Un cordial saludo a todos:
Amigos, tal ha sido mi tardanza producto de una enorme responsabilidad universitaria que no quiero darles la lata con un testamento previo. No mereces algo así de mi parte salvo mis más sinceras disculpas por demorar tanto. Eso añadido a la complejidad del capítulo... casi me saca canas verdes y si lo publico tan atarantadamente es porque temo que pueda arrepentirme.
En honor a la hora, les doy las gracias desde lo más profundo de mi corazón a todos los que le han dado una oportunidad a esta locura, ya sea con una crítica, comentario, marcando esta historia como un favorito... en fin, por ustedes esta historia sigue viva y se los agradezco.
Tres cosas: Uno, el descargo lógico de responsabilidad; Dos, todos los acontecimientos aquí narrados transcurren en una misma semana. Cualquier día narrado que no sea domingo es, en realidad, una forma de retroceder; Tres, la canción que empieza con Buenas noches es la clásica canción de cuna compuesta por el gran Brahms con la letra escrita por un servidor, así que cuando la lean, háganlo con esa música en mente.
Espero estar a la altura de la espera y de las expectativas. Los invito a la lectura y les doy la bienvenida.
Domingo
O el retiro empieza a pasarle la cuenta a Toshinori o le da igual.
Quizá mis sentidos se han agudizado después de tantos… ¿Accidentes?
Como quiera que sea, no lo imagino, sé que está ahí.
Pero sé que si voy a encarar a quien nos sigue para, como mínimo, saber qué se trae, no lo encontraré ahí.
Es eso o he visto demasiadas películas.
¿Cómo es que el retirado Símbolo de la Paz no nota mi incomodidad?
A veces jubilarnos no nos hace ningún favor.
–Debiste pedirme ayuda, vago.
–Ni siquiera estabas ahí.
–Entonces debiste pedirle ayuda a tus hermanos.
–No tenía tiempo para regresar.
–¿Siempre tienes una excusa para todo?
–Siempre que no estés ahí…
El muchacho ahoga un juramento al sentir el ardor al desinfectar ella la herida particularmente grande del omóplato derecho.
–¿Y así va a ser siempre? –Te estremeces al escucharla. Ese tono tenso de reproche es nuevo en ella–. No… ¿No me puedes dar una maldita tranquilidad?
–Qué querías que hiciera si había…
–No sabías qué había entre las vides y espinas, tuviste suerte de que fuera… –le falla la voz. No quiere imaginar cómo se siente. Aplica más presión sobre la herida. El dolor te da una idea–. No siempre vas a tener tanta suerte.
–Sé cuidarme solo.
–No siempre eso basta.
–¿También vas a tratarme como mi familia?
–Pues lo hacen con razón –Ya no sabe si presiona con esa fuerza porque es necesario para una eficiente desinfección o porque él mismo ha superado todos los límites–. Tú sabes cómo son… cómo pueden ser…
–Siempre lo he sabido –masculla con amargura el muchacho–. Y sabiendo lo que sé… ¿Esperas que me quede de brazos cruzados?
–Espero que no te pase nada.
Se estremece. Acaba de percibirlo. Es un hilo de voz. El mismo que lo lleva a voltear sobre su cama y a olvidar que no lleva puesta la camiseta que cubre las prematuras cicatrices que lo adornan, fruto de absurdas incursiones y desquiciadas instrucciones paternas.
Ha inclinado la cabeza. El flequillo le cubre los ojos y mira en otra dirección. No sabe cómo definirlo. Tozudez. Orgullo. Lo que sea. Le gusta. Es una de tantas cosas que la hace especial, pero le gusta tanto.
–Oye…
–Siempre… te estás peleando –musita ella con voz débil, lejos de la altanera actitud de la que se ha valido para burlarse de él–. Siempre… te están haciendo daño…
–No…
–Siempre… tienes más marcas –se arma de valor y lo mira. Sus ojos negros húmedos. Su labio tembloroso. El cansancio que no es propio de la juventud–. Mi viejo… dice que un día la suerte se te acabará y… cuando eso pase… tú…
–No va a pasar…
–Qué, ¿me lo vas a prometer? –Le suelta burlona, al tiempo que las primeras lágrimas escapan de su control–. Hace una semana me prometiste que no te volverías a dañar…
–Ichi…
–Una maldita semana, vago, es todo lo que duran tus promesas.
Se levanta del borde de la cama. Camina hacia la ventana. Frente a ella se queda. Le da la espalda. No intenta secarse las lágrimas. Sabe que si se acerca, bien sería capaz de acarrarle la mano que descanse sobre su hombro y lanzarlo a través de esa misma ventana.
Él, por su parte, se pone de pie y se queda a unos metros de distancia.
–¿Recuerdas esa vez que interviniste en nuestro entrenamiento creyendo que mis hermanos me estaban dando una paliza? –Puede que el tono jocoso le permita a ella ahogar una risita llorosa.
–Te estaban pateando en el piso, ¿qué forma de ayudarte es esa?
–Éramos chicos, ¿te acuerdas? Pero tú ya sabías lo que sentías –Ella no dice nada, quizá adivinando hacia dónde quiere llegar–. No lo entendía, ¿sabes? Digo… hoy al menos… hoy creo que lo entendí.
Nota la tensión en su espalda. Le da valor para acercarse a ella un poco más.
–Entendí por qué no te quedaste lejos aunque… mis hermanos era más que tú.
–Eran tus hermanos, no iban a matarte…
–Pero tú no lo sabías.
–Y hoy tú tampoco sabías…
–¿Lo ves? Es lo mismo que…
–¡No es lo mismo! –Ruge la chiquilla, dándose vuelta y revelando su rostro contraído–. ¡Sabes que no es lo mismo porque para empezar yo sí puedo…!
No quiere imaginar la expresión de su rostro. Sí sabe que es la primera vez que la ve asustada. No tiene sentido, porque no le hará nada. Pero imagina que de alguna forma se nota que algo se ha roto en lo más profundo de su ser.
No quiere que se note, pero sabe que está más allá de él.
–Yo… yo…
–Tú también, Ichiko…
–No… no quería…
–¿Tú también?
–¡No! Lo que… lo que quiero decir…
–Es que tú sí puedes hacer algo… lo que sea… y yo me tengo que conformar…
La voz de la muchacha se pierde en cuanto él se pone la camiseta con la dificultad que supone su estado. Sabe que se nota ese nuevo dolor. Y no tiene intenciones de ocultarlo.
–Entonces… ¿Por eso es que nunca me has dejado en paz?
–No…
–No importa todo lo que haga… para ti también soy un inútil porque no tengo lo que tú… lo que todos los demás sí.
–No… vago, no es lo que tú…
–Vago… ya entiendo –masculla el muchacho, dominando a duras penas el horrendo nudo que le oprime el pecho–. Todo este tiempo… creí que tú eras diferente.
–No… escucha, yo…
–Pero tú también crees… que esto me hace menos que todos.
–¡Al menos me puedes escuchar, cabrón!
–Ya dijiste lo que sientes, creo que ya basta –no sabe en qué momento ha puesto la mano en el pomo y ha abierto la puerta de la habitación–. Adiós Ichiko.
–¡Vago, espera!
Él, por su parte, avanza. No se detiene. Aprovecha que puede ir más rápido. Que ha cerrado la puerta tras de sí y eso le ha dado un par de valiosos segundos de ventaja. Que antes de que pueda alcanzarlo, ya ha montado la bicicleta estacionada en la salida de la casa y ella no lo alcanzará porque sabe cómo ir de cero a diez y porque ella no tiene bicicleta, siempre las ha odiado.
No ha tardado nada en alejarse de la entrada lo suficiente como para que la entrada de la casa de Ichiko ya esté a una más que prudente distancia. Pero no está lo bastante lejos como para que la voz llorosa de la chiquilla planee hacia él.
Y el chiquillo, al escucharla, se tambalea en la bicicleta, aceptando sus propias lágrimas.
Es la primera vez en mucho tiempo que ella lo llama por su nombre.
Cómo voy a renunciar a ti…
Ese Martes
Cierto es que a lo largo de su estadía en la institución, a la joven le ha tocado realizar labores que jamás creyó que desempeñaría.
No hace falta decir que hacer aseo integral es una de ellas.
Pero guarda una enorme diferencia el hacerse cargo de la limpieza de tu habitación a la labor que encierra el dedicarle tiempo y atención a las instalaciones comunes.
Así que al final del día, la chica se encuentra exhausta.
Cierto es que, inconscientemente, ella y Todoroki han dividido las instalaciones en bien marcados territorios cuya frontera ninguno osa cruzar a riesgo de que las chispas vuelvan a saltar y uno de ellos termine por cumplir la aciaga promesa relacionada con pasar sobre uno u otro. Sin embargo, eso no obsta que el trabajo en su zona sea menos desgastante.
Ni siquiera se miran. Se supone que ese tiempo a solas debiera contribuir a limar asperezas o en última instancia, acordar los términos que den forma a una suerte de armisticio. En cambio, los muchachos apenas si se dirigen la palabra para acordar, rápidamente, qué zona le toca a cada cual antes de ponerse manos a la obra.
Cierto es que Yaoyorozu no siente el primitivo deseo de cumplir a cabalidad los requerimientos impuestos por Todoroki a fin de ver cumplido, a lo menos, un objetivo. Al menos no con la intensidad inicial.
Ahora, sin embargo, sola en su parcela de instalaciones y aprovechando que el joven ha terminado antes y se ha largado a su habitación, la muchacha no puede evitar sentirse un poco ridícula.
Porque incluso suponiendo que… bueno… lograra pasar sobre Todoroki… ¿Qué haría después?
Le consta que, de algún modo que no atina a explicar, ha defraudado a Midoriya. Al menos eso le dice las pocas veces que ha captado una mirada suya, al menos desde el incidente. Y cree entenderlo, guarda bastante parecido con el gesto que adopta tratándose de su amigo. Y por más que intente convencerse de que no tiene por qué significar algo, se sorprende intentando darle vueltas a esa misma expresión en busca de una explicación.
Cierto, ella misma no se comportó lo que se dice… bien con él. El intentar arreglar las cosas llevó a lo demás, pero… vamos, que a lo mejor él tiene de ella la respetable imagen de una representante de sus compañeros que no se deja llevar por las emociones más extremas de buenas a primeras. Suponiendo, claro, que tal imagen prevalezca aún después de haberle… dicho esas palabras heridas.
Cielos, piensa con amargura. Es tanto lo que siente y es… es tan poco lo que se atreve a hacer…
–Eh… disculpa…
No es consciente de lo tarde que es hasta que esa voz rompe el silencio. No es consciente de su impresión hasta que siente la tensión rigidizar de punta a punta su espalda. Y por sobre todas las cosas, no es capaz de decir hasta qué punto llega su nerviosismo sino en el momento en que voltea, aún con la escoba en las manos, y se encuentra con él de frente.
Midoriya luce cansado. Al menos eso dice el sudor que perla su frente y camiseta. Lleva ropa de deporte. Por supuesto, largas rutinas de ejercicio, mañana y tarde noche de ser posible. Ya no se rompe los huesos con la frecuencia de antaño. Ya no es, en definitiva, el mismo chico que volvió de lo más profundo de su recuerdo mejor atesorado con tantos temores…
Bueno, sigue siéndolo en muchos sentidos. Sigue siendo parte de su esencia el tartamudear de vez en cuando. Como una cicatriz. Pero al menos… bueno, son demasiados los cambios y al mismo tiempo, no parece que sean tantos. En parte porque la joven, cada vez que puede, establece la comparativa.
Y no. No es que se desviva pensando en él todos los benditos días ni atesore con fervor la primera matrioshka a su imagen. No es que cada día considere que él se las ingenie para sorprender ni encuentre alguna malsana manera para adherirse a sus pensamientos. No, de ninguna manera se ha convertido, sin saberlo y con el paso del tiempo, en el foco más absoluto de muchas cosas, incluyendo su incondicional admiración.
Así que todo este maldito desastre no tiene por qué significar algo ni mucho menos que ella haga todo lo posible por no mirarlo directamente. De otro modo, sería muy evidente que lo mira demasiado cada vez que tiene la oportunidad y qué puede pensarse de una mujer así…
–V… veo… veo que no has terminado –observa absurdamente el chico con una expresión algo azorada.
–M… me… me gusta, ¿sabes? Tomarme… tomarme mi tiempo y… y esas cosas –tiene que ser fluida, no puede atascarse. No puede notarse que toma distancia. No puede notarse más allá del habla que la delata.
–S… si quieres… te puedo ayudar…
La idea se atropella en la mente al tiempo que todas sus funciones vitales aceleran su ritmo. Y antes de que termine de crear una escoba, se obliga a mantener el semblante adusto y a mirarlo de una vez. Sigue siendo él, el mismo que enrojece por cualquier cosa que no guarda relación con el ejercicio. El mismo que tiene esas dificultades sociales, al tiempo de no atreverse a mirarla…
No. Tampoco quiere que la mire. No si en su mirada sigue siendo un fantasma sin nombre ni importancia.
–Gracias, pero… yo puedo sola –se escucha decir, al tiempo que lo más profundo de su ser está gritando con frustración.
–No lo dudo, pero… ya es tarde y debes estar…
–Insisto –suelta con forzada frialdad Yaoyorozu, al tiempo que desea de todo corazón estrellar la cabeza en la pared. Su orgullo está gritando demasiado fuerte–. Es lo que me corresponde y si Todoroki ha podido cumplir con su parte, lo menos que puedo hacer es terminar lo mío.
No quiere ser la responsable de ese incómodo silencio que los separa. Termina siéndolo, por supuesto. Y peor que eso, sabe que tendrá que lidiar con ello quizá por cuánto. Siendo ésa la oportunidad que ha esperado desde quién sabe, qué es lo primero que se le ocurre sino arruinarlo todo…
Fantástico. Él aún no termina de irse y ya está felicitándose por esa extraña mezcla de factores que van desde el miedo pasando por el orgullo y…
–Tal vez sea mi mejor amigo, pero… no niego que a veces Todoroki pueda ser un poco… severo o exagerado –comenta el muchacho de golpe, arrancando a la joven de su amarga autocompasión–. Y tal vez… no sea mi asunto… el por qué ustedes pelearon de esa forma, pero… aún no pierdo la confianza en que las cosas entre… tú y yo… puedan mejorar.
Aún dentro de su absurda terquedad, a Yaoyorozu no se le escapa un pequeño detalle.
Porque dentro de todo lo que ha dicho, referirse a Todoroki como su mejor amigo viene a contradecir flagrantemente el recuerdo inoportuno de su presencia fuera de lugar escuchando esa declaración…
¿Pero qué puede decirle a Midoriya? ¿Te escuché a escondidas declarándote y desde entonces no he sabido lidiar con la frustración que eso me provoca? ¿Llegué a un punto de mi rabia que en verdad quise golpear a ese chico al que creí que te declarabas no para que cambiaras de parecer sino sólo para sentirme un poco mejor yo misma?
Todo ahora suena tan… tan estúpido…
Cómo es posible que Kyoka tuviera tanta… tanta razón…
Sin que el muchacho lo note, ella se sonroja.
Si está cerca de ser como empieza a creer que es… en verdad ha sido tan… tan ridícula…
–Mi… Midoriya…
Él sólo ve su espalda al detenerse tras su llamado, así que por supuesto que no puede verla crear una nueva escoba que le tiende aún sin dar la cara y con la cabeza gacha.
–Tal… tal vez sí quiero… un poco de compañía…
–¿Qué?
–Es que… no me gusta limpiar sola, ¿sí? Está… está muy silencioso y… y yo…
Antes de que pueda terminar la oración, él ya tiene la escoba entre las manos y le dedica una sonrisa tímida.
Ahora que lo piensa, nunca vio a ese niño que la salvó, con el mismo cabello verde ondulado, sonreír de alguna forma.
Y es apenas un instante. Sabe, o imagina, que a lo largo del rato que le queda tendrá la oportunidad de verlo de otras formas. Que si ha tenido esta chance, no puede desperdiciarla dejando que se convierta en un momento anecdótico… Dios, este simple gesto puede significar tantas cosas si sabe aprovechar su ventaja frente al que ahora puede ver como un mejor amigo con un extremo complejo de sobreprotección…
Pero de momento, todas esas ideas quedan entrampadas ante la súbita certeza de que ahora, por un milagroso momento, Yaoyorozu y este chico cabeza de bosque son todo el mundo habido y conocido y guardar silencio no es una alternativa.
Tal vez no la reconozca, pero ya está segura de que no le teme. De que parece disfrutar compartir con ella…
De que no sólo quiere ayudarla porque sea su naturaleza.
Quiere que, entre ellos, las cosas sean diferentes.
Y eso es lo que la joven, sin poder definirlo, lleva deseando desde hace mucho.
No me dejes solo
Quédate en mi casa
Sin ti me falta todo
Sin ti no queda nada.
Domingo
–¿Seguro que te puedes comer todo eso?
–No me importa que hayas sido el Símbolo de la Paz, si quieres ordena, pero no te voy a dar de la mía.
–Amigo, aunque me la ofrezcas… una Hawaiana XL no es mi variedad de pizza favorita.
–De lo que te pierdes.
Pero me hace caso. Supongo que antes de su retiro se habrá permitido una Napolitana XL y no una individual como la que pide ahora, dando la impresión de que le hace falta algo más para poder dejar de parecer más próximo a una cama que a una caminata.
–A veces siento que debería volver a California –confiesa el retirado héroe frente a mí, cuando ya han dejado junto a él el pedido–. La pizza allí… nunca he probado otra mejor.
–Tal vez sea una buena idea acudir a la fuente original cuando tengas tiempo.
–¿Disculpa?
–No creo que los gringos hayan mejorado la receta italiana.
–En eso te equivocas, amigo, tal vez Estados Unidos no haya inventado la pizza, pero es un hecho innegable que han hecho de ella el indispensable y universal platillo que es ahora.
–Acepto la universalidad, pero lo indispensable… con tantas variedades…
–No creo que puedas hablar, no eres el más purista.
–Ay por favor…
–Amigo, cualquier amante promedio de la pizza… si te viera comer eso…
–Primero es el café con té, ahora es la pizza, ¿se puede saber qué tiene de malo mi dieta?
–¿Además del sabor?
–¿Es en serio?
–Ya vas por la segunda pizza XL además, eso te hará daño.
–Lo quemaré con ejercicio, ¿ya estás contento?
–Por muy delgado que estés, puedes enfermar y mira que vas a necesitar una gran rutina para quemar todo eso, tal vez pueda ayudarte.
–¿Vinimos aquí a hablar de tu nueva carrera de entrenador físico o del trabajo de ya tenemos?
Toshinori Yagi sonríe casi con benevolencia antes de morder la porción de pizza que sostiene. A ese ritmo, habré acabado con la mitad de esto cuando él recién termine con esa pequeña parte.
–Amigo… respecto del joven Bakugou…
–Apuesto que ustedes le hicieron cosas peores que romperle una silla antes de que yo llegara.
–¿Pero en serio eso era necesario?
Voy a responderle, pero el aguijonazo de dolor en el hombro me calla un segundo. No es lo único que me duele, pero sí es lo que más fuerte lo hace. Ha sido una semana terrible, así que creí que merecía un premio, por mucho que dos pizzas de este tamaño, según Toshinori, sean poco menos que un pecado.
–Los informes que me dieron resultaron ser muy acertados, pero comprenderás que he tenido que actualizarlos.
–Naturalmente.
–Si me hubiera quedado con el perfil que me dieron de ese chico, Bakugou, te habría dicho que no, no lo era, y hasta poco antes de desafiarlo… en verdad no lo creí.
–Entonces…
–Fuiste un milagro en su vida –le suelto a Toshinori, sorprendiéndolo un poco–. Te aseguro que si ese chico no te hubiera admirado como lo hacía desde pequeño… no sé qué habría sido de él.
–Aun así…
–Aun así mi opinión puede pecar de parcial, no puedes culparme, ya sea una cosa de carácter… una cosa de evolución… ¿Le consta a alguno de los profesores que haya pedido disculpas por algo?
–Amigo, él… él es así, es…
–¿Estás al tanto de los años de acoso que perpetró contra tu chico?
–Por supuesto que sí, pero…
–¿Te consta que le haya pedido disculpas? Y no, no me refiero a algo dentro de su estilo, las disculpas son disculpas dondequiera que vayas y en el idioma que sea, ¿eso te consta?
Me termino la porción esperando una respuesta satisfactoria por parte del retirado. Empiezo otra y sigo esperando.
–Tal vez insultar menos y por razones más… ridículas encaje en los parámetros de evolución requeridos por ustedes, te lo concedo, que la falta de quirk no constituya la pecaminosa debilidad de la que nadie puede redimirse desde su punto de vista y que más te vale morir si no puedes hacer nada… bien, tal vez el chico cambió, pero… ¿En serio es suficiente?
Lo escucho suspirar. Termina su porción. Aún puedo comer, pero quiero que me entienda y sobre todo, quiero masticar tranquilo. Puedo esperar un poco más.
–Tal vez sí ha cambiado, Toshinori, y si es el caso… suponiendo que haya cambiado, ¿cómo explicas que le haya tenido que romper una silla en la cabeza? ¿El que me haya dicho precisamente esa andanada de porquería de la que supuestamente se curó y sin conocerme?
Una cara como la suya siempre habla de preocupación. Y ahora mismo luce de todo, menos relajado. Supongo que necesita explicarlo todo. Asumo que tendré que relajar un poquito el peso de sus hombros.
–Toshinori… ¿Cuándo fue la última vez que lo viste llorar?
Esa pregunta termina de descolocar al antiguo héroe. Veo que abre la boca y tarda un resto en articular la pregunta:
–Al… ¿Al joven Bakugou?
–Al mismo.
–Pues… pues hace ya… –la respuesta lo desarma antes de enhebrarla–. En… en su primer año, poco… días después de mi retiro porque creyó… creyó que era su culpa…
–Estamos en su último año, ¿estás seguro de que fue la última vez?
–Creo que sí, pero… ¿A qué viene eso?
No quiero que se me note, pero no puedo evitarlo. A juzgar por su expresión al ver la mía. De pronto he perdido el apetito. No quiero tocar la pizza ahora. Tal vez después, pero ahora no. La mascada siguiente es casi mecánica. He perdido la sensación del gusto.
–Eso explica todo lo demás, Toshinori, eso… bueno, eso lo hace peor.
Ese Lunes
Todos tenemos un mal día. A veces se multiplica. Podemos atribuirlo a factores externos. O a nuestra incapacidad de ver más allá del desastre.
Kirishima, a lo largo de su vida, ha tenido varios de esos días, así que lo sabe como el que más
Y como cualquiera con cierta experiencia sobre los hombros, sabe reconocer las señales.
Así que no hace falta ser, de facto, el mejor amigo de uno de los tipos con el carácter más… digamos… particular de su clase.
A veces, en los momentos más oscuros, se pregunta cómo terminó creando y afianzando un vínculo con alguien que, en su primer año, era de todo menos el epítome del buen sujeto al que te acercarías a hablarle de buenas a primeras. Por muy descabellado que pudiera parecer en un comienzo, lo cierto es que no tuvo demasiadas dificultades en dar con virtudes a las que valía la pena apelar.
Un temperamento fuerte. Una actitud valiente, temeraria incluso, insensata por momentos. Una ferocidad a prueba de todo. La marcada hambre de victoria. Una actitud, en resumidas cuentas, extremadamente varonil. ¿Quién podría negar tamaño cúmulo de virtudes? Puede que fuera complicado ver a través de la ruidosa capa de gritos e insultos (ni él mismo se salvaba), pero con el tiempo aprendió a adquirir una certeza a la que terminó por aferrarse. Todo aquello era cierto, no una proyección.
Y eso vino a confirmarse con el paso de los años, las asignaturas, los cursos y los brutales incidentes en los que todos se vieron involucrados. Así como también que el tiempo no pasa en vano para nadie y eso está más allá del desarrollo físico.
Katsuki Bakugou, lo sabe, ha sabido cruzar todas las líneas de meta que se ha dispuesto. Y por descabellado que pudiera parecer a principios de la aventura, ha sabido también hallar los pasos correctos hacia la evolución.
De acuerdo, no se trata del tipo más aficionado a las sonrisas ni mucho menos el más dado a la cortesía. Ni qué decir de ese gusto por, ocasionalmente, optar por olvidar los nombres y adoptar apodos despectivos.
Porque no vamos a engañarnos: Puede que sea su mejor amigo indiscutido, pero eso no puede impedir enceguecerse al punto de pasar por alto todo lo demás. Y en Bakugou, la madre de todas las dificultades es una sola.
El orgullo.
Pero claro, dirás que todo aquel que aspire a desenvolverse en un ambiente tan adverso como lo es lo más violento, está obligado a ser orgulloso. A no dejarse apabullar. A ir al choque de ser necesario y no quedarse esperando y elevar una plegaria para dar forma a una buena defensa.
Desde el principio, el explosivo rubio ha sido de atacar primero y preguntar o analizar después. Sí ha aprendido, eso sí, a explotar su veta observadora y por sobre todas las jodidas cosas, no dejar al azar ningún factor. No sentirse por encima de nadie por el solo hecho de conocer las cartas, porque nunca sabes con qué te va a salir y si te sigues encaramando a lo más alto de tu orgullo, lo más probables es que de la siguiente caída no serás capaz de levantarte.
Y aunque a la fecha no es como que nadie sienta aún demasiados deseos de acercarse a él más de lo que dicta un trato que se limite a la cordialidad de los compañeros o la camaradería necesaria para crear un ambiente de relativa calidez, el endurecido pelirrojo está bastante seguro de que nadie ha pasado por alto la gradual evolución que se ha abierto paso en el explosivo joven.
Una imagen que, de buenas a primeras, no descubres. Pero que si comparas con el primer recuerdo que puedas tener de él, no se duda que es diferente.
Sigue gruñendo más que hablando. Tiene sus ocasionales… salidas explosivas. Sigue siendo despectivo. Pero la cuota de reflexión está. El respirar antes de arremeter. El observar y el analizar…
Vamos. Que si lo tiene que resumir, el aura de hostilidad que se desprendía antes de él ha variado, irónicamente, en una suerte de calma fría por definirlo de algún modo. Ni de lejos algo parecido a lo que proyecta alguien como Shoto Todoroki, por supuesto, pero basta con verlos compartir espacio para comprender la naturaleza del cambio.
Antes todos debían estar alertas si no querían que aquello terminara en un cataclismo explosivo. Ahora, sin embargo, da la impresión de que la competencia se reduce a quien formula la puya más sarcástica. De cierto modo, incluso resulta gracioso si no fuera porque al rubio no le cuesta demasiado desafiar los decibelios del buen gusto.
Y Eijiro Kirishima está seguro de que nadie lo ha pasado por alto. Ni siquiera el que fue por tanto tiempo el objetivo de sus constantes ataques, verbales y físicos, el siempre abnegado Midoriya.
Así que, con todo eso en mente, la pregunta es una sola:
¿Qué carajos ha sido todo aquello?
No tiene sentido. Ha sido un largo camino por recorrer… ¿Por qué demonios le ha dado por regresar al punto de partida? Y valiéndose de un profesor nuevo, además…
Cierto es que en las últimas semanas Bakugou no ha sido lo que se dice el mismo de siempre… o en última instancia, el mismo al que han aprendido a acostumbrarse, con todo lo que ello pueda implicar. Que está más propenso a ladrar una respuesta que a resoplar la misma o a soltar insultos aleatorios… una especie de silencio que, en este caso, sólo acrecentó el temor de que algo se cocía a fuego lento y a nadie le gustaría especialmente resultado.
Si más de uno lo pensó, pues nadie se equivocó.
Y no sólo lo supo Kirishima en cuanto interrumpió al profesor. Decirle "mierda"… maldita sea, decirle "mierda"… Retomar el jodido viejo hábito de cuestionar la capacidad en base al quirk o la ausencia del mismo… ¿Pero en qué estaba pensando? Si eso venía a superar todas las marcas establecidas en sus ya lejanos primeros días, ¿por qué entonces…?
Así que, aunque sí le inquietó verlo precipitarse por la ventana y el sonido de la silla rompiéndose contra su cuerpo, Kirishima habría mentido de haber dicho que todo eso le sorprendió de algún modo.
Más lo descolocó, en realidad, sentir que viajaba en el tiempo, teniendo frente a sí a un voluble y explosivo rubio al que resultó absurdamente sencillo provocar.
Una señal incuestionable. De una solidez rotunda.
Siempre le ha dado igual lo que pueda decirse. El pelirrojo ha sabido verlo. No es que Bakugou no ceda ante las provocaciones. Es que ha aprendido a tardar en ceder antes de arremeter. Y a tardar bastante. Lo más parecido a pedirle paciencia a alguien, por naturaleza, tan paciente.
Así que sí. Algo debe explicar tamaño golpe de suerte que benefició al profesor, al punto de no tardar nada en sacar a flote lo peor de su mejor amigo, aquello que creía tan lejano como buena parte del pasado, y usarlo en su contra.
Y eso lo viene a comprender ahora que espera a que Recovery Girl termine de auscultar al rubio tras explicar lo ocurrido y escuchar, de parte de la anciana, un chasquido molesto y una retahíla de regaños referentes a impulsividad y modales de parte de ambos involucrados.
Es tal la molestia de la anciana que Kirishima ha tenido suerte de conseguir la autorización para quedarse con el rubio, junto a su cama, en lo que tarda en transcurrir el lapso necesario para estar seguros de que no ha sufrido nada que supere el aturdimiento normal.
Y sí. El pelirrojo tarda una eternidad en abrir la boca y dirigirse al joven que, tendido, contempla la ventana abierta con semblante inexpresivo.
–Bro –masculla el joven a su lesionado compañero–. Sé que… sé que estás molesto por… por lo que te hicieron pasar, pero… sé que él tampoco se portó bien, pero… no puedes negar que tú, diciendo esas cosas… provocaste que todo esto…
–Oye –interrumpe el explosivo con aspereza, sin mirarlo. Sin mayor entonación en la solitaria palabra–. Déjame solo.
–Bro… escucha, yo…
–¿Estás sordo o qué? –Enervado, el joven lo mira desde la almohada y el ceño se marca en su expresión–. Que me dejes solo, dije, ¿te lo tengo que repetir?
Si Kirishima acata se debe a que hay razones que van más allá del respeto o del temor natural que te puede causar un estado de ánimo combinado con las palabras correctas. Aunque, eso sí, decide no alejarse demasiado.
Porque si debe ser franco, el joven esperaba de su parte cualquier cosa, preferentemente la humillación graficada en las peores palabras y los peores deseos contra el profesor nuevo y toda su ascendencia. En la cima de la rabia, es lo que cabría de esperarse de él y qué carajos, de cualquiera con una pizca de comprensible indignación.
Y sin embargo, todo lo que ha obtenido de su amigo ha sido unas palabras amargas, pronunciadas con la dificultad atribuible a la expectoración de piedras y la expresión más abatida que recuerde haber visto en él.
Un dolor que parecía ir más allá de una derrota o de una humillación.
Un dolor que parecía nacer de la más grande de las tristezas.
–Katsuki –se escucha mascullar, a solas, el pelirrojo.
Domingo
–Todos lloran, Toshinori, no importa quién sea o cómo sea, nuestro error es creer que sólo existe una forma de llorar y sí, a veces es una o muchas lágrimas, pero a veces también son gritos, también… también es destrucción o violencia, pero todas tienen en común lo mismo, eso y que no puedes evitarlo porque es intrínseco a nuestra carne, por mucho que quieras sentir diferente el dolor… puedes expresarlo de otro modo, pero sentir… de sentir, siempre será lo mismo.
–Quieres decir…
–Siempre ha habido algo ahí, dentro de Bakugou, y siempre ha querido salir, pero ahora… ahora le cuesta más detenerlo.
Ese Lunes
Está ahí. En su pecho. En su cabeza. En todas partes. Más grande. Más poderoso. Más destructivo que nunca.
Y a Katsuki Bakugou no le gusta.
Y aunque no quiere reconocerlo, ni siquiera en la intimidad de su fuero interno, le aterra.
Bajada la adrenalina de la mayor estupidez que se ha permitido como estudiante, todo lo que le queda es una amargura fuera de toda descripción.
Qué hacer… consigo mismo…
Qué hacer… qué hacer ahora…
Maldita sea… ¡Qué!
Mierda… habría sido más fácil si ese cabrón hubiera tenido mejor tino en el proceso de dejarlo inconsciente. En cambio, por sobre el aturdimiento, está despierto y provisto de demasiada claridad.
Carajo… ¿Sería tanto pedir apagar todas esas luces que dan forma a la realidad?
Una vez. Al menos una maldita vez…
Y olvidarse de sí mismo… para siempre de ser posible.
Porque incluso esa soledad solicitada lo ahoga.
Mierda… se arrepiente tanto de habérselo pedido…
Pero… mirar…
No… no…
Domingo
–¿En serio no me vas a decir de qué hablaste con el joven Bakugou?
–Ni siquiera te he dicho que he hablado con él.
–Amigo, por favor…
–Toshinori, ¿crees que alguien hablaría conmigo si supieran que ando por ahí divulgando intimidades?
–Es diferente, sigo siendo su profesor y…
–Te lo pondré de esta manera: Si supieras que cedo con facilidad ante cualquier pregunta, ¿me habrías dicho que planeas pedirle matrimonio a la madre de…?
–¡Guarda silencio! No… eso no lo puede saber…
–¿Por qué? No veo a Midoriya por aquí…
–¡Es en serio!
–¿Ves a lo que me refiero?
Ese Martes
–¡Lo asesinaré si llega a decir una sola palabra! ¡¿Me oyó?!
Más que fuerte. Más que claro.
¿Qué tan desesperado debes estar para amenazar de muerte a alguien parecido a un profesor?
De buenas a primeras, el explosivo y simpático rubio no es lo que tú entenderías como alguien desesperado. Corto de genio, sí. Enormemente orgulloso, también. Decididamente duro de tratar, eso júralo. Extremadamente… volátil, que no te quepa duda. Vamos, que si rascas la superficie, te quedas con un cúmulo de virtudes y el chico resulta ser un encanto.
Que si no superas el límite de la primera impresión, es muy fácil que no quieras ahondar demasiado.
No es que a mí me gusten los desafíos. Sólo creo que mis plegarias han sido escuchadas y desaprovechar esta oportunidad equivale a una muestra de ingratitud que no estoy dispuesto a permitirme.
Si lo miras de buenas a primeras, puedes pensar que Miss Simpatía está furioso con todo el mundo. Estoy a dos pasos del infierno y a uno de comprobar una teoría.
Pero te estarás diciendo: Oye, tú eres el mismo tipo que ayer lunes le partió una silla en la cabeza a ese mismo Katsuki Bakugou, ¿verdad?
Soy el mismo, para servirte.
Entonces te estarás preguntando, y con razón, cómo es posible que ahora mismo estemos sentados uno al lado del otro, quizá a un metro y medio de distancia, sin que yo mismo me encuentre con un zapato suyo en la garganta o rogando por mi vida.
Supongo que ha tenido que ver el hecho de que me encontrara haciendo ejercicio.
Verás, ser profesor… o ser psicólogo… mira, ser algo en esta academia reporta sus beneficios y uno de ellos es poder utilizar las instalaciones para algo más que sólo admirarlas. A la hora que quieras. Y avanzada la noche… bueno, no es como que muchos, avanzada esa hora, estén muy dispuestos a cansarse más.
A menos que seas yo, sin nada más que hacer que intentar recuperar el recuerdo de la posición de músculos que alguna vez usaste.
O que seas alguien como Katsuki Bakugou. El perfeccionista. El que considera que nada importa más en la carrera de un héroe que la victoria. Que esta sobre el resto. Que ser el primero en todo.
Así que imagina su cara en cuanto me vio colgado de una barra.
–¡Qué hace aquí, demonios!
Y ni qué decir de su saludo.
–Me gusta dormir colgado, muchacho, ¿qué tal?
Tampoco es que se detuviera demasiado a considerar la validez de la explicación antes de resoplar con fastidio y largarse a darle forma a su rutina nocturna. Puede que a esa hora no tuviera demasiados ánimos para otra cosa que no fueran pesas o golpear con dureza el saco de boxeo, como terminé escuchando desde mi posición.
Si me lo preguntas, no es como que sepa cuánto transcurrió antes de que rompiera, de mala gana, el silencio alimentado por su orgullo y mi indiferencia escudado en la excusa de su incomodidad.
–Nadie se duerme en esa posición, ¿en serio cree que me lo trago?
No respondí. Con los ojos cerrados, intentaba tolerar el dolor del lapso que llevaba colgado. Cada vez más y más…
–¡Oiga! ¡Le estoy hablando, demonios!
–Oye… ¿Para qué me despiertas!
–¡No soy idiota! ¡No estaba durmiendo!
–¿Porque lo dices tú?
–¡Porque no soy idiota!
–¿Y se supone que saberlo me debe dar pesadillas?
Un rugido tronó en las instalaciones, descargando toda su ira dándole feroz puñetazo al saco. No lo partió a la mitad de milagro. Y parecía con todas las ganas de replicar esa acción en mi figura colgante.
–¡Si no hace nada es mejor que se largue! ¡Odio que me miren mientras…!
–¿Mirarte? Qué, ¿te vas a explotar la cara? Porque eso sería lo único por lo que incluso pagaría por ver.
–¡No me provoque o…!
–O qué.
Me solté. Caí de pie. Quedé frente a él. Metro y medio de distancia. Unos centímetros de diferencia. Para mi sorpresa, las explosiones iniciales se enfriaron frente a su perplejidad mal disimulada. Un pequeño acercamiento y las manos en los bolsillos.
–Vamos, Miss Simpatía, estamos solos, ni pienses que diré media palabra de lo que pase aquí, así que… dime, ¿o qué?
Esperé. Las manos empuñadas en los bolsillos. Era consciente de mis posibilidades. Deseaba no tener que llevarlo a la práctica, pero también necesitaba empujar más. Y más. Y más. Quería vislumbrar su límite. Quería llegar al borde. Quería comprobar lo que había visto en su mirada. Que no era sólo mi impresión.
En parte se me confirmó cuando desvió la mirada con un resoplido y volvió a los sacos.
–Haga lo que quiera.
En lugar de volver a la barra, fui a las máquinas. Él, por su parte, intentó seguir golpeando. Y vaya si lo hizo. Potencia en silencio. Una y otra vez. Pero sin coordinación. Sin una postura. Sólo golpes secos. Sólo fuerza bruta. Sólo pura rabia. Sólo el deseo de destrozar la propiedad privada. Qué milagro que no aceptara la oferta.
¿Cómo le hablas a alguien como él sin arriesgarte a ser reducido a cenizas?
–Si te lo preguntas, no fue mayor ciencia.
Aunque siguió golpeando, pude percibir un pequeño lapso. Apenas una duda. Señal de que sí me estaba escuchando.
–Cuando alguien como yo se enfrenta a un usuario de quirk, muy en particular uno altamente destructivo como el tuyo… si sabe usar bien sus cartas, diría que tiene un cincuenta por ciento de probabilidades de salir vivo… si la idea no es pelear directamente, porque si lo es… podría tratarse de un veinte por ciento siendo muy generosos.
No le mentí. Estaba siendo muy generoso. Y eso pareció escucharlo entre golpe y golpe.
–Y de ese porcentaje, debes considerar una serie de factores: Cuánto conoces a tu oponente, tanto física como mentalmente… y sobre todo, la estrategia que usarás para enfrentarlo, ataque frontal u otros recursos… siempre que escapar no sea una alternativa.
Se detuvo. Sostuvo el saco. Incluso apoyó la frente. Ahora sólo escuchaba su pesadísima respiración.
–Tú eres de la clase de luchador que no deja demasiadas alternativas, muchacho, nadie que conozca mínimamente tu estilo de lucha pensaría que escapar de ti sea una alternativa y hacerte frente y esperar salir ileso equivale a una estupidez… o esa fue la idea que me hice en cuanto te estudié.
Ya tengo toda la atención de su rojiza mirada y su expresión aturdida. Es más de lo que creí que conseguiría y eso me asusta. Porque temía perder los avances hechos.
–Hoy fui yo, muchacho, y si te soy del todo sincero, para mí no significa nada, porque si pude hacer eso… yo, por sobre cualquier otro y sin sufrir daños, significa que no eres el mismo cabrón que estudié por horas antes de desafiar, ¿crees que esa clase de victoria representa algo para mí? ¿Crees que ganar así me gusta tan siquiera un poco?
Su expresión no varió, si bien los puños tensos sobre el saco de boxeo me daban una idea más o menos acabada de lo que desfilaba por su cabeza.
–Así como estás… sería una tontería ofrecerte la revancha, no tiene méritos ganarle a la imitación o… a un símil roto que…
La explosión me calló.
De pronto, todo fue fuego, humo y del saco, las cenizas en que pudo haber reducido mi ser todo de haberme hallado en la posición correcta.
Las chispas escapaban de sus palmas. La respiración pesada creció. Y yo con el peinado de motociclista, luchaba contra el impulso de salir corriendo ante lo que podría ser mi último instante en esta tierra.
–No sabe nada –masculló el muchacho con voz enronquecida–. ¡Qué demonios puede saber de mí!
–Es obvio que nada.
–¡Entonces no se atreva a decir algo!
–Si quieres que no haya alguien como yo el día de mañana, tendrás que hacerlo mejor.
–¡Qué dice que…!
–Allá tú si decides que puedes aguantar otra humillación así.
–¡Quién dice que volveré a perder, estúpido!
–Te vencí yo, muchacho, ni más ni menos, ¿qué te puede esperar en el futuro con ese antecedente?
Y se calló.
Y respirando pesadamente, se dejó caer sobre el piso. Sentado. Los brazos sobre las rodillas y la furiosa expresión derrotada de quien prefiere la muerte antes que reconocerlo. No podía ver sus ojos, pero sí sus dientes y sus puños apretados hasta límites casi dolorosos.
Tentando la suerte, di los pasos necesarios para dejarme caer sentado a metro y medio de él y ahí me quedé. Callado. Esperando que decidiera abrir la boca. Echarme. Amenazarme. Lo que fuera, viniendo de él en esas circunstancias, cualquier cosa podía ser una buena señal.
–No debió ser así –masculló el muchacho con rabioso abatimiento.
–Si tú lo dices…
–¡Claro que no debió ser así!
–Muchacho…
–Pero… ¡No sé qué demonios pasa conmigo! ¡No sé qué me pasa que yo…! ¡Yo…!
–Tú qué….
–¡Me duele! –Terminó rugiendo desde lo más profundo, sorprendiéndome hasta las raíces en el proceso–. ¡Me duele todo el tiempo! ¡Me ahoga! ¡No debería dolerme así! ¡Ni siquiera entiendo cómo es que alguien podría aguantar algo así! ¡Cómo es que el estúpido nerd podría resistir algo así de pie y yo…!
De pronto pareció consciente de con quién estaba hablando y me dirigió una mirada enloquecida, amenazante. Seguía siendo un novato después de todo. Me permití sonreír con algo de sorna.
–Es mejor que me lo digas a mí que a cualquiera de tus compañeros, ¿ya consideraste el riesgo de que se filtre cualquier cosa?
–¡Lo asesinaré si llega a decir una sola palabra! ¡¿Me oyó?!
–Eso si no me despiden antes, muchacho.
Se tranquiliza. Ni siquiera he tenido que empujarlo. Eso me asusta más. El orgullo pesa lo tuyo y si estás dispuesto a estacionarlo en algún lugar, significa que el peso con que cargas está más allá del consuelo que te pueda ofrecer el orgullo mismo.
Y que estés dispuesto a renunciar al placer que pueda representar el orgullo mismo… saberte su dueño, amo y señor…
–Siento cosas –masculla el chico con voz rasposa, sin mirarme–. Cosas que no debería sentir, cosas… cosas que están ahí, sin una razón aparente y… me ahogan… me asfixian, pero… también están y… a veces… a veces hacen que no todo parezca tan malo.
Pausa. Silencio. No sé qué decirle. En parte porque no le sigo todavía.
–A veces… pienso que tiene sentido, que está bien, pero… a veces… a veces ya no lo aguanto más y quiero quitármelo, pero… no quiero perderlo… me caga, me está matando por dentro y no quiero soltarlo, ¿qué tan estúpido tengo que ser para que me guste sufrir así?
–Oye…
–Y no quiero darle… darle cabida tampoco –suspira. Ya no es pesado. Ahora sólo percibo un tremendo abatimiento–. No tengo demasiado y… lo poco que pueda tener… tratándose de esto… no lo quiero perder.
–¿De qué hablas?
Es un silencio largo. Es casi doloroso. Incluso nos permitimos mirarnos. Y descubro la desoladora angustia que le embarga desde lo más profundo. Detrás de sus rabiosas facciones parece brillar la furia de un dolor ciego que no encuentra otra vía de escape. Todo mientras parece desatarse la intensidad de un debate físico que parece, finalmente, encontrar un escape diferente a la violencia, a través de las palabras.
Casi puedo leer el trazado de los engranajes en su cabeza al tiempo que le da forma a las palabras…
–¡Bro! ¿Entrenamiento nocturno? ¡Cómo no me llamaste a…!
Ambos nos sobresaltamos ante la súbita aparición.
El pelirrojo dientes de tiburón en el umbral del gimnasio. Es apenas un momento antes de que recupere el ánimo que decayó un instante al vernos hablar. Puedo leer la perplejidad antes de que Katsuki Bakugou se ponga de pie de un salto ante la aparición del chico que lo llevó a la enfermería tras romperle una silla en la cabeza.
–Pro… profesor –masculla el recién llegado, sorprendido–. No… no sabía que estaban…
–Nada, no estábamos haciendo nada –interrumpe Miss Simpatía, quitándome las palabras de la boca, repentinamente incómodo. Mucho más que antes–. ¿Qué demonios haces aquí?
Todo mientras me dirige una tensa mirada antes de caminar hacia su amigo, el que de pronto ya no parece tan enérgico como de costumbre. Todo mientras hablan sobre rutinas nocturnas de ejercicio, su conveniencia. Todo antes de que Eijiro Kirishima repare en mi presencia y decida dirigirme la palabra. Preguntarme con cordialidad qué demonios hago aquí.
Todo mientras Katsuki Bakugou se mantiene a una respetable distancia y me dirige la misma angustiosa y rabiosa mirada de hace un momento.
Misma a la que se le diluye toda la rabia de a poco.
Misma a la que le queda sólo la angustia.
Misma que casi se puede traducir en una súplica.
Una certeza que adquiere solidez en cuanto vuelvo a prestar atención a Kirishima.
Y entiendo.
Ni siquiera necesito mirar otra vez a Katsuki, a su espalda. Pero lo hago.
Y lo entiendo. Con tanta fuerza que casi creo que se trata de una explosión y no de una certeza.
Pero no lo llamaría certeza. Porque en verdad no me lo puedo creer.
Que la causa sea tan profunda.
Y que los problemas de Bakugou tengan nombre, apellido e incluso un quirk.
El mismo conjunto acaba de llegar y con desmedido entusiasmo y una afilada sonrisa declara lo masculino que puede llegar a ser entrenar a estas horas, al tiempo que se golpea el bíceps
Lo peor no es tener sentimientos. El problema es que tardes en descubrirlos, porque cuanto más te demores, más te costará entender qué carajos hacer con ellos.
Domingo
–Sí te puedo decir que Bakugou es un adolescente como cualquier otro y al mismo tiempo no lo es.
–¿Cómo es eso?
–Es fácil perderse en la capa del sueño lógico del chico, Toshinori, pero los grandes problemas de cualquiera aparecen en esa edad y mucho me temo que el chico no tiene idea de cómo lidiar con lo más natural del mundo… desde cierto punto de vista y asumiendo que ciertos miedos estén justificados.
–¿Te importaría decirlo de manera más simple?
–Lo siento, Toshinori, pero en verdad el chico es muy celoso de su intimidad y no quiero arriesgarme a ser pulverizado por alguna indiscreción.
–Yo también sé guardar secretos, amigo.
–Lo sé, en serio me sorprende que en tres años, nadie se haya dado cuenta que se te cae la baba por…
–¡Amigo, por favor!
–Supongo que es un avance, ¿no? Tu chico no está tan pegado a ti como antes, de otro modo se habría percatado de que en ti no solo ganó un maestro sino que…
–¡Ya no me tortures! ¡No sé qué voy a hacer!
Lo admito. Ver al antiguo Símbolo de la Paz así de mortificado tiene su cuota de placer. Pero tiene razón. Me obligo a callar. Acabo de descubrir que éste no es el mejor lugar para abrir la boca respecto de tales asuntos.
En la caja hay un grupito de chicas. Tres chicas en realidad. Y la familiaridad de sus caras ya sería un problema más que grande si no fuera porque soy perfectamente consciente de la capacidad que le brindan esos lóbulos extensibles a su portadora.
Y a juzgar por el seguimiento de mi mirada, Toshinori Yagi también ha sacado las mismas conclusiones.
Que empiece a sudar o se le escape un hilillo de sangre de entre los labios no puede ser nada bueno.
–Y ahora qué haré… si me ven hablando contigo…
–Sí, ¿verdad? Nadie viene a verme si no es porque están hasta el cuello y de ahí a entender que algo está mal –fastidiado, me levanto para su sorpresa.
–¿Qué estás haciendo?
–Continuamos en tu casa, adelántate, te conseguiré una distracción.
–Dime que no vas a dislocarte un brazo por mí, no quisiera perdérmelo.
Me permito sonreír ante la súbita burla del desgraciado malagradecido antes de hacerle una seña para que se largue en cuanto crea que puede hacerlo.
De manera que también se ha enterado…
Maldito Vlad.
La niña apenas si puede ver la luz. Encerrada entre vides y espinas que no hacen más que crecer.
Quiere detenerlas, pero por más que intenta, no lo logra. Y avanzan con autonomía y la envuelven. De a poco comenzaran a tocarla. Será cuestión de tiempo para que le quiten todo el aire y el espacio que le va quedando…
Arañando su carne…
Ya no sabe si llora sólo de medio o sus lágrimas se mezclan con la frustración.
Y a medida que solloza, el susurro herbáceo no hace sino aumentar, como una susurrante serpiente que se alimenta de su dolor…
Desde su cabello. Bajando a la tierra. Hundiéndose en ella. Emergiendo. Creciendo…
Por qué…. Por qué tiene que ser así…
–¿Hola?
Se escucha a lo lejos. No, no está tan lejos. Sólo las gruesas murallas de vides impiden el paso de mayor sonido. Y así y todo…
–¿Hay alguien? ¿Hola?
Las vides crecen. El ruido se intensifica. La niña se encoge y ahoga un gemido. La tierra, bajo sus pies, parece temblar. Quiere gritar, pero la voz corre a esconderse en lo más profundo…
–Ay… ¡Carajo!
Lo siguiente que escucha son golpes, arañazos y gruñidos. Al principio, es una cadencia distante. No es que la niña preste mayor atención, pero lo siente. Cada paso. Un golpe. Paso. Arañazo. Gruñido. Golpe. Más fuerte. Más cerca. Más… y más… un crujido… un gruñido más fuerte…
Pero ella no mira. Se encoge mientras las vides brotan sin control de su cabeza y hacen suyo el terreno. Y la rodean. Y amenazan con abrazarla sin misericordia…
–¡Niña! ¿Estás bien?
La incredulidad le permite levantar la mirada escondida entre sus brazos y rodillas. Deshace el ovillo de su cuerpo para ver, entre las sombras, a un chiquillo.
Es mayor que ella. Pero no debe tener más de trece años. No sabe por qué piensa en ese número. Recuerda haberlo visto en el parque jugando con otros chicos que parecían mayores que él. Ahora mismo, sin embargo, luce lastimado a tal grado que cualquier exclamación queda atascada en su garganta. Más al verlo con los arañazos sangrando y el hombro caído, fuera de lugar.
Lo que no le impide al chico soltar un suspiro de alivio.
–Sabía que había escuchado a alguien… eras tú –el dolor le impide sonreír, pero no agacharse a su lado–. Oye…
–Vete.
–¿Qué cosa?
–Vete –musita otra vez la niña con voz temblorosa–. Yo… no puedo… ellas… ellas te…
–¿Tú has hecho esto?
La niña baja la mirada ante lo que siente como un reproche. Las lágrimas vuelven a brotar, pero se contienen al ver que el muchacho contempla el entorno herboso con franca estupefacción.
–De acuerdo, me iré –replica el muchacho, resuelto–. Pero te vienes conmigo.
–No… si… si yo voy… ellas…
–Que lo intenten –ahora sí sonríe, pero el aguijonazo de dolor hace que se arrepienta. En verdad luce muy maltratado–. Conozco cosas mucho peores, así que esto no diferente.
–No… no lo entiendes…
–Que no puedes controlarlo, ¿es eso? –La niña quiere asentir, pero no puede. Así y todo, siente que eso le basta al chiquillo para entenderle, sin dejar de mirar las vides descontroladas que engullen la luz–. Yo creo que están cansadas.
–¿Qué? –No, no bromea. En verdad lo cree. Y la pequeña sonrisa así parece confirmarlo, más cuando se arrodilla hasta que sus miradas se enfrentan a escasa distancia.
–Las plantas también sienten –comenta el chico con aire comprensivo–. Y están cansadas, pero saben que tú las has traído, ¿te parece si las hacemos dormir?
–Yo… no sé –musita la niña, sintiendo la nueva oleada brotar de sus lagrimales.
Eso hasta que siente esa mano magullada acariciar su agresivo cabello que no deja de crecer. Está segura de que le hace daño, pero no se detiene así y todo. Ahí se queda, mirando las terribles vides que tiene por cabello mientras tararea con suavidad una melodía que la niña, dentro de su pánico, no tarda en reconocer.
En alguna caja musical… esa canción de cuna… a la que nunca prestó atención…
Que ahora suena con suavidad… acompasando sus miedos… relajándolos…
Buenas noches princesa,
Ya no temas nada.
Ya la luna, las estrellas
Hoy velarán tu soñar.
La canción sigue. Ella cierra los ojos. Sólo escucha. Respira. La mano no se aparta de las vides mientras éstas se detienen y parecen escuchar también la canción… y se relajan…
Ellas lo entienden. Es hora de descansar.
De a poco, el aire regresa mientras él no deja de tararear la melodía antes de retomar la letra. Buenas noches, princesa, ya no temas nada. Las vides retroceden de a poco y ya la luna, las estrellas hoy velarán tu soñar.
La letra se pierde. No la retiene. Intenta no pensarlo. Se tranquiliza. Retroceden. De a poco mientras vuelve a mirarlo.
Hay luz. Hay aire. Tiene a la vista el parque que perdió antes de ser encerrada por las vides que no dejaban de crecer. La cúpula se derrumba. Desaparece. Puede ver al chico con claridad. Está herido. Pero le sonríe sin apartar la mano que puede usar de las vides que vuelven a la forma del cabello.
Deja de tararear cuando ya las vides no les obstruyen el paso. Aparta la mano de su cabeza para ayudarla a incorporarse con cuidado.
–¿Lo ves? –Ya de pie, deja caer el peso de la palma en su hombro–. No tengas miedo, tu quirk es una bendición.
Ese Jueves
Hay voces asustadas del otro lado. Ella no las escucha. No quiere.
La vida, esta vez, se alimenta de su temor. La rodea. La encierra. Mientras ella se deja caer de rodillas y un gigantesco e inexplicable miedo arrasa hasta la última fibra de su serenidad.
Quiere enlazar las manos. Recordar una plegaria. Elevarla al cielo. Pero no le sale la voz. Las palabras se escabullen. La vida se espesa y bloquea el camino al cielo, en tanto ese terror parece devorar su alma…
Por Dios… qué ha hecho… pero qué ha hecho…
Se acerca a duras penas al dislocado cuerpo, la única presencia en esa asfixiante y descontrolada cúpula de hierba. La ha recordado antes de desmayarse a causa del daño. Los huesos fuera de lugar ofrecen un cuadro estremecedor. No se atreve a tocarlo, pero…
–No… –se escucha musitar la asustada muchacha, intentando disipar las imágenes primeras…
La primera vez que la vida brotó de su cabeza…
La primera vez que lo arrasó todo.
–No…
La vez que juró verlo como una bendición… no una maldición…
–No…
La vez que tanto lastimó…
Creyendo que aislándose de todos podría…
Pero aún así… tanto… tanto… tanto daño…
–¡No! ¡No! ¡No, por favor! ¡Basta! ¡Basta!
Dios… por favor…
No puede respirar… necesita tomar aire… necesita que…
Que todo deje de encerrarla… de dar vueltas… de ser tan parecido a una maldición…
Que deje de parecerse al infierno…
Tan oscuro… tan pequeño…
Tan aterrador…
Ella…
No… no… no…
Pero incluso en medio del descontrol de la vida tan parecida a la muerte y la sombra, puede sentirlo.
El tacto.
El roce en su brazo.
El roce que la lleva a descubrir que ha cerrado los ojos. Cuando los abre. Y que su rostro recién ahora se ve libre de sus propias manos. Que la cubren.
Cómo… cómo…
Quiere decir algo. Todo lo que escapa de su boca es un sonido incoherente a la par de las lágrimas.
Esa mano necesita algo de impulso para llegar a la hierba descontrolada que es su cabello y ahí se queda, atrapada, pero relajada mientras de esos labios que creyó inconscientes hasta hace unos segundos escapa una melodía…
Una letra…
Un recuerdo perdido…
Esa nana… esa melodía casi ronca…
Se paraliza ante esa imagen.
Él. El mismo que se las ha ingeniado para escapar del abismo de la inconsciencia por muy poco. El mismo que la mira con la misma mueca de dolor que intenta convertir en una sonrisa, como en ese recuerdo lejano mientras no deja de tararear la nana…
Mientras le da letra…
Buenas noches princesa,
Ya no temas nada.
Ya la luna, las estrellas
Hoy velarán tu soñar.
Consigue recuperar la postura. No quita la mano de la vid. Ella sólo puede llorar. Pero el miedo se mezcla con algo desconocido, con…
Con alivio.
Quiere mover las manos. Quiere asegurarse de que es verdad. Pero ese mismo maldito miedo que ha regresado con tantísima fuerza tras verlo lastimado sigue ahí. Y se alimenta de su fuerza. Y la paraliza…
–Aún puedes… hacerlas dormir.
Lo musita apenas. Tanta rabia por sentirse olvidada y de pronto…
–Tengo miedo –consigue articular la muchacha. La confesión se lleva su aliento.
¿Cuántos años hace de que lo dijera? ¿Cuántos años lleva ya peleando con ese demonio que la atenaza?
Él, en respuesta, la rodea con los brazos. Ella, rígida, no puede dejar de llorar…
Pero se concentra en la nana. En el tarareo… en la letra…
Buenas noches princesa,
Ya no temas nada.
Ya la luna, las estrellas
Hoy velarán tu soñar.
Dondequiera que vas
Nada te dañará
Un ángel cuidará
Tus sueños de volar.
Sí…
Sí.
Sí puede cerrar los ojos.
Tal vez… tal vez no deje de llorar, pero…
Pero es como volver a estar en el parque.
Ya no son esos niños, pero… como en ese momento…
El miedo…
El pánico pesa menos ya…
El alivio… más…
Antes de poder emplear sus capacidades a mayor escala o de permitir a uno de sus estudiantes entrar al rescate, el desatado salvajismo del domo vegetal que ha rodeado la arena se detiene.
Vlad no se atreve a afirmar si ahora es más lento o ha alcanzado la quietud. Lo que sí puede decir es que el avance no se compara a lo que parecen segundos antes, cuando el aparecido cayó lastimado y su estudiante, Shiozaki, apenas consiguió levantarse para verlo.
Apenas pudo ver, desde donde estaba y embargado por la sorpresa, el rostro siempre sereno de la muchacha contraído, en ese instante, en una mueca de terror.
Y apenas tuvo ocasión de procesar la imagen antes de escuchar el agudo grito escapar de los labios de la muchacha.
Desatando el descontrolado infierno verde que todo parecía invadir.
Todos han tenido que pelear contra el avance vegetal. De pronto, a los muchachos a los que se les prometió una suerte de divertidísima comedia, no les ha quedado otra más que pelear para evitar ser lanzados o rodeados por el descontrol selvático que ha surgido de la persona que menos esperaban.
Todo mientras, de alguna desesperada forma, intentan acercarse al origen de ese caos.
Eso hasta que la detención se confirma con el gradual retroceso de las furibundas lianas.
Escucha a algunos caer. Las preguntas en forma de murmullos empiezan a cobrar forma y todo mientras el entorno se despeja y les permite tener una mejor panorámica.
Cuando el lugar parece haberse librado en su mayoría del salvaje verdor, pueden vislumbrar algo inesperado en lo que fuera el campo de batalla.
El aparecido, el supuesto profesor nuevo, el mismo que pareció perder el sentido antes de desaparecer entre las plantas, ha conseguido recuperar el sentido necesario para incorporarse, mantener hincada la rodilla y con el brazo que sigue en su sitio abrazar a la muchacha.
No pueden ver el rostro de Ibara Shiozaki, pero los más próximos sí consiguen ver los temblores de su cuerpo mientras se aferra al aparecido al que, hasta hace unos minutos, persiguió con sus vides.
Pero más sorprendente resulta que el mismo profesor, el mismo al que Vlad King lanzó a esa absurda competición, parece tararear una nana para hacer dormir a niños pequeños mientras se daña la única mano sana acariciando lo que es el espinoso cabello de una muchacha.
Cada vez menos espinoso. Cada vez menos descontrolado. Hasta que, finalmente, la peligrosa selva remite del todo y lo único que queda es el recuerdo que encarna el peculiar cabello de esa compañera que todos recuerdan tan tranquila, que nadie jamás ha visto perder el dominio sobre sí misma…
Que recién ahora parece que se apoya en ese profesor… la cabeza en su hombro y, entre lágrimas, mantiene los ojos cerrados.
Ninguno parece consciente de que ya no son rodeados por un domo indomable de hierba ni mucho menos que la clase B de tercer año del curso de héroes los contempla entre aliviados, incrédulos y temerosos.
Eso hasta que el profesor parece susurrar algo diferente al oído de la muchacha antes de dirigir una colérica mirada a todos cuanto los rodean.
Tardan unos incómodos segundos en entender el mensaje y es la presidenta de la clase la primera en acusar recibo. Kendo, de hecho, corre hacia ellos y con delicadeza, el profesor ayuda como puede a Shiozaki a apoyarse en su compañera. La religiosa joven parece aturdida, ausente, dejándose hacer con absoluta docilidad mientras es agarrada y prácticamente arrastrada entre brazos lejos de la arena. Cuando se han alejado del tipo, recién entonces Setsuna atina a unirse al esfuerzo de llevar, como se entera en el camino, a Ibara a la enfermería.
Vlad, por su parte, ni siquiera tiene chance de sentirse avergonzado por la falta de accionar en que lo sume el desconcierto.
Todo lo que puede hacer el profesor, al igual que los estudiantes que aún quedan, es ver cómo ese aparecido consigue levantarse del todo, apoyado en una carbonizada escoba, y comerse la peor mirada furiosa que recuerde haber recibido de nadie.
Ni siquiera alcanza a preocuparle el espantoso aspecto de su brazo fuera de lugar o que haya hecho un considerable esfuerzo para llegar hasta él cuando ya lo tiene a un par de pasos de distancia.
A primera vista, el cuadro resulta casi cómico. Después de todo, el profesor nuevo está bastante golpeado y apenas se puede mantener erguido mientras Vlad King le saca, por lo menos, unos buenos veinte centímetros de ventaja y sumado a su musculoso físico…
¿De dónde demonios saca entonces ese tipo lo que sea que haga falta para pararse frente a un héroe que podría partirlo por la mitad con ese gesto de profunda rabia?
–Vuelve a decirlo, Sekijiro.
Quienes pueden oírlo quedan sorprendidos del inmenso odio que parece albergar la voz del profesor nuevo.
–De qué estás…
–Vuelve a decir que los sentimientos y la mente son tonterías, anda… dilo.
Nadie dice nada. De hecho, nadie se atreve a mover un músculo. Ni siquiera alguno de los jóvenes repara en que, en todos esos años, ninguno ha visto en su profesor tal expresión de perplejidad.
El nuevo, al que llaman Highlander, ni siquiera espera. Sólo camina medio cojeando hacia la salida antes de soltar, sin voltear:
–La clase de hoy se suspende, así que nos vemos la próxima semana.
Y en vista de que Vlad King no se ríe de esas palabras, asumen que va en serio.
Qué carajos…
Después de lo que les ha tocado pasar… después de todas las preguntas que han quedado pendientes…
Lo último que se atreven a pensar es que algo de eso parece un chiste.
Domingo
–Según me enteré, Shiozaki ahora se encuentra mejor, pero…
–Sí, es comprensible que todos se sintieran aterrados.
–Quién podría esperar algo así, kero.
Las chicas acaban de dar un paso al costado, a la espera de que les entreguen parte de la orden. Por supuesto que ha sido Mina la que ha llegado con las novedades, aunque una noticia de semejante calibre habría llegado a sus oídos sin necesidad del… canal oficial de la sección.
Kyoka no necesita echar una mirada detallada en las muchachas para asimilar del todo sus expresiones. Es obvio que Mina, esta vez, no disfruta como siempre de lo que cuenta, en tanto Ochako y Tsuyu prestan atención con aprensiva curiosidad. Y es comprensible. No es que traten a menudo con la chica de las hiedras de la otra sección, pero tres años de estudios las han acercado lo suficiente para tener una idea más o menos cabal de la serenísima actitud que siempre ha caracterizado a la religiosa muchacha.
Así que la sola idea de verla perder el control de esa manera…
Kyoka no quiere abrir la boca y delatar lo que le produce la sola imagen que forma su mente. Escapa a su entendimiento. En realidad, escapa a cualquier cosa que creyera conocer.
–¿Cómo pudo recuperar el control tras algo así? –Suelta Tsuyu con curiosidad.
–En realidad… me pregunto qué pudo haberla hecho perder el control –murmura Ochako, llevándose una mano al mentón.
–Habrá sido algo muy grave –se atreve a especular Kyoka, hundiendo las manos en los bolsillos
–¡Oh, eso es lo más increíble de todo! –Suelta Mina con súbito entusiasmo, captando una vez más la atención del grupo–. Resulta que todo empezó porque al profesor de los chicos se le ocurrió…
–Sí amigo, quiero otra Hawaiana XL, ¿qué tiene de raro?
Las chicas callan de pronto. Están lo bastante cerca para escucharlo con claridad. Y antes de que puedan voltear, sumidas en la impresión, para confirmar lo que aparenta, la discusión sigue.
–No digo que sea raro, señor, pero…
–Tienes razón, si son cinco ingredientes, cinco veces piña sería un desperdicio, así que mejor ponle dos de piña, dos de champiñones y uno de anchoas, ¿así está mejor?
–En… enseguida señor.
–Gracias.
No saben qué les desconcierta más. Si la naturaleza del engendro en pizza que acaba de ser ordenado o el hecho de que sea el nuevo profesor, el psicólogo de UA… el llamado Highlander el que acaba de recibir el vale por su compra y acaba de reparar en la presencia de las chicas para luego sonreír.
–Muchachas…
–Profesor…
–No… no se va a comer eso, ¿verdad? –Por supuesto que Ochako no tarda demasiado en arrepentirse de la pregunta en cuanto la expresión ofendida y fastidiada del psicólogo hace su aparición.
–Ustedes también…
–A estas alturas… creí que ya lo había aceptado.
El comentario irónico de Kyoka descoloca a las chicas. Si no fuera porque acaba de dirigirle la palabra a un profesor, casi dirían que se está burlando y existe la peligrosa impresión de que así sea.
–Siempre he sido lento para aprender, muchacha, imagina después de sobrevivir a una vibración tan grande.
Cualquier otro pagaría semejante línea con un Jack clavado hasta lo profundo de la oreja. En cambio, la chica sabe que la ha sacado barata la última vez, de manera que sólo resopla y desvía la mirada, obligándose a aceptar la derrota para gracia de sus amigas.
El llamado por el pedido las salva de fingir que les pueda interesar qué hace que un ser humano pierda la capacidad del gusto a tales extremos. Incluso el profesor parece aliviado de que tengan una razón para alejarse del mesón.
–Entonces… ¿Nos vemos en clase? –Pregunta Kyoka al psicólogo, más para romper el hielo que por otra cosa.
–¿Tengo alternativa?
–Ni que fuera tan malo –masculla la muchacha, sin notar las expresiones divertidas de sus compañeras.
–Deja que sobreviva el resto de la semana, hasta entonces…
La enorme caja llega y el psicólogo confirma su alivio recibiéndola. Ni siquiera se detiene a completar la idea, hace un gesto de despedida y se larga por donde se supone que ha venido, dejando a las chicas con la tarea de buscar una mesa.
–No parece que le caigamos bien –medita Tsuyu con agudeza.
–Le han pasado demasiadas cosas, supongo que eso tendrá que ver –reconoce Mina, incapaz de sonreír ante el resumen de la cadena de desgracias que parecen perseguir a un solo sujeto.
–Bueno… no sería la primera vez, ¿verdad? –Ochako, por su parte, intenta encontrar el lado positivo a las cosas.
–A medida que se sufren más accidentes así, aprendes a despertar de mejor humor –el comentario de Kyoka sorprende a las chicas, más aún que sonría con cierta satisfacción–. Es cuestión de tiempo, se acostumbrará.
Yagi, grandísimo…
Te dije que me esperes en casa, no en una esquina.
Aunque agradezco que me facilites las cosas. De pasada me lo terminas de confirmar.
Desde el principio no ha sido mi impresión.
Alguien está ahí. A quién de los sigue es la cuestión.
Pero se te ve cansado. Yo también lo estoy. Quizá no haga falta averiguarlo hoy.
Quizá… no sea nada.
Quizá.
