Cap 5. "Juegos"

El agua caliente se derramó de forma estruendosa fuera de la bañera donde Vincent había dejado sumergir su cuerpo desnudo, expulsando el penúltimo suspiro de la noche dejó reposar su nuca sobre filo de porcelana sin evitarse cerrar los ojos en medio de la tenue luz de las veladoras a su alrededor. Su cabello se distribuyó por la superficie del agua con tan sólo algunas puntas hundiéndose, mojándose un poco más entre el movimiento que empleó mientras se acomodaba para quedarse quieto unos instantes, pues el estrés que había sufrido aquel día no podía ser calmado ni mucho menos reducido, a menos que imaginara estar en otro lugar; quizás en el campo, en algún callejón; tal vez muerto.

Nunca hubiese podido suponer que el sicario por el que no tuvo esperanzas de conocer lo dejaría apañárselas para escapar de sospecha. Mad Hatter había establecido que el dinero no le importaba y que -sin duda alguna- estaba demente, pero jamás esperó que desaparecería una vez le dio la información que quería, sin sentir mayor interés por él una vez le brindó referencias sobre su objetivo.

Luego de esta hórrida experiencia, Vincent se recordaría no abrir la boca sino hasta estar a salvo de acusaciones y estafas, pues incluso Gilbert por un momento había dudado de los testimonios de su propio hermano cuando fue interrogado al respecto y puesto bajo vigilancia mientras yacían dentro del edificio. Las amenazas de sus anfitriones no habían faltado para arrinconarlos a usar sus pistolas y crear el baño de sangre que bien tentaron a los impulsos de Vincent desde que se dudó de sus palabras. Reconocía que podía ser un traidor y un asesino que ataca por la espalda en el peor de los casos pero nunca un cobarde que hace movimientos tan indiscretos al momento de ejecutar a quien sea se interponga en su camino, él poseía cerebro, no era como los inútiles que quisieron obligarlo a confesar crímenes no cometidos y que bien callados se quedaron cuando expuso argumentos irrefutables ante el mismísimo dueño del linaje.

Por si hubiera sido poco, en su retorno a la mansión Nightray, su padre adoptivo se había puesto demasiado pesado también. El simple recuerdo a Vincent lo puso de mal humor, ya que no recordaba otro error como este por el que debieran ser reprendidos de esa manera. En realidad, desde que Gilbert y él fueron adoptados por ese matrimonio, no habían hecho escándalos tan terribles, así que la cabeza del ducado Nightray no tenía razones suficientes para enfurecerse tanto, mucho menos si resolvieron el problema por sí solos sin enemistarse con alguien importante. La comprensión que había necesitado entonces se la debía al más joven de sus hermanos adoptivos, pues sin la intervención y palabras de Elliot todo este asunto se habría complicado más de lo merecido. Se recordaría darle una recompensa por enfrentarse así a su padre por Gil y por él.

Habiéndose relajado por completo, terminó de ducharse antes de andar de vuelta a su dormitorio donde la figura inmóvil de su sirvienta personal lo recibió, dedicándole una mirada igual de apagada, carente de las emociones que una persona común desbordaría por medio de sus ojos; Echo no era así, no demostraría emociones a menos que Vincent lo solicitara, así que al verla no se evitó sonreír complacido con este hecho. Su juguete tenía ese don de provocarle alegría, pues cuando la veía cual muñeca de estantería le trasmitía ese sentimiento indicador de que siempre existiría alguien en peores condiciones.

—Buenas noches, Mr. Vincent*. He preparado su atuendo de noche —dijo la joven peliplata extendiendo la ropa perfectamente doblada en dirección al recién llegado.

—No lo usaré —espetó el rubio sin mirarla, encaminándose al pulcro sillón colocado en el rincón de la habitación donde reposaba su bata para dormir—. He decidido cancelar todos mis compromisos. —Y desprendiéndose de la toalla que cubría su cuerpo, dejó a la desnudez mostrarse al ambiente sin importarle ser visto por la joven a sus espaldas, después de todo no existía zona en su piel que ambos desconocieran cuando la peliplata le fue entregada para cualquier clase necesidad, incluyendo la sexual—. Estoy muy cansado.

—Iré avisarles de sus deseos.

Echo se giró sobre sus talones, dispuesta a salir de la habitación con el mismo semblante impenetrable, hasta que la voz de Vincent volvió a emerger fuera de su garganta en un acento galante y conquistador, raspando con la intensidad de una lija de herrería la quietud atmosférica, esta se corrompía cuando le eran otorgadas buenas ideas.

—No es necesario, Echo. Tengo otro trabajo para ti —dijo y la aludida se paralizó en su lugar sin saber de qué manera actuar ahora que estaba segura lo que ocurriría esa noche, pero sólo devolvió la mirada al dueño de su existencia mostrando una mirada seria, aguardando por indicaciones—. Ve a la cama y desnúdate. No esperes que yo vaya junto a ti, esta noche sólo me apetece observar así que hazlo bien.

—Si, Mr. Vincent —asintió la joven con cierta mecanicidad antes de dirigir sus pasos al sitio mencionado.

Subió con marcada delicadeza a la acolchonada superficie sintiendo a los nervios apoderarse de ella una vez reconoció los estándares de la situación, ser un juguete usado para nada más que diversión, humillándose para ofrecer entretenimiento, ordenes que no le ofrecían algo a cambio igual que una esclava comprada. Vincent le había arrebatado su primera vez, mancillado todo lo sentimentalmente sagrado para una mujer, aquello que se suponía debía ser satisfactorio para ambas partes y le aterraba pensarse sin arrepentimiento de todo lo que hizo y aún hace por y con su verdugo.

Aquel malnacido a quien no era capaz de odiar, más le temía como al monstruo de sus peores pesadillas porque Vincent era todo y nada de lo que una persona cuerda desearía de un amante. Echo lo experimentaba día tras día, a veces inclusive dudaba de su cordura por evadir los impulsos de escapar ante la menor oportunidad, porque temía a las consecuencias y al mismo tiempo sabía que no quería alejarse sin importar los castigos a los que sería sometida su mente. Se llevó los dedos a los botones de su vestido azul, desabotonándolos con las manos temblorosas, quiso tranquilizarse con el hecho de que esta vez no haría más que desnudarse pero el quedar de nuevo desnuda a la vista del noble Nightray, la dejaba sin aliento.

—¿Sucede algo, Echo? —cuestionó Vincent desde su posición, adornando su rostro con una sonrisa amable, imitando a la ternura. En respuesta Echo levantó la mirada, fingiendo compostura aunque se encontraba sumamente intranquila por dentro, a sabiendas de lo que sucedería por no acatar ordenes. Convencida decidió que no aplazaría más el momento.

—No, Mr. Vincent.

Superando la incertidumbre prosiguió con abrir la prenda que la vestía por delante, deslizando los hombros fuera de los lienzos de algodón, descubriendo su pecho y ajustado corsé a la intemperie, la frialdad del ambiente le recordó la estación de año y se estremeció un poco mientras se acomodaba para desnudar también sus caderas, sintiendo a sus mejillas calentarse cuando notó que la mirada atenta del joven noble era cada vez más penetrante. Avergonzada volvió para recostarse, recorrer el vestido sobre sus delgadas piernas, llevándose consigo las largas medias blancas. Sin importar las veces que estuvo desnuda a la vista de Vincent, hacerlo de esta manera siempre la incomodaba.

—Estás mejorando —felicitó el joven Nightray con una sonrisa tenue—. Tus movimientos al quitarte la ropa han sido estimulantes esta vez. Ahora sólo tienes que retirar el corsé de tu cuerpo y habremos terminado.

Su afirmación tomó a Echo por sorpresa, no era usual que le pidiera quitarse la ropa sin deshacerse de todas las prendas que la cubrían. ¿Acaso no quería verla completamente desnuda? Echo era consciente -más que nadie- de que su cuerpo era bajo en proporciones femeninas, pero esto nunca pareció molestarle al Nightray dentro de actividades corporales más íntimas. Con esos pensamientos plagados en duda se había quedado estática, sin concretar el último mandato asignado, impacientando a su espectador, quien suspiró con irritación al darse cuenta de la escasa atención que estaba recibiendo.

—Date prisa, Echo. Mis intenciones son ir a dormir temprano.

—Si, Mr. Vincent —Echo asintió, recomponiéndose del breve congelamiento.

Movió sus brazos tras la espalda, la cual arqueó, dejando a su cuello y nuca cargar con todo el peso mientras desamarraba los listones que aferraban el corset a su cuerpo, entonces lo apartó de su cintura, quedando libre, con esto presagiando el tan esperado final por el que Vincent había aguardado quieto en el sillón, este no dudó un instante más en ponerse de pie para acercarse a la cama con claras intenciones de recostarse.

—¿Te apetece dormir conmigo, Echo?

—Si Mr. Vincent lo desea, Echo lo hará —respondió la joven haciéndose a un lado cuando el rubio se había posado en su lado favorito de la cama.

—Ya lo sé, no tienes derecho a la voluntad propia. Eres sólo una muñeca —dijo Vincent, hastiado de las mismas respuestas que su delgada y pequeña acompañante le brindaba cuando le nacía comportarse cortés incluso dentro de su recamara, pues tal parecía que Echo no comprendía que una insignificante muestra de amabilidad hacia ella se trataba de algo valioso.

Vincent no estaba obligado a tratarla con gentileza después de todo, así que consideró le sería de ayuda que su juguete supiera leer entre líneas sus buenas intenciones con ella. No con cualquiera tenía estos sinceros impulsos de preguntar por una actividad que a él le gustaría llevar a cabo, pues aunque hubiese compartido la cama con innumerables mujeres antes, con nadie más que con su hermano Gilbert o Echo sentía verdaderos deseos de hacerlo como tal, sin mediar los molestos pretextos que solía usar para no quedar mal con sus compañías una vez le fuese concedido el derecho de ejercitarse en la sexualidad.

Claro que Echo no era la persona con la que él realmente quería estar cerca durante las noches frías pero, a falta de milagros, se conformaba con las comodidades recurrentes en su vida ya que Echo siempre estaría ahí para él como lo estableciera él mismo. Su hermano Gilbert jamás lo aceptaría, estaba consciente de ello; sus ocupaciones, encargos de último momento y excusas siempre estaban antes que pasar un tiempo de calidad con Vincent, era lo acostumbrado y el rubio no se sentía con el derecho de quejarse a pesar de todo.

—Puede contarme si hay algo que le preocupa. —La voz serena y falta de carisma de Echo consiguieron alertar a Vincent de su propia mirada petrificada en el vacío, sólo entonces pudo darse cuenta que no había realizado algún otro movimiento a favor de la larga siesta que se disponía tomar, de la cual alegó ser su principal objetivo.

—No seas tonta. Eres la menos indicada para escuchar mis preocupaciones —replicó acomodándose bajo las sabanas de espaldas a su compañera, quien no dejó de mirarlo aún después de haber sido figurativamente hecha a un lado—. Buenas noches.

—Buenas noches, Mr. Vincent.

Dejándose caer poco a poco sobre la esponjosa superficie, Echo se dispuso cumplir con los mandatos que le habían sido ofrecidos en forma de sugerencias sin molestarse en vestirse de nuevo, aquello sólo significaba que Vincent quería un poco más de calor por su parte, de otra manera pudo ordenarle que se vistiera o tal vez lo había olvidado. No importaba, Echo no quería recibir más indicaciones por ese día. Aunque en realidad dormir junto a Vincent no se tratase de nada placentero para ella, sin duda la cama donde él solía descansar sí lo era, y mucho. Se acurrucó junto al cálido cuerpo de su dueño y dormitó, cerrando los ojos, compartiendo su calor con él.

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Entre el silencio, tan sólo quebrantado por el sonido de hojas deslizándose unas contra otras, Rufus y Sheryl yacían de pie revisando los últimos informes de la noche anterior dentro de la oficina destinada a trabajos de escritorio urgentes, mientras los primeros rayos solares entraban por las ventanas iluminando sus profundas lecturas; esperando, pues el suceso más importante al que debían darle desenlace continuaba inconcluso y ninguno de ellos podría irse cuando todo permanecía en el aire. Sheryl, frente al escritorio, deslizaba las hojas escritas por la superficie de madera, tomando aquellas que revelaran datos a considerar respecto a las leyes gubernamentales rigiendo a la nobleza y Rufus, posado en el filo del reposabrazos de un sillón cercano, sostenía el grupo de hojas de forma aburrida sin evitarse dirigirle una mirada inquisidora a su acompañante.

Ya habían discutido las pruebas que serían sometidas, ahora lo único que debían hacer era esperar y entonces determinar si era conveniente mantener el plan de acción recién establecido o abortar de acuerdo a las reacciones de su prisionero, ya que -según palabras de la primer dama- arriesgar demasiado a Sharon se encontraba fuera de discusión, así que al duque le convenía proteger el buen humor de su amante antes que alguna brusca maniobra de su parte. Aunque no poseía una especie de apego con la heredera del linaje, la chica continuaba siendo lo suficiente ingenua para que Sheryl decidiera sobreprotegerla aún de él, tal vez porque Rufus no dudaba implementar métodos poco convencionales cuando de investigación se trataba.

Entonces el sonido de dos golpes llamando a la puerta alertó las miradas de ambos en dirección a la entrada. Sheryl devolvió la mirada a su elegante taza de humeante té que descansaba en el escritorio al adivinar el origen del llamado, Rufus respondió a este enseguida.

—Adelante —indicó con voz firme, y en respuesta la puerta se abrió para mostrar la figura de su sirviente más leal: Reim Lunettes que retornaba de una misión importante para atender el siguiente encargo de su amo, quien se había negado hablarlo en la Casa Barma por precaución; nadie ajeno a ellos y los sirvientes de la mansión debía enterarse lo que acontecía en el interior de la Casa Rainsworth, de otro modo los escándalos se generarían en un simple e insignificante parpadeo para decrecer la confianza otorgada a la familia.

—¿Usted ha solicitado mis servicios, amo Rufus?

—Lunettes, justo a tiempo —declaró el hombre pelirrojo alzándose con gallardía y dirigiéndose a él con pasos lentos pero decididos—. Supongo que con ayuda del mensajero que he enviado a buscarte ya debes estar enterado de lo sucedido, por lo tanto, como hombre de mi absoluta confianza, quiero que me brindes el beneficio de la duda. ¿Podrías encargarte de vigilar a nuestro prisionero por mi?

—Disculpe, Mr. Rufus —le interrumpió Reim, un poco aturdido por el reciente informe que no había terminado de comprender del todo, aún cuando le fue dicho de manera directa por uno de sus compañeros—. Este prisionero que usted menciona, ¿tiene algo importante que ofrecerle? Con todo respeto, considero que puede ser mortalmente peligroso soltarlo siquiera haberlo capturado.

—¿Oh? Como siempre no eres alguien fácil de convencer, me gusta mucho eso de ti —comentó Rufus con una sonrisa halagadora mientras deslizaba el borde de su abanico contra sus labios, acción que consiguió su objetivo de hacer a Reim sonrojar ligeramente ante los recuerdos. Entonces el gesto del duque retornó a su actitud seria—. Así es, nuestra adquisición no es una fuente confiable y peca de inaccesible. Sin embargo, es por eso que te he llamado a ti antes que a ninguno de nuestros soldados, ya que esto tiene que ver con nuestra pequeña investigación clandestina. —Reim reaccionó al informe—. Aunque no es un hecho sólido, sospecho que esta captura está relacionada con la leyenda de los Hilos Malditos, aquellos que sugieren conectarse directamente con las entrañas del Abyss.

—¿Podría ser eso posible?

—No puedo decirlo con total seguridad pero el comportamiento de nuestra dulce heredera y el "sombrerero demoniaco" proponen esa posibilidad. —La expresión calmada del joven sirviente se deformó a una más alterada, reconociendo el origen del último nombramiento y perturbándose con la simple idea de que tal evento fuese siquiera creíble. Durante tanto tiempo había estado escuchando relatos desagradables sobre Mad Hatter y sus sobrenaturales hazañas en el mundo delictivo, y ser recibido con un testimonio de captura era increíble para Lunettes, casi imposible. Mad Hatter no se trataba de cualquier clase de asesino. Según decían los rumores, era el demonio mismo encarnado en hombre—. Es por eso que necesito de alguien que lo mantenga controlado y le ayude a comportarse como un sirviente más de la Casa Rainsworth en caso de acceder a nuestras condiciones.

—¿Cómo podría ser yo la mejor opción para este trabajo? —renegó Reim apenado, bajando la mirada al sentirse indigno de tremenda responsabilidad—. Jamás he combatido con nadie y mis conocimientos al respecto se reducen a una octava parte en defensa personal.

—Sé a lo que te refieres —se mofó Rufus sintiendo a sus labios dulces ante aquella muestra de ineptitud por parte de su subordinado—. Pero no te elegí por tus nulas habilidades de batalla o por tu indiscutible lealtad a la Casa Barma, te escogí entre tantos otros de mis sirvientes personales porque este letal demonio que ha aterrado a miles de personas no es otro que un conocido tuyo.

—¿Eh? —Esta vez Reim no sólo se reconoció sorprendido sino desorientado por la dirección en que marchaban las palabras de su amo, cuya sonrisa plagada en alevosía parecía tenderle una soga con la cual fabricarse un nudo inamovible sobre su garganta y ahorcarse con esta.

—Probablemente no lo sabías pero has estado contactándote con él a mis espaldas. —El cuerpo entero de Reim se congeló siquiera escuchar tal afirmación, alterándose a gravedad en consecuencia. Incapaz de mentir o eludir lo recién dicho, quedándose completamente sin habla—. ¿En verdad creíste que no estaría enterado? —Una nueva sonrisa pretenciosa se asomó en los labios del pelirrojo mientras saboreaba en secreto la derrota donde terminaría confinado su leal sirviente después de esta charla—. Aunque en cada una de esas encubiertas reuniones tú no pudiste darte cuenta de que se trataba del Sombrerero, ya que siempre fue conocido por ti como el Fantasma de Ojos Rojos.

El ambiente en la oficina se volvió pesada para Reim, quien entonces había sellado la libertad incondicional de su voz en lo profundo de sus pulmones, inservible como el uso necesario de sus neuronas en esos precisos momentos. Sheryl observaba en silencio pero su mirada lo juzgaba entre las sombras como cualquier verdugo, un cazador silencioso que aguarda por un mal movimiento para ejecutar sus despiadados ataques. El duque Barma también permanecía, sonriente, altivo. ¿Qué debía hacer? Los sucesos danzando frente a él eran más que inesperados; peligrosos. Reim no podía hacer más que bajar la cabeza y aceptar cualquier castigo o beneficio oscilando contra su integridad moral, estaba condenado a girar su canoa hacia direcciones donde empujaban las turbias corrientes de agua. Reim Lunettes no era apto para negar ordenes o interponerse en estas, sólo actuar cual títere en escenario

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El sonido de pasos huecos resonando con singular estruendo sobre la atmósfera, advirtieron los instintos prematuros en Xerxes, cuya consciencia volvía de un largo viaje de vuelta al mundo real, tan sólo para percatarse de esos sonidos rebotando de un muro a otro, sofocándolo dentro de su humor arrojado por un pozo negro, descargando sobre él aquel cansancio que lo abatía tras largas jornadas inmóvil. No sabía cuánto tiempo había pasado ni le interesaba, pero el silencio de Emily lo hacía sentirse sumamente desgastado. Levantó la mirada cuando los pasos cesaron lo suficiente cerca para adivinar que venían por él, antes de encontrarse con aquella silueta femenina suspendida con firmeza justo detrás de los barrotes de hierro.

No consiguió reconocer a quién pertenecían esos pliegos de tela con colores brillantes, pues una capa que escondía su rostro le impedía encontrar una identidad concreta en esa figura que -por un instante- consideró fantasmal, aunque su sentido visual terminó por confundirle con Charlotte, tal vez porque era la única mujer que frecuentaba, tal vez porque era la única figura femenil que recordaba ahora mismo. La negrura del lugar había nublado incluso su sentido de percepción mental, provocándole ligeros espasmos por cada articulación componiendo su cuerpo.

—Xerxes Break, ¿cierto? —El tono delicado de aquella voz ayudó a Xerxes comprender que definitivamente aquella mujer no era Lottie, aunque su voz no era del todo aguda presumía pertenencia de una mujer joven, él casi adivinaba a quien, además no había forma de que Charlotte estuviera en aquel lugar, considerando dónde se encontraba y los fallos que había cometido después de todo. El hilo de sus pensamientos se quebrantó al ver la manera en que aquella chica descendía tras su nuca la capucha, mostrando las facciones de la joven por la que fue enviado a ese lúgubre sitio, la razón principal por la que el hilo en su dedo meñique se había tensado en su dirección. Sharon Rainsworth lo observaba con una mueca seria, dolorosamente indiferente—. Finalmente puedo hablarte de frente.

—Hola, señorita —le saludó imitando la curvatura de una sonrisa cordial en sus labios, aunque en lo profundo de su ser lo que más deseaba en esos instantes era abrazar con sus dedos el cuello de la joven hasta dejarla sin aire que respirar—. Me gustaría decir que me siento honrado por verla de nuevo, desafortunadamente hacerlo significaría mentir horriblemente y odio mucho las mentiras.

—Estoy segura de eso —afirmó Sharon manteniendo su porte inflexible—. Debe ser molesto ser atendido por alguien quien se suponía no debería habitar más este mundo.

—Me ilusiona que lo comprenda —dijo el hombre albino con un bufido—. Pensé que la nobleza no poseía cerebro para nada más que apartar la hora del té y organizar fiestas empresariales. Me conmueve saber que al menos existe alguien con escasa cultura humanitaria.

—Los eventos de la nobleza son nicho de negocios —aseveró Sharon modificando el tono suave de su voz a uno más severo, pues el comentario de su prisionero le había molestado—. Contrario a lo que muchos habitantes piensan, los nobles nos enriquecemos de conocimientos y folclor tanto como podemos.

—Y aprovecharse de los recursos de la mejor manera que les sea posible, no creas que los plebeyos no estamos conscientes de ello. Son nuestros guías pero en tercer plano ya que en realidad no nos beneficia el que existan. Esta es sólo una opinión personal, y con todo el respeto que merece la señorita frente a mi... —Break hizo una breve pausa para inclinarse hacia adelante, acentuando la sonrisa burlona que yacía extendida cual alfombra en su pálido rostro—, las Casas Ducales deberían desaparecer.

—Apuesto a que quien te contrató para matarme piensa lo mismo que tú, de otro modo me parece injustificable el que te enviara para desaparecer a la hija única de mi familia.

Xerxes envió una fuerte y larga carcajada herir a gravedad la oscuridad que se cernía sobre sus cuerpos, viciándolos con sus sombras, obligando a su anatomía retorcerse en placer a causa de las incompetentes tácticas verbales que Sharon había optado implantar con el objetivo de arrancarle la verdad tras su fallido asesinato. Xerxes no recordaba cuándo fue la última vez que algo le había divertido tanto, gracias a ello podía darse el lujo de brindarle un poco de crédito a la heredera del linaje; sin ella y sus inútiles palabras, el hombre albino se hubiese atragantado con el resentimiento que lo forzaba actuar de manera arrogante.

—¡Usted piensa demasiado, señorita! —exclamó con gracia cómica vibrando aún en su garganta. Sharon se tensó con anticipación, repudiando aquella risa contagiosa, herida moralmente, pues desde su perspectiva, se estaba burlando de ella—. Los clientes de sicarios independientes como yo no suelen poseer objetivos tan grandes, en realidad sólo soy contratado por aquellos que ansían una venganza grotesca, del tipo que satisfaga sus más ocultos apetitos. Lamento informarle que usted no representa una verdadera amenaza para aquellos que desean un cambio en el sistema de Inglaterra, sólo puedo afirmar que se ha hecho de un importante enemigo, socialmente hablando, por supuesto. Al menos yo no le temería si tuviera que enfrentarla para conducir mis ambiciones hasta el trono de la monarquía. De hecho, creo que por ser usted una joven tan atractiva, la asesinaría de forma gratuita.

—Entiendo —replicó la tercer dama en acento apacible, resintiendo en su pecho el acido en aquella difamación que terminó reduciéndola a un simple objeto.

Aquel hombre no era la primer persona que la denigraba en su camino, habían existido tantos otros que podría decirse a sí misma que ya estaba acostumbrada a esas muestras de desprecio. Pero, al posar el puño contra su pecho, notó que temblaba, no de rabia pero si de dolor. Le habían dolido como jamás tales palabras, sólo por provenir de Xerxes Break, su asesino, aquel por quien sintió a su alma completa; un instante que se quedaría guardado en su memoria hasta en el momento de su propia muerte.

—No te retractarás de tus palabras, ¿verdad? —su interrogante a Break lo tomó por sorpresa, pues no acertó siquiera a responder—. Sólo quiero sepas que, en el fondo, creí en todo lo que me dijiste cuando nos vimos por primera vez. Esperaba fuera una verdad el que al fin conociera el destino por quien estuve esperando, es una lastima que se tratara de una de esas mentiras que dices odiar tanto.

Sharon alzó la mirada, conectando sus pupilas con las de Xerxes, enviando una corriente helada a través de la espina dorsal del albino, aturdiéndolo, sumergiéndolo en un mar de sentimientos que no creyó conservaría para ese momento. Los ojos de la joven heredera irradiaban fortaleza y determinación, tanta magnitud que fueron lo más bello que el joven mercenario háyase presenciado nunca en su vida antes de saberse condenado por aquellos irises y por las palabras que ella terminó formulando a continuación.

—Nos pertenecíamos, Xerxes Break. Espero que disfrutes de tu alojo en este calabozo. Si existió algo que nos uniría al principio, hoy he decidido romperlo para siempre.

Y con esto dicho zumbando como abejas en el espacio-tiempo, Sharon Raisnworth se giró con la sólida intención de marcharse sin volver la mirada, caminando firmemente de vuelta a la superficie. El sonido de pasos creando eco -esta vez alejándose- impactaron contra el reducido autocontrol del joven sicario, incitándole bajar la cabeza derrotado, destrozado en distintas maneras, carente de valor personal, sin explicación alguna. Sonrió, permitiéndose el descaro de extender su sonrisa con mayor tensión, tediosa, infructuosa como la asimilación que había dado a las últimas palabras de su soulmate, señalando un pasado al esperanzador futuro cual sueño disuelto por la luz del día.

Xerxes tampoco ansiaba que las cosas cambiaran, no deseaba a su soulmate como se estimaba sucedía al encontrarse. Todo lo que había sentido, el dolor que se había disipado en su ser volvía para transformarse en medio autocompasivo. Y la soledad por la cual temía adentrarse a la oscuridad ahora era su herramienta para rebatir la tristeza por la que siempre se había mentido a sí mismo.

—¡Agudas palabras para una mujer que ha vivido toda su vida dentro de una jaula! —exclamó en medio de carcajadas, agitándose sobre la superficie húmeda—. ¡No puedes cambiar el destino! ¡Nadie puede! ¡Compórtate indiferente! ¡Mantenme aquí abajo! ¡Pide a tus mayores que me ejecuten! ¡De mi no escaparás! ¡Voy asesinarte, Sharon Rainswoth! ¡Juro que te llevaré conmigo al infierno! —Xerxes oprimió la mandíbula, casi adhiriendo los dientes entre sí, furioso, decepcionado, más no estaba seguro del porqué, simplemente bajó de nuevo la cabeza, susurrando para sí mismo lo que ansiaba decir en verdad, las palabras que habían vibrado dentro de su garganta con sinceridad—. No te necesito. Te corromperé... o purifícame primero... Maldición.

El hombre albino empuñó las manos sintiéndose vivo y más perturbado que nunca. Reconocía este sentimiento; para él era como volver a ser un niño que llora la perdida de algo valioso. Quería llorar como cuando tenía cinco años, quería gritar de frustración como un adolescente en desgracia y quería reír porque había comprendido que su apego hacia aquel hilo en su dedo iba en aumento, pues ahora en verdad deseaba a su soulmate y se preguntaba cómo era posible si al pensar en Sharon el deseo de asesinarla intensificaba más de lo que anhelaba verla sonreír. Contradictoriamente necesitaba escuchar su risa.


*No hay nada que adore tanto como leer a Echo diciendo "-sama" pero esta vez quise ignorar todos los honoríficos japoneses para enfocarme en el país donde se desarrolla la historia, claro está. También por eso escribí "Ruf" en lugar de "Ru-kun" cuando Sheryl se dirige al duque Barma.