Cat Noir aterrizó en la azotea y miró a su alrededor. Se mostró sorprendido al comprobar que allí solo estaba Ladybug.

—¿Y los demás? —preguntó—. ¿He llegado demasiado pronto?

Ella negó con la cabeza.

—Has llegado justo a tiempo, gatito. Para esta reunión no necesitamos a nadie más.

Cat Noir se sentó a su lado y la miró, intrigado.

—Explícate.

Ella hizo una pausa antes de responder.

—Hay muchas cosas que todavía no comprendo —empezó por fin—. Y creo que será mejor que hablemos de esto entre nosotros, antes de convocar al resto del equipo. Porque no sabría qué decirles. —Se volvió para mirarlo, angustiada—. ¿Cómo puedo explicarles que perdí el prodigio de la mariposa y que ahora lo tiene otra persona que no sabemos quién es, y que al parecer va a utilizarlo para aterrorizar París, exactamente igual que Hawk Moth?

—No exactamente igual —puntualizó él—. Este nuevo portador parece algo más torpe, ¿no? Con un poco de suerte, no tardará en cometer un error.

Ladybug suspiró y hundió la cara entre las manos. Cat Noir sonrió y puso una mano sobre su hombro para transmitirle su apoyo.

—Todo saldrá bien, no te preocupes —le dijo, y pensó de pronto que aquella misma mañana le había dicho algo muy parecido a Marinette.

Ladybug alzó la cabeza y le dirigió una sonrisa cansada.

—Eso espero, gatito. Por lo pronto, necesito que despejes tu agenda para mañana por la tarde.

—¿Y eso? ¿Qué es lo que vamos a hacer?

Ladybug casi esperó oírlo preguntar, con voz sugerente, si acaso lo estaba invitando a una cita romántica. El antiguo Cat Noir habría dicho algo semejante, sin duda. Pero ahora había crecido, había madurado, y además… tenía novia. Por un lado, Ladybug se sentía aliviada porque ahora podían ser amigos, sin más, sin que él tratase de conquistarla a todas horas. Pero una parte de ella echaba de menos los viejos tiempos en los que él parecía vivir solo para cortejarla.

Sacudió la cabeza. No tenía sentido pensar en eso ahora.

—Primero, tenemos una reunión con la señorita Bustier… con la alcaldesa de París —se corrigió—. Se ha enterado de lo del nuevo akuma, y quiere hablar con nosotros al respecto.

«Pedirnos explicaciones, más bien», pensó, pero no lo dijo en voz alta. El antiguo alcalde Bourgeois, con todos sus defectos, apenas se había entrometido en la labor de los superhéroes. La alcaldesa Bustier, por el contrario, parecía interesada en monitorizar todo lo que hiciesen. Quizá fuese deformación profesional, de los tiempos en los que era profesora en la escuela. Por supuesto que no toleraría el desorden en su clase… ni el caos en su ciudad.

—Bien —asintió Cat Noir.

—Iremos solo nosotros dos, en representación de todos los héroes. No sé qué le voy a contar, la verdad —murmuró, abatida.

—No es culpa tuya —la consoló él.

—No, sí que lo es. Tendría que haber recuperado ese broche en cuanto tuve la oportunidad. Y eso me lleva al siguiente punto de la agenda del día: después de la reunión con la alcaldesa, vamos a visitar la mansión Agreste.

—¿Qué? —se sobresaltó Cat Noir—. ¿Y eso por qué?

—Para buscar pistas en el lugar donde luché contra Monarca. Si alguien llegó después para llevarse el prodigio… quizá haya dejado alguna huella de su paso.

—¡Hum, Ladytective vuelve a la carga! —bromeó él.

—Elemental, querido Catson —replicó ella.

Cat Noir se echó a reír, Y Ladybug lo contempló con cariño, dándose cuenta de lo mucho que lo había echado de menos. También era bueno ver que estaba de mejor humor, a pesar de todo lo que estaba pasando.

—Hay otro motivo por el que quiero que vayamos a la mansión Agreste —prosiguió—, y es porque el akuma de hoy ha atacado específicamente a Adrián Agreste.

Cat Noir la miró con curiosidad.

—¿No crees que haya sido casual?

Ladybug se encogió de hombros.

—No lo sé. Pero me parece extraño que el primer supervillano del nuevo portador de la mariposa tenga por objetivo, precisamente, al hijo del anterior.

—¿Quieres decir que este nuevo enemigo… conocía la identidad secreta de Monarca? —se sorprendió él.

—No lo sé, solo digo que es posible… Si llegó a tiempo de ver la pelea entre los dos, y lo que sucedió después… es posible que lo descubriera. Pero eso significaría… —Se estremeció—, que también podría haber averiguado quién soy yo… bajo la máscara.

Temblaba ligeramente, y Cat Noir se dio cuenta.

—No, tiene que haber otra explicación.

Ella lo miró a los ojos.

—¿Con toda la gente que vive en París… por qué precisamente Adrián? —insistió.

Él le sostuvo la mirada, muy serio.

—Es un personaje público —replicó—. Todo el mundo lo conoce, y a su padre también. Tú has contado a todo el mundo, de hecho… —le recordó— que Gabriel Agreste colaboró en la derrota de Monarca. ¿Y si este nuevo imitador quiere vengarse de él por esa razón… y, como no puede, porque él ya no está, la ha tomado con su hijo?

Ladybug ladeó la cabeza, considerando aquella posibilidad.

—Eso querría decir que Adrián está en peligro… más que cualquier otra persona en París —murmuró con angustia.

—¿Vas a… vamos a hablar con él, entonces? —Ladybug lo miró sin comprender, y Cat Noir aclaró—. ¿Vas a contarle la verdad?

Ella negó con la cabeza.

—Quiero mantenerlo al margen de todo esto.

Cat Noir resopló, molesto, y apartó la mirada.

—No puedes meterlo en una burbuja para siempre, Ladybug. Su padre era Monarca, y si por esa razón… o porque todo el mundo piensa que es un héroe…, el nuevo portador de la mariposa lo tiene en su punto de mira…, Adrián debería saberlo.

Ladybug apretó los dientes, pero no dijo nada. Cat Noir se quedó mirándola, como si tratara de leer en su mente.

—¿Por qué lo proteges, Ladybug?

—Es mi trabajo proteger a todos los ciudadanos de París —respondió ella evasivamente.

—¿Harías esto por cualquier persona… o solo por él?

—No entiendo qué pretendes insinuar… —replicó Ladybug, a la defensiva.

Cat Noir la miró con asombro, creyendo comprender.

—¿No serás… una fan? —le preguntó de sopetón.

Ladybug casi sonrió. «No soy fan de Adrián Agreste, soy su novia», quiso responder. Apenas un par de días antes, se lo habría contado sin más. Le habría revelado su identidad, porque estaba cansada de mentir y de ocultar secretos, y especialmente a su compañero. Pero las cosas habían cambiado. Había aparecido en París otro supervillano con el poder de la mariposa que buscaba sus prodigios, quién sabía con qué propósito. Ladybug y Cat Noir tendrían que seguir protegiendo sus identidades secretas un tiempo más.

Lo contempló con cariño, recordando de pronto aquella vez que él le había preguntado algo parecido a una atribulada Marinette. «¿No serás…?» había empezado el superhéroe, dispuesto a averiguar si se trataba de una de sus muchas admiradoras; pero ella, creyendo que iba a preguntarle si acaso no era Ladybug, no lo había dejado terminar. «¡Estoy enamorada de ti!», había exclamado, echándole los brazos al cuello. Frunció levemente el ceño. ¿Por qué había actuado de esa manera? Había dicho lo primero que le había venido a la cabeza, confundiendo a Cat Noir sin ninguna necesidad y arrastrándolo a la que probablemente había sido la situación más incómoda que el pobre chico había sufrido en su vida. Pensó por un momento cómo habría sido su historia juntos si ella hubiese aceptado el amor de Cat Noir, cuando él se lo ofrecía. A su mente acudieron destellos del sueño que habían compartido durante su enfrentamiento con Darker Owl. Una vida entera con Cat Noir a su lado…

Sacudió la cabeza. Aquel tren ya había pasado, y ella era feliz con Adrián.

Pero, debido a todo lo que habían vivido juntos, Ladybug había desarrollado un cariño especial por su compañero felino. Haría lo que fuera por protegerlo, sí; igual que a Adrián.

Pero eso no implicaba que no pudiese ser sincera con él, hasta donde le estuviese permitido.

—¿Te acuerdas de lo que hablamos ayer? —le dijo, sin responder a la pregunta—. ¿Lo de desvelar nuestras identidades secretas?

Él pestañeó con desconcierto. No pareció molestarle el cambio de tema, sin embargo. Se frotó la nuca, incómodo.

—Ah… sobre eso… sí, lo he pensado. Pero la verdad es que no sé si estoy preparado, Ladybug.

Ella sentía curiosidad por aquellos repentinos escrúpulos, después de lo mucho que había insistido él en compartir aquel secreto con su compañera. Pero, de todos modos, sentía que Cat Noir había cambiado mucho en los últimos tiempos. Estaba más serio, más centrado. Había madurado, sin duda. «Le sienta bien tener novia», pensó. Por alguna razón, todos aquellos cambios lo volvían más atractivo a sus ojos, aunque una parte de ella también echaba de menos su lado bromista e irreflexivo.

Sonrió.

—No pasa nada, gatito. Porque resulta que las cosas han cambiado mucho desde ayer. Si nos enfrentamos a un nuevo Hawk Moth, o como se llame este nuevo portador de la mariposa, tenemos que volver a extremar las precauciones. Así que no habrá revelación de identidades, por el momento.

Cat Noir inclinó la cabeza, pensativo. A ella le pareció que se sentía aliviado, aunque intentara disimularlo.

—Comprendo. Tiene sentido, sí.

Ladybug sonrió de nuevo y se levantó.

—¿Te veo mañana, entonces? ¿En el ayuntamiento?

Él asintió.

—Allí estaré.


Ladybug entró por la ventana de su cuarto y aterrizó limpiamente sobre su cama. Se transformó de nuevo en Marinette y recuperó su teléfono móvil. Tenía un mensaje de Adrián… y varias llamadas perdidas de Félix.

Suspiró. Sabía exactamente de qué quería hablar. Le devolvió la llamada.

—Marinette, he visto las noticias —dijo él, sin molestarse en saludar siquiera.

—Buenas noches a ti también —replicó ella, ligeramente molesta.

—Hay villanos akumatizados otra vez en París, ¿verdad? Y eso quiere decir que el prodigio de la mariposa sí cayó en malas manos, después de todo.

—Eso parece. Bueno, ya hablamos de esto el otro día, ¿recuerdas? Os pedí a todos que estuvieseis preparados por lo que pudiera pasar. No espero poder contar contigo, de todos modos, ya que, desde Londres…

—Esa villana akumatizada atacó específicamente a Adrián —cortó Félix.

Marinette hizo una pausa.

—Sí, pero eso no significa nada —replicó—. Era el primer día de Adrián en una escuela de moda, mucha gente le tiene envidia y…

—¿Estás segura de que no fue casual, Marinette?

Ella suspiró.

—No, no puedo estar segura —respondió, cada vez más irritada—. ¿Qué quieres que te diga? Yo estaba allí e hice todo lo posible para protegerlo. Como siempre. No he hecho otra cosa desde que lo conozco, aunque te cueste creerlo.

Félix hizo una pausa, apreciando la firmeza de Marinette.

—Lo sé —dijo entonces, con más suavidad—. Pero aún no sabemos quién tiene el prodigio de la mariposa, cómo lo ha conseguido ni lo más importante: qué es lo que sabe acerca de mi tío… y de mi primo. Que el primer akuma haya atacado a Adrián no me da buena espina, Marinette.

—Ya, a mí tampoco —reconoció ella—. Pero te juro que su secreto sigue estando a salvo conmigo. Y que no voy a permitir que nadie le ponga un solo dedo encima.

Félix sonrió.

—Te creo. Solo… tened mucho cuidado, ¿vale? Y asegúrate de que Adrián no pierde de vista esos anillos. Sé que es un poco difícil hacerle ver lo importantes que son sin contarle toda la verdad, pero…

—No te preocupes —lo tranquilizó ella—. Él sabe que son importantes, porque fueron de sus padres. No se desprenderá nunca de ellos.

«Y esa es otra de las razones por las que nunca debe descubrir la verdad sobre su padre», añadió en silencio. «Para que siga honrando su memoria».

Félix sonrió de nuevo. Se notaba que no estaba acostumbrado a hacerlo, pero Marinette se había dado cuenta también de que últimamente sonreía más a menudo. Probablemente a causa de Kagami.

—Confío en ti, Marinette —dijo él.

Cortaron la comunicación, y Marinette suspiró, preocupada.


La alcaldesa Bustier no los recibió en el enorme y lujoso despacho que había utilizado el antiguo alcalde Bourgeois, sino en una salita más pequeña, moderna y agradable, repleta de plantas y de estanterías con libros.

—¿Y bien? —fue lo primero que les dijo, después de los saludos de rigor—. ¿Qué está pasando en París? ¿Es verdad que la persona que causó el caos ayer… había sido akumatizada?

Ladybug y Cat Noir cruzaron una mirada. Fue ella quien tomó la palabra.

—Es lo que parece, sí. Pero derrotamos a la villana, purifiqué el akuma y lo reparé todo, como de costumbre.

La alcaldesa frunció el ceño.

—Se suponía que estas cosas ya no iban a volver a pasar. Que Monarca había sido derrotado.

—Sí, así es. Pero el caso es que, durante la batalla… —Ladybug hizo una pausa, sintiéndose de pronto tan culpable como si estuviese a punto de confesar que se había olvidado de hacer los deberes—. Durante la batalla, el prodigio de la mariposa se perdió, y no hemos sido capaces de volver a encontrarlo. Existía la posibilidad de que nadie hubiese dado con él todavía, o que hubiese caído en manos de una persona que no supiese lo que era, o que no tuviese interés en usarlo para crear el caos, pero… no ha sido el caso.

—¿Quién lo tiene, entonces?

Los superhéroes cruzaron otra mirada.

—No lo sabemos —respondió Ladybug, bajando la cabeza.

—Pero lo averiguaremos pronto —añadió Cat Noir, rápidamente—. Estamos investigando ya, y tenemos algunas pistas que creemos que nos pueden conducir hasta el nuevo portador del prodigio de la mariposa.

La señorita Bustier dejó escapar un suspiro de impaciencia.

—La última vez tardasteis un año entero en derrotar a nuestro enemigo —les recordó—. París es ahora una ciudad distinta, está resurgiendo de las cenizas de su pesadilla y tiene un brillante futuro por delante. Aún tenemos muchos proyectos que poner en marcha —añadió, reposando la mano sobre una carpeta que tenía sobre la mesa; Ladybug se fijó en que tenía el logotipo de industrias Tsurugi—. Sencillamente, no podemos permitir que todo esto vuelva a empezar. No necesitamos un nuevo Hawk Moth.

—No lo habrá —le aseguró Cat Noir—. Daremos con la persona que ha encontrado el prodigio de la mariposa y lo recuperaremos de una vez por todas.

La alcaldesa asintió, pero no parecía muy convencida.

—Todo esto… los prodigios, la magia… no nos ha dado más que problemas —opinó—. El día en que por fin pongáis esas joyas fuera de la circulación, podremos centrarnos en mejorar el mundo a través de la ciencia y la tecnología. Como debe ser.

Los superhéroes se despidieron de ella y se dirigieron a la mansión Agreste.

—Nathalie nos está esperando —le dijo Ladybug a su compañero cuando ambos se detuvieron en lo alto de la enorme escalinata.

—Espera —la detuvo él—. Nathalie era Mayura, ¿no es así? —preguntó en voz baja. Ladybug asintió—. ¿Y ella sabe… que nosotros lo sabemos?

—Sí.

Cat Noir desvió la mirada, confundido.

—Ya sé que va a ser raro —dijo ella—. Pero está dispuesta a colaborar. Tenemos un trato, ¿sabes? Por Adrián —añadió en voz baja.

Cat Noir asintió, pero no dijo nada.

Les abrió la puerta la propia Nathalie, que los recibió con una suave sonrisa.

—Ladybug, Cat Noir. Pasad, por favor.

Ellos lo hicieron, un tanto cohibidos. Nathalie los guió a través del enorme recibidor hacia el antiguo despacho de Gabriel Agreste.

—Estamos solos en la mansión —les informó—. Adrián está en casa de su novia.

Ladybug frunció el ceño con extrañeza, pero no dijo nada.

—Sabe a qué hemos venido, ¿verdad? —preguntó.

Nathalie asintió.

—Queréis examinar el lugar donde Monarca fue derrotado —respondió—. Os conduciré hasta él.

Entraron en el despacho. Ladybug miró a su alrededor con curiosidad, pero Cat Noir bajó la cabeza. Su padre había pasado incontables horas encerrado en aquel lugar, y a él aún se le hacía extraño pensar que ya no estaba.

—¿No tiene idea de quién pudo llevarse el prodigio de la mariposa? —estaba preguntando Ladybug.

Nathalie negó con la cabeza.

—Estaba convencida de que te lo habías llevado tú. Cuando me dijiste que había desaparecido, lo buscamos por todas partes, pero no lo encontramos. Ojalá vosotros tengáis más suerte.

—¿Lo buscamos? —repitió Cat Noir.

—Félix y yo. —Nathalie dirigió una larga mirada al superhéroe y después se volvió hacia Ladybug—. ¿Está todo… bien? —le preguntó, vacilante—. Habíamos acordado…

—No diremos nada —le aseguró ella—. Juré mantener el secreto, y lo haré. Y él también. ¿Verdad, Cat Noir?

—Sí —respondió él a media voz.

Nathalie se detuvo entonces frente al gran cuadro que presidía la habitación y les dio instrucciones para que se situaran en el lugar exacto.

—Vamos allá —dijo, y presionó varios puntos en el retrato.

De inmediato, y ante la sorpresa de los superhéroes, el suelo se hundió bajo sus pies.

Mientras el ascensor descendía, Cat Noir se apoyó en el cristal y contempló la enorme cripta que se abría bajo la mansión Agreste.

—¿Qué es… todo esto? —musitó, sobrecogido, sin prestar atención a la conversación que se desarrollaba a sus espaldas.

—Ella ya no está, como es natural —estaba diciendo Nathalie—. Pero todo lo demás lo hemos dejado tal cual. Confieso que no tengo la menor idea de lo que vamos a hacer con este lugar.

El ascensor llegó al suelo y se detuvo. Ladybug y Cat Noir salieron por la puerta, pero Nathalie se quedó en el interior.

—Avisadme cuando hayáis acabado —les pidió. Vaciló un momento y añadió—: Suceda lo que suceda… Adrián nunca debe enterarse de esto. Por favor —les suplicó.

—No lo sabrá —prometió Ladybug—. ¿Cat Noir?

Él tardó un poco en responder.

—No —murmuró por fin, con los ojos fijos en la cápsula de cristal que reposaba al fondo de la enorme cámara—. Nunca lo sabrá.

Nathalie asintió. Pulsó un botón en el panel de control del ascensor y volvió a subir hasta el nivel superior.

Ladybug y Cat Noir se quedaron solos. Ella se quedó contemplando el largo tubo de cristal, pensativa.

—Rompí este ascensor con un Cataclysm —rememoró—. Pero ahora todo vuelve a estar igual… Salvo ella, claro.

Cat Noir apartó por fin la mirada del santuario que había al otro lado de la pasarela y la fijó en su compañera.

—¿Ella? —repitió.

Ladybug asintió.

—Sígueme.

Avanzaron juntos hacia el jardín al fondo de la estancia y se detuvieron frente a la cápsula vacía.

—¿Qué es esto? —musitó Cat Noir, entre fascinado y horrorizado.

—Aquí estaba la señora Agreste —respondió Ladybug en voz baja.

Él se volvió para mirarla, con los ojos muy abiertos.

—¿La señora Agreste? Pero… no puede ser. Ella murió hace tiempo…

—Gabriel conservaba su cuerpo intacto en este santuario. Para el día en que pudiese devolverle la vida, supongo. Cuando pidió su deseo, los dos se… elevaron, envueltos en luz, y… no sé cómo explicarlo. Desaparecieron. Para siempre.

Cat Noir había colocado la mano sobre el cilindro vacío, incapaz de asimilar lo que estaba escuchando.

—¿Quieres decir que, durante todo este tiempo… el cuerpo de… de…?

—Sí —susurró ella.

—No es posible. Tiene que ser… Tiene que haber…

Cat Noir retrocedió, temblando. Ladybug colocó una mano sobre su hombro y el chico dio un ligero respingo.

—¿Comprendes ahora por qué no podemos contarle nada a Adrián? No es solamente que su padre fuese Monarca, es… todo esto. Lo de su madre... aquí. A mí me resultó difícil de aceptar, y no puedo ni imaginar… cómo lo viviría él, si se enterase. ¿Cat Noir? ¿Estás bien?

Él se había puesto muy pálido, y aún temblaba ligeramente. Estuvo a punto de poner cualquier excusa para salir corriendo de allí, pero comprendió que despertaría muchas sospechas. Se había dado cuenta de que Adrián Agreste jamás llegaría a descubrir todos los secretos que le ocultaban por su propio bien. Que, si quería conocer la verdad, debía hacerlo como Cat Noir.

Inspiró hondo.

—Sí —respondió por fin—. Sí, estoy bien.

Pero no lo estaba. Ladybug le había contado a todo el mundo que su padre era un héroe, cuando quedaba claro que no solamente había sido un villano, sino que además estaba… trastornado. ¿Qué clase de persona guarda el cuerpo de su esposa fallecida en un santuario en el sótano de su casa?

Y todo aquel tiempo él había estado viviendo allí… sin tener ni idea de lo que estaba sucediendo.

Se estremeció.

Pero no tenía sentido enfadarse con Ladybug por todo aquello. No podía pedirle explicaciones, al menos como Cat Noir. Si lo hacía, quizá ella se cerrase en banda y ya no le contase más cosas. Tendría que disimular su angustia y su dolor, al menos por el momento.

Se volvió hacia su compañera.

—Entonces, fue aquí donde luchaste contra Monarca, ¿verdad? —preguntó, tratando de imprimir a su voz un tono profesional—. ¿Qué pasó con su prodigio?

Ella pareció aliviada de cambiar de tema.

—Se cayó… allí —respondió, señalando un punto al borde de la pasarela—. Él intentó recuperarlo, pero no pudo, y entonces el broche cayó al agua.

Cat Noir se detuvo en el lugar indicado por Ladybug y contempló la superficie del agua, pensativo.

—Imagino que ya lo habrás buscado. Como Aquabug.

—Sí, pero está claro que alguien se me adelantó. Y quiero volver a registrarlo todo, por si encontramos alguna pista de cómo pudo pasar.

Cat Noir asintió, conforme.

Se transformaron en Aquabug y Aquacat y bucearon durante un buen rato, pero no hallaron nada que pudiese servirles. Cuando por fin se rindieron y regresaron a la pasarela, Aquacat se quedó mirando el ascensor de cristal, pensativo.

—Dijiste que lo habías destruido con un Cataclysm, ¿verdad?

—Sí, ¿por qué? —preguntó ella.

—Porque entonces nadie pudo bajar mientras estabais peleando. No sin romperse la crisma, al menos.

Aquabug se quedó mirándolo.

—¿Qué quieres decir?

—Que quienquiera que se llevara el prodigio tuvo que entrar aquí después, cuando el ascensor ya estaba reparado. Y eso quiere decir que no pudo descubrir quién eras… ni tampoco la verdadera identidad de Monarca.

Aquabug inclinó la cabeza, reflexionando sobre aquella idea.

—Tiene sentido —reconoció.

—La mala noticia es que seguimos sin tener ninguna pista —suspiró su compañero.

Ella sacudió la cabeza, y las cintas de su pelo rebotaron contra sus largas coletas de una forma que él encontró adorable.

—Tengo una pista, de hecho. Bueno, no es exactamente una pista —puntualizó—, sino más bien un camino a seguir.

—¿De verdad?

—Tengo la teoría de que el prodigio tuvo que llevárselo alguno de los miraculizados. Y todos ellos llevaban un anillo Alliance, ¿no?

—Sí, pero esos anillos ya no existen. Los utilizaron para hacer la estatua de la plaza.

«Una estatua dedicada a un hombre que no la merecía», pensó, pero no dijo nada.

—Es verdad —concedió Aquabug—. Pero apuesto a que Tomoe Tsurugi todavía guarda los datos de esos anillos en sus servidores.

—¿Quieres decir…?

—Quiero decir que podemos averiguar cuántos miraculizados estaban en la mansión después de que el señor Agreste pidiera su deseo… y también quiénes eran.

Aquacat frunció el ceño, pensativo.

—¿Crees que Tomoe querrá colaborar? Aún no sabemos si estaba aliada con Monarca…

—Es una buena forma de averiguarlo, ¿no te parece? O, como mínimo, intentar tantearla un poco. Si no tuvo nada que ver con el asunto, estará encantada de colaborar.

Él se mostró de acuerdo. Volvieron a transformarse en Ladybug y Cat Noir y, después de examinar otra vez el lugar, por si hubiesen pasado algo por alto, subieron en el ascensor de regreso al despacho de Gabriel Agreste.

Se reunieron de nuevo con Nathalie en el recibidor. Cuando estaban a punto de marcharse, Cat Noir se volvió para preguntarle:

—Nathalie. ¿Sabes si… sabe usted si Tomoe Tsurugi conocía las actividades secretas de Gabriel Agreste?

Ella desvió la mirada, incómoda.

—No sé si… no estoy segura… —balbuceó, y él tuvo la certeza de que mentía.

—Si descubre alguna pista que pudiese ayudarnos a recuperar el prodigio… —dijo Ladybug, y ella asintió.

—Os avisaré.

Una vez lejos de la mansión, la superheroína se volvió para mirar a su compañero con curiosidad.

—¿Crees que dice la verdad?

Cat Noir inclinó la cabeza.

—Creo que es posible que haya hecho un pacto de silencio también con Tomoe Tsurugi —respondió—. Como el que tiene contigo.

—¿Qué quieres decir?

—Es fácil: Nathalie no delata a Tomoe, y ella mantiene el secreto sobre la verdadera identidad de Monarca… y de Mayura.

Ladybug frunció el ceño. No se le había ocurrido aquella posibilidad.

—¿Crees que no podemos confiar en ella? Pensaba que…

—Creo que podemos confiar en ella, hasta cierto punto. Mientras no amenacemos el secreto que quiere proteger…

—Comprendo.

—¿Aún quieres ir a hablar con la señora Tsurugi? Si es verdad que conocía el secreto de Monarca, quizá no se muestre muy receptiva.

—Bueno —respondió Ladybug—, no vamos a interrogarla sobre sus propias actividades, después de todo. Y todo el mundo sabe ya que el prodigio de la mariposa está de nuevo en malas manos. Será interesante ver cómo reacciona cuando le pidamos ayuda para recuperarlo.

No hablaron mucho más después de aquello. Quedaron en encontrarse de nuevo al día siguiente para visitar la sede de Industrias Tsurugi en París y se despidieron hasta entonces.


En cuanto Marinette llegó a casa, encendió el móvil para llamar a Adrián. El chico respondió enseguida.

—Hola, disculpa que haya tardado tanto en llamarte, tenía trabajo en la pastelería —dijo ella—. ¿Quieres que quedemos ahora? Todavía es temprano.

—Sí, claro, ¿por qué no? —Adrián sonrió. Parecía animado, pero Marinette tuvo la sensación de que en el fondo estaba pensando en otra cosa.

—¿No estás ocupado, entonces?

—No, para nada. Me he pasado toda la tarde pasando a limpio los apuntes en mi habitación. Me vendrá bien un poco de aire fresco.

Marinette sonrió, pero en su mente resonaban aún las palabras de Nathalie: « Adrián está en casa de su novia…».

Sacudió la cabeza, tratando de olvidarlo. Tenía otras cosas más importantes en qué pensar.