N/A: Actualización antes de lo previsto. :) Espero que les mejore el comienzo de semana. Respondiendo a uno de los comentarios, para aquellos que no me siguen en Twitter: No tomará tres décadas para que Ella y Constance estén juntas románticamente. En el otro fic, Maura sí se entera de la naturaleza de la relación, pero no significa que haya tomado esa cantidad de años. Hmm, es un poco complicado de explicar... Espero que cuando la historia se desenvuelva, tenga un poco más de sentido. Solo diré que en el Acto 2 las cosas cambian ;)


-Noah, busca a tu hermana -pidió Ella, mirando el reloj otra vez.

-Déjame ver si entiendo.

Ella se quejó al escuchar a su hermana decir lo mismo por segunda vez.

-Constance Isles. LA Constance Isles te pidió que fueras con ella al acuario un sábado, y especificó que no irías como su asistente…

-¿Cuánto falta para que arreglen tu apartamento?

-Pfff. Sabes que te encanta tenerme aquí, y a los niños también. No intentes cambiar el tema.

Ella terminó de tomar el poco café que le quedaba en su taza.

-No estoy evitando nada. Eso es lo que pasó, ya te lo he dicho tres veces. No sé qué más quieres que te diga.

-¿No te lo has preguntado? Si no te quiere como asistente, ¿qué más podría ser?

-No lo sé. Tal vez otra madre, mujer, amiga, quién sabe. -Hizo una mueca, ya que no creía que Constance la viera a ella o a alguna otra asistente como amiga. Ni siquiera Rafael, que era lo más cercano que tenía a un amigo en Ciao-. No quiero pensar en eso.

-Claro que no. Porque si lo hicieras, te darías cuenta de que no tiene sentido alguno. Durante el día actúas como si estuvieras caminando sobre minas alrededor de tu jefa, y por la noche llegas diciéndome que tienes una cita en el acuario.

-¡No es una cita! -objetó rápidamente-. ¿Por qué tiene que ser algo más? Solo lo hace por Maura.

-Aja.

-¡Izzy, Noah!

Los dos niños llegaron corriendo, claramente emocionados; apenas habían podido dormir después de decirles que irían al acuario.

Ella se detuvo frente al espejo de cuerpo completo y se abrochó un botón más de la blusa, luego se arremangó las mangas y recogió varios mechones de cabello, colocándolos detrás de la oreja. Había decidido llevar el cabello recogido en una coleta alta y pensó que sería buena idea llevar una bufanda. Trabajar en Ciao era difícil, pero lo más desafiante era ser la asistente de la mujer que tenía tanta influencia en el mundo de la moda. Constance siempre lucía impecable.

-Desabrochate de nuevo el botón -reprendió su hermana y Ella puso los ojos en blanco.

-Está más fresco hoy.

-Tampoco tienes que asfixiarte.

Ella volvió a desabrochar el botón.

-¿Feliz?

-Creo que Constance lo estará.

-Para ya con eso -se quejó, y se calmó al ver que los niños aparecieron al mismo tiempo que sonaba el teléfono.

-Ya llegan en tres minutos. Noah, ¿dónde dejaste el suéter? Anda a buscarlo. -Lo último que necesitaba era que su hijo se resfriara, porque si eso sucedía, significaba que Izzy también se enfermaría, y eso la dejaría a ella en un aprieto. Y Constance no estaría feliz con una asistente portadora de virus.

El auto era diferente. Si no fuera porque Constance salió del BMW estacionado frente al edificio, Ella se habría quedado esperando y mirando a su alrededor como una tonta. La mirada de Constance la recorrió de arriba abajo, como solía hacer, y Ella se tensó, esperando alguna señal de disgusto, pero no hubo nada. Era todo un talento, realmente, cómo la morena podía mantener una expresión tan neutral.

Lo sabía. Realmente esperaba que Constance no pensara que iba a comprar ropa de diseñadores para cada día, viviendo en Nueva York y con un salario de asistente.

La mirada de la mujer se detuvo en su pecho, y Ella maldijo a su hermana en silencio.

-Hola.

Los ojos de Constance ascendieron a los suyos al escucharla, y la comisura de sus labios se curvó en una leve sonrisa , tal vez no maldeciría a su hermana. Los jeans negros eran versátiles y cómodos para una salida al acuario. Constance Isles lucía como... bueno, como Constance Isles, aunque Ella notó que se veía mucho más cómoda con los pantalones de traje de color rojo vino y el blazer a juego sobre una camisa negra. No se atrevió a hacer comentarios sobre los tacones y todo el caminar que tendrían que hacer ese día.

-Buenos días. Aldo instaló asientos para los niños. ¿Aún los usan, verdad?

-Sí…

Aldo le sonrió a la joven asistente a la vez que abría la puerta de la van para que los niños pudieran subir.

-¿Aquí o atrás, muchachos? -Preguntó el chófer.

-¡Atrás! -Exclamaron los mellizos a la vez.

-¿Hacen eso mucho? -Preguntó el hombre.

-No tienes idea -dijo Ella y sonrió de oreja a oreja al ver a la niña de rizos rubios despertarse por el alboroto y abrir los ojos con sorpresa al verla.

-¡Ella!

-Hola, cariño. ¿Dormiste bien? -preguntó, sentándose a su lado, mirando a los mellizos hablar entre ellos en el asiento trasero. Constance se había tomado la molestia de buscar un auto con suficientes asientos para todos. La mujer no dejaba de sorprenderla. Debería estar acostumbrada a su eficacia después de meses trabajando para ella, pero de alguna forma seguía sorprendiéndola.

-Durmió tarde anoche -dijo Constance en voz baja desde su asiento.

-Ah. ¿Lo pasaste bien con tu abuela? -Se dirigió a la niña que asintió ferozmente.

-Nuestra abuela murió -dijo Izzy, y todos los adultos en el auto se pusieron tensos.

-Izzy…

-Eso lo que dijo tía.

-¿Murió? -Preguntó Maura. Ella miró a Constance, quien se volteó hacia atrás para mirar a ambas.

Izzy y Noah habían hecho muchas preguntas: "¿Cuándo regresarán? ¿Por qué morimos?" Elena y ella habían respondido honestamente a todas sus preguntas, aunque les costó mucho hacerles entender la permanencia de la muerte. Ella no tenía idea de las creencias de Constance o cómo desearía explicar algo tan importante a su hija, así que permaneció en silencio.

-La abuela de Izzy y Noah murió, Maura -dijo Constance en voz baja y Ella pudo notar que, al igual que ella, estaba buscando la mejor forma de explicárselo-. Cuando las personas mueren, sus cuerpos dejan de funcionar y ya no pueden comer ni jugar, y ya no podemos verlos más.

Constance se mordió el labio inferior porque se estaba explicando muy mal, y por la expresión de su hija, dedujo que solo había causado más confusión.

-¿Y cuándo pueden funcionar de nuevo?

Los ojos de la morena se encontraron con la mujer y Ella asintió suavemente.

-Ya no pueden funcionar más.

-Tía me dijo que era como su babú.

-Bambú, Noah -corrigió Ella con una sonrisa-. Un bambú es una planta, Maura. Una vez que la planta muere, ya no puede alimentarse de agua ni volver a florecer. Se seca permanentemente.

-Oh… ¿los güinos se secan?

Ella miró de reojo el respaldo del asiento delantero cuando escuchó la risa que la mujer intentó acallar.

-Todos los seres vivos mueren, pero los pingüinos viven por muchos, muchos años.

-¡Genial!

Ella suspiró aliviada al ver que la niña se distrajo y los mellizos también olvidaron del tema y comenzaron a balbucear sobre los animales que verían en el acuario. Sabía que no sería la última vez que hablarían del tema. Aunque los mellizos no habían sido muy cercanos a sus abuelos, Omar siempre les escribía, enviaba regalos y, de vez en cuando, los visitaba en días festivos. A pesar de la relación tensa que Ella había tenido con sus padres, ambos siempre aparecían para los cumpleaños de sus nietos.


Constance no había previsto lo enloquecedor y agotador que sería salir a un lugar como un acuario con tres niños pequeños. En cambio, para Ella parecía un paseo por el parque.

-¿Cómo lo haces? -Preguntó Constance en voz baja. Las dos estaban sentadas en una banca al otro lado de un gran tanque que abarcaba la pared enfrente de ellas. Desde allí observaban a sus hijos, quienes estaban pegados al cristal y no dejaban de señalar los peces, moviéndose de un lado a otro para seguir a los más grandes.

-¿Hmm?

-Tienen tanta energía.

-Supongo que es cuestión de costumbre. Los llevo mucho al zoológico y al museo. Les encantan los animales. Noah está obsesionado con los dinosaurios y este mes ya lo hemos llevado al museo de historia natural tres veces.

-¿En qué tiempo? -Constance apartó la mirada-. Sé que tu trabajo es muy exigente. Yo soy muy exigente.

-Mi hermana me ayuda mucho -dijo, apoyando la espalda en la pared y cruzando los brazos.

Constance lucía adorablemente ridícula con una gorra negra y unas gafas con focas en los marcos, para que no la reconocieran. Ella había dudado de que alguien la reconociera, pero no pasaron más de cinco minutos cuando una madre la identificó, así que la primera parada que hicieron fue en la tienda de recuerdos, donde Constance compró su "disfraz". A veces Ella se olvidaba de lo famosa que era Constance.

-Ha de ser agradable… tener ese tipo de apoyo.

-Constance…

-Me agrada que Maura se lleve tan bien con tus hijos -admitió y, de repente, cambió de tema-. No tengo mucho tiempo, al menos me gustaría tener más para poder estar con mi hija. Qué digo... eres mi asistente; sabes perfectamente lo que hago cada minuto.

-Lo he intentado: organizar tu itinerario de una mejor manera para que puedas volver a casa más temprano.

-Lo he notado -dijo en voz baja sin dejar de mirar a los niños.

Ella tragó en seco y cruzó los dedos sobre su regazo. Claro que Constance lo notaría; nunca había conocido a alguien tan detallista, suponía que eso era lo que la hacía la mejor en su trabajo.

-¿Estás bien? -preguntó Constance.

La pregunta la tomó por sorpresa y no hizo más que mirarla boquiabierta.

-No es atractivo cuando te quedas como pez fuera del agua, Eliana.

Ella soltó una carcajada. ¿Eso era lo diferente? ¿Acaso Constance sería así cuando no la trataba de asistente? Esto era algo diferente y lo tenía muy claro porque la ha visto repetidamente interactuando con todo tipo de personas, incluyendo supuestos 'amigos'. Se atrevería a decir que su jefa, no -solo Constance- en ese momento, tenía un sentido del humor bastante peculiar. Y, para ser honesta, de todas formas, era difícil tomar en serio cualquier cosa que dijera mientras la miraba con esas gafas coloridas con focas. Era ridículo. Todo aquel día era una locura y le encantaba.

-Es difícil no hacerlo cuando no dejas de sorprenderme.

-¿Oh?

-¿No te has dado cuenta de que es la primera vez que hemos tenido una conversación?

-Tenemos conversaciones todos los días.

-Oh, no. -Ella negó con la cabeza y sonrió al ver que Izzy y Noah sostenían a Maura de la mano, caminando a la esquina del tanque para seguir a una tortuga-. Recibir órdenes no es una conversación, Constance. Lo que estamos haciendo ahora sí lo es.

-Te dije que hoy no tendrías que ser mi asistente -dijo con simplicidad, como si sus palabras tuvieran sentido.

-Aún no entiendo muy bien qué significa eso -admitió Ella en voz baja y miró a la morena cuando escuchó un suave gruñido. Tampoco sabía cómo dejar de ser su asistente; ya era algo natural.

-¿Necesitas entender todo?

-Cuando trabajo para ti, sí.

Para sorpresa de Ella, Constance rio mostrando sus dientes blancos.

-Relájate, Eliana.

De todas las cosas aparentemente imposibles que Constance le ha pedido, esa podría ser la más difícil de todas.

Los niños corrieron hacia ellas, insistiendo en seguir caminando para llegar a ver los pingüinos. Ambas mujeres se pusieron de pie y siguieron al enérgico grupo de niños. Constance se sintió feliz al ver lo emocionada que Maura estaba por ver su animal favorito. Se conmovió al ver a su hija tan feliz que no se dio cuenta de sus lágrimas hasta que una corrió por su mejilla. Constance se apartó las gafas y las secó disimuladamente. Por suerte, Eliana estaba frente a ella, agachada a la altura de los niños mientras señalaba varios pingüinos y leía las descripciones y los nombres de cada uno.

La rubia se incorporó y se giró para mirar a Constance. La morena entrecerró los ojos, mirando cómo Eliana no dejaba de sonreír mientras buscaba algo en su bolso.

-Tengo una sorpresa.

Constance arqueó una ceja y aceptó el papel que se le entregó.

Era un boleto. Era evidente que no era oficial, ya que estaba personalizado para Maura y ella. ¿Acaso Eliana se había tomado la molestia de crear ese boleto personalizado para ellas?

-¿Encuentro animal? -Leyó y alzó la mirada.

-Quería mostrártelo primero, antes de explicarle a Maura lo que significa -explicó en voz baja, acercándose para que los niños no escucharan. Si aceptas solo tienes que firmar este formulario de exención de responsabilidad -añadió y le entregó una carpeta-. Ya lo llené con la información de ambas, solo falta la firma.

-Esto…

-Solo pueden entrar cuatro personas a la vez. ¿Si aceptas podrías llevar a Izzy y Noah?

Constance no encontraba las palabras.

-Alguien me dijo que esa expresión no es atractiva -dijo Ella con tono burlón y aclaró rápidamente su garganta cuando vio que la expresión de Constance cambió repentinamente y la miró seriamente.

-¿No sería mejor que entraras tú?

Ella se tensó ¿Acaso había detectado un tono de inseguridad en Constance Isles?

-No. Es un buen recuerdo y Maura debería tener ese momento contigo.

-¿Y Izzy y Noah?

-Estoy segura de que ellos también lo disfrutarán contigo. Les caes bien -admitió, y Constance abrió los ojos, sorprendida-. Además, yo los estaré mirando desde aquí. Será un momento especial para mí también.

Constance asintió lentamente, mirando el papel en su mano.

Quimérico. Esa era la única palabra que venía a la mente de Ella al presenciar ese momento. Nadie le creería. Estaba segura de que si mencionara algo de esto en el trabajo, lo cual no haría ni en sueños por temor a ser asesinada por las propias manos de Constance Isles, absolutamente nadie creería una sola palabra. La temible, fría y "calculadora" Constance Isles estaba riendo con Maura en su regazo y los mellizos a su lado, siguiendo las indicaciones del experto del acuario para tocar al animal. Constance se había puesto las gafas sobre la cabeza y sus ojos verdes brillaron de emoción cuando acarició brevemente al pingüino. En ese momento, Eliana no vio a su jefa, a la mujer imponente, sino a la madre de veintinueve años. Tan joven y con tanta responsabilidad sobre sus hombros que Ella se preguntó cuándo fue la última vez que Constance se sintió tan relajada como se veía en ese instante.

Los mellizos llamaron su atención agitando los brazos y señalando al animal. Las sonrisas en sus labios fueron contagiosas, y Ella sonrió feliz. Su corazón dio un vuelco cuando Constance le dirigió una sonrisa de oreja a oreja por primera vez.


-En serio está bien -aseguró Ella que cargaba a Maura, sosteniéndola con un brazo.

-Ya es muy pesada.

-Por algo tengo estos brazos -comentó sin pensar y miró a sus hijos.

La mirada de Constance automáticamente se dirigió a los bíceps de la rubia, y miró a otro lado al darse cuenta de lo obvia que había sido.

-Aldo debe llegar en cualquier momento. No es propio de él llegar tarde.

-Con el tráfico de esta ciudad solo me sorprende que se las arregle para ser puntual casi siempre.

Constance frunció los labios y su expresión cambió por completo cuando Izzy abrazó su pierna.

-Izzy…

-Está cansada -razonó Constance. Cuando Izzy soltó su mano y se abrazó a su pierna con ambos brazos, Constance acarició delicadamente el cabello rubio de la niña.

-Es hermosa su familia -comentó una anciana y el muchacho que la acompañaba sonrió apenado.

Ella se sintió como si el suelo hubiera desaparecido debajo de sus pies. Y por un instante deseó que así fuera, pero para su sorpresa, Constance se volteó hacia la anciana y con una sonrisa carismática le dio las gracias. En ese instante, Ella dirigió su mirada hacia la morena y sus hijos. Izzy estaba abrazada a la pierna de Constance, quien continuaba acariciando con ternura su cabello. La otra mano de su hija sostenía la de Noah, mientras él se aferraba a la pierna de ella. Por último, Maura descansaba plácidamente en sus brazos.

Ahora lo veía claramente. Tal vez Constance lo había hecho también.

-Lo siento.

Constance giró la cabeza hacia ella al escuchar el susurro y chasqueó la lengua con desaprobación.

-Te disculpas demasiado por cosas innecesarias e insignificantes, Eliana.

Ella consideró aquellas palabras y se dio cuenta de que nunca había escuchado a Constance Isles disculparse. La rubia se mordió la lengua al darse cuenta de que estuvo a punto de disculparse otra vez, así que se conformó con un simple asentir. Pese a su nerviosismo e inseguridad sobre aquel día, terminó siendo uno de los mejores que había tenido en mucho tiempo. No había podido dejar la mentalidad de asistente de lado y, siendo honesta, era difícil relajarse en la compañía de alguien como Constance. Pero con cada hora fue más manejable, se fue relajando poco a poco -o lo más que pudo. Quién lo diría: Constance Isles era una compañía agradable cuando no la estaba menospreciando por sus ineptitudes como asistente.


Cuando Ella se bajó del auto se dio cuenta de que su hermana se acercaba a ellos con una sonrisa que reconoció al instante.

-Buenas tardes, ¿Constance Isles? -saludó Elena cuando la morena se bajó del auto. Ella se sorprendió de que Constance se bajara y que su hermana saliera para saludarla, aunque apostaría todo a que solo lo había hecho para, por fin, conocer a Constance en persona.

-Sí. -Constance aceptó el saludo de mano, sorprendiéndose por la firmeza, aunque su expresión no mostró ninguna señal, al menos no alguna que Elena reconocería. No como lo hizo Ella.

-Soy Elena, hermana de Ella.

-He escuchado cosas muy buenas de ti, Elena -comentó Constance, observando el uniforme de médico-. Aunque no sabía que fueran gemelas -dijo, aunque el cabello de Elena era de un castaño oscuro.

Las dos mujeres escucharon a Ella refunfuñar desde el asiento trasero mientras intentaba despertar a sus hijos.

-¡Qué va! Soy su hermana mayor, solo nos parecemos mucho. De niñas nos confundían constantemente.

-Lleva a Noah -pidió Ella, entregándole el niño adormilado, sin dejarle otra opción a la mujer que abrir los brazos y recibirlo.

-Lo subo, pero tengo que ir corriendo al hospital.

-Perdona la demora, había mucho tráfico.

Constance observó la interacción en silencio hasta que Elena se dio media vuelta y se dirigió a la entrada del edificio.

-Nos vemos pronto, Maura -sonrió cuando la niña abrió perezosamente los ojos.

Constance apretó los labios al ver cómo Eliana besaba la mejilla de Maura. Era curioso cómo actuaba alrededor de ella -como si estuviera caminando sobre hielo-, pero con su hija era totalmente diferente. Sabía que la causante de aquello era ella misma, pero lo que más la sorprendía era que lo permitía. No era un secreto en la oficina que nadie, absolutamente nadie, trataba a Maura de esa forma tan confiada como Eliana lo hace.

-Gracias por hoy, Constance -agradeció en voz baja, sosteniendo a Izzy dormida en sus brazos.

Constance asintió levemente como respuesta antes de entrar en el auto.

-Buenas noches, Aldo.

El chófer miró a su jefa, inseguro, y luego a la rubia antes de responder.

-Buenas noches, Ella.

Constance mantuvo la mirada fija al frente porque estaba segura de que, de mirar hacia su asistente, se la encontraría sonriendo como una idiota, como si sonreír fuera lo más fácil del mundo.