40
Bella
—¿Cerraste tu puerta trasera?
—Seh—Edward masculla, deslizando su dedo por la pantalla de su celular, luciendo totalmente despreocupado.
—¿Y tus llaves?
—En la maleta—responde.
—De acuerdo. Puerta, plantas, luces, llaves… creo que ya—enlisto las cosas importantes de las que me tengo que encargar antes de irme.
—¿Plantas? —él pregunta, mirándome con el ceño fruncido—. Ha estado lloviendo todos los días, ¿por qué necesitas regarlas?
—Las plantas del solario—le hago saber, mirando alrededor, teniendo esa molesta sensación de que estoy olvidando algo—. Emmett viene en camino.
—¿Salimos o no? —inquiere. Sus palabras suenan ahogadas por la bufanda cubriendo su boca.
—Estoy olvidando algo—murmuro, dándome toquecitos en la barbilla—. O eso creo. Bueno, andando.
—Tus zapatos—Edward apunta a mis pies y luego se echa el celular al bolsillo de su abrigo para tomar las maletas.
Mientras me calzo mis tenis Edward deja ambas maletas en la acera y se sienta sobre la de él, esperándome. Emmett y Rose se ofrecieron a llevarnos al aeropuerto… o más bien Emmett se ofreció y Rosalie va a acompañarlo simplemente porque duerme con él. Ya puedo escuchar sus quejas por no poder dormir sus ocho horas.
—¿Ya sabes qué vas a regalarle a las personas? —le pregunto.
—No—dice—. Alice es fácil, también mi mamá, pero el resto no.
—Quiero comprar cosas cuando estemos allí. Tal vez puedas hacerlo también—murmuro y él asiente en silencio.
Hemos estado caminando sobre vidrio esta última semana, después de mi incidente de lágrimas y pena ajena de la noche de Acción de Gracias y estoy comenzando a pensar que la incomodidad nos seguirá hasta la costa Este. Tengo fe en que el ajetreo del aeropuerto y del avión hagan lo suyo y nos permita entablar una conversación fluida y no una que parezca una entrevista justo como la de ahora.
Él continúa ignorándome, usando otra vez su teléfono, así que hago lo mismo, alejando la punta de mi guante para poder usar mi celular.
Estoy a punto de enviarle un mensaje a Rosalie para saber su paradero cuando el ruido de los neumáticos contra el asfalto me hace mirar hacia la izquierda. Ya están aquí y me pongo de pie, jalando la maleta detrás de mí.
—¿Por qué están afuera? —Rosalie pregunta, bajando de la camioneta para abrazarme.
—Prefiero esperar afuera y asegurarme de que cerré la puerta—respondo.
Edward ahuyenta mi mano de la maleta y la lleva hacia la cajuela.
—Me debes una. No tendré mis ocho horas de sueño—Rosalie me apunta con su índice. Le ruedo los ojos.
—Nadie te invitó.
—Cállate y sube—ordena.
Trepo al asiento trasero, gateando. Edward sube detrás de mí y Emmett reanuda la marcha. Llevan la música bajita, como en un ascensor.
—Ya debería haber nevado—dice, observando el camino—. ¿Ya nevó en Nueva York? —pregunta, mirándonos por el espejo retrovisor.
—Creo que no—respondo.
—¿Llevas tus botas?
—Si, papá—le ruedo los ojos y luego me coloco mis lentes de sol totalmente innecesarios para la noche, pero me ayudan a dormir—. Silencio, voy a dormirme.
—Es bueno saber que alguien dormirá más que yo—Rose masculla.
Pateo su asiento y luego cierro los ojos.
xxx
—Hey, despierta—Edward está agitando mi brazo y abro los ojos para encontrarme con los asientos delanteros vacíos y con él saliendo de la camioneta.
Hemos llegado y las luces blancas y brillantes me ciegan, así que restriego mis ojos y me echo a los hombros mi mochila.
—Diviértanse—Rose dice, jalándome a un abrazo—. No hagas nada que yo no haría—me guiña, al tiempo que aplaca mi cabello.
—Lo tengo—asiento, sonriente.
Emmett besa mi mejilla y me da un abrazo, despegándome del suelo. Con una última despedida de manos, Edward y yo hacemos nuestro camino hacia las puertas deslizantes, arrastrando nuestro equipaje detrás de nosotros.
Afortunadamente, el check-in nos toma tiempo, al igual que pasar por seguridad y llegamos a la sala de abordaje con diez minutos de anticipación para tomar el avión. Decido ir al baño y cuando regreso Edward ya está en la fila, esperando por mí.
Papá compró boletos para primera clase, así que somos los primeros en abordar. Edward no pierde el tiempo en hacer bromas.
—Creo que este es el lugar más caro en el que alguna vez dormiré—anuncia, removiéndose en su asiento para ponerse cómodo.
—Hasta ahora—le hago saber y él sólo rueda los ojos antes de mirar por la ventanilla.
—¿Por qué? ¿Por qué estoy con Bella Swan?
—Exactamente. Algunos pensarían que estás conmigo sólo por mi dinero.
—Una de las razones—sonríe y toma mi mano, dándole un apretón.
Observo nuestros dedos entrelazados por un largo rato, deseando que esta incomodidad no existiera. Me aferro a la idea de que Nueva York embarrará su magia en nosotros y tal vez así podamos recordar a la Bella y al Edward que solíamos ser.
xxx
Pasaremos dos días y medio en la ciudad antes de dirigirnos a la cabaña en Germantown el domingo por la tarde, así que no perdemos tiempo en salir a explorar.
Él sonríe y alcanza mi mano, tomando el camino de la izquierda.
—Mira todo esto—comenta maravillado, observando sus alrededores—. En verdad la gente aquí camina muy rápido.
Sé que a pesar de que haya miles de personas caminando por la acera, cruzando la calle y entrando y saliendo de establecimientos, no hemos visto nada. Mi cuerpo vibra de emoción por introducirme más al centro de la ciudad.
—¿Habías estado en Nueva York antes? —Edward pregunta, deteniéndose de pronto en una esquina. Estoy a punto de decirle que podemos cruzar la calle imprudentemente porque todos lo están haciendo, pero veo que está ajustando el lente de su cámara.
Lo observo en su elemento, frunciendo el ceño y luego guiñando, antes de escuchar un clic. Ha tomado una foto de las personas cruzando la otra esquina.
—No, nunca había estado en Nueva York—respondo, enredando mi mano en su codo.
—¿Enserio? —me mira brevemente y señala con su barbilla el camino.
—Enserio. Papá ya había estado aquí antes, creo que en dos ocasiones. Siempre quiso traerme—añado en un susurro, deseando que él no haya sido capaz de escucharlo, pero al parecer lo hace porque me rodea con su brazo y besa mi sien.
—Bueno, entonces hagamos de esto algo bueno—me anima—. Estoy seguro de que él hubiera querido que te divirtieras.
Asiento en silencio y aprieto su mano que descansa en mi hombro.
Avanzamos una calle más y luego entramos a la calidez del restaurante que elegimos, el ruido se queda atrás y es reemplazado por música suave y cuchicheos de comensales. Un chico que luce como latinoamericano nos atiende y Edward encuentra una mesa mientras esperamos. Me deslizo a su lado, ambos observando hacia la calle.
—¿A dónde iremos luego de esto? —pregunta sonriente. Luce como un niño en una juguetería.
Rasco su mejilla con barba de tres días.
—No lo sé. Hay muchas cosas por hacer—comento—. Pero por la noche deberíamos ir a Times Square… y a Rockefeller. Quiero ver el árbol de navidad.
—Vayamos al MoMA—resuelve—. Y a Brooklyn.
—¡A Queens! ¡Oh, podemos ir a Central Park también! —agito su brazo, su entusiasmo pegándose a mí.
Obtenemos nuestra comida y mientras comemos tratamos de armar un itinerario que bien pudimos haber creado en casa, pero Forks era tierra de incomodidad. Estoy feliz de que, como lo pensé, la rareza se haya ido. Ambos estamos demasiado felices y nuestras mentes están ocupadas con todas las posibilidades que Nueva York ofrece. Espero que una de ellas sea arreglar mi corazón roto y enmendar el de Edward para que finalmente se abra a mí.
Decidimos dejar Queens para la mañana y tarde del domingo, antes de tener que conducir a Germantown. Hoy iremos al MoMA y pasaremos el resto del día en Manhattan, comprando y tomando fotografías.
—Dejemos Central Park para mañana por la mañana—él dice, limpiándose la boca con una servilleta—. Por la tarde podemos ir a Brooklyn y por la noche a SoHo ¿sí?
Asiento, bebiendo de mi refresco.
—Perfecto. Igual viajaremos en el metro, no importa la distancia—resuelvo, mordiendo una papa frita—. Maldición, deberíamos de pasar más tiempo en la ciudad.
Él asiente ausentemente.
—Está bien. Podremos descansar una vez que estemos en la cabaña—ofrece—. Por cierto, ¿cómo es? ¿es linda?
—¿Quieres ver fotos? —alcanzo mi celular y abro la app de Airbnb—. Es esta. Tú ve eso mientras yo voy al baño. Ya vuelvo.
Cuando regreso a la mesa Edward mira por la ventana, masticando ausentemente el último trozo de su hamburguesa.
—¿Qué piensas de la…
—¿Quién es Alejandro?
Ese idiota español.
Aprieto los labios y echo una ojeada a mi celular. Mi conversación con él en Instagram está abierta. Aunque en realidad es su conversación, ha estado hablando con él mismo por los últimos ¿cinco? ¿cuatro? meses.
—Ah, un tipo que conocí en Ibiza, ¿por qué? —pregunto, ignorando el gran hecho de que Edward "hurgó" de alguna manera en mi teléfono. No le daré mierda por esto. Si un mensaje como el que Alejandro me envió le llegara a él y yo tuviera su celular en mis manos haría lo mismo.
Estoy en la ciudad, ¿quieres reunirte?, escribió como respuesta a la historia que posteé al salir del aeropuerto.
—Vamos, no puedes enojarte por esto—murmuro, bloqueando el celular—. No he respondido sus mensajes.
Él me mira por un segundo, antes de regresar su vista a la calle.
—Debiste haberlo hecho.
—¿Eh? —alcanzo otra papa frita y la muerdo con molestia.
—Debiste decirle que tenías un novio—masculla. Tamborilea sus dedos en la mesa en un gesto ansioso.
—Ni siquiera importa, Edward—alcanzo su mano, deteniéndolo—. No había abierto sus mensajes.
—¿Te acostaste con él?
Esto se está saliendo de control y ni siquiera es relevante.
—Eso no importa—insisto.
—Entonces si lo hiciste—Edward cruza sus brazos sobre la mesa y hace un ligero puchero. Luce como un niño pequeño enfurruñado.
—Lo hice, pero ya no importa. Fue cosa de una… de acuerdo, no fue algo de una noche, pero no importa—aprieto su codo—. ¿Te sentirías mejor si lo mando a la mierda? Porque no es el tipo de chico que respetaría que yo tenga novio, ni siquiera respetaría a su novia.
—Es un asco de tipo entonces—él dice, arrojando la servilleta echa bola sobre mi hamburguesa. La empujo con mis dedos índice y pulgar.
—Seh, lo es—acepto, alcanzando mi teléfono—. Justo ahora se lo diré, ¿de acuerdo? ¿quieres que lo haga?
—¿Te gustaría que le hablara de ti a alguien que coquetea conmigo?
Le entrecierro los ojos, mis pulgares suspendidos sobre el teclado.
—De acuerdo, no tenías por qué ir ahí, con un "sí" bastaba.
Él oculta una media sonrisa, chasqueando los dientes y sacudiendo la cabeza. Me apuro en escribir una respuesta para Alejandro.
bellaswan: En realidad no. Mi novio viene conmigo.
bellaswan: Deja de enviar mensajes, tú loco.
alejandrosand-metrio: ¡Buu! ¿Eso te detendría, tú loca?
Ruedo los ojos. Edward pasea su vista de mi rostro a mi teléfono, aunque no puede ver lo que escribo.
bellaswan: Si, lo hace.
alejandrosand-metrio: ¿Enserio?
bellaswan: ¡Sí! Detente.
alejandrosand-metrio: ¿Enserio quieres que me detenga? Porque recuerdo que antes decías eso, pero no era lo que realmente querías.
Y ahora apuesto que mis mejillas están rojas. Todo mi rostro. Incluso mi cuello.
bellaswan: Si, enserio.
bellaswan: Voy a bloquearte. Adiós, tú loco.
Entonces lo hago.
—Listo. No estás tan enojado, ¿cierto? —muerdo mi hamburguesa, haciendo el bocado a un lado para poder hablar.
Él no responde, sólo hace un sonido con su garganta. Sonrío, aun masticando.
—¿Eh? —pico su costilla y pega un salto, ya sonríe. Le alzo las cejas—. No te mensajeas con Lauren, ¿verdad?
—No, Bella—resopla, riendo entre dientes.
—De acuerdo, porque es suficiente con que ella ande por el bar.
Él le resta importancia con un gesto de mano y decido hacer exactamente eso: restarle importancia.
Ninguna persona del pasado podrá arruinar este viaje. Las únicas personas que podrán arruinarlo o convertirlo en algo inolvidable somos nosotros, así que aprieto su mano y me apuro en terminar mi comida.
Paseamos hasta la estación del metro, observando la ciudad y Edward toma un par de fotografías, hasta que comienza a pedirme que pose para él. Enredamos nuestros brazos y él deja besos en mi mejilla. No nos hemos besado en ningún otro lugar desde la noche vergonzosa de hace una semana. Mis labios pican por unirse a los suyos, pero sé que esto es mejor. Por el momento. Tengo mi fe puesta en Germantown. Tenemos que arreglar las cosas, de alguna u otra manera.
Edward deja claro que la exposición de fotografía en el Museo de Arte Moderno es algo que debemos visitar y para cuando salimos de ahí y tomamos el metro hacia Manhattan, el sol se ha ido.
—De acuerdo, compremos—lo jalo detrás de mi luego de checar la lista de regalos—. Será mejor que me digas qué quieres como regalo de Navidad. Mira todas estas luces—murmuro, maravillada viendo hacia arriba.
—Es genial—responde y observamos los alrededores en silencio por un rato.
—¿Y bien? —lo miro—. ¿Tu regalo?
Edward rueda los ojos.
—No tienes que darme nada.
Hago una pedorreta y él deja salir una risa entre dientes.
—Enserio—toca mi nariz y cruzo mis ojos, tratando de ver su dedo.
—Puedes pedir lo que sea. Recuerda que estás en compañía de…
—Bella Swan, lo sé—suspira—. No sé, no tengo idea.
—Bueno, piénsalo.
Pasamos el resto de la noche entrando y saliendo de tiendas. Edward sólo carga un par de bolsas y está gimiendo de aburrimiento a mi lado.
—Edward, detente—le doy un codazo y él hace una mueca, sobándose.
—¡Vamos, mujer! Creí que querías ver el árbol.
—Dudo que el árbol vaya a irse a algún lugar esta noche. Sostén esto—arrojo una chaqueta a su pecho y la atrapa—. Pero está bien, andando.
En nuestro camino a la caja, me detengo para ver un lindo abrigo.
—¡Oh, mira…
Edward me detiene por los hombros.
—Nop, vayamos a pagar.
—Sólo quiero ver la talla—me zafo de su agarre.
—¡Bellaaa! —gime bajito, arrastrando los pies.
Es un asombroso regalo para Rosalie, así que busco su talla con Edward refunfuñando alrededor.
—Se suponía que saldríamos de esa tienda hace media hora—es lo primero que él dice cuando estamos en la gélida calle.
Ajusto mi chaqueta y subo el cierre.
Le ruedo los ojos.
—Edward, deja de molestar, ¿tienes algo importante que hacer? ¡Estás en NY! ¡Todo es posible en NY! —alzo los brazos al cielo, tan alto como mis bolsas me lo permiten.
Él sonríe.
—Sólo odio comprar. Y tengo hambre.
Encontramos un restaurante de comida mexicana y subimos los pies a las sillas frente a nosotros.
—Estoy molido—dice.
—Pareces un anciano—mascullo, leyendo el menú—. ¿Quieres tacos? Yo quiero tacos—aprieto su muslo.
La cena y el breve descanso parecen reiniciar a Edward y también está emocionado por ver el árbol, así que caminamos por la calle y él toma fotografías de las luces navideñas sobre nuestras cabezas.
—Dios—suspiro, observando el gran árbol alumbrado—. Mis ojos ni siquiera alcanzan a ver la punta.
—Mamá siempre nos dice que pidamos deseos frente a los árboles de Navidad—Edward dice, rodeando mi cintura con su brazo derecho.
—Oh, eso es tierno. ¿Estás pidiendo uno justo ahora?
—Todavía no.
Un grupo de adolescentes se acerca a nosotros y me piden que les tome una fotografía, le tiendo el teléfono a Edward y él dispara.
—¿Quieren que les tomemos una? —una de las chicas pregunta y ambos compartimos una mirada, asintiendo, dándonos cuenta de que no tenemos una juntos.
Ellas toman un par, haciendo señas, indicándonos que están tomando una tras otra.
—Oh, son lindas—comento, haciendo zoom—. Mira qué guapo te ves.
—Igual no se comparan al gran trabajo que hice con las de ellas—dice presumido—. Ni siquiera podrán decidir cuál subir a Instagram.
Le ruedo los ojos.
—Claro, no todos somos fotógrafos profesionales, eh—le recuerdo.
Él sonríe y deja de ver la pantalla de mi celular para verme a mí.
—Ya sé que quiero para Navidad.
—¿Sí? ¿qué es? —pregunto, echando el teléfono al bolsillo, creyendo que dirá algo como "un suéter" o "un tripié."
Pero Edward sostiene mis manos y les da un apretón, mirándome a los ojos.
—Que me des una oportunidad.
Mi sonrisa se borra lentamente y suspiro, observando nuestras manos entrelazadas.
—Ya te la di.
—Una oportunidad completa—enfatiza, apretando mis dedos.
Miro alrededor.
—¿Podemos hablar de eso en la cabaña? —pido, en un murmullo. Él me da una sonrisa pequeña y sus ojos se hacen suaves.
—Seguro—susurra y luego da otro toquecito a mi nariz—. Hora del deseo—anuncia, girándonos para enfrentar el árbol Rockefeller.
—De acuerdo.
Apoyo mi cabeza en su brazo y me concentro, dejando que las luces perforen mis pupilas y que la emoción haga mi cuerpo vibrar. Pudiera parecer imposible, pero puedo bloquear el enorme ruido de Nueva York mientras repito en mi mente una y otra vez mi deseo: Haz que él me quiera, haz que se dé cuenta de que ya lo hace.
¿Será que comportarse como si nada hubiera pasado ayudara a Bella a sentirse mejor? Esperemos que, en efecto, NY les embarre su magia.
Veremos cómo continúa el viaje.
Muchas gracias por leer y comentar ¡ya son 1000 rr! ¡wow! Nunca había tenido tantos jaja.
Nos seguimos leyendo, un gran abrazo.
