El cuarto día comenzó igual que los anteriores. El grupo comenzó a entrar en los cayos interiores, pero todos con las rutas ya delineadas y establecidas. Pero a diferencia de los días previos, ese en específico había comenzado muy, muy caliente, y eso estaba teniendo su efecto en todos, especialmente en Candy. Y aunque ella no quería perder de vista lo que buscaba, tuvo que irse a descansar muy en contra de su voluntad. Ya a media tarde, había llegado el mensaje de que se avecinaba mal tiempo. El capitán de la nave comentó que estaban algo lejos de la costa y que debían regresar para huir de la tormenta. Candy de nuevo gritó que NO, que no debían abandonar la búsqueda. Y más aún, era como si algo, una voz interna, la guiara, aunque lo frustrante era llevar cuatro días de esfuerzo infructuoso, sin noticias, sin nada que pudiera dar pista alguna del paradero de Stear. Albert trató de convencerla de que regresaran y retomaran la búsqueda cuando mejorara el tiempo, pero no logró absolutamente nada con ella. Lo único que quizás Candy había conseguido con su negativa insistente era que ESPERANZA retrasara su regreso, y probablemente tuvieran que refugiarse, porque el tiempo comenzaba a deteriorarse y eso podría dificultar su regreso después de quizás dos o tres horas más. Ella tenía más confianza en su instinto que en cualquier cosa que le dijeran contraria a su propósito.
"Sr. Ardlay, haga entrar en razón a su esposa", le dijo el capitán a Albert. "Nos exponemos a que se hunda también nuestra nave, y eso dificultaría más las cosas. Sólo tenemos unas pocas horas para regresar antes de que se comience a manifestar la furia de la tormenta. Yo entiendo su situación con el asunto de su familiar, pero no es para nada seguro permanecer en estas aguas con el mal tiempo que se avecina".
A esto, Albert fue, prácticamente derrotado por las razones del capitán, donde Candy con algo de preocupación en mente ante la idea de que ella dijera que no quería abandonar el progreso, aunque poco, que habían tenido, según lo que ella misma creía.
"Candy, qué tal si dejamos todo pendiente para mañana. Si Stear está en alguna de esas islas, da lo mismo esperar uno o dos días más".
"Albert, tú no entiendes. Stear sí está en una de las islas del área. Lo sé, lo presiento. Si nos vamos, perderé el rastro, y me costará retomarlo después".
"Mi amor, ya has vomitado dos veces…"
"No importa. Necesito saber. Quiero saber. Por favor. Dile al capitán que no podemos rendirnos. Ofrécele más dinero, no sé".
Albert definitivamente no iba a convencer a Candy, y en ese momento estaba en medio del raciocinio de su capitán y de la gran terquedad de su esposa. Fue donde estaban los demás y pesadamente les dio la respuesta de Candy.
"Capitán, lo siento. Mi esposa no cede esta vez, y la conozco. Si está tan decidida es porque sospecha que se encuentra en la ruta correcta. Si quiere, sin embargo, comuníquese para que alguna de las otras naves lo busquen. Nosotros nos haremos cargo de esta embarcación", fue la decisión que tomó para calmar esa tormenta, que, para todos los efectos, era peor que la que se avecinaba.
"Eso me temía. Bueno, pero sólo lo haré con una condición. Atraquen en alguna de las islas, y salgan del barco. Podrán pasar la noche ahí. Luego, reporten las coordenadas, y los alcanzaremos. Yo no me puedo quedar, aunque me gustaría, porque me debo a mis superiores. Me imagino que alguno de ustedes puede navegar este barco".
Albert tenía alguna experiencia mínima, pero no para una embarcación de ese tamaño. Entonces el capitán le recomendó que se quedara con la mitad de la tripulación y fue donde ellos a buscar voluntarios. Para suerte, logró que más de la mitad quisieran quedarse con él.
"De la tripulación permanecerán unas 12 personas, y podrán ayudarlos a desembarcar, así que cualquier duda que tengan, pregunten. Espero que no sea un problema".
"No, y mil gracias. Verá que no es tiempo ni embarcación perdida", le contestó Albert al capitán luego de hablar con los miembros de la tripulación.
Media hora después, EL SIGILOSO hacía su acto de presencia en medio de un círculo de islas, algunas de ellas a cierta distancia, otras más cercanas.
"Espero", terminó el capitán, "que consideren alguno de los cayos o islotes sin animales salvajes, pero no siempre somos tan afortunados. Llévense sus armas. Ah, y cuidado con los piratas. Con el mal tiempo es probable que también se refugien en algunas de estas islas".
Esto de pronto hizo pensar a Albert. Si Stear o quien fuera que envió la señal estaba en una isla no visitada por los piratas, entonces probablemente fuera una de las menos visitadas, una tierra más o menos virgen. Entonces le preguntó y le explicó sus razones al capitán.
"Su esposa no deja de sorprenderme", dijo cuando le explicó lo que Candy había visto en sueños. Bueno, pues, hay una isla como a una hora de distancia hacia el norte que se llama Isla Volcán. Si pienso en la descripción que me dio de su esposa, es una de las que me viene a la mente, pero tendrían que entrar por el sur, ya que por el norte podrían encallar en aguas no mayores de 5 pies y medio. Aparte, esa área tiene unas entradas rocosas donde podrían proteger el barco, y también esconderlo, en caso de que los piratas salgan tan pronto mejore el tiempo. Ellos son depredadores nocturnos, peor que los animales salvajes de esa isla. Recuerden llevar sus armas y todo lo que necesiten con ustedes. No es una isla grande, pero con mal tiempo no es buena idea esa caminata hacia esa playa. De hecho, tan pronto mejore el tiempo, pueden caminar cruzando el bosque hacia el área, y les tomará unas cuatro horas. Y sé, por estos días en que lo he conocido, Sr. Ardlay, que usted y también su esposa son personas decididas; no le tienen miedo a nada. Su grupo los sigue a ustedes, pero también le digo, tengan cuidado con ella, pues está embarazada, y esa isla por algo se llama como se llama. Los marineros la evitan como si tuviera una maldición. Es una de las áreas más peligrosas, y no sólo por los animales salvajes que abundan".
"A ella no le va a importar nada, aún si explotara el volcán en el momento en que lleguemos. Es una mujer en una misión. Además, confío en ella. Si ahí está Stear, mañana probablemente lo sabremos".
"Para suerte, ese volcán está inactivo hace miles de años, así que no creo que eso sea problema, pero hay otras cosas igual de temibles. Cuídense, por favor".
"Hasta luego, capitán".
"Hasta luego, Sr. Ardlay… Y les deseo mucha suerte".
Las despedidas e instrucciones a la tripulación del barco completadas, el capitán abordó la otra embarcación con algunos de los marineros que lo acompañaron, mientras miraban a los Arlay y su grupo con gran admiración. No era todos los días que conocían a personas tan dedicadas a una misión como ellos, ni siquiera en la milicia... Poco más de una hora más tarde, llegaban los Ardlay y la reducida tribulación a la Isla Volcán, y el corazón de Candy comenzó a palpitar con fuerza. Ella lo sabía, lo sospechaba, Stear estaba ahí, y faltaba poco. Para Albert, que estaba de capitán, verla así también le hacía vibrar el alma. Candy, cuánto la amaba, desde la primera vez que la vio. Y esa seguridad que tenía de que encontraría a Stear era de las cosas que más le gustaban de ella. De pronto sintió deseo por ella, aunque tenía que controlarse, pues no era ni el lugar, ni el momento.
La isla tenía unas entradas rocosas, como le había dicho el capitán, y se acomodó el barco entre una de ellas, la que daba un acceso directo a la playa y quedaba escondida de la vista por si los piratas hacían de las suyas, de modo que no se mojaran, o que se mojaran lo mínimo cuando desembarcaran. Aún no comenzaba a llover, pero el cielo gris y los relámpagos, anunciaban ese mal tiempo, como un rugido en la distancia. Albert sentía más aún la vibración de su deseo con el tiempo tormentoso. Pero no, no, tenía que controlarse. Candy en un momento se dio cuenta de la mirada de deseo de su esposo, y negó con la cabeza; definitivamente, no era el momento para eso. Ya tendrían tiempo después, no que no lo lamentara, pues necesitaba reconectarse con él de algún modo, y más con los mareos que se habían intensificado en esos días. Un poco de actividad placentera la hubiera hecho olvidar lo mal que se sentía, pero también tenía que agradecer que sus dos embarazos no fueran tan terribles como los de Annie, por ejemplo.
"Sr. Ardlay", le comentó uno de los tripulantes, despertándolo momentáneamente de su letargo mientras observaba absorto a su esposa. "Esta isla está llena de cuevas, algunas de ellas con insectos de tamaño impresionante, sin embargo, inofensivos. Es lo más seguro en este momento, aunque si lo prefiere, podemos acampar a distancia de la playa. No nos debemos quedar aquí, no sea que el mar entre en tierra y nos arrastre, si decidimos acampar en la playa".
"Entiendo. No quiero saber lo que pasaría con mi esposa y Marie Helène si ven algún insecto de tamaño indecente", le contestó, guiñándole el ojo. "Mejor es la segunda alternativa. Sí, conviene más".
Y así, se cerraron las compuertas del barco, que quedó bien asegurado con el ancla y las sogas a la roca, como medida adicional de seguridad. Todos ellos se acomodaron en casetas de emergencia que se montaron, como sugirió el tripulante, a distancia de la playa. Cuando comenzó la lluvia, pocas horas después, todo el mundo estaba resguardado. Candy y Albert durmieron plácidamente toda la noche de lo cansados que estaban, aunque ambos se morían de deseo, pero, no, no era el lugar ni el momento. La lluvia, sin embargo, continuó sin parar hasta el momento en que comenzó a salir el sol.
En la mañana, todos despertaron y desayunaron con la bonanza de la tierra, deliciosas frutas y trucha del mar. Luego de asegurarse de que el barco estuviera en buenas condiciones, se procedió a informar que, en efecto, habían desembarcado en la Isla Volcán, y que continuarían, hasta el extremo sur. El corazón de Candy comenzó a palpitar de nuevo. Lo sabía, lo sentía. Stear sin duda estaba allí. El capitán de ESPERANZA, sin embargo, optó por seguir la búsqueda en mar con EL SIGILOSO. Dio el visto bueno para la jornada en tierra, y continuó con su búsqueda en mar.
Luego de descansar un poco, guardaron las casetas para hacer camino hacia el sur. La realidad, aunque todo el mundo sabía que esa isla estaba en el tope de un volcán inactivo, no tenía demasiadas elevaciones, y el camino, excepto los yerbajos que encontraron, no era tan complicados. Optaron, por cierto, en caso de emergencia, por llevarse una carreta pequeña y fácil de transportar donde guardarían las casetas, equipo médico, agua y alimento, mudas de ropa adicional, las armas, etc. Candy y Marie Helène caminaban detrás de los hombres, mientras ellos iban cortando maleza y moviendo la carreta. Candy no cabía de felicidad. El solo pensamiento de que su amigo estuviera vivo la llenaba de extrañas esperanzas. Jamás pensó que eso sería realidad, y ahí, en medio de una extraña isla llena de bosques y de animales exóticos, estaba, al otro extremo de la recién cortada vereda, el hombre más tierno y bueno que había conocido. Todo ese silencio en medio de cortar esos yerbajos se debía a que cada uno de ellos tenía un pensamiento distinto sobre ese rescate y sobre Stear, y todos estaban pensando lo que harían cuando lo encontraran, si era que lo encontraban. Pero para Candy era otra cosa muy distinta. Su felicidad pendía de ese hilo…
Continuará...
