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Capítulo 2

Cuando Shikamaru volvió a comienzos de la primavera y ella tenía una corona de flores en su cabeza, él tuvo que usar por primera vez más su corazón que el intelecto con el que era reconocido entre sus semejantes.

La había encontrado más hermosa que nunca, sin embargo la había ofendido, por supuesto, y los había llevado a ambos a una decepcionante circunstancia.

—Si cazar es lo que te da dicha y mi bosque lo que amas, te dejaré pisar esta tierra cuántas veces quieras; sin embargo, si es así, no hay razón para que te acompañe más cuando estés aquí —dijo ella tan pronto él estuvo cerca, en ese momento indiferente a las oscuras marcas bajo los ojos de él y sin reparar en el cambio de su complexión muscular.

—Lo que has dicho es un error —respondió entonces él de inmediato—. No es la caza lo que me hace sentir dichoso, es poder hacerlo a tu lado. Y amo este bosque porque cada vez que respiro el aire de aquí es tu imagen la que está en mi mente.

Temari levantó sus ojos hacia él, su garganta contrayéndose aunque había jurado no volver a hacerlo, no entendiendo por qué quería golpear su pecho y al mismo tiempo desear abrazarlo.

Él no se detuvo y continuó hablando:

—Son tus palabras y cantos que escucho cada vez que piso este lugar los que resuenan siempre en mi corazón, tanto que fue el recuerdo de ellos lo que me mantuvo con vida este último invierno, incluso cuando al mismo tiempo el no poder venir a verte se sintió como una daga en el pecho.

La ninfa entonces notó el efecto inmediato de un abrumador ánimo apoderándose de ella al igual que una terrible preocupación por su descripción de dolor. Recordó que ella había sentido lo mismo y quiso preguntarle más, no obstante no pudo detener su boca para acusarlo y expresar su frustración hacia él.

—¿No poder venir? ¿A qué te refieres con eso? Si verme es lo que te produce dicha, ¿por qué no viniste? —dijo ella, para entonces lágrimas siendo retenidas en sus claros ojos.

—Mujer, mi cuerpo es débil y contrario al tuyo, enferma. Es débil y contrario a las gracias que te fueron concedidas desde el nacimiento, no se adapta al implacable frío del invierno y es blando ante sus agresiones —aseguró Shikamaru temeroso de que no le creyera—. Un día no pude levantarme y caminar hasta aquí, y mi aldea es pequeña por lo que no quise enviar a alguien con mi mensaje por si a su regreso caía en cama también.

Temari arrugó su ceño no muy segura de las palabras de él; ella nunca había sentido qué era caer enfermo ni podía imaginarse así misma tan débil al punto de no poder caminar; no obstante sí lo había visto en los animales del bosque e incluso los había cuidado cuando eso ocurría. También, podía admitir, imaginarse a Shikamaru tan debilitado la hacía tener una imperiosa necesidad por conmoverse por él.

Por fin calcó en su mirada oscurecida por la piel bajo sus ojos, y en su cuerpo que parecía haberse encogido más.

—Te creo, Shikamaru —dijo ella luego de considerarlo. Después, como si poder aceptar de nuevo la presencia de Shikamaru acabara con todo su previo malestar, sus claros ojos brillaron aún más y fue Temari quien se acercó más a él—. Puedo enseñarte a enviar aves que carguen mensajes hasta mí, y puedo hacer que regresen a ti con mis respuestas.

Shikamaru la observó sorprendido.

—¿Es eso posible?

—¿No me crees? —se apresuró en replicar ella.

Él resopló por la nariz. Claro, ya conocía muy bien el temperamento de Temari, la poca gracia que le hacía ser señalada como incapaz de algo, cómo incluso hallaría la forma de hacer realidad aquello que no supiera hacer, especialmente si sonaba como un reto o incredulidad de la boca de él.

Volvieron a caminar entonces uno al lado del otro, ella contándole sobre cada nueva cría que podía presentir había nacido, o cómo habían lidiado los árboles más jóvenes el último tramo del invierno; y él hablándole sobre las nuevas responsabilidades que su padre había puesto en él ante la llegada de otra primavera.

Shikamaru se detuvo y ella giró hasta cuando se percató de su ausencia unos tres pasos más adelante, y él recordó en ese justo momento la verdadera distancia que había entre ellos.

—Hay algo más que tengo que decir —afirmó, y con su corazón latiendo fuertemente se atrevió a llegar hasta ella y tomar una de las manos de la ninfa—. Esta situación sólo me hizo caer en cuenta que lo único que puedo pedir es que me concedas, hasta el día en que deje de respirar, venir a visitarte incluso aunque no cargue mis flechas y mi carcaj.

Temari mirando primero la mano que osadamente sostenía la suya y luego observando con detenimiento a aquellos marrones ojos, preguntó lo que como doncella de Artemisa tenía prohibido. Si hubiese seguido la razón y hubieserecordado no desafiar a los dioses, se habría apartado de inmediato.

—Dijiste que amas este bosque por mí, ¿es decir, por lógica, que también me amas?

—Así es —confesó él porque incluso aunque fuera impertinente y algo que un humano realmente estúpido podía hacer, era lo que Shikamaru había pensado hacerle saber a ella desde que había caído enfermo.

—¿Pero vas a herirme de nuevo algún día? —tuvo ella que cuestionar porque a veces los humanos no eran precavidos, a veces eran impredecibles y quizá, si Shikamaru enfermaba de nuevo o le ocurría algo terrible y nunca más volvía a ella, Temari no sabría qué hacer si por segunda vez su corazón se resquebrajaba, sobre todo luego de oír su confesión.

—No pronto —respondió él sincero—, si prometo predecir las cosas que pueden herirte.

—¿Y realmente crees que serás capaz de predecir todo lo que puede herirme?

—Estoy convencido de que haré lo posible por no verte sufrir.

Con suavidad Temari deshizo el agarre de sus manos, giró sobre sus talones y caminó unos cuantos pasos hacia adelante.

Nadie nunca le había hecho una promesa como esa, y ninguna voz antes había hecho que su estómago se llenara del revoloteo de cientos de mariposas; aún así una pequeña voz parecía reclamarle porque lo rechazara, aconsejando que él no volviera al bosque y que ella prometiera no tener más contacto cercano con un mortal humano de nuevo. Si lo hacía así, si le pedía que buscara otro lugar, él envejecería con alguna mujer de su aldea a su lado, y vería crecer hijos que eventualmente le ayudarían con las siempre crecientes responsabilidades de cada primavera. Moriría complacido de cumplir con sus tareas como hombre y quizá sólo se convertiría en un recuerdo para ella en los años por venir.

Cerró por un momento sus ojos. Rechazarlo ahora no era más que dar lugar a otras siguientes vidas y evitar sufrimientos innecesarios. Como las demás ninfas que acompañaban a Artemisa, Temari tenía un voto de castidad y no debería mantener viva la posibilidad de atar su amor a ningún hombre.

La voz susurrándole todo debía ser alguna gracia del cielo compadeciéndose de ella.

Temari, no obstante, hizo caso omiso a esa voz, respiró y dio una corta exhalación a manera de burla.

—Hablas con determinación pero ahora, supongo, ¿tienes la fuerza de un niño? ¿Crees que puedes seguirme el ritmo y atrapar siquiera un conejo? —Temari giró la cabeza para verlo, una retadora sonrisa en sus labios.

Así, a pesar de la agónica pausa que ella había hecho, Shikamaru entonces se dio cuenta que no sólo le estaba dando la bienvenida de nuevo a ella, sino que también se estaba burlando de él —una muy buena señal, a decir verdad—. Soltando un suspiro se relajó como si le quitaran varios pesos de encima a sus hombros, y mientras entrelazaba sus dedos detrás de la cabeza miró hacia el cielo resplandeciente.

De nuevo podía regresar a usar su genio ya habiendo expuesto lo que su corazón necesitaba, y para mantenerlo así sólo debía hacer trabajar a su cabeza evitando cualquier futura situación problemática.

Además, respondiendo a la última pregunta de ella, para cazar un simple conejo o incluso una bestia no necesitaba ser el más fuerte o el más veloz, en gran parte del proceso Shikamaru sólo tenía que apoyarse en su mente.

—Qué problemático… —fue lo que apenas pudo decir antes de que ella soltara una más sonora ris y él le correspondiera una sincera sonrisa.

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Inadvertidos para ambos esto era lo que había llamado la atención de la mismísima diosa de la caza, la aflicción en una de sus ninfas y luego su risa en primavera. Con atención los observó y los continuó vigilando durante toda la primavera hasta que llegó el verano.

Artemisa caviló sobre qué clase de destino era ese, si realmente se trataba de un encuentro bendecido por las estrellas —una ninfa y un simple aldeano, nada menos— o la jugarreta de alguna de sus hermanas o su hermano; pero razonó que al alcance de una diosa del Olimpo como ella cualquier destino podría intentar ser evitado si era lo que ella deseaba, sobre todo cuando Artemisa se encontró con una ninfa menos en su salidas a cazar, cuando notó que Temari ya no le asistía con la misma regularidad, cuando observó que incluso sus sabuesos sonaban lastimeros ante la ausencia de su joven cazadora y cuando vio el embeleso con el que se observaban Temari y aquél simple aldeano. Era inaceptable, desde luego. Si la misma diosa no toleraba ningún contacto con hombres esperaba que sus doncellas también evitaran su presencia

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De ese modo, ya había pasado todo un año y Temari aún no había caído en cuenta que su actuar estaba enfadando a su diosa.

Fue fácil para ésta entonces tomar una decisión.

Ella, celosa y temiendo porque su ninfa se uniera físicamente a tal hombre que la visitaba o que dicho hombre hiciera algo tan temible como raptarla o forzarla a estar con él —o incluso aspirara a casarse con Temari—, convirtió por primera vez a una de su propio séquito en bestia, en el más bello animal con cuernos dorados, tan veloz que ninguna flecha jamás la alcanzaría. Así, la ninfa ahora convertida en cierva con cuernos de oro aún podría cuidar del bosque con su presencia, y no hallaría amor humano porque siempre huiría de ellos, el sólo olor de su cercanía haciéndola correr con apuro.

Y Shikamaru, quien le había prometido a Temari predecir todo lo que podría herirla, había fallado de nuevo porque no había podido ver las cosas que un humano nunca podrí había podido ver la ira incrementando en la diosa que gobernaba todas las montañas, ni sus celos porque alguien inferior a ella ya no le prestaba la misma atención de antes; no pudo predecir que su amada sería castigada por permitirle a él visitarla.

Shikamaru, un año después de su primer encuentro con Temari y en otra visita al bosque, no encontró los rubios cabellos de ella sino la efímera visión de una cornamenta dorada que rehuía de él cada vez que intentaba acercarse buscando la forma de revertir todo aquello. Y debía ser Temari porque Shikamaru había vuelto a encontrar pisadas que se convertían en huellas de pezuñas, y el bosque no había sufrido de alguna forma, así que la ausencia de la ninfa quedaba descartada.

Días después detuvo su infructuosa persecución porque recordó entonces una de las tantas conversaciones que había tenido con Temari:

«Ciertamente es difícil, estar en un tan desventajoso enfado. Aún así sé de mortales que han solucionado a su favor lo que podría haber sido una cruel y eterna condena», había dicho ella cuando Shikamaru acusó en susurros que los dioses eran los principales causantes de las desgracias que había visto entre sus semejantes.

«Estoy seguro que así es, si eres hijo de un dios y un terrenal, ¿pero alguien como yo? A estas alturas es una bendición que mis manos y mis piernas no hayan hecho inadvertidamente algo que no deberían, como arrancar una flor sagrada o pisar un templo prohibido, enfureciendo a quien posee infinito poder».

«Suenas demasiado extremista, querido cazador, como si desde ya te rindieras ante un escenario como ese, como si sólo estuvieras esperando a que pase», había continuado la ninfa, y antes de que Shikamaru la interrumpiera con que eso era exactamente lo que estaba seguro iba a pasarle algún día, Temari se acercó más a él y en un susurro como si hubiese estado compartiendo un secreto había terminado su conclusión—: «Sólo necesitas pensar con claridad por un momento y decirle a los dioses lo que ellos quieren escuchar. Son orgullosos, preponderantes, quisquillosos y siempre en busca de sentirse amados y especiales; tienen un infinito poder pero quizá son como los mortales. Sólo mantén eso en mente».

Y con eso en mente Shikamaru buscó y llamó a Artemisa por otros largos días más.

Nunca había hecho una ofrenda en uno de sus templos a pesar de ser él mismo un cazador, y sentía más displicencia hacia los dioses que ánimos por hacerles sentir regodeo, pero debía hallar la forma de solucionar lo que la diosa había hecho; aquello no podría haber sido una petición de la ninfa y Shikamaru se rehusaba a aceptar que ese fuera su real destino.

Él ya había aceptado que nunca estaría con Temari de la forma que su corazón cada vez más anhelaba, no cuando aspirar a casarse con ella significara alejarla de su bosque; pero ella lo había empujado a lograr más de lo que él jamás podría haber imaginado por sí mismo, convirtiéndose en su motivo para despertar temprano para cazar, siendo estimado en su aldea por las provisiones que llevaba, dejando de ver la vida como si ya fuera un anciano hombre esperando por su fin.

Imaginar una vida en la que no volviera a verla sólo incrementaba la desgracia que sentía a cada paso.

Así y ante su insistencia, la diosa por fin se presentó frente a él, quizá más curiosa que con una mínima intención de ceder a alguna de sus humanas peticiones.

—Ella se encuentra bien tal y como está. Grande, tan veloz que ninguna flecha podrá alcanzarla y con astas de oro, el bosque será su hogar sagrado y será más fácil para mí protegerla de ahora en adelante —dijo la diosa con total autoridad, un gran contraste al ver las dos coletas infantiles que caían a cada lado sobre su pecho. Con eso, la diosa esperó que esas fueran las primeras y últimas palabras que le diría al simple mortal, evitando que éste volviera a insistir con su innecesario llamado.

Shikamaru mantuvo un corto silencio. En sus oídos podía oír el constante golpeteo de su corazón pero por ahora era más importante lo que había en su cabeza, docenas de escenarios y esquemas que antes había evaluado y el reto de traer de nuevo a su amada.

—Ya lo ha hecho antes, diosa, convertir a alguien en un gran animal. En ese entonces la situación llevó a mi aldea a una desventaja, aún así no guardé resentimiento alguno por el hecho, siendo aquello lo que hizo que entablara una primera conversación con la ninfa del bosque, Temari. Si algo, sólo puedo sorprenderme por el poder que puede tener un dios y mi inferioridad frente a ello.

Artemisa lo observó con cautela.

—Decir cuánto aprecias a la ninfa del bosque o aludirme no hará que yo cambie de parecer —aseguró Artemisa con un poco de exasperación; aún así, había algo en la mirada de él que no era necesariamente un gesto grosero hacia una diosa, más bien percibía un renovado ánimo y una gran determinación. Eso al menos la intrigaba lo suficiente para esperar a ver en qué podría desenvolverse.

—No es lo que pretendo hacer —replicó él con suavidad.

«…del todo», se guardó para sí mismo.

Shikamaru no iba a arrodillarse y pedir con voz suplicante a la gran deidad que regresara a Temari a su forma original. No ofrecería una parte de su cuerpo para cambiarlo por una divina gracia, no entraría en humillación para congeniar con la diosa, tampoco prometería llevar casi toda su riqueza como ofrenda a alguno de sus templos porque estaba seguro que él no lo haría ni que la diosa haría caso a un gesto como ese por parte de él.

«Decirle a los dioses lo que ellos quieren escuchar» no tenía que ser necesariamente sinónimo de alabarlos o suplicar, especialmente si, como había dicho Temari, tenían más en común con los mortales de lo que parecía, muy a pesar de su infinito poder. Y Shikamaru ya había lidiado con toda clase de personalidades y sabía cómo manipularlos un poco a favor de él o una buena causa; y esta diosa frente a él era alguien altamente competitiva y orgullosa como acaba de confirmar. Afortunadamente Shikamaru llevaba más de un año conociendo a otra mujer con parecidas características y bien podría señalarse como un experto en ello.

—Lo que pretendo lograr es estar junto a ella, seguir visitando su bosque y ser bienvenido a continuar a su paso —aseguró él.

—¿Continuar su paso? ¿Cómo puedes siquiera decirlo, cuando incluso no has podido estar cerca de ella en su forma de cierva con astas? —dijo entonces la diosa con notorio enojo.

—Admito que fallé en cada uno de mis intentos por siquiera pisar el mismo suelo, sin embargo no estaba pensando con claridad. Puedo hacerlo ahora.

—Entonces, si lo que quieres es estar cerca de ella y aseguras que puedes hacerlo, ¿para qué has venido a mí?

—Porque quiero toda una vida con ella, por tanto busco su favor para asegurar que no se me vuelva a apartar de su lado.

La diosa se abstuvo por un momento de replicar algo —o de incluso desaparecer de allí y olvidar al hombre—, pero muy en el fondo reconocía que él había captado un poco de su interés con su evidente insistencia.

—¿Por qué te esfuerzas tanto?

—Si realmente quiere saberlo, diosa, porque la amo más que usted lo hace —aseguró Shikamaru pausando donde debía, enfatizando en donde más le servía.

La diosa lo observó. ¿Realmente amaba a Temari más de lo que ella lo hacía por sus doncellas? Desde luego que no, él era simplemente un mortal que ya había hecho sufrir a su ninfa y no había manera de que ahora comprobase lo que tanto aseguraba.

Una ninfa y un mortal no debían compartir el mismo destino.

—Ya veo, ¿y si también tomo tu vida y te convierto en un ciervo? ¿Hasta ese punto la amas?

—Esa podría ser una solución, lo admito.

La diosa chasqueó la lengua, había tratado de hacer sonar sus palabras como una amenaza, no obstante no hubo ningún cambio en la expresión y postura del humano.

—Temari ha sido convertida en cierva porque se dejó contagiar de esta impertinencia que los representa a ustedes los humanos. Aún así, es la más joven de todas las ninfas que acompañan mis cacerías, quizá por esto es que ella no entendió lo que implicaba tu cercanía. E Incluso si deshago su forma actual ella seguirá siendo hermosa y llena de vida por muchos años más mientras que tú, a pesar de tus esfuerzos, envejecerás y quizá el resentimiento que dices no tener por mí lo tendrás eventualmente hacia ella. Llegará un día en el que no volverá a mirarte con ojos de asombro o interés.

—Eso no importa, diosa. No es importante lo que yo piense o deje de pensar. Sólo quiero que no reciba más castigo si sigo visitando su bosque y por ella haberme permitido estar a su lado.

Artemisa no quiso creerle. No habría forma de que el amor de este hombre fuese tan fuerte.

—Si logras probarme eso, quizá pueda conceder alguno de tus deseos —afirmó la diosa con seriedad—. Si realmente la amas más que yo a mis ninfas y estas montañas, lo comprobarás si la traes a mí, sana y salva sin rasguño alguno. Una mínima gota que resbale por tu culpa será tu condena, y ella seguirá siendo una cierva por siempre.

Esta vez Shikamaru hizo una reverencia, evitando que de su boca saliera algo más insistente que pudiese enojarla, aún así satisfecho de escuchar una de las posibilidades que había barajado en su mente, por mucho que fuese sólo un pequeño resquicio a su favor.

La diosa no se preocupó por la leve sonrisa en el rostro de él. En su divina opinión, le acaba de dar una tarea imposible a alguien de sangre común.