Un cordial saludo a todos:
En primer lugar, espero de corazón que todos ustedes se encuentren bien. Y en segundo, disculpas una vez más por tardar tanto. Nunca creí que estaría en esta situación y con tantos pendientes, pero también hay una explicación adicional para tanta tardanza: Lo cierto es, chicos, que esta historia ha sido una de las que menos me ha convencido en un principio y no exagero cuando les digo que estuve a punto de borrarla.
Verán. Si ya han leído mi trabajo, estarán familiarizados con mi estilo, en particular el que predomina en mis últimas obras. Y en base a algunos comentarios, me aplastó la certeza de que, en la actualidad, estaba yendo sobre seguro copiando mi propio trabajo previo. Fue descorazonador. Me sentí miserable. No quería seguir con esto. Y al mismo tiempo, una parte de mí se empeñaba en creer que existía una mínima posibilidad de sacar esto por un camino diferente.
Creo haber encontrado la forma. No con completa seguridad, pero al menos sí con el brío para volver a esta historia. Para sentir que no me estoy repitiendo. Para recuperar el amor por escribir.
Antes de comenzar, quiero agradecer a quienes han creído en esta historia mucho más que yo mismo, especialmente a Chiara, AstralWhip, Teo, andres888, AlexanderP700, blaze namikaze, Guardian-del-aura, MCDante 47, Nicstan7, Observador Fantasma, Valde Swan, Erasenpai946, jean010, lalo50, Misterghoul66, LauraOropezax3 y a todos aquellos que, con su lectura, le dan vida a esta historia. Es tiempo de ir hacia adelante y más alto.
Y sin nada más que agregar salvo que los elementos empleados en esta obra no me pertenecen... pues los invito a la lectura y les doy la más cordial de las bienvenidas.
Hay una serie de factores a considerar al momento de aceptar un trabajo. Desde la paga pasando por la comodidad que pueda encerrar tu zona, las cualidades del ambiente humano, los horarios y si existe la posibilidad de que puedas desarrollarte en plenitud en aspectos personales y profesionales.
Eso si estás en posición de hacerte de rogar.
Y si no es el caso, lo que por lo general le ocurre al noventa por ciento de la población viva y en condiciones de laborar que debiera de pisar este planeta hasta que estemos en posición de colonizar otro, entonces apenas si consideras los horarios (porque debes pensar si puedes dormir las cuatro horas promedio que requiere un ser humano para no morir demasiado pronto y llegar a tiempo, claro, qué gracia tiene que te despidan en una semana) y la paga (porque conservas la ilusión de que tu vida sí cueste un poco más de lo que crees que vale en el mercado).
Con todo eso en mente, es normal que cualquiera pase por alto uno o dos factores que pierden relevancia. Puedes vivir rodeado de hijos de santas madres y lidiar con seres humanos cuya superioridad claramente está justificada a través de su encantador trato social. Puede prescindir de grandes comidas porque un pan y un vaso de agua es todo lo que necesita una persona para llegar al final de la semana, lo balanceado y el buen sabor son factores sobrevalorados. Y por supuesto que dormir está pasado de moda. Lo que dicta ahora la tendencia es descansar los ojos cuando vas al baño y aún así…
Si me preguntas y aún no crees que estoy sobrando en este juego, te diría que no reunía todos los requisitos para hacerme de rogar, pero seguía contando con ciertas ventajas que me permitían asomar la nariz a la consideración de la estrafalaria idea de rechazar una plaza laboral en la academia heroica más prestigiosa de Asia. Y puede que aceptara, al final del día, porque en ningún otro sitio encontraría una práctica tan abundante como aquí.
Porque seamos honestos. Estamos hablando de gente con poderes. Con poderes, maldita sea. Gente que es capaz de hacer prodigios. Bueno, desde el punto de vista de gente como uno, que hoy por hoy te escuchan decir algo así y como mínimo se preguntan si no vienes de una dimensión alterna con una puerta en el Territorio Antártico.
Hablamos de gente que tiene la capacidad de permitirse cualquier trabajo que puedan simplificar a través de su particularidad y están preparándose académicamente porque en verdad su sueño es prescindir de todo aquello que podría darles un trabajo que están en posición de elegir. ¿En serio tu sueño es afirmar que todo ese desastre en tu espalda se ve compensado por la sonrisa de un ciudadano agradecido?
Sé que es algo que debe hacerse, pero con un campo laboral sobresaturado, sabiendo a lo que te expones y que no faltarán los de recambio… concebir que semejante actividad pueda ser una meta… un jodido sueño…
Vamos, que ése sí es el sueño de cualquier profesional de la psicología. Que nunca le falte clientela. Y más preparándolos de entrada.
Y si crees que serás la última Coca Cola del desierto diciendo que soy un mercader, pues te daré la razón. No vueles tan alto. Mi sueño siempre ha sido morir pacíficamente mirando el cielo a una edad razonable y preferentemente no de hambre o de sed. De alguna manera puedo ver cumplida esa meta a diario y con eso me basta.
Y me ha tomado mucho recuperar una meta tan simple como para atreverme a soltarla.
Así que ahora mismo me permito tener espacio para comenzar a felicitarme por mi estupidez.
Porque existe una serie de factores de los que puedes prescindir tratándose del trabajo que tienes que aceptar sí o sí. Pero debes estar básicamente a un paso de entregar tu alma al Hacedor para descartar tan campante algo inusualmente olvidado pero estúpidamente necesario.
Seguridad.
Llevo una maldita semana aquí y eso es lo que me ha faltado.
Después de atender al cabeza de lechuga de llanto fácil, creí que todo sería coser y cantar.
Un día esquivé una ráfaga de llamas por pura casualidad cuando pasaba junto a los campos de entrenamiento. De vuelta intenté pasar lejos de ahí y un maldito iceberg casi me hace saltar por los aires,
Otro día pasé por un sector que consideré relativamente seguro y una cadena de explosiones me lanzó contra una pared y bien cerca que estuve de comerme una con papas fritas.
Otro, en cambio, llegué a pensar que el clima no estaba del todo equilibrado como para que se desatara una tormenta eléctrica sin lluvia ni nubes. El rayo cayó a dos metros de mí y tuve que lidiar con pintoresco afro el resto de la jornada.
Una de las últimas casi no la cuento. Esa maldita cascada de ácido me habría convertido en algo menos que cenizas de no haber corrido como no recuerdo haberlo hecho.
Hoy llegué a pensar que sería un día distinto hasta que vi, a lo lejos, la silueta de una gigantesca catapulta de estética medieval siendo accionada y lanzando su carga.
Una enorme piedra que, por cierto, se hace más y más grande.
Si tan solo la hubiera visto un poquito antes…
–Padre Nuestro, que estás en el cie…
Qué es lo que pasa…
Si todavía estoy vivo.
Todavía respiro.
(Cuatro días y varias fracturas después)
He conseguido arrastrarme cinco metros fuera de la zona de recuperación médica de este maldito lugar cuando la veo.
Lo primero que llama mi atención es la enorme canasta de frutas que deja caer antes de soltar una exclamación de miedo y taparse la boca. Deben ser los ojos más grandes que he visto. Si es que la piedra proyectil volador no se llevó mi memoria a largo plazo.
–Pero… pero… ¡Qué está haciendo!
–Niña… si quieres que vengan… te faltó… chillar más fuerte…
–¡Pero usted no debe estar aquí!
No tengo tiempo ni fuerzas para resistirme. Es tan simple como que prácticamente me agarra y le falta poco para llevarme en sus brazos. En cambio, soy arrastrado de vuelta a la única camilla que, en esa zona de recuperación, tienes las fachas de haber sido usada por alguien hace menos de cinco minutos.
No me deja caer con delicadeza y me falta para disimularlo, a juzgar por su expresión.
–¡No! ¡No! ¡Lo siento! ¡Lo siento! Yo… yo…
Puede que se dejara las palabras afuera y creyera conveniente salir en su persecución. Por mi parte, me tomó más de diez minutos lograr un avance que debo dar por perdido a causa de esa mocosa tan escandalosa y me hará falta un día completo para tener las fuerzas que requiero para volver a intentarlo.
Estoy en proceso de aceptarlo cuando a ella se le ocurre regresar.
La canasta con frutas no luce ni la mitad de bien arreglada que en un comienzo, pero estoy bastante seguro de que están todas y la cantidad de rondar, por lo bajo, en los tres kilos entre manzanas, naranjas, uvas y unas frutillas. Aunque nunca he sido el mejor en matemáticas, así que…
La niña, por su parte, tal vez ya no sea tal. Si debo estimar un número, le doy quince o dieciséis. Lo subraya su estatura, su larguísimo cabello negro sujeto en una cola de caballo y una bonita figura. Es eso o acostado puedo ver todo demasiado grande. Aterriza el factor etario el uniforme reglamentario y su expresión asustada de ojos brillantes.
Y el hecho de que se haya parado junto a mi cama sin decir una palabra.
–Niña… si estás buscando a un paciente, lo más probable es que lo dieron de alta hace poco y no lo vi, yo acabo de despertar.
–Lo… lo sé –articula ella con una dificultad que se aleja de lo razonable–. Yo… yo vine… vine a verlo a usted.
Y hago memoria y me duele la cabeza de pasada.
No es que lleve demasiado trabajando aquí. No es que lleve demasiados pacientes estudiantes en mi haber ni mucho menos estoy obligado a recordarlos, pero de buena gana apostaría alguno de los huesos intactos que me deben quedar a que esta muchacha nunca ha cruzado la puerta de lo que se supone que es mi oficina.
Ella, por su parte, coloca la parodia de arreglo frutal en mi mesita de noche y la mira con cierta tristeza.
–Se… se debería ver mejor –musita antes de volver a mirarme cohibida–. Este… doctor…
–¿No pudiste esperar… a que me dieran de alta?
–Y… yo venía a… a pedirle disculpas.
–¿Disculpas?
–Por… por lo que pasó hace unos días…
–¿De qué estás…?
–Accidentalmente… hace unos días… bueno, quise llevar mi habilidad de creación un paso más allá, pero creo que… esa… esa roca y la… la ca…
No sé qué cara he puesto, pero le basta para apagar su voz y bajar la mirada.
A mí, por mi parte, me ha bastado escuchar ese par de líneas para terminar de entender y de amargarme lo que me pueda quedar amarrado a esta cama.
En realidad no quiero saber más. Qué clase de quirk te permite sacar una jodida catapulta. Qué tan difícil habría sido cargarla con hojas y no con una maldita piedra. Qué tan difícil habría sido, en última instancia, apuntar hacia otro lado. O hacerla chiquita si el único propósito era hacer una cosa funcional.
Pero no. Tenía que ir un maldito paso más allá.
–Lo… lo siento mucho… sé que…
–Lárgate.
Se queda muda y me mira casi con miedo o eso alcanzo a apreciar de refilón. Tiene gracia estando como estoy y sabiendo que aunque pudiera no le… no, no puedo dar garantías. Lo único que me retiene es el dolor y no sé qué soy capaz de hacer de buena gana con estas buenas nuevas que me acabo de desayunar.
Lo que sí tengo perfectamente claro es que su presencia no va a colaborar con una hipotética rehabilitación.
–D… doctor… yo no…
–Niña, por… por si no me escuchaste… a la primera, deja… te lo explico –ahora sí que la miro y girar el cuello me ofrece una cuota de padecer que me aclara las ideas–. Para empezar, odio romperme huesos; y para terminar, odio mucho más las frutas, así que… si te queda algo de decencia… después de jugar con armas, vas a tomar ese… jodido canasto y te vas a largar por donde viniste, ¿estamos?
Se tapa la boca apenas dejo de hablar y los ojos se le inundan de lágrimas. Así se queda unos segundos, mirándome quizás a la espera de que me desdiga. No me despego de mi trinchera y a ella le toma más segundos de lo previsto agarrar el canasto a duras penas e irse corriendo.
Me parece escuchar el eco de un sollozo mal contenido.
Maldita la hora en que apareció. Ahora no me queda de otra que dejarme caer sobre el almohadón, lamentarme de la comezón bajo las vendas y la que siento en las costillas y otros huesos antes de volver a ser supervisado y no tener otra más que resignarme a estar aquí mucho más.
Tenía la esperanza de llegar al despacho del director y presentarle mi renuncia.
(Dos días y mucha morfina después)
Lo que antes me tomaba cinco minutos ahora me toma diez. Quince incluso.
Por mucho que la viejecita todopoderosa pueda curarte de no poco, no es omnipotente. Mis vértebras tardarán en recuperar sus encantos y si no quiero chillar con especial discreción con cada paso que doy, más me vale ir con calma, concentrarme en el avance y aferrarme a las muletas.
Por supuesto que Nezu rechazó cordialmente mi carta de renuncia. Si puedes llamar carta a una retahíla verbal de razones por las cuales aceptar ese trabajo, en mi caso, vino a equivaler a abrazar la alternativa suicida que llevaba años esquivando porque a mi familia, de pronto, le dio la gana convencerme de qué bello es vivir.
Asumo que la renuncia de un psicólogo tras un accidente de entrenamiento casi mortal… por supuesto que no puede ser buena publicidad. Pero todo eso puedes disfrazarlo con hermosas palabras sobre lo necesario que eres y ya verás que esto te será retribuido y uno, todo pendejo, que no cae, pero entiende que en ningún lado van a tan siquiera contratar a un tipo en proceso de recuperación.
No sé cuánto pueda soportar en estas condiciones ni quiero imaginar el futuro en este estado. La predicción inmediata es que terminaré saliendo de aquí. La siguiente es que sabré llegar a casa. Pero mejor disfruto un momento a la vez…
Y me caigo de una vez.
El porrazo me devuelve zonas de dolor olvidadas y a duras penas me quejo. Lo gracioso, sin embargo, es que el tropiezo se me diluye en cuanto escucho un ruido raro proveniente de la puerta abierta más cercana.
Termino confirmando mis sospechas porque no puedo seguir otro camino de todos modos.
Una figura familiar se encuentra barriendo el salón. Sola, parece concentrada en cada movimiento mientras la anaranjada luz del final del día la baña y me devuelve la escena de alguna serie de animación que olvidé o con los años o con el golpe.
Y no tendría por qué ser nada extraordinario si no fuera porque ya no puede contener las lágrimas.
Es un llanto silencioso. Sorbe entre barridas y parece demasiado cansada para intentar hacerlo en serio.
Tampoco sé cuánto llevo en el umbral, pero lo cierto es que debiera ser el tiempo suficiente para que repare en mi presencia. Cómo estará que sigo siendo un fantasma. Es demasiado buena para creer que me está ignorando.
Podría irme. Tengo que irme. Quiero irme. Y ahí me quedo. Porque en el fondo, todo lo que pienso no es en qué haría yo sino…
Bueno, qué más podría adherirme…
–Si sigues así, tendrás que traer un trapo para limpiar la humedad.
Ni que haya gritado. Pero así se sobresalta. Cosita, casi inspira ternura. Se aferra a la escoba y me mira con ojos muy abiertos y cara muy pálida.
–D… doctor…
–Hace falta más que una escoba para combatir el agua.
–C… cuándo usted… cuándo ha…
–¿Salido? Hoy, pero no se lo digas a Recovery Girl.
–Pero… pero… ¡Eso es peligroso! ¡No puede salir así si su estado…! ¡Si ella le ha dicho que…!
–Niña, ¿en serio no distingues un chiste?
Al parecer le cuesta. Es eso o el sonrojo puede ser muy caprichoso. Es sonrojo y no el ocaso, lo sé porque la veo de cerca. Lo sé porque me las he ingeniado para entrar en la sala y acercarle un pañuelo con la mano que no necesito por ahora.
De cerca, sus impresionados ojos se ven más irritados.
–Ya no lo creaste, mocosa, te demoraste mucho.
Aturdida, acepta el ofrecimiento y prácticamente hace y deshace con mi pobre trozo de tela entre los ojos y la nariz. Ahora el enrojecimiento de la cara puede ser irritación. De cerca, es la típica niñita que se cuida demasiado, pero también parece de las que no pasa por momentos así ni sabe qué hacer en estas instancias.
Tampoco es que uno sepa hacerlo mejor, pero…
–Perdone, yo… debo parecer… un desastre –musita la chiquilla con voz trémula.
–No es como que uno llore en su mejor momento, niña, es tu instancia para verte del carajo.
Al menos sonríe un poco. Es un avance. Tampoco sé qué espero conseguir ni si espero…
–¿Te importa que me siente?
En parte quiero ganar tiempo en el pupitre más cercano. En parte me duele cada hueso. Eso parece notar. Y la culpa vuelve a llenar los ojos de lágrimas.
–D… doctor, yo… lo siento tanto…
–¿Entrenas para ser héroe?
–Sí, pero…
–Mejor en la escuela que afuera, así que no importa.
–Pero… usted está…
–Y tú estás peor, supongo que estamos a mano.
Quiero sonreír. Se ve tan mal que desisto. Cuando intento consolar a alguien me siento tan cómodo como un heterosexual en una orgía gay. Me tranquiliza pensar que estaba así antes de que apareciera. No me tardo en recordar cómo la eché cuando me visitó y empiezo a replantearme el escenario.
–Sabes… es una mierda verte barrer y no poder ofrecerte ayuda –mi comentario le devuelve el sonrojo. Está claro que no es irritación.
–Doctor… no tiene… no tiene que…
–Pero… eso no quita que aún pueda echarte una mano –claro que me va a mirar con desconcierto antes de que me atreva a sonreír–. Algo te pasa, lo peor que puedes hacer es pasarlo sola, ¿quieres hablar?
Puede que en fondo, todos seamos un poco orgullosos.
No conozco a nadie que, ante esa pregunta, responda de inmediato que sí. Por mucho que todo su ser grite esa respuesta.
Y es peor en quienes se preparan para ayudar a medio mundo.
Pero nadie tiene por qué saberlo a menos que se pregunte no por lo que proyecta una sonrisa, sino por lo que esconde.
Aunque viendo a la mocosa tan compungida, no puedo evitar preguntarme si ha sonreído alguna vez.
–Doctor, no… no quiero ser una molestia…
–Niña, ya no puedes ser más molestia de lo que ya eres, ¿crees que lo que digas me hará cambiar de parecer?
Al menos sonríe azorada. Me marco un punto. Y se sienta a un pupitre de distancia. Dos a cero.
Pero si sigue callada, suspirando y mirando el pizarrón, la ventaja ganada no me va a servir de mucho. O empezamos de una vez o sólo saldremos de nuestros asientos cuando se gradúe.
–Mamá siempre dijo que… debía preocuparme de las cosas fundamentales… de lo que es verdaderamente importante –dice de golpe, causándome un sobresalto que, bendito sea Dios, no nota. Acaso porque está leyendo su propia historia en la pizarra–. Antes… me parecía normal, ¿sabe? Todo eso de… no tener demasiado contacto con… otros niños de mi edad…
–Si lo dices así… es porque en algún momento experimentaste un cambio.
–Mi familia es… muy importante, ¿sabe? Grandes… muy grandes héroes desde hace algunas generaciones hasta hoy y… de hecho, entré aquí por recomendación –hubiera dicho eso en primer lugar y estaría convencido de que, como mínimo, su apellido pesa cinco o seis veces más que el mío–. Pero… supongo que… el no tener tanto contacto con… con chicos de mi edad… no me hizo ver que… aquí… en el mundo… hay grandes héroes potenciales con talentos… mucho más grandes que el mío.
Lo peor no es escucharla decirlo. Es que lo diga con tristeza, pero seguridad. No es autocompasión. Podría pararse en la ventana, decir que el patio es gigantesco y habría sonado igual.
–Toda mi vida… ha sido un… un cumplir con expectativas de otros, de… de mis padres o… de mi familia todo o…. de los que esperan algo por ser de la familia que soy…
–Niña… tan siquiera… –no, debo cuidar cómo lo digo o perderé todo el avance–. Por… ¿Por qué entraste aquí en primer lugar?
–Pues… es para ser… es decir, todos los que entramos aquí…
–No, creo que no me entiendes –si al menos dedujera mi pregunta… sálvame–. ¿Realmente querías entrar aquí o esto también fue una expectativa familiar?
–Yo… yo…
Dios… Dios… ¡Dios!
Trago saliva. Con este silencio, no dudo que lo escuche. Ella baja la mirada aún más si cabe. Extraño la presencia de un profesor que nos calle. Tendría argumentos para cerrar el hocico y no fregarla con otra brillante pregunta.
–En realidad… me daba igual donde fuera, para mi familia… para ellos, sin embargo, debía entrar aquí.
–Ya… ya veo, tú…
–No sé… no sé si sean las palabras correctas, pero… siempre quise ser como mi héroe.
–¿Ah?
–Alguien… alguien sin miedo ante el peligro, alguien… capaz de tomar la decisión rápida y no pensar en sí mismo si ve que alguien está en riesgo, quiero… quiero ser como él.
–¿Él? ¿All Might? –No sé por qué lo digo. Supongo que es el primer nombre que a la mayoría se le viene a la cabeza cuando escucha una descripción así. Él, después de todo, sigue siendo el antes y el después.
–No, yo… yo no…
A diferencia de las ocasiones anteriores, fácilmente confundibles con irritación, ahora la veo teñirse hasta la cima de la frente y la punta de las orejas. Tampoco me mira y ni falta que le hace. La voz se le apaga. Se convierte en un murmullo.
–Niña –sueno tan suave que no creo ser yo–. Háblame de él.
¿Han visto cómo cambia una persona cuando sonríe? Cuando la sonrisa viene de lo más profundo. No de la cortesía o de la buena crianza, sino de más, más adentro. Tan adentro que decir el corazón parece un chiste, sea cliché o no.
Es eso o derechamente no estoy acostumbrado a ver demasiadas sonrisas a menudo. Como sea, cuando la veo a ella sonreír de ese modo, no se me viene a la mente otra forma de explicarlo.
–Tenía… cinco o seis años, la verdad no sé qué hacía con mamá en esa zona, estábamos más lejos de casa y los autos iban y venían muy rápido –ni siquiera mira la pizarra, más allá del mismo había un pasado muy diferente–. No… no recuerdo por qué fue que me alejé de mamá, supongo que a edad nos llama la atención todas las cosas, habrá sido algo muy bonito como para hacerme cruzar la calle sin mirar a ambos lados, aunque… no es como que recuerde que alguien me dijera que debía hacer algo así.
Nadie recuerda quién. Sólo sabes que te lo dijeron. Y se queda contigo. Como si siempre lo hubieras sabido. Sabes que no es así. Que alguien tuvo que decirlo y no fue una decisión que surgió de lo espontáneo. Así que… el hecho de que esta niña que bien parece capaz de crear cualquier cosa en base a sí misma me diga algo así de… de rotundo…
Es que lo aprendió. Pero tal vez no de la mejor manera.
–Hay… hay cosas que se olvidan con los años, pero a veces… aún tengo pesadillas… con ese auto que iba tan rápido… hacia mí…
–Pero estás aquí.
–Me… me paralicé, no pude… no pude mover nada y sólo reaccioné cuando… caí al suelo y ya no estaba ahí.
–¿Cómo sobreviviste?
–Me salvó un niño –a pesar de sonreír, en ese segundo le tiembla el labio inferior–. Me quitó del camino de un empujón, creo que gritó algo, pero no lo escuché, porque… sólo lo vi cuando salió volando… por el impacto del auto que me iba a atropellar.
No es un recuerdo agradable. Para nadie. Y sí. Casi me siento culpable por achacarle un puñado no menor de cosas antes de entrar. No importa cuánto pase, lo cierto es que algo así no lo olvidas… a menos que te ayuden a superar la carga negativa que pueda representar. Y así y todo, no olvidas.
–Quise… quise llegar a él, pero… la gente lo rodeó… su madre llegó y empezó a gritar como loca y mi madre… mi madre me sacó de ahí y a pesar del susto… estaba tan… tan furiosa…
Suficiente. En serio. ¿Qué clase de madre actúa así después de que su hija se salve por segundos y obra y gracia de un chiquillo de ser reducida a una sangrienta estampilla?
–Mamá no me dejó verlo, no pude ir al hospital, ella… no me extrañaría que haya pagado todos los gastos y presentara todas las disculpas de rigor, pero… nunca me dejó ver a ese niño que… se había convertido en mi héroe.
–Tú…
–Estoy casi segura de que en ese momento o no tenía quirk o… no tuvo tiempo para pensar en usarlo, bueno… éramos pequeños, ¿cómo se supone que…? –De pronto, veo algo brillar en su regazo. Algo adquiere forma y lo abraza con suavidad–. Aunque no lo vi… aunque mamá duplicó su severidad… nunca lo olvidé… nunca lo he olvidado, de hecho… aún conservo la primera matrioshka que creé correctamente, se… era como él.
Dicho esto, se gira y me entrega la muñeca rusa que acababa de crear, la que debe ser la reproducción de esa primera creada correctamente. Aquí se queda. En mis manos. Y aunque al principio no me lo puedo creer, no tarda demasiado en hacerme sentido, aunque no es que lo piense demasiado.
–Él es mi héroe.
–Y por él…
–Por él yo quise convertirme en héroe, aunque durante años nunca supe… nunca supe si estaba vivo, pero… pero cuando entré… cuando entré aquí… no sólo… no sólo descubrí de lo que soy… de lo que soy capaz más allá de lo que espere nadie de mí o… lo maravilloso que es el tener amigos, también… pues…
Ahí va mi pañuelo otra vez. Sigue en su poder. Y cumple con su deber. Si vuelve a mi bolsillo, tendré que plancharlo después.
–Sí, han pasado años y hemos crecido, pero… creo que él no ha cambiado, aunque después de hacer algo así, nunca imaginé que sería un chico tan tímido –una sonrisa enternecida subraya sus palabras–. No quiero… no quiero pensar que si experimenta una dificultad para acercarse sea sólo por mí, pero… tiene sus amigos… y hay… hay chicas con las que se lleva bien, pero aun así, cuando yo estoy cerca… ¿Qué pasa? Hay algo que le aterra, algo que… algo que le obliga a mantener distancia de mí, no importa si me acerco por una pregunta tonta, no… no puedo impedir que él aparte la mirada y… y…
Sí, la verdad. Suena familiar. Muy familiar. Pero si con la matrioshka no tengo suficiente, en verdad pecaré de cabrón miserable. Por mucho que la descripción, en ese segundo, me dé a entender que alguien me lleva la delantera.
Soy psicólogo. No estoy obligado a recordar a mis pacientes. Pero cualquiera, no importa su trabajo, debe sentir las campanas del templo tañer a lo lejos si te encuentras con una verdura que habla.
–Como… si yo no existiera…
–Niña…
–Como… si no fuera importante… que alguna vez… él… por mí…
–Niña, no…
–Pero… lo entiendo, ¿sabe? Yo… sólo… sólo soy una… una tonta niña rica que… entró en esta escuela porque… su apellido pesa…
–Escucha…
–Y él… está acostumbrado a pelear y a… romperse los huesos para ser… ser mejor… ¿Cómo me puedo comparar con eso? No… no tengo méritos…
–Escucha, niña, tú…
–Él… está creando su propio nombre y yo… yo dependo de…
–¡Niña!
Me avergüenza reconocer que me ha llevado al límite. Que he debido levantarme del asiento con toda la dificultad que representa mi estado. Que sólo se ha callado y dejado de llorar cuando la he agarrado de los hombros y gritado en su cara. Que ahora me mira con franco desconcierto y una dosis no menos de temor. Que la suelto y me alejo con dolor literal dos pasos y hundo las manos en los bolsillos. No tengo cómo arreglar el desaguisado. He invadido el espacio personal de un alumno. De una alumna, más bien. Dios mío. Una cosa es que renuncies y otra que te despidan por conducta improcedente. Acosar a una estudiante. Una menor de edad ni más ni menos. E hija de una importante familia de héroes además. Dios mío, no estoy jodido. Estoy más que jodido. Si está molesta, de seguro que me caerá todo un juicio, será su palabra contra la suya. Pedir disculpas no lavará mi delito. Cumpliré la pena, perderé la licencia y nadie me contratará con mis antecedentes… estoy tan, pero tan jodido…
–D… doctor…
Bueno, parece más desconcertada que asustada. Tal vez no la he cagado. No tanto. Tal vez… tal vez no estoy tan jodido, pero… ¿Por qué he hecho eso en primer lugar?
Ah, sí.
–Niña… tal vez… tal vez tienes razón, un… un apellido te allanó el camino para entrar…
–Yo…
–Pero… si has logrado mantenerte en este sitio todo este tiempo… es por mérito sólo tuyo, ¿o qué? ¿Crees de verdad que un apellido pesa tanto como para mantener a un estudiante?
Debe estar tragando el nudo en la garganta. Creo que su mirada es diferente al bajarla. Creo que está pensando en lo que acabo de decir. Y espero que sí, porque decirlo me está costando trabajo.
–Aquí ya has hecho tu camino, aquí tu familia quedó atrás, aquí… aquí eres tú, niña, tú y sólo tú, absolutamente nadie más.
–D… doctor…
–Si ese muchacho… si ese chico de la muñeca te ve y se aleja… puede ser por cualquier motivo, cualquiera, pero… ni por un segundo creas que es por rechazo hacia ti.
–Pero… usted no me conoce, yo…
–Pero sí te puedo decir… sí te puedo decir que nadie es el mismo después de ser atropellado –sé que me arrepentiré por lo que voy a decir, pero esto ha sido demasiado–. ¿Cómo sabes que recuerda siquiera haber sido golpeado por un vehículo?
Fue como abrir sus sentidos, liberarla del sufrimiento y del ciclo de reencarnaciones, alcanzando el nirvana. Cosa difícil si no es un estado subjetivo de la conciencia. Pero esa mirada brillante entre las lágrimas y el fulgor propio y el repentino entusiasmo con que incluso se levanta de su asiento me resulta casi enternecedor.
–Entonces… doctor… ¿Usted cree que…?
–Creo que… pase lo que pase, tú no tienes de qué preocuparte –haciendo acopio de confianza, dejo caer, con miedo, una mano en su hombro–. Tú… tú eres tú, tú eres tus decisiones y eso… ni ese chico ni nadie… nadie te lo quitará jamás y… si has sabido llegar hasta aquí… no es por causa de tu buen nombre, sino de que… has sabido hacer bien las cosas.
Casi puedo escuchar una risita burlona. Casi extraño una palmada brusca en el hombro.
Qué bonito hablas, casi te lo creo.
Pero ella no escucha esas palabras. De otro modo, no sonreiría así, perdiendo diez años en el proceso e irradiando tal energía positiva que no me sorprendería ver onomatopeyas rodeando su expresión iluminada.
–Doctor…
–Si pudiste sacar una maldita catapulta de la nada, no dudes que puedes sacar un jodido avión si te lo propones –pésima analogía, estoy perdiendo su entusiasmo–. Quiero decir… puedes hacer lo que sea, niña, más allá siempre… tú eres tú y eso ya es demasiado.
La risita se hace más fuerte. Sonríe y hago eco de la sonrisa. Y podríamos quedarnos así, como dos estúpidos, un largo rato, así que soy yo el primero en romper el contacto, agarrar las muletas, dejar la muñeca verde en el asiento y largarme con pasos más seguros por donde he venido, sabiendo que la chica sigue donde está, asimilando lo que acabo de decir…
–Yaoyorozu –Escucho de pronto, obligándome a detenerme en el umbral y voltear a verla.
–¿Disculpa?
–Soy… soy Momo Yaoyorozu, doctor –sonríe la chica. Tendrá dieciséis, pero no es difícil vislumbrar en ella a la indefensa chiquilla que alguna vez casi fue atropellada y fue rescatada por otro mocoso igual de indefenso. Tan pequeña e inocente como un durazno–. Es… es un gusto conocerlo.
Sonrío. Me duele la cara. Nada como que hace mucho tiempo que me cuesta. Sonreír, quiero decir.
Me largo por donde he venido. Lo que antes me tomaba cinco minutos, ahora me ha tomado más de treinta. Pero está bien. No es que yo lo hubiera hecho de haber dependido de mí. Puede que eso haga las cosas un poco más fáciles.
Puede que, a veces, una catapulta no sea tan terrible.
(Cinco días y mucha dolorosa rehabilitación después)
Ayer he visto un brócoli llorar en los límites de estos enormes patios. Cerca de él se encontraba un muchacho con peinado bipolar. A esa distancia no se podía escuchar lo que decían. De hecho, con el rostro así de congestionado, me sorprendió descubrir que estaba hablando.
Y hoy he visto a una muchacha con cierto gusto por las enormes armas medievales caminando con el rostro lloroso y sin muchas fuerzas hacia los dormitorios de este lugar acompañada de una chiquilla de cabello púrpura que me deseó tres mil muertes con la mirada en cuanto se me ocurrió mirarlas de refilón.
Y al terminar el día, de pronto, no me molesta tanto la idea de que una catapulta me parta en dos.
Una cosa es cagarla. Otra es cagarla y no saber en qué.
Tal vez… sí debí renunciar.
Pero... eso no es lo que tú harías, ¿verdad?
