Un cordial saludo a todos.

Aquí me tienen de regreso. Por primera vez en muchos años, llueve sobre mi ciudad y eso me ha inspirado. Debo también confesar que he disfrutado mucho escribiendo este capítulo, pues siento que la forma de abordar la fórmula, siendo este universo, era mejor que la convencional que solía emplear. Y así que como he gozado con esta escritura, espero de corazón que ustedes también disfruten enormemente con la lectura.

Antes de comenzar, como es tradición, quiero agradecer a quienes me han dado una oportunidad con su lectura, muy especialmente a Misterghoul66, blaze namikaze (dejaremos que la historia hable sola), Namahe, jorgejonathanrs, FrozenFlamememes, LanstSempai, The Knight Galahad, Aliteru y tantos, tantos otros que me dan una oportunidad con su lectura.

Y así, sin nada más que añadir salvo que nada de la obra original me pertenece, les doy la bienvenida a la lectura.


¡Oye tú!

Reconozco esa voz. Me alivia escucharla tan pronto. No tendré que ir más allá. Incluso puedo verla.

¡No tardaste nada en extrañarme! –Grita con presunción. Eso no le basta para disimular lo que he conseguido.

Preferí adelantarme –replico cuando la tengo a unos pasos de distancia–. No podía arriesgarme a que armaras un escándalo en mi escuela.

Lo habrías disfrutado, vago.


Lunes

Se podría pensar que a estas alturas, con la graduación a la vuelta de la esquina, pretender enseñarnos algo nuevo no tiene demasiado sentido.

Y no es que lo pensara desde la mañana ni menos cuando vi a este tipo intentando acomodarse la corbata y en la puerta del salón, comprobando una y otra vez que fuera el correcto y encima cargando una escoba.

Tuvo suerte no de que lo viera, sino de que considerara necesario dirigirle la palabra.

–El maestro suele llegar poco después de la campana si no se ha dormido dentro –su cara flaca me sonaba, no así su azorada sonrisa.

–No, yo… no vengo buscarlo –al poco de decirlo, sonó la campana y todos los pudieran haber faltado se apuraron a entrar–. Esperaba esto.

No lo entendí de primera. Ni siquiera cuando fue el último en entrar, cerrando tras de sí.

Supongo que ahora mismo, no debe sentirse demasiado cómodo mirándonos a todos sentados. Quiero creer que nos cuenta. Que gana tiempo asegurándose de que no falta ninguno. O al menos eso me dice la nueva sonrisa en sus labios. Un gesto que, antes de darnos la espalda en dirección a la pizarra, sólo dice una cosa.

Resignación.

–Al menos están todos –lo escucho mascullar mientras escribe algo.

No quiero medir mi desconcierto. En cambio, busco con la mirada a mi amiga y mi desayuno otra sorpresa.

No sólo luce sorprendida. También increíblemente avergonzada. Y lo peor es que no es la única.

A una distancia menor, Midoriya parece haber olvidado cómo se respira y Todoroki parece desear convertirse en cenizas y escarcha. Y eso, tratándose de un chico con la expresividad de una puerta, se puede considerar un pequeño para para nosotros, pero un gran salto para la humanidad.

No termino de encontrar las respuestas cuando veo el nombre y la ocupación del tipo y recuerdo.

Contrataron hace poco a un psicólogo. La consulta es voluntaria.

Y es de público conocimiento que el tipo ha estado a punto de morir más veces en sus primeros meses de trabajo que cualquiera de nosotros, que nos educan para trabajar con el peligro.

Eso explicaría que parezca haber sobrevivido a la enésima paliza del mes y que no parezca tan contento mirándonos.

Y aunque lo último que necesito es que un tipo me escuche con expresión complaciente y me pregunte cómo me hizo sentir el último trauma de mi niñez, ahora más que nunca tengo la certeza de haberlo visto, sobre todo porque no todos los días te llevas a tu llorosa amiga a los dormitorios mientras impides que un mirón aparecido intente deducir algo a lo lejos.

Y ahora resulta que este tipo está frente a nosotros para…

–Para los que no me conocen, es un gusto conocerlos, aunque sea a estas alturas –comienza tras echar una mirada a la escoba que apoyó en la puerta–. Y para los que sí me conocen… les regalo el gusto.

Esto no me está gustando. Veo el efecto que causa en mi amiga. Y no sé por qué me viene a la mente una catapulta y creo, a mi pesar, entender en parte.

–Bienvenidos al Taller de Salud Emocional, yo seré su profesor.

¿El qué?

No es un consuelo que ahora mismo medio salón tenga cara de chiste. Los murmullos se diseminan a gran velocidad y antes de que alguien tan siquiera decida que vale la pena tomar la iniciativa, la mano de nuestro representante ya está arriba, captando su atención.

–¿Por qué no hemos sido informados de esto por el maestro Aizawa? –Eso tiene Iida, sabe resumir la lógica de nuestras dudas y hacer la pregunta correcta.

–Porque, en sus propias palabras, al menos hoy estaba demasiado cansado para intentar hilvanar la idea, así que consideró que sería buena idea que formara parte de la introducción –algunos sonríen. No se puede negar que es algo que él diría. Otra mano capta su atención y ante ella, alza las cejas–. ¿Muchacha?

–Este… no lo tome a mal, pero… ¿No cree que es un poco tarde para tener nuevas clases? –La pregunta de Yaomomo, en cambio, lo hace sonreír.

–Y es esa noción, sumada a otras… cosas que hace que este taller no sea sólo necesario, sino urgente –y no se puede decir que mi amiga luzca mejor con la respuesta. Haría un comentario al respecto si no fuera porque Midoriya se me ha adelantado.

–Di… ¡Disculpe! –Casi grita el cabeza de lechuga con la mano en alto y antes de dar espacio, ya se larga a hablar–. Creo… ¡Creo que los datos de la pizarra están incompletos!

–¿Disculpa? –Extrañado, el aparecido echa una mirada a lo escrito y vuelve a nosotros–. Está todo ahí, ¿de qué estás…?

–Creo que se refiere a su quirk, profesor, no está –complementa Todoroki. Ni falta que le hace elevar el volumen. Todos escuchamos.

Y sí. Tiene sentido. Incluso sabiendo todos la capacidad de nuestros maestros con anterioridad, todos ellos se encargaron de presumirla desde el comienzo y dejarla en la pizarra con la claridad que necesita cualquiera que deba recordar que, si no quieres vivir eso en carne propia, más te vale no pasarte.

En cambio, este tipo parece pensárselo genuinamente antes de mirarnos con otra sonrisa, esta vez divertida y dudosa.

–No creo que cuente como uno poder dislocarme los brazos y volverlos a su sitio, ¿verdad?

Creo que a más de uno se le revuelve el estómago con semejante imagen. A mí misma me marea imaginarlo, pero más me sorprende comprender dónde quiere llegar. No tiene mayor ciencia, todos hemos llegado a la misma conclusión tras sobreponernos al malestar.

–Tampoco es que haga falta, como ya verán –explica él, hundiendo las manos en los bolsillos–. Millones de años de evolución y civilización se cimentaron en personas que no…

–Pff, vaya mierda.

Era cuestión de tiempo. Llegué a creer que tardaría más.

No es como que Bakugou destaque por mostrar demasiado interés, incluso tratándose de la forma en que se sienta en cualquier asignatura. No es como que los años le hayan ayudado a mejorar. A veces, incluso tengo la impresión de que todo este tiempo ha acentuado cierto aspecto de su… encanto. Pero de ahí a pensar que se tomaría esa libertad en una clase…

De acuerdo, nadie sabe nada de este tipo, pero si dice ser profesor es porque se ganó el puesto, ¿no?

–¿Decías? –Suelta el aparecido sin perder la calma, pero con las cejas alzadas.

–Lo que escuchaste, debilucho, esto es una mierda –todos conocemos esa sonrisa. Ese gesto desagradable. Como mínimo, todos nos lo hemos llevado una vez. Pero nunca, jamás lo ha usado con un profesor. Y no, tampoco ayuda que este tipo parezca cualquier cosa, menos un profesor–. Ya pronto seremos héroes, ¿qué mierda nos puede enseñar un debilucho como tú? Un mierda inútil sin quirk… seguro te equivocaste de trabajo.

Cualquier otro maestro, como mínimo, lo colgaría de los meñiques una semana después de algo así. No creo ser la única que lo piensa ni me gusta tan siquiera pensarlo, pero es tan largo el trecho entre pesarlo y presenciarlo…

Y no. Este tipo no puede ser profesor. O no estaría sonriendo ante la falta de respeto más grande que hemos visto del sujeto más irrespetuoso, después de Mineta, que hemos conocido.

–Es una posibilidad –comenta el aparecido, para nuestra sorpresa–. Y no dudo que, ahora mismo, todos estén pensando lo mismo, pero con mejores palabras.

Es absurdo. No quiero mirarlo y darle la razón. Creo que no son pocos los que bajan la mirada, avergonzados. Esto lo hace soltar una risita.

–Si así son las cosas, tal vez merezcan una garantía –dicho esto, se apoya en el escritorio y mira a Bakugou, devolviéndole éste la mirada con desdén–. Seguro que te sientes muy competente, ¿verdad, miss simpatía?

–¡Cómo mierda me llamaste, bastardo! –Está claro que este tipo no sería un buen bombero. Acaba de alimentar un incendio. Tampoco ayuda que seamos varios los que debemos contener la risa ante el apodo.

–Seguro eres un hombre de acciones, ¿por qué no vienes y lo compruebas? –Eso hasta al mismo explosión andante parece desconcertarlo–. Tienes un minuto para dejarme fuera de combate y si lo logras, se librarán de este taller y te daré lo que llevo ahora en la billetera, ¿te parece justo?

Tiene que ser una broma. No, no lo es. Lo dice como si tal cosa. No ha perdido la sonrisa. Y lo peor de todo es que no creo que haya escondido el quirk para sorprenderlo. No parece sensato provocar a alguien así ni mostrar todas las cartas. Y lo peor es que Bakugou parece más que satisfecho con el trato.

–Si en ese lapso no lo has logrado, tendrás dos semanas de detención –añade como si nada el aparecido, antes de ir por la escoba y barrer una zona impoluta.

–Voy a disfrutar explotando tus huesos, inútil –gruñe con ferocidad el demente, antes de avanzar hacia delante.

Y como es de esperar, Iida está escandalizado:

–¡Profesor, así no es como se hacen aquí las cosas! ¡E incluso tratándose de un enfrentamiento de entrenamiento, deberíamos ir al campo y no…!

–Muchacho –interrumpe el nuevo profesor, entregándole un cronómetro y otra sonrisa–. Tranquilo, sólo será un minuto.

–Pero…

–Verás que no se va a destruir nada –tras eso, vuelve a la pista. Inconscientemente, todos retrocedemos un poco mientras terminamos de creer el nuevo récord que ha alcanzado Bakugou respecto de su estupidez–. Si estás listo, yo también.

–¡Por quién me tomas, mierda! –Ruge el rubio, dejando escapar pequeñas explosiones de las palmas.

Iida parece dudar antes mirar el cronómetro. Mientras Bakugou parece consumido por la ansiedad y la anticipada satisfacción, el profesor ni siquiera se ha molestado en soltar la escoba. Si no fuera por el traje aflojado, diría incluso que se trata del nuevo conserje.

–Listos… ¡Empiecen!

Se puede decir muchas cosas de Bakugou. Ninguna especialmente buena, todo sea dicho, pero nadie puede afirmar que se trate de un estúpido. Así que nadie puede culparlo por no saltar de inmediato a la primera señal de Iida. Existe la pequeña probabilidad de que haya olido algo y ahora sea un poco tarde para pensarlo mejor, más habiendo abrazado el desafío.

Pero sigue siendo Bakugou. Y eso queda de manifiesto cuando el profesor vuelve a sonreír y suelta:

–Las damas primero.

Ahora las chispas vuelan de sus dedos y estoy particularmente segura de que no hace falta un oído muy agudo para escuchar el sonido de sus dientes apretados al máximo.

–¡Eres historia, inútil! ¡Muere!

Es todo cuestión de segundos. Tan rápido que no me lo creo.

Primero, Bakugou saltando hacia el profesor con las manos extendidas, las chispas incrementándose y el ataque confirmado.

Después… un movimiento. Uno solo. Básicamente el profesor dando un paso al costado cuando lo tiene a poca distancia y hacerle una zancadilla con la escoba.

Y eso de por sí sería suficiente si no fuera porque todo este tiempo, el profesor ha estado delante de una ventana abierta y reparamos en la misma en cuanto el chiflado explosivo se ha precipitado a través de ella.

–¡Kacchan!

Nunca he entendido cómo es que Midoriya no se despoja de ese apodo de una vez, más tratándose de alguien que, incluso en tercer año, sigue tratándolo peor que a ninguno y eso que al resto no lo trata mejor. Sin ir más lejos, no creo que una de las chicas pueda decir que este tipo no le haya dicho "perra" en el transcurso de este tiempo y a lo menos, una vez.

Así y todo, atestiguar algo así arranca ese nombre de varias bocas e incluso algunos se levantan de su asiento, como Kirishima, por ejemplo. Y todo resulta aún más absurdo tras ver al profesor asomarse a la ventana y asentir con aire distraído.

–Buena forma de amortiguar la caída, muchacho –murmura, pero todos lo escuchamos con claridad–. Mientras nadie abajo se coma otra explosión…

Si me lo preguntan, no sé qué es peor. Si la tranquilidad con que vuelve a barrer esa zona, alejándose de la ventana e incluso acomodando su propia silla, o el rugido furioso que se escucha unos pisos más abajo antes de que veamos al rubio con el peor humor que jamás hayamos visto, impulsándose con las explosiones y atravesando la ventana fuera de sí.

–¡Bastardo!

Y otra vez no sé qué es peor. Si la rabia olímpica del rubio, la burlona tranquilidad del profesor o el hecho de que este último no ha soltado la silla que acomodaba y lo vinimos a notar en cuanto un estrépito nos deja en silencio.

Creo que más de uno ha cerrado los ojos. No creo que vean algo diferente a lo que yo distingo.

Siempre fue una silla de madera y ahora, en la mano del profesor, es apenas un trozo que recuerda al respaldo. Los otros trozos rodean a Bakugou, que yace boca abajo cerca del aparecido y apenas dando furiosas señales de vida en forma de gruñidos.

–Ti… tiempo –musita Iida con voz temblorosa. Incluso desde aquí se le oye tragar saliva.

–Qué rápido –comenta el profesor, afablemente. El humor, sin embargo, se le diluye de las facciones antes de dirigir una mirada al caído Bakugou–. Levántate, miss simpatía, sé que me escuchas.

Si por él fuera, no obedecería. Pero puede que sea ese mismo orgullo el que lo lleva a apoyar manos y rodillas en el piso para intentar recuperar el aliento. Y creo que cualquiera puede afirmar que nunca antes hemos visto tanto odio en esa mirada roja, ahora un poco desenfocada.

–Deberían ser un mes de detención por llamarme "mierda", pero un trato es un trato –echa una mirada al salón completo. Ni un rastro de humor en su mirada–. ¿Quién se ofrece de voluntario para llevarlo a Enfermería?

–Y… yo puedo –murmura Kirishima y sin hacerse esperar, se levanta y camina hacia su caído amigo.

–Asegúrate de contar la versión completa –recomienda el profesor antes de que veamos cómo el pelirrojo hace lo posible por llevarse a su furioso y aturdido amigo. Una vez se han marchado, vuelve a mirarnos–. ¿Es garantía suficiente?

Nada de esto tiene sentido. Nadie quiere decir una palabra. Incluso cuando recupera parte de la sonrisa y suelta la escoba, ha perdido ese aire que lo volvía inofensivo en un comienzo, casi un chiste andante. En cambio, ahora nadie sabe qué pensar y yo misma no sé qué creer.

–Me da igual cómo es la imagen de un héroe que puedan tener, el ideal que aspiran alcanzar y mucho menos me tomaré la molestia de inculcarles mi propio concepto, pero si quieren sentir que esto no es una pérdida de tiempo, sepan que de ahora en adelante, esto será su mantra –a falta de silla, se apoya en el escritorio con los brazos cruzados–. Ser héroes no les da derecho de comportarse como unos imbéciles.

Se dirige a todos y a nadie. Y puede que eso convierta sus palabras en una suerte de reproche. Incluso me sorprendo tragando saliva.

–El por qué decidieron entrar aquí, para empezar, importa tanto como una hectárea de carajo, ya están aquí y están ad portas de salir, con mayor razón lo que puedan o no haber deseado es lo de menos, porque van a salir a salvar vidas y eso obedece a reglas universales, de las cavernas mismas –por primera vez se le nota el cansancio en la voz. Supongo que carga con demasiado fastidio–. Apuesto que todos aquí, con mejores palabras, estuvieron de acuerdo con su simpático compañero sobre mí.

Nadie dice nada. Ni siquiera Iida tiene el valor de contradecirlo. Incluso algunos bajan la cabeza. Midoriya ha pasado de brócoli a tomate y Yaomomo parece a punto de echarse a llorar. Uraraka no lo hace mejor. La mayoría de los chicos tienen expresiones parecidas a dolores de muelas y algunas chicas lucen francamente abochornadas.

–No van a ser héroes porque sean mejores que yo o cualquier hijo de vecino –suelta con frialdad burlona el profesor–. Van a ser héroes porque están lo bastante locos para creer que arriesgar sus vidas salvando otras que, al parecer, no son tan útiles, supone un trabajo estable del que sentirse orgulloso.

Es peor que cualquier regaño. De hecho, vuelvo a sentir náuseas. Quiero protestar, pero un horrible nudo en mi garganta me lo impide.

–El altruismo no da de comer, muchachos, pero sí lo hace la arrogancia.

Puedo ver a Asui secándose las lágrimas. Este desgraciado está yendo demasiado lejos, pero eso no es lo peor.

Lo peor es que, dentro de toda esa miseria, no ha dicho una sola mentira.

El muy maldito tiene la razón en absolutamente todo.

–Se… se equivoca.

Es verdad que en todo este tiempo, Midoriya ha mostrado una evolución favorable, pero sigue siendo el mismo. Ni siquiera en el fondo. Y prueba de ello es la evidente vacilación. Así y todo, el verlo tomar la palabra frente a este aluvión hace que muchos de nosotros contengamos el aliento y el desgraciado que dice ser profesor alce las cejas.

–¿Cómo dices, muchacho?

–Usted… se equivoca –de a poco agarra valor y continúa–. No es arrogante… soñar con salvar a las personas… o querer darles esperanza.

–Tal vez seas el uno por cierto que piense en añadir esperanza a la ecuación.

–¡Incluso si soy un uno por cierto! –Ruge el cabeza de brócoli, sobresaltando a más de uno de nosotros–. ¡No estoy aquí para hacerme rico! ¡No estoy aquí para fallar! ¡Estoy aquí porque no creo que haya algo más importante que demostrar con hechos a quienes nos necesitan que todo estará bien! ¡Más que mi propia vida!

De alguna manera, nos devuelve el aliento. Nos quita una pesada losa de encima. Casi diría que devuelve la tonalidad al abismo sin luz ni color al que acabábamos de ser arrojados. Y por un instante, casi se puede decir que el profesor está interesado.

–Hay… hay mejores formas de ganarse la vida, más con nuestras habilidades y… puede que incluso algunos no necesiten estar aquí, pero… si hacemos lo que hacemos… es porque sabemos que hay algo más importante que nosotros mismos por lo que vale la pena sacrificarse cada día… la vida si hace falta.

Algunos se atreven a sonreír. Incluso Yaomomo lo hace, aunque se cubra la boca y tenga los ojos llorosos. Destila orgullo, admiración y tal grado de arrobo que casi puedo afirmar que la hemos perdido. Y este tonto sigue sin percatarse cuando esa mirada intensa debería quemarle no la nuca, sino la espalda. En cambio, está demasiado ocupado haciéndole frente a un miserable que, para nuestra sorpresa, parece más y más interesado en lo que dice Midoriya.

–E incluso si es más la gente como usted… que no confía en nosotros… deje que salgamos de aquí y verá que haremos todo lo posible para nunca muera la esperanza.

Tras hablar, le toma un largo segundo de silencio recuperar el aliento. Nadie quiere hacer un movimiento. Por mucho que todos queramos gritar, a nuestro modo, que el cabeza de brócoli tiene toda la maldita razón.

Eso hasta que el aparecido profesor vuelve a sonreír.

–Si un uno por ciento piensa como tú, muchacho, y tiene ese poder de convencimiento, no veo entonces por qué no intentarlo –para nuestro total asombro, vuelve a ser el tipo afable del comienzo–. Ahora que estamos todos de acuerdo, podemos comenzar la clase, pero espero que hayan tomado nota, porque iba serio cuando lo dije: Ser héroes no les da derecho de ser unos imbéciles y si en verdad quieren transmitir esperanza, sabrán que predicar con el ejemplo no se limita a salvar traseros.

Por mucho que sonreír sea un acto reflejo, intentamos que no se note mucho. Al menos no puedo decir que me inspire confianza de buenas a primeras. Digo, por mucho que el tipo no me caiga bien, haberle partido una silla a Bakugou en la cabeza no tiene por qué ser necesariamente bueno para alguno de nosotros. Ha conseguido nuestra atención, así y todo. No sé si es tanto precaución como interés ni estoy segura de querer averiguarlo.

–La salud emocional de cualquiera que se diga héroe, presente o futuro, debe basarse en cuatro pilares: Fortaleza, Valor, Sabiduría y Cortesía, mismos que debe aplicar tanto a su pasado como a su día a día.

Al menos suena interesante.


Abre los ojos.

Todo es verde. Es precioso. Mira lo que has creado. Mira lo que puedes hacer y dime si no es maravilloso. Cómo crece. Cómo avanza. Cómo busca superarlo todo y aferrarse. Dime si no es hermoso. Si la vida no es lo más bello.


Siempre existe una forma de que puedan empeorar las cosas. Y ahora mismo, Jirou acaba de comprobarlo.

No es que tuviera en mente desafiar las expectativas. Todo se reduce a algo más simple: Llega un punto en que el cansancio lo reduce todo a su etapa más básica. Pretender añadir algo más al conjunto equivale a hacer un esfuerzo para el que se carece de voluntad.

Y podría empezar por buscar una explicación medianamente razonable.

Porque usualmente los nervios no le fallan tanto. No al punto de cometer un error de esa categoría.

Y no. No quiere culpar por enésima vez a Midoriya de algo parecido a una desgracia en su vida reciente. Pero se está quedando sin alternativas. Por no mencionar que hace falta que equilibre un poco la balanza en esta ocasión.

La última vez ya cargó a Yaoyorozu.

Tal vez todo se reduce a la certeza de su propio cansancio. El cansancio de escuchar, por enésima vez, por qué Izuku Midoriya es digno de loas y un imbécil mayúsculo por no recordar algo tan importante como el hecho de ser el héroe de una chica que atesora su valerosa imagen desde los cinco años.

El cansancio de intentar hacer ver que debe haber una explicación medianamente lógica al hecho de que el mismo Midoriya, aparentemente, se le confesara a Todoroki. Que no, Yaomomo, que lo peor que pudiste hacer fue mandarlo al infierno de esa manera, consumida por tus celos y tu frustración, cuando intentó hablar contigo después de eso.

Que por supuesto que Todoroki iba a impedirte hablar con él después de arrasarlo emocionalmente cuando te decidiste entrar en razón. Pero eso no es excusa para aceptar el reto de pasar sobre un futuro héroe tan mortífero tras escucharlo afirmar que, si querías hablar con el cabeza de brócoli, tendrías que pasar sobre él.

Pero de la rutina de la amiga estupenda lleva ya tanto que no sabe qué hacer.

Así que sí. Está cansada. Lo bastante para apenas aguantar las tonterías que dice Kaminari a su lado, aprovechando que Yaoyorozu está ocupada hablando algo con el profesor nuevo, seguro que como una de las representantes de la clase que es, se espera de ella, por mucho que al tipo, de buenas a primeras, parezca importarle tanto su estatus como una mosca en un cráter volcánico activo.

Así que da unos pasos. Intenta despejarse. Intenta olvidar que odia a Midoriya sin saberlo, sin tener demasiada culpa y que empieza ya a abrazar la certeza de que su brillante amiga, en realidad, es la mujer más obtusa que ha pisado la faz del planeta en lo referente a sus sentimientos.

No ayuda demasiado ver al cabeza de verdura acompañado de cerca por el cubo de hielo llameante que parece fungir de leal y feroz guardaespaldas. Es en momentos como éste que la muchacha se atreve a considerar que quizá, sólo quizá, la posibilidad de que el saco de huesos rotos sí se le haya declarado, por mucho que la idea de verlo reunir valor para abrazar una posición así…

–¿Entonces qué dices, Jirou? ¿Me prestas tu guitarra?

–La última vez que hice tal, me la devolviste tan desafinada que por poco la doy por perdida –masculla la muchacha a la pregunta de la batería humana. Él sólo sonríe en respuesta.

–Vamos, fue sólo esa vez…

–De la que te acuerdas.

–¿Me vas a cobrar eternamente el sentimiento?

–A falta de que pagues las cuerdas…

–No exageres, ¿qué tan caras pueden ser?

El error del rubio. La perdición de la muchacha.

Porque escuchar eso equivale a una ofensa y no duda en que su amigo se lo ha buscado.

Desgraciadamente, todo parece jugar en contra.

Su cansancio. Su fastidio. El sentirse descolocada. Y por sobre todo, los años de convivencia y desatinos que han entrenado al rubio en el noble arte de esquivar los cables que son sus lóbulos.

En realidad, la muchacha actúa de memoria y eso termina de joderlo todo.

Porque no se detiene a considerar qué pasaría si Denki Kaminari adquiriera tal destreza que le permitiera no sólo evadir eficazmente el ataque en un espacio reducido, sino también él mismo ayudar a amplificar el desastre.

Cómo iba a pensar que, justo en el instante de la evasión, alguien creería oportuno caminar en la misma dirección con la confianza de los ingenuos y tropezar con los intentos de la batería rubia antes de quedar precisamente en su lugar.

Concretamente, en el rango de fuego no amigo.

O que Jirou pudiera llevar tanto tiempo de práctica que el mismo le permita sólo actuar sin detenerse demasiado a pensar en lo que pueda pasar.

Y que la muchacha sólo reaccionaría al escuchar el sonoro gruñido escapar de la víctima de los cables conectados a ambas orejas recibiendo una onda particularmente destructiva.

Y sentiría su mundo derrumbarse.

De la cabeza del profesor nuevo parecía salir humor al desprenderse los cables de sus orejas. No fueron más de cinco segundos, pero bastaron para triturar sus nervios y enviar tal presión a sus huesos que ni bien el ataque cesa, el tipo ya no está en su cuerpo.

A juzgar por los ojos blancos y la boca entreabierta que todos alcanzan a ver antes de que se desplome con un golpe seco.

El mismo sonido que los arranca del impacto con violencia.

–¡Diablos, Jirou! ¡Mataste a un profesor!

Y la muchacha intenta no caer en pánico ante el grito del rubio, mismo que es secundado por los compañeros más cercanos. Pero resulta difícil mantener la serenidad ante la imagen del aparecido que, sabe, se acaba de comer una onda de especial potencia y no da señales de vida.

–Chicos, este escándalo no… ¡Dios! ¡Profesor! ¡Qué pasó!

Por supuesto que Iida intenta mantener la calma, diseminar el caos y por sobre todo, intentar darle espacio al caído profesor que parece temblar en su inconsciencia.

–Qué están… ¡Ay no! –Tiene que ser Yaomomo con su aparición, unos segundos de observación para comprender lo que acaba de pasar–. Kyoka… ¿Qué hiciste?

–Yo… yo… yo no…

–¡Tiene pulso! –Ruge Iida, más alarmado que aliviado–. ¡Yaoyorozu, ayúdame a llevarlo a Enfermería! ¡Rápido!

La aludida no se hace de rogar descubriendo parte de su torso y creando una camilla. La ha calculado bien, el pobre desgraciado es unos centímetros más bajo que el representante de la clase, de manera que si tardan en colocarlo se debe a la delicadeza de la situación.

Suerte que Ochako está ahí para aligerar la gravedad de la carga mientras el desgraciado sigue perdido en una dimensión paralela dentro de la inconciencia misma.

Y aunque nadie se lo pide, Jirou sabe que no tiene otra alternativa que seguir al improvisado convoy médico y asumir que lo que vendrá después puede empeorar si no hace acto de presencia desde el comienzo.

Por mucho que los compañeros que tienen ocasión de ver todo no puedan evitar pensar, tras esa primera clase, que el aparecido se lo tiene bien merecido y de buena gana harán saber a Jirou su enorme gratitud por lo que queda de semana.

Asumiendo que pueda salir medianamente bien parada de tamaño desmadre.

Asumiendo, además, que algo así pueda equivaler a un consuelo, piensa Jirou con aterrada amargura.


Vago… ¿No dijiste que nunca me dejarías sola? ¡Cumple con tu maldita palabra! ¡No puede ser eso todo lo que tenga de ti!


–Ah, aquí están –escuchan decir a una voz anciana.

Y en efecto. Tras dejarse oír, la viejecita se acerca a ellos con paso seguro. Casi se diría que el bastón es meramente decorativo. No muchos quieren pensar cuántas veces ha visto algo Recovery Girl como para aceptarlo con tanta naturalidad. Así y todo, tanto Jirou como el presidente y la vicepresidenta de la Clase A no pueden pasar por alto el destacado ceño.

A ninguno le gusta lo que ve y muy especialmente a Jirou, quien traga saliva.

–Qué gran imprudente, aunque después de someter así a ese chico, Bakugou… casi diría que se lo tiene merecido –masculla la anciana con frustración.

–¿Cuál es el estado del profesor? ¿Se pondrá bien? –Suelta el robótico Iida con aspecto tenso.

–Claro que se pondrá bien y estará mucho mejor si el muy tonto recuerda a futuro que debe tomar sus medicamentos diarios –la anciana parece detectar cierto desconcierto en los muchachos, de manera que suspira y continúa–. Está despierto, les da las gracias por haberse preocupado y traerlo hasta aquí y les dice que no volverá a pasar, la epilepsia se puede controlar y él sólo olvidó su medicamento.

–Él… –por supuesto, Yaoyorozu está tan descolocada como su amiga y su compañero.

–Sí, es un tonto tremendo, pueden decirlo, ¡nadie puede olvidar algo así!

Claro que todo fue muy rápido. Que apenas llegaron, todo cuanto pudieron hacer fue apartarse mientras Recovery Girl veía qué hacer. De modo que ninguno tuvo espacio para explicarle la causa de ese estado. Pero que no tardaría en entender qué ocurría… ella, una profesional… nadie podría engañarla…

No. Nadie la ha engañado. Y así lo comprenden en cuanto interpretan su mirada. Incluso su voz así parece indicarlo.

"Es la versión oficial, chicos tontos" parece indicar. Pero… no es algo que ella haría. Entonces… claro, si fue un mensaje…

–Puede… ¿Puede recibir visitas? –Masculla Jirou con vergüenza, recibiendo una mirada comprensiva de su compañero y su amiga.

Ante la solicitud, la anciana sólo suspira con cansancio.

–Un ataque por día, niña, por favor… no, ¡uno por mes! ¡Te lo advierto! El siguiente no será un ataque.


Y el vago soy yo…

Vuelve.

Vuelve a mirarme. A decirme vago.

Vuelve a hacer las cosas difíciles.

Te juro que extraño tanto que lo hagas…


–Estoy cansada de sentirme así… y no poder decirlo.

Benditas sean las personas que se sienten así, porque son las que justifican la existencia de desgraciados como yo.

Aunque existen mejores lugares para validar la existencia. No creo que la cama hospitalaria sea uno de ellos.

Tampoco es la primera persona que lo hace, pero…

¿Cómo le dices que no a una estudiante que ya bastante debe tener con la culpa que trae consigo un accidente?

Porque freírme el cerebro con una onda de sonido de esa escala tiene que haber sido un accidente. Sé que fui un miserable en la clase, que no me porté especialmente cariñoso con miss simpatía, pero… vamos, ¿eso me hace merecedor de otra muestra física de habilidad heroica?

Y me tengo que repetir que fue un accidente. Porque sigo siendo un humano después de todo y el impulso inicial, al verla en el umbral, fue lanzarle la primera cosa sólida que tenga a mano.

–P… profesor…

Cierto, soy profesor. No sé si eso me asciende o destruye en la escala de rangos. Pero sí sé que aún no me acostumbro y si la etiqueta vendrá de la mano de sucesos parecidos… será tan sencillo habituarse como a las uñas que rascan un pizarrón.

–Niña –gruñí ante la presencia de la chica de cabello corto oscuro, largos lóbulos cableados y la peor mirada de miseria que le he visto a ser humano vivo. Y la vez que desperté en un cementerio no cuenta–. Qué haces…

–Usted no tiene epilepsia –me pareció gracioso que, a medida que se acercaba a mi cama, me soltara algo tan parecido a un reproche.

–¿La anciana te dejó ver mi ficha médica? Juró que era confidencial…

–Conozco mi habilidad, profesor, sé que eso… eso no fue epilepsia.

–Niña… –no me gustó verla así. En realidad, siempre he tenido ese problema con cualquiera. No es que sea especial. Es que las lágrimas contenidas no son agradables de ver en nadie y menos si tuviste algo que ver–. Bueno, no…

–¿Por qué lo dijo? Por… ¿Por qué lo ocultó? –Y que tenga esa suerte de tic de tironearse los lóbulos cableados no me ayuda–. Si yo casi…

–Fue un accidente –gruñí en un intento de convencernos a ambos de la realidad–. Y a menos que miss simpatía te caiga mejor que al promedio…

–Mi amiga creó la catapulta… también fue un accidente –contraatacó la chica.

–Un accidente evitable.

–Esto también.

–A medida que vas sufriendo más accidentes así, aprendes a despertar de mejor humor.

–No es gracioso, profesor.

–No pretendía serlo.

–Debería… informar de esto.

–Niña –aunque de niña no tiene nada, pero entendió a lo que me refería–. En lo que respecta al mundo más allá de esta habitación, fue un ataque mío; y en lo que a mí respecta, no habrá profesor que tenga que decirte nada por un tonto accidente, ¿estamos?

Ante eso, desvió la mirada, azorada a más no poder. Si no fuera porque se ubicó junto a la cama, no la habría oído.

–En verdad creí que estaba muerto.

–Y lo estuve por un minuto, incluso vi a mi abuelo… ¡Estoy bromeando, carajo! –Me obligué a añadir al ver que palidecía–. Sólo… me pilló mal parado.

–No mienta.

–No lo hago.

Le tomó un rato convencerse. Otro tanto aceptar que se hallaba lo bastante cansada como para tomar asiento en la silla más próxima y un poquito menos dejar escapar el aliento contenido.

–Jirou, ¿verdad? –Asintió con la cabeza. Claro que tuve que pasar lista, por mucho que una semana de estudio completo me permitiera hacerme una idea de las caras dueñas de ciertos nombres–. Si vas a descansar, no es el mejor lugar para hacerlo.

–Si salgo de aquí… tendré que volver a la realidad –me sonrió con cierta melancolía–. Aquí… es como estar en otro mundo… al menos un momento.

No era ni de lejos la silla más cómoda, pero que creyera más agradable estar sentada al lado de un desconocido debía hablar de un agotamiento monstruoso de algo más que el mero ejercicio.

–¿Recuerdas algo de la clase?

–¿Además de la silla que le rompió a Bakugou?

–Después de la silla.

–Ahora mismo… ni siquiera recuerdo mi nombre.

–La peor batalla de un héroe no está allá fuera, sino aquí –no debí tomarme tal confianza, pero sentí que, si quería remarcar el punto, debía ir más allá señalando directamente su cabeza–. Como no aprendas a reconocerla o pretendas esconderla, no sabrás pelear nunca ni mucho menos podrás vencer.

–Seguro lo dejé sordo con ese ataque –masculló la muchacha con una sonrisa triste–. Ya habrá oído suficiente de mí.

–Deja que sea yo quien decida.

En realidad, habría decidido de buena gana mandarla a volar e intentar conciliar el sueño (quién carajos se siente descansado tras estar inconsciente), pero sigo temiendo a dormir en las noches, así que mientras menos motivos tenga para alimentar un incipiente insomnio culposo, tanto mejor.

Aunque eso me obligara a adoptar la postura que hace imposible pestañear más de lo necesario y armarme de paciencia a la espera de que la chiquilla, en su silla, decidiera que era necesario abrir la boca.

–Estoy cansada de sentirme así… y no poder decirlo.

–¿Así cómo?

–Como si estuviera a punto de gritarle a todo el mundo que estoy harta, de que… quiero que me dejen en paz.

–Sí, sé lo que se siente.

–¿Sabe lo que se siente pasar todo el tiempo escuchándolos a todos y que nadie le pueda prestar un segundo?

Ay chiquilla, si supieras…

–Es como si no tuviera derecho a sentirme mal –masculla Jirou con amargura–. Cuando se sienten mal, claro, está bien que esté, pero… ¿Por qué parece que lo mío no es un problema?

–Dices…

–Usted ya habrá visto a mi amiga, la vicepresidenta de la clase, la… la de la catapulta –ah sí, la última vez que la vi antes de ser profesor casi me hace saltar en pedazos, si me tienta de una manera hacerme su amigo–. No… nada de lo que diga va…

–Niña, eso sobra –mascullo, entendiendo hacia dónde quiere llegar.

–Bien –suspira. Creo que todo se perfila hacia un problema ajena, pero prefiero esperar–. De un tiempo a estar parte… es decir, no digo que sea la persona más juiciosa para juzgar, pero de un tiempo a esta parte… mi amiga ha hecho demasiadas tonterías y eso… eso me ha afectado.

–¿En qué sentido?

–No he acertado en mis consejos y creo que por eso… usted casi se muere –medio sonríe con vergüenza ante la declaración–. Insiste en hundirse en su pozo de miseria sin querer saber lo que siente por ella el chico que la tiene como boba, la tengo que escuchar a cada tanto, todo lo bueno y lo malo en completo silencio y yo… bueno, también tengo mis problemas y parece que… frente a los de ella… no pesan tanto al final del día.

–¿Qué problemas tienes?

–Son… son tonterías, yo…

–Chica –empiezo a detectar un patrón en el hecho de que juegue con sus lóbulos–. Ningún problema es tonto, sólo requiere de otra perspectiva.

–Pero… es que ha pasado tiempo –masculla ella bajando la vista. No, por favor, no llores, te lo estoy pidiendo… te lo estoy rogando, no llores delante de mí–. Quiero decir… también le pasa a todo el mundo, ¿no? Y… nadie se muere porque una relación no funcionó…

Creo recordar algo. Una vaga teoría sobre a quién iba dirigida la onda que me pulverizó la materia gris. No quiero dar tres pasos en lugar de dos, así que cierro esa puerta.

–Que no te mate no quita que no duela y mientras más lo guardes… bueno, más te joderá.

–Es que… es una tontería, ¿sabe? –Levanta la vista llorosa y me tengo que comer con papas fritas la frustración de no tener pañuelos desechables que ofrecer–. En verdad creí que funcionaría, sin importar lo tonto que pudiera ser, pero… bueno, no duramos más de dos años y… ya va a ser un año casi de todo eso y todo lo que hago es recordar, una y otra vez… todo lo bueno mientras él… parece tan bien y… y me habla como si nada y yo…

–Niña…

–Él cree que podemos volver a ser amigos y yo… yo no soporto que crea que se puede volver a foja cero, porque… ¿Qué hago conmigo así?

Qué pasó… todavía estoy vivo…. Respiro…

–Daría lo que fuera por no sentirme así –murmura ella, secándose las lágrimas con el puño del uniforme–. Fui tan tonta… por creer que marcaría el resto de mi vida…

–Niña…

–Estoy… estoy llamada a ser esperanza, ¿no es eso lo que dijo? –No así de cursi, pero no tengo corazón para corregirla en algo tan pequeño–. Estoy llamada a ser fuerte, a… a ser más que mis propios problemas y no derrumbarme por algo así…

–Oye, yo no…

–Pero… mi amiga está demasiado ocupada lidiando con su propio tormento, se ahoga en sus vasos de agua y tengo que tragarme sus penas, una tras otra mientras… me hago la idea… de que yo nunca podré decirle a nadie que cada día desde ese momento… no he sabido qué demonios hacer conmigo misma.

No existen los problemas tontos. ¿Quién me lo dijo? Da igual. Así como no existen preguntas tontas. Tonto es creer que no puede suponer una dificultad. Y el que lo diga es porque no sabe ponerse en tus zapatos. Sólo tú puedes entender el alcance del daño. Sólo tú lo sientes, pero no quita que exista la posibilidad de que alguien pueda ver en ti su reflejo.

Y puede que, al menos en una distancia relativamente próxima, nadie pueda entender a esta chiquilla mejor que yo. No es una cuestión de empatía. Ni siquiera tiene que ver con el trabajo. Es saber mirarla y decirte que sí, alguna vez estuviste ahí. Y quién sabe, tal vez nunca me he movido de esa parada en el camino, pero no obsta que no puedas decirle a quien tiene ocasión de llegar que puede seguir adelante, que puedes indicarle el camino.

Y te preguntarás por qué debes confiar en mí si he estado aquí un buen tiempo. Yo estoy bien aquí, te diré. No es como que haya algo más allá que me pueda interesar. Está bien. No quiero moverme. Aquí está todo lo que necesito.

–Perdone –musita de pronto la muchacha, arrancándome de quién sabe dónde–. No sé qué estoy haciendo… contándole todo esto…

–Ni más ni menos que lo que debiste hacer hace mucho tiempo.

–¿Disculpe?

–Esto, debiste empezar por aquí hace mucho –quiero sonreír, pero me cuesta en estas circunstancias–. Siempre habrá alguien que quiera escuchar, qué digo… no dudo que tus padres también estén dispuestos a escucharte, ¿verdad?

–Bueno… sí –qué alivio, porque eso fue pura especulación y si resultaba ser que sus padres eran unos perfectos cabrones, estaría deseando de buena gana no volver a verla hasta que me bajara la vergüenza en un siglo.

–Nunca pienses que por ser tuyos, tus problemas pesan menos que los de la gente; que tu amiga esté demasiado ocupada babeando por el brócoli y cortándose las venas porque no sabe cómo proceder no significa que tu pena pese menos.

–Cómo… ¿Cómo sabe que es de Midoriya de quien ella…?

Mierda. Mierda. Mierda.

Piensa. Piensa rápido.

Miente, ¡miente!

–Bueno… ¿No le viste la cara cuando el chico habló en clase? Si parecía que se derretiría ahí mismo.

–Es cierto –suelta ella, riendo un poco.

Gracias Dios.

Bravo.

–Como sea, si es tu amiga, debe escucharte, tendrá que hacer un espacio en su propia agenda y… lo que es más importante, tendrá que volver en sus cabales tarde o temprano –dejo caer una mano sobre su hombro y espero que no le pese–. Y en cuanto a ti… ni por un momento pienses que tus consejos casi me matan.

–Yo… yo…

–Creo entender por qué tu ataque fue más fuerte y te diré una cosa: También depende de ti poner los puntos sobre las íes.

–Y cómo… cómo…

–Por mucho que te duela, debes cerrar la puerta y aclarárselo; que sí, que los años compartidos con ese muchacho fueron muy buenos, no lo dudo, que fue una gran etapa, por supuesto, pero tú también necesitas superarlo y por ningún motivo vas a lograrlo si piensas, como él, que todo es igual –no me gusta lo que diré a continuación–. No has vivido el duelo como corresponde, es tiempo de que te des ese espacio si quieres volver a sentirte bien.

No, por favor, no te digo esto para que te vuelvan las lágrimas. Debo hacer un esfuerzo para mantener la mano en su hombro.

–Y… ¿Está bien querer estar sola?

–Eso es lo mejor que puedes hacer.

–¿No es egoísta?

–Me parece que llevas demasiado tiempo pensando en los demás, te mereces unas vacaciones –algo me viene de pronto–. Ustedes van a ser héroes, todos, si quieres empezar por algún sitio, empieza salvándote a ti misma.

Una palmadita en el hombro y ya está. Eso es todo. No se me ocurre qué más decir. La sonrisa le tiembla en los labios y las lágrimas le corren. Tiene los ojos un poco hinchados y no puedo evitar preguntarme cuántas veces habrá llorado a escondidas en el último tiempo. El atisbo de una respuesta se asoma por mi cabeza y no me agrada en lo absoluto.

–Yo… disculpe por… por todas las molestias.

–Agradécemelo recordando que me gusta el americano frío –me da risa su cara–. Uno sobre la mesa y estaremos a mano.

–Vaya gusto el suyo –comenta con algo de sorna. Empiezo a creer que así es ella. Es una buena señal.

–En esta escuela se la tienen jurada a mis gustos, ¿verdad?

Algo que puedo reconocer como risa escapa de sus labios a medida que se aleja y se despide de mí con la mano, para luego desaparecer tras la puerta. Lo pregunté en serio, no es la primera que cree que tengo el sentido del gusto en cualquier parte, siendo generosos según ellos, todo porque… bueno, me gusta lo que me gusta.

–Nada mal, niño, nada mal.

La voz cascada de Recovery Girl me hace saltar en cuanto su diminuta figura aparece para llenar el espacio dejado por Jirou. Supongo que querrá comprobar mis signos vitales una vez más antes de dejarme ir.

–Veo que Toshinori no se equivocó contigo.

–También fue una apuesta, señora.

–Pero no estoy dispuesta a aguantarte otro estudiante fuera de combate, ¿está claro?

–Eso fue suerte.

–¡¿Suerte le llamas a golpear así a un muchacho?!

–Suerte fue que resultara.

–Ay con este chico –acto seguido, me deja caer un bastonazo–. Más te vale prolongar tu racha sin daños esta vez.

–¿Y usted cree que me hago daño por gusto? –Le suelto derechamente ofendido.

–La última vez te metiste de cabeza en el peligro.

–¿Eso me va a perseguir por siempre?

–Mientras estés aquí.

–Eso puede arreglarse.

–¿Cómo dices?

–Que… bueno, prometo que lo queda de semana no volveré a meterme en problemas así ni volverá a saber de mí.

–Una semana, ¿eh? –Me mira con suspicacia la anciana–. Tratándose de ti…

–¿Por quién me toma?

–Por Highlander, muchacho, el último loco que ha puesto los pies en este lugar y vive para contarlo.

–Haga el favor de confiar un poco en mí, es una semana, muy poco tiempo para superar una marca.


El tiempo es un círculo plano.


Jueves

Debí imaginar que esto no terminaría bien si consideraba dos factores.

Uno: Que la clase con la Sección B de ese año sería en un campo de entrenamiento y no en un maldito salón.

Dos: Que el desgraciado de Vlad King, a diferencia del cabeza de borrador, quisiera estar presente.

Habrá sido el bendito golpe de suerte que tuve con Miss Simpatía Explosiva, pienso. Que este cabronazo supremo no quiera que sus muchachos sean sometidos por un debilucho con esa estrella y por sobre todo, probar que algo así no hace falta con su magnífica clase.

–Ah, Highlander, por fin llegas –poco menos que me grita el rey de la sangre, tras verme cruzar las puertas de la enorme sala dispuesta para la destrucción.

–¿Qué es esto, Vlad? Sabes que estoy disponible para sesiones particulares, ¿quieres volver a ser estudiante?

–Quiero que dejemos las cosas claras de una vez, amigo.

No me gusta cómo suena "amigo" en sus labios. No me gusta que me mire como quien parece saber un secreto de entre muchos y por sobre todas las malditas cosas, no me está gustando nada que sus chicos, sentados en las graderías, parezcan tan complacidos con lo que sea que vaya a pasar.

–Soy el primero en afirmar que esto es una magna estupidez –suelta Vlad sin anestesia.

–Debiste avisarme antes –le devuelvo con cierta tristeza–. Te habría traído tu medalla de primer lugar, ¿te conformas con un abrazo?

Creo escuchar unas risitas contenidas entre los muchachos. Es obvio que a este tipo sanguinolento no le cae en gracia mi respuesta.

–Y no estoy dispuesto a que desperdicies el valioso tiempo de mis muchachos con tus tonterías sobre la mente y los sentimientos.

–Bien, ya nos estamos entendiendo –la verdad no lo entiendo, aún hoy existen cretinos tan obtusos–. ¿Qué sugieres?

–Escuché que pusiste fuera de combate al chico explosivo de la clase de Aizawa.

–¿Tan fuerte sonó el golpe que llegó a tus orejas?

–Como también que… fue un golpe de suerte tratándose de ti.

Lo veo en su mirada. Y lo siento en la mirada de sus estudiantes.

De modo que ya lo saben. Lo que no tengo.

–¿Qué quieres Sekijiro? –Mascullo, ya más que harto de las vueltas.

–Estoy convencido de que mis chicos son mil veces mejores que los de Aizawa y cualquiera de ellos lo puede demostrar, así como no estoy dispuesto a dejarlos a cargo de un sujeto como tú, aunque sea unas horas a la semana.

Ya veo a dónde quiere llegar, pero me callo.

–Entonces…

–Es muy simple lo que propongo –sonríe con sorna. Creo que algunos hacen eco del gesto–. Derrota a uno de ellos y te dejaré trabajar en paz, pierde y no sólo tendrás que alejarte, pondrás por escrito que esto fue una estúpida idea y tendrás que disculparte.

Ahora más que nunca entiendo a papá. Siempre tuvo razón. Puede que incluso se quedara corto…

Nada cambia, hijo, evolución es cambio, no mejora. No quiero que ninguno de mis hijos esté en desventaja y tú menos que nadie.

Quiero redoblar la apuesta. Quiero rechazarla e irme de aquí. Quiero sentirme la mitad de seguro que me sentí cuando entré, pero ahora no se trata del trabajo. Se trata de que hoy sí recordara traer el orgullo conmigo.

–Debiste traer tu escoba, Highlander –me suelta Vlad, con una sonrisa burlona.

–Me bastará con esa belleza –suelto más por decir algo antes de caminar hacia la maltrecha escoba que hay en un extremo y dejar ahí mi billetera. Lo demás se queda puesto–. Haz los honores.

–¡Perfecto! –Echa una mirada a sus ansiosos estudiantes. Como con A, estudié todos los vídeos, pero eso no me asegura nada. Miss Simpatía fue fácil de provocar y eso fue lo único que me salvó. Eso, la ventana y la silla–. ¡Shiozaki! ¡Ven aquí!

Abandona su puesto una muchacha de expresión pacífica, aunque en ese segundo parece tremendamente decidida. La he visto en vídeos y esto no es nada bueno. Tampoco ayuda que se ubique frente a mí a más de cinco metros de distancia y su mirada se endurezca a tal punto que casi podría asegurar que me la tiene jurada, contradiciendo su postura de santa de largo cabello verde.

Verde…

–Un minuto necesitaste la última vez, ¿no es así? –Me suelta burlón Vlad, en medio de ambos–. Como muestra de generosidad, tienes dos minutos para dejarla fuera de combate o sacarla de los márgenes y menos que eso necesitará ella para anularte.

Y lo peor es que le empiezo a creer. Sobre todo cuando empiezo a ver, de refilón, que entre los chicos que esperan empiezan a circular dineros y tratos.

Aún no da la señal de comienzo y eso me permite mirar el cabello de la muchacha con cara de santa furiosa. Como si la ira divina fuera a caerme encima al tiempo que las vides que conforman su cabello empiezan a agitarse, como producto de una brisa inexistente…

Vides…

–Listos o no… ¡Empiecen!

La he visto en acción y esto será tremendamente doloroso si es como creo que será. He tanteado el bolsillo cerca de mi pecho y sé que lo tengo. Sólo hay una oportunidad y no me gusta nada lo que estoy a punto de hacer. Si quiero salir medianamente bien parado de esto, tendré que irme con todo.

Así que correr estúpidamente hacia ella con la escoba en alto es lo mejor que puedo hacer si quiero llamar su atención.

Y lo logro a juzgar por el ceño y las manos en forma de plegaria. El crujido bajo mis pies es todo lo que necesito para detenerme.

Aquí vamos.

Las vides brotan del piso, trizando todo a su paso y me envuelven. Me aprietan con la potencia de una camisa de fuerza al tiempo que me elevan. Qué tan alto estoy no quiero no saberlo y no me está ayudando que ella comience a acercarse y afiance el agarre a través de la plegaria…

Camisa de fuerza…

–¡Vlad! –Rujo con el poco aire que me queda, captando su complacida atención. Le cambia la cara a él y a sus estudiantes cuando sonrío–. ¡Ojalá te dé anemia, bastardo!

Ya es suficiente. Desde esta altura puedo dejar caer la escoba. Palo de madera. Aún puedo usar las manos. La santa verde no se inmuta. No tengo mucho tiempo. Lo siguiente será escandaloso.

Un movimiento. Dos. El crujido no se escucha. Hace tiempo que no hago esto y el dolor me hace gritar, pero ya tengo libertad de movimiento dentro de la camisa de vides. Qué suerte, el par de bellezas sigue en mi bolsillo antes de que pueda deslizarme entre la vid. No le dado tiempo a la santa para apretar más. Está desconcertada. Todos los están al verme liberarme. Y empiezan a hacerse preguntas hasta que una chica suelta un gritito.

–¡Su hombro!

Por supuesto que está caído. Hace tiempo que no me lo disloco así y casi había olvidado lo mucho que duele. Aún puedo mover el brazo, pero es una tortura. Así y todo, puedo tomar la escoba y llevar precisamente es brazo al bolsillo, de momento necesito uno de dos.

La santa de las vides ha palidecido.

Vides…

–Se ve peor de lo que es –mascullo con humor, ya con el encendedor en la mano y accionándolo–. Y duele tanto como te imaginas.

Es automático. Las cerdas de la escoba se inflaman con velocidad y para cuando he guardado el encendedor y sacado la petaca, ya tengo en mis manos una hoguera respetable.

–Supongo que me toca.

Debo correr en zigzag para que las vides no me alcancen. Es como un maldito tiroteo, pero no sé cuánto más pueda hacer esto. Ella toma una considerable distancia y se cubre con una muralla verde…

Bendición…

No es lo mismo. Con el rubio explosivo debía sobrevivir. Ahora debo atacar. Maldita sea.

Las vides me alcanzan el píe. Hora de poner en marcha la teoría.

Un golpe de hoguera. Sí, eso las ahuyenta. Pero no tengo tiempo. Debo llegar a la muralla. Debo llegar a la gruesa protección y así… sólo así…

Alcohólico.

No. Desnaturalizado. Para cortes y heridas. Pero sería estúpido llevar toda la botella. Así que en la petaca, pensé, debía caber suficiente alcohol. No es todo lo inflamable que quiero, pero me basta llenarme la boca de eso en movimiento cuando he llegado frente a la muralla verde.

No he criado ningún perezoso, ¡ponte de pie!

Sí, papá.

La llama crece cuando escupo y consume rápidamente la muralla. Lo bastante débil la estructura y poderoso el incendio para que golpee con la escoba lo que va quedando una y otra y otra vez…

Hasta que cae…

Con ella atrás. Pálida. Las manos enlazadas. Actitud de plegaria…

Llorosa…

Ella…

Tu quirk es una bendición.

Y lo entiendo.

Aunque no me da tiempo para detenerme porque grito cuando corro hacia ella…

Me… me asusta…

Antes de valerme del palo de la hoguera para arremeter contra su abdomen y derribarla.

No… no me he medido…

Chiquilla, todos quieren salvar vidas, pero… ¿Cuántos puedes decir que la den?

Y ella queda de espaldas. Medio cuerpo ha cruzado los márgenes. Y las lágrimas se parecen tanto a ese día…

Qué hago entre vides y espinas…

Entre la niebla del estupor masificado, el dolor monstruoso se abre paso a la parte del cansancio. El calor de la hoguera que aún sostengo y la chica que me mira desde el piso con esa expresión dolorosa pronuncia una palabra. Una sola palabra.

Mi nombre.

Y termino de aceptarlo.

–Hola –mascullo con la poca voz que me queda–. ¿Ves? Es… una bendición…

Creo que todo se vuelve negro mucho antes de que mi cuerpo toque el suelo.

Y no. Ahora no.

Ya no duele.

Nada.