Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer.
La historia es mía y está protegida por Safecreative.
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Canción del Capítulo
"Sweet child O' mine" - "Guns n' Roses"
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Capítulo 9: Dulce Anne
—¡Jake, basta! —Bella lo reprendió en un violento, pero imperceptible susurro e ignorándolo por completo, irguió el cuello y se elevó en la punta de los pies, para ejecutar las apremiantes indicaciones de Madame Delacroix.
La ansiedad de Jacob a veces no tenía límites, ya que aquel puesto enfrentando a Isabella, por el otro lado de la viga de calentamiento, a diario le pertenecía a Riley, pero la necesidad por enterarse hasta el último pormenor acontecido en casa de «Ojos Verdes», lo llevó a hurtar el lugar. Riley por su parte, ocultando lo mejor que pudo el mismo interés, no tuvo más que conformarse con ubicarse junto a Demetri y Jasper en la barra siguiente.
Nuevas instrucciones llegaron a los oídos de Bella, pautas que más que ningún otro día, le costaba retener. Miró su postura en el gran espejo, dejándose llevar por las inspiradoras notas que procedían del piano de cola, interpretadas por la pianista que los acompañaba cada mañana en la parte más importante del día; el calentamiento de una hora y cuarto, donde los bailarines profesionales practican la técnica de sus elegantes movimientos y perfeccionan los que tienen más débiles.
Sin embargo para ella, esa mañana, todo era diferente.
Le era imposible liberar su mente y sumergirse en los agradables compases, logrando fundir las angelicales notas con cada músculo de su cuerpo y con certeza, el culpable de su inusitada distracción no era Jake, que con su brillante y anhelante mirada, le suplicaba que le farfullara cualquier nimiedad.
Cerró los ojos unos segundos, rindiendo sus sentidos y sus etéreos movimientos a las harmonías, acto en vano ya que cuando los abrió, todavía la distraía Alice delante de ella y todos sus compañeros de la compañía, que como un pequeño batallón, repetía al unísono la secuencia de pliés.
Tampoco ayudaba a mejorar su concentración, la sombría luz que se colaba por los redondos ventanales, que ensombrecían la amarillenta luz proveniente de las antiguas lámparas, que iluminaban la circular habitación. Y aunque quería erradicar el disperso comportamiento de su mente, sabía muy bien que le sería imposible, como también sabía el por qué.
Afuera, el cielo lloraba desconsolado, como la más triste de las despedidas. Fue en un efímero instante, como un insignificante suspiro, el firmamento que esa mañana era de un gris perlado, se tornó de un gris cetrino en cuanto su cínico y engreído jefe desapareció de su vista, y gruesos goterones comenzaron a caer sobre Anne y ella, como si fuesen lágrimas de anticipada añoranza.
«Edward», artículo en sus pensamientos, el nombre de aquel hombre exasperante y giró sobre su propio eje, para repetir la secuencia con las extremidades izquierdas.
Sí, por increíble que pareciera, su desagradable jefe era el culpable de su precaria concentración. Esa mañana, hasta el aire caliente y asfixiante de la tormenta, para Bella olía a Edward Cullen.
Las primeras notas del piano, en vez de darle la pauta para el primer ejercicio del día, le recordaron a Edward y como imaginó su masculina presencia tras el piano: su hermoso rostro atormentado, el broncíneo cabello convertido en un caos, sus prodigiosas y lindas manos interpretando cada melodía con tanto sentimiento; cada romántica nota que enloqueció el palpitar de su corazón.
Y aquel dulce y atrevido beso…
Sus sedosos y tibios labios sobre su piel, y los pocos segundos que estuvieron sobre ella que le supieron a miel… La deliciosa corriente eléctrica que despertó todas sus terminaciones nerviosas y el inclemente hormigueo, que se mantenía en la comisura de su boca, para recordarle que Edward estuvo tan cerca de besarla, tan cerca de robarle el aliento… Fugaz instante que quedó grabado a fuego en su mente y los tiernos besos de su novio, no fueron capaces de borrar.
Para Riley que estaba acostumbrado a ver a Bella, prácticamente los siete días de la semana, el día anterior fue largo y agónico sin su presencia, así que en cuanto la tuvo frente a sus ojos, la protegió dentro de sus brazos y la colmó de amorosos besos; besos que ella correspondió y, aunque tuvo la sensación que su cabeza estaba en otra parte, no quiso ahondar en el inquietante sentimiento.
Se había enamorado como un loco, tanto, que no podía decir con exactitud ni cómo ni el cuándo, pero la amaba y deseaba hacerla feliz por sobre todas las cosas. Isabella era un hueso duro de roer y el solo hecho de que haya aceptado ser su novia era una bendición, pero no tenía idea de cómo ganar su corazón.
Se esforzaba, aunque la mayoría de las veces sus nobles intenciones resultaban en vano, ya que cada vez que intentaba avanzar en su relación, Bella parecía agobiada. Como prueba fehaciente de ello, su férrea negativa a mudarse con él; Riley había visto la reticencia en sus achocolatados ojos y estaba desesperado de saber el por qué.
Para su mala fortuna, sus inseguridades aumentaron. Oír de la boca de un deslumbrado Jake, qué espécimen de hombre era el jefe de Bella, fue la gota que rebalsó el vaso.
Quiso reprocharle a Alice por mandar a vivir a su novia, a lo que él consideró, la boca del león. Atosigar a Jasper con preguntas que refutaran las palabras de Jacob y por sobre todo, la mirada cómplice que creyó ver entre ellos en el café, que le indicó que en aquel «maravilloso» ofrecimiento de trabajo, había segundas intenciones, unas que estaba seguro le perjudicarían; pese a eso, se mantuvo estoico y se mordió la lengua.
Las descripciones, «caliente como el infierno», «los ojos verdes más bellos que he visto», «es tan hermoso que duele», atormentaban sus pensamientos al saber que su novia viviría bajo el mismo techo de ese «peligroso» hombre soltero; ese hombre «caliente como el infierno», teniendo por las noches, a la preciosa chica solo para él.
Sus miedos, no eran injustificados, Riley estaba al tanto de la admiración que los hombres tenían por su novia. Él mismo había visto como caían encantados por sus dulces, decididos y profundos ojos castaños, sus largas pestañas y su hermosa sonrisa… ¡Qué decir de su cuerpo! Lo peor de todo es que Bella, ni siquiera era consciente de ello, por lo que no le extrañaría que a esa altura, Edward Cullen ya estuviese prendado de ella, aunque solo fuese en el sentido meramente sexual.
Suspiró aliviado al recordar que el adónico hermano de Alice, estaría lejos por dos semanas, catorce días que él aprovecharía para avanzar con su Bella; haría hasta lo imposible, para demostrarle cuánto la amaba.
«Estás paranoico», se reprochó comenzando a saltar en su puesto la nueva secuencia de movimientos, que consistía en una combinación de jetés. Le parecía absurdo tener tantos miedos infundados, ya que en concreto no tenía ningún motivo. Decidió olvidarlo para poder concentrarse en la clase, más tarde cuando lograra estar a solas con Isabella, se detendría a analizar sus aprensiones.
―No seas mala…―Jacob volvió a la carga susurrando entre dientes, mientras flexionaba las piernas ataviadas en una ajustada y negra malla.
Isabella lo ignoró, no así Madame Delacroix, ya que no era el primer ruego del joven que llegaba hasta sus agudos oídos. Silenciosa y letal, como una serpiente, se acercó hasta Jacob e inquirió―: ¿Algo interesante que quiera compartir con todos nosotros, Monsieur Black?
Jake tragó saliva.
―No, Madame ―musitó sumiso y de inmediato su desprolija ejecución mejoró; su postura se tornó regia y altiva.
―Bien…―la mujer lo rodeó para encararlo―, porque la próxima vez que lo escuche distrayendo a sus compañeros, le aseguro que si de mí depende, nunca obtendrá un papel mejor que el de una simple flor ―se volteó y observó al resto de los bailarines―. ¡Jóvenes, la advertencia va para todos! Afuera de este emblemático edificio, hay una enorme lista de personas soñando con pertenecer a esta compañía de ballet.
Estrictas y conocidas orientaciones fueron impartidas por parte de la implacable mujer, que continuó su paseo entre los bailarines y Bella, sin ningún remordimiento, le dio a su mejor amigo una mirada de «te lo mereces por cotilla». Jacob le sacó la lengua, indicativo de que no se daría por vencido y lo cierto es que no quería que lo hiciera. Tenía una necesidad imperiosa de hablar con él, de desahogar su alma de todos esos extraños sentimientos que le aprisionaban el pecho y parecían devorar sus pensamientos.
«¡Pero no lo harás! ―Se regañó así misma por querer hablar de esas nuevas e inquietantes sensaciones, que le parecían impropias―. ¡Tienes novio por el amor de Dios! ¡Solo estás así por culpa de Edward, que no es más que un estúpido exasperante!».
El calentamiento continuó con su habitual normalidad, hasta que Madame Delacroix ordenó ponerse las zapatillas de ballet, para comenzar con la práctica de centro; momento favorito de Bella, ya que trabajaban amplios pasos de desplazamiento, giros, piruetas y saltos. Los hombres —como de costumbre— trasladaron las vigas hacia un costado del salón, mientras las mujeres despejaban el piso de los bolsos y las botellas de agua.
Aunque Bella estaba molesta con Jake, tomó sus cosas del suelo y caminó junto a Alice al lugar habitual donde se preparaban, para la siguiente fase de la clase. Se sentó en el piso, sacó las puntas del bolso y cuando comenzaba a encintar sus dedos para calzárselas, una femenina voz llamó su atención:
—¿Isabella?
Bella levantó la vista para encontrarse con Tanya, regalándole una dulce sonrisa.
—Esfúmate, Tanya —gruñó Alice, sentada junto a Bella haciendo lo propio.
Bella miró a Alice, sorprendida. De todos los meses que llevaban siendo amigas, jamás vio que tratara a Tanya con tal violencia y, aunque sabía que la rubia no era de su agrado, por lo general la relación entre ellas era afectiva y cordial.
—Alice, no es necesario que seas tan desagradable ―dijo una ofendida Tanya.
—Oh, sí. Sabes que sí lo es —rebatió la muchacha, fulminando con sus ojos de gato a su «cuasi hermana», mientras Bella contemplaba su interacción con la boca abierta.
Las razones de Alice para el inusual comportamiento hacia Tanya, no era mera antipatía, tal cual lo había deducido Isabella, sino más bien, debido a los hechos acontecidos la noche anterior en mansión de los Cullen; hechos para los cuales el «supuesto» culpable, como siempre, fue Edward.
En cuanto Alice entró en el vestíbulo de la casa de sus padres, después de un día extenuante, su madre la confrontó enfurecida, fue tanta su molestia que incluso le tomó unos minutos entender de qué estaba hablando, hasta que entremedio de los sollozos, escuchó: «¡Dios mío! ¿Qué he hecho para merecer un hijo tan ingrato como el que tengo?».
Al oír la lastimosa frase, Alice lo comprendió todo.
Esme Cullen al igual que siempre, se las arregló de alguna forma para inmiscuirse en la vida de sus hijos, aunque estos constantemente la ignoraran, para evitarse dramas. Era evidente que ya estaba al tanto del despido de Zafrina y de la contratación de la nueva niñera; una que por supuesto ella no aprobaba, por no cumplir con los estándares necesarios, para cuidar de su preciada nieta.
A la hora de la cena todo fue un melodrama, reproches y más reproches…
«Mala hija», fue lo mínimo que Alice tuvo que escuchar, por haber ayudado a Edward a encontrar a esa «extraña» que cuidaría de Anne, cuando ella «sabía» que Esme tenía ese anhelo, además de ser la única persona apropiada para hacerlo. Recriminaciones para Carlisle, por no intervenir en las constantes decisiones erradas de sus mal criados hijos y llantos histéricos en contra de su primogénito, al tiempo que balbuceaba que no comprendía porque él no la quería y que otra vez, se iría de viaje sin siquiera despedirse.
Calumnias para las que Alice mantuvo silencio. Hace años que ya estaba acostumbrada a que si trataba de defender a Edward, sus palabras se las llevaría el viento.
Lo que no soportaba es que su padre, tampoco articulaba palabra, él solo se limitaba a callar y también a aguantar la sarta de infamias. Le era inconcebible su actitud pasiva frente a los infundados ataques hacia Edward, cuando Carlisle era consciente que lo único que él hizo, desde el momento en que supo que iba a ser padre, fue hacerse responsable de Anne; aunque fuese a su particular modo. Su hermano había sufrido mucho, no era correcto juzgarlo de forma tan injusta.
Como broche final para la desagradable cena, los elogios para Tanya…
Cinco molestos minutos que se centraron en lo buena, esforzada y agradecida que era la joven de reputación intachable, que nada tenía y sin embargo, no daba problemas, solo satisfacciones; todo lo contrario al par de ingratos que eran Edward y Alice.
Y ahora la «perfecta» Tanya, para agradecer la amorosa devoción hacia ella por parte de Esme, venía a transar con Bella para intentar que la muchacha transgrediera, la única regla que para Edward era inquebrantable, incuestionable e imperdonable; si es que se llegaba a pasar a llevar. He ahí, el origen de la rabia de Alice.
—No, no lo es —Tanya se defendió al verse pillada—, porque ni siquiera sabes lo que he venido a decir.
Alice rio con sarcasmo y alzó una de sus negras cejas desafiándola en silencio, «¿estás segura que no lo sé?», mientras Bella miraba su interacción, sin comprender la peculiar discusión. Decidió que lo mejor era intervenir, antes de que se sacaran los ojos, delante del pequeño público que comenzaba rodearlas, consistente en: Jake, Riley, Demetri, Jasper y Chelsea, la mejor amiga de Tanya.
—¿Puedo ayudarte en algo, Tanya? —preguntó con amabilidad, continuando con el encintado de los dedos de su pie derecho, antes de calzarse la punta.
—Claro —Tanya sonrió nerviosa—, de hecho vengo a ofrecerte un trato muy bueno… —Alice masculló algo inteligible e Isabella la miró incitándola a continuar—. Tía Esme…
—¡Oh, por el amor de Dios! —La interrumpió Alice, incapaz de contenerse.
—Alice, déjala continuar por favor.
La pequeña Cullen bufó.
—Como decía…—retomó Tanya Ignorando a Alice y jugueteando con las largas hebras de su coleta rubia—.Tía Esme, estaría encantada de ayudarte con el cuidado de Anne, como tú eres nueva y aun no sabes cómo lidiar con su caprichoso carácter, lo mejor para ella es que se quede en nuestra casa, hasta el domingo. Tío Carlisle pasará por Anne esta tarde, cuando termine su turno en el hospital.
En cuanto Tanya terminó de explicar el «conveniente trato», las advertencias de Edward hicieron eco en los pensamientos de Bella, tan gélidas y vehementes, como si él estuviese ahí para recordárselas: «Nunca debe dejar a solas a Marie Anne con mi madre, y cuando digo nunca es: ¡Nunca!».
Bella frunció el ceño, comenzaba a cabrearse con cada uno de los integrantes de la familia Cullen.
El primero de la lista por supuesto que era su jefe, por ser un hombre engreído y exasperante, que le mintió con descaro al haber pintado a Marie Anne como un ángel, cuando realmente era una pequeña malandrina. La segunda, su mejor amiga, que la instigó a aceptar el trabajo describiéndolo como el mejor del mundo y con excelentes condiciones laborares —aunque ese punto debía admitir que era cierto—, pero también engañándola al no advertirle sobre el carácter de Edward y describir a su sobrina, como quien no quiebra un vaso.
No es que le molestara que Annie fuera traviesa, era una niña, para Isabella era normal que lo fuese; de hecho aunque solo había compartido un día con ella, le pareció todo lo contrario y, con lo poco que observó de la relación existente entre padre e hija, se hacía una idea bastante clara del porqué de las tamañas fechorías.
Y ahora Tanya, con quien jamás interactuaba más allá del trato educado y formal, tildando a Anne de caprichosa y dándole irrevocables órdenes de parte de una señora que no conocía y además, le habían advertido, no debía obedecer.
«Tengo mi confianza depositada en usted Isabella, espero no me decepcione. —La aterciopelada voz de Edward de nuevo se hizo presente en sus pensamientos, a la vez que también lo hacía su honesta promesa—: No lo haré».
Sintió ganas de mandarlos a todos al quinto infierno. Llevaba solo un día en su nuevo trabajo y ya le estaban causando, todo tipo de problemas; no obstante, no les daría el gusto de demostrarles, lo abrumada que estaba por culpa de todos ellos. Sería inflexible tal y como se lo prometió a Edward.
Indiferente ante la petición de la rubia, Isabella continuó preparando sus pies para bailar, cubrió todos los dedos su pie derecho con una mullida gasa, se calzó la zapatilla de ballet y, esperanzada en que su respuesta fuese lo suficiente buena, como para que la dejaran de acosar, dijo:
—Tanya, dile a la señora Cullen de mi parte, que le agradezco su amabilidad y que lo lamento, porque Annie no irá con su abuelo esta tarde, ni ninguno de los siguientes días, mientras su padre esté en Las Vegas.
—¿Qué? —cuestionó Tanya pestañeando sorprendida por la respuesta, preguntándose si esa chica con la que hablaba, era la amable Isabella.
El improvisado público miraba de una a otra mujer, como en un partido de tenis y comenzaba a murmurar cosas. La frase más clara fue proveniente de Jacob, que articuló con descaro «en tu cara».
Bella los ignoró, con rapidez repitió el mismo cuidado para su pie izquierdo, y prosiguió—: Además ella debe comprender, que no recibo órdenes de nadie más que no sea Edward; porque él, es mi único jefe.
La boca de Alice, se abrió hasta el piso.
De todas las niñeras que había tenido Anne, jamás vio a ninguna, defender a su insoportable hermano con tal convicción. Era impresionante, los ojos de Bella brillaban como dos orbes de fuego, con solo mencionar su nombre; un mundo de diferencia con todas las anteriores que, por muy guapo que lo encontraron, en su mayoría lo odiaron.
Quiso abrazarla, agradecerle y saltar de alegría, pero era muy pronto para hacer conjeturas, así que se conformó con regocijarse en su interior que sus teorías —desde que conoció a Isabella—, eran ciertas. Ella era la mujer perfecta para Edward, porque era un calco de todo lo que él alguna vez fue y, si todo resultaba como esperaba, ella traería al viejo Edward de vuelta.
—Isabella —balbuceó Tanya, interrumpiendo las cavilaciones de Alice—, creo que me has entendido mal… —las palabras salieron con dificultad de su boca, ya que jamás esperó un rechazo tan contundente, como el que estaba obteniendo—, lo que tía Esme quiere…
—Tanya, no me interesa lo que tu tía Esme quiere —Bella la cortó mientras terminaba de anudarse la punta izquierda, una vez que estuvo lista, se puso de pie y la enfrentó—. A mí lo único que me importa es lo que Edward quiere y eso es, visitas supervisadas, bajo mí consentimiento. Si la señora Cullen desea ver a Annie, debe llamarme para ponernos de acuerdo, si la quiere visitar en casa o llevarla de paseo, siempre y cuando yo esté presente; de preferencia el sábado por la tarde, porque para el domingo, ya tenemos planes.
—¿Tenemos planes para el domingo? —Jacob soltó como siempre sin filtro y por supuesto que incluyéndose, en lo que quisiera hacer su amiga.
—El domingo iremos a Disney. ¿Recuerdas, Jakie?
Bella le advirtió con los ojos, que no la fuera a echar al agua de la idea no consultada y que se edificó en su mente esa mañana, cuando vio que Anne abrazaba con toda sus fuerzas al peluche de la Bestia; estaba convencida que una visita al parque temático la haría feliz y ayudaría en parte, a que extrañara un poco menos a Edward.
—¡Oh, cierto! ¡Muero por conocer el castillo de La Bella Durmiente!
—¡Yo también! —Lo secundó Demetri y todos los chicos rieron.
—Tanya, eres bienvenida a acompañarnos si quieres.
—¡No! —soltó Alice sin darse cuenta que el tono de voz de Bella era todo menos de bienvenida, pero no alcanzó a decir nada más, ya que Jasper la tomó del brazo y la jaló a un costado, para que no continuara discutiendo con su casi hermana.
—Me encantaría —Tanya contestó cortés e ignorando el repudio de Alice—, pero para el domingo ya tengo planes, gracias.
Sin decir más y bastante consternada, se retiró seguida de Chelsea, meditando en qué le diría a Esme. Sabía que ella no aceptaría un no por respuesta, aunque después de lo acontecido, dudaba que Bella sedería a sus encantos.
—¿Así que el domingo iremos a Disney? —Coqueto ronroneó Riley al oído de su novia, abrazándola por detrás y rodeando con los brazos, su estrecha cintura.
Bella asintió rendida a las amorosas muestras de cariño y rio gracias a las cosquillas que le hicieron los labios de Riley, cuando este escondió el rostro en la curva de su cuello, para depositar un dulce beso.
—Puedes quedarte solo en tu departamento acompañado de tus plantas, si te parece un paseo infantil.
—Iré a cualquier parte que te haga feliz —dijo él, como siempre dispuesto a complacerla.
—No me harás feliz a mí, haremos feliz a Annie.
Aunque la verdad es que Isabella, también sería inmensamente feliz.
Cuando era pequeña, jamás pudo permitirse aquel idílico paseo con el que sueñan todas las niñas, ya que era bastante caro como para que su madre pudiera costearlo; ahora la realidad era otra, abismalmente otra… Aún tenía guardado el dinero con el que pensaba mantenerse por las siguientes dos semanas, ahorros que ya no necesitaba gastar más que en algún mísero capricho o aún mejor, despilfarrarlo más que encantada en un lindo paseo junto a la pequeña malandrina de ojos verdes, que le robó el corazón.
Los aplausos de Madame Delacroix llamaron la atención de los bailarines, quienes de inmediato como obedientes soldados, comenzaron a seguir las instrucciones al son del piano; les esperaba una ardua jornada, más tarde tendrían tiempo para ponerse al día.
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—Te extrañé tanto —dijo Riley abrazando a Bella contra su pecho con todas sus fuerzas.
—Eres un exagerado —ella rio de su ternura—, solo fue un día.
—Un eterno y largo día… ―Riley suspiró y enterró su rostro en el cabello de Bella.
Cuando llegó la única hora de descanso de la ardua jornada —periodo que los bailarines aprovechaban para repasar sus clases, chequear las que venían y comer algo—, Riley arrastró entre risas a Bella por los pasillos internos de la ópera, deseaba estar a solas con su novia, necesitaban conversar y rodeados de todos sus chismosos amigos, y del adorable pero impertinente Jake, sería imposible.
Lo cierto es que quería detalles de lo que pasó con el hermano de Alice, sin tener que escuchar que el hombre en cuestión, era más guapo que un modelo de Dior. Sí, estaba preocupado, también algo celoso y le parecía absurdo estarlo de alguien que Bella apenas conocía, pero no lo podía evitar.
―Entonces…―dijo tomando a Bella por la cintura y sentándola en el tocador del camerino donde estaban escondidos―, ¿todo bien con el trabajo?
Las comisuras de los labios de la bailarina de inmediato se elevaron al recordar a Anne.
―¿Curioso, señor Biers? ―preguntó coqueta y rodeó el cuello del joven con ambos brazos, él se acomodó entremedio de sus piernas.
―Solo quiero saber que vas a estar bien ―aseguró en tono protector, con sus labios casi encima de los de ella.
―Tranquilo, todo está bien. Es tal como Alice dijo, incluso algo mejor, la niña es adorable.
«Aunque no puedo decir lo mismo del padre», pensó Bella, no queriendo revelar mayores detalles.
Pero, ¿qué detalles podría darle? o ¿cómo explicarle a Riley que estaba feliz con el trabajo, pero a la vez estaba furiosa con los mentirosos hermanos Cullen? E incompresiblemente, ¿no estaba del todo molesta con Edward, porque empatizaba con sus razones?
Si las fechorías de Marie Anne no tenían límite, era obvio que una larga lista de niñeras había pasado por la casa y por supuesto, que esa lista no era infinita. Lo más probable es que a Edward se le hayan agotado las opciones y por ese motivo, Alice recurrió a ella. Lo imaginó desesperado, necesitando viajar por trabajo, sin tener a nadie idóneo para confiarle a su pequeña hija.
Que fuese padre soltero le producía infinita ternura; Alice, era otro tema.
Temprano por la mañana en cuanto entró al Porsche amarillo de su amiga, y antes de que ella comenzara a atosigarla con preguntas ―información que podía sonsacarle a Edward―, la increpó por coaccionarla a aceptar un trabajo mediante engaños. Bella no era capaz de tolerar la falta de sinceridad.
Decir que Alice estaba sorprendida por la información que manejaba era poco, ya que podía jurar que no la obtuvo de su hermano. Tal vez Isabella recordó la conversación que sostuvo con Edward hace dos días, cuando estaban en el café y le ofreció el puesto, aunque lo desestimaba, ella estaba demasiado distraída por culpa de Jake para hacerlo. Entonces quiso preguntarle cómo, pero al verla tan enfurecida prefirió no echarle más leña al fuego y solo se limitó a defenderse, argumentando que ella conocía tan bien a su sobrina que siempre supo que Anne la iba a amar; excusa que a Bella le pareció completamente absurda.
Luego quiso alivianar el tema o más bien ablandarla con un «¿puedes decir que no es un encanto?». Premisa que Bella no pudo rebatir, pero tampoco le dio el gusto de aceptar; su respuesta fue guardar silencio y mirar el camino a través de la ventana.
«No le diré nada ―reflexionó reafirmando su decisión―. ¿Para qué alarmarlo por algo que ya sucedió?».
Riley contempló el intenso brillo en los achocolatados ojos de su novia y se preguntó qué estaría pensando, la conocía, tenía esa mirada que le decía que aquella información ―al igual que siempre―, no la compartiría con él. Frustrado ya que nunca lograba llegar a su corazón, prefirió continuar la conversación―: ¿Tan adorable que nuestro día libre, lo pasaremos en Disney?
―Bueno, de todos modos no me puedes visitar y recuerda que Edward no está. No es como si pudiese dejarla sola, ¿verdad? Además, Annie estaba muy triste esta mañana, será una sorpresa, quiero verla feliz.
A Riley le sorprendió lo comprometida que Bella estaba con la niña, sobre todo porque solo llevaba un día de trabajo, aunque si lo analizaba mejor, no le extrañaba, así era su novia, apasionada para todas las cosas que hacía. Orgulloso, sus labios buscaron los de ella y se fundieron en un tierno beso, beso que poco a poco comenzó a subir de intensidad. Las manos de Riley que acariciaban la cintura de la muchacha, se desplazaron hacia su espalda para estrecharla hacia él y su lengua, que con dulzura acariciaba a la de ella, se volvió codiciosa y demandante.
La temperatura comenzaba a subir dentro de la habitación, pero algo hizo clic dentro de la cabeza de Riley, que provocó que se separara abruptamente de Bella e incrédulo preguntó―: ¡¿No puedo visitarte?!
―No… ―susurró ella azorada y agradecida de la interrupción.
Sus caricias se volvían ardientes y aun no se sentía preparada para pasar al siguiente nivel en la relación.
―¿Por qué? ―inquirió el joven frunciendo sus trigueñas cejas.
Bella puso los ojos en blanco, se encogió de hombros y restándole importancia dijo―: Reglas del trabajo.
―No me gustan esas reglas… ¿Por cuánto tiempo estará fuera el hermano de Alice? ―Quería cerciorarse de lo que ya sabía.
―Dos semanas.
Riley asintió rendido, las dos semanas le parecieron interminables, comenzaba a entrar en conflicto. Quería que Edward volviera, para poder pasar los fines de semanas a solas con Bella y a la vez, quería que se quedara para siempre a miles de kilómetros de su novia. Una inquietante corazonada le decía que esa absurda regla de no visitas, era para tener a la hermosa chica solo para él.
Los celos comenzaron a crecer en su corazón, por lo que sin poderse contener soltó―: ¿Cómo es?
―¿Cómo es quién?
Bella contra preguntó como si no se diera cuenta a quién se refería, no tenía ganas de recordar a Edward, había luchado toda la mañana por eliminar de su mente el atrevido beso y le costó mucho trabajo. Lo único que le ayudó a que perdiera significado, fue el desagradable recuerdo de él y su boca sucia, tratando a su amante como si fuera una basura.
«¡Estúpido mujeriego! ―Pensó y una clara imagen de Edward haciendo «de todo» pasó por su mente, asumiendo las infinitas posibilidades de obtener mujeres con facilidad en Las Vegas―. ¡Argh!».
―El hermano de Alice ―insistió Riley.
―Ah, Edward…―dijo Bella, restándole la importancia que para ella comenzaba a tener―. ¿Serio? ¿Estirado? No sé, no lo conozco y en verdad no me importa, yo cuido a su hija y él es mi jefe, punto.
Riley frunció los labios no conforme con la respuesta, quería más detalles, no solo quedarse con las alucinadas descripciones de Jake; deseaba observar las facciones de su novia cuando se refiriera a Edward y para Bella, no pasó inadvertida la disconformidad de él al oír su respuesta.
Decidió que lo mejor era cambiar de tema, comenzaba a sentirse cansada, Edward Cullen llevaba un día siendo parte de su vida y ya tenía su mundo de cabeza, necesitaba volver a su centro. Alejándose a terrenos menos escabrosos, Bella acarició el cabello color miel de su novio y preguntó―: ¿Ya elegiste para qué obra aplicarás?
El efecto fue el esperado, Riley se dejó querer mientras pensaba su respuesta, así como también, lo hizo Isabella.
Tres obras nuevas comenzaban a preparar en la compañía. Esa mañana al terminar la clase de calentamiento, Madame Delacroix les comunicó la noticia; muchos papeles que llenar y como siempre, pocos cupos para bailarines principales y solistas. Era todo un desafío, uno que debía analizar y para el cual se debía mentalizar, por eso es que no había pensado en ello en toda la mañana; no quería distraerse más de lo que ya estaba de sus lecciones.
―No lo sé ―dijo Riley con sinceridad―. Debo pensarlo mejor… Estoy entre Manon y el Lago de los cisnes, ¿y tú?
―Prefiero los clásicos ―dijo descartando a Manon que era un ballet contemporáneo―. La Bella Durmiente es una hermosa obra, pero la verdad me gustaría ser Odette.
Bella suspiró con añoranza.
El papel protagónico del Lago de los Cisnes era lo que más deseaba, era su sueño, pero lo más probable es que el papel fuese adjudicado a Alice, ella era una de las bailarinas principales junto con Jasper y Bella, solo una estudiante de intercambio, luchando por ganarse un puesto estable en la compañía; aunque no se podía quejar, era una de las solistas.
―Serías un hermoso, atormentado y demente cisne negro ―bromeó Riley, haciendo alusión a la homónima película.
Bella hizo un gesto de desagrado para el afamado filme, pero no popular en el mundo de la danza. Todos los clichés con respecto a lo que sufren las bailarinas, estaban ahí plasmados. Era cierto que la vida que había elegido llevar era de esfuerzo y disciplina, muchas veces de dolor físico, pero le parecía absurdo que le gente creyera las blasfemias que ahí se mostraban, como que para obtener la gloria, debes ser una bailarina desequilibrada mental y con serios desórdenes alimenticios. Era imperioso mantenerse sano tanto física como mentalmente, para poder resistir tantas horas de extenuante ejercicio.
―¿Quieres que me vuelva loca?
―Sí, quiero que te vuelvas loca, pero loca de amor por mí ―dijo Riley y unió sus labios en un apasionado beso.
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Por la tarde Alice y Bella, agotadas y famélicas, atravesaron el umbral de la puerta de entrada de la opulenta casa de Edward.
―En serio, Alice…―insistió Bella―, no es necesario que te quedes con nosotras, debiste aceptar la invitación de Jasper para ir al cine.
―El punto mi querida amiga, es que todos podríamos haber tenido una buena sesión de cine en esta misma casa, hasta que tú dijiste que no.
Bella bufó frustrada, descolgó la mochila que llevaba en sus hombros, la dejó encima de una de las sillas Luis XV del vestíbulo y molesta se giró para encararla.
―Alice, ¿qué parte de «tengo que trabajar», es la que no comprendes?
—Y tú, ¿qué parte no entendiste, que es solo un trabajo de «compañía»?
—¡Pero qué insistente eres! Bien sabes cómo es tu hermano. Me dejó bien claro antes de irse, que no quería ver a Riley dentro de la casa…
Las absurdas conjeturas de Edward, con ella protagonizando escenas impúdicas en su living vinieron a su mente, lo que le hizo preguntarse qué opinaría el idiota de su jefe sobre su próximo paseo. Aunque eso era algo distinto. Después de todo, Edward había dicho que no quería ver a su novio y a Jake dentro de la casa, no fuera de esta, así que técnicamente no estaba desobedeciendo ninguna regla.
«Y si le molesta, se puede ir al infierno», articuló en su mente con ganas de decírselo en su cara.
―Bella ―presionó Alice―, poco me importa lo que opine Edward. Si se enoja, peor para él.
Y era cierto, poco le importaba lo que dijera su hermano mayor al respecto, Alice no podía encontrar más ridículas todas las reglas autoimpuestas, con las cuales se sometía a vivir. Esperaba sacarlo de sus casillas para que comenzara a reaccionar de la forma que fuera y esa invitación, le parecía una idea perfecta.
«Esta mañana, había algo distinto en su voz…», reflexionó al recordar que Edward la llamó para regañarla y terminaron discutiendo. Él la acusó de instigar a su hija a resaltar sus casi nulas cualidades frente a Isabella y Alice lo admitió sin vergüenza: «Sí, lo hice y lo haría mil veces más». Le era inconcebible que su hermano se auto-despreciara de tal forma y que no se valorara, como el hombre extraordinario que era.
Por lo demás, no le veía la gravedad al asunto.
Marie Anne lo tomó como un juego, ni siquiera se percató de las intenciones ocultas que había detrás de todo eso y, si volvía a precisar de la ayuda de la pequeña, no dudaría en pedírselo de nuevo. Lucharía contra viento y marea para que Bella se enamorara de su hermano y, haría hasta lo imposible para que ella viera el tierno hombre, que estaba oculto detrás de esa máscara de frialdad.
Edward podía continuar gruñendo y renegando, Alice no se daría por vencida, menos ahora que gracias a algún designio del destino o que los astros se confabularon a su favor, estaba ahí la oportunidad que tanto buscó. Isabella y Edward al fin se habían conocido y fuera de todo pronóstico, la situación se dio mucho mejor de lo que ella jamás soñó; con Bella viviendo bajo el mismo techo que su hermano.
―¡Oh, por el amor de Dios! Poco te importa a ti, pero a…―gruñó Bella, pero sus exasperadas palabras se apagaron, cuando vio que Claire entraba en la estancia.
―Buenas tardes, señorita Alice ―saludó la mujer haciendo una educada venia―. Señorita Isabella.
―Buenas tardes, Claire ―contestaron ambas y Bella rodó los ojos para el señorita.
―¿Tuvieron un buen día? ―preguntó estirando las arrugas inexistentes de su traje azul de dos piezas.
―Agotador, pero bien, muchas gracias. ¿Y usted? ―preguntó Bella, aunque en verdad quería preguntar cómo se había portado Marie Anne.
Se contuvo, ya que le pareció estar imitando el cansino comportamiento de Edward, pero le fue inevitable no pensarlo, habiéndose enterado del enorme prontuario de la pequeña.
―Tranquilo. ¿Se queda a dormir esta noche, señorita Cullen?
―Esta noche y creo que… por todo el periodo que no esté Edward.
Al oír la respuesta, los labios de Claire formaron una amistosa y clara sonrisa, para Bella fue evidente el aprecio que la mujer sentía por ella.
―¿Les puedo ayudar con sus bolsos? ―ofreció solícita.
Alice de inmediato le pasó el suyo en cambio Bella, dijo―: No es necesario, muchas gracias, Claire. Yo me encargaré de mis cosas, después de que vea a Annie. ¿Dónde está?
―En la piscina con la profesora de natación, Mademoiselle Weber ―informó tomando el bolso de Alice―. Bien, cualquier cosa que necesiten ya saben dónde encontrarme. La cena estará servida a la hora de siempre.
Y desapareció por el pasillo en dirección a la cocina.
―Voy a buscar a Annie ―anunció Bella, dando un par de pasos en dirección a la escalera―, quiero saber cómo está y si tiene deberes para mañana. Tú, has lo que quieras, porque eres una mala amiga y no te quiero junto a mí.
Ansiosa por ver a Marie Anne y por no escuchar un segundo más sobre reuniones sociales y sesiones de cine, Isabella se encaminó hacia la piscina, pero no alcanzó a bajar el primer escalón, cuando Alice soltó―: ¿Deberes?
Bella se detuvo en seco, se volteó y con sus castaños ojos en llamas, contempló a su amiga exigiendo una explicación. A su vez, Alice la miró entretenida, pensando en que con esa información, se armaría la tercera guerra mundial entre Bella y Edward. Agradeció mentalmente la cobardía de su hermano, al no contarle.
―¿No te dijo Edward que Anne se ganó dos días de suspensión, por la pelea que tuvo con Kim Newton? El viernes vuelve a clases.
Bella sintió como el mundo a su alrededor, se volvía de color carmesí.
«¡Maldito, mentiroso y estúpido hombre!», es lo que se contuvo de gritar, al tiempo que las palabras tronaron en su mente.
―¿Bella? ―Alice la llamó con tono inocente, porque la verdad es que quería que ella y Edward discutieran; le parecía una manera genial para que comenzaran a conocerse.
«Nada malo pasará», reflexionó con tranquilidad, ya que sabía que Isabella no renunciaría al trabajo debido a su promesa y que Edward, no la despediría porque la necesitaba tanto, como el aire para respirar. Por supuesto que la pequeña Cullen ignoraba que desde el primer encuentro de la pareja, estallaban rayos y centellas; refulgentes chispas, que continuarían siendo testigos de cada una de sus peculiares batallas.
―¿Sabes qué Alice? ―Isabella siseó con los dientes apretados―. Por tu bien y por el de tu hermano, no digas nada. Absolutamente. Nada.
Bella se lanzó escaleras abajo, haciendo profundas respiraciones y largas exhalaciones, necesitaba estar calmada cuando llegara al subterráneo, no quería que la pequeña la viera furiosa, ella no tenía la culpa de que su padre fuera un mentiroso; más tarde, buscaría la forma de encargarse de Edward Cullen. Porque era un hecho, aunque miles de kilómetros los separaban, no se quedaría callada. ¿No le había gustado llamarla «señorita lo discuto todo»? Ella le daría señorita lo discuto todo y más.
Por lo pronto, lo importante era preocuparse de Anne.
«¿Estará igual de triste que en la mañana?», especuló acongojada, rememorando su verde mirada, embargada de profunda soledad y tristeza.
Cuando Bella entró al sector de la piscina, sus aprensiones se calmaron y la ira que recorría sus venas, se transformó en inconmensurable ternura en cuanto sus ojos encontraron a Anne. Su largo y rubio cabello estaba cubierto por una gorra de baño y llevaba un traje de baño de una pieza de color lila, al contrario del día anterior que había usado un bikini rosado lleno de florecitas. Junto a su profesora, hacía elongaciones en la parte baja de piscina.
Sonrió, era imposible no hacerlo.
Caminó por el borde de la piscina, tomó una toalla y se acercó hasta donde estaban ambas chicas.
―¡Bella! ―gritó Anne cuando vio a la muchacha, salió de la piscina y corrió hacia ella.
―¡No corras por la orilla de la piscina, Anne! ―advirtió la profesora preocupada de que resbalara, pero ya era tarde, el pequeño y empapado cuerpo de la niña, colisionó con fuerza contra el de su niñera.
Isabella, encantada y algo sorprendida por la efusiva bienvenida, la acogió dentro de sus brazos sin importarle que la pequeña estuviese estilando agua. Desplegó la mullida y suave toalla, y envolvió a Anne con ella.
―Hola, cariño ―Bella depositó un tierno beso en cada una de sus mejillas sujetando su rostro con una de sus manos―. ¿Has tenido un buen día?
Annie asintió con frenesí y le regaló una amplia sonrisa, permitiendo que Isabella viera el espacio del diente central que le faltaba.
«Adorable», pensó.
―Muy bueno. En la mañana, Kate me enseñó como tomar un avión ―Anne informó entusiasmada.
―No me digas y ¿se puede saber a dónde iba ese avión? ―preguntó Bella, comenzando a secar con delicadeza el hermoso rostro de la niña.
―A donde fue mi papi…a Las…―Annie frunció el ceño intentando recordar.
―…Vegas.
Bella terminó la frase por Marie Anne con el corazón apretado, dándose cuenta que aunque Edward no estaba, ella intentaba de cualquier modo tenerlo presente, aunque fuese por una mera clase de inglés; una que le enseñó como tomar un avión, pero no a cualquier lugar del mundo, sino donde ella sabía que estaba su padre.
―Sí, eso.
―¿Y Kate te contó algo más sobre Las Vegas?
―Sí, que es un lugar muy bonito y con muchas luces de colores.
Bella sonrió con nostalgia.
Así le pareció a ella cuando tenía diez años y sus infantiles e inocentes ojos, vieron por primera vez la ciudad: «Un lugar muy bonito, alegre y con muchas luces de colores». En ese entonces para Isabella, después de haber vivido años de abusos, Las Vegas fue un desértico cielo multicolor.
―¿Y te gustaría saber más de ella? ―curioseó la muchacha casi segura de obtener una respuesta afirmativa, dándose cuenta de que cualquier cosa con que pudiese mantener el lazo con su padre, Anne la aceptaría, ese era su centro, lo que la hacía feliz.
―Sí.
Bella quitó la gorra de baño de la cabeza de Anne, el hermoso pelo rubio con destellos cobrizos cayó en delicadas ondas, puso su rostro a la altura del de la pequeña y mirándola directo a los ojos, le dijo en tono cómplice―: Tengo que contarte un secreto…
Los ojos verdes de Anne se abrieron enormes y Bella de reojo vio como la profesora salía de la piscina, para también comenzar a secarse, sin dejar de observar la conversación que mantenía con la niña.
―Yo, soy de Las Vegas.
―¿En serio? ―musitó Annie imitando el mismo tono, sus ojos se abrieron aún más grandes.
―Sip ―asintió Isabella recalcando la «p» y regalándole una enorme sonrisa.
―¿Me puedes contar más?
―¿Te gustaría como cuento de buenas noches?
―¡Sí! ―aceptó Annie dando saltitos de felicidad.
―Así que tú eres la famosa, Bella ―dijo la profesora llegando hasta ellas.
―¡¿Famosa?!
―Es que desde que llegué, esta pequeña no ha parado de hablar de ti.
―Oh… Espero que cosas buenas… ―musitó Bella, algo avergonzada.
―¡Muy buenas! ―Anne se apresuró en contestar antes que su profesora―. ¡Le conté que eres Belle!
Ambas mujeres rieron enternecidas, gracias al encantador ímpetu de la niña.
―Por cierto ―dijo la chica morena y de rostro afable, extendiéndole una mano a modo de saludo―. Soy Angela Weber, la profesora de natación de esta traviesa, gusto en conocerte.
―Isabella Swan, la nueva niñera de esta adorable traviesa ―corrigió Bella, tomando la mano que la muchacha le ofrecía―. El gusto es mío.
―Angela me está enseñando a nadar por debajo del agua, porque dice que ahora puedo, porque soy una niña más grande ―Anne habló de corrido y apenas tomando aire para respirar.
―¡Guau! ¿Ahora serás Tiburoncín? ―Bella jugó con Anne, haciendo alusión a la película Buscando a Nemo y con el dedo índice, tocó la punta de su nariz.
―¡Sí! ―exclamó Annie desbordante de felicidad y encantada al ver que su niñera, también sabía sobre otra de sus películas favoritas; luego, mirándola con ojitos suplicantes e ilusionados, pidió―: Bella, ¿podemos llamar a papi para contarle que ya soy una niña más grande?
Bella comprobó la hora en su reloj de pulsera, eran las seis treinta, si el avión que llevaría a Edward a los Estados Unidos había despegado a tiempo, recién llevaría ocho horas de viaje, como mínimo le faltaban siete horas más para llegar a su destino.
―Lo siento, cariño ―Bella acarició el largo y suave cabello de Anne―. Las Vegas está muy lejos, papi tiene que cruzar todo un océano para llegar, por eso es que aún faltan muchas horas para que lo podamos llamar, pero te prometo que mañana en la mañana, lo haremos.
«Encantada lo despertaré ―pensó Bella con maldad y escondiendo una sonrisa, calculando que en Las Vegas sería alrededor de la medianoche―. Es lo mínimo que se merece por mentiroso».
―¿Por qué mejor no vas a quitarte ese traje de baño mojado y a bañarte? En seguida estoy contigo.
―Está bien ―la pequeña aceptó sin discutir, se soltó de los brazos de Bella, se acercó a Angela le dio un beso en la mejilla como despedida y dijo―: Good bye, Angie!
Y corriendo despareció por el umbral de la puerta, en rumbo al segundo piso.
―¿Pasa algo? ―inquirió Bella al ver que la profesora la miraba fijamente, quizá ahora que Anne ya no estaba, le iba a informar sobre alguna diablura cometida por la malandrina.
―Nada, tranquila, es solo que… Espero no te ofendas Bella, pero eres muy diferente a las demás niñeras. No en un mal sentido, por supuesto.
Bella la miró sin comprender, si eso que acababa de escuchar era un halago.
―¿A qué te refieres?
―Olvídalo ―Angela negó con la cabeza y sonrió―. Supongo que nada es previsible con Edward…
El tono de voz de la profesora de natación, para referirse al arquitecto fue cálido y a Bella no le pasó desapercibido que ella, no lo llamó señor Cullen. Aquello la animó a preguntar―: ¿Lo conoces hace tiempo?
―¡Toneladas! Fuimos compañeros toda la vida… Bueno, al menos hasta que sus padres, tomaron la inexplicable determinación de enviarlo a ese costoso internado.
«¡¿Internado?! ―Se cuestionó Bella aterrorizada―. Jamás enviaría un hijo a internado, por muy prestigioso que este sea», reprochó en su mente, el acto le parecía una abominación.
―Fue una pena, después de su paso por Ècole des Roches, Edward cambió mucho.
―¿A qué te refieres?
―Mmm… ¿cómo explicarlo? ―Angela pensó unos segundos―. Edward antes era menos…
―¿Idiota? ―soltó Isabella sin pensar y de inmediato tapó su boca con ambas manos, al darse cuenta de su exabrupto.
Angela rio a carcajadas.
―Bella, yo no lo podría haber descrito mejor ―sus ojos se tornaron nostálgicos y suspiró, era evidente que había recordado algo que no revelaría―. Solo te diré que quizá en apariencia Edward es un hombre muy frío, desagradable y gruñón, pero es un buen padre. Hace dos años, cuando él y su hija llegaron a vivir a esta casa, me llamó desesperado para que le hiciera clases de natación a Anne, parecía que le iba a dar un infarto de solo imaginar que la pequeña se podía ahogar en la piscina, mientras él estaba en el trabajo. Edward es un hombre bastante aprensivo.
Bella reflexionó sobre la particular obsesión de Edward. Esa que postulaba que Anne, era solo su responsabilidad y la anormal aversión a que la cuidara cualquier integrante de su familia que no fuera Alice; al punto, que prefería contratar mujeres extrañas para que se encargaran de ella, cuando él no estaba presente.
―Créeme, ya me he dado cuenta…
―Bueno ―dijo Angela tomando un bolso que descansaba sobre las blancas reposeras y se lo colgó al hombro―. Voy a cambiarme de ropa, se me hace tarde y mi novio ya debe estar esperándome afuera. Gusto en conocerte Bella y hasta el próximo miércoles.
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Decir que Bella iba contrariada escaleras arriba, era poco. Cada nuevo detalle de la vida de Edward le consternaba más y asegurar que le ayudaban para ir descifrando el enigma, sería una exageración, ya que era todo lo contrario. Una nueva pieza, solo le servía para agrandar el rompecabezas; que ya le parecía que se convertía, en esos que sobrepasaban las tres mil.
«¿Qué habrá hecho tan grave para que lo mandaran a un internado?», se preguntó sin poder convencerse de la información entregada por Angela, ya que esa era la única explicación que Bella encontraba, para enviar a un hijo a un lugar tan terrible.
—Ninguna razón es tan poderosa o suficiente ―reflexionó en voz alta cuando llegó al recibidor, reprochando la decisión de los padres de Edward.
Tomó su mochila y continuó el camino hacia el segundo piso. De pronto esa misma reflexión, se convirtió en una luz de alerta, cuando reparó en un importante hecho que hasta ese momento, había pasado por alto.
«O una razón tan poderosa como ser padre adolescente… ¿Será eso lo que habrá pasado? —Los cálculos matemáticos comenzaron a trabajar en su cabeza. Según la edad que tenía Anne y la que tenía Edward, deducía que lo más probable es que la pequeña, haya nacido el último año de la secundaria de su papá—. ¿Lo habrán castigado por ese motivo?», lucubró relacionando el acontecimiento, a la antipatía que Edward sentía por sus progenitores. Pero lo cierto, es que Isabella de tanto especular, comenzaba a alejarse de la verdad. Una que para Edward fue dura, una que en parte todavía ignoraba y tarde o temprano, fuese cruel o no, tendría que afrontar.
Al llegar a la puerta de Anne, sus inquietudes se transformaron en preocupación, una que por el minuto era muchísimo más importante. ¿Cómo iría con tranquilidad a sus clases, sabiendo que al día siguiente la niña se quedaría sola? Bueno, técnicamente no lo estaría, Claire, Rebecca y Rachel la cuidarían, pero la casa era en demasía grande y con muchas responsabilidades que cumplir para que además, tuvieran que preocuparse por ella.
«La llevaré conmigo —decidió irrevocable, recordando que había bailarinas que eran madres y cuando tuvieron un problema en casa, nos les quedó otra posibilidad que ir a trabajo acompañadas de sus niños; no fue algo normal, pero sí aceptable—. Solo espero que se porte bien».
Tocó tres veces la blanca madera, al no recibir respuesta decidió entrar. Una vez dentro, escuchó agua correr proveniente del baño. Sonrió enternecida, para su edad, Anne era una niña muy independiente.
Le pidió permiso para entrar al baño, recordando las instrucciones de Edward, que solo debía vigilarla y ayudarla en caso que ella lo requiriera, siempre respetando su privacidad y eso fue lo que hizo. La esperó mientras se bañaba y disfrutando del delicioso olor a vainilla que provenía de dentro de la ducha, repitió al pie de la letra las palabras del padre, recordándole que tenía que lavarse detrás de las orejas y también «otras partes». Un sentimiento de ternura y admiración la invadió, eso mismo que ella estaba haciendo, para un hombre, no debía ser fácil.
Una vez terminado el baño, esperó fuera de este para que Anne se secara y se pusiera su pijama de ositos, luego Bella la mimó, secando y peinando su largo cabello. Cuando estuvo lista, Annie le propuso que ella hiciera lo mismo, así que sin dudarlo la complació.
Marie Anne, también esperó a que Isabella se bañara, mientras lo hacía de igual forma le recordó, que debía lavarse detrás de la orejas. Una vez que Bella, estuvo lista y con el pijama puesto, le permitió a la pequeña secar su cabello, claro que el de ella, terminó lleno de brillantinas y listones.
De la mano bajaron las escaleras para reunirse en el comedor con a Alice, que maravillada contempló su creciente relación, aunque sabía que era muy pronto para cantar victoria. Esa misma premisa fue la que la llevó a tomar la determinación de no interferir entre ellas —tampoco quería enojar a Isabella más de lo que ya estaba—, así que terminó aceptando la invitación de Jasper, que la pasó a buscar después de la cena.
Con la casa ya en penumbras, Anne abrazada a su peluche de la Bestia y acomodada dentro de los brazos de su niñera, Bella comenzó la historia prometida, historia que inició con una inquietante y abrazadora sensación dentro de su pecho, un enorme vacío que crecía con cada palabra que pronunciaba; faltaban las prodigiosas manos de Edward, interpretando una preciosa melodía.
—…en una sola avenida están representados los lugares más maravillosos del mundo: Roma, Nueva York, Venecia, Egipto, París…También tenemos una Torre Eiffel…
—¿En serio? —Asombrada preguntó Anne y se le escapó un bostezo.
—Sí, no tan grande e impresionante como la de aquí, pero sí.
—Oh…
—Cuando llega la noche, cada uno de estos maravillosos edificios se enciende con millones de luces multicolor, tantas que es imposible cuantificarlas e iluminan tan refulgentes y hermosas, como la luz de sol…
—Y ¿qué pasa en el día?
—Bueno, en el día, cada uno de estos lugares también tiene vida…
Bella le fue describiendo a Anne cada uno de los detalles lindos e interesantes que pudiese recordar, ya que a pesar de que solo llevaba siete meses sin ir a Las Vegas, le comenzó a parecer que era una eternidad.
Anne, hipnotizada por la cadencia de la suave voz de la bailarina, fue cerrando poco a poco sus párpados, mientras los ojos de Bella —clavados en el dosel de la cama—, comenzaron a colmarse de lágrimas de nostalgia, cada escenario evocado en su memoria tenía esperanza, una sonrisa, niñez, amigos y amor…
—…cuando atardece, el cielo se transforma en un universo rosado, donde brillan los anaranjados rayos del sol, convirtiendo el desierto en un mar de fuego que parece fundirse con el firmamento y pierdes la noción donde comienza el cielo y donde termina la tierra…
Una traicionera lágrima resbaló por el rostro de la muchacha, al rememorar el amado desierto, mal visto por tantas personas por su aridez, incapaces de maravillarse por el matiz de colores que regala el paisaje, el nocturno cielo lleno de estrellas, su mística, su paz…
—…cuando cae la noche infinitas constelaciones adornan el cielo… —susurró con la voz quebrada y con rapidez secó la lágrima para que no la viera Anne. Miró a la pequeña para comprobar que no hubiese visto la cristalina gota; sonrió al comprobar que estaba dormida.
—Buenas noches, Annie.
Isabella depositó en la frente de Marie Anne un beso lleno de devoción y al igual que la noche anterior, se deslizó de la cama con sigilo y caminando sobre la punta de sus pies, salió de la habitación donde aún flotaba por los muros y el techo, la estrellada constelación de luces.
Volvió a su habitación, cerró la puerta tras de sí y entró decidida a cumplir su objetivo, el que invadía sus pensamientos desde que se enteró de que la pequeña malandrina, estaba suspendida de clases por pelear con el engendro de Kim Newton.
Tomó su laptop que descansaba en la mesa del pequeño living, se dirigió a la cama, se sentó de piernas cruzadas sobre el mullido colchón y encendió el artefacto; cuando la luz de la pantalla iluminó la penumbra de la habitación, gran parte de su irrevocable decisión, se convirtió en curiosidad. Cerró los ojos un momento para ordenar sus ideas o en un mero intento de dar pie atrás de lo que sus impulsos la llamaban hacer, no estaba segura de qué quería encontrar, pero quizá descubriría algo que le permitiera ir descifrando el enigmático mundo, en que ahora estaba inmersa.
La imagen que apareció tras sus párpados, fue la que le dio valor: cabello cobrizo y alborotado, ojos verdes penetrantes y felinos, masculina quijada, sonrisa de infarto, sus cálidos labios… No necesitó más, pinchó en la pantalla el archiconocido buscador y tecleó el nombre del hombre que por lo visto, no iba a abandonar sus pensamientos: Edward Cullen.
No esperaba encontrar tantos resultados, como la cantidad de enlaces que aparecieron relacionados con el hombre en cuestión, aunque la mayoría eran de la misma constructora donde trabajaba o propias del área de la arquitectura.
Abrió uno que le llamó la atención: «Edward Cullen, el arquitecto más joven en la historia en ganar el premio Pritzker».
Isabella se centró en las primeras palabras del artículo, que destacaban la importancia del premio, el talento del innovador joven ganador y el aporte que había hecho al mundo de la arquitectura. Más abajo en la página, venía la imagen de un lindo y cristalino edificio, un rascacielos, de líneas elegantes y modernas, que por lo que entendió de las especificaciones técnicas, era autosustentable y amigable con el medio ambiente, debajo de este, la foto del galardonado rodeado de cuatro personas, dos hombres y dos mujeres, ambas colgadas del brazo de un Edward más joven, con una medalla colgada a su cuello y una sonrisa tímida adornando sus labios.
―Irina y Laurent Delaire, ―Bella leyó en voz alta la descripción de la foto, que aludía a la pareja ubicada a la derecha de Edward y los contempló.
La rubia y alta mujer, le pareció despampanante, pero no le pasó desapercibido que tal vez, estaba excesivamente pegada a Edward. Su marido el tal Laurent, un viejo pequeño y regordete, discordante en todo sentido con su hermosa mujer. Luego leyó los nombres de la pareja de la izquierda―: Garrett y Katrina Vulturi.
«Así que estos son Garrett y Kate», también los analizó.
El colorín jefe de Edward, le pareció bonachón, sus negros ojos como el ónix brillaban amables, su mujer, tan estupenda como lo era Irina, sobre los cuarenta y con aire maternal, definitivamente personas en las que ella también confiaría. Terminado su escrutinio, sus ojos volvieron al premiado, se veía tan diferente al Edward que era ahora; su tímida sonrisa, casi avergonzada, sus verdes esmeraldas brillando llenas de orgullo, apenas miraban la cámara.
«¿Qué es lo que te habrá pasado hermoso idiota? ―Se preguntó Isabella, mientras se le hacía inmensamente extraño que en la foto que contemplaba, no estuvieran los padres de Edward―. ¿Será cierto que cambió tanto por culpa del internado?», caviló, sin imaginar que había encontrado la llave que abría la puerta de entrada a un mundo de dolorosos recuerdos, el detonante de todo en lo que se había convertido Edward.
Entonces decidió continuar su investigación a terrenos más íntimos, el Facebook de Edward, era su próximo objetivo. Escribió el nombre, que comenzaba a sonarle como un nombre de antaño, sorprendida de que su corazón comenzara a palpitar enloquecido. ¿Con que sorpresas se encontraría? ¿Fotos de infancia? O tal vez… ¿de la madre de Marie Anne?
―Oh, Dios…―gimoteó y mordió su labio inferior de los nervios que sintió, al darse cuenta que no estaba preparada, para ver a Edward en plan romántico con la madre de Anne.
Cinco Edward Cullen aparecieron, pero solo uno era inhumanamente hermoso. Con dedos temblorosos pinchó el nombre, nerviosas milésimas de segundos de anticipación le precedieron, para luego caer en el abismo de la desilusión, el Facebook de Edward era privado.
«Ni muerta le mandaré una solicitud de amistad», pensó decepcionada, conformándose con la poca información que ahí aparecía. No había foto de portada y la del perfil parecía de hace varios años, de hecho Edward se veía de unos dieciocho o veinte, la información personal estaba vacía y no había publicaciones recientes en el muro, tenía cuarenta y siete amigos de los cuales el único en común era Alice y por supuesto, que no pudo mirar las fotos.
―No sé qué diablos esperaba encontrar ―masculló para sí, molesta por su incomprensible decepción, pero la verdad es que Bella, aunque no se atreviera aceptarlo, quería ver cómo era la madre de Marie Anne.
En los dos días que llevaba viviendo bajo el techo de Edward Cullen, no había visto fotografías de la mujer por ninguna parte, ni siquiera en un lugar tan obvio como el despacho de él o en una de las mesas de noche de Anne; tampoco había portarretratos adornando ningún rincón de la casa, aunque tenía que reconocer, que no se había tomado el tiempo de explorar el inmenso inmueble con atención.
Decidió no rendirse en su cometido, aunque sabía que la curiosidad que sentía por la vida de Edward no era apropiada, sobre todo por Riley, su lindo y tierno novio que no merecía que la mayoría de sus pensamientos, le pertenecieran a otro hombre. Ya era tarde, simplemente no podía desistir; Edward y su adorable hija se habían colado en ella, como si fuesen una segunda piel.
«Es solo curiosidad», intentó convencerse ―mientras cerraba el Facebook y abría el mail―, sin querer identificar el poderoso e inexperimentado sentimiento que comenzaba a crecer, a pasos agigantados dentro de su corazón.
Tomó la lista de indicaciones que le dejó Edward de la mesa de noche y buscó entre las elegantes letras su primer y esperado objetivo, cuando lo encontró recordó que también debería escribirle a su madre, para contarle sobre los inesperados giros que había tenido su vida; necesitaba de sus sabios consejos.
―Pero lo primero, es lo primero ―dijo evocando el sentimiento de furia que la invadió horas atrás, cuando se enteró de la suspensión de Anne.
Inspiró profundo y parafraseando, escribió:
―Estimando, Señor Cullen…
.
.
Minutos después de las seis de la tarde ―hora local―, Edward Cullen salió por la puerta del aeropuerto internacional Mccarran de Las Vegas. Empujando el carro que acarreaba sus costosas maletas, siguió al trajeado hombre con rasgos y acento latino, que se presentó como Santiago, hasta el negro Mercedes que Emily había previsto para él.
Se montó en la parte trasera y suspiró cansado, la primera clase aunque cómoda, no eludía el fatigoso jet lag, ni mucho menos el largo viaje.
―¿Es su primera vez en Las Vegas? ―preguntó el chofer en tono amistoso, cuando puso el auto en marcha y comenzó a conducir en dirección al sector turístico de la ciudad.
―No ―murmuró apenas y se le escapó un profundo bostezo.
Había estado en dos ocasiones por motivos de trabajo, viajes que hizo junto a Emmett quien lo arrastró ―después de un largo día en la feria de arquitectura― por todos los casinos, clubes nocturnos y de strippers de la ciudad.
La verdad es que para él no fueron viajes agradables, de ahí su pensamiento tan desfavorable hacia la mítica urbe, aunque de algo no se podía quejar, los días que duraron ambas visitas, había recibido excelente atención sexual. Le parecía increíble como los turistas se volvían locos en Las Vegas, todo se trataba de dinero, sexo, drogas y alcohol; y gracias a eso es que tuvo a la mujer que quiso, sin siquiera hacer el mínimo esfuerzo.
Sin embargo, sabía que en esa ocasión, todo era distinto.
Contempló la ruta a través de los tintados cristales y le fue inevitable preguntarse qué hubiese pasado si en las veces anteriores, en su camino se hubiese cruzado Isabella Swan. ¿La habría encontrado tan hermosa? O ¿lo habría vuelto loco, como ahora lo hacía? ¿Hubiese querido perderse en sus achocolatados ojos o en el dulce perfume de su piel?
«Lo más probable es que ni la hubiese mirado», pensó con amargura, calculando que en ese momento Isabella estaría en el último año de secundaria y él, jugando a ser adulto con muchos años de anticipación; además de estar terriblemente roto ―muchísimo más que ahora―, para si quiera contemplar a una mujer con otros ojos, que no fuera para tener sexo.
Era paradójico porque ahora quería ver la ciudad con otro punto de vista, desde de la mirada de Bella, aquella apasionada, fuerte y llena de amor…
―Para mí no es la ciudad del pecado, es la ciudad donde vive la gente que amo...
«Isabella», repitió su nombre para sí, acariciando cada letra de este, resignado a que no se olvidaría de ella gracias a los días venideros y a los miles de kilómetros que los separaban, si no que todo lo contrario.
Como prueba de irrefutable de ese hecho, fue el loco deseo que tuvo de bajarse de la limusina en cuanto esta atravesó el portón de su casa, quiso correr hacia las dos mujeres que lo despedían con una sonrisa en los labios, abrazarlas, fundirlas a su cuerpo para no separase de ellas jamás. Lamentablemente, para bien o para mal, se contuvo.
Sabía que llevaba muchos años haciéndolo, fingiendo, actuando como un afamado actor, luchando contra los sentimientos que lo carcomían y ahora, que al parecer de nuevo se estaba enamorando, sintió que nada le había costado más en el mundo.
¿Pero cuánto más estaba dispuesto a batallar contra los sentimientos que se enraizaron a fuego en su mente y corazón? ¿Era ese el momento de animarse a dejar el pasado atrás y aceptar el hecho de que moría por volver amar y sobre todo por sentirse amado?
Ese creciente anhelo fue el que invadió sus pensamientos por todo el viaje. Intentó trabajar, oír música, incluso dormir y las pocas horas que logró hacerlo, nunca fue un sueño profundo o reparador, sino que un estado de semi-conciencia, ya que la idílica imagen de esa familia que tanto deseó años atrás, aparecía tras sus párpados y se colaba como hiedra venenosa hasta los rincones prohibidos de su mente. ¿La sensación que más lo abrumaba? Que por horas le pareció sentir, la suave y nívea piel de Isabella bajo el tacto de sus labios, después del atrevido beso que le había dado.
Fue alarmante.
Las largas horas dentro del avión, le arrebataron la venda que por años cubrió sus ojos. Se dio cuenta que llevaba días sin recordar a Lili en el sentido romántico, si no como un borroso momento en el tiempo, como el hecho fehaciente de que tenía una hija producto de ese amor y el sufrimiento subsiguiente como consecuencia de este. Intentó de todo para que su amor prosperara y nada salió como él deseó, de principio a fin fue un desastre, hasta el horroroso desenlace final; esa decidora y desgarradora escena que marcó su vida por siempre, y que era la culpable del hombre en que se había convertido.
Y de todos sus temores ese era el peor, tenía miedo de sí mismo.
¿Este Edward sería capaz de conquistar a Isabella Swan? ¿Estaría capacitado para obtener el corazón de la hermosa pecosa, que no sentía ningún temor en enfrentarlo y ponerlo en su lugar? Sabía que estaba completamente oxidado en esa materia y para ser sincero, nunca fue muy bueno. De adolescente fue más bien un chico tímido y tranquilo y, si hacía memoria no lograba recordar cómo enamoró a Lili, porque ahora estaba casi seguro de que ella era la que había actuado y él, inexperto, solo se dejó llevar.
Este hombre seguro y mujeriego, en el que «supuestamente» se había convertido, era solo una fachada. Era fácil ser seductor cuando no vas a involucrar sentimientos y sobre todo cuando te sabes poseedor de inhumana belleza. Sí, de temprana edad fue consciente de su don, aunque nunca le importó y jamás pensó en usarlo a su favor, de hecho ―para ese entonces― le parecía una acto bastante vil aprovecharse de esto, además de que nunca le gustó toda esa atención, mejor dicho, lo intimidaba. Lamentablemente para él, representar la narcisista pantomima, era lo único que sabía hacer, era el camino más seguro y simple; el punto es que Isabella no era una mujer simple y como prueba irrefutable de eso, existía el maldito novio bailarín de ballet.
¿De qué le serviría la fachada de Adonis para conquistar a una chica que por lo visto, no le importaba el exterior ni las apariencias? ¿Cómo podría verse atractivo o siquiera interesante para ella? La elección de novio que hizo Bella, le hablaba de una joven que valoraba los sentimientos por sobre todas las demás cosas y él, llevaba años reprimiéndolos. ¿Estaba dispuesto a dejarlos salir desde donde los enterró hace ya, siete años? O lo más difícil, ¿lucharía por obtener una chica que apenas conocía y tenía novio, corriendo el riesgo de salir dañado no teniendo ninguna arma a su favor?
«Que apenas conoces y te está volviendo loco ―pensó angustiado, no sabía qué hacer―. Maldito, Mister Tutú».
Sí, estaba aterrorizado. No quería volver a sufrir, no obstante había algo que lo aterrorizaba mil veces más y que estaba por encima de todas sus aprensiones; Marie Anne, su pequeña hija, comenzaba a necesitar el amor de una madre.
¿Estaba dispuesto a exponer a su hija a una «supuesta» relación que tal vez no tendría buen puerto? ¿A qué Anne se encariñara con Isabella, arriesgándose a que esta, nunca sintiera afecto por él o por ella? ¿Podría soportarlo? Y lo más importante, teniendo una vida por delante, ¿Bella estaría dispuesta a amarrarse a un hombre con una hija y con un doloroso pasado que no le permitía vivir en paz?
«Es mucha responsabilidad para una chica tan joven ―reflexionó derrotado y restregando su rostro con ambas manos―. Nunca la conquistarás».
Buscó el teléfono en el bolsillo interior de su chaqueta, deslizó el dedo índice por la pantalla, introdujo el código de desbloqueo y la contempló. Ahí, en la parte baja de esta, en el ícono que mostraba un sobre y el número uno enmarcado en un círculo rojo, le recordaba el único mail que no había leído mientras esperaba en Los Ángeles el avión que lo llevaría hasta Las Vegas, y el que tampoco leyó mientras recogía sus maletas; era un correo electrónico que no esperaba, al menos no tan pronto…
No tuvo el valor de hacerlo. Miles de teorías pasaron por su mente y tenía que reconocer que aunque quizá no eran buenas noticias, el solo hecho de ver el nombre en la pantalla lo había emocionado y quería guardar ese momento, cuando leyera las primeras palabras de ella dedicadas a él, para hacerlo en privado.
«Quizá está furiosa por el beso», aventuró la teoría que más lo asustaba, empero, a pesar de su miedo, sonrió. Enojar a Bella se estaba convirtiendo en una perversa fascinación. Verla roja de rabia era una imagen impagable, parecía que las adorables pecas que coronaban la punta de su respingona nariz, salían a relucir para regañarlo.
Sus pensamientos ―ahora aprensivos― por milésima vez viajaron a París, donde calculó que serían un poco más allá de las tres de la mañana. Quería llamar a casa para avisar que había llegado y saber si todo iba bien, lamentablemente, no le quedaba más que esperar hasta las diez de la noche, si es que lograba mantener los ojos abiertos, cosa que dudaba.
Sólo esperaba que Anne, se estuviera portando bien.
Ciertamente no creía en las promesas de la pequeña traviesa, pero al menos por primera vez, tenía fe de que así sería; Bella era una mujer afectuosa y su hija la contemplaba, como si ella fuera un hada madrina o algo por el estilo.
La noche ya había caído sobre Las Vegas cuando Edward llegó a su hotel, era un lugar tranquilo, al contrario de la gran mayoría de los hoteles de la ciudad, quiso llamar a Emily para agradecerle la excelente elección, pero no le quedaba más que esperar hasta el día siguiente para poder hacerlo.
Se registró en la recepción y luego, un trajeado botones lo llevó hasta su habitación en el piso veinte. En cuanto entró, lo abrumó la soledad y suspiró con tristeza, serían dos largas semanas sin Anne, sintió deseos de fumar, pero no eran tan imperativos como para salir a la calle o subir a la azotea para hacerlo, en cambio de eso, prefirió pedir algo ligero para comer y se fue a dar una larga ducha para relajar sus músculos, tensos por culpa del largo viaje.
Agotado salió del baño con una toalla anudada a las caderas, no se molestó en secar su salvaje cabello, por lo que cristalinas gotas de agua resbalaban por su esculpida espalda y tonificado torso. Tomó su celular ―que al llegar dejó en una de las mesas de noche que flanqueaban la cama King size― y caminó hasta el gran ventanal, para contemplar la espectacular vista de las refulgentes y coloridas luces de la ciudad.
Su corazón palpitó ansioso cuando desbloqueó la pantalla y le pareció que enloquecía, cuando el mensaje que por horas celosamente había guardado, se reveló ante sus ojos:
De: Isabella Swan
Para: Edward Cullen
Fecha: 08 de enero de 2014 21:30
Asunto: Señor Cullen, está en problemas.
Estimado, Señor Cullen:
Siento informarle, que si en algún momento albergó la esperanza que eliminara la palabra idiota de mi vocabulario para referirme a usted, créame que eso, no pasará ni en un millón de años…
¡¿En qué universo paralelo pensaba informarme de la suspensión de Anne para el día de mañana?! ¿O que su hija es una malandrina de primera línea? ¿Cree usted que seré capaz de ir en paz a mis clases, sabiendo que la pequeña quedará sola? Pues si piensa que soy una perra desalmada, como tal vez lo eran las demás niñeras, está muy equivocado. Tengo claro que Anne, perfectamente puede quedarse con las personas que trabajan en la casa, pero no es lo mismo, usted me contrató para que la cuidara y la acompañara, ¿no se le pasó por la mente que mañana no podré hacerlo?
Así como a usted no tolera que lo desobedezcan o traicionen su confianza, yo no tolero que me mientan. Agradezca que está lejos para no tener que escuchar uno de mis sermones, sí, esos que le «gustan» tanto, o mejor aún, agarre todas mis cosas y me aleje para siempre de esta familia de mentirosos, incluyendo a su hermana.
Como le dije antes, soy una mujer de palabra y prometí cuidar de Annie, al menos mientras usted esté de viaje, pero lo cierto, es que me gustaría seguir haciéndolo, espero no lo arruine otra vez...
Atte, señorita lo discuto todo.
Ps: Como me ha dado total libertad para salir con Anne, le aviso desde ya, que mañana me la llevo conmigo, después de todo, es algo difícil que protagonice una escena impúdica en el lugar donde estudio, ¿no le parece?
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Esperando que lo disfruten, las quiere Sol.
