Si bien la primera semana después de oficializar su relación de pareja se encontraron algunos días para pasar el rato, la siguiente hizo saborear a Tsukuyo nuevamente la amarga sensación de extrañarlo. Gintoki le avisó que iba a estar muy ocupado entre encargos de los Yorozuya, enseñar esgrima a Seita, y ayudar con un caso a Hijikata y los pocos oficiales del ex-Shinsengumi que todavía trabajaban juntos. La cortesana pensaba que al menos podrían hacerse un hueco algún mediodía o noche, pero ni siquiera algo así sucedió ni él se comunicó, era como si el samurái había desaparecido de la faz de la tierra, trayéndole más de una preocupación y malos recuerdos.

Lo cierto era que ninguno de los dos usaba un teléfono celular, Gintoki le había dicho que había acabado por odiarlos en el poco tiempo que utilizó uno, por lo cual la comunicación entre ellos podía ser sólo a través de algún mensajero o enviar cartas si no se veían en persona, y ella no se sentía cómoda utilizando ninguna para algo tan banal como hacerle saber que lo extrañaba y que esperaba que se vieran pronto, simplemente ella no era ese tipo de mujer. Al menos a Tsukuyo le bastaba saber que estaba bien por lo que Seita le contaba, pero el chico reconocía que ni bien terminaban la clase veía que al peliplateado apresurado por irse.

Ella también podía acercarse a Kabuki-cho para hacerle una corta visita o para compartir al menos una comida, no quería que sólo fuera él quien se movilizara para ir a verla, pero también pensaba que no quería ser molesta, prefería preguntarle antes si era algo que estaba bien para él, o en qué horarios estaba un poco más disponible. Afortunadamente, con el comienzo de la tercera semana, Gintoki apareció nuevamente por Yoshiwara a media mañana. Como ella estaba trabajando en sus rondas de vigilancia, el samurái tuvo que buscarla por todo el barrio, hasta que finalmente la encontró, sorprendiéndola en una esquina.

- ¡Gintoki!

- Tanto tiempo, Tsukki. ¿Cómo estás?

- Bien, ¿y tú? ¿Sigues a tope de trabajo?

- Ya no, ayer necesité un buen descanso, así que hoy estoy como nuevo, aunque tengo un último recado en una hora. ¿Tú estás ocupada como siempre?

- Más o menos, puedo acomodarme –Dijo, para darle a entender que tenía toda la predisposición a hacerse tiempo para estar juntos.

- Excelente. Quiero llevarte a cenar a un lugar especial, ¿cómo estás de tiempo esta noche o la de mañana? Es en un barrio cercano a Kabuki-cho.

- Hoy puedo.

- ¿Paso a buscarte?

- No hace falta, si es más cerca de tu barrio no tiene sentido que vengas hasta aquí, yo me arreglo.

- Bien. Entonces te dejo la dirección –Le entregó un papelito escrito por él– Ya verás, te va a gustar mucho, así que prepárate.

Por la expresión tan orgullosa y entusiasmada de Gintoki, la rubia intuyó de qué tipo de lugar podía tratarse, conociéndolo.

- ¿Vamos a comer yakiniku?

Tsukuyo se arrepintió de inmediato de develar su intuición, dado el cambio en el rostro del samurái como si le hubieran arruinado una fiesta sorpresa que se había esforzado en organizar. Presionó los labios en una tensa sonrisa, a la par de la de él.

- Vaya, ¿soy tan predecible? –Murmuró Gintoki, un tanto avergonzado.

- No... –Lo abrazó por la espalda, sonriéndole con dulzura– Más bien diría que eres un hombre que cumple siempre su palabra y se esfuerza por contentar los caprichos de su novia, ¿verdad? Porque sólo lo dije una vez, en parte en broma porque sabía que era costoso, y no te olvidaste de eso.

- Bueno, a mí también me gusta mucho la carne, es un lujo que cada tanto puedo darme –Replicó sonrojado, rascándose la cabeza.

- Gintoki.

- ¿Qué?

- Te extrañé –Apoyó su mejilla contra el pecho de él y lo abrazó más fuerte, suspirando contenta de volver a tenerlo cerca. Aprovechó estar así para ocultar su intenso sonrojo, no sabía cómo lo había logrado decir sin tartamudear.

El samurái entreabrió sus labios en un apenas ahogado jadeo de sorpresa. Por más que quisiera ocultar su emoción, su traicionero corazón aceleró sus latidos de forma perceptible, estaba seguro que ella podía sentirlo, con la oreja pegada contra él. No muchas veces le habían dicho de forma sentida que lo habían extrañado, ni siquiera Tsukuyo, por lo cual fue doblemente especial. Si bien titubeó un poco por la sorpresa, en cuanto reaccionó la envolvió en un abrazo.

- Sí, yo también. Quería verte.

La cortesana asintió, su corazón latiendo a la par del de él.

- Hoy aprovecharemos el tiempo, no volveré al trabajo después de nuestra cita.

- Eso estaría bien, también extrañaba dormir contigo –Confesó el peliplateado en un susurro– Dormí solo toda mi vida, pero ahora las noches me parecen más frías y solitarias que antes. Es toda tu culpa.

- Sí.

- Me malacostumbraste a dormir tranquilo y calentito.

- Sí.

- Gin-san también te extraña, le faltó una mano amiga que lo jalara –Agregó con diablura, ya que ella estaba contestando tan breve.

Con buenos reflejos, esquivó el kunai que estuvo a punto de clavarse en su cabeza, disfrutando con malicia de ver a Tsukuyo muy sonrojada.

- E-eres un tonto, arruinando el momento así –Masculló la cortesana.

- Bueno, tendremos muchos otros momentos, ¿verdad, honey?

- Hmm, claro. Vete a trabajar, no me interrumpas más ahora.

- Sí, sí, honey.

Para no dejarlo así, si bien ella fingía estar más molesta de lo que realmente estaba, Gintoki la agarró de la muñeca y la jaló hacia él mientras se adelantaba, para rodearla por la cintura con la otra mano y rápidamente le plantó un apasionado beso en la boca. Sabía que su vergonzosa novia protestaría de que estaban a la vista de todos para algo así, por lo cual se separó rápidamente, y apoyó su frente contra la de ella.

- También extrañaba tus labios, honey.

Aquello la derritió tanto como la hizo humear, y sólo pudo tartamudear una inaudible respuesta, antes de que él le diera un último beso mucho más suave y largo antes de separarse.

- Hasta la noche.

El ánimo de Tsukuyo repuntó para el resto de la tarde, un poco debido a la tranquilidad de ver a Gintoki bien y en una pieza, y otro poco por saber que iban a tener otra cita esa noche. A veces se cuestionaba si estaba bien dejarse llevar por sus emociones y ponerse tan contenta sólo por saber que iba a pasar tiempo con él, aunque no era algo que creyera poder controlar. Si bien mantenía su independencia y valores, el estar tan pendiente de un hombre y que su humor o concentración dependieran de ello la ponía en jaque, todavía se negaba a aceptar que ansiaba que el día pasara más rápido para que el momento de estar con el samurái llegara. Su mente simplemente no le obedecía cuando su corazón revoloteaba de felicidad como una mariposa, y cuanto más trataba de controlarlo, se parecía más a la sensación de querer agarrar firmemente algo resbaladizo por el aceite.

Creía que eso sería algo momentáneo, tal vez era la emoción acumulada por no haber podido hablarle o verlo antes, aunque si era honesta, la expectativa ante una cita la había vivido las veces anteriores, e incluso Gintoki había estado con frecuencia e insistencia revoloteando por su mente como dicha mariposa antes de que empezaran a salir. No había otra explicación más que estaba perdidamente enamorada, era como si el tabaco que fumaba todos los días estuviera mezclado con el incienso del amor.

A la hora de prepararse para salir, se vistió con su yukata habitual junto con el haori más fino que tenía. Cuando se miró al espejo y vio la cajita de maquillaje y cepillos que tenía siempre ahí -juntando polvo, ya que nunca les había dado uso- creyó que podía ser una buena ocasión para arreglarse más. No sabía si el restaurante era uno elegante o uno más relajado, pero creía que podía ser como un gesto de agradecimiento a su novio, ponerse más linda. No era una muñequita de exhibición, y no sabía si a Gintoki le gustaba o no ver a una mujer maquillada, por lo que podía probar de ponerse sólo un mínimo, un detalle sutil que realzara sus rasgos.

Decidida, se arrodilló frente al espejo y abrió la cajita, aunque ni bien tomó los pinceles y brochas, se dio cuenta que no tenía idea cómo maquillarse. Siguiendo el sentido común, empezó a hacerlo, sin embargo su paciencia se iba perdiendo a medida que veía que el delineado de un ojo le había quedado más grueso que el otro, y cuanto más lo intentaba corregir, peor le quedaba. Se limpió la cara completa para volver a empezar, pero por más que lo intentó un par de veces más, no quedaba conforme. Estuvo a punto de arrojar las cosas por el balcón por la frustración, hasta que supo que tenía que recurrir a la única persona que podía ayudarla con ello, y no se burlaría. Bajó las escaleras y se encaminó a la sala, donde encontró a su fiel amiga.

- Hinowa... –La llamó en un tono mucho más quedo e inseguro que de costumbre.

- ¿Tsukuyo? ¿Estás bien? ¿A qué se debe esa expresión lúgubre?

- ¿Me ayudarías a maquillarme? –Murmuró, evitando mirarla a los ojos.

- ¿Qué dijiste? No te oí.

- Si me ayudas a maquillarme, por favor –Dijo un poco más alto.

- Oh... –La cortesana parpadeó, el brillo asomando más y más a sus ojos aguamarina con cada segundo– ¡Ooooh! ¿Quieres arreglarte bien bonita para verte con Gin-chan?

- Algo así...

- ¡Cuenta conmigo! Ven a mi cuarto.

- Tengo algo de maquillaje, ¿voy a buscarlo?

- No, no... Perdona que te lo diga así, pero los tuyos deben estar ya viejos y resecos de tanto tiempo guardados. Ven conmigo, yo tengo unos buenos.

Hinowa la tomó de la mano y la arrastró con ella, aún más entusiasmada que la rubia, y cuando llegaron al cuarto la hizo sentarse y preparó todo el "arsenal" cosmético.

- Hazlo sutil, Hinowa, por favor. No sé si a Gintoki le gustará, o si me veré rara.

- Sí, sí, déjamelo a mí.

Canturreando contenta, la pelinegra comenzó a hacer su arte de embellecimiento. Tsukuyo era tan hermosa naturalmente, que con muy poco ya era una preciosura.

- Vaya, me temo que si Gin-san te ve así, lo vas a dejar tan maravillado como enamorado, no te podrá quitar los ojos de encima.

- Hinowa...

- Mírate al espejo, puedes abrir los ojos.

En cuanto lo hizo, la cortesana jadeó y se quedó muy quieta, sin poder creer la imagen que reflejaba el espejo. Sabía que era ella, y al mismo tiempo no podía creer cuan delicada y femenina se veía, incluso sus cicatrices se veían mucho más tenues, y su rostro parecía de porcelana de tan suave y luminoso. Un fino y largo delineado enmarcaba sus ojos, y el usual tono rosado que coloreaba los párpados de las cortesanas estaba combinado con un brillo dorado muy hermoso y elegante. Sus mejillas también estaban más llenas y coloreadas, y por último el labial era un rojo muy suave.

- ¿Te gusta?

- Sí, apenas puedo creer que soy yo... Gracias, Hinowa.

- Otro día te enseñaré a que te lo hagas tú misma. ¿Estás lista para salir?

- Sí, en unos minutos salgo.

- Ah, Tsukuyo... Una cosa más.

Hinowa se alejó para ir a buscar una cajita de madera de un mueble, que se lo entregó. Con curiosidad, la rubia lo abrió, encontrando un paquetito de pastillas.

- ¿Qué es esto?

- Bueno... Creo que ya es hora de que empieces a tomarlas, para más seguridad. Son píldoras anticonceptivas.

- Oh.

Tsukuyo se sonrojó de un tono aún más rojo que su maquillaje, Hinowa no se andaba con rodeos.

- P-pero todavía n-nosotros no...

- Lo imaginaba, por eso te las estoy dando ahora. Tienes que empezar a tomarlas un tiempo antes para que sean efectivas.

- Uhm...

- Una por día, no te olvides. Tómate una ahora y ve a tu cita, yo te las guardo en tu habitación, ¿sí?

- Sí, gracias.

Encaminándose al restaurante, Tsukuyo no dejaba de sentir su rostro humear cada vez que pensaba en las pastillas. No estaba mal adelantarse al recaudo, pero la sola idea de estar de esa forma con Gintoki le hacía martillar el corazón, las imágenes formándose en su mente de cómo sería. Para cuando al fin pudo controlar sus pensamientos, notó que estaba cerca de la dirección. Unos minutos después dio con el restaurante, y no hubiera reconocido a Gintoki de no ser por su única cabellera platinada y ondulada: Para su sorpresa, no iba vestido como siempre, sino que llevaba puesta una yukata roja con un kimono blanco con rombos celestes y amarillos como diseño hacia los bordes, y un haori azul-grisáceo. Se veía tan guapo y de apariencia elegante y madura que su mente se desconectó por un instante.

Ella no fue la única boquiabierta, ya que en cuanto él la vio y se acercó, notando el maquillaje, los pasos de Gintoki se hicieron más lentos, y los ojos carmesí se le abrieron de par en par como pocas veces, mientras un sonrojo le coloreó las mejillas tanto como a ella su rubor empolvado. Parecía que se le había olvidado cómo hablar y hasta respirar al samurái durante esos segundos, ya que no pudo articular ni una palabra, demasiado embelesado. Llegó un punto en que el prolongado silencio empezó a ser incómodo, y ella fue la que reaccionó primero.

- B-buenas noches, Gintoki... Te ves bien –Musitó.

- ...

¿Gintoki? –Preguntó, insegura– ¿M-me veo bien? ¿O es demasiado raro para mí?

- No, uhm... –Finalmente su cerebro recordó cómo hablar, pero la voz le salió ronca– Estás preciosa, Tsukuyo.

Todavía manteniendo la distancia, la cortesana se sonrojó aún más, y creyó que su corazón iba a saltarle de alegría.

- Gracias –Dijo con voz suave, y sonrió radiante.

Si no fuera por el mínimo autocontrol que pudo imponerse, el samurái se hubiera llevado la mano al pecho para contenerlo, ver esa hermosa sonrisa en el ya más que bellísimo rostro de su novia, era simplemente demasiado. Malo, era malo, lo único que podía pensar al verla así era cargarla en sus brazos y llevarlo a otro lado, y no precisamente a un restaurante. Y eso que sólo era un poco de maquillaje, por lo demás ella se había vestido como siempre, incluso más casual que él, que había decidido ponerse sus mejores ropas para esa cita. A falta de palabras, se acercó a Tsukuyo y la rodeó con suavidad por la espalda, inclinándose para besarla en los labios. Al alejarse, oyó una risita de la rubia.

- Perdona, Gintoki, te pinté.

Efectivamente, le había dejado un poco del brillo y color rojizo en los labios de él, por lo que llevó su dedo pulgar y se lo pasó con suavidad por los labios para quitárselo. Le extrañó verlo tragar duro y respirar hondo, y lo miró inquisitivamente. Como le faltaba limpiar un poco, volvió a acercar su dedo, pero él la detuvo.

- No te preocupes, yo me lo quito.

Lo cierto era que, si no la detenía en ese instante, su autocontrol pendería de un hilo, y no podía empezar así la noche. Una vez que se lo limpió, la guió hacia la puerta para entrar al restaurante. Era un bonito y moderno lugar, con diseño tradicional, y a la vez unos toques modernos, dando un ambiente acogedor y elegante a la vez. Como él ya había hecho la reserva, lo notificó a la señorita que los recibió, y la siguieron a la mesa destinada a ellos, una ubicada en una esquina, más silenciosa e íntima. Como el lugar era exclusivamente de yakiniku, Gintoki pidió la opción que tenía tanto carne de ternera como de cerdo, así como una variedad de verduras; y para beber, agua para los dos y una botellita de sake para él.

Al poco rato les llegaron los platillos con la carne y vegetales, así como el brasero, y pusieron la comida a cocinarse mientras conversaban. Tal como había anticipado Hinowa, Tsukuyo notó que Gintoki tenía los ojos clavados en ella, podía ver que no sólo la miraba a los ojos, sino que le recorría todo el rostro con la mirada. Para ser justos, ella tampoco podía dejar de mirarlo, le encantaba especialmente cómo le quedaba la yukata roja, combinando perfectamente con los ojos de él. Pese a la atractiva distracción, se pusieron al día y el peliplateado le contó los detalles de la ajetreada semana que había tenido, hablando de aquello hasta que los primeros trozos de comida estuvieron listos. Con el primer bocado, los ojos de Gintoki por poco y se llenaron de lágrimas.

- ¡Uwaaaaa! ¡Esto está riquísimo! –Exclamó Gintoki.

- Es muy buena carne, jugosa y tierna, se derrite en la boca –Apreció ella también.

- ¿Verdad que sí? Trabajaría a sol y sombra otra vez con tal de poder saborear este manjar más seguido.

Los primeros minutos apenas podían hacer otra cosa que saborear y elogiar la comida, y luego retomaron la conversación. Si bien Tsukuyo no tenía muchas novedades, era fácil sacar temas de conversación con Gintoki, y el tiempo pasó más rápido de lo que pudieron percibir. Para cuando terminaron, el samurái soltó un suspiro de satisfacción, sonriendo de oreja a oreja, y le tomó la mano a su novia por encima de la mesa.

- ¿Te gustó? ¿Contenté a mi honey con esta cena?

- Estuvo delicioso. No quiero que te sobre-esfuerces por cosas como estas, pero te agradezco mucho de igual forma.

- Esta vez puedo decir que fue un placer trabajar por este objetivo, y valió la pena.

La cortesana apretó su mano contra la de él, compartiendo el contento. Al rato, la mesera regresó a llevarse las cosas, y luego de pagar, lo cual Gintoki hizo enteramente negándose a aceptar siquiera un yen de parte de Tsukuyo, se levantaron para irse. En cuanto salieron, quedaba decidir dónde continuaban la velada, lo cual él también había anticipado.

- ¿Te gustaría quedarte en mi casa esta vez? Estamos más cerca que de Yoshiwara.

- Está bien, sí.

Sonriendo contento, Gintoki tomó la mano de Tsukuyo y la guió en el camino de vuelta. Tenían unos veinte minutos de caminata, él había pensado en llevar la moto, pero sabía que su novia tenía preferencia por caminar, y así duraba más y era más disfrutable el paseo de la cita. Y así fue, entre breves conversaciones o sólo disfrutando el sonido de la noche en la ciudad y de sus propios pasos, hasta que alguien los interrumpió.

- ¿Desde cuándo andas tan elegante, Kintoki?

Ante la melodiosa y tan conocida voz del único hombre que lo seguía llamando por el nombre equivocado, el samurái detuvo sus pasos y miró hacia atrás. Le sorprendió encontrarse con Sakamoto por allí a esas horas, y aún más que estaba acompañado de Katsura. Los dos hombres se acercaron, saludando a Tsukuyo primero, antes de retomar la conversación con su amigo.

- Estoy vestido de la misma forma que Zura, no diría que estoy elegante –Contestó Gintoki.

- Contando con que en los últimos años te habré visto en dos o tres ocasiones vistiendo bien una yukata, sin una camisa ni pantalón debajo, esto para mí eres tú siendo elegante.

La cortesana curvó los labios en una fina sonrisa, ella también había pensado lo mismo al verlo, que le daba un aire más maduro.

- Bueno, podría decirse que es una ocasión especial, es nuestra primera cita a solas y fuimos a comer yakiniku –Intercedió ella.

- Tsukuyo-dono está haciendo a Gintoki dar lo mejor de sí mismo –Concedió Katsura, que le guardaba un fuerte aprecio a la mujer ya que sabía que gracias a ella era que su amigo estaba mucho más feliz y equilibrado de lo que lo había visto nunca, incluso más que la vez que los había visto juntos en el restorán de Ikumatsu.

- ¿Y ustedes de dónde vienen? –Preguntó Gintoki intentando cambiar de tema, para evitar la torpeza de recibir ese tipo de elogio tanto para Tsukuyo como para él.

- También venimos de cenar, acabo de regresar de un viaje del Kaientai, y quería festejar mi éxito comercial con un buen amigo, así que fui a buscar a Katsura y lo saqué de la cueva de su novia.

- ¿De cuál de las dos cuevas?

Mientras que los dos samuráis de pelo ondulado sonreían con diablura cómplices del mismo tipo de humor, tanto Katsura como Tsukuyo se sonrojaron y mostraron escandalizaros ante la alusión tan vulgar.

- ¡Ahahaha ahaha! Es obvio que de la de ab... ¡AAH!

La respuesta de Sakamoto se convirtió en un alarido de dolor cuando el pelilargo le dio un golpe a la parte trasera de la rodilla en señal de advertencia, que funcionó a la perfección para callarlo. Tsukuyo sintió que podía volverse aún más incómoda la charla, por lo que aprovechó una excusa para dejarlos solos un momento.

- Gintoki, puedes quedarte hablando con ellos, tengo un poco de sed así que me compraré una bebida. ¿Quieres algo?

- Estoy bien, gracias.

Los tres hombres la siguieron con la mirada, después de lo cual Katsura y Sakamoto miraron a Gintoki de reojo con intención.

- Los tortolitos iban tomados de la mano. ¿Así que ya son novios formalmente? –Inquirió el comerciante.

- Hace unas dos semanas, sí.

- Considerando que la última vez que nos vimos todavía lo mantenías en secreto, es otro avance digno de mención para ti, Gintoki –Acotó Katsura.

- No puedo decir que haya sido ideal la forma en que lo confirmamos, pero ya está hecho.

- ¡Bien hecho! Al fin desempolvaste la espada, ya era hora –Bromeó Sakamoto.

- Uhm... No exactamente.

- ¿Cómo?

- Es largo de explicar, pero es parte de un acuerdo con Tsukuyo. Hemos tenido algo de acción, pero no ese tipo de acción.

- Ah, ya veo –Le dio una palmada comprensiva en el hombro a su amigo– Debe ser duro, tener cerca a una mujer tan guapa que te importa tanto, y no poder tocarla como te gustaría.

- ¿Lo dices desde la experiencia personal? –Replicó Gintoki– Tu situación no es muy distinta.

- ¿A qué te refieres?

- A ti con tu vice-comandante, Mutsu.

- ¿Por qué asumes que no he estado ya con ella de esa forma?

- ¿Ah? ¿Lo dices en serio? ¿Tuviste sexo con Mutsu? –Preguntó, boquiabierto.

- Así es.

- ¿Cómo es posible que un comerciante flacucho como tú lo hizo con una Yato y sobrevivió?

- Si bien ya vi todo lo que habría de su piel blanca, admito que más de una vez me dejó reversible. ¡Ahaha haha ahaha!

- Si lo hicieron más de una vez, ¿será que Sakamoto sabe usar la pistola tan bien? –Preguntó Katsura, pensativo.

- El dragón de Katsurahama está en su mejor momento –Contestó el aludido, orgulloso– Chicos, parte de ser un comerciante implica saber reconocer las necesidades y deseos del otro, y convencerlo de que necesita aquello que quieres darle.

- Pero Mutsu no se tragaría esa mierda, lo sabemos bien, ella es la que lleva el negocio mejor que tú.

- Exacto, así que una vez que se decidió a probar el producto, supo que era bueno para ella.

- Sakamoto, ¿acaso la emborrachaste?

- ¿Por qué pensarías algo tan bajo de mí, Kintoki? –Protestó Sakamoto, a la vez molestándolo con el nombre equivocado otra vez, adrede– Lo curioso es que tú eres el que más se está burlando y me estás subestimando, cuando la realidad es que de nosotros tres, eres el único que todavía no está metiendo la espada en la vaina, aun teniendo novia, ahaha.

- Oi... Tú, maldito...

- A decir verdad, siempre fuiste bastante arrogante, incluso con las cortesanas con las que estábamos cuando éramos jóvenes, quizás sea por eso que te cuesta más llegar a cuarta base con las señoritas.

- Bueno, eso puede ser cierto –Intercedió Katsura, pensativo– Gintoki suele ser bastante sucio con sus palabras, pero para todo lo que provoca, no ha ****, ni ****, o tampoco **** con Tsukuyo-dono.

- Zura... –Gruñó el peliplateado, en ese instante no sabía a cuál de sus dos amigos tenía más ganas de golpear.

- No soy Zura, soy Katsura.

- Entonces podríamos decir que Kintoki es el ejemplo humano de "mucho ruido y pocas nueces", si con todo eso que dice saber hacer, no lo ha puesto en práctica en años, ahaha haha.

- ¡No es asunto de ustedes lo que estoy haciendo o no con mi ****! –Estalló Gintoki, esos dos tontos juntos eran lobos disfrazados de ovejas– ¡Y les cerraré su bocota, sólo es cuestión de tiempo hasta que esté haciéndole ****, **** y hasta **** a Tsukuyo! ¡Van a tragarse sus palabras más de lo que ella va a tragarse mi ****!

- Oh, vaya –Murmuró Sakamoto, abriendo mucho sus ojos azules

- ¡Sí, eso mismo dirá ella cuando...!

La voz del samurái se fue perdiendo en el aire cuando se percató que los ojos de su amigo no estaban fijos en él a la hora de contestar, así como Zura también tenía una expresión incómoda. Un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza cuando intuyó lo que eso podía significar, y muy lentamente giró la cabeza, hasta que se encontró con una consternada y muy sonrojada Tsukuyo, quieta como una estatua. Gintoki tragó duro, lamentando por dentro cómo se había dejado llevar por las provocaciones, y sacando su lado más vulgar no precisamente en voz baja, cuando le había prometido a la cortesana que no iba a avergonzarla más apenas hacía apenas medio mes. No podía culpar a sus amigos por ello, por lo que sólo maldijo por dentro y les dedicó una mirada que entendieron bien, y disimularon lo más posible, mostrándose apenados y poniendo excusas para continuar su camino.

Ni bien quedaron solos, el samurái se rascó la cabeza, y murmuró mirándola a los ojos.

- Perdona... No se suponía que tenías que escuchar eso. Quiero decir, no tendría que haberme dejado provocar y decir esas cosas en voz alta. Si quieres clavarme un kunai, me lo merezco esta vez.

- Normalmente lo haría, pero lo dejaré pasar, Gintoki.

- ¿De verdad?

- Alcancé a oír cuando Sakamoto te molestaba, y ustedes son viejos amigos, en confianza se suelta más la lengua, ¿no es cierto? –Y agregó con una mueca– Además, siempre fuiste una bestia.

- Eres una buena chica, Tsukki, si lo puedes ver de ese modo, gracias. ¿Vamos a casa?

- Sí, vamos.

Gintoki extendió su mano, que la cortesana tomó y entrelazó sus dedos juntos, reanudando el camino de regreso. Un rato después, entraron a Kabuki-cho, y de allí una vez que llegaron al bar de Otose, subieron por la escalera lateral para entrar a la oficina de los Yorozuya. Mientras que Tsukuyo pensaba que iban a ser discretos, el samurái alzó la voz para hacerse oír en toda la casa.

- Kagura, estoy de vuelta. Tsukki está conmigo.

- Bienvenidos y buenas noches, Gin-chan, Tsukki. Hasta mañana.

La voz monótona y adormilada que sin dudas pertenecía a la joven provino del armario donde ella dormía.

- ¿Te sientes bien? Pensé que nos saltarías encima para saludar a Tsukuyo.

- Es tarde y estaba durmiendo, mañana nos vemos, ¿sí?

La pareja se miró, a ambos pareciéndole un poco extraño aquella reacción, aunque no tanto para Gintoki que sabía lo dormilona y perezosa que era Kagura, quizás se había atragantado con una abundante cena y por eso estaba así. Sin embargo, Tsukuyo no dejaba de mirar con el ceño fruncido en la dirección de la que provenía la voz.

- Gintoki, corrígeme si me equivoco, pero... ¿la voz de Kagura proviene de ese armario? ¿O hay una pared muy fina detrás?

- Sí, allí está ella, duerme en ese armario.

- ¿Cómo...? ¿Pasó algo con su habitación?

- No tiene habitación, siempre durmió allí, desde el primer día.

La expresión de contrariedad en el rostro de la cortesana fue tan evidente ante esa información, que Gintoki se sintió un poco incómodo y necesitó explicarse, de seguro ella estaba pensando algo muy horrible de él.

- En un principio fue una forma de hacerle entender que ella tendría que adaptarse a lo que había si quería estar en esta casa, porque simplemente un día apareció aquí en la Tierra y decidió por su cuenta que se quería quedar con los Yorozuya. Pero luego sólo se hizo costumbre, y ya.

- Ya veo.

- Soy un monstruo para ti en este momento, ¿verdad? Eso es lo que estás pensando, Tsukki.

- N-no... No es eso. Sólo que no me lo esperaba. Kagura alguna vez había dicho algo de que se conformaba con un armario por dormitorio, pero pensé que había sido una forma de decir. No te estoy juzgando, es algo que arreglaron entre ustedes.

El samurái suspiró, estaba seguro que Tsukuyo estaba siendo educada, pero que en el fondo seguía pensando que él era un desalmado por tener a la chica durmiendo por tres años en un mueble. La rubia a su vez notó un ligero desánimo en él, por lo cual cambió de tema.

- Así que al fin conozco tu hogar por dentro. Es acogedor.

- ¿No habías venido antes?

- No. La única vez que lo hice, sólo llegué a la puerta, y estaba borracha.

- Déjame hacerte un tour entonces, al menos así sabrás dónde está cada cosa cuando lo necesites.

Si bien el lugar era sencillo y de mediano tamaño, Gintoki le mostró cada rincón, dejando para lo último el dormitorio de él. Cerró la puerta corrediza, y mientras ella miraba alrededor, fue a buscar una bolsa que había dejado en un estante. Con renovado ánimo y una pizca de expectativa en sus ojos rojos, se lo entregó a su novia.

- Tsukuyo, esto es para ti. Ya te imaginarás qué es.

- ¿Un pijama de dormir? –Adivinó ella.

- Algo un poco más sexy, y que tú sueles usar.

Tsukuyo sacó la yukata de la bolsa, era color violeta pastel como el de su haori, con unas florecitas amarillas "voladas" por unas ondas blancas simulando el viento.

- Es muy bonita, Gintoki, gracias –Se acercó a él para darle un beso en los labios– Aunque no sabía que considerabas sexy algo tan normal como una yukata.

- Es que a ti todo te queda sexy, honey –Halagó con voz acaramelada, acariciándole la cintura.

- Buena jugada, darling. ¿Me la puedo probar ahora? Paso al baño.

- Puedes hacerlo aquí, no hay nada de ti que no haya visto todavía.

La cortesana se sonrojó, y le empujó con suavidad del pecho para alejarlo.

- Lo sé, pero deja de ser especial si puedes verme desnuda tan fácilmente.

- Oh, yo no lo haría fácil, me tomaría mi tiempo para quitarte capa por capa –Susurró provocador, estirando la mano para alcanzarla, aunque ella retrocedió con una sonrisa para escapar de su agarre– El problema es que luego no sé si querría volver a vestirte, así que aprovecha el momento y ve a cambiarte.

Con una mirada desafiante, la rubia salió de la habitación. Se había contenido bastante, pero apenas quedó fuera de vista, su sonrojo se potenció, apenas podía creer que ese jugueteo ya la había encendido y la ponía así. Se sentía una chiquilla tonta, y al mismo tiempo lo estaba disfrutando, era un tipo de inocencia y diversión que no se había permitido en toda su vida, y estaba segura que era lo mismo para Gintoki. Siendo que ninguno había estado en pareja antes, eran unos completos novatos sintiendo todas esas cosas y haciéndose los coquetos y provocadores, así que podían permitirse esa torpeza y vulnerabilidad sin culpa alguna, en plena confianza.

Se aseó y cambió en el baño, aprovechando el gran espejo que allí había para apreciar cómo le quedaba la yukata, un calce perfecto. Regresó muy contenta a la habitación, donde su novio vestido con un pijama verde la esperaba sentado en el piso, con las piernas cómodamente cruzadas. Vio cómo los ojos usualmente entrecerrados de él se abrieron del todo por segunda vez en la noche al verla, así como otra vez las mejillas se le tiñeron de un fuerte tono rosado, lo cual la hizo sentir muy bien. Sin decirle nada, Gintoki se palmeó el regazo, invitándola a sentarse en el hueco de sus largas piernas. En cuanto ella lo hizo, la abrazó por la cintura con ambos brazos.

- Me gusta mucho cómo te queda la yukata, es perfecta para ti.

- También me gusta mucho, gracias por el regalo –Dijo la rubia, apoyando una mano sobre la de él en gesto cariñoso.

- Si te sigues viendo cada vez más guapa, me lo vas a poner difícil, honey. Sólo soy un hombre.

Se quedaron un rato así, disfrutando la calma cercanía, habían disfrutado una noche muy bonita entre la salida y la buena comida, pero estar juntos de esa forma era la parte favorita de ella. Sumida en aquella agradable y cariñosa tranquilidad, le acarició el brazo distraídamente en un ida y vuelta. Gintoki no pudo quedarse impasible ante eso por mucho rato, por lo que empezó a rozarle el cuello con la punta de la nariz, hasta que sus labios hicieron ese tentador recorrido, apenas depositando algunos cortos besos de vez en cuando. Mientras lo hacía, estaba pensando lo bien que se sentía hacer regalos, realmente podía contar con los dedos de una mano las veces que había regalado algo a alguien, por lo que en ese momento empezaba a entender el disfrute de aquello. Su mente ya fluía con más facilidad ante la posibilidad de hacerle más regalos bonitos, valdría completamente la pena y el dinero invertido si podía volver a verle esa expresión de felicidad y adorable timidez de alguien que no estaba tampoco acostumbrada a recibir regalos, y si la hacían sentir más femenina.

Para cuando Tsukuyo se dio cuenta que no podía contenerse más de sólo recibir esos delicados besitos, giró el cuello para quedar de frente a él, y no hizo falta que dijera nada, cuando el samurái se adelantó para besarla en los labios. Hundiéndose en el hueco del regazo de él, la rubia le correspondió manteniendo la dulzura, no lo había sentido fogoso del tipo que a veces le sacaba el aire. Fue irresistible para ella acariciar el pedacito de piel expuesta en el pecho de él, así como colar sólo un poco la mano por debajo de la tela. A pesar de ello, el samurái no tomó la iniciativa para volverse más apasionado, sino que profundizó los besos aunque manteniéndolos "inocentes", lo cual sorprendió a la cortesana. No estaba apurada por más, disfrutaba de igual manera esa dulce conexión en la que el afecto que se tenían hablaba más alto que las palabras que podían decirse.

Luego de unos pocos y a la vez largos minutos así, Gintoki finalmente separó sus labios, y la miró con una expresión tan serena como cálida.

- ¿Nos acostamos? –Preguntó con voz suave.

La cortesana asintió, y lo ayudó a preparar el futón, notando que estaba impecable, por lo que intuyó que él lo había comprado nuevo para estrenar juntos. No podía más que conmoverla todos los detalles en los que él se estaba esforzando, y sospechó que lo ocupado que había estado la última semana con tanto trabajo, había sido quizás para hacer esas compras y pagar la costosa cena.

Luego de meterse bajo las mantas del futón, Tsukuyo miró de reojo a Gintoki, que estaba mirándola recostado de lado mientras sostenía su cabeza en la palma de una mano y apoyándose sobre el codo. Maldijo por dentro su expectativa, ya que con lo que había oído antes, sumado a la provocación con lo de la yukata, estaba segura que él iba a empezar a toquetearla pronto, aunque al parecer se había calmado un poco después de la sesión de besos. O tal vez sería la oportunidad para que ella sedujera al samurái en busca de un contacto más íntimo. Sin embargo, el saber que Kagura estaba no muy lejos de ahí la cohibía un poco, quizás convenía que no hicieran nada apasionado, para no tener que estar pendiente de si podían ser oídos o no. Dicho pensamiento bastó para teñirle las mejillas de rojo, a lo cual Gintoki no perdió la oportunidad de remarcarlo, con voz juguetona.

- Oi, oi, ¿a qué vino ese sonrojo?

En lo que tardó al dudar de cómo contestar para no quedar tan expuesta con sus atrevidos pensamientos, él fue mucho más perspicaz y directo.

- ¿Será que tienes ganas de un poco de acción puff-puff antes de dormir? Vamos, Tsukki, sólo tienes que pedírmelo, o sírvete por ti misma.

Eso sólo hizo que la cortesana se sintiera más consciente de sí misma y se sonrojara más intensamente, Gintoki no tenía la más mínima delicadeza para hacer esas cosas sin exponerla, podía simplemente haber leído el ambiente y seducirla, en lugar de abochornarla. Por más que tuviera la invitación abierta, por cómo era ella de orgullosa, le costaría más desde ese momento ser la que diera el primer paso mientras maldito arrogante siguiera en esa posición confiada. Cuando él notó que la situación se estaba alargando y empezaría a volverse incómodo, decidió dar el paso.

- Sé que quieres, pero si de pronto estás tímida, seré yo quien me sirva por mí mismo.

Dicho eso, no esperó ni un instante antes de arrastrarse para arrimarse a ella, y la hizo girarse de lado, con él detrás. Antes de que ella pudiera decir o hacer algo, le besó el cuello mientras deslizaba una mano por todo el costado del curvilíneo cuerpo, colando la otra por el hueco entre la cintura y el futón para abrazarla y pegarla a él. Tsukuyo se estremeció ligeramente ante la excitante sensación, e instintivamente ladeó la cabeza para darle más lugar. Con una sonrisita satisfecha, Gintoki la provocó aún más al darle una lamida larga allí, para después sellar sus labios con más fuerza, mientras colaba una mano por dentro de la yukata para acunar y acariciar uno de los grandes pechos, pellizcándole con suavidad el pezón. Un sonoro gemido escapó de la boca de la cortesana ante la combinación de ambas sensaciones, a lo cual de pronto el samurái subió la mano hasta agarrarle la quijada, girándole la cabeza para silenciarla con un beso en los labios.

- Por más que me encante escucharte gemir, las paredes en este lugar son finas, y no quisiéramos que Kagura nos oiga, ¿cierto? Practiquemos un poco de pasión estilo ninja, honey.

- Es más fácil decirlo que hacerlo –Protestó la rubia.

- Puedo ayudarte a mantener tu boca ocupada.

Después de empujarla lentamente desde el hombro para recostarla boca arriba, se acomodó encima, sosteniendo el peso de su cuerpo para no aplastarla. Le dedicó una larga y seductora mirada, encantado con que ella se la sostuviera, y aún más cuando Tsukuyo fue la que se adelantó para unir sus labios. A medida que profundizaban el beso, separándose lo mínimo necesario para respirar, Gintoki empezó presionar la parte baja de su cuerpo contra el de ella, robándole más suaves gemidos cuando lo convirtió en un roce íntimo, empujando y retrayendo sus caderas de esa forma. Queriendo sentir más de su amante, bajó una mano para acariciarle el muslo, y luego subirlo para que le rodeara la cadera, haciendo el contacto más intenso cuando estaba ya plenamente excitado. En esa ocasión fue ella la que buscó su boca con pasión para ahogar su gemido, a la vez que su cuerpo se movía instintivamente para sentirlo más.

El samurái estaba ya muy acalorado, e interrumpió el beso para volver a bajar a besarle y mordisquearle el cuello y todo lo que alcanzara con su boca, provocando que ella arqueara su espalda para darle más acceso. La luz amarillenta de la lámpara de piso en contraste con la oscuridad alrededor era de lo más poética, en ese instante pensó que Tsukuyo no podía verse más hermosa y sensual, con la yukata floja que le resbalaba por los hombros, su cabello recogido despeinado por el roce con la almohada, y la expresión de gozo que no ocultaba en su rostro. Gintoki tuvo que reunir todo su autocontrol para no desnudarla en ese mismo instante y hacerla suya, por lo que en su lugar lo compensó con volver más salvajes sus besos y empujes, al menos se contentaría con verla deshacerse de placer bajo él.

Sin embargo, la cortesana empezó a titubear, hasta que apoyó sus manos contra el pecho de él, deteniéndolo.

- Gintoki... Espera. No sé si es buena idea que continuemos.

- ¿Por qué no? Querías esto tanto como yo hasta recién.

- Sí, pero... No estamos solos, y si lo hacemos de esta forma, va a costar más detenernos luego. ¿Qué tal si mejor te toco, o...?

El peliplateado resopló con fuerza, y le agarró las muñecas para quitarlas de su pecho, para empujarlas contra el futón, a cada lado de la cabeza de ella, a la vez que la aprisionó con su cuerpo casi sin contener su peso corporal, ante lo cual ella miró muy sorprendida y cauta por el arrebato.

- Sólo me estoy conteniendo por el acuerdo que hicimos, pero ten por seguro que hace rato tengo ganas de hacerte todo lo que me oíste decir antes, y mucho más. Así que no me hagas desearte tanto y seguirme el juego para luego interrumpirme, Tsukuyo, porque no me es fácil detenerme a mitad de camino cuando estoy contigo. Tengo en claro el límite, pero quiero sentirnos lo más posible, no quiero esperar a ser un hombre perfecto para hacer algo más que manosearnos.

A Tsukuyo le faltaron las palabas para contestarle de inmediato, de tan intensa había sido la reacción de Gintoki, sus ojos carmín llameaban con pasión contenida, no dudaba un segundo de que había sido sincero. El hecho de que la estuviera presionando con su cuerpo era también algo que no podía ignorar. Considerando cuánto él se estaba abriendo a ella y esforzándose por avanzar al respecto de todos sus traumas y dudas, la rubia empezaba a preguntarse qué más estaba esperando exactamente, incluso Gintoki le había dicho que la amaba, y reconocido públicamente que eran novios. No sería esa noche, pero tampoco estaban muy lejos, y no quería hacerlo sentir que sería inalcanzable estar juntos hasta que él estuviera libre de sus traumas, porque sabía bien que eso era injusto y realmente imposible, algo así podía tomar años.

En cuanto el samurái aflojó su agarre y el aprisionamiento, ella hizo su movimiento. Mirándolo fijamente y con seguridad, la cortesana apoyó una mano contra el pecho de él, y lo empujó con suavidad y a la vez firmeza a la vez que se ayudaba con la otra mano para apoyarse sobre el futón e impulsarse para sentarse. Ante la mirada de pronto curiosa y expectante de Gintoki, una vez que los dos quedaron sentados frente a frente, ella se adelantó y levantó una pierna para acomodarse a horcajadas de él, volviéndolo a empujar desde el torso, en esa ocasión para recostarlo. Una vez así, le dedicó una sonrisa comprensiva.

- No pretendo que seas un hombre perfecto para que estemos juntos, Gintoki, sino que quiero que de verdad seas feliz, que sientas que lo mereces, para que cuando tengamos sexo, no se convierta por momentos en una descarga o escape emocional para ti para olvidar otras cosas, sino que quiero que realmente hagamos el amor. Perdóname por lo de antes, así que déjame hacer esto ahora por ti, y para los dos.

Retomando de donde lo habían interrumpido, sólo que desde ese momento siendo ella la que llevaba el control, Tsukuyo se acomodó encima de la entrepierna de él, y comenzó a moverse en un suave vaivén. Una excitación hormigueante le recorrió el cuerpo al frotar su intimidad contra el bulto firme de Gintoki. Tuvo que morderse el labio inferior para evitar jadear sonoramente, mientras que él dejó salir un bajo y grave gemido. La dejó hacer, hasta que en un momento levantó la cabeza para mirarla a los ojos.

- Si sigues así, va a ser un enchastre dentro de mi pantalón.

Pensándolo mejor, abandonó el roce y se arrastró hacia atrás. Sabía que era ella la que estaría jugando con fuego, pero confiaba en que los dos tenían en claro el límite, por lo que llevó las manos al borde del pantalón de pijama del samurái, y se lo bajó hasta la mitad de los muslos, liberando la flamante erección. En el instante en que se le quedó mirando y tardó en moverse, fue él quien se apoyó sobre sus codos para elevarse y hablarle.

- Tsukuyo... Si quieres, me gustaría que me... –Curvó los labios en una fina sonrisa, con ligera incomodidad y sonrojo, mientras señalaba con su mentón hacia su entrepierna, esperaba que ella entendiera lo que le quería pedir. Se rascó la cabeza, y bajó la voz– Uhmm... Quiero decir, haz lo que quieras con Gin-san, no te detendré esta vez.

La cortesana interpretó de inmediato lo que le estaba pidiendo, y asintió apenas pudiendo contener su satisfacción. Que Gintoki por primera vez le pidiera algo que era para su disfrute propio, además de darle carta blanca para que ella le diera placer sin peros ni excusas, era un cambio muy positivo. Era su oportunidad para disfrutar de complacerlo no sólo sexualmente, por lo que llevó las manos al nudo del cinto de tela de la parte superior del pijama verde, para deshacerlo y así poder exponer el torso desnudo. Se acomodó sobre él para besarlo en los labios, mientras sus dedos empezaban a tantear la cálida y firme piel de los pectorales del samurái. Sin quedar ocioso, él también deslizó sus manos por encima de la yukata de ella, hasta rodearle el trasero y apretárselo juguetonamente. Tsukuyo abrió más las piernas para poder conectar sus sexos, ella sabía que no se quitaría ni la yukata ni las bragas, e incluso el roce así era más estimulante por lo suave que se frotaba la tela contra el miembro de él.

Le sorprendió lo sensible que Gintoki era, no sólo lo oía jadear suavemente cuando empezó a besarle el cuello y la parte superior del pecho, sino que hasta lo sintió estremecerse y gemir guturalmente cuando lo rozó con los dientes. Tenía que tratar de no mover demasiado sus caderas, ya que se iba a dejar llevar demasiado ante la placentera estimulación, por lo que se concentró en recorrerle el musculado torso con la boca, mientras sus manos acompañaban con tentadoras caricias cada vez más abajo, hasta que le tocó con ligereza la entrepierna. No pensaba hacerlo desear, aunque era irresistible provocarlo un poco, en el rostro del peliplateado estaba grabada su expresión de "hazlo de una vez". Deslizó la punta de sus dedos por todo el largo, de la base hasta la punta, ida y vuelta, y sólo cuando él instintivamente empujó sus caderas hacia arriba fue que ella finalmente lo rodeó por completo y empezó a masturbarlo sin prisa.

Sus labios continuaron saboreando la cálida piel en el recorrido descendente, era muy agradable pasar sus labios y lengua por el cincelado abdomen. Trató de ignorar la punzada que le provocó ver tantas cicatrices, algunas superficiales y apenas visibles, y otras mucho más grandes y profundas, todas siendo ya un recuerdo de las innumerables batallas y personas a las que protegió. Continuó bajando por el cuerpo de él, concentrando sus atenciones en la zona a altura de las caderas y el pubis del hombre, esa parte del cuerpo le resultaba de lo más sensual con lo bien marcada que estaba la "V" muscular, desembocando en los inesperadamente prolijos y cortos pelos púbicos tan claros como los del cabello platinado. Sonrió para sí al pensar que después del primer encuentro sexual que habían tenido, Gintoki había considerado el cuidado de ser más pulcro en la zona íntima, un detalle que agradecía y a la vez no se esperaba de un hombre normalmente tan perezoso y aparentemente descuidado como él.

Era la primera vez que podía acercarse tanto y complacerlo así, la vez anterior él no la había dejado bajar de los pectorales porque estaba demasiado excitado y queriendo evitar acabar rápido, por lo que esa noche planeaba disfrutarlo al máximo, por los dos. Estando ya tan cerca, bajó los pocos centímetros que quedaban hasta la base del miembro, y se animó a apoyar su lengua para darle una larga lamida, frente a la cual el samurái se estremeció y soltó un bajo gemido gutural. Podía entenderlo, no había una sensación similar a la del contacto tan cálido y húmedo de una boca allí, ella también se había deshecho de gusto cuando él le había hecho conocer los placeres del sexo oral por primera vez. La textura era agradablemente tersa, pero no tenía forma de describir con palabras el peculiar sabor, era lo que era y ya.

Con su curiosidad de la mano con la inexperiencia, procuró hacer las cosas que tenía entendido podían gustar más a un hombre, por lo cual dejó su mano en la base mientras su boca se concentraba en la parte superior, alternando entre su lengua y labios la estimulación del frenillo y el glande. Sabía que con la práctica sería más intuitiva y pensaría menos, pero había que comenzar de alguna forma. Levantó la mirada, y le dio inquietud que Gintoki estuviera con los ojos cerrados sin hacer muchos sonidos, por lo que se preguntó si lo estaría haciendo bien y él estaba siendo considerado.

- ¿Gintoki? –Preguntó con voz dudosa– Siento que estás demasiado callado. ¿Voy bien? No dudes en decirme.

- No te preocupes, vas más que bien –Murmuró el peliplateado.

- ¿Por qué no abres los ojos?

- Porque... Si te veo haciéndome esto, cuando encima te ves tan hermosa, voy a llegar a mi límite.

- Oh...Oye, Gintoki. Mírame un momento.

Con reticencia, el samurái entreabrió los ojos y levantó la cabeza lo suficiente para poder mirarla a los ojos. Sin embargo, lo lamentó de inmediato, ya que la cortesana en ese preciso instante introdujo la punta en su boca mientras lo miraba.

- Qué perra... Lo hiciste a propósito, ¿verdad? –Gruñó, obligándose a pensar en algo mucho menos erótico para lidiar con el instantáneo aumento de excitación ante la vista.

En lugar de responder, Tsukuyo le dedicó la mirada más provocadoramente inocente que pudo manejar, aunque lo hizo mientras llegaba a introducirlo un poco más profundo y luego sacarlo con una fuerte succión hasta que hizo un sonido de "pop" con la boca.

- Para lo pura que eres, se nota que también eres una digna cortesana de Yoshiwara.

Con repentina agilidad, se irguió y estiró su brazo para agarrarle las mejillas con su mano, impidiéndole alejarse. Bajó el tono de voz a uno rasposo, sus ojos carmesí llameando con deseo.

- Sigue divirtiéndote a costa de provocarme, y ya veremos si quieres volver a hacerlo luego de que te coja la boca. Así que sé una buena chica si quieres que yo sea dulce contigo, ¿sí, honey?

Eso dejó un tanto boquiabierta y furiosamente sonrojada a la rubia, la imagen mental de un Gintoki dominante anticipándose en su mente. No dejaba de sorprenderle cómo él podía pasar de una actitud de amante devoto a otra mucho más salvaje y vulgar en cuestión de segundos, y sentirse completamente cómodo con ambas, en eso lo admiraba. A pesar de ello, lo que realmente quería era sacar a la luz más de la versión sensible y emocionalmente abierta de él, no una en la que actuara de forma más visceral y haciéndose el duro. Por lo tanto, se inclinó ella también hacia adelante para mirar al samurái con confianza, posando su mano sobre la de él en forma de un cariñoso toque.

- Quizás en otra ocasión, pero por ahora prefiero al Gintoki que le gusta ser dulce conmigo.

Como suponía, decir aquello hizo que él titubeara y su energía fogosa y competitiva disminuyera, aflojando de inmediato la fuerza de su mano, y volviéndose a echar para atrás hasta recostarse en el futón. Para volver al ánimo ligero y sensual anterior, Tsukuyo también dejó de provocarlo, y retomó las atenciones orales con mayor delicadeza, procurando demostrarle cuánto le gustaba darle placer y verlo relajarse y entregarse a ella, un acto de confianza. El samurái empezó a ser más vocal, dejando salir suaves gemidos con más frecuencia, a medida que el placer se volvía más intenso y se acercaba al clímax.

- Tsukuyo... Sé que dije que te dejaría hacer lo que quisieras conmigo y no te detendría, pero... Hay algo más que me gustaría que hicieras.

- ¿Qué sería?

- Quiero verte acabar junto conmigo.

La rubia consideró las opciones para hacer aquello, hasta que se dio cuenta que la más cómoda y a la vez caliente era lo que había empezado a hacer en cuanto se había puesto encima de él. Se arrastró hacia adelante para colocarse una vez más a horcajadas de Gintoki, y empezó a mecerse en un cadencioso y amplio vaivén, tenía que procurar no llevarlo al límite en lo que ella podía tardar en llegar al mismo nivel de excitación. Si bien el contacto no era directo ya que llevaba puestas sus bragas, era también intenso sentirlo así y la hacía estremecerse de gozo con cada frotada. A la par, los gemidos del peliplateado se volvieron más guturales y seguidos, y estiró los brazos para alcanzar a agarrarla por el trasero, guiándola en los movimientos.

Queriendo poner a prueba lo que creía que podía ser más interesante para él, concentró sus movimientos hacia la base del miembro, mientras con una de sus manos le masajeaba la punta, frente a lo cual Gintoki siseó y luego sonrió.

- Me vas a matar así... Si usas tu mejor combo secreto, me va a costar mucho más contenerme, honey

- Ah, ¿sí? –Dijo la cortesana con un brillo juguetón en los ojos, y se dobló hacia adelante para alcanzar a lamerle el cuello y mordisquearle el lóbulo de la oreja, para luego susurrarle– Me subestimas si crees que ese es mi mejor combo secreto, darling. A ver cómo te sientes con este otro.

Tsukuyo volvió a erguirse, sentándose más adelante para que el glande frotara directamente entre su entrada y el clítoris, mientras llevaba una mano hacia atrás y le acunaba los gemelos, masajeándoselos con mayor intensidad. Un largo gemido ahogado salió de los labios entreabiertos del samurái, y lo sintió tensarse mucho debajo de ella.

- Definitivamente eres la cortesana de la muerte, pero ten piedad, por favor, o será mi fatality sexual.

La rubia soltó una risilla, le hacía mucha gracia lo original que se volvía Gintoki cuando se encontraba en "apuros", y acotó el pedido de no hacer un movimiento tan estimulante ya que todavía le faltaba un poco para sentir la proximidad de su propio clímax.

- Dame un minuto, Tsukki, eso rozó mi límite.

- Está bien, pero si me detengo me costará llegar pronto al mío.

- No necesariamente. Ven aquí.

Con inesperada fuerza, el samurái le agarró con mucha firmeza el trasero y la jaló hasta moverla sobre su torso.

- ¿Q-qué haces, Gintoki?

- Otro poco más y ya estás.

Con otro jalón, él logró arrastrarla hasta ubicarla y sostenerla justo a la altura de su cabeza, y luego de hacerle a un lado las bragas, adelantó su cabeza para alcanzarla con su boca. Tsukuyo tuvo que taparse la boca con una mano para callar el fuerte gemido cuando sintió los labios y la lengua del peliplateado sobre su sexo, nada tímido, sino por el contrario con una intensidad y pasión que la abrumó. Debido a que él le sostenía con fuerza la base de los muslos, ella no podía hacer más que rendirse al placer y dejarlo hacer, ese hombre siempre encontraba la forma de hacerle las cosas más atrevidas. Tanta efectividad e intensidad en la estimulación aceleró sobremanera la proximidad de su orgasmo, apenas podía creerlo.

- Gi-Gintoki... No, espera... si sigues así voy a...

- Entonces termina el trabajo tú.

Ni bien él la soltó, la cortesana se apresuró a volver a colocarse a horcajadas alineando sus sexos sin molestarse en volver a poner las bragas en su lugar, por lo cual quedó momentáneamente boquiabierta y disfrutando la sensación del cálido y terso contacto piel con piel por primera vez en su vida, tanto más excitante e íntimo, aunque fuera superficial. Luego de unos segundos, comenzó a moverse en un vaivén mucho más apresurado y preciso, sin otro objetivo que centrarse en acabar al mismo tiempo con aquel frote. Por la expresión del rostro de su amante, era obvio que él estaba haciendo uso de todo su autocontrol para aguantar hasta que ella alcanzara su orgasmo, y por suerte estaba ya tan entregada y llevada por su instinto que éste se formó rápidamente en su interior. No hizo falta que le avisara, ya que su cuerpo habló por ella, con sus movimientos volviéndose más apresurados y erráticos, a la vez que su respiración se entrecortaba.

Como estaba tan perdida en sus sensaciones, había cerrado los ojos, sin embargo los abrió y se encontró con una mirada muy fija y rezumante de deseo de parte de Gintoki, hambriento de saborear cada mínima expresión de placer de ella. Los orbes amatista y carmesí se encontraron con una atracción magnética, y eso fue el toque que faltaba para que segundos después su clímax se liberara, haciéndola temblar en incontrolables espasmos, y aunque instintivamente intentó alejarse para evitar la sobre-estimulación, los dedos del samurái se clavaron en su trasero y él se empujó un par de veces más contra ella, hasta que también acabó, derramándose sobre el abdomen.

El peliplateado la jaló de los brazos para hacerla caer hacia adelante, abrazándola así por la cabeza y la espalda, mientras ambos respiraban agitadamente hasta poder serenarse. En cuanto Tsukuyo volvió a conectar con la realidad, buscó los labios de él y le dio un profundo beso, que fue apasionadamente correspondido, lejos de la esperada calma post-orgásmica. Continuaron así hasta quedar satisfechos, los besos volviéndose más largos y suaves, hasta que inspiraron profundamente a la par, con una pequeña sonrisa en sus labios. La cortesana no tenía ganas de moverse, estaba demasiado a gusto encima y entre los brazos de él, y a Gintoki tampoco parecía importarle.

Dejaron pasar varios minutos, hasta que finalmente ella se dejó caer a un lado, y enredó una de sus piernas entre las de él, mientras le acariciaba el torso desde los pectorales hasta el abdomen, donde ya casi no había rastro del semen, y automáticamente se miró la yukata, que alcanzó a sentirle el rastro de humedad.

- Perdona, quería evitar mancharnos la ropa, pero acabé haciéndolo igual, para colmo en tu yukata nueva –Susurró Gintoki, un tanto apenado.

- No te preocupes, se limpia fácil.

- Vaya estreno, pero valió la pena –Agregó él con una sonrisita, y le dio un corto beso en los labios. Luego suspiró– Soy un hombre suertudo. Mi mujer es de las más hermosas y sexy que hay, me entiende, me consiente, y además es increíble en la cama, a pesar de que nos falta mucho por hacer.

La miró de reojo, sorprendiéndose de verla muy sonrojada y de pronto tímida.

- ¿Ahora te muestras vergonzosa? ¿De verdad?

- No es eso... Todavía me alteras el corazón cuando dices "mi mujer". Y esta vez no estás ebrio.

- ¿Por qué crees que sólo diría eso alcoholizado? ¿Qué clase de concepto tienes de mí?

- Es que sí lo hiciste cuando estabas ebrio, y no lo volviste a decir desde entonces.

Gintoki hizo una mueca, no podía contradecirla en aquello, pero no reflejaba para nada sus verdaderos sentimientos, sólo que no estaba acostumbrado a expresarlos abiertamente todavía. Se giró de lado, para luego impulsarse a quedar encima de ella apoyándose sobre sus antebrazos, y mirarla con cariño mientras le acariciaba el cabello.

- Mala mía, lo compensaré diciéndolo más seguido, así no te quedan dudas –La miró con repentina seriedad y calma– Empezando ahora. Tsukuyo, no sé cuánto tardaré en reunir los dos millones de yenes para comprarte de Yoshiwara, pero ten por seguro que quiero ser el único hombre para ti, así como no hay otra mujer para mí más que tú. Por eso es que puedo llamarte "mi mujer" y no lo digo a la ligera.

- Gintoki... –Musitó la rubia, muy emocionada– Te a...

- Te amo –Completó, diciéndolo al mismo tiempo que ella, y sonrieron a la par– Cada vez que lo digo, se vuelve más fácil y se siente mejor, ¿verdad?

- Sí, así es –Asintió, creyendo que su corazón iba a derretirse ante tanta dulzura de parte de él, era de lo más bonito ese lado tierno.

El samurái le dio otro beso, más largo y sentido, y después volvió a girarse de lado, abrazándola contra su pecho, y apoyando el mentón sobre la cabeza de ella.

- Creo que lo estoy entendiendo, y lo empiezo a disfrutar –Dijo Gintoki en voz baja.

- ¿Lo qué?

- Que me gusta sentirme amado. Siendo honesto, siempre se sintió bien saber que les importaba a otros y que me querían, pero me incomodaba aceptarlo, porque creía que entonces empezaría a ser egoísta y querría más y más de eso, hasta que me importara más mi vida que la de los demás, y que luego no quisiera sacrificarme para no perder aquello.

- Como yo lo veo, es lo que más fuerza nos da –Acotó Tsukuyo– Tener a quién proteger, dedicar la vida a cuidar a alguien. Reconozco que yo me pasé al otro extremo, ya que para lograr de eso pretendí hacer a un lado mi propia vida y felicidad.

- ¿Cómo se siente ahora el querer dártelo?

- Mejor que nunca –Admitió, con lo ojos brillantes– Es como si me librara de un peso, porque mentiría si te dijera que en alguna que otra vez, en especial luego de conocerte, no dudé en desechar esa decisión de negarme a mí misma que en un principio fue impuesta por mi maestro, la cual acaté como una forma de lealtad. Lo que me di cuenta ahora, es que una cosa no quita la otra, puedo proteger a Hinowa y a Yoshiwara, y al mismo tiempo puedo disfrutar mi propia felicidad. Esto que tenemos, estar así contigo... –Le tomó la mano y entrelazó sus dedos– Y que me aceptes tal y como soy, no lo cambiaría por nada, ni me avergüenza querer más.

- Ya veo.

- Y no creo que sea egoísmo, sino que eso es lo que yo interpreto como aceptar y merecer toda la felicidad que la vida pueda darme, así como yo disfruto dar a los que quiero. Porque lo estoy recibiendo de ti y de los demás, pero no los estoy forzando a ello, sino que lo hacen porque así lo sienten. Sólo compartimos lo que cada uno libremente quiere dar al otro, entonces no hay deuda ni daño en eso, ¿no lo crees?

- Sí, tienes razón –Aceptó Gintoki, y la abrazó con más fuerza– Eres una mujer increíble, te queda bien lo de cortesana celestial.

- Decídete, ¿soy cortesana de la muerte o celestial para ti? –Bromeó la rubia.

- Las dos, ¿por qué no? Ahora mismo creo que si me matas, aunque hasta ahora lo haces sólo de placer, es sólo para renacer y estar en un lugar mejor, así que ciertamente es celestial.

Los dos rieron por lo bajo, acurrucándose uno contra el otro. Sin embargo, al rato Tsukuyo se empezó a sentir incómoda con tener la ropa interior un tanto húmeda, se había olvidado de eso antes, por lo cual se las sacó y las dejó a un lado. Al mirar al samurái, notó que él la miraba con las cejas alzadas, un tanto sorprendido.

- ¿Qué? Confío en ti, y no traje otras bragas limpias. La yukata me cubre y nos vamos a cubrir con las sábanas para dormir, así que no hay de qué preocuparse.

- Uh, eso me recuerda...

Gintoki se puso bien el pijama, cubriendo su desnudez, así como Tsukuyo aprovechó para acomodar su yukata también. Una vez listos, se taparon con las sábanas y mantas del futón, y volvieron a acurrucarse juntos. Al rato de estar en silencio, la rubia estaba inquieta.

- Uhmmm, Gintoki... ¿Crees que Kagura nos habrá escuchado?

- No creo, mañana lo sabremos si nos mira raro, o si por el contrario evita cruzarse con nosotros.

- Oh, no... –Musitó, sonrojándose.

- Tampoco voy a llevar una vida célibe en mi propia casa porque ella esté aquí. Quizás hasta sea para mejor, que busque un lugar para ella, ya no es una niña.

- Sí... Y puede que sólo nosotros pensemos que sigue siendo tan inocente.

- ¿A qué te refieres?

- Ya tiene diecisiete años, y creo que la están cortejando, a su edad puede que haya empezado a...

Tsukuyo se estremeció ante una repentina aura amenazante que sintió demasiado cerca, y se encontró con la mirada de pronto gélida de Gintoki.

- ¿Quién la está cortejando? ¿Cómo lo sabes?

- Me pareció que hay algo entre ella y el joven que era parte del Shinsengumi... Sougo.

- ¿Qué dices? Sólo son amigos, y con suerte, porque siempre andan compitiendo y se llevan como perro y gato, discutiendo.

- Lo sé, pero Hinowa me dijo una vez que muchos hombres se comportan como tontos y molestan a las chicas que les gustan –Prefirió omitir que su amiga se lo había dicho en referencia a Gintoki mismo, por sus constantes burlas y provocaciones vulgares– A decir verdad, me han dicho que Sougo suele estar pendiente de Kagura y no es raro verlos juntos, incluso él se mantuvo cerca a pesar de que se haya desmantelado el Shinsengumi. Y ella también lo busca, así que...

- Tsukuyo, no digas más, no me arruines la noche –Gruñó Gintoki.

- ¿Por qué te molesta? Si se ayudaron mutuamente tantas veces, y a ti te respeta mucho, no debe ser un mal chico.

- ¿Bromeas? Sougo es un sádico por naturaleza. Y no me preocupa tanto el hermano de Kagura, pero si su padre biológico se entera, me querrá cortar las pelotas.

- Tú mismo lo dijiste, ella ya no es una niña. Se ha puesto guapa últimamente, tarde o temprano va a...

- Tsukuyo... Déjalo. De verdad, no quiero dormir con esa idea.

La rubia lo miró tratando de contener una sonrisita, conocer el lado sobreprotector de Gintoki le daba tanta gracia como ternura, que era innegable que veía a la joven Yato como una hija adoptiva y no le gustaba nada la idea de pensar que alguien llegaría a meterle mano. Para regresarlo a su buen y relajado humor anterior, coló la mano por debajo del pijama de él para acariciarle el pecho, lo que pronto observó que lo iba adormilando. Ella estaba bastante despierta todavía, por lo cual aprovechó que él estaba todavía despierto para hablar algo más.

- Gintoki, ¿hay algún lugar al que te gustaría ir juntos?

- ¿Para una cita, dices?

- Sí. Hasta ahora eres tú el que me ha invitado a salir varias veces, así que me gustaría invitarte yo la próxima.

- No soy muy exigente, me gusta estar tranquilo así como divertirme, y si puedo comer algún dulce, mejor aún. Aunque no estaría mal ir a un lugar donde no haya otros conocidos cerca, que podamos estar solos.

- Lo tendré en cuenta.

Despertar la mañana siguiente no fue tan fácil como cuando estaban en Yoshiwara. Al no haber una ventana o balcón cerca, era más difícil despertar con la luz del sol, y Gintoki estaba mucho más remolón y quejoso de tener que levantarse temprano, mientras que Tsukuyo estaba inquieta ya que no tenía nada que hacer, no podía ganar tiempo adelantando trabajo.

Para cuando finalmente se levantaron, la cortesana se encontró con un dilema, mirando con una mueca sus bragas y lamentando no tener otras limpias. Al notarlo, Gintoki abrió un cajón de ropa y le dio sus calzones rosados con diseño de frutillas.

- No puedo usar eso, la apertura de mi yukata está a la altura de mis caderas, se verán tus calzones.

- No seas quisquillosa, ¿o prefieres ir por la calle sin bragas o que estén sucias?

- Tampoco me gusta eso...

- Además, llevarás tu haori puesto, ¿verdad? Es largo, así que te cubrirá todo. Sólo procura no hacer movimientos exagerados, y estarás bien.

La cortesana miró los calzones sin estar convencida, por lo que el peliplateado se acercó a ella y se lo puso en la mano, diciéndole que iba a asearse primero y luego empezaría a preparar el desayuno. Ni bien salió de la habitación, Gintoki resopló y se sonrojó notoriamente, la imagen sexy de Tsukuyo todavía con su rostro de muñeca y vistiendo sólo sus calzones era demasiado atractiva en su mente, y le cosquilleó la entrepierna por la excitación. No tenía tiempo de darse una ducha fría, pero definitivamente la iba a necesitar después de que ella se fuera.

Fue a la cocina a hacer el desayuno, le gustaba la idea de prepararlo él para Tsukuyo, por lo que le puso especial esmero en hacerlo variado y generoso, había previsto que ella se quedara a dormir, por lo cual hizo las compras para estar surtido. Quizás por ser más temprano que de costumbre, no había rastro de Kagura, ella también era otra dormilona. Mientras se cocinaba el arroz, fue preparando la sopa de miso y también el pescado, y luego agregaría unos encurtidos.

- No te tenía tan habilidoso en la cocina, eres rápido y ordenado –Observó la rubia, que lo había estado mirando en silencio antes de entrar a la cocina.

- Es el hábito de hacerlo a diario.

- ¿De verdad haces todo esto cada día?

- Algo así, no tan variado, pero al menos sí el arroz, tamagoyaki y un té.

Leyendo entre líneas, a la cortesana le conmovió que Gintoki considerara ser más generoso en los ingredientes por estar ella. Ya que no parecía necesitar ayuda, y estaba segura que entorpecería más de lo que ayudaría, caminó hasta ubicarse detrás de él, y lo abrazó por la cintura. Le gustaba esa tranquilidad hogareña, algo que se percibía en especial en esa casa, y no tanto así en Yoshiwara. Pensó que quizás así se sentiría Hinowa al preparar todos los días el desayuno, mientras que ella misma rara vez ponía un pie en la cocina o se tomaba el tiempo de hacer esas cosas.

- ¿Te quedó bien mi calzón? –Preguntó el samurái con una sonrisa provocadora.

- Bueno… Pensé que sería grande y flojo, pero me queda un poco ajustado.

- A ver, muéstrame, Tsukki.

Si bien la idea la cohibía un poco, no quería negarse a algo tan sencillo y juguetón, por lo que echó una mirada alrededor para asegurarse que no había ningún movimiento, lo último que quería era ser vista así por Kagura o alguien más que llegara en ese instante. Gintoki dejó de cocinar y se dio la vuelta para mirarla, apoyándose en la mesada. Un tanto sonrojada, abrió la yukata desde el tajo y la levantó a la altura del obi, revelando el calzón rosado que le quedaba ciertamente ajustado, ya que tenía bastante más de caderas y trasero que él. Sintió un poco más de confianza cuando vio al peliplateado un tanto boquiabierto y muy quieto, con un perceptible sonrojo a medida que pasaban los segundos.

- ¿Te darías la vuelta? –Pidió con un hilo agudo de voz

Con su mejor mirada inocente, hizo lo pedido, girándose para mostrar cómo el calzón le quedaba al cuerpo casi como una segunda piel. Volteó la cabeza en el momento justo para ver cómo Gintoki tragaba duro y se apretaba la entrepierna con una mano, como si eso ayudara a contener su excitación.

- ¿Y bien? ¿Cómo me queda? –Preguntó ella, divertida

- Te lo digo de esta forma, si estuviera seguro de que estamos solos, no te duraría mucho puesto, honey.

- ¿Tanto así?

- Me gustan mucho las frutillas, pero no me molestaría comerme esa buena manzana de desayuno.

- ¡Gintoki!

- Tú preguntaste.

Tsukuyo dejó caer la yukata para taparse, sin poder evitar sonreír ante la picardía del hombre. Estaba a punto de replicar, cuando una puerta detrás se abrió, y de allí salió Kagura adormilada, frotándose los ojos.

- Buen día, Gin-chan, algo huele bien.

- ¿Tú sólo te despiertas con la comida, Yato glotona?

- Es que huele a algo nuevo… ¡Buen día, Tsukki!

Ni bien abrió bien los ojos y la vio, la joven se acercó a la cortesana con mucha emoción.

- ¿Te quedas a desayunar con nosotros, Tsukki? ¿Sí?

- Sí, Kagura.

- ¡Es la primera vez que desayunamos juntas! ¡Gin-chan, voy a agregar un huevo al arroz de Tsukki, tiene que probar mi desayuno especial!

- Oi, fui yo el que lo preparó todo, es "mi" desayuno especial.

Ignorándolo, Kagura fue a buscar los huevos, y luego tomó a la rubia por el brazo, para llevarla a la mesa y esperar cómodamente el desayuno. Si bien el samurái entrecerró los ojos, Tsukuyo no pudo más que sonreír, se sentía consentida en ese hogar. Cuando Gintoki al rato llevó la bandeja con las tres porciones y se agachó para servirle a su novia, le susurró de forma que sólo ella pudiera oírlo.

- ¿Ves? Por cosas como esta es que no estaría mal una cita completamente a solas.

Si bien admitía que le gustaba la idea de pasar un día entero a solas con él, tampoco estaba tan mal ser parte de la vida cotidiana de Gintoki. Luego de agradecer, le dio una probada a cada platillo del desayuno, abriendo mucho los ojos ante el rico sabor que tenía todo, no había nada insulso o mal cocido.

- ¿Está bueno? –Inquirió el samurái, mirándola con expectativa.

- Sí, muy bueno.

- ¿Mejor que los de Hinowa?

La cortesana frunció el ceño, esa no era una pregunta justa, por lo que contestó con indiferencia.

- Ambos son muy sabrosos.

- Tsukki, Gin-chan seguro quiere hacerlo mejor para que vengas a desayunar más seguido, y luego ya te quedas a vivir, ¿sí?

Ante eso, Gintoki por poco escupió la sopa que estaba bebiendo, y dedicó una mirada fulminante a Kagura, mientras que Tsukuyo bajó la mirada muy sonrojada y disimuló llenándose la boca con un buen bocado. La pelirroja miró de uno en otro y siguió comiendo, satisfecha al pensar que eso ayudaría a la pareja.

- Oi, ¿no crees que tu cabecita va demasiado rápido? –Le reprochó el samurái– No digas esas cosas tan a la ligera.

Kagura se encogió de hombros en respuesta, aunque Gintoki se quejara, ella sabía que en los años que se conocían y convivían, era muy raro que él fuera tan atento con otra persona, al punto de hacer compras de comida y ropa -la curiosidad había sido más fuerte que ella, y había visto la bolsa con la yukata de dormir-, y desayunos especiales. También había notado que él trabajaba más y empezaba a ser ahorrador, mientras que antes despilfarraba el poco dinero que tenía en dulces, alcohol y pachinko, sin importarle si después sólo tenía arroz y una o dos verduras para comer el resto de la semana.

En cuanto terminó de desayunar, la joven se despidió diciendo que tenía que sacar a pasear a Sadaharu, y llamó al perro. Gintoki agradeció la consideración por dejarlos solos, confiando en que Kagura podía tener ese tipo de sensibilidad. Miró de reojo a Tsukuyo, notando que ella miraba el reloj de la pared.

- ¿Tienes que irte pronto?

- No es tanto que tengo que hacerlo, sino que habitualmente ya estaría trabajando a esta hora.

- ¿Alguien se molestará o perderá algo si tardas un poco más?

- Sólo mi reputación, tal vez –Contestó con una sonrisita.

- Entonces no hay problema –Palmeó el tatami a su lado– Ven.

La rubia acató el pedido, y se sentó junto a él. Luego lo pensó mejor, y por su cuenta se hizo lugar entre las piernas de él.

- Qué decidida. Me gusta cuando te muestras confiada conmigo y vienes a buscar lo que quieres, Tsukki.

- ¿Y qué quiero?

- A mí.

- Vaya, qué humilde.

Tsukuyo percibió que Gintoki coló la mano por el tajo de la yukata, y empezó a acariciarle el muslo por encima de los calzones, jugando con el dobladillo.

- ¿El desayuno te dio energías? –Inquirió, alzando una ceja, aunque con tono juguetón.

- Para ciertas cosas siempre tengo. Es como el segundo estómago para los dulces. Y tú, eres mi dulce favorito.

Si bien Tsukuyo no estaba segura de dejarse llevar por el toqueteo en medio de la sala, le costaba mucho resistirse al hombre que amaba cuando encima la miraba de esa forma tan cariñosa como seductora, Gintoki iba a ser la ruina de su disciplina por la rutina. Sin embargo, de ser honesta, sabía que ella era más exigente consigo misma de lo que podían pedirle los demás, que por el contrario la alentaban a hacerse más tiempo para sí misma.

- Sólo cinco minutos –Susurró el samurái, rozando sus labios contra los de ella.

- Que sean diez.

Buenaaas! Ando con bastante trabajo (lo cual agradezco porque lo necesito), pero eso hace que tenga poco tiempo para escribir, agh, así que ténganme paciencia! De todas formas no va a ser un fic largo, estimo entre uno o dos capítulos más, se viene lo lindo y rico, y tengo otros proyectos (de otro fic GinTsu, y de mi vida jaja). Me encantaría vivir también de escribir fics, pero bueno, esa realidad no es tan viable, así que tengo que ordenar prioridades jaja.

Gracias como siempre por leer, apoyar y dar tanto amor, agradezco mucho los comentarios! Hasta el próximo capítulo!