Un cordial saludo a todos:
Estoy muy contento de poder regresar más pronto. En parte porque este capítulo me ha resultado más desafiante. Quería quebrar mis propias expectativas dando forma a algo que supusiera parte del estilo, de la narrativa por la que se me conoce y al mismo tiempo, ampliar el espectro de acción. Es la primera vez en mucho tiempo que disfruto escribiendo conversaciones y ni qué decir de la amplitud que, siento, he podido darle a lo que, en mi cabeza, era un esquema. Eso me ha devuelto, en buena medida, el gusto por escribir que creía perdido.
Antes de comenzar, quiero agradecer encarecidamente a blaze namikaze, la querida Chiara, AlexanderP700, el buen Misterghoul66, Armanduxbstds, LanstSempai, Aliteru, moorei y a todos los lectores que me dan una oportunidad con su lectura. A todos, desde el corazón, muchas muchas gracias.
Y sin nada más que agregar, además de los descargos evidentes de responsabilidad, los invito a la lectura y les doy la bienvenida.
Qué hago en medio de las vides y las espinas…
Martes
0:30 AM
Lo bonito de los tiempos actuales es que ciertas antiguas costumbres han sido desechadas gradualmente. La igualdad plena no ha sido conseguida del todo, en eso podemos estar de acuerdo, pero aspirar a la plenitud de la misma, por ejemplo, no parece descabellado como solía ser en los tiempos de nuestros padres o abuelos.
Dicho esto, soy un maldito convencido de que este valor o ideal puede hallar mejores formas de manifestarse. Basta con que no des por sentadas ciertas cosas por el hecho de ser tal o cual. A mí me parece sencillo. Pensarlo digo, porque del dicho al hecho sigue habiendo un trecho.
Repito, sigue habiendo mejores formas.
Y antes de continuar, quiero aclarar algo: Estoy muy sobrio. Pero desearía no estarlo. Así no sentiría el miedo que ahora mismo me acompaña en mi trayectoria ascendente.
Y no, carajo, no me gustan las explosiones.
Entonces… ¿Cómo puñetas puedo explicar que ahora mismo pueda ver estas azoteas y un hermoso cielo estrellado antes de iniciar el descenso?
Bueno, hay una pregunta más acuciante:
¿Qué carajos estoy haciendo aquí a estas horas?
Lunes
23:45 PM
No soy ningún fanático del trabajo y no puedo decir que el pago compense las horas extras ni mucho menos que tenga del todo claro lo que podría hacer con ese dinero.
Tampoco es como que haya demasiado que justifique las horas extras. Pero ponte en mi lugar. ¿Te animaría demasiado la perspectiva de regresar a una casa demasiado vacía para una persona?
Gracias.
Y no es como que una oficina solitaria ayude demasiado, pero el espacio reducido mitiga esa sensación de ausencia.
Al final, si en esas circunstancias sales es porque incluso uno mismo se cansa de fingir que puede lidiar con algo así en cualquier lugar.
En última instancia, si te vas a sentir del carajo, que sea en tu territorio.
Así que lo que antes podía tomarme cinco minutos, ahora me toma diez o más. No tanto por las dificultades anteriores, sino por lo que significa tomarte tu tiempo.
Si no hay apuro, puedes detener a contemplar los detalles. Y fingir, en última instancia, que no te aterra regresar.
Eso hasta que oyes la explosión y decides, de repente, que hay otras cosas por las cuales vale la pena temer.
Martes
0:31 AM
Dios mío… ¿Qué he hecho para merecer esto?
Ah, ya me acordé.
Lunes
8:00 AM
–Oye amigo, creo que no te escuché, pero… ¿Podrías repetirlo?
Una de las pocas veces en que me reuní con los profesores congregados en su salón. Todos con la taza a medio camino. Todos mirándome con expresión alelada y casi juraría que el tipo este Eraser, de buena gana, me estrangularía con sus vendas.
Llegué a pensar que al escandaloso canario este, Present Mic creo que es su nombre de héroe, estaba a punto de darle algo a la altura del pecho.
Algo desconcertado, lo repetí:
–En cierta forma, El Imperio Contraataca está sobrevalorada, entiendo a quien le pueda gustar, pero sigo prefiriendo The Last Jedi.
La temblorosa taza del retirado Yagi se hizo añicos con un estrépito.
Martes
0:31 AM
No, espera. ¿Seguro que fue eso?
Jueves
Un mes y medio atrás
La mano de Nezu por sobre el escritorio. Al tiempo que la estrechaba, me encontré con su sonrisa satisfecha.
–Nos alegra que haya aceptado, bienvenido a la UA, doctor.
Martes
0:31 AM
Ah, eso.
Pues parece justo visto desde aquí.
O tal vez no. Pero sí tengo certeza plena de que esto me va a doler.
Martes
0:25 AM
Antes de llegar al lugar, escuché otras tres explosiones. No sé si alguien se despertó al mismo tiempo, pero sí fui el primero en llegar.
Tal vez fue un poco de morbo. Es decir, ¿qué clase de imbécil corre a las explosiones en vez de seguir el sentido contrario y sabiendo que no puede hacer mucho al respecto?
Me presento. Mucho gusto.
Las explosiones, en realidad, eran una cacofonía bastante curiosa. En medio de lo que parecía la simulación de una ruinosa ciudad, se dejaban escuchar los estruendos de súbitos iceberg aterrizando y estallidos más próximos a una descomunal arma de fuego.
Y de pronto, unas gigantescas llamas.
La escandalosa mezcla también producía unas ondas expansivas de padre y señor mío. Corrí entre pausas en realidad siguiendo la trayectoria del desastre y pensando, teléfono en mano, qué podría hacer un debilucho como yo ante lo que parecía la verdadera declaración de una guerra civil.
Digo… marcar el maldito teléfono cuando todos debían estar ya jodidamente enterados… a menos que no durmieran en la noche, sino que murieran…
–¡Vamos!
Más que un grito, fue un chillido. Y a pesar de la escala alcanzada y la intensidad impregnada en cada sílaba… la reconocí.
Pero no me lo creí…
–¡No puede ser todo lo que tienes!
Hasta ese segundo.
No puede ser…
Dolorido y todo, seguí hasta que se escuchó una nueva explosión. La onda expansiva casi me mandó lejos. No sé cómo seguí…
–¡Eso quisieras!
La respuesta. Otra voz. Me sonaba, pero…
–¡Pues ven!
Y vaya si lo hizo, a juzgar por el posterior estruendo. Con semejante última pista, la verdad no me fue difícil llegar.
¿En serio, cabrón?
¿Recuerdan los escenarios post apocalípticos? Uno posterior a una guerra termonuclear.
¿Sí? Bueno, tomen eso y añadan un poco más de desastre.
Hacía frío. Hacía calor. Había humo. Había vapor. La madre que me parió.
No sé cómo algunos edificios seguían en pie con ese nivel de incendio, destrucción y congelación.
En el extremo derecho de la calle, un muchacho de cabello bitono. Rojo y blanco. Y el lado rojo envuelto en llamas. Maltrecho. Apaleado. En guardia. Feroz.
En el extremo derecho, una muchacha con el negro y largo cabello suelto. Revuelto. Portando algo parecido a un maldito lanzacohetes que cargó. Había adelgazado. También maltrecha. También apaleada. Y malditamente feroz.
Sí tenía razón.
–¡Oigan!
Fui consciente de mi rugido en cuanto ambos voltearon a verme desde su posición. Ni siquiera una pizca de sobresalto. Podrían haber compartido el informe del clima y sus miradas habrían sido similares.
–Par de mocosos chiflados, ¡qué carajos creen que hacen!
–Aléjese, doctor –siseó, para mi descomunal sorpresa, la muchacha–. Un paso más y no podré garantizar su seguridad.
–Esto es una maldita locura –mascullé, desobedeciendo la orden de la chica–. ¡Paren ahora, remedos de héroes! ¡No van a llegar a ninguna parte si se matan el uno al otro!
–Nadie va a morir –soltó el chico bicolor con voz seca, enfriando a su vez su lado derecho. Incluso divisé escarcha sobre su piel–. Sólo haré lo que haga falta para hacerle entrar en razón.
–Por última vez, Todoroki, ¡él no es tu propiedad!
–¡Ni la tuya, Yaoyorozu!
–¡No serás tú quien me lo impida!
–Ya te lo dije, ¡tendrás que pasar sobre mí!
–¡Pues adelante!
–¡Inténtalo!
Y lo siguiente… pues…
Ponte en mis zapatos.
Fuego y hielo. Fuego de preferencia.
Una chica cargando a toda velocidad con un arma de descomunal calibre.
En uno a diez, la posibilidad de que uno o los dos fuera reducido a cenizas estaba por sobre el quince.
Lo sensato para un sujeto promedio habría sido correr en sentido contrario y elevar una plegaria.
Entonces… por qué, te dirás.
¿Por qué tuve que ir en esa dirección?
¿Qué me podía importar a mí que se volaran en pedazos?
¿Me pagarían por impedirlo?
Todo se redujo a cuestión de segundos. Una plegaria y una teoría.
Cuando no tienes poderes, te vuelves súbitamente consciente de todos los factores de riesgo y las posibles salidas traseras. Después de haber despertado amarrado a una bomba tras una noche de borrachera, pierdes muchas cosas, entre ellas la capacidad de asombro, una parte de miedo y crees que nada puede ser peor.
Hasta ese segundo. Aunque todo lo demás seguía en su lugar. Entre otras cosas, la capacidad de creer, por un maldito segundo, que es posible no quedarte mirando con las manos en los bolsillos si sabes que el resultado puede ser fatal.
Aunque visto en perspectiva, puede que la bomba y ese segundo fueran igual de malos y estuviera convencido de mi único talento.
Cagarla a lo grande y saber sobrevivir.
Así, mientras el llamado Todoroki compensaba el enorme iceberg que obligó a Yaoyorozu a esquivar con una onda incendiaria que iba a apuntar hacia ella, la muchacha se las ingenió para valerse del hielo, darse un impulso y desde una mínima altura, apuntar hacia el muchacho.
Fue cuestión de segundos. Lo que me demoré en correr. Lo que tardé en agradecer que ella aún no jalara el gatillo ni él aún la apuntara directamente.
Fue entonces que también lo comprendí.
A pesar de esa rabia, seguían siendo compañeros.
Un instante. Un parpadeo para comprender que la rabia había cedido y les permitió ser plenamente conscientes de lo que estaban a punto de hacer.
Así que aparecer en esas condiciones equivalió a gritar una grosería en plena misa.
Y ni qué decir de la suerte mía de empujar el lanzacohetes, arrancándoselo de las manos.
Lástima que no fue a distancia prudencial. Lástima que el chico no alcanzó a detener la mano en llamas.
Lástima que quedé justo en…
Bien.
Cuenta hasta cuatro. Inhala. Cuenta hasta cuatro. Exhala.
Respira.
Contrólalo.
Martes
0:31 AM
Bien.
No, en serio, Está bien. Será lo último que veré. Prefiero cerrar los ojos.
Que esta espectacular vista sea lo último que recuerde.
Bien.
Siempre temí a la agonía de todos modos.
Ahora… será inmediato. No en una casa demasiado vacía. Sin espacio para recordar nada más.
Y cuando toque el piso… no dolerá.
No debería… sentir… más…
No… más…
–Tu quirk es una bendición.
–Me… me asusta…
–Chiquilla, todos quieren salvar vidas, pero… ¿Cuántos puedes decir que la den?
Es todo inmediato. Primero un pequeño estruendo. Luego el grito.
–¡Doctor!
Seguido de los brazos que me agarran el torso. Desvían mi trayectoria. Caemos más rápido. Caemos en diagonal. Caemos…
Aterrizamos.
Me dejan en el piso. Qué es lo que pasa… todavía estoy vivo… todavía respiro…
–Doctor… ¡Doctor! ¡Abra los ojos! ¡Diga algo!
Le hago caso. En parte porque está siendo escandaloso. No me deja en paz…
Veo, recortado contra el cielo nocturno, un brócoli con los ojos llorosos. Su angustiada expresión encuentra alivio al verme hacerle caso. Esa debe ser ropa para dormir, pero… está calzado.
–Doctor… qué bueno…
–Niño –alcanzo a musitar. Buen momento para recordarme todo el dolor.
–No, ¡no se mueva! ¡Ya vienen por nosotros!
–Midori…
–Sólo aguante, sé que es difícil, pero…
–Cállate.
–No… doctor…
–Sé… buen héroe… y… déjame… dormir…
–No… no… ¡No! ¡No se duerma! ¡No…!
Pero es fácil. A medida que cierro los ojos, su voz se apaga…
Por fin.
–Sí que eres ridículo, me estás escuchando, ¿por sigues fingiendo? Hora de levantarse, vago.
Dos días después de la pelea
Trago el sorbo de golpe y el dolor no se hace esperar. No quiero mirarlo como sé que lo estoy haciendo, pero el esqueleto rubio que tengo sentado junto a mí parece resignado a mi postura.
–A ver –articulo con delicadeza, sabiendo que cada palabra puede ser crucial–. Espera, creo que… creo que no escuché bien.
–Creo que sí escuchaste bien, amigo –me replica con su voz de ultratumba.
–Bien, sí, escuché bien.
–Es malo, ¿verdad?
–Mira, yo… yo no diría "malo" así como así, verás… hay que considerar muchos factores, pero… el hecho de que… estés en la posición en la que estás… bueno, eso no ayuda mucho, pero…
–Suenas como mi abogado –confiesa el rubio esquelético con una media sonrisa desganada de la que hago eco.
–Si te sirve de consuelo… no hay implicancias legales, creo que no hace falta serlo para saberlo.
–No es como que eso me consuele.
–Ni pretendía lograrlo, de alguna manera estás jodido, pero no tanto como puedes creer.
–Necesito una salida, amigo.
–Habrá una salida, no te lo puedo prometer, pero… no puedes negar que el tiempo ayuda, además… seamos honestos, estar metido y creer, en todo momento, que tienes la mierda hasta el cuello no ayuda a que cambies de parecer.
–¿De qué me sirve cambiar de parecer si estaré en la misma posición?
–Que necesitas tener la cabeza fría si quieres encontrar una salida.
–¿Y por qué crees que he acudido a ti?
–Por mi café no habrá sido, ¿o sí?
–No te ofendas, pero Aizawa cree que no tienes sentido del gusto, digo, para que bebas eso…
–Dile que del poco sentido que me quedaba ya se encargaron sus muchachos.
Ríe un poco. Escupe unas gotas de sangre. Hasta eso hay que cuidar con este héroe retirado. Le alcanzo un pañuelo para que se limpie el dorso manchado. El ademán mecánico me estremece un tanto. En el fondo no mentía. Sólo alguien con la mierda hasta el cuello y acostumbrado a la pestilencia puede permitirse contemplar tan alarmante síntoma casi con aburrimiento.
–Entre los profesores ya tienes un nuevo apodo –suelta de pronto el retirado héroe, captando mi atención.
–¿En serio? ¿Cuál es?
–Highlander.
Me toca sonreír. Me encanta esa película. Aunque puede que el apodo sea un poco exagerado, pero dadas las circunstancias, pues…
–¿Cómo están? –Ante la confusión del esqueleto, me obligo a ser más específico–. Los chicos, quiero decir, cómo…
–Un mes de detención y cada noche deben limpiar las instalaciones comunes.
–Canijo.
–Tuvieron mucha suerte, la postura inicial era expulsarlos.
–Dios mío –musito, sintiendo el sudor frío deslizarse por mi cuello dañado. Percibo un poco de ardor–. ¿Cómo se salvaron? ¿Echaste mano de tus dotes de abogado?
–No tuve tanta influencia en esa situación –confiesa Toshinori, inclinándose un poco sobre su asiento–. Es decir… sí, no me gustaría que esos chicos vieran truncado su futuro, pero no puedo negar que… bueno, esta vez fueron demasiado lejos y tú por poco…
–Espera, espera, ¿esta vez? –Suelto con incredulidad–. ¿Me estás diciendo que no es la primera vez que tienen un enfrentamiento?
–Bueno… no puedo decir que en los últimos días sus relaciones estuvieran en los mejores términos, pero… sí es la primera vez que… escala de esa manera y con tantos daños…
–Si tienes la oportunidad, hazme el favor de pedirles que no me usen como excusa, ¿quieres?
–¿También te importan esos chicos?
–Creo que ya tienen suficiente con que los cuiden sus apellidos, ¿me equivoco?
No soy ningún estúpido. Tampoco hace falta que Toshinori Yagi baje la cabeza con gesto avergonzado. Todoroki. Yaoyorozu. ¿En serio pensaron que no sé matemáticas básicas? Bueno, pensaron bien, pero algunas cosas sí las sé sumar. Eso incluyendo la influencia de los apellidos.
Y la importancia de una academia como UA.
Y la pésima publicidad que puede acarrear para ambas partes la expulsión de esos chicos.
Si me lo preguntan, es un sistema encantador.
–No se trata de que me importen o no –confieso con cierta amargura–. Ni siquiera sé si los tendría por lo bastante importantes como para preocuparme su expulsión, pero no vamos a ser tan hipócritas para obviar que, a la hora de la verdad, el daño a un civil no importó tanto como la reputación de sus familias, así que… ¿Crees que me gusta saber que soy ese civil?
–Yo…
–También fue mi culpa, no debí meterme donde no me llamaban, menos si sabía que no podía hacer algo.
–Impediste que se mataran, amigo.
–Viviré mejor si no me recuerdas eso.
–Ella estaría muy orgullosa de ti.
Eso fue bajo, pero no me sale la voz. De pronto la he perdido. Necesito mirar en otra dirección. Ha sido rápido, pero no quiero que compruebe por qué me arden los ojos.
–No es como… que saberlo me ayude, ¿sabes?
–Lo siento, no quería…
–Está bien, yo… está bien –consigo decir, agradeciendo que mi voz no suene tan ronca. Lo puedo considerar un avance–. Es así, no te disculpes, no… no puedo vivir negándolo.
–No, también… siento todo esto, yo…
–Está bien, en serio –respiro profundo, casi sonrío–. En parte… uno imagina que estas cosas pueden pasar… en un lugar así.
Se podría decir que estamos en una habitación más hermética de las instalaciones hospitalarias. El antiguo Símbolo de la Paz es la primera visita que recibo desde que desperté y de eso no hace demasiado tampoco. Ahora las quemaduras están vendadas, pero según su relato, las horas posteriores al desastre no me fueron especialmente favorables. Aún me duele permanecer acostado, pero no haré tal de intentar arrastrarme fuera de aquí como la última vez.
–Alguien… tiene que hablar con esos chicos –consigo gruñir, en parte para desviar la atención.
–Tampoco es como que quieran hablar al respecto, según sé.
–Mientras no se vuelvan a hablar por un tiempo, tanto mejor –me asalta un pensamiento absurdo–. Aizawa no los puso juntos a limpiar, ¿verdad?
Es automático. Toshinori palidece aún más si cabe y empieza a toser. Yo necesito de pronto un trago y me tengo que conformar con el té tibio que aún me queda.
Canijo.
Siempre puedes más
Al día siguiente
Trago el sorbo de golpe y el dolor no se hace esperar. No quiero mirarlo como sé que lo estoy haciendo, pero el muerto viviente que tengo enfrente parece haber calculado mi reacción.
–A ver –articulo con la delicadeza que sé que no merece, pero que me mantiene a dos pasos del infierno–. Espera, creo que… que no escuché bien.
Él, por toda réplica, resopla con fastidio antes de llevarse la taza a los labios.
–Sabes que escuchaste bien, además… no sé de qué te sorprendes tanto, es tu trabajo, ¿no?
–No pensarás que puedo ser especialmente imparcial con ese chico, ¿o sí?
–Te contrataron por tu imparcialidad, te pagan para que la mantengas, ¿está sujeto a discusión?
–En la medida que no mantienes bajo control a tus bombas andantes…
Es un golpe bajo. O eso parece indicarme el ceño que adopta la expresión de Aizawa y el ambiente de la sala. De pronto, todos los profesores parecen alertas e incluso uno que otro adopta una actitud vigilante.
–Seamos justos, fuiste muy estúpido, sabiendo que no podías hacer nada… –me suelta el profesor con gesto despectivo.
–Sí, lloro todas las noches pensando en lo que hice, ¿no te jode? Pero habría tenido gracia.
–Me encantaría tener tu sentido del humor.
–Mejor esa insignia en tu pecho: Shota Aizawa, el tutor cuyos alumnos tienen la mayor tasa de civiles heridos, ¿a que no es encantador?
Estamos cruzando las primeras líneas. A Mic se le ha borrado la sonrisa. Juraría que ha tragado saliva. La psicópata de púrpura tiene agarrada una de sus mangas y no parece del todo decidida a tirar de ella o no.
–Como sea, es tu trabajo…
–En la medida que hagas el tuyo.
–¿Cómo explicas entonces que te hayan contratado?
–Del mismo modo que puedo explicar que no te hayan despedido.
Es automático. Al tiempo que se enciende con los cabellos en alto y los ojos rojos, veo al canario escandaloso agarrándolo del torso para impedir que se me venga encima. Yo tampoco lo hago mejor y lo vengo a comprobar cundo compruebo que un látigo me ha atrapado el torno, incluyendo los brazos, cuando he dado un paso hacia adelante y tira de mí.
No dura demasiado. Supongo que cualquiera, en nuestra posición, sabe que si no damos señales de calma, no seremos soltados. Es lo único en lo que parecemos de acuerdo Aizawa y yo, aunque quienes han intervenido no parecen del todo convencidos de apartarse hasta que el zombi profesor resopla antes de darme la espalda.
–Como sea –gruñe, ignorando los llamados de atención de su rubio amigo–. Tendrás que hacerlo de todos modos.
–Eso si no se explotaron ya, digo, si fuiste tan brillante para ponerlos juntos…
Qué bueno que no nos alejamos, estarán pensando los profesores que nos vuelven a agarrar. Por mi parte, ni siquiera estoy pensando en el alcance de la estupidez que estoy haciendo ni si el cabrón tiene o no razón. Sí tengo claro que no le agrado ni se ha molestado en ocultarlo.
Ni yo siento ánimos de tener la cortesía de disimular ante él.
Imagina que todo brota de ti y busca alcanzar el calor del sol, está en ti el ayudarlas a llegar hasta allá, a abrazar la calidez del día… a darles una oportunidad de abrir los ojos y crecer… ¿Y me dices que tu quirk no es una bendición, niña?
Al día siguiente
–Solía odiar a mi padre.
–Y ahora no.
–Ahora me da igual.
–¿Seguro?
–Lo veo menos que antes, eso facilita las cosas.
Hay dos clases de problemas, dijo un sabio hace mucho: Los que se resuelven solos y los que no tienen solución.
Por joder a Aizawa, estaba más que dispuesto a dejar que esos chicos se frieran entre sí después de casi convertirme en psicólogo a las brasas.
Hasta que descubrí que había olvidado en la oficina mis documentos.
Lo que me llevó a ser seguido por una sombra hasta la mismísima puerta. No existen demasiadas alternativas un fin de semana en un edificio tan grande y así y todo…
–Antes de que salgas –solté con la mano en el pomo de la puerta–. ¿En esta escuela no tienen una asignatura de Sigilo?
–En realidad esperaba encontrar el momento para hablarle.
A la vuelta de la esquina apareció el muchacho bitonal de vestimenta casual y con algunas vendas cubriendo sus brazos. Un llamativo parche en una de sus mejillas y la encantadora cicatriz en su cara producto de una quemadura añeja que subraya su heterocromía.
Y ahí nos quedamos, a unos tres metros de distancia. Asumiendo que alguno destacaría por su paciencia antes que el otro.
Por mi parte, había dejado el orgullo en casa.
–Bueno, ¿vas a esperar a que las vacas vuelen o qué?
–Asumí que deduciría por qué lo he buscado.
–Se me ocurren dos alternativas.
–Las dos son correctas.
–¿Y qué esperas? ¿Una invitación?
–Sí.
Lo peor no fue la respuesta. Fue que lo decía en serio.
Así que sí, tuve que hacerle un gesto para que me siguiera al interior. Bien podríamos habernos sentado a conversar en el pasillo y a nadie le habría importado, pero necesitaba asegurarme de que no había hecho un viaje en balde, como terminé comprobando al encontrar la billetera en el cajón.
Ni bien cruzamos el umbral y se cerró la puerta tras de él, el muchacho se inclinó en una respetable reverencia.
–Siento mucho por todo el daño causado y el mal gusto que le he hecho pasar a causa de mi comportamiento, espero sepa disculparme.
–Esas cosas se aprenden con el tiempo, pero no pasa nada –mascullé incómodo. Eso sí lo entendió como una señal.
Por supuesto que no fue directo al grano. Primero se detuvo a contemplar mi territorio, asimilarlo en su recuerdo y aceptar que se hallaba donde se hallaba. El suspiro que dejó escapar me dio a entender que, más que aliviado, se sentía resignado.
–No sé por dónde empezar –reconoció el muchacho.
–Ni tienes por qué.
–Lo que quiero decir es… que llevo demasiado tiempo guardando demasiadas cosas y eso estuvo a punto de costarle la vida a un inocente –es la primera vez que me mira directo a los ojos. No es una imagen que me agrade–. He tenido suerte, pero… sí no hago algo al respecto… ahora que puedo… no sé qué pasará después.
Qué gracioso que hablara de suerte conmigo con más crema en el torso y vendas que piel en buen estado por obra y gracia de su desmesurada calidez.
–¿Y por qué me dices eso? ¿Quieres hacer más completa la disculpa?
–Quiero que me ayude.
–¿Sabes a quién le estás pidiendo algo así?
–Por eso le he seguido, doctor.
¿Sería eso el equivalente a poner la otra mejilla? Una cosa es no guardarle rencor a quien te ha jodido y otra, muy diferente, es tenderle una mano. No digo que no sea posible, pero esas cosas toman tiempo y al momento de escucharlo, aún me picaban (como ahora) las quemaduras.
Por otro lado, seguía siendo un pendiente y qué mejor oportunidad…
–¿Vienes aquí para explicarlo todo? –Este chico necesita de gestos, señales, señaléticas, llamadas de atención. Sólo entonces se sentó.
Fue tan pesado el suspiro posterior que me vi en la obligación de cerrar la boca. El novato más virtuoso, pensé. Porque sabía exactamente qué hacía en mi territorio, qué cabía esperarse de él en semejantes circunstancias. Sólo necesitaba tiempo. Quizá para tragarse el orgullo. Para aceptar que, de todas las alternativas, seguía siendo la menos mala.
–Solía odiar a mi padre.
–Y ahora no.
–Ahora me da igual.
–¿Seguro?
–Lo veo menos que antes, eso facilita las cosas.
–Háblame de tu padre –sí, a mí también me jode, pero tenemos que hacerlo.
–Me creó para que pudiera superar a All Might.
–¿Que él qué?
–Me creó para…
–¿Esas fueron sus palabras?
–Sí.
Bien. Pues en base a eso se me ocurren un par de cosas. No quiero poner sal en la herida, lo demás está ahí. Es bastante sencillo. Sé quién es su padre. Si no te suena semejante apellido, es que pasas demasiado tiempo debajo de una roca en lo más profundo del mar. Ya sé de dónde viene el fuego. Si eso dijo, no creo que buscara el hielo por amor. Encantador, el señor Todoroki.
–Desde pequeño consideró que debía llevarme al límite para satisfacer su ambición –no puedo verlo, pero adivino que aprieta los puños–. Antes de mí, fue así con mi hermano mayor y eso lo terminó matando.
No quiero tomar notas. Quiero olvidar todo esto. ¿Quién carajos da la licencia a sujetos así? No, más importante que eso… ¿Acaso la palabra héroe sigue significando algo?
–Y ninguno de mis otros hermanos resultó ser tan fuerte como él quiso, así que… ya imaginará que no pasé mucho tiempo con mi familia por su culpa.
Lo peor no es que lo diga. Es que deje tantas cosas en el aire. Vacíos que relleno elucubrando. Imágenes que me provocan náuseas que lucho por disimular. De hecho, empiezo a lamentar haber necesitado tanto encontrar la maldita billetera…
Qué debilucho eres.
Tampoco eso me ayuda, pero en última instancia…
–Actualmente…. ¿Cómo te llevas con el resto de tu familia?
–No es como que vea demasiado a mi hermano, está estudiando en otra ciudad; mi hermana está demasiado ocupada trabajando y mi madre… –Una pausa pesada, asfixiante. Y tiene gracia que apenas sea un mísero instante–. A mi madre la visito con regularidad en el hospital.
–Ah, ya veo –no me gusta cómo lo dice. No me gusta lo que estoy escuchando. En parte porque nada me ha gustado desde el comienzo y me aterra preguntar otra vez–. Siento mucho que…
–Usted no es quien debe sentirlo, sino él –no, no por favor–. La llevó al límite, la destruyó desde el comienzo… la usó como quiso y al final… todo dentro de ella se derrumbó y le ha tomado años volver… volver…
Tal vez sea inconsciente, pero no se me pasa que, en vez de cubrirse la cara con las manos, se lleva la palma a la quemadura de la cara. Todo parece guardar relación y no quiero confirmarla. Se me ocurren un par de escenarios dado el cuadro que me ha pintado el muchacho y ninguno es especialmente agradable.
–Creí haberlo superado… en parte… aceptando mi lado izquierdo… el lado de él –acto seguido, puedo ver una pequeña llama que se desprende de su cara. Podría ser un chispazo, podría haberlo imaginado. Pero sé que no lo soñé–. Creí que… lo superaría usando sólo mi lado derecho… y después… creí que usar el izquierdo sin pensar en él… sería superarlo, pero… a veces… a veces…
–Muchacho…
–Sueño… con todo eso –musita el chico. Intenta mantener la frialdad, pero algo en su tono me termina de trizar por dentro–. Con él… volviendo a atormentarme… con la mirada de mi madre… antes de lanzarme el agua hirviendo porque… porque yo…
Lamento no tener agua en el escritorio. Lamento no tener algo que beber, lo que sea. Mientras más fuerte, mejor. Siento tantas cosas en este segundo que no sé por dónde empezar.
Y me dirás que con qué derecho si soy lo que soy. Si hago lo que hago. Si se trata de esto y nada más.
Pero… ahora mismo no me puedo quitar un pensamiento de la cabeza, además del torbellino que me gira en la cabeza.
–Creí haberlo superado –susurra el muchacho con frustración–. En especial… cuando… Midoriya me ayudó a aceptarme.
No me digas que te has olvidado del chico.
–Todos… todos sufrimos en algún momento, pero… me parte más verlo a él así –reconoce desde lo más profundo, acaso mordiendo sus palabras. Negándose a soltarlas del todo–. Porque él fue el primero en entenderme, así que… supongo que… pasó por algo similar.
Si supieras…
–Por eso estallé, doctor, por eso… no pude hallar el control y… cuando supe la última vez… que la responsable del dolor reciente de Midoriya podía ser… Yaoyorozu… no lo pensé demasiado, no… no podía resistirlo sin hacer algo…
–¿Y no se te ocurrió nada mejor que retarla a duelo?
–No sé qué es lo que quiere hacer, qué más quiere, pero… sí le dije que sólo llegaría hasta él pasando sobre mí y que… no me contendría si insistía.
–Ya veo.
–No lo soporté, porque… por tonto que sea… cuando veo a Midoriya… a veces me veo a mí mismo y… no soporto la idea… de pasar por algo así y… no poder… no poder hacer algo… al respecto.
Si debo ser honesto y si a alguien le importa a ahora mismo, no creo ser capaz de entender ni la mitad. Pero me quedo con una cosa.
Me siento superado. Y no sé qué hacer. Y no me gusta improvisar. Pero este chico no ha venido en busca de silencio, sino de respuestas.
–Yo… entenderé si me dice que estoy mal…
–Carajo, chico, ¿pues qué esperabas? Es lo malditamente lógico que estés mal –suelto más por impulso. Sin profesionalismo. Sin vueltas. De frente. Con la crudeza que aquí más sobra–. Pero sí te puedo decir que estés tranquilo, cabrones más viejos que tú pasan años sumidos en un infierno sin saber qué los provocó; tú lo sabes, lo has descubierto, no lo niegas, eso… es lo que se necesita para poder avanzar.
–No quiero hacerle daño a nadie –medio confiesa el chico con voz enronquecida–. Pero… no quiero que dañen… a quienes me importan.
–A veces no podemos impedirlo, muchacho, no como quisiéramos –quiero levantarme y poner una mano en su hombro, pero eso superaría mis competencias–. Todos están llamados a vivir su vida y lo único que podemos hacer es acompañar en el dolor, no ahorrarlo.
–Debería… poderse…
–Entonces no le harías un favor –me mira con desconcierto. Y más desconcertado estoy yo de lo que estoy a punto de decir–. Tal vez no puedas ahorrarle el dolor, pero… sí puedes estar ahí para él cuando eso ocurra y entonces… quién sabe, con tu experiencia… tal vez puedas darle un sentido… convertirlo en una lección… ayudarlo a crecer.
–Pero… doctor… ¿Cómo puede el dolor ser una lección?
Tantas dudas… y es todo tan… tan lógico…
–¿No has aprendido a ser un mejor hombre de lo que ha sido tu padre?
Deja caer un poco la cabeza. La curva de sus labios es ínfima. No sé si eso califica como sonrisa. Al menos me ofrece una pizca de alivio. Él sigue en su asiento. No se mueve. Me alegro. No quiero arrepentirme después de lo que haré.
–Quiero verte otra vez por aquí.
–¿Doctor? –Mi tono lo descoloca. No pienso retroceder ahora.
–La próxima semana, quiero que vuelvas, no importa el día, quiero que vuelvas.
–Debo…
–Te dije que has dado un paso, no que has recorrido el trecho completo, no vamos a dejar esto a medias.
–No… no quiero que…
–Considéralo lo que exijo como reparación por lo que me hiciste.
No quiero tener que usar esa moneda de cambio con él, pero su indecisión me deja sin alternativas. Prueba de ello es la resignación que impregna su posterior suspiro.
–No… no puedo negarme a ello.
–Ni esperaba que lo hicieras, muchacho.
La Tierra era verde antes del ser humano. La Tierra era vida antes de aparecer nosotros y arrebatársela. El verde no sólo es vida. Es libertad. Es avanzar sin miedos. Sin amenazas. ¿O no sientes la paz del bosque?
Al otro día
Domingo
Sé que tengo alternativas. Sé que no es mi problema. Pero sé que eso no lo pensarías.
Lunes
–No lo dices en serio.
Contrario a lo que espero, es Vlad King el que lo suelta, no Aizawa. Éste último sólo permanece en su asiento, piernas y brazos cruzados, silencio pensativo. No quiero cantar victoria, pero su actitud parece ir a tono con la curiosidad de Nezu.
–Lo digo en serio.
–Pues estás exagerando.
–Exagerar es decir que esos chicos, el día de mañana, no van ser capaces de cumplir el rol para el que se preparan si no miramos un poco más allá.
–Para eso te contrataron, ¿no?
–De todo tu grupo, Vlad King, no he recibido a ningún estudiante.
–Será porque esos problemas no existen en ellos.
–O será porque no saben que están.
–Por favor…
–Yo no sé ustedes, pero si el día de mañana me dicen que uno de estos muchachos deberá salvar mi vida de próximo chiflado que me quiera hacer saltar por los aires… pensaré que no tengo demasiadas expectativas.
Me pongo de pie y miro a los tres. No me está gustando tanto silencio. Me estoy desesperando.
–En vez de rellenarlos con absurdos talleres de formación general, piensen por una maldita vez en lo que ellos quizás escondan y no se atreven a soltar porque parece que ser héroe significa temerle a la debilidad.
–Retira tus palabras.
–Las mantengo, Vlad, ¿no te jode? –Pero a él no lo miro. Me importa el director–. Me juego el brazo a que si de mí dependiera, la mitad de esos muchachos no estarían estudiando para ser héroes, pero ya están aquí, van a ser héroes, es un poco tarde para impedirlo y ya que van a salir a las calles… lo menos que pueden hacer es preocuparles qué están enviando.
–Aún si lo que dices tiene algo de sentido, es un poco tarde para considerarlo, ¿no te parece?
Las monótonas palabras de Aizawa me duelen. No tanto por el hecho de ser ciertas como que una verdad así provenga justamente de él. Podría aguantarla viniendo de cualquiera, pero de él…
–¿Y desde cuándo es eso una maldita excusa para no hacer algo al respecto?
Lo bueno es que nadie puede responder a eso abiertamente. Quiero creer que algo les ha entrado. Y se me confirma cuando Nezu, tras la pausa, es quien decide tomar la palabra:
–Sería un mayor trabajo para ti, muchacho.
–Lo imaginé.
–¿Y así y todo estás dispuesto? –Al verme asentir, puedo ver una suerte de benévola sonrisa curiosa–. ¿Y por qué quieres tan desesperadamente hacer algo así?
Se me ocurren demasiadas razones, pero todo se reduce a una voz. A un nombre.
–Porque puedo –contesto a mi vez–. Porque no tengo excusas para no hacerlo y porque quiero dormir tranquilo.
–¿Qué me estás queriendo decir? –Gruñe Aizawa, secundado por una risita burlona de Vlad.
–Suficiente –ataja el director a tiempo, antes de volver a mí–. Si sabes cómo proceder, muchacho, no veo por qué no acceder.
–Director…
–No sé si eres consciente de la dificultad que puede encerrar.
–Tal vez la dimensiono.
–Y así y todo.
–Director –gruño ya con fastidio–. Deje de darle vueltas antes de que me arrepienta, por favor.
Estás loco, ¿lo sabías?
Una semana después
Lunes
Tras escribir los caracteres katakana sobre la pizarra con mi nombre y mi ocupación, vuelvo la vista a la clase.
Tiene especial gracia que sean los primeros. Pero imaginar que esto trae consigo cierta cuota de fastidio también acarrea una porción no desdeñable de satisfacción.
Reconozco tres rostros de inmediato. Cuatro en realidad, pero la última parece más intrigada que otra cosa. Porque mientras bitono se limita a mantener la boca parcialmente abierta y la mirada desconcertada, el brócoli llorón parece desarmado en su asiento y la niña rica de las catapultas derechamente parece desear, de buena gana, crear una retroexcavadora para enterrarse lo más hondo posible.
Dios mío… ¿en qué me metí yo solo?
–Para los que no me conocen, es un gusto conocerlos, aunque sea a estas alturas –comienzo a decir, más para calmarme que por otra cosa–. Y para los que sí me conocen… les regalo el gusto.
Respiro. No es la mejor forma de empezar, pero de alguna parte debo conseguir la calma.
–Bienvenidos al Taller de Salud Emocional, yo seré su profesor.
