La noche en que Tsukuyo vio a Gintoki llegar a Yoshiwara solo, invitándola a que se ausentara de su patrullaje unas horas para pasear un rato con él, fue cuando su intuición le susurró que esa visita inesperada no le provocaría un motivo de felicidad interior como otras veces, que solía ser su sentimiento cuando él iba a visitarla expresamente a ella, sin trabajo, misiones ni otra razón más que pasar un rato acompañándose. Quizás fue la sutileza de sentir los pasos del samurái más pesados, como si una parte de él se resistiera a estar allí, o tal vez era la pizca de brillo que se había perdido en esos ojos carmesí, más que nunca luciendo como los de un pez muerto.

No habían sido fácil los últimos días, para nadie, luego de la terrible destrucción de Edo a manos de Utsuro. Las heridas del cuerpo, sumadas a las de corazón al ver las pérdidas de personas, así como la ciudad se había reducido a escombros, eran una pesada carga que tomaría tiempo levantar para avanzar. Tsukuyo había salido a la superficie nuevamente para comprobar el estado de Gintoki, uno de los más heridos de gravedad, pero siempre el samurái parecía tener una milagrosa resistencia a ser apuñalado y cortado por las espadas, al menos para seguir en pie y que su vida no se extinguiera en cada dura batalla que lo llevaba al límite. Si hubieran sido sólo los cortes, podría haber sido más fácil para él, sin embargo, en esa ocasión lo que lo había complicado todo había sido enfrentarse nuevamente a la sombra de su maestro, las memorias de ese dulce y gentil hombre tan importante en su vida, en contraste con el aparentemente inmortal demonio sin piedad que era la personalidad original de la existencia de Utsuro. Pese a salvar el mundo, no había podido salvar a su querido maestro, por segunda vez.

Dos semanas después de ese brutal evento, a medida que todos estaban mayormente recuperados y comenzaban a organizar la reconstrucción de Edo, fue cuando Tsukuyo recibió aquella visita nocturna que sabía que daría un vuelco a su vida. Aceptó acompañar a Gintoki sin dudarlo, pidiendo a las mujeres del Hyakka que continuaran la vigilancia sin su presencia, y lo siguió. Si bien el peliplateado no era un hombre risueño y hablador, esa noche estuvo más callado que nunca, hasta el punto en que la cortesana se preguntó para qué la había visitado y pedido que pasara el rato con él. Estaba bien con ofrecerle su silenciosa compañía si simplemente era lo que él necesitaba en ese momento, pero una parte de ella quería ayudarlo mucho más que eso. Tuvo el impulso de abrazarlo, apoyar una mano en su espalda, decirle con la mirada que ella haría todo a su alcance para verlo mejor de ánimo y espíritu, aunque a fin de cuentas no pudo hacerlo, al parecer el empatizar le había contagiado su aire taciturno.

A pesar de ello, no dejó de parecerle curioso que Gintoki no estaba nada ausente con su actitud, ya que miraba con atención las calles de Yoshiwara, se quedaba prendido de las luces y los coloridos carteles, miraba a las parejas de cortesanas y clientes seducirse mutuamente. Incluso se había comprado una botellita de sake para beber de camino, y le había regalado a ella un paquetito de tabaco para que fumara, en agradecimiento por su tiempo y compañía. Ella también había sentido las miradas que cada tanto le dedicaba el samurái, con ese aire entre sereno y melancólico que tenía esa noche. Cada tanto compartían algún comentario, una breve conversación, y algunas sonrisas, al menos eso le daba la tranquilidad de que quizás en unos días más iba a volver a ver al Gintoki de siempre, seguramente hasta haciéndole algún comentario atrevido por el que ella querría clavarle un kunai. En eso quería creer.

Finalmente, casi dos horas después, Gintoki la guió a subirse a un tejado. Para lo ruidoso y alegre que era Yoshiwara, ese sitio era bastante calmo y oscuro, como si estuviesen solos en el mundo. Se sentaron uno junto al otro, de cara a la luna llena que iluminaba la noche del barrio que no mucho tiempo atrás sólo había conocido sólo la oscuridad. El samurái volvió a tomar un trago de su bebida, mientras ella le daba una pitada a su kiseru. Sabiendo que la noche estaba llegando a su fin, Tsukuyo se animó a mirarlo fijo un rato, antes de hablarle.

- ¿Lo estás pasando bien? Si quieres puedo acompañarte al pachinko o a esas cosas que a ti te gustan, yo invito.

- No hace falta, aunque gracias por ofrecerte a pagar por mi vicio–Contestó él con voz calma.

- Gintoki, ¿necesitas algo? Si puedo hacer algo más por ti...

- Sólo estando aquí, está más que bien. No necesito entretenimientos, lujos ni luces de colores para disfrutar más. Como dije una vez, prefiero estar en un sitio desierto, donde no haya montones de mujeres, vino ni techo, si puedo beber sake barato y ver la luna. Sólo con eso, y contigo aquí, está bien para mí.

Una sensación agridulce invadió a la cortesana al oír esas palabras. Era cálido y halagador que Gintoki la considerara una entre las pocas cosas y personas que necesitaba para "estar bien", su corazón había latido más fuerte ante eso. Sin embargo, seguía sin gustarle la presión que sentía en su estómago, indicio de que eso no era todo. Como volvió a hacerse un prolongado silencio entre ellos, entendió que no eran palabras lo que debía mediar en ese momento entre ellos. Juntando todo su valor y haciendo a un lado su timidez y terquedad de rechazar sus sentimientos, extendió los dedos de su mano para que su mano rozara la de él, que estaba apoyada en una de las tejas. Sólo ese pequeño gesto, un mínimo roce, que sin embargo para ella era muchísimo, era prácticamente la primera vez que ella lo buscaba así. Lo miró de reojo, y aunque los ojos carmesí no abandonaban la luna llena, pudo notar una pequeña turbulencia en ellos.

No notó que él se moviera, ni para rechazarla ni para corresponderle, por lo cual se sintió insegura de cómo debía continuar. No podía echarse atrás, por lo cual movió unos milímetros más su mano para que las puntas de dedos se entrelazaran mínimamente con los de él, así no habría ambigüedad en su intención. Sin embargo, nada cambió. Una parte de ella no quería soltarlo y alejarse, no quería hacerlo nunca de ser posible, por lo cual simplemente se quedó así, en silencio, con ese ligerísimo y único contacto entre ellos. Muy distinto era cómo había reaccionado su corazón, que le martillaba contra el pecho como si quisiera salírsele, era la más cruel y amarga dulzura poder estar así con él.

Sabía que lo amaba, sabía que él no podía corresponderle, y sabía que había elegido estar a su lado de esa forma, contentarse con verlo andar a su aire. A pesar de ello, no dejaba de picotearle en la cabeza que debía haber algún motivo por el cual Gintoki siempre la buscaba a ella, sólo a ella, nunca lo había visto paseando con otra mujer a solas, ni siquiera con Otae o con Sarutobi, a las cuales conocía de mucho antes que a ella. ¿Qué pasaría si le abría su corazón por una vez, si de sus labios salía la confesión de sus reprimidos sentimientos, sólo para quitarse el peso de encima? No le importaba si era rechazada, el "no" ya lo tenía, pero querría ver cuál era la honesta reacción de él, un hombre que jamás mentía, ni tomaba a la ligera el corazón de los demás.

Quizás eso sacudiría, aunque sea un poco, el estoico corazón de aquel hombre, que esa noche estaba más hermético que nunca. Se mentalizó para hacerlo, no tenía nada más que perder, e iba a hablar cuando sintió los dedos del peliplateado apretar un poco más los suyos en el medio. ¿Qué...? El corazón se le detuvo por un momento. ¿Podría ser que él se había dado cuenta de su tensión, o de lo que ella estaba por hacer, de alguna forma? ¿Acaso ese era un gesto para disuadirla, o, al contrario, para alentarla? No sabía decirlo, ya que la expresión del rostro de él seguía siendo impasible, con esa pizca de turbulencia en lo profundo de los ojos. No, no importaba, era ella la que quería decirlo de una vez, no necesitaba que la protegiera, ni tampoco que la animara.

- Gintoki, hay algo que...

- Tsukuyo –La interrumpió él– Voy a irme.

- ¿Eh? ¿Ahora? Espera, quiero decirte...

- Voy a irme de Edo.

La rubia titubeó, procesando esas palabras. La presión en su estómago se había convertido en un agujero en su corazón, en cuanto sintió el repentino vacío y miedo que significaba para ella la posibilidad de que Gintoki desapareciera de su lado. Sus labios se entreabrieron, aunque ni una palabra ni sonido pudo salir de ellos, tan shockeada que estaba por la inesperada noticia. Sin embargo, trató de controlarse, no era la primera vez que él se ausentaba unas semanas o poco más de un mes. Trató de acomodar sus emociones y pensamientos antes de contestarle, aunque sintió que nunca antes le había costado tanto emitir palabras, no le gustaba nada cómo el rostro del samurái tenía una sombra más notoria que antes.

- Entiendo, es algo que debes hacer, ¿cierto? –Dijo al fin, intentando mantener su voz serena– ¿Cuánto tiempo te irás esta vez?

- No tengo fecha de regreso.

Tsukuyo tragó duro, no terminaba de entender si eso significaba que no sabía cuánto tiempo le tomaría, o si estaba dando a entender que no tenía particularmente pensado volver algún día. Bajó la mirada a sus dedos ligeramente entrelazados, preguntándose qué demonios significaba entonces eso, lo entendía menos que nunca. De pronto, una realización llegó a su mente: Esa era una visita de despedida. Por eso la había ido a visitar, y había dedicado esas miradas nostálgicas a su alrededor, así como había estado bastante taciturno. Seguramente era una última visita para estar juntos, ya que al menos él sabía que iba a ser la última vez por un tiempo, o quizás para siempre. La garganta se le secó, no tenía idea de qué contestar, e incluso su intento de declaración palidecía cada segundo.

- Hay algo que tengo que hacer, pero tampoco yo sé a dónde me llevará, por cuánto tiempo, ni si habrá forma de que vuelva –Explicó Gintoki– Desmantelé Yorozuya, Kagura y Shinpachi tomarán sus propios caminos, estuvieron también de acuerdo.

Oh, no... Que él pusiera fin a su querido equipo, que se desligara de esos chicos también, sólo podía significar que de verdad no quería que los demás pusieran expectativas en su regreso, que no lo esperaran, y continuaran con su vida sin él. Si eso había hecho con los dos jóvenes para los cuales era una figura entre un padre y un hermano mayor, con los que compartía todos los días su camino, ¿qué podía esperar para ella? Sólo podía agradecerle por la consideración de despedirse personalmente, y de pasar unas horas con ella.

- Ya veo. Entonces es una decisión tomada y que pensaste muy bien, no harías algo así a la ligera –Musitó.

- Es lo mejor para todos.

Tsukuyo lo miró, comenzando a sentir un escozor en sus ojos, ese final de la noche había sido como la más dura cachetada, pocas veces algo le había sabido tan amargo. No podía pedirle que se quedara, tampoco iba a hacerlo, ella siempre respetaría las decisiones de Gintoki, no había lugar para su egoísmo y su amor no correspondido.

- Suponiendo que todo salga bien en eso que tienes que hacer, y tienes la oportunidad de regresar a Edo. ¿Quisieras hacerlo? ¿Quieres volver... con nosotros? –Preguntó ella, dubitativa.

Ante eso, el samurái mostró una finísima sonrisa, y la miró directamente a los ojos, por primera vez en un buen rato.

- Si no lo quisiera, no estaría aquí ahora mismo, eligiendo pasar mi última noche contigo. ¿No lo crees, Tsukki?

El corazón de la cortesana se sacudió ante eso, nuevamente la dejaba en un punto incierto y muy confuso. Era tan dulce como duro oír tales palabras, que evidenciaban el profundo aprecio que Gintoki le tenía, así como tampoco significaban que algo fuera a cambiar entre ellos. Volvió a mirar sus manos juntas, entendiendo que dependía de ella disipar esa nube, si iba a ser su última oportunidad. Al menos podía ser clara con sus sentimientos, y quizás, con suerte si Gintoki se los correspondía esa noche, podía ser su oportunidad de entregar su corazón y su cuerpo al único hombre que la había vuelto a hacer sentir una mujer, una que deseaba, y que podía ser deseada como tal, como Tsukuyo. Estaba dispuesta a ello, ya que sabía que no habría otro hombre en su vida. Recordó a la cortesana Suzuran con ello, una mujer que nunca se había arrepentido de esperar a su amado, de dedicarle su corazón entero hasta su último aliento de vida.

- Gintoki, no quiero quedarme cargando con nada, ni lamentar nada más en mi vida, pensando qué podría haber sido si hubiera hecho algo más. Si esto podría ser el último sueño de una noche de luna llena para mí, un sueño que se irá con ella en cuanto la noche acabe, que así sea, me entregaré por completo.

Se inclinó hacia él, apretando con más decisión sus dedos juntos, mirándolo con anhelo, primero a los ojos, esos intensos orbes carmesí, y luego bajando la mirada a los labios. En cuanto el samurái entendió a qué se refería aquella poética frase junto a lo que ella estaba sugiriendo, sus ojos se abrieron mucho. Por un instante él lo consideró, su impulso primario fue acercar su rostro también, hasta quedar a un palmo de distancia. Los ojos de ambos se encontraron, entrecerrándose a medias, y luego bajaron hasta los labios del otro. Gintoki no se movió más que eso, una lucha interna desatándose en su interior, mientras que para Tsukuyo se volvía una insoportable espera, sintiendo el cálido aliento del peliplateado sobre ella, rozando su boca antes que los labios de él lo pudieran hacer. El corazón le martillaba hasta en los oídos, sabiendo que ese sería su primer beso, y nada menos que con él.

Como si realmente fuese un fuerte debate interno, el samurái soltó un suave jadeo con los labios entreabiertos, al tiempo que su ceño se fruncía profundamente, reflejando una expresión atormentada. La cortesana alternaba su mirada color amatista entre los ojos y los labios de él, instintivamente siendo ella la que se acercaba milimétricamente, quería besarlo, y más cuando él no la había rechazado inicialmente. Sus pequeños labios casi alcanzaron a rozar los de Gintoki, cuando de pronto él se hizo a un lado al último segundo. En esa ocasión fueron los ojos de Tsukuyo los que se abrieron desmesuradamente, incrédula ante lo que a fin de cuentas sí había resultado en un rechazo, por más que había sido evidente que él también había estado cercano a besarla.

- Lo siento, Tsukuyo, pero no puedo hacerlo. No puedes contentarte con eso.

- ¿Qué...? ¿Qué dices?

- No mereces tan poco, y si yo no voy a poder darte más que eso, no podemos seguir.

Gintoki movió su mano para quitarla de entre la de ella, pero la rubia se la volvió a tomar, mirándolo con expresión dolida.

- Yo estoy bien con eso, porque es a ti a quién quiero, Gintoki –Confesó– Y si esta quizás pueda ser la última oportunidad de mi vida de disfrutar de sentirme una mujer junto al hombre que me devolvió algo tan importante como eso, no es algo de lo que jamás me vaya a arrepentir jamás, ni aunque sea sólo por una vez.

- Si ya reconoces que te volviste a sentir como una mujer, entonces también podrás hacerlo con otro hombre más adelante, es cuestión de tiempo. Uno que sí pueda hacerte feliz, que pueda estar a tu lado siempre que así tú lo quieras.

- No lo entiendes... –Murmuró Tsukuyo, apretando lo labios.

- Es lo mejor para ti.

- Gintoki, déjame preguntarte algo. Si no fuera porque mañana te vas de Edo, ¿me hubieras besado?

El samurái no contestó, mirándola largamente con esa mirada tan transparente que reflejaba tormento, y el semblante serio. Eso bastó como respuesta para la cortesana, conociéndolo bien, era un sí que no quería admitir, porque sabría que eso le daría esperanza a ella. Además de que nunca podría negar que también había estado a punto de devolverle el beso, hasta que vaya a saber qué represión interna le hizo cambiar de opinión. Lo esperó un poco más, pero aunque pasó más de un minuto así, no dijo nada más. Recién lo hizo cuando ella dejó de perforarlo con la mirada, en un tono demasiado suave.

- Supón que pasamos esta noche juntos, Tsukuyo, ¿qué será de mañana? Si no soy un hombre cualquiera para ti, no creo que quedes satisfecha y resuelta con eso. Estarás pensado en lo que fue por mucho tiempo, tu corazón se quedará congelado en ese momento y lugar, reviviéndolo de la forma que pueda, ya que no podrás tenerme.

La rubia miró a la luna, sin poder replicarle, sabía que él tenía razón. ¿Cómo iba a olvidar sus sentimientos y el placer de compartir su primera vez, con su primer y único amor? El recuerdo se volvería amargo con el tiempo, cuando se enfrentara a la desesperanza de la realidad de no poder volver a estar con él, quizás por un buen tiempo, quizás nunca más. Sin embargo, eso ya lo sabía, lo sabía en cuanto había decidido acercarse a él para pedirle ese último sueño.

- Al menos estaré satisfecha con que no quedó nada pendiente para mí, y que di todo de mí. Nunca podría olvidar tus palabras, Gintoki, cuando te enfrentaste a mi maestro Jiraia. Además de decir que estarías para mí de la forma en que lo necesitara, hubo algo más que se grabó en mi corazón, y que refleja tan bien tu esencia, y lo que admiro de ti.

El peliplateado la miró con atención, también recordaba muy bien todo lo que había sido de esa dura noche, en especial para ella.

- Dijiste, "es mejor ensuciarte mientras te mantienes fiel a ti mismo, que vivir limpio y morir habiendo abandonado lo que eres". Salvando las diferencias del contexto, puede aplicarse a este momento. Es verdad lo que dijiste, viviré por siempre con ese recuerdo, pero será uno bueno, no importa cuánto te extrañe. Será una flor que nunca se marchitará.

- Tal vez así sea, pero yo no estoy dispuesto a ensuciarte por mi propia mano, Tsukuyo. Sería abandonar mi responsabilidad, y no puedo hacerte eso. No voy a correr ese riesgo, no contigo.

- "No conmigo"... ¿Dices que podrías hacerlo con otras mujeres, otras cortesanas seguramente, pero no puedes ser honesto con lo que tú también sientes, aunque sea un poco? –Lo encaró la rubia– No me dijiste que no me besarías, y sabes mejor que yo que sí estuviste a punto de hacerlo. Entonces, ¿qué sucede, Gintoki?

- Es justamente contigo, que no podría hacerlo –Contestó él con voz más firme– No en estas circunstancias, ni cuando tomé la decisión de irme mañana mismo.

Gintoki finalmente sacó su mano debajo de la de ella, con una fuerza que marcaba claramente su determinación. Tsukuyo se le quedó mirando, todavía confundida, y con el corazón a punto de resquebrajársele. De verdad que las palabras de ese hombre eran al mismo tiempo una caricia y una cachetada, dándole a entender que ella era muy especial para él, y al mismo tiempo que no iba a ceder ni un ápice en darle lo que quería, que se marcharía con ese final tan amargo. Casi que hubiera preferido que él se fuera sin despedirse, a esa insoportable ambigüedad que sin embargo le reafirmaba que Gintoki nunca podría corresponderle, aunque podía entenderse con claridad que esa negativa no era algo de lo que él estuviese completamente convencido, sino que la estaba rechazando por más que a él le doliera hacerlo. Vaya a saber por qué más reprimía su corazón, el que se fuera al día siguiente era una mera excusa.

- Entiendo. Discúlpame por haberte presionado, Gintoki –Le contestó, y luego de darle una última pitada a su pipa, tiró el contenido del tabaco que llevaba– Lo que sea que tienes que hacer ahora, es tan grave como para que no sepas cuándo o cómo vas a volver, o tal vez dudes de tu propia sobrevivencia. Te deseo todo el éxito en tu misión, y que estés seguro. Déjame al menos darte algo.

El samurái la estaba mirando de reojo, y giró su cabeza para verla de frente cuando ella extendió su brazo y le ofreció su kiseru. Estuvo tentado de hacer algún comentario sobre que él no fumaba ni que le iba a servir de mucho vacío, cuando empezó a entender lo que eso podía significar, ya habían pasado por eso mismo una vez, él lo había hecho.

- Es mi kiseru más preciado, fue el primero que tuve, Hinowa me lo regaló. Dejo esto a tu cuidado, tú sabrás mejor qué valor o significado ponerle, si quieres que sea un amuleto de protección, o si quieres aceptarlo como una promesa de que algún día volverás para devolvérmelo.

- ¿Por qué me darías algo tan valioso, sabiendo que podrías no tenerlo de vuelta? –Inquirió Gintoki, reticente a aceptarlo.

- También estoy dejando ir a alguien muy valioso para mí, que podría no tenerlo de vuelta –Contestó ella, con una triste sonrisa– Si tengo que despojarme de algo así, confío en que mis buenos deseos y esperanzas los traigan de vuelta a los dos, sanos y salvos. Que te sirva en momentos de dudas, para que sepas que aquí te estaremos esperando para recibirte cuando sea el tiempo justo. Soñaré con que la luna te vuelva a traer en la noche.

El corazón de Gintoki tambaleó ante eso, pocas veces había sentido su pecho y su estómago tan comprimidos. Dedicándole una intensa mirada, aceptó el kiseru, y lo guardó en sus ropas. Eso era todo, y al mismo tiempo le estaba costando horrores ponerse de pie e irse de una vez, era como si su cuerpo se negara a obedecerle y tener la fuerza para levantarlo. No estaba arrepentido de su decisión de rechazar así a Tsukuyo, pero ciertamente si seguía allí su determinación flaquearía un poco, lo sabía. Se sentía miserable, esa triste sonrisa en el hermoso rostro de la cortesana reflejaba el dolor y la desilusión que estaba conteniendo, para respetar la voluntad de él sin presionarlo más.

No podía darle lo que pedía, no sólo por cómo creía que ella quedaría después, sino también por él, por su propio corazón. Un hombre roto como él no podía darse el lujo de amar, eso sólo sería un breve y feliz sueño que tarde o temprano sus sombras devorarían, y opacarían el brillo de la bella luna que tenía a su lado, sabía que terminaría marchitando esa hermosa y preciada flor. ¿Para qué ilusionarla, y darse a sí mismo una probada de algo que no podría tener genuinamente, si lo último que quería era lastimarla? Mejor contemplarla a la distancia, como a la luna en el cielo, verla brillar, imponente y hermosa. Caminar a su lado, apoyándola y protegiéndola para que perdure su sonrisa. No creía que estuviera haciéndolo en ese momento, pero sabría que a largo plazo sería lo mejor, ella también lo vería así, seguramente.

Se sobresaltó ligeramente, cuando lo que lo arrancó de sus pensamientos fue sentir nuevamente los cálidos dedos Tsukuyo apoyándose sobre la mano de él. No lo estaba mirando directamente, los ojos violetas estaban fijos en la luna manteniendo una ínfima sonrisa melancólica. Sabiendo que ya estaba todo dicho, o al menos se habían entendido lo suficiente, cedió al contacto, no iba a ser tan necio como para rechazarlo. También enfocando sus ojos en la luna de brillante luz blanca que se perfilaba en el cielo, con decisión giró su mano para que sus palmas se tocasen, y luego buscó entrelazar sus dedos juntos, al menos podía darse y darle eso.

Tsukuyo sonrió para sus adentros, aliviada de saber que el hermetismo de Gintoki tenía un límite. Si eso era lo que necesitaba en ese momento, entonces lo acompañaría de esa forma, haciéndole saber que ella estaría incondicionalmente para él. Sabía parte de su duro pasado con la guerra Joui y haber asesinado con su propia espada a su querido maestro, y la determinación de usar una espada de madera como símbolo de proteger, para enfrentar hasta a los enemigos más fuertes, reflejo de su deseo de no volver a quitar una vida si podía evitarlo, por lo cual entendía su nobleza y su férreo bushido. Cuánto más se responsabilizaba y culpaba por las cosas que había experimentado en la vida, o cuan poco valor le daba a su propia vida si con ella podía salvar la de otro a modo de redención, eran los aspectos que no tenía en claro todavía.

Así se quedaron, ni una palabra más de por medio por un tiempo que pareció eterno, mientras las estrellas cambiaban ligeramente su posición en el manto azul profundo de la noche. Finalmente fue Gintoki el que deshizo el enlace de sus manos, poniéndose de pie juntos, y se miraron largamente. Seguían sin encontrar palabras que hicieran justicia a lo que pensaban y sentían, por lo que Tsukuyo fue la que luego de uno largos segundos suspiró y mostró una fina sonrisa.

- Buena suerte con tu viaje, Gintoki. Gracias por venir aquí a despedirte y pasar el rato conmigo.

La rubia se dio vuelta, dispuesta a irse, pero apenas dio un paso, oyó una suavísima voz a su espalda.

- Tsukuyo...

Comenzaba a girar la cabeza para mirarlo, cuando vio de reojo la mano grande de él pasar a la altura de sus hombros, y de pronto fue arrastrada hasta chocar contra algo más firme. Al poder mirar, se encontró con que el samurái la había atraído para darle un medio abrazo, rodeándola por los hombros, pegándola a su pecho. La cortesana sintió debilidad en las rodillas cuando él descansó su cabeza sobre la de ella, quedándose así un momento. Tsukuyo no pudo vencer la tentación de devolverle el abrazo, aunque lo hizo rodeándolo con ambos, apretándolo con fuerza. Fue ella la que se separó luego, y asintió con una expresión confiada y agradecida antes de volver a alejarse y darse la vuelta para esa vez sí irse por su cuenta, no creía que su corazón pudiera resistir otra cosa más como esa, sabiendo que era la despedida.

Unos días después salió a la superficie, yendo a la oficina de los Yorozuya para comprobar cómo iba todo. Se encontró con que ya no había nadie allí, y Otose le confirmó que Kagura se había ido a otros planetas a encontrar una forma de regresar a Sadaharu a su estado normal, mientras que Shinpachi le dijo que pronto volvería, no sabía con qué plan, seguramente el chico tenía que hacer unas buenas reflexiones. La señora le confirmó a Tsukuyo que Gintoki se había ido, dejando atrás sus típicas ropas, aunque sí se había llevado la espada de madera.

Eso le dio que pensar, al parecer el samurái no quería ser reconocido en su misión, quizás porque quería pasar desapercibido, o tal vez porque quería dejar atrás todo lo que hacía de él el "Gintoki de Yorozuya". Sin más que hacer, volvió con las novedades a Yoshiwara, contándole a Hinowa. La cortesana madre le dijo que era una tonta por quedarse atrás y no ir tras él, pero ella no había visto la mirada de determinación que tenían esos ojos rojos, ni entendía que en ese viaje no había lugar para ella, era algo que tenía que buscar y encontrar él, y solo él. Por lo tanto, Tsukuyo llegó a la conclusión que su único objetivo en el inmediato porvenir era seguir observando y protegiendo Yoshiwara, ser testigo del cambio que se daría allí a la par de toda la ciudad de Edo, todo se transformaría y renacería. Tenía que hacer su propio viaje local, seguir su propio camino, para estar orgullosa de algún día volver a caminar junto a él, y darle la bienvenida a casa.

Los días se convirtieron en semanas, y estas se hicieron meses... La ausencia de Gintoki se convirtió en un dolor sordo en su interior, los recuerdos se hacían más presentes y vivos por la noche, cuando estaba sola en su habitación, y era especialmente más duro en las noches de luna llena. En ese entonces fue cuando se dio cuenta cuánto había dado por sentado la frecuente presencia del samurái en su vida, lo habituada que estaba a esperar animadamente sus visitas, o tenía que morderse la lengua cuando surgía un problema y se le ocurría llamarlo para que la ayudara con una misión.

Cómo podía ser que en los pocos meses que se conocían, él había calado tan hondo en ella, de forma que su mirada se dirigiera de forma automática hacia cierta calle por la que él solía llegar, buscando esa desaliñada cabellera platinada y ondulada tan única, o que el corazón se le aceleraba cada vez que veía una yukata blanca y celeste. Sólo con ver un plato de dangos ya le recordaba a él, y la botellita de sake barato la llevaba de vuelta a aquella última noche.

Su corazón tembló un día en el que había vuelto a la superficie, y alcanzó a ver a lo lejos la yukata blanca con el característico diseño de viento celeste de Gintoki. El impulso de correr hacia esa figura fue más fuerte que ella, hasta que se detuvo en seco al percatarse de que no se trataba de Gintoki, sino de Shinpachi, usando unas ropas casi idénticas. Al preguntarle sobre eso, el corazón se le comprimió al entender los motivos del joven, y no pudo recriminárselo, aunque en el fondo había tenido ganas de arrancárselo, ni hablar de las falsas esperanzas que le había provocado.

El tiempo siguió pasando, cumpliéndose un año sin novedades. Confiaba en que estaba vivo y bien, sin embargo, tenía muchas preguntas de qué estaría haciendo y a dónde lo había llevado su viaje. Todo estaba cambiando a su alrededor, Yoshiwara se había convertido en un barrio y refugio para los habitantes de Edo que lo habían perdido todo, y el apodo de ella había cambiado a uno más luminoso "cortesana celestial", en honor y agradecimiento por su duro trabajo para ayudar a tantas personas y proteger el barrio con férrea voluntad que nunca flaqueaba. Fue entonces cuando decidió dejar más de una cosa atrás, y como símbolo de aquello se cortó el cabello, también era el momento de ella para renacer.

Viéndola más madura y renovada, aunque con una pizca de melancolía imborrable en lo profundo de sus ojos, Hinowa le regaló un delicado y precioso haori en colores más luminosos y femeninos, su forma de reconocerla y apoyarla en aquel cambio. Otro año más pasó, por momentos demasiado lento, y a ratos demasiado rápido. Unos pocos meses después hubo un tumulto en Kabuki-cho cuando Sarutobi encontró a Takasugi, intuyendo que Gintoki podía haber vuelto junto a él, lo que hizo dar otro gran vuelco a su corazón. Sin embargo, no obtuvo las respuestas que buscaba, y tuvo que resignarse a seguir sin noticias de él.

Unos meses más tarde, finalmente sucedió: La esperada noticia no sólo de que Gintoki estaba vivo y bien, sino que estaba de camino a iniciar otro gran combate en la Terminal junto a Katsura y Takasugi, para ponerle fin de una vez por todas a la existencia de Utsuro. Sin dudarlo, accedió al llamado de ayuda de sus amigos y fue parte de esa dura batalla de la que resultaron vencedores, aunque con el corazón encogido de saber que Takasugi había muerto en los brazos de Gintoki.

No se cruzó con el peliplateado hasta el momento final de la evacuación, y cuando lo vio, sintió un torbellino de emociones conflictuadas. La expresión del rostro del samurái era desoladora, si bien había salvado a su maestro, había perdido a su viejo amigo, pero al menos le alivió el saber que eso había sucedido en paz entre ellos. Su cuerpo se movió antes que su mente, y caminó derecho hacia él, parándose cuando habían quedado frente a frente. Tenía un nudo en la garganta, una combinación entre todas las cosas que quería decirle, y a la vez que tendría que morderse la lengua porque era el momento más inadecuado para ellas, ni siquiera se atrevía a decirle un "me alivia que estés bien", porque sabía que debía estar muy lejos de eso realmente, por lo que sólo pensó en ofrecerle consuelo.

- Gintoki... Gracias.

Lo abrazó, pretendía hacerlo con calma, pero en cuanto sus manos rodearon la espalda de él, fue como un golpe de realidad que la azotó, y la mezcla de emociones contenidas hacía más de dos años que bullían en su interior explotó y la hizo abrazarlo con todas sus fuerzas, mientras por primera vez en mucho tiempo sintió unas calientes lágrimas mojar su rostro. En un comienzo el hombre sólo se quedó quieto, hasta que finalmente le devolvió el abrazo, uno que le sorprendió que fuera igual o más fuerte que el de ella. Contuvo un jadeo, así como resistió la suma presión alrededor de sus costillas al ser comprimida entre los fuertes brazos de Gintoki. Él no dijo ni una palabra, sólo le devolvió ese emocional abrazo, lo que la hizo llorar una vez más, fuera de su control, pero puso toda su voluntad por detenerlas rápido, sabía que el que más debía querer llorar en ese momento, era seguramente él.

Con el corazón más tranquilo de saber que el samurái había vuelto, regresó a Yoshiwara, llevando las noticias a Hinowa y los demás, mientras ella también se tomaba unos días para recuperar sus heridas. En cuanto se sintió en plena forma como para regresar a su trabajo de patrullaje, dudó si le convenía ir a visitar a Gintoki a su casa, quería darle su espacio para que procesara todo lo ocurrido, así como él había hecho con ella luego de perder a su maestro Jiraia, también por segunda vez tal como a él le había sucedido con Shoyo.

Por esa razón fue que su boca cayó abierta cuando, mientras fumaba en su balcón una noche, vio lo que tanto tiempo había anhelado: Esa figura alta y tan distintiva entre la gente, aquel cabello desordenado y platinado siempre brillante bajo la luz, y la yukata blanca y celeste con una manga caída, sobre la ajustada camisa negra que llevaba debajo... Acercándose a visitarla. Tal debió ser la intensidad de su mirada, que él la percibió y levantó la vista, encontrándose justo sus miradas. Con un gesto, él le indicó que lo esperara allí donde estaba, lo cual sin dudas era lo que ella hubiera preferido, para tener una conversación tranquila y a solas. El samurái se tardó varios minutos, seguramente debía de haberse quedado hablando con Hinowa y Seita abajo, ellos también lo habían extrañado mucho y ansiaban volver a verlo.

Mientras lo esperaba, se dio cuenta que se estaba poniendo ansiosa, el corazón se le había acelerado. ¿Qué le diría Gintoki, después de todo ese tiempo, y teniendo en cuenta cómo habían quedado las cosas entre ellos? Comenzó a fumar de forma compulsiva, maldiciéndose por sentirse un manojo de nervios, cuando todavía no se habían ni encontrado cara a cara. Definitivamente él era el único que podía ponerla tan torpe y tonta. Se estaba perdiendo en sus propios pensamientos, hasta que una grave y serena voz sonó a sus espaldas.

- Así vas a gastar ese kiseru demasiado rápido. Toma, mejor usa éste.

Sobresaltándose, sus ojos siguieron instintivamente el movimiento a su lado, y soltó un suave jadeo al reconocer su preciado kiseru, el que le había entregado en la despedida. Se giró con rapidez para quedar frente a él, encontrándose con una pequeña y burlona sonrisa dibujada en los labios del samurái. Tratando que su mano no reflejara el temblor que sentía por dentro, tomó la pipa ofrecida, y sonrió en respuesta.

- Sí, este le da un mucho mejor sabor a mi buen tabaco.

- Tal parece que la luna cumplió tu sueño, ¿verdad?

- Gintoki... –Musitó, y asintió con los ojos brillantes– Sí, me trajo de vuelta una noche dos de las cosas más preciadas para mí. Gracias a ti también, por cuidarla tanto, no tiene un rasguño.

- Sabía que si eso sucedía, ibas a clavarme algunos kunai.

- No lo dudes.

Soltaron una suave risilla, era reconfortante volver a tener una conversación como si nunca hubiera pasado ese largo tiempo sin verse, con ese juego usual entre las declaraciones agridulce y bromear a costa del otro.

- ¿Cómo te encuentras, Gintoki? –Preguntó ella, con una mirada empática.

- Siguiendo adelante, como ha de ser. Lo importante es que se acabó todo eso, Utsuro ya se extinguió por completo esta vez, y los Amanto no causarán problemas por un buen tiempo. En cuanto a Takasugi... –Su rostro se ensombreció– Ya estaba muriéndose antes del enfrentamiento, era cuestión de tiempo. Al menos se fue de este mundo habiendo cumplido su objetivo, y con un poco menos de odio en su corazón, eso creo.

- Sí, te entiendo.

Se quedaron un momento en silencio, en el que eventualmente sus miradas volvieron a conectarse. Tsukuyo entendía que ya no había mayores amenazas en el presente, y no creía que fuera una buena idea preguntarle esa noche el detalle de lo que había hecho los últimos dos años, por lo que podía ser un buen momento para retomar donde lo habían dejado la última vez, no podría olvidarse lo que había estado a punto de cambiar entre ellos. Si Gintoki había dicho que estaba "siguiendo adelante", debía significar que ya no seguía detenido en el duro pasado. Con coraje, le mantuvo la mirada fija, y dio un paso adelante, sintiéndose más confiada cuando él no se movió ni hizo la mirada a un lado, sino que le devolvió una muy atenta. Dio otro paso más, mientras trataba de ignorar la aceleración de su corazón. No sabía qué decir, confiaba en que él lo entendería bien, si ya le había hablado de la promesa y sueños de luna llena por su propia cuenta. Esa mirada carmesí estaba fija en la de ella, era realmente hipnótica de tanta atención que le ponía.

Cuando al fin se decidió a hablar, Gintoki se llevó una mano a la cabeza y se rascó el cabello, desviando entonces la mirada.

- Bien, será hora de que me vaya, otro día vendré más tiempo. Al menos quería devolverte tu valioso kiseru, ya me carcomía la culpa de tenerlo y que pudiera romperse.

- ¿Eh? –Soltó Tsukuyo, quedando boquiabierta– ¿Qué...?

No pudo entender qué estaba pasando, pero ver a Gintoki darse la vuelta y comenzar a irse, la descolocó por completo. Sin embargo, su mano estaba más ágil que su turbada mente, por lo cual lo jaló rápidamente de la manga de la yukata, deteniéndolo.

- Espera, Gintoki... ¿Qué haces? Tú... Yo pensé que tú... Venías a continuar donde lo habíamos dejado.

- ¿Y dónde es que lo habíamos dejado? –Replicó él, alzando una ceja.

Tsukuyo se sonrojó ante la pregunta, el maldito le iba a hacer decirlo con todas las letras. Bien, si eso quería, no se iba a guardar nada, por más que le avergonzara. Pero primero, le iba a recordar la misma situación a la que él había estado a punto de corresponder. Sin soltarle la manga de la yukata, se adelantó unos pasos hasta estar bien cerca de él, y se puso de puntillas para quedar más cerca del rostro del peliplateado, mirándolo a los ojos.

- Algo como esto, yo quise besarte, y tú no te alejaste precisamente, Gintoki. Me pareció que también querías que sucediera.

El samurái no contestó a aquello, aunque podía verse con claridad en sus ojos rojos que se estaba debatiendo más de una respuesta. Aprovechando la valentía, la cortesana continuó.

- Ya tuve una probada de lo que sería perderte, no tenerte cerca en mi vida. Y no quiero volver a sentir eso, si tú también tienes sentimientos por mí. Si tenías pensado besarme, anda, hazlo ahora.

- No es tan simple como crees, Tsukuyo –Contestó al fin él, dedicándole una mirada seria.

- Si no me dices qué es lo que tú encuentras difícil en besarme, entonces no lo sabré. Respóndeme esto, al menos. ¿Quieres besarme?

- No es sólo cuestión de querer o no querer, hay otras cosas más complejas de por medio. Yo no soy bueno para t…

Los ojos de Gintoki se abrieron mucho, cuando de pronto la rubia lo jaló por detrás de la cabeza y se estiró un poco más para alcanzar a unir sus labios. Nunca se hubiera esperado que aquella terca y tsundere mujer hiciera eso. Alzó la mano con la intención de agarrarle la muñeca para liberar su cabeza, pero a pesar de que se la rodeó, de pronto su mano no tuvo las fuerzas para alejarla, por lo que su agarre se volvió suave. Dejó que ese beso durara lo que tenía que durar, conteniéndose de su parte, no podía mostrarse contradictorio.

- Qué mujer problemática y egoísta eres, no escuchas a los demás –Se quejó el samurái, en cuanto se separaron, afilando sus ojos al mirarla, aunque le costó mirarla con seriedad al verla sonrojada y con los ojos adorablemente brillantes.

- Lo que quería escuchar era tu corazón, no tus palabras, Gintoki. Dices las cosas más tontas, que no coinciden con lo que quieres hacer de verdad. Nunca me tocaste con tanta debilidad, ahí tuve mi respuesta.

Tsukuyo apenas podía articular palabras coherentes, mientras sentía todavía su corazón latir acelerado. Se había animado a besar a Gintoki, ella misma y en su primer beso. Quizás no fue romántico, entre brusco y un poco torpe, sin miradas obvias de amor entre ellos, pero que él no lo rechazara y la forma en que le había agarrado la muñeca al final, le habían dado la certeza que le faltaba de confirmar, de que el samurái sólo se estaba reprimiendo. "No soy bueno para ti", había alcanzado a decir, lo cual significaba que estaba desestimado sus propios sentimientos. No iba a forzarlo a estar con ella ni a molestarlo, pero quería asegurarse de estar en la misma página para aceptar si había o no alguna posibilidad para ellos de estar juntos, y su intuición le decía que era más un sí que un no.

- Ahora dime, Gintoki, ¿qué es lo que te hace pensar que no eres suficientemente bueno para mí?

- No te conviene estar conmigo, soy perezoso y no tengo un trabajo estable para poder cuidar bien de ti en el futuro, y lo que gano me lo gasto en dulces, alcohol y el pachinko –Contestó con tono monótono.

- ¿Hasta cuándo usarás esa excusa para mantener lejos al amor en tu vida? –Replicó Tsukuyo, soplando el humo de su tabaco.

- Oye, Tsukki, ¿qué es este interrogatorio tan pronto?

- Quiero saber de una vez de qué forma caminaré a tu lado de ahora en más.

Gintoki le dedicó una larga mirada, antes de suspirar y hablar con voz calma.

- No es una excusa, así solía ser mi vida cuando me conociste, y lo seguirá siendo ahora.

- Lo que pienso, es que lo vienes usando como excusa para evitar que alguien tenga ganas de compartir su vida contigo, no quieres que se acerquen demasiado a ti y crees que eso de la pobreza material o que digas lo peor de ti mismo nos ahuyentará.

Gintoki se quedó callado otro buen rato. Cuando al fin habló, lo hizo en un tono muy bajo, desviando su mirada que se estaba perdiendo en sus recuerdos.

- Lo que no quiero, es perder a nadie más que se vuelva muy importante para mí.

Tsukuyo reconoció el verdadero temor y la raíz de la naturaleza solitaria del peliplateado, así como la razón de todos sus comentarios aparentemente indiferentes sobre dejar que los demás se alejaran de él, sin inmutarse. El hecho de que le había dado a entender que ella era muy importante para él no le pasó desapercibido, pero todavía no era momento de sentirse contenta por ello, tenía que devolverle la luz a ese hombre que amaba.

- Lo que no puedes, es mentir sobre cuánto odiarías estar solo de nuevo, y ocultar tu verdadera sonrisa al disfrutar con los que queremos seguir estando a tu lado, seas pobre, negador, o un idiota inmaduro de pelo rizado.

Se lo dijo muy seria, aunque acabó mostrándole una pequeña sonrisa, que por un brevísimo instante él se la devolvió. Sin embargo, el semblante de Gintoki volvió a ensombrecerse.

- Soy un hombre roto por dentro, Tsukuyo, no puedo hacerte feliz.

- Eres el que siempre conocí, Gintoki, y así me gustaste desde el principio.

- ¿Sabes por qué me embriago hasta el punto de vomitar o arrastrarme por el piso hasta finalmente perder el sentido? No fue cosa de una sola vez, sino de todas las semanas desde que vivo aquí. Así como pasarme horas jugando al pachinko, o quedarme en mis calzones por apostarlo todo en el casino. Lo hacía porque quería olvidarme de todo por al menos ese rato, porque cuando me acuesto, suelo tener pesadillas o revivir imágenes de mi pasado, de todo lo que hice y la sangre que tengo en las manos, de la gente que por mi debilidad no pude proteger y que perdí. Al menos una mente embriagada está tan confundida, que, si sueña mal, lo recuerda menos.

El corazón de la cortesana se comprimió ante esa repentina y cruda sinceridad, sin dudas las cicatrices de Gintoki eran mucho más profundas y le llegaban al alma. Ella lo entendía, y cuánto.

- Todos hicimos cosas de las que quizás hoy en día no estamos orgullosos. Tenemos sangre en nuestras manos, pero siempre lo hicimos actuando desde nuestros principios y por una causa mayor. Somos guerreros, Gintoki, criados con hierro en la mano desde pequeños.

- Tú eres distinta, no tienes idea de las cosas que yo hice desde que no tuve opción más que valerme por mí mismo. No por nada mi apodo siempre fue el de ser un demonio, Tsukuyo, y un demonio no puede estar con una "cortesana celestial". Sólo me espera el infierno, y no puedo arrastrarte allí.

- ¡Entonces iré a buscarte al mismísimo infierno, para traerte de vuelta a la superficie, idiota! –Estalló la rubia– ¡Basta ya de apodos, tú no eres el "demonio blanco", eres Gintoki Sakata! ¡Y yo no soy la "cortesana celestial", ni la "cortesana de la muerte", soy Tsukuyo! ¡Sólo Tsukuyo, ni siquiera tengo un apellido porque mis propios padres me vendieron al barrio rojo para ser una prostituta, pero aquí estoy, siendo yo misma!

Gintoki frunció los labios, sus ojos carmesí también evidenciando turbación. Sabía que él no era el único que había sufrido una vida dura, y se arrepintió de traer a colación el nuevo apodo de ella, que sin dudas era la mujer que más podía entenderlo en el mundo. Ambos habían pasado por experiencias similares, tanto de abandono como de la pérdida de sus maestros, así como su promesa de dedicar sus vidas a la protección de alguien más. Miró con cautela a Tsukuyo cuando ella se acercó nuevamente a él, sorprendiéndose cuando ella lo abrazó con más ternura que fuerza. No estaba acostumbrado a que lo abrazaran así, y sabía que tampoco ella era una persona que le fuera fácil hacerlo, por lo que valoró el gesto y se lo retribuyó con un medio abrazo.

- Deja de mirar sólo lo malo en ti, eres un buen hombre, uno de los mejores que conocí.

- Si dices eso, es porque no conociste muchos.

- Pero te conozco bien a ti, y eso basta, no hay razón para comparar. Desde que te conocí, tú devolviste la luz a mi vida, en más de un sentido. Me recordaste lo que es la libertad, el pelear por lo que uno cree hasta conseguirlo, me volviste a hacer sentir una mujer, a desear y soñar como una. Me salvaste la vida, y me dijiste que podía apoyarme en ti cuanto fuera necesario, que podría llorar y reír contigo, y tú estarías a mi lado. Si tú hiciste todo eso por mí, ¿cómo crees que yo voy a abandonarte en un momento de oscuridad? Te esperé más de dos años sin saber de ti, y estaba dispuesta a esperarte toda la vida. De la forma que sea, el tiempo que me lleve, es mi turno de devolverte la luz, Gintoki.

- Eso sería un trabajo a tiempo completo, como no tienes idea, y tú ya eres una obsesiva del trabajo –Trató de bromear él, para lidiar con la emoción que se había agolpado en su pecho al oír esas palabras.

- Está bien, lo haría encantada –Dijo la cortesana, levantando el rostro para sonreírle un poco– Siempre que tú me aceptes. Dímelo honestamente, ¿me quieres a tu lado de esa forma?

El samurái resopló, y soltó un una extraña y breve risa, como si esa pregunta fuese demasiado obvia o tonta de hacer. En cuanto Tsukuyo frunció el ceño, la rodeó por completo también con su otro brazo, y agachó la cabeza para hablarle junto al oído, sin mirarla directamente.

- Nunca dejaste de estarlo, Tsukki. Yo también me pregunté por qué prefería ser atravesado por kunai y espadas, a ver siquiera un rasguño en ti, así como no dudaría en hacer polvo a quien te hiciera sufrir, a quien representara una amenaza para tu sonrisa, o te hiciera llorar. Por qué me costó tanto irme de aquí esa noche, o por qué elegí que fueras la última persona que vería antes de partir.

- Gintoki… –Susurró ella, sonrojándose intensamente

- No pude dejar de pensar en ti en los dos años que estuve lejos, no podía dejar de mirar o de tener en mis manos tu kiseru por las noches, con el peso en el corazón de querer volver aquí a verlo en tus labios, aunque fumaras ese humo tóxico. Nunca quise una vida feliz para mí mismo, hasta que me di cuenta que venía de visita tan seguido a Yoshiwara porque quería estar cerca tuyo. Pero no podía ser egoísta, ni condenarte a una vida en la que pronto te cansarías de mí, por ser un perezoso borracho que se escapa a veces cuando siente que se acercan demasiado a él. Lastimarte no era una opción para mí, así como tampoco podría considerar perderte, si las cosas no salían bien. Por eso pensé que dejar las cosas como estaban, sería la mejor opción para tenerte segura a mi lado. Ahora pienso que sólo fue la más cobarde.

Tsukuyo se derritió por dentro ante aquella completa y dulce sinceridad, al fin. Había intuido que él podía albergar algún sentimiento por ella, pero nunca se habría imaginado algo tanto más significativo como eso. Sonriendo feliz con ligereza en su corazón, deshizo el abrazo para tomarle la mano, y lo miró con los ojos brillantes y una luminosa sonrisa.

- Puedo ayudarte, quiero ayudarte esta vez yo a ti. Cuando tengas pesadillas por las noches, te abrazaré hasta que estés tranquilo y sepas que estás aquí, a salvo, que no eres el Gintoki de tus malos sueños. Cuando quieras olvidar, también estaré a tu lado, asegurándome de que te concentres en recordar todo lo bueno que hiciste y viviste desde que decidiste por ti mismo cambiar de vida. Cuando sientas que quieres perderlo todo porque no mereces nada, y que puedes despojarte de todo excepto de ti mismo, allí estaré yo, para ser otra alma desnuda a tu lado.

Gintoki dejó escapar un suave jadeo entre sus labios, también arrebatado por la madura y apasionada determinación de la cortesana a estar incondicionalmente a su lado en lo que serían sus peores momentos. ¿Cómo decirle que no a eso? En todo caso, nunca antes había estado tan motivado a enfrentar sus demonios interiores, si lo que le esperaba era una vida al lado de esa fuertísima mujer.

- Si así lo quieres, de acuerdo. Tú te lo buscaste, Tsukuyo, tendrás que lidiar conmigo aunque lleve tiempo y no sea nada fácil.

- No te preocupes, no tengo prisa.

Ya sin más miedos ni dudas en su corazón, la rubia estiró su cuello hacia él, de forma de hacerle entender que quería volver a besarlo. Esa vez, el samurái no lo dudó y fue él quién recortó la distancia para darle un largo y dulcísimo beso, mientras apretaba los dedos de sus manos entrelazadas. Sin intención de separarse pronto, se continuaron besando así, sin separar del todo sus labios entre uno y otro. Gintoki era el que de vez en cuando aumentaba la pasión del contacto, no sólo con la forma en la que recorría y probaba cada milímetro de la boca de Tsukuyo con más experiencia, sino también con cómo la apretujaba entre sus brazos, algo que estaba derritiendo por completo a la cortesana.

- Gin... –Gimió Tsukuyo, lidiando con el calor que comenzaba a propagarse por su cuerpo, pero no alcanzó a decir el nombre completo cuando él la besó con más pasión.

Tanto tiempo había anhelado que eso sucediera, tantas noches en la soledad de su habitación se había imaginado cómo sería, y sin embargo las imágenes y sensaciones de su mente palidecían ante lo que sentía en ese momento. Por sobre todo, la dicha y el alivio de saber que él sí quería estar con ella, que la deseaba tanto como ella a él, eso era lo que le decían la intensidad de esos besos que estaban compartiendo. Sólo era cuestión de esperar un poco más, de avanzar poco a poco y sortear todos los desafíos y dilemas que por tantos años habían retenido a Gintoki a aceptarse como un hombre merecedor de felicidad y amor, y ella pensaba dárselo todo.

Para cuando finalmente -y con reticencia- interrumpieron los besos, sus mejillas y frentes seguían en contacto, los dos con una serena sonrisa en el rostro, los ojos cerrados mientras disfrutaban estar así. La primera en volver al "mundo real" fue Tsukuyo.

- ¿Quieres dar una vuelta o quedarte un rato más aquí?

- Me encantaría, pero esta vez no puedo, de verdad te dije que tenía que irme. Kagura y la vieja Otose están muy pendientes de mí desde que terminó la última guerra, y les dije que volvía en un rato, por lo cual si vuelvo a la madrugada de seguro van a preocuparse.

- Sabes que existen los teléfonos, ¿verdad? –Se burló la rubia.

- Sí, pero desconfían tanto de mí y mis vicios por lo bien que me conocen, que no van a quedarse quietas.

- ¿Quién lo diría, el gran Gintoki Sakata rindiendo cuentas a una niña y una señora mayor?

- Tú no eres quién para hablar, Tsukki, también tienes a un niño y una señora a los que les avisas de cada movimiento tuyo.

Se midieron con burlón desafío, entrecerrando los ojos afilados, amatista y carmesí, y ya que no podían negar tales hechos, sólo se echaron a reír.

- De acuerdo, ve. Vuelve a casa hoy –Cerró sus dedos en la yukata blanca de él– Sé que la luna te seguirá trayendo por las noches.

- O los días. Te haces la pura, pero terminas dando las sugerencias más atrevidas, honey.

- Sal de mi vista ahora mismo, tonto –Lo empujó Tsukuyo, sonrojándose involuntariamente– No lo dije de esa forma.

- Lo sé –Sonrió Gintoki con diablura, encantado con que volvieran a sus dinámicas provocadoras de siempre.

El samurái le robó un casto beso, con un brillito juguetón bailando en sus ojos, y al despedirse, se inclinó para susurrarle al oído.

- Ah, y sólo para que lo tengas en cuenta, me gusta mucho cómo te queda el cabello corto, Tsukki.

Tsukuyo abrió mucho los ojos al oír eso. ¿Cómo sabía él...? ¿Acaso había estado cerca, y no se había enterado? Lo miró sorprendida y con muchas preguntas, pero él ya se estaba alejándola rápidamente, saludándola con la mano sin mirar atrás. Soltó un chasqueo, y se cruzó de brazos, mientras volvía a tomar su kiseru, mirándolo con afecto. La luna le había devuelto lo más preciado para ella, así que le tocaba retribuírselo, haría que su brillo llegara a iluminar todas las sombras del hombre que amaba, sólo quedaba mirar hacia adelante, caminando juntos.

Buenaas! Hace rato que tenía ganas de empezar este fic, que empezó duro pero se va poniendo lindo para darle mucho amor a la ship. Mi idea era justamente tratar el pasado traumático emocional de Gin para superarlo y poder vivir una vida plena, así que en lo que continúa de la historia pienso combinar tanto el desarrollo del romance, como el emocional de Gin para romper sus cadenas y poder recibir y dar mucho amor.

Espero que les haya gustado, y espero que no hayan llorado mucho jaja, la intención no es hacerlos sufrir, sino tratar de ser fiel a lo que analicé e interpreté del personaje de Gintoki (y de Tsukki), en dirección a darle un final feliz, pero primero hay que hacerse cargo del dolor emocional que cada uno trae, para poder amar en libertad y plenitud. Y se va a poner hot también jeje, amor del bueno, lindo y rico.

Gracias por leer y apoyar, de todo corazón! Puede ser que tarde un poquito más de lo usual en actualizar, porque además de mis ocupaciones, estoy haciendo al mismo tiempo la versión en español y en inglés. Sean pacientes, y muchas gracias por ello.

Hasta el próximo capítulo!