Cap 7. "Rosa Muerta"

Ada tragó saliva con dificultad cuando se percató que su garganta yacía repentinamente seca, y es que el nombre de aquella mujer de indiscutible belleza había creado un extraño hueco en el interior de su corazón; este palpitaba como si la trayectoria automática de su sangre se hubiese detenido y necesitara de un bombeo más constante, más acelerado. No sabía porqué pero su propio nombre se escuchó maravilloso cuando aquella chica lo había pronunciado en sus labios, sin razón aparente había sentido el impulso de abrazarse a ella, más se abstuvo de hacerlo porque comprendía que acababa de conocerla y no sería correcto tomarse semejantes confianzas cuando ni siquiera sabía de dónde había obtenido su nombre. Por otro lado, mientras más miraba cada facción componiendo la figura de la joven noble, Charlotte se daba cuenta que no sentía nada al estar a su lado.

—Nosotras... —Una tensión repentina golpeó el cuerpo entero de Charlotte, incitándola congelarse. Lottie gimió internamente, pues la voz de Ada la estremecía. ¿Era esta sensación sin nombre causa de la conexión? Se preguntó—. ¿Nos hemos visto en alguna parte? Quiero decir, disculpa pero y-yo... no te recuerdo.

«Encantadora... » Lottie se descubrió contemplando hipnotizada a la joven rubia, desconociéndose como ella misma cuando fantaseó con tomarla ahí mismo, en aquel oloroso callejón. Sólo quería comenzar a morder sus labios hasta hacerla desangrar, romper sus ropas, dejarla desnuda contra el muro, follarla como lo haría un animal salvaje. Intentó controlarse pero sabía que era inútil, su cuerpo no dejaba de temblar.

¿Qué le sucedía? Hace unos instantes no había tenido emoción alguna sobre la chica a su lado. ¿Por qué tan repentinamente sus bajos instintos proyectaban en su cabeza escenarios indecentes? Empuñó ambas manos, encajando sin algún pudor las uñas contra sus palmas. En su desesperación por calmar sus instintos sexuales incluso mordió sus propios labios, nerviosa. No le importó que su carne sangrara bajo sus puños o su corazón estuviera por sufrir un colapso, no eran sus intenciones lastimar a su Soulmate, no podía lastimarla cuando por fin poseía la oportunidad de hablar con ella.

—Esta es la primera vez que nos vemos —afirmó intentando mantenerse tranquila.

—¿Eh? Pero tú hace un momento...

—Te conozco de vista solamente. La familia a la que pertenezco suele hablar mucho de tu linaje, así que pude reconocerte cuando te vi, no es nada especial.

—Y-Ya veo —Ada asintió con una sonrisa comprensiva y Lottie le dio la espalda, fingiendo frialdad cuando por dentro sus entrañas ardían en deseo sexual.

—Dime, ¿qué estás haciendo sola en un lugar como este? —cuestionó, sorprendiendo a la joven Vessalius con la repentina severidad—. Tuviste suerte ya que yo estaba en la zona y decidí ayudarte pero debes saber que estos barrios son sumamente peligrosos, una chica indefensa como tú puede terminar mal. —Ada entendía sus argumentos y los aceptaba con amabilidad pero al instante siguiente se sintió un tanto molesta con ello pues, ¿acaso su acompañante no era una chica también? Iba a señalar este hecho irreversible cuando vio a la pelirrosa girarse de vuelta a ella para comenzar a reducir distancia otra vez, entonces las replicas de Ada se atascaron en el interior de su garganta y sólo pudo aceptar el brusco agarre de aquella chica en uno de sus brazos, obligándola apartarse del muro—. Debes volver. Yo te encaminaré a tu carruaje.

—E-Espera —tartamudeó, exaltada.

—No permitiré que continúes arriesgando tu vida de esta manera, no lo volveré a repetir así que comienza a cooperar y dime dónde se encuentra tu carruaje.

—¡No hay un carruaje! —exclamó Ada para sorpresa de Charlotte. Ambas se quedaron paralizadas, Charlotte sosteniendo aún el brazo ajeno y Ada inclinada con un gesto avergonzado adornando su rostro—. Llegué hasta aquí por mi cuenta así que... así que... no es necesario que te preocupes.

—¿Qué... ? ¿Y qué se supone que haces rondando la ciudad a estas horas de la noche completamente sola?

—Mi hermano me había dicho en una ocasión que el comercio nocturno contaba con hermosas mercancías de alta calidad y yo vine a escondidas de mi padre para comprobarlo por mi misma. La servidumbre no me permite venir hasta aquí durante las noches, así que era necesario que tomara una decisión.

—¿Hiciste todo este recorrido desde tu mansión sólo por eso... ? —Lottie no lo podía creer.

—Muy pronto será el cumpleaños de mi prometido, así que yo quería conseguir un regalo especial elegido por mi. —El color rojizo en las mejillas de la joven noble le recordaron a Lottie la razón de su recelo hacia el encuentro con su Soulmate, el amor no correspondido de un alma que nunca había tenido la oportunidad de tratar.

—¿Tu prometido... ? —repitió inconscientemente, aturdida por la inminente realidad a la que había sido expuesta la primera vez que vio a su Soulmate—. ¿Acaso se trata de... ?

—En realidad, él es un amigo muy importante para mi pero nuestras familias ya han decidido que nos casaremos la próxima primavera y no es con él con quien me gustaría esclarecer un matrimonio de esta magnitud. Con quien me gustaría casarme es con su hermano —dijo levantando la mirada al cielo mientras sus esmeraldas ojos yacían resplandecientes de un anhelo impronunciable.

—Entonces... —prosiguió Charlotte con impaciencia.

—El nombre de su hermano es Vincent Nightray.

Las pupilas de Lottie vibraron impresionadas, confundidas por este cambio tan drástico de circunstancias. Ver a su Soulmate caminar tomada de la mano de un noble le había roto el corazón pero saber que esta además deseaba su matrimonio con alguien más, rompía todo su ser. Se había equivocado, pues entre los Nightray, Vincent era el más peligroso con el cual una mujer tan ingenua como Ada podría desear una estancia sentimental. No podía aceptar esto pero, ¿quién era ella para interponerse en la decisión de su otra mitad? Pues al final esta conexión no les servía de nada, nada importa si no existen sentimientos de por medio.

Ada, percatándose de sus propias palabras, sonrió a su acompañante con vergüenza, pues no entendía porqué había soltado su lengua con tanta facilidad si jamás había hablado de este secreto con nadie, ni siquiera con su hermano. Sólo comprendía que estar con esa chica llamada Charlotte le generaba la confianza que nunca había demostrado al mundo.

—Oh. Lo siento, no tenía por qué decirte algo como eso. Es extraño, desde el momento en el que te ví sentí como si pudiera revelarte mis secretos. Perdoname —dijo con una tierna sonrisa—. Pero te agradezco mucho que me escucharas, ahora me siento más tranquila.

—Está bien —respondió Lottie con aparente compostura, fingiendo alegría cuando por dentro no dejaba de repetirse un deseo añejo de morir, que los gusanos probaran su carne putrefacta y degenerasen sus tejidos, que los sistemas de su organismo entero murieran para darle su final feliz personal—. Me da gusto que mi presencia te haya sido de ayuda. —Deseaba estar muerta, Lottie lo deseaba más que nunca; no podía soportarlo—. Pero, perdóname. Al final no puedo permitir que continúes sola. Te acompañaré de este momento en adelante hasta que hayas encontrado el regalo ideal para tu prometido.

Debería callarse, Lottie lo sabía. No debía seguir ofreciéndose a la tortura que le era concedida por Ada Vessalius sin ser consciente de ello. La joven noble no tenía la culpa de su silenciosa condena pero no podía evitar sentir un odio creciente hacia ella, Lottie no podía evitar el deseo de verla muerta antes que ejerciendo un amor a escondidas con Vincent Nightray, pues pudo soportarlo con Gilbert Nightray al ser un hombre que siempre la respetaría a pesar de sus ocupaciones pero no con Vincent, porque Vincent era victimario de innumerables escenarios manchados con sangre y no le importaba follar con quien sea para reparar el estrés que lo hacía decaer al Abyss. Vincent podría tocar a Ada, podría follarla, usarla como un objeto sexual fingiendo con esa máscara de sinceridad arraigada que le quería para mantenerla en sus fauces hasta que le aburriera, hasta que la tirase como un objeto mancillado sin más utilidad. Lottie se ahogaba en el veneno con sólo pensarlo.

—¿No te importa? No es necesario, te lo prometo.

—No —espetó terminante—. Estaré contigo hasta que decidas desecharme.

—¿Desecharte...? —Ada actuó confundida con aquella destructora afirmación, confundiéndose mucho más cuando vio a la pelirrosa arrodillarse ante ella, rindiéndose a su propia perdición—. Espera, ¿por qué te arrodillas? ¿Charlotte?

—Te llevaré hasta la tumba —susurró Charlotte para sí misma, devastada, las lágrimas brotando de sus ojos una tras otra sin su consentimiento—. Te corromperé yo misma —se decidió, pues si el destino de su Soulmate iba a ser deplorable, ella sería la principal autora de que Ada Vessalius descendiera a las fauces del Abyss.

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Gruñó, bufó y se frotó la nuca con fastidio, observando a través de los largos pasillos del edificio con clara inquietud, sintiéndose extrañamente claustrofóbico, enloquecido por la sensación de incomodidad y volvió a gruñir con creciente irritabilidad, pues odiaba esta clase de trabajos. Elliot Nightray no era bueno demostrando amabilidad y el que este comportamiento hipócrita fuera el necesario para tratar a los enfermos mentales del Centro Psiquiátrico que suministraba su familia, hacía las cosas peores. ¿Por qué su padre había decidido que él era la mejor opción para llevar a cabo la inspección de rutina? Pudo hacerlo Ernest, Vanessa, Fred o incluso Claude que -aún con su personalidad hosca- merecía más méritos con su habilidad para hablar.

Comprendía que el primogénito estaba ocupado al igual que el resto de sus hermanos con otros negocios del apellido y que, de habérselos pedido personalmente, ninguno se hubiese negado a visitar el sitio en lugar de Elliot, ya que su madre era una paciente también. Pero Elliot no quería tener que acudir a la habitación de su madre por obligación cuando ni siquiera se creía capaz de verla a la cara sin lamentar su estado de locura. El ducado Nightray antes regía un orfanato pero el proyecto había caído junto con el cambio administrativo del sistema Ducal, así que muchos de aquellos niños terminaron en la calle sin un hogar. Elliot hubiese querido hacer algo, más pronto se enteraría de la limpia ocasionada por un asesino en las calles de Inglaterra, el cual no había dejado rastro alguno además del enfermizo escenario de niños y niñas muertos.

Ahora, al más joven de la familia no le quedaba más remedio que seguir ordenes sencillas como aquella de patrullar por el establecimiento de enfermos mentales para asegurarse que todo marchaba a la perfección y ningún paciente estuviera siendo maltratado por los trabajadores contratados para las diferentes áreas.

Hasta ahora, Elliot había revisado cada zona de los pisos inferiores acompañado de Marie, una importante enfermera del lugar, quien le mostraba los diferentes cuartos donde todos eran internados. Elliot la miró de reojo recordando que la razón por la que ella se había apegado tanto al negocio era porque también poseía una persona cercana dentro de la sección de ancianos, el paciente Rytas, quien -pese a su edad- había desarrollado una fuerte bipolaridad que lo convertía en alguien peligroso para la sociedad, así que había sido retirado a aquel sitio a falta de aceptación en los muchos asilos para ancianos de Reveille. Para Elliot, el tener a una mujer como aquella cerca le brindaba seguridad, pues era alguien de resaltable responsabilidad, digna de valor.

—Estamos a punto de terminar, Mr. Nightray —mencionó Marie con aquella voz tan dulce que se había arraigado en ella tras meses de permanecer en contacto con los pacientes del centro. Y sonriendo se giraba hacia el joven noble para encararlo.

—Oh... si —asintió con claro nerviosismo, obligándose reaccionar.

—Se está haciendo tarde, ¿qué le parece si le ofrezco una bebida en el comedor?

Un golpe seco hizo que los dos miraran directo a una mesa ubicada cerca de una ventana, identificando enseguida la silueta de un muchacho con cabellos desordenados que se inclinaba frente al filo de madera completamente fuera de sí, cubriéndose los oídos mientras repetía palabras incoherentes a la soledad. Parecía estar sufriendo alucinaciones y este presentimiento preocupó un poco a Elliot.

—¿Quién es?

—Su nombre es Leo. Es uno de nuestros pacientes más recientes a quien le han diagnosticado una potente esquizofrenia. Regularmente está murmurando cosas pero, esto es extraño, no se supone que debiera estar aquí. —Marie se dispuso acercarse para controlar la situación pero fue detenida al instante por el joven noble, quien rápidamente la había sujetado de un hombro con delicadeza.

—Está bien, yo me haré cargo. No me gusta ser espectador todo el tiempo.

Elliot avanzó sin miedo hacia el joven. Desde su perspectiva el chico no era mayor que él, debía surcar casi su misma edad si no se equivocaba y le era sorprendente que existieran individuos con padecimientos mentales incurables a tan corta edad. Leo aún estaba murmurando en acento adolorido, aturdido con las voces que gritaban, lloraban, susurraban y se quejaban sin descanso durante todo el día y toda la noche; sólo quería que se callaran, aunque fuera imposible, con ese objetivo fue que no se había resistido a ser llevado a ese lugar tan deplorable al cual fue su última opción acudir. Quería ser curado pero desde el inicio del tratamiento, ninguno de sus síntomas habían disminuido. Nada. Y comenzaba a pensar que viviría de esa manera por el resto de su vida

—Oye.

Leo levantó la mirada, enfocándose a distinguir las facciones de aquel rostro. Los ojos azules, intensos, que le visualizaban desde arriba, mas fue otra cuestión la que llamó su atención. No fue el color castaño del desconocido, no fue su expresión dura, fue algo más.

—Se detuvieron.

—¿Eh? —Elliot se descubrió confundido por las palabras que había recibido. El chico con los ojos cubiertos por la maraña de cabellos aún lo miraba, o eso parecía, después de todo no podía distinguir sus ojos claramente tras esa cortina de sombras que le daban a Leo un aspecto escalofriante, en conjunto con esas ropas opacas y rotas.

—¿Quién eres tú? ¿Cómo lograste que callaran?

—¿Qué... ?

Elliot no pudo responder a ninguna pregunta, no tuvo tiempo, cuando Leo se levantó repentinamente del suelo, atacándolo sin razón aparente. Elliot acertó mirar aquel rostro demacrado más de cerca y sentir el agarre de las pálidas manos sobre su traje, impidiéndole moverse. Pudo sentir el aliento de Leo sobre sus labios y visualizar un poco más el color de esos irises misteriosos pero no lograba procesar más de lo que el mismo Leo le permitía al gritarle en la cara y sacudirle con desesperación.

—¿¡Quién eres!? ¿¡Cómo lo haz hecho!?

—¡Leo! —En reacción, Marie no dudó intervenir con una agilidad indomable, desplazándose por el terreno y acortando la distancia para liberar al joven Nightray del fuerte agarre al derramar todas sus fuerzas sobre los brazos del joven paciente, apartándolo a una distancia segura para Elliot, arrastrándolo con cuidado de vuelta a los pasillos sin alterar su acento amoroso—. Tranquilo... ven, vamos a tu habitación.

Mientras tanto Leo continuo mirando a Elliot y este le devolvía la mirada con la impresión antes proyectada en su anatomía. ¿Qué acababa de suceder? Elliot no estaba seguro de eso, pues por un momento creyó que sería fácil mantener las cosas bajo control y con ello demostrar que atender a un par de enfermos mentales no era mucho trabajo, por desgracia se había equivocado y en la actualidad no conseguía ni siquiera recuperarse de la sorpresa sufrida por ese tal Leo. No lo conocía, era obvio. Sin embargo, algo estaba mal, el latido acelerado de su corazón y ese raro sentir más allá del asombro se lo decía. Y estaba tan abstraído por sus cavilaciones que no se percató de la nueva presencia que se detenía a sus espaldas, cuya figura se aproximaba silenciosamente hasta a él, contaminada de pena.

—Así que es cierto... —susurró esta persona, sobresaltando a Elliot quien no dudó un segundo en enfrentar a la mujer que yacía a sus espaldas, reconociéndola al instante.

—Madre... —le llamó acongojado de tristeza, incapaz de pronunciar alguna frase que rompiera con la densidad que empezaba a formarse en el ambiente. Era esta la primera vez en más de ocho años que la veía, más de ocho años que habían entorpecido la labia de Elliot con su propia madre, la mujer que le había dado la vida. Berenice Nightray no veía a su hijo a los ojos, ella estaba más interesada en la mano derecha del más joven, mano que tomó sin nada de tacto y levantó con la ira que terminó por hacerla temblar.

—Es igual... —murmuró para sorpresa de Elliot.

—¿Uh?

Fue entonces cuando un golpe aterrizó sobre el rostro del más joven del linaje, forzándolo voltear la cara hacia una dirección lejos de quien fue su progenitora, un golpe cargado de toda la pasión que residía en la herida rama principal del linaje Nightray y que creó un eco prolongado en los oídos del menor. Elliot no intentó enderezar el rostro, lastimado en algo más potente que en la piel donde había impactado ese golpe, que ardía creador de un dolor de mayor magnitud en el centro de sus emociones fraternales. Ese golpe había despertado en su ser entero enojo, tristeza, confusión y resignación a la vez, obligándole mantenerse cabizbajo para evitar dar la cara a la infeliz adulta.

—¿Por qué... ? —susurró ella con voz trémula—. ¿Por qué es la misma que ese monstruo? ¿¡Por qué!? Mi amado hijo... —profirió en medio de torturadores sollozos—. Habría sido mejor que nunca hubieras nacido.

—Miss. Berenice Nightray. —Marie, quien volvía de haber instalado a Leo en su respectiva recamara, volvía de una apresurada trayectoria para retirar a la mujer mayor de vuelta a su lugar de reposo—. Por favor, debe volver a su habitación —solicitó presurosa.

—¡Nunca debí darte la vida! ¡No si era tu destino pertenecer a la escoria del universo!

—Miss, Nightray —exigió Marie a sabiendas de lo que estaba ocurriendo, impulsando sus mejores fuerzas para ese momento, llevándose finalmente lejos a una desesperada mujer que dejaba emerger el llanto que estuvo conteniendo. Elliot se frotó la mejilla que había sido receptora del daño ocasionado por la furia de su madre, tratando inútilmente ocultar el daño causado, pues no había podido evitar tensar la mandíbula mientras un par de lágrimas traicioneras eran apresadas entre los parpados entreabiertos.

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Cuando los primeros rayos de la mañana habían arribado sobre los muros componiendo la mansión del ducado Rainsworth, la joven heredera se había levantado y alineado con uno de sus mejores vestidos para atender los compromisos de ese día. Alice esperaba en la entrada de la ostentosa habitación mientras observaba con expresión aburrida la manera en que su protegida se hacía cargo de peinar sus largos cabellos color caramelo y ajustar los pequeños detalles del vestido blanco que portaba.

Aunque no se tratara de una actividad física -de aquellas que a la guardiana encantaba- realmente no era desagradable observar a Sharon arreglarse para cada ocasión componiendo su apretada agenda, pero todo cambiaba cuando no era para ella que su amante lucía tan hermosa, por ello Alice no lograba evitar sentirse un poco celosa de esa otra persona por convertirse en el motivo de las ocasiones especiales para la heredera del linaje. Por mucho que le doliera, los huecos que dejaba su relación secreta permitía que otros individuos ajenos a ello intervinieran, adueñándose del tiempo de Sharon cuantas veces lo dispusieran y esto enojaba a la castaña pero buscaba la manera de resistirlo, pues tal no se trataba de otra cosa que obligaciones. Sharon también se lo había repetido, aunque en ocasiones era tan desconfiada que no podía relajarse. Tal vez el atentado de Mad Hatter había activado un sentido de posesividad mayor sobre su amada.

De pronto un par de golpes llamaron a la puerta y del otro lado atravesó la voz de Reim solicitando permiso para entrar. Sharon terminó de arreglarse frente al espejo de cuerpo completo y se giró sin disimular su latente estado de alerta.

Alice se apartó del muro antes de colocarse frente a la puerta de entrada y aguardó por la indicación de su protegida para dejar entrar a su solicitante. La tercer dama Rainsworth afirmó con un ligero movimiento de cabeza y entonces Alice giró la perilla, preparada para lo que venía. Visualizaron la silueta de Reim tras la puerta como era lo esperado pero antes de que este siquiera osara cruzarla, alguien más se le adelantó empujándolo a un lado para cruzar el umbral y mostrarse a la vista de las dos damas, quienes miraron a la figura de pulcro traje blanco con atención. En respuesta, Alice sujetó el mango de su espada cuando una sonrisa se deslizó demencialmente sobre los labios del nuevo miembro de la guardia.