Aclaración: Ya mucho la perspectiva de Félix... ¿viene la de Brigette?


La ropa que solía usar Félix estaba bien para todas las estaciones, menos para el verano, dónde los colores oscuros y opacos capturaban por completo la radiación del sol, cocinándolo en sus propios jugos.

Especialmente aquel verano se presentaba como uno de los más calurosos en la región. Tanto que no era de extrañar que durante las vacaciones, los niños que vivían en el complejo habitacional salieran a la explanada a jugar con mangueras, globos y, en general, mucha agua.

Sus risas se podían escuchar pasado el medio día, siendo vigilados por sus familiares quienes aprovechaban para convivir con los demás vecinos. Salvo por él, claro.

Félix no era conocido por ser un vecino amistoso. Cordial era, pero lo que se dice simpático en definitiva, no. Y él estaba bien con eso. Así nadie solía molestarlo. Hablaba lo justo y necesario con las demás personas, y siempre con un aire resuelto y educado. No podía decir que le caía bien a nadie, pero al menos no lo tenían por un apestado.

—¡Félix! ¿Estás en casa?

Quizá si le agradaba a alguien.

La persona que aporreaba su puerta en ese momento, Bridgette Dupain-Cheng, se había vuelto una visita cada vez más constante conforme las semanas iban desfilando. Siempre con una historia qué contar, con un platillo para compartir o simplemente una compañía silenciosa. Rara vez ocurría esto último, pero lo agradecía en verdad.

Así que se preguntaba, ¿qué querría en esta ocasión?

Al abrir la puerta, la encontró con un conjunto ligero y una mochila sujeta al hombro. En la otra mano sostenía con gracia una sombrilla pequeña para cubrirse del sol, aunque no le golpeara directamente en ese momento.

—¿Vas a algún lado?

Bridgette hizo un mohín. No estaba de humor para recordarle que la gente debía saludar con un hola, sobretodo porque él diría lo mismo en respuesta.

—Querrás decir que vamos.

Félix no entendió.

—¿Qué esperas? ¡Ve por tus cosas! ¡Algo ligero y unas sandalias! Vamos a pasar la tarde en la playa.~

Debía estar bromeando.

¿Qué le hacía creer que estaba dispuesto a hacerle caso? Ni hablar. Cerró la puerta en su nariz y volvió a tirarse sobre el sillón, intentando ignorado los constantes golpes en su puerta.

La voz de Bridgette podía ser realmente escandalosa cuando se lo proponía. Y ella, en un ser demasiado insistente para su propio bien.

Le encantaba buscarle las cosquillas al gato, sin importarle aparentemente terminar con las manos llenas de marcas.

¿Por qué luchaba contra ella entonces? Esa detective no iba a rendirse. Lo comprobó una vez y por demorarse en responder en esa ocasión casi se ve obligado a reponer su puerta.

Cómo ansiaba le dieran la misión de dejarle un tiro entre ceja y ceja cuando se ponía así. Se consideraba una persona paciente pero todo tenía un límite.

Diez minutos le tomó escoger una muda de ropa, empacarlo en una mochila y cambiarse. Al abrir la puerta, Bridgette detuvo su puño en el aire para evitar golpear su pecho.

Sonriente, con la victoria impresa en su rostro, ofreció su brazo para liderar la marcha hacia la estación de trenes.

Félix rodó los ojos y aceptó el gesto.

Últimamente se habían vuelto así de cercanos.

En aquella vecindad, se sentía culpable por tener al fin una amiga.


Los tickets de tren marcaban las trece horas como hora de salida. Eran las doce y treinta, así que contaron con tiempo de sobra para comprar bocadillos en la estación. El viaje se proyectaba a una hora, de tal suerte que estarían en la playa cerca de las dos y quince, calculó el rubio.

Varios pasajeros arribaban la misma idea que ellos, observó a juzgar por los ropajes y calzados ligeros de cada uno.

El ambiente se respiraba amigable, algo que rara vez disfrutaba, acostumbrado al encierro y a la soledad.

—¡Toma!

Bridgette apareció con un par de granizados del mismo sabor limón en sus manos. La chica no demoró en degustar el suyo, quedando con el brazo extendido apenas unos segundos. Félix no era muy fan del limón y estaba bastante seguro de que había un sabor de coco anunciado en el letrero del local dónde la azabache fue a comprarlos.

Quizá se estaba vengando de algo, pero no le iba a dar el gusto de verlo irritado.

Bridgette se sentó a su lado en la banca que habían encontrado libre en ese momento, mientras esperaban la salida de su tren. Ambos disfrutaron en silencio la compañía del otro. A su alrededor había ruido, pero bastante más moderado y disperso que el eco que rebotaba entre los edificios donde vivían, así que ya no había dolor de cabeza, ni calor. El granizado ayudaba y los andenes eran bastante amplios y bien ventilados, por lo que no sufrían de un calor sofocante cómo en sus departamentos.

No iba a admitir que salir había sido una buena idea. Ni que estuviera loco.

El silbido de los sobrecargos anunció su salida y Félix se apresuró a terminar lo restante de su postre para cargar el equipaje. Que no era mucho, pero al menos quería tener ese gesto con la chica. Ella le agradeció con una sonrisa y siguió disfrutando su dulce, liderando la marcha.

Su suerte les hizo compartir cabina con una pareja mayor. Demasiado grandes para intentar ser amistosos siquiera con los más jóvenes. Ella retocaba su maquillaje con ayuda de un espejo de mano mientras él leía un periódico. Ambos no parecían ir directo a la playa a juzgar por sus vestimentas, pero estaba seguro de que Bridgette no estaba prestando atención solamente a eso.

Cuando adivinó hacia donde estaba enfocando la mirada la chica, Bridgette soltó un pesado suspiro.

El papel del periódico que daba a ellos presentaba un titular poco alentador para cualquiera de los dos.

"Asesino en serie suelto. La ineficiencia de la policía del distrito de Rolled se hace patente."

La vista entrenada de Félix pudo leer algunas líneas más del artículo, sin embargo, se distrajo al ver la expresión derrotada de Bridgette, quien terminó por pegar la cabeza contra el cristal de la ventana.

Él entendía a qué se debía, pero estaba batallando internamente en si era buena idea preguntar o mejor quedarse callado.

Sabía bien que cualquier cosa relacionada a su trabajo debía tratarse con extrema confidencialidad y discreción, pero tampoco deseaba mostrarse como un mal amigo al lado de Bridgette

Se mordió el labio por dentro. Tomando su decisión, exhaló lentamente el aire de sus pulmones.

—¿Todo bien?

—¿Cómo va a estar bien algo en este país?

Claramente, aquel hombre creyó de alguna forma que la pregunta iba dirigida a él. Su voz rasposa y grave, incluso, hizo dar un respingo a la chica de lo sorpresiva que fue.

—Y qué lo digas. Yo no me creo esa basura de que hayan dado con el asesino del candidato de Tassan —agregó la mujer, quien no se terminaba de maquillar.

—Fue un complot, sin lugar a dudas.

—Es culpa de André Bourgeois.

—Debe serlo, pero la policía lo protege.

Y siguieron hablando entre ellos. Al menos Bridgette ya no se mostraba tan decaída, de hecho, miraba entretenida como el par de ancianos discutían al respecto.

Y solo dos cosas hicieron callar a aquel singular para. Primero, un tramo irregular en las vías que hizo errar el maquillaje de la señora y luego un túnel que privó de luz la lectura del señor.

Cada uno maldijo a su manera su suerte, perdiendo el interés en lo que estaban haciendo. Poco despues, ambos se quedaron dormidos.

En ese punto, ambos compartieron una sonrisa divertida y un bostezo simultáneo, cosa que hizo reír por lo bajo al par.

—Tenemos como media hora para descansar.

Él asintió.

Ambos siguieron el ejemplo de la pareja hasta su parada.


—¡Este es un buen lugar!

Declaró la chica y dejó caer sus cosas sobre la arena.

El sol estaba no los golpeaba directamente, pues tenían la sombra de un peñasco cubriéndolos. Aún así, Félix clavó la sombrilla que había rentado en la arena, para mayor precaución, y luego tendió las sábanas donde irían a sentarse después.

Bridgette no tardó demasiado en deshacerse de sus sandalias e ir directo a las pequeñas olas de mar que acariciaban la playa.

No había mucha gente por aquel lado para la hora que era, cosa que agradeció internamente el rubio. Lo que menos deseaba en ese momento era ingentarse.

Dejó caer su peso sobre la tela y se extendió cuan largo era, disfrutando de la brisa salina y el sonido de las olas y las gaviotas.

También podía escuchar a Bridgette en la corta distancia, chapoteando en las olas evitando mojarse más allá de los muslos. Y entonces desechó la imagen de su mente.

No. No debería estar imaginándose esas cosas.

Tampoco tendría por qué estarlas viendo, pero era más fácil hacer lo primero que lo segundo.

Alzado levemente sobre sus codos, la vista de Bridgette jugando al pilla pilla con el mar se le hizo una estampa bonita. Su rostro reflejaba nada más que dicha, cómo si fuese una niña pequeña que descubría por primera vez el océano.

Hasta que una ola más grande que las anteriores la bañó por completo sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo. Eso lo hizo reír entre dientes.

La vio caminar hacia él con el cabello tapándole toda la cara y el resto de su ropa escurriendo sobre la arena y su cuerpo. Así más parecía un perrito bajo la lluvia.

Félix se compadeció de ella y le tendió una toalla seca, que agradecidamente aceptó la azabache.

—¿No vas a jugar? —Le preguntó.

—Pensé que solo íbamos a relajarnos.

—¡Exacto! ¡Hay que jugar para relajarse!

Él rodó los ojos. Sin embargo, Bridgette le dedicó una mirada maliciosa.

No escurría demasiada agua ahora, pero tampoco seguía secándose con la toalla.

Por mero reflejo, recogió una de sus piernas y el otro pie de plantó en el suelo arenoso.

—Lo pondré de esta forma, Félix. O te vas a mojar conmigo, o te mojo yo. Tú eliges.

No podía estar hablando en serio. Pero sabía que así era y solo le bastó dar un paso al frente para despejar cualquier duda. Sintió algunas gotas caer y escurrirse sobre su pierna extendía. Estaba fría, y seguramente el resto de Bridgette también.

Entonces hizo lo que cualquier caballero respetable haría: huir.

No le dió tiempo a reaccionar a la azabache, pues se encogió y salió disparado como una pulga lejos de la chica, que no se quedó atrás.

—¡Ey! ¡Vuelve aquí! —Le gritó.

Félix se jactaba de tener buena condición, pero no contaba que la azabache fuese igual de rápida y casi fuese capaz de alcanzarlo. Seguramente por su oficio, cómo detective debía cubrir un mínimo atlético.

Para esquivar a las personas que se apostaban sobre la arena seca, la persecución se condujo por la parte que era humedecida por las olas. El terreno poco firme y el chapoteo con las olas frenaban su carrera cada tantos pasos, al no ser capaces de apoyarse correctamente y de batallar contra su propio peso. Eso sin contar con los diminutos obstáculos que el mar obsequiaba por el camino.

Fue un indeseable trozo de coral partido el que sentenció su destino. Félix no vio el corte ni la posición de aquel trozo, o habría ganado la batalla de resistencia dejando cada vez más atrás a Bridgette. Primero fue una punzada aguda la que lo hizo saltar, después fue una roca enterrada en la arena la que pisó de tal modo que su caída la amortiguó una ola grande.

—¡Félix! —Gritó alertada Bridgette al verle tumbado boca arriba en la playa.

Pero estaba bien. Lo vio sentarse sobre la arena con un rostro lleno de fastidio. Uno que el mismo mar lavó, empujándolo con una ola igual de violenta que la anterior.

Bridgette no fue capaz de esconder su risa ante semejante maromo. Si algo así le estaba pasando a Félix, pensó, es porque se había reído de ella la primera vez y el karma existe.

El rubio se puso de pie, escurriendo y temblando de frío. Su cabello también le cubría el rostro, pero Bridgette sabía que deseaba clavarle puñales con la mirada.

—Ahora estamos a mano.~

Y ya que estaban, le tomó de la mano para sorpresa del joven, y lo condujo al interior del mar para nadar un rato.

No tenían la ropa apropiada para ello, pero a ninguno de los dos le importó al final.

Félix, cómo no lo hacía desde hace mucho tiempo, se divirtió como nunca.


El sol se preparaba para descansar y reponer energías, pues al día siguiente debía iluminar la ciudad con su potente luz y calor. O bueno, es lo que le gustaba pensar a Bridgette, según le contó una vez.

El cielo del crepúsculo se tiñó en bellos tonos anaranjados. El viento marino soplaba sus últimas ráfagas cálidas antes de pasar al frescor de la noche. Y Félix, habiendo terminado de guardar todas sus cosas, ya con ropa seca, se quedó contemplando la silueta de la azabache de pie frente al mar. Ella iba cargando sus sandalias mientras dejaba que las pequeñas olas bañaran por última vez sus pies y que sus cabellos sueltos fuesen mecidos por la brisa salada.

La estampa le transmitió paz, aunque por dentro empezaba a nacer una angustia poco usual. Se frotó el rostro, frustrado, y se obligó a apartar la mirada de ella. A alejar un tren del pensamiento que estaba estrictamente prohibido para él.

Hablando de tren...

Se puso de pie y caminó en dirección a la chica.

—Ya tenemos que irnos.

Ella se volteó lentamente. El sol se terminaba por ocultar en el horizonte. Los últimos rayos de sol reflejaron en Bridgette una melancolía que nunca había visto en la azabache.

Aquella chica tan jovial y llena de optimismo a veces también se permitía un momento para la tristeza.

¿O fue pena lo que vio?

Daba igual, no pudo preguntarle. Ambos estaban demasiado cansados para seguir parloteando siquiera, aunque él tuvo que hacer un esfuerzo extra para cargar el equipaje mojado. No es que fuese a quejarse siquiera. Había sido un día maravilloso y lo último que quería hacer era echarlo a perder por dudas meramente infundadas.

Llegaron a la estación de tren a tiempo. Era la última salida del día. Aún estaban en medio de las vacaciones de verano que la gente con trabajo normal disfrutaba, por lo que a su vuelta el vagón viajaba en relativa soledad.

En su cabina solo se sentaron ellos dos, aunque al inicio pensaron (graciosamente) que volverían a compartir con otra pareja de malhumorados venerables. No fue así al final, pero ya no hubo oportunidad de moverse de asiento para disfrutar cada uno de una cama improvisada y poco cómoda.

Bridgette no duró ni diez minutos despierta. Su cabeza golpeó el cristal de la ventana y Félix vio con cierto desagrado cómo un hilo de saliva escurría por su mejilla.

Claro que quiso ayudarla a estar en una posición más cómoda, o al despertar tendría aún horrible dolor de cuello. Los primeros dos intentos terminaron mal, en ambos casos volvía a golpearse la cabeza sin la mínima intención de despertarse. A lo mucho, llegó a gruñir entre sueños.

Cuando Félix se dispuso a intentarlo nuevamente, escuchó pasos que iban en su dirección. Demasiado espaciados entre pisadas, cómo si no quisiera llamar la atención. Y antes de llegar a su cabina, se detuvo.

Mantuvo la calma. Si alguien quería atracarlos pensando que iban a estar dormidos, bueno, un susto iba a llevarse cuando menos en tanto le dirigiera una pesada mirada. Y si aún intentaba hacer algo, pues mal día eligió aquel sujeto para salirse de su cama.

—...

La chica que apareció, sin embargo, heló la sangre de Félix.

Sus labios pronunciaron en silencio una única y alargada sílaba.

"Bee."

En silencio, como una sombra, ingresó a la cabina y tomó asiento delante de la pareja. Vestía como civil y un adorable bronceado teñía la piel de su rostro.

¿Había ido a la playa?

Con un gesto le preguntó qué hacía ahí.

Ella tan solo llevó la mano hacia su bolso y sacó un revolver, el cuál apuntó primero hacia Félix y luego hacia Bridgette.

Él, guardando la calma lo mejor que pudo, negó con la cabeza un par de veces, sin despegar la mirada de su compañera

Queen Bee miró de soslayo hacia el exterior de la cabina, cómo asegurándose de que nadie se acercara a ellos.

Pequeño instante en que se preguntó qué estaba haciendo ella ahí. ¿Vigilarlo? ¿Para qué?

¿Coincidencia? Muy poco probable. Aquella rubia no era de las que se tomaban descansos, hasta donde él sabía.

El corazón le palpitaba con fuerza. Odiaba no tener el dominio de la situación como era el caso, pero si no pensaba las cosas en frío podría empeorar algo que de por sí ya se veía mal.

Para empezar, si Bee hubiera querido liquidarlos a ambos ya lo habría hecho. Era una asesina como él a final de cuentas, y una muchísimo más fría además.

O eso buscaba aparentar.

Recreando mejor sus facciones, había algo similar a pintura para piel manchando su mejilla derecha. Sus manos estaban igual de bronceadas así como las piernas debajo del shorts que bestia. Quizá sus brazos también, pero la camisa de algodón manga larga le impedía cerciorarse.

Aún así, a todas luces, se terminó por convencer de la idea que Queen Bee habia salido a despejarse también. Todos estaban en el mismo vagón por mera y milagrosa coincidencia.

Y cuando Queen Bee sintió que Félix la había descubierto, se permitió sonreír.

Era una sonrisa divertida y sincera, pero viniendo de ella, el rubio no pudo sino sentir un ligero escalofrío.

Se apuntó a sí misma con el revolver y luego a él. Necesitaba decirle algo, y él asintió.

Pero no ahora.

La rubia guardó el revolver de vuelta a su bolso y extendió delante del muchacho los dedos de ambas manos. Él entendió. Y así como llegó, Bee abandonó la cabina en el más absoluto silencio.

Félix se permitió suspirar de alivio cuando ya no sintió más su presencia. El cuerpo le exigía descanso, pero su se resistió a dejar de permanecer alerta, sobretodo por Bridgette.

En la oscuridad que el mismo túnel que atravesaron de ida embargó el vagón, Félix rumió la idea de Bridgette descubriendo la interrupción de Queen Bee en la cabina. Quiso desecharla al instante, pensando que Bee se habría dado cuenta de ello al instante y ahí habría quedado la detective. Sí, así debía ocurrir.

La azabache seguía respirando con la misma calma y al mismo ritmo con el que se quedó dormida. Y esa misma paz llegó a extenderse hacia el rubio.

Lo iba a necesitar, si es que debía encontrarse de nuevo con la recadera de la organización.

Atravesaron el túnel y las vías irregulares. Los saltos involuntarios que dieron los hicieron coincidir de una forma bastante adorable, aunque los dos estaban tan dormidos que no se dieron cuenta.

Bridgette terminó por apostar su cabeza contra el hombro del mayor y Félix apoyó su mejilla sobre la cabeza de la menor. Así permanecieron hasta el final del viaje.


Félix primero acompañó a Bridgette a su departamento junto al equipaje. Tras la insistencia de ella, se comprometió a lavar todo como compensación por dejarse molestar todo el día. Y como la vio bastante cansada, tanto que difícilmente creía que pudiera sostenerse por sus propios pies, no objetó nada.

Se dieron las buenas noches y volvió a su apartamento. Por su parte, aún tenía que arreglar una última cosa antes de pensar siquiera en irse a dormir.

Una vez llegó a su cocina, vio el reloj y luego puso agua en la tetera.

Faltaba menos de una hora para las diez y planeaba retenerla el tiempo suficiente como para sacarse algunas dudas de la cabeza.

No era lo habitual, claro. Ellos dos apenas interactuaban y era exclusivamente por temas de trabajo a fin de mantener la confidencialidad y seguridad de ambos. Sin embargo, en esa ocasión, pensó que los dos habían roto suficientes reglas y una más no haría ningún otro cambio.

Abrió un paquete de galletas de coco y se dispuso a esperar.

Ni bien el reloj terminó de marcar las diez en punto, alguien llamó a su puerta. Félix no demoró en abrirle y Queen Bee ingresó en el departamento, vestida de tal forma que solo el bronceado era notable en su rostro.

Una taza estaba servida y humeante en la mesa, del mismo lado donde Bridgette solía sentarse cuando esta lo visitaba. Lo había hecho por mera costumbre, supuso. También dejó sobre un pequeño plato algunas galletas para su gusto.

Él, por su parte, había bebido y comido ya bastante.

Bee se sentó sin mucha ceremonia y Félix tomó lugar donde siempre, enfrente de ella.

—Tienes un sentido del humor bastante particular, ¿lo sabías? —Dijo él, clavándole la mirada.

Sería difícil de olvidar la sonrisa que le había dedicado horas antes, después de "jugar" a la asesina con ellos dos estando tan vulnerables.

Para su sorpresa, Bee escondió una mueca de satisfacción tras la taza al dar un sorbo. Esconder sus emociones le salía casi tan natural como respirar, pensó el rubio ligeramente aliviado. Al menos así comprobaba que Bee era una persona real y no alguna clase de autómata.

Observó mejor sus facciones y no encontró rastro de la tinta amarilla de hace bastante rato. Por supuesto que lo había lavado, tan solo le pareció curioso.

—¿Qué hacías en la playa, Bee? ¿Autorizaron vacaciones en la organización y no me enteré?

—No. No han dado vacaciones, pero tampoco han hecho más encargos. Para nadie.

Queen Bee y él no eran los únicos asesinos, claro estaba, pero tampoco tenía el placer de conocer al resto del personal. Ni siquiera al jefe que los empleaba.

—¿Entonces simplemente saliste a divertirte?

Ella desvío la mirada hacia las galletas. Tomó una y sin más la devoró.

Estaba desviando la pregunta con su silencio.

—Espero al menos que el bronceado desaparezca antes de que tengas que volver a hacer entregas.

—Lo mismo espero yo —le respondió con un cinismo que no le conocía.

—Bueno, ¿de qué querías hablar entonces?

—Tu relación con la detective.

Claro que había sido lo más evidente en cuanto los vio. De hecho, pudo considerarse cómo algo escandaloso incluso.

La mirada de Bee se hizo pesada en su dirección.

—Sabes que esto sobrepasa los límites, Argos.

Mejor que nadie, claro que lo sabía.

—Espero tengas una buena razón.

Honestamente, no la tenía.

Simplemente surgió de forma natural. Una relación que no había buscado en lo absoluto, pero que podía resultar en algo conveniente si sabía barajar sus cartas.

O bueno, esa era la excusa que podía utilizar en ese momento.

—La espada.

Bee arqueó una ceja.

—Si ella tiene la Espada Venom, esta es la mejor forma para acercarme a ella.

—¿En serio? A mí no me lo parece.

Ella no era tonta, en lo absoluto.

De inmediato se le ocurrió la idea de que los había visto antes de subir al tren por la tarde. Si no, ¿cómo los había encontrado en la cabina? Habría planeado la travesura con anterioridad. Y si era el caso, ¿qué tanto había visto de ellos dos conviviendo?

Claramente, ella no sé lo iba a decir, por lo tanto solo tenía sus conjeturas cómo único apoyo para saber qué decir.

—Deberías tener más cuidado, Argos. Esta vez fui yo, ¿pero qué crees que hubiera pasado si alguien más en la organización te veía? Ya no solo con la detective, sino exponiéndote de forma descarada ante el público. Alguien podría reconocerte.

Félix se mostró indignado. ¿Acaso la calidad de sus trabajos daba pie a tal conjetura?

—No conoces el rostro de los demás, pero ellos conocen el tuyo. Saben quién eres y por eso decidieron que debías trabajar para ellos.

Terminó su té y dejó la taza vacía sobre la mesa. Luego se puso de pie y caminó hacia la salida.

Félix no se movió un ápice. Se sentía como un niño regañado en ese momento, y lo aborrecía.

Pero tenía razón. Había sido imprudente y eso podía costarle más que solo su trabajo.

—Les diré tu ridícula excusa a los superiores. Al menos se enterarán de mi parte que estás fraternizando con el enemigo y no te costará el pellejo.

Félix gruñó desde su asiento, en aceptación. Al final, no había podido engañarla.

La escuchó abrir la puerta, pero no cerrarla. Desde su posición estaba de espaldas a ella, así que no pudo ver por ningún modo que se había detenido para dedicarle una mirada llena de preocupación, pese a que su voz no coincidía con aquel estado de ánimo.

—Por favor, Argos, cuídate.

Finalmente, Félix se quedó solo.

Nada más salir del edificio, Queen Bee se detuvo en seco y giró el rostro ligeramente hacia atrás.

Por un instante sintió que alguien tenía rato mirándola.


Notas finales: Las cosas... van a salir mal. Bastante mal.