Disclaimer: Los personajes de Rurouni Kenshin les pertenecen a sus respectivos autores, editoriales y productoras. Es una historia destinada sólo al entretenimiento y sin fines de lucro.
Traducción del fic "Hakama Dake" de Indygodusk.
Portada de もて (pixiv). ID: 6451705.
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Capítulo 1: Calor líquido
Mientras soplaba su flequillo lleno de sudor de su rostro, Kaoru echó otro vistazo a la entrada principal por el rabillo del ojo.
Aún nada.
No era como si alguien pudiera verla husmeando la puerta, pero si alguien lo hiciera, no querría que tuviera ideas extrañas sobre ella, estando sola. Porque ella estaba bien. Listo, no hay necesidad de volver allá y dejar esta agradable sombra fresca, pensó, tratando de convencerse a sí misma desde su posición, apoyada contra la pared del dojo.
Desde su escasa sombra, Kaoru observaba el calor irradiando desde el suelo en olas líquidas. Con los ojos ligeramente entrecerrados, casi podía imaginarse de pie en el puente de piedra de un jardín acuático, en vez del porche de madera del dojo. Podía ver de reojo el cabello pelirrojo de cierto hombre acercando su musculoso pecho contra su espalda, con su aliento húmedo susurrándole al oído mientras sus elegantes dedos señalaban la belleza del pez koi que nadaba a sus pies. Hipnotizada por sus pensamientos, Kaoru soñó despierta hasta que la sensación del sudor cayendo por su oreja la trajo de vuelta a su presente solitario y al hecho de que el muro, no el hombre, estaba a sus espaldas. De vuelta al presente, volvió a mirar la puerta.
"Un vistazo más no le hará daño a nadie, ¿verdad?" suspiró. Después de todo, no me gustaría ser grosera y reanudar mi práctica antes de que vuelvan, ya que tendrían que interrumpirme, y se sentirían mal, y también yo me sentiría mal y eso sería… malo. Bien, un último vistazo sólo por ser educada. Complacida con su justificación, Kaoru salió al porche.
Caminando con rapidez sobre el suelo caliente hasta la pequeña puerta, mantuvo una callosa mano sonbre sus ojos entrecerrados con la esperanza de ver algo diferente a lo que había visto las últimas cinco veces que se había asomado para ver el empolvado camino de tierra que conducía al centro de Tokyo.
Vacío.
El cielo azul parecía burlarse de sus esfuerzos, aunque no podía explicarse cómo podía burlarse un cielo vacío. ¡Pero ella juraría que sí lo hacía!
Mirando como bizca una gota de sudor que corría por su nariz, Kaoru maldijo al calor implacable. Era una palabrota que una dama no debía saber, mucho menos usarla. Lo había aprendido de Sano, por supuesto.
Durante tres semanas se habían visto obligados soportar la peor ola de calor que JAMÁS haya golpeado a la ciudad, al menos en la opinión experta de Kaoru. Incluso la vieja Hanaike-san, quien vendía flores en el mercado y se veía tan marchita que Kaoru temía que no viviera para el próximo verano, estuvo de acuerdo con que apenas podía recordar un verano más caluroso que este.
Por supuesto que Ishida-san, el malhumorado verdulero del puesto de al lado, no estaba de acuerdo. Les dijo que ambas eran mujeres débiles que no soportaban un verano templado. ¡Templado mi trasero! Si fuera así, ¿por qué sus productos se ven blandos y pastosos? ¡Mujeres débiles! Kaoru quería arremangarse y hacer mochi con el rostro del hombre. Sólo recordar el dinero que ahorraba comprando sus productos baratos, que hacía posible que obtuviera comida suficiente para alimentar a todos en el dojo, lo mantenía a salvo, eso y las manos de Hanaike-san deteniendo su brazo. Bueno, está bien, las varias manos sobre su brazo. Aun así, no lo golpearía, y eso era lo importante.
En el horizonte opuesto, unas pocas nubes se amontonaban como una playa lejana llamando a los marineros náufragos. Por supuesto, los marineros huirían del agua, mientras ella esperaría desesperadamente a que las nubes trajeran barriles de agua en forma de lluvia y alivio para enfrentar al feroz sol veraniego.
"Vamos, nubes, sé que quieren venir," intentó persuadir Kaoru. "Les haré de cenar si nos traen algo de lluvia." Sin notar movimiento alguno, se cruzó de brazos e hizo un puchero, "Mou, está bien, haré que Kenshin les haga de cenar." Y al momento sintió una brisa que le agitaba el flequillo y cosquilleaba sus mejillas.
"¡Sí! Tenemos un trato," gritó con un brinco, levantando el puño. Canturreando el nombre de Kenshin, se dio la vuelta para volver a la casa, levantó un pie, hizo una pausa, y luego lo bajó.
Oh, cierto, todavía están afuera. En lo de Megumi.
Amaba a la aguerrida doctora, de verdad. Pero había escuchado alguna vez que era más probable ser asesinado por amigos o familiares que por extraños. Porque, en el fondo, Kaoru pensaba que Megumi debería preocuparse menos por caminar sola durante la noche, y más por ser amable con cierta instructora de kenjutsu. Uno de estos días, la zorra iría demasiado lejos con sus burlas y coqueteos, y Kaoru no sería capaz de contenerse.
Kaoru tenía intención de pensar en un mantra para esas situaciones en las que el comportamiento de Megumi la tentaba a descontrolarse, alguna técnica de meditación. Pero antes de que pudiera llegar al "Megumi es una buena persona. No debería lastimar a Megumi," imágenes de la zorra pasando sus manos por la costura del gi magenta de Kenshin mientras le dedicaba palabras seductoras pasaron por la mente de Kaoru. Y, en vez de tener pensamientos pacíficos, su mente se concentraba en arrancarle el cabello, romperle los dedos y aplastar sus labios rubí sobre las calles de barro. Con esta ola de calor no sería posible ahora, claro, el barro era cosa de un pasado feliz y húmedo, pero cuando se le diera la oportunidad, Kaoru confiaba en encontrar un sustituto adecuado.
Mientras se alejaba del camino, Kaoru al fin admitió que seguramente los chicos habrían parado a almorzar en la ciudad. Sé honesta, Kaoru, ya que tenía sentido, ¿quién caminaría hasta las afueras de la ciudad con este calor infernal si no tuviera que hacerlo? Especialmente teniendo en cuenta que tendrían que volver a la clínica después de comer. Además, se harían la comida ellos mismos, ya que no les gusta lo que tú cocinas.
Aunque he mejorado en algunos platos, se refutó a sí misma.
¿Mejorado?
Bueno, admito que es una palabra fuerte, pero al menos no todo lo que hago sabe mal… sólo la mayoría, suspiró.
Sí, probablemente coman en la clínica de Megumi, quien, de seguro, nunca habla consigo misma.
Eso no lo sabemos, tuvo una vida dura. Sólo porque no habla en voz alta como tú…
"Oh, cállate," se gritó Kaoru.
Esperaba al menos que Kenshin pensara en volver y comer con ella. Iría a la ciudad a comer con él, si se lo pidiera. Y si lo hiciera, caminaría hasta donde fuera. No era como si le hubiera pedido nada, o ella le pidiera que volviera para la hora de la comida, pero esperaba, de verdad esperaba que él se preocupara lo suficiente por ella.
"Kaoru-baka, sabes que él se preocupa por ti… como si fueras su hermanita," resopló disgustada. A veces decía o hacía algo tan tierno, que ella se permitía tener esperanzas. Hasta podría jurar que había captado dos o tres veces su mirada sobre ella, ese tipo de mirada de un hombre hacia la mujer que quería, una mujer a la cual deseaba más que como casera o amiga.
Pero antes de que pudiera recuperar el aliento, la mirada se desvanecía, dejando sólo al rurouni de ojos amatistas y maneras suaves.
Un malentendido ocurrido la semana anterior, combinado con un encuentro casual, había sido la gota que rebalsó el vaso. Era una pequeñez, que involucraba a Kenshin recogiendo un supuesto regalo en el mercado, que en realidad resultó ser un pescado envuelto que ella misma había pagado por adelantado y había olvidado. Había sido una tontería creer en los comentarios de Tae respecto al paquete que ella le vio llevar.
Tae había hecho un comentario burlón sobre ver a Kenshin con un regalo de cortejo, y Kaoru cayó en la trampa. Cuando ambos se encontraron para volver a casa, se había ruborizado y actuado tan tontamente hasta que él, muy confundido, dejó salir un "Oro," y cambió la conversación hacia la cena que haría con el pescado. Sólo en ese momento ella hizo la conexión entre la conversación, el olor a pescado, y el paquete en sus brazos. Continuó hablando sobre los precios del mercado, y ella rogaba para que no se diera cuenta de su estúpida suposición.
Pocos minutos después de esa vergüenza, se habían cruzado con una mujer de estado avanzado de embarazo y su radiante esposo Masuhiro, antiguo alumno del Dojo Kamiya. Visitaban a sus padres. La esposa de Masuhiro estaba esperando su tercer hijo, a pesar de ser un año menor que la misma Kaoru.
Después de una corta conversación, ambas parejas se separaron. Pero Kaoru notó que de las dos parejas sólo una era pareja de hecho. Kenshin debió haber notado su silencio de camino a casa, su incómoda angustia se había incrementado desde que se encontraron en el mercado, pero por suerte no comentó nada, sólo le dedicó unas miradas inquisitivas.
De vuelta en casa, Yahiko regresó de su trabajo en el Akabeko mientras el sol se escondía detrás de las colinas. Junto con Megumi y Sano, llegó a tiempo para acomodar la mesa. Por lo general, Kaoru amaba cenar con todos sus amigos. Por lo general, pero como Tae era dueña del Akabeko, le había contado a Yahiko sobre sus suposiciones. Él, por supuesto, se lo contó a los demás y preguntó por el supuesto regalo.
Kaoru trató de dejar pasar la verdad con una risita y rápidamente cambió de tema, sin éxito. Yahiko y Megumi continuaron riéndose y burlándose de ella por su error, mientras Sano mascaba su hueso de pescado y sonreía, riéndose de todos hasta que la conversación terminó. Kaoru había gritado y amenazado con su shinai como de costumbre, pero en el fondo su corazón estaba roto.
Justo después de la pregunta de Yahiko, el rostro de Kenshin se tornó sorprendido y un poco extraño. Por un momento, tenía una expresión que ella nunca le había visto antes. Como si se sintiera culpable o avergonzado de que ella esperara un regalo de cortejo de su parte. El hecho de que no era la primera vez que ella confundía las cosas lo hacía mucho peor.
Esa noche no pudo dormir. Ni siquiera la oscuridad ofrecía un descanso del húmedo calor. Junto con sus pensamientos turbulentos, a Kaoru se le hizo imposible dormir. Al menos en el porche podía alcanzar a llegarle alguna brisa que acostada en el futón no podía. Y esa noche calurosa, sentada mirando la luna color ópalo, Kaoru sintió que algo cambiaba en ella.
Amaba a Kenshin. A veces la volvía loca, pero de verdad lo amaba. Amaba su amabilidad y su risa, así como su integridad y su feroz protección. Incluso su oscuridad, la parte de su pasado que era Battousai, cuando se entregó apasionadamente a un ideal que casi lo destruyó en el proceso.
Kaoru rara vez había visto esa parte intensa de su personalidad. La asustaba un poco, esa destrucción de la que era capaz. Pero desde el principio, ella había confiado en él. Saber de su pasado no cambiaba nada. Aceptaba a las personas por lo que trataban de ser ahora, no por lo que habían sido.
Confiaba en que Kenshin contuviera su capacidad de violencia, no permitiendo que se escapara deliberadamente. ¿No había demostrado ese control contra enemigos como Jineh, Aoshi, Soujirou, Shishio y Enishi? Las cosas se complicaron un par de veces, pero al final mantenía su juramento de no matar con la espada (decidió que Shishio no contaba. En su mente, su muerte fue auto infligida).
A veces, cuando se despertaba en la oscuridad antes de que el amanecer lo iluminara todo, Kaoru se preguntaba qué se sentiría tener la pasión y la intensidad de Battousai enfocadas en ella. Imaginaba esos ojos dorados devorándola, sus dedos callosos acariciando su rostro, ella se estremecía y sentía su cuerpo palpitando y doliendo en lugares secretos.
A pesar de esos pensamientos, Kaoru sabía que no todos los sueños y las esperanzas se volvían realidad. Cuando era una niña que corría con las rodillas lastimadas, llevando pájaros heridos a su madre y viendo a su padre sonreír a ambas, Kaoru se había imaginado a sí misma a esta edad. Esa visión incluía a un amoroso esposo, hijos y un dojo bullicioso. Su versión más joven nunca se hubiera imaginado estar en la situación en la que estaba ahora. Puede que no tuviera las cosas que alguna vez deseó, pero tenía a su familia adoptiva. Ahuyentaban a la soledad y se cuidaban los unos a los otros. Moriría por ellos. 'Si no mata a algunos de ellos en el camino, eso sí,' pensó con una sonrisa.
Muy en el fondo, algo que nunca diría en voz alta, anhelaba desesperadamente un esposo y un hijo. Trataba de que los demás no supieran de los celos y el dolor que sentía al ver a la esposa embarazada de Masuhiro. Era uno de los sueños que esperaba que Kenshin cumpliera con ella. Mirando a la luna, Kaoru se dijo que aún estaba a tiempo de cumplir ese sueño. Tenía tiempo, pero no podía continuar malgastándolo. Si quería un hijo, tendría que encontrar a alguien que no fuera Kenshin para casarse, sin importar cuánto le doliera tal pensamiento.
Kaoru iba a dejar de intentar que Kenshin la amara. Ella saldría adelante de verdad y se conformaría con la amistad que él le ofrecía. No era justo hacerle sentir culpable por no poder darle lo que necesitaba. Mientras él fuera feliz, ella podría seguir con su vida, y tal vez algún día encontraría la felicidad.
Kaoru odiaba estar ociosa. Le daba mucho tiempo para pensar en cosas depresivas. Esperaba estar ocupada esa mañana ayudando en el dojo de Tomoaki-Sensei. Y, en consecuencia, ganar dinero para alimentarse un mes más. Pero las clases fueron canceladas. Todos los estudiantes estaban participando en la excavación de un nuevo pozo en el otro extremo de la ciudad, con la esperanza de crear otra fuente de agua más cercana que el río. Mirando las nubes que soplaban hacia su dirección, se preguntaba si terminarían el pozo en caso de que lloviera, o lo abandonarían hasta el próximo período de sequía. Les deseaba suerte, pero lamentaba la pérdida de ingresos.
Sin muchos estudiantes en el dojo, la nueva familia de Kaoru estuvo al borde de la inanición varias veces, aunque Kaoru lo había ocultado con éxito. Quedarse con las sobras de Tae y pedir trabajo en el dojo rival habían sido algunas de las experiencias más degradantes de su vida, pero valía la pena si veía a Kenshin, Yahiko, Sano, e incluso a Megumi comer felices en la mesa familiar. Por supuesto, cuando Yahiko la llamaba busu, se preguntaba por qué mantenía a ese mocoso con ella.
Pero en el fondo sabía que no cambiaría a su familia adoptiva por nada.
Pero, a veces, deseaba que esos pozos sin fondo que Sano y Yahiko llamaban estómagos se llenaran de verdad. O tal vez deseaba que ellos pudieran darse cuenta de las cosas.
Ella no tenía problema en decirles muchas cosas, nada menos que a puro pulmón. Pero pedirles ayuda para que contribuyeran con dinero era diferente. Esa familia la había ensamblado ella y llegado bajo su invitación. Como propietaria del dojo, sentía que era su responsabilidad alimentarlos y vestirlos lo mejor que pudiera. Sólo que deseaba que alguno tomara la iniciativa de traer más comida o ingresos al hogar. Bueno, Kenshin no, ya trabajaba y se preocupaba lo suficiente. Si pensaba que era una carga, podría irse, y eso era lo último que ella quería.
Ninguno de ellos era rico, y trataba de no envidiar a los demás por lo poco que lograban. Aunque, a veces, cuando Sano gastaba todo su dinero en el juego o en sake, y luego llegaba a pedir comida, se sentía tan frustrada que quería gritarle y pegarle con su shinai. Lo cual sucedia con frecuencia, ahora que lo pensaba. Solía pensar en lo bien que se sentía saber que ella cuidaba de todos con éxito. Soportaría cualquier cosa con tal de ver a su nueva familia unida.
Yahiko había comenzado a crecer tan rápido que antes de que se diera cuenta, se encontró a sí misma gastando de sus ahorros para comprar una hakama y un kimono para contener sus extremidades en crecimiento. El mocoso necesitaba vestirse más de lo que ella necesitaba de un nuevo kimono. Al cubrir las partes más dañadas de su viejo kimono con la tela de un obi decente, se las había arreglado para posponer esa necesidad por un tiempo más.
La primera vez que apareció en el desayuno luciendo su creación, Kenshin le había preguntado por qué no le había permitido hacer a él la costura. Lo que no se sabía era que, además de ser muy buen cocinero, Kenshin también cosía mejor que Kaoru. Eso era lo que no se sabía, hasta que Yahiko abrió su gran boca. Sin embargo, detrás de las burlas, Kaoru había captado un destello de incertidumbre en los ojos de Yahiko mientras se tocaba las mangas de su nuevo kimono. Así que, después de unos golpes cariñosos con el cucharón, le dijo que aún no se sentía capaz de deshacerse de su kimono, y que ya no quería escuchar ni una palabra más sobre sus habilidades de costura. ¡Si bien las costuras no me salieron perfectas, al menos quedaron rectas, mou! Su explicación y los golpes parecieron desvanecer la preocupación de los ojos de Yahiko, por lo que Kaoru estaba contenta. Sólo esperaba que aquello también hubiera distraído a Kenshin.
Alejándose de sus cavilaciones, Kaoru volvió al dojo. Si iba a estar sola, usaría su tiempo para perfeccionar su arte, esperando cerrar su mente inquieta en el proceso.
Kaoru abrió todo el shoji para tratar de atrapar un atisbo de brisa durante su práctica. Durante años había luchado con una kata avanzada que recordaba pobremente. Los principiantes podrían pensar que estaba completa, pero ella percibía las piezas faltantes cuando practicaba. Su padre había muerto antes de terminar de pulir sus movimientos. Ambos habían esperado tener más tiempo. Limpiándose una vez más el sudor del rostro y el cuello antes de empezar, Kaoru tomó su bokken y se dirigió hasta quedar en el centro del recinto.
Un antiguo estudiante de su padre, llamado Tomoaki, se había casado en otro dojo años atrás y renunciado al Kamiya Kasshin Ryu, ante la insistencia de su flamante suegro. Cuando era niña, había idealizado a Tomoaki-senpai. Lleno de paciencia, la dejaba seguirlo mientras le hacía preguntas, y corregía sus golpes y posturas. A veces, ella espiaba a través del shoji abierto para mirar y suspirar, mientras su padre le daba lecciones privadas, por el hoyuelo en su mejilla izquierda. Mi primer amor, pensóKaoru con una sonrisa melancólica mientras se posicionaba.
Cuando él se casó, ella lloró y se deprimió por días. A medida que él se encontraba ocupado con su nueva familia y responsabilidades, sobre todo el nuevo estilo que estaba enseñando en el dojo de su suegro, las familias fueron perdiendo contacto. Kaoru se resignó, incluso si pensaba que el suegro era un viejo feo y tirano por prohibir a Tomoaki el estilo del Dojo Kamiya, y que si llegaba a conocer a su nueva familia les arrojaría lodo. Para el momento en que estuvo en el funeral de su padre, ella no lo había visto en varios años.
Y, un par de meses atrás, se lo había encontrado (literalmente) en la clínica de Megumi. Él había traído a un estudiante herido y ella había estado persiguiendo a un burlón Yahiko que trataba de esconderse detrás del pacífico Kenshin. Tal vez por el bokken que blandía o por sus enfurecidos ojos de tanuki, la reconoció de inmediato. Por un momento, al ver otra vez ese hoyuelo, se había sentido nuevamente deslumbrada como cuando tenía diez años.
La había invitado a cenar con su familia la noche siguiente. Su suegro ya había muertoa unos años atrás, por lo que Kaoru no tuvo que preocuparse por ocultar su antipatía infantil si se daba el encuentro. De hecho, el peor momento de esa noche fue cuando casi dejó escapar su curiosidad sobre cómo su esposa podía ser tan agradable teniendo a ese horrible padre.
Afortunadamente, logró morderse la lengua a tiempo, casi atragantándose con té en el proceso. Después de conocer a su adorable esposa y a su hijo, Kaoru dejó atrás lo último de su resentimiento hacia la nueva familia de Tomoaki, reemplazándolo con un incipiente afecto.
Más tarde en esa semana, se lo volvió a encontrar. Pero, en vez del rubor furioso que se apoderaba de su rostro, Kaoru sintió sólo un cálido hormigueo, parecido al confort que da un té caliente durante una noche fría. Y, como si recuperar a un viejo amigo no fuera suficiente para hacerla feliz, Tomoaki tenía una oferta que hacerle: quería que lo ayudara a enseñar en su dojo. Parecía que uno de sus estudiantes se había mudado, dejándolo en la necesidad de conseguir otro instructor para que lo ayudara con sus estudiantes menos avanzados.
Recordando juntos el pasado entre lecciones, Kaoru había dejado escapar un poco su frustración de no haber podido dominar completamente el estilo Kamiya Kasshin Ryu antes de la muerte de su padre. Esos pocos pasos incómodos en el kata avanzado, sólo percibidos por ella, la estaban volviendo loca. ¡Si tan sólo pudiera recordar!
El rostro amable de Tomoaki tomó un semblante más serio durante esa conversación. Kaoru sintió vergüenza al revelarle tal falta, y la conversación volvió a los recuerdos, mientras los dos rememoraban al buen hombre que había sido su padre.
En el centro del dojo, Kaoru trató de enfocar su mente mientras se movía rápidamente al dar un giro para una avanzada kata que estaba decidida en dominar ese día. Sentía cómo los dedos de sus pies se flexionaban sobre el piso de madera mientras bajaba su bokken y lo blandía hacia un lado en un corte horizontal que siseaba a través del aire.
Al día siguiente, Tomoaki se había presentado en el Dojo Kamiya. "Por la alegría que una vez recibí de tu padre y su dojo, me sentiría honrado si aceptaras dejarme ayudarte a perfeccionar los conocimientos avanzados que una vez se me enseñó," había ofrecido formalmente.
La vergüenza y el asombro hicieron que Kaoru sacudiera la cabeza instintivamente, pero él no se inmutó, "Aunque ya no practique más el Kamiya Kasshin Ryu, y probablemente ya no pueda hacerle justicia a mi Sensei, no estaría tranquilo si no te lo ofreciera. Por favor, hazme el honor de aceptar."
Respirando hondo, Kaoru levantó la mirada de la taza de té que humeaba suavemente en sus manos temblorosas para mirar el shoji abierto. No podía permitir que su orgullo y su independencia la hicieran rechazar la oportunidad de aprender y dominar el arte de su familia, por muy tentador y habitual que fuera. Sus ancestros no la harían de menos por necesitar ayuda externa para honrar a su dojo.
Incapaz de invocar las palabras, sólo pudo bajar su taza, inclinarse hacia el suelo, y ahogar su aceptación con una palabra, "Sensei."
Ayer le había mostrado el último movimiento que tenía para enseñarle, el último que podía recordar. Girando sobre sus talones rápidamente mientras levantaba su bokken, Kaoru terminó la kata, manteniéndose quieta mientras contaba hasta diez, y luego se lanzó nuevamente a hacerla. Podía sentir la diferencia, la corrección mientras todas sus extremidades encajaban en su lugar. Con los toques de la kata con la que había luchado durante años, Kaoru estaba decidida a usar su tiempo extra de práctica para hacer que sus movimientos fueran fluidos.
Aunque he estado practicando por horas sola en el dojo sin errores, y sin nadie viniendo, aún parece que faltan horas para terminar, reflexionó bruscamente. Yahiko estaba ayudando de nuevo en el Akabeko, y no estaría en casa hasta el anochecer. Megumi necesitaba que se hicieran reparaciones en el techo de la clínica, y había logrado manipular a Sano y a Kenshin para hacerlo. Kaoru había salido para supuestamente ir a enseñar al dojo de Tomoaki.
Pero ahora parecía que Megumi los había manipulado para quedarse todo el día, ya que nadie había vuelto al dojo para el almuerzo, a pesar de la mirada esperanzada de Kaoru hacia el camino. No los podía culpar. La zorra podía cocinar comida que incluso Kaoru tenía que admitir, muy en el fondo en su soledad, era deliciosa. Después de todo, tenían a Megumi allí, y no tenían la necesidad de hacer una caminata agotadora para ver a cierta tanuki. Kaoru frunció el ceño ante sus pensamientos, Está bien, entonces puedo culparlos a ellos, los traidores.
La hora del entrenamiento era importante, pero permanecer sola durante todo el día le recordaba los malos tiempos antes de la llegada de Kenshin, cuando estaba sola. Moviendo aún más fuerte su bokken, Kaoru continuó pensando en sus amigos. Megumi probablemente mantendría a Kenshin y a Sano ocupados todo el día haciendo tareas, a pesar del calor. Esa zorra siempre se las arreglaba para manipular a la gente para que hiciera el trabajo sucio.
"Seguramente sólo quiere ver a los dos con sus pechos sudorosos," murmuró Kaoru para sí misma en medio de un movimiento. Pensando en lo que había dicho, Kaoru se sonrojó y se tropezó con un barrido de piernas que había ejecutado perfectamente antes. No le importaría verlo por sí misma, ahora que lo pensaba. ¡Los dos trabajando sin camisa en el techo, quiero decir! No en el otro sentido. Bueno, al menos no con Sano.
En cambio, Kenshin… ¡No, no, Kaoru mala! Sabes que ese tipo de pensamientos acaloran y molestan, bueno, más de lo que ya estás con este calor, y te desconcentrarán en tu nueva resolución sobre cierto pelirrojo atractivo. ¡Atractivo no, inalcanzable! Pelirrojo inalcanzable quisiste decir, ¿verdad?
Kata arruinada, se acercó a la pared donde había una jarra de agua y un cucharón. Kaoru tomó un largo sorbo en un intento de recuperar el control, pero el agua estaba tibia y no ayudó a calmar su sed. Su gi empapado de sudor se pegaba a su espalda y pecho como si tuviera pegamento, y hacía mucho había dejado de lado su empapado tabi.
Si este calor no pasaba pronto, Kaoru pensaba que se volvería loca. Comenzaría por gritarle al sádico sol, se quitaría la ropa, y trataría de ahogarse en el río. Vamos, nubes lluviosas, vengan ya, se quejaba al cielo.
Una suave brisa se arremolinó brevemente en el dojo, trayendo un momento de alivio. Apartando la tela húmeda de su pecho en un intento por refrescarse, Kaoru bajó la mirada con el ceño fruncido. Si los hombres podían hacerlo reparando un techo o trabajando en el campo, ¿por qué ella no podía hacerlo en la privacidad de su dojo?
Después de todo, Megumi se había ofrecido a dejar que los muchachos almorzaran y cenaran en la clínica si la reparación les tomaba tiempo (como si ella les dejara ir antes de que estuvieran secos), además, Sano no era de los que dejaban pasar una comida de Megumi. Con Yahiko en el Akabeko, Kaoru calculaba que tendría el dojo para ella al menos por unas horas. Un pensamiento algo deprimente, pero usaría esta travesura para distraerse. Si cerraba el shoji del dojo que daba a la parte de adelante, nadie podría ver dentro del dojo, y si cerraba la puerta, nadie podría dar la vuelta sin que ella lo supiera.
Kaoru se estremeció cuando una gota de sudor se deslizó sobre su ojo. "Ah, suficiente," se enfureció, frotándose el ojo mientras se dirigía hacia la puerta para cerrarla. Vacilante, echó un rápido vistazo a ambos lados del camino, pero no había nadie llegando: ni Kenshin, ni Sano, ni Yahiko, ni políticos, ni espadachines viajeros, nadie. Por lo que le echó cerrojo a la puerta con decisión, volvió al dojo, y cerró los pocos shoji que daban a la puerta cerrada. Los shoji de los lados y de atrás los dejó abiertos para que entrara algo de brisa.
Tal vez era el calor que se le subía a la cabeza, o tal vez recordaba cómo había sobrevivido sola siendo la única mujer instructora de kendo en Tokyo. Fuera lo que fuera, Kaoru había decidido actuar con impulso para demostrar que, a pesar de fallar con Kenshin, seguía siendo esa fuerte y poco convencional mujer que podía arreglar sus problemas ella sola, comenzando con el roce caliente de su gi empapado de sudor.
Sacar el gi de la hakama requirió más esfuerzo del que esperaba, especialmente por no querer desatar la hakama primero. Con un último gruñido de esfuerzo, lo arrancó y se bajó por los brazos. Sin la densidad del gi, su hakama azul oscuro se deslizó peligrosamente por debajo de sus caderas. Ella apenas lo notó, demasiado encantada con la sensación fresca que pasaba por su piel sonrojada. "Mmmm," gimió, qué bueno.
Sólo la tela enrollada alrededor de su pecho interrumpía la sensación. Levantando el cabello de su cuello con una mano, tocó el borde de su pecho con la otra. Oh, estaba terriblemente tentada por la caricia de frescura que tocaba sus hombros. ¿Debería? pensó con malicia, mirando por debajo de la tela clara.
Pero estoy aquí para entrenar y el rebote duele, aunque tampoco es que hubiera mucho que rebotar, no como cierta zorra. Dejó de tocarse la ropa y se golpeó la cabeza. Chica mala, basta de compararte con Megumi por el resto del día… o por al menos una hora. Kaoru encontró importante establecer metas realistas para sí misma.
Ahora piensa en algo positivo para animarte. Eh… ¡al menos mi pecho no es tan pequeño como el de Misao! Se sintió mal menospreciando a Misao sólo para sentirse mejor, así fuera sólo en su mente. Bueno, Misao es joven y le seguirá creciendo, pensó en un intento de ser positiva.
Y yo también, sin compararme con nadie más, tengo un gran, eh, un bonito, ah, mirando por todos lados, (tener un bokken duro y brillante no contaba como para destacarlo) Kaoru notó dos cosas a la vez. Primero, ¿Mi hakama siempre había estado así de bajo? y segundo, tengo un lindo ombligo, ¡parece una pequeña taza de té! Complacida consigo misma, Kaoru dio por terminada su charla motivacional y caminó hacia el centro del dojo para comenzar. Su mente, sin embargo, tenía unos últimos comentarios. ¿Por qué una taza de té? ¿Esperas que alguien beba de tu ombligo?
Ante ese pensamiento fortuito y picante, Kaoru tuvo la súbita visión de una lengua roja lamiendo en círculos lentos alrededor de su estómago, acercándose más y más a su ombligo lleno de líquido. Al llegar la lengua a dicho punto, sintió unos labios succionando suavemente. "Té de jazmín, mi favorito," proclamó una voz ronca antes de darle un mordisco a su estómago, dejando a su paso pequeñas mordidas junto a unos cabellos rojos.
Dejando escapar un jadeo, se sacudió de su ensueño. Mientras se soltaba el cabello, se limpió las manos con su hakama para luego levantar su bokken del suelo, donde lo dejó antes de sacarse el gi. Mientras se enderezaba, el toque de sus cabellos cayendo sobre sus hombros y espalda se sintió como dedos invisibles tocando su piel desnuda. Kaoru se estremeció. No estaba acostumbrada a esa sensación, ya que las únicas veces que tenía la espalda descubierta era para cambiarse o tomar un baño. Y por lo general, ella se encontraba demasiado distraída o cansada en esos momentos como para pensar en eso. Pero si se enfocaba en las cosquillas que experimentaba, lo encontraba muy … sensual. La hacían sentir lánguida y muy femenina.
Iniciando con su entrenamiento, Kaoru inclinó las rodillas y levantó el bokken sobre su cabeza. Esto hizo que las aberturas a los costados de la hakama, desde la mitad de los muslos hasta la cintura, donde se envolvían los lazos, se soltaran. Se sonrojó al sentir el viento azotando sus muslos. Oh, lo olvidé. Sintiendo un poco de temor, volvió la mirada hacia su gi empapado, que estaba arrojado más allá, pero la frescura de la intermitente brisa había ganado. De todos modos, nadie puede ver, ya que tranqué la puerta y cerré los shoji que dan a la calle. Así que relájate.
Sintiendo la cálida madera del piso debajo de sus pies, respiró hondo y se concentró. Girando levemente sobre las puntas de sus pies, bajó el bokken para luego dejarlo en posición horizontal. Cada movimiento era controlado, preciso y fluido con el que continuaba.
Después de una ejecución lenta, Kaoru la repitió un poco más rápido, y después aun más, hasta ser un borrón moviéndose por el dojo, con el cabello ocasionalmente latigando sus antebrazos y muslos desnudos como si fueran líneas punzantes. Sus labios sabían a polvo amargo y sudor salado, pero el aire era dulce. En las curvas cerradas, el sudor salía disparado y salpicaba las tablas del suelo. Finalmente, después de un último salto y corte, se quedó helada, jadeando sonoramente en el dojo soleado. Mientras bajaba su bokken y relajaba su postura, Kaoru se giró y fue a guardarlo en su lugar asignado.
Volviendo al centro del dojo, levantó los brazos sobre la cabeza para hacer estiramientos. Arqueando la espalda y poniéndose de puntillas, dejó salir un maullido de satisfacción. Durante su estiramiento, su hakama se deslizó un poco más, logrando apenas mantenerse sobre el oleaje de sus caderas, pero estaba muy complacida consigo misma como para importarle. Volviendo a sus talones con un suspiro contento, escuchó un gruñido. Abrió los ojos con sorpresa y se volvió hacia el sonido, y Kaoru se encontró a sí misma mirando directamente a un par de brillantes ojos dorados.
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Glosario:
Hakama – Es un pantalón largo con pliegues cuya función principal es proteger las piernas, es utilizado por quienes practican iaido, kendo, aikido y kenjutsu. Kaoru lo usa para entrenar en vez de su kimono, y Kenshin y Yahiko lo usan siempre.
Dake – Sólo
Kenjutsu – Esgrima
Kata – Una forma de arte marcial; un conjunto de movimientos estandarizados
Busu – Fea (es el mote favorito de Yahiko para molestar a Kaoru)
