amissa sanguine

Géminis, Atenea

Pre-canon

Si el cerebro carga la sabiduría

Y el corazón carga la vida

Entonces el hígado carga con las emociones


El nuevo santo se arrodilló frente a su diosa.

—Yo… ¿En verdad soy apto para el puesto?

—Por supuesto —aseguró la divinidad—. ¿Dudas de mi sabiduría, o, de tu voluntad?

—De ninguna, mi señora.

La mujer colocó un codo en el brazo del trono y sostuvo su mentón, pensativa. El caballero, al no ser despedido, permaneció de rodillas aunque no alzó la mirada.

—Ruego que te expliques, entonces —solicitó la diosa.

—Sí —el hombre respiró hondo—. Tal vez sea algo intrascendente, pero, el sabio maestro de Virgo mencionó que no ha habido en el pasado santo de Géminis que no poseyera un hermano, gemelo o mellizo. Ha dicho, entonces, que tal vez yo sea un milagro.

La diosa sonrió para sí misma.

—No te fías de su palabra, ¿pues?

—Si soy solo yo, ¿cómo pueden estar seguros de que no soy una maldición? Dos estrellas de Géminis brillaron ante mi concepción, aunque solo yo exista.

La diosa inspiró hondo, procurando que su santo no la oyese y se puso de pie. El caballero, al fin, alzó la vista. La diosa pudo ver entonces aquellos ojos de irises extraños pertenecientes a aquél hombre que poseía una piel más dura que la de Tauro, aquél que, aunque Virgo había guardado el secreto por ella, poseía dos hígados.

Aquél tipo de deformaciones no eran nada extrañas cuando dos niños, aún no nacidos, se unían en una sola entidad. Aunque las quimeras humanas sí fueran inusuales.

Fuera cual fuera el hermano que lideraba el cuerpo, una cosa era segura; el otro poseía todos los medios para mantener a su otra mitad en el camino de la luz. Esto, de por sí, era una bendición.

—Entonces confía en mi palabra, Géminis. Tus estrellas no acarrean mal augurio. Si no deseas considerarte un milagro, puedes verte como un primer precedente… Asegurarte de que algún próximo portador de Géminis sin hermanos no tema ser igual de glorioso y respetado que tú.

Si llegaba la extraña ocasión en que otra quimera ocupara la posición, la siguiente Atenea debería lidiar con la situación como mejor le pareciera, mas la actual esperaba dejar un buen ejemplo con su decisión. Los dos hígados serían conocidos en algún momento, ya que no había secreto que los muertos pudieran ocultar.

Como mínimo, sus palabras parecieron animar al caballero.

—¡Sí, mi señora!

La diosa sonrió gentilmente y su vista se desplazó hacia el techo, localizando el sol a pesar de no verlo, de alguna manera sintiendo la mirada de Helios sobre ella a través del mármol. Aquél dios detestaba el Inframundo casi tanto como el Inframundo lo detestaba a él. Estaba advirtiendo que algo faltaba y ella tenía la respuesta.

—Entonces, si ya no guardas dudas, vayamos a las arenas con los demás. Los santos de oro han de preguntarse en dónde está el nuevo hermano por el cual tanto han esperado.

Aunque con menos confianza y firmeza que la vez anterior, el caballero volvió a acceder y se puso de pie, ofreciendo seguir el paso de la diosa en el descenso por las doce casas.