, ignorado por aquellos quienes priorizaban el cuidado a la heredera—. Después de lo que ha pasado sería contraproducente ejecutarlo, no cabe duda que posee fuerzas que ninguno de nosotros posee y no podemos arriesgarnos a que tales poderes tengan origen en la cuna del Abyss. Además, todo indica que no son sus intenciones lastimar a Sharon, al menos no aún.

—Sea lo que sea, me aseguraré de investigarlo a fondo —asintió Rufus también dirigiendo su mirada al aludido—. Su asistencia podría brindarnos información interesante—.

.

Cuando los rayos del sol se habían posado sobre su rostro y calentado sus hasta entonces frías mejillas, sus parpados respondieron al contacto temblando antes de abrirse y permitir que sus pupilas fueran interceptadas por aquel abrazante calor que la dejó ciega por un breve momento, removiéndose en la búsqueda de acostumbrarse a este brillo. Deslizó una de sus manos por su frente para generar sombra sobre sus ojos antes de siquiera percatarse de la presencia que permaneció sentada a la orilla de su cama desde el principio. Curiosa, Sharon se esforzó en reconocer la identidad de aquella figura entre las espesas cortinas de luz.

—Veo que despertaste —dijo esta silueta, y no faltó más para que Sharon reconociera a quien había estado velando por su despertar, esto le hizo sentirse inmensamente contenta. Ningún despertar era tan grato como cuando se encontraba en compañía de la siempre confiable castaña. Su amiga, protectora y amante.

—Alice...

—¿Cómo te sientes?

—Sólo me duele un poco la cabeza...

—Ya veo —asintió, guardando silencio al siguiente momento, esto confundió a la heredera, pues tampoco había tardado en notar aquella tensión abordando el semblante normal de su acompañante. No era común en Alice demostrar tan evidentemente los sentimientos que la aturdían, así que no consideró mala idea levantarse de su lecho para enfrentarla adecuadamente, atrayendo su mirada cuando colocó una de sus manos encima de la mano de Alice, la cual se había mantenido tensa sobre las sabanas blancas.

—¿Sucede algo? —cuestionó con preocupación.

—No es nada —respondió la castaña de forma escueta y evasiva, casi cortante.

—Anda, Alice. Sabes que puedes decírmelo, acordamos que no nos guardaríamos secretos la una a la otra y que siempre nos diríamos lo que nos molesta. Fue nuestro pacto desde que decidimos comenzar esta relación, ¿lo recuerdas?

Sharon afianzó el contacto entrelazando los dedos de sus manos con ternura y cierta posesividad, intentando transmitir los sentimientos que empezaban a rodear su anatomía debido al misterio que pretendía establecer la castaña entre ellas. Alice se percató del gesto sonrojándose en respuesta pero no le devolvió a su compañera la mirada, insegura de externar lo que atormentaba su cabeza, presa de sentires y pensamientos que jamas había experimentado desde que aquella unión amorosa las enlazó a una serie de circunstancias que sólo los matrimonios vivían; algo sagrado y discreto, lleno de pureza.

—Sólo... —comenzó sintiendo a los nervios quemarle, arrinconarla al borde de la desesperación, desacostumbrada a ese tipo de situaciones—. ¿Por qué estabas tan desesperada por salvar a ese hombre?

Sharon se tensó, los recuerdos de la noche anterior llegando a su memoria como olas incansables sobornadas por miles de sentimientos que no reconocía reales sino obra de una ilusión incomprensible, incierta como el temor que había golpeado su vientre ante la menor posibilidad de ver a Mad Hatter muerto. Ahora que estaba consciente de sus acciones no podía discernir lo que realmente buscó al salvarle la vida a su asesino. ¿Fue compasión? Pero, ¿hacia qué? ¿Hacia el hecho de que él le había dicho que eran Soulmate's? No lo creía posible, pues ese hombre antes intentó asesinarla.

Desde el momento que habían entrelazado sus dedos se dio cuenta de que era alguien especial pero aquello no justificaba que pusiera en riesgo la vida de miles de soldados al servicio de la Casa Rainsworth, la irracionalidad con la que se comportó esa noche no podría justificarse con nada, ni siquiera con su ferviente deseo de evitar una sola muerte cuando -en el proceso- se habían cobrado muchas más de hombres con honor, a diferencia de aquel misterioso mercenario. La voz que le estuvo susurrando indicaciones en todo momento parecía la culpable de que empleara tan irracional comportamiento, mas no estaba segura de qué había sido y porqué no había logrado resistirse a obedecer. Incluso parecía que se tratara de un muy absurdo sueño el que de pronto escuchase a una voz contra su oído.

—No lo sé... no sé qué fue lo que me pasó —dijo, pues no encontraba una respuesta lógica que indicara la razón de su desesperación, no conseguía resolver el dilema atado a ese momento y no se creía capaz de responder a algo que no comprendía—. ¿Estabas preocupada por mi? —cuestionó con una sutil y agradable sonrisa llena de su amor por Alice—. Lo siento, no fue mi intención hacer todo lo que hice.

Unos instantes el silencio reinó sobre sus bocas, las cuales parecieron sellarse por completo mientras Sharon trataba encontrar una razón entre todo el desorden de ideas. Pero, más que cualquier otra cosa, temía que Alice no fuese a perdonarla, le asustaba verse separada de ella sentimentalmente por un descuido tan grave como aquel que había cometido. ¿Ella la culpaba? ¿Dudaba de todas las cosas que había susurrado a su oído después de haber terminado uno de sus encuentros furtivos? Sharon no quería perderla pero la voz que emergió fuera de su garganta aplastaron las miles de preguntas que habían empezado a saturar su cabeza sin la menor intención de permitirle un escape, enviando a su espina dorsal un escalofrío que contradictoriamente devolvió la vitalidad a su sistema.

—Creí que te habías olvidado de mi —dijo Alice, sofocada por la maraña de emociones contaminando su interior, palabras que tomaron a la joven heredera por sorpresa para ser tocada al instante por una onda profunda de calidez. Inútilmente buscó evadir el arrasador efecto que tuvo sobre ella y no acertó sino a sonreír enternecida por tan hermosa confesión cuando la personalidad de su guardiana no solía demostrar su lado más sensible. Y el que fuera merecedora de tremenda demostración de cariño la derretía entera.

—Alice —susurró su nombre rompiendo la distancia, abalanzándose sobre ella con la pasión y delicadeza que se había arraigado en su cuerpo tras el tiempo compartiendo un rincón de las salas, una cama en la recamara y una bañera llena de agua como secreto para todo el edificio sistematizado socialmente.

En ese momento Sharon no necesitaba más que la sensación de aquella boca dulce devorando la suya, no precisaba el sabor de otros labios que no fueran los de aquella mujer que aprendió amar más de lo que cualquiera en su circulo supondría nunca. En ese instante Sharon no quería saber más la existencia de otro soulmate en su vida, ya que dentro de su propio juicio ella ya había encontrado el lugar donde pertenecía y rellenado el hueco que partía en dos su corazón por los deberes recurrentes. Había encontrado alguien a quien amar, aún si esta relación prohibida fuera en contra de todos los principios con los cuales creció, siéndole inculcados a la fuerza. No era incorrecto el amor cuando existe un respeto y lealtad tan desinteresado, capaz de romper con todas las leyes sin derrumbar la amistad de dos mujeres luchando por la libertad de sus elecciones.

Alice respondió a cada uno de los besos que Sharon estructuró, se dejó llevar por los sentimientos hirviendo en su vientre y se sujetó a sus hombros encontrando una emoción sin nombre en la forma como Sharon la abrazaba, amoldándola a su cuerpo e intereses. La joven guardiana había notado cómo le faltaba el aire, a merced de las sensaciones, y Sharon continuó besándola con determinación, empeñándose recordar cuánto amaba a la chica con quien estaba dispuesta perder hasta la última gota de sangre. Sólo una extraña bruma en su memoria le impedía tomar el beso que compartía con Alice de forma honda, el recuerdo de los labios de Mad Hatter hicieron a Sharon inquietarse.

.

Sin darse cuenta la consciencia volvía a su cuerpo. El alma desprendida de su masa corporal había vuelto para despertarle de un profundo sueño donde sólo reinaba la oscuridad eterna. Sus oídos, aturdidos por un extraño efecto de inconsciencia prolongada, reconocían la nitidez de una voz que conocía perfectamente; la voz de Emily le llamaba desde las sombras, saturando sus sentidos con la ayuda de los altibajos componiendo aquellas inexistentes cuerdas vocales pululando sobre el quieto ambiente, pues aunque sus parpados se abrieron no concretó distinguir figura alguna entre el espacio negro que percibía. Palabras molestas, palabras sollozantes, gritos y risas lentamente estallaban contra sus oídos, transportándolo a una dimensión desconocida y no era aquella la primera vez que le sucedía, más aún ignoraba la razón tras esa serie de ruidos y voces susurrantes.

Haz fallado como Mad Hatter. ¡Mad Hatter fue vencido al fin! ¡Ha perdido su sombrero! —exclamó la voz de Emily burlonamente, liberando una fuerte carcajada, camuflada por el silencio, perdida cual aguja en un pajar. El aroma a humedad inundó las fosas nasales de Xerxes, la sensación de yacer suspendido en el viento tornándose cada vez más fuerte.

"La hemos encontrado."

"No hay manera"

"Es oscuro... demasiado oscuro..."

"No estamos solos"

"¿Qué harás con ella ahora que la haz encontrado?"

—¿Qué haré? —se cuestionó a sí mismo, coordinándose con las voces a su alrededor, lentamente recobrando la compostura, reconociendo cada una de sus extremidades, la sensibilidad en los nervios tejiendo su anatomía. Sintió sus brazos ser aferrados por un frío metal y a sus piernas flotar en la atmósfera sujetas a nada más que unas cadenas que le sostenían en el muro que impactaba contra su espalda. Entonces la borrosa imagen de sus recuerdos comenzaron a danzar sobre sus neuronas, despertándolo al pasado por una brevedad de segundo, trayéndole la imagen de una boca en sus labios—. Sharon Rainsworth... ella... nos detuvo... —reflexionaba, emitiendo con dificultad las palabras fuera de su cavidad, con la garganta adolorida—. ¿Qué significa esto? No tiene sentido.

Desde el principio nada ha tenido sentido, se suponía que esos hilos no debían estar ahí y tú nunca debiste ser capaz de verlos tampoco.

—Es cierto... pero, sin importar la razón de este poder, ningún hilo rojo debería ser capaz de cambiar nada. Algo extraño sucedió en el momento que ella dijo mi nombre... y el de Mad Hatter. Me gustaría saber qué es lo que pasó... quiero verla.

¡Jeje~! Es por ella que ahora estamos encerrados. ¡Lo sabía! Debiste matarla antes de que las cosas se salieran de control. Ahora seremos ejecutados.

—Ella no lo permitiría...

¡No la conoces! —exclamó Emily riendo, regocijándose en las penumbras del calabozo donde ambos yacían. ¡Estoy segura de que te ha entregado, al igual que tus padres! ¡No significas nada para ella!

Una sonrisa surcó los labios del hombre albino, sentimientos distorsionados por la voz de Emily que se deslizaba a través de la oscuridad hasta sus oídos, volviéndole imposible determinar desde dónde provenía, aún así convencido de que necesitaba escucharla aunque sus comentarios desconsiderados lo torturasen más de lo que nunca admitiría.

—No significo nada... apuesto que es así. No es diferente a ellos.

Sólo nos tenemos a nosotros.

—Es verdad.

No necesitamos de nadie.

—Así es.

¿Quién necesita cordura? ¿¡Quién la necesita a ella!? dijo Xerxes en medio de gritos, imitando la voz de Emily y alzando la mirada al infinito simulado por el techo negro sobre su cabeza.

En medio de carcajadas se dejó perder, desintegrar cualquier pensamiento innecesario o imagen sanadora. Tan solitario como estaba se permitió olvidarse de su propia locura, acompañarse de Emily, quien habitaba siempre en su cabeza. Aunque su muñeca no estuviera ahí físicamente, Emily permanecería a su lado, de ello se convenció mientras se burlaba con ella del infortunio que deseaba consumirlo; cortarlo en pedazos. Ella le dijo que no valía la pena deprimirse y Xerxes estaba de acuerdo con ella. Ambos rieron y conversaron animadamente de cuál sería su próximo movimiento, lo que harían para escapar, a las personas que asesinarían en el proceso, las mentiras que le dirían a sus captores. Hablaron de todo mientras ambos eran tragados por las tinieblas del calabozo, abrazados por el aroma a humedad y metales oxidados.