Advertencias: descripción de escenas sexuales (+18).
Perdón la tardanza! La mitad de este cap es básicamente MinaHina para quienes les gusta esta pareja. Sí, damos el mega brinco.
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A pesar de que su nombre, Hinata Hyūga, no podría ya más desligarse de la de un traidor, Minato Namikaze había conocido en algún momento el firme carácter de Hiashi cuando había creído que era un súbdito leal, y había tenido en alta estima la integridad del clan Hyūga.
Ese mismo pasado, bien sabía Minato, aún se mantenía en la cotidianidad del clan y en la crianza que la joven Hyūga debió tener hasta ahora, su apellido no más, por tanto, la hacía no carecer de nada en comparación con cualquier otra joven noble.
Era hermosa, desde luego, no era de baja cuna y la manera en que se desenvolvía era cordial y apropiada. Había llegado al Palacio con adecuados atuendos y una postura acorde a las etiquetas que se esperaban, con sus hombros elevados pero sus ojos mirando al suelo a menos de que su nombre fuera llamado.
Poco habría que corregirle.
Él, ciertamente, había pensado que iba a desvirgarla, que disfrutaría con ella por una o dos noches —era fabuloso ver el rostro de una mujer en su primera vez—, satisfaciendo ese deseo y curiosidad por ella y su cuerpo y rostro desde esa vez que había resaltado entre invitados del Palacio, pero que no se extendería a más. Ateniéndose a su experiencia, Minato Namikaze había pensado que la belleza de ella se mantendría como su principal factor y no le ofrecería a él lo que buscaba como amante.
Habría estado bien tenerla en un rincón y esporádicamente disfrutar de la simetría de su rostro, invitarla algunas veces más a su cama y escucharla otras tantas más en fiestas y cenas, que siguiese el protocolo que desde hace tanto tiempo se había creado.
En su palacio aprendería algún oficio y se le daría espacio a aquellos que ya sabía hacer, pasearía por los lugares que le fueran permitidos y estaría allí para él por su capricho; una joya no tan bienvenida de la cual ni siquiera Madara había tenido la oportunidad de decir algo.
Pero entonces en la tercera noche juntos Minato supo cuán erróneo habían sido sus anteriores juicios y continuó permitiendo que la joven siguiera sorprendiéndolo.
Si bien Hinata había actuado apenada la primera vez, viéndose en un inicio adorable con un sonrojo que se incrementó cuando él volvió a poner una mano bajo su mentón como había hecho en ese primer encuentro tantos días atrás, un efímero gesto para apreciar de nuevo esa increíble belleza, al final ella había casi que desconcertado al Emperador no con una observación artística hacia una pintura sino mientras movía sus caderas hacia adelante y atrás encima de él.
De alguna forma, luego de haberle pedido que se desnudara, luego de los toques lujuriosos de él, luego de llevarla sobre la cama y alineado sus cuerpos, de entrar en ella cuando su propia virilidad estuvo lo suficientemente endurecida, Hinata con suaves y gráciles movimientos en algunos minutos había quedado encima. Así, cuando Minato estuvo por completo duro dentro de ella, de Hinata Hyūga —aparentemente una ingenua doncella—, ella cambió su dulce vaivén de adelante y atrás para empezar a subir y bajar, lento, apretándolo con inesperada delicia.
—Maldición —había soltado él con placer porque sin duda la sensación había sido diferente.
Para haber sido el primer encuentro con alguien mucho más joven que él pero que sabía moverse, al Emperador le había fascinado. Lo había envuelto en un leve control femenino que pocas mujeres antes habían hecho; engullendo ella con su intimidad su grosor, apretando su punta y aflojando, repitiendo lo mismo otras dos veces más mientras bajaba envolviendo en húmedas y cálidas paredes más de su dureza. Volviendo a subir con parsimonia sin salir de él y bajando mientras hacía esas tres encantadoras presiones.
Esa primera noche el Emperador dejó que tomara el control, dejó como tan pocas veces había permitido que una mujer hiciera casi todo el trabajo. Se mantuvo en la comodidad y opulencia de su amplia cama, su espalda apoyada en una multitud de suaves y rellenas almohadas mientras ella subía y bajaba de él de esa forma.
La única ayuda que le había ofrecido a ella habían sido con sus manos, aferrándose Hinata a él a través de ellas, los dedos de ambos entrelazados con fuerza y ella concentrada al parecer en lo que estaba haciendo. Su sonrojo fue siempre persistente mientras sus pálidos ojos estuvieron cerrados, quizá pensando que debajo suyo tenía a alguien diferente.
Incluso ahora, en su tercera noche, la evidente experiencia que tenía ella no era problema para Minato, no preguntaría con quién obviamente había estado previamente en labores tan parecidas. Quizá con alguien de ese clan, quizá otro maduro hombre que la había engañado con falsas promesas de matrimonio. El Emperador había escuchado suficientes cuentos sobre su Imperio y otros lugares lejanos como para hacerse una posible idea. Quizá había estado con Sasuke Uchiha si alguno de los más recientes rumores eran ciertos.
Tres noches después mientras aún le permitía su presencia en su cama, no habría para Hinata castigo alguno o falsa ofensa porque lo que hacían, esa sensación placentera, no sólo era para compartirla a través de una unión marital. Amantes, casas de placer, manipulación, incluso incesto; a lo largo de su vida el Emperador había escuchado de todo.
No preguntaría porque hacerlo quizá sería darle un resquicio de esperanza de que él estaba interesado en algo más que tenerla desnuda.
Ciertamente era diferente a las demás pero eso no significaba darle del todo un estatus superior que las otras.
Y eso es lo que él iba a hacer, en su tercer encuentro con ella.
Minato entonces pasó de sujetar el grácil y blanco cuello a llevar sus dedos por entre los suaves cabellos oscuros, tal y como si tocara lo que más debía acercarse a un ángel. Quizá era ese tipo de pensamientos hacia ella lo que estaba llevándolo cada vez más cerca a su culminación, sus piernas y abdomen tensándose en anticipación.
Al final de cuentas, luego de tres días, Hinata Hyūga era perfecta en ofrecerle lo que buscaba como amante.
—Lo haces bien, sólo más fuerte.
Así, él no estaba pensando en nada más, sólo en la húmedad de la lengua de ella en su miembro, inexperta sin duda pero tampoco la primera vez que lo hacía. No bastó mucho para que él finalizara, su agarre en ella volviéndose algo doloroso mientras veía cómo sus claros ojos se llenaban de lágrimas.
Minato podía continuar y cayó con ella sobre la cama, apreciando su cuerpo a través del tacto y la cercanía extendiéndose como miel entre sus cuerpos, igual de dulce a los gemidos de ella ahora. Minato pronto se acomodó sobre su curvilíneo cuerpo y fue bajando con su boca hasta tomar con sus labios un botón rosado y casi beber de él. Con sus dedos manipuló al otro, pellizcándolo y frotándolo.
Hinata reaccionó tan bellamente como podía, las atenciones del mayor luego de la anterior posición en la que la tuvo claramente cumpliendo con sus propósitos, viendo como la joven arqueaba su espalda con tal de acercar su pecho hacia adelante.
Él se apiadó de ella, incluso cuando subió su azulada mirada al rostro de Hinata y observó cómo aún mantenía sus perlados ojos cerrados. Aún así se aseguró de que sus pezones quedaran hinchados, sin duda conocedor de lo que ese tipo de caricias lograba en una mujer, y con lentitud deslizó su mano libre por la suave cadera de ella, su amplia palma tanteando hasta llegar a la evidente humedad que esa misma noche volvería a acogerlo. Él presionó allí sorprendiéndola, extendiendo y usando sus dedos mientras un temblor en el femenino cuerpo hacía evidente que ella no esperaba sentir los dedos de su Emperador de esa forma. Fue entonces inevitable para ella empujar ahora sus caderas hacia él, sus uñas enterrándose en la suavidad de la cama y entendiendo un poco que aquellos dedos no estaban pretendiendo entrar en ella, sólo acariciaban y hacían círculos logrando un centenar de nuevas sensaciones.
Hinata abrió sus ojos y con su ceño fruncido conectó su mirada con la de él aunque no quisiera.
Minato Namikaze entonces sonrió ladinamente, dejando de lado los toques que hacía con su boca en los sensibles senos y satisfecho de la expresión de ella, una que lo hacía sentirse poderoso. Quería hacerla gemir más fuerte de lo que había hecho con cualquier otro hombre antes, otra reciente ocurrencia que quería lograr incluso aunque su endurecido miembro goteaba ahora hasta la base.
Bajó más sobre ella, nunca dejando de lado la fricción con sus dedos y el excitante calor que seguramente se arremolinaba en el vientre de ella.
Así, sin esperar por más, su boca reemplazó su mano y Hinata ante el acto tuvo que echar la cabeza hacia atrás prácticamente soltando incomprensibles palabras que se mezclaban con lloriqueos. Era un repentino toque en ella el cual nunca habría podido imaginar antes, una sensación ajena incrementada en el momento en que la lengua de él lamió frenéticamente toda la extensión de su intimidad, a veces deteniéndose en un punto en específico que la hacía aferrarse con más fuerza a la cama y la obligaba a retorcerse mientras ella sólo se reducía a gemidos. En algunos momentos lo que sentía era tan abrumador que había intentado infructuosamente alejarse de las caricias y presiones de esa lengua, pero no podía apartarse con el agarre que ejercía ahora las manos de él en sus muslos, manteniéndola abierta para él.
Hinata eventualmente gritó.
—¡S-SU MAJESTAD! —Alto y fuerte sintió como si realmente pudiera estar poseída.
Los dedos de su pie se curvaron y ambos supieron que Hinata estaba cerca de un inevitable placer. Minato sin piedad atrapó con sus labios y lengua el punto que parecía concentrarlo todo, y succionó con fuerza arrojando a Hinata a una frenética sensación pulsante, como si fuese lanzada a un pozo profundo en donde toda ella estaba ridículamente sensible haciéndola creer que no podía soportarlo más.
Gritó de nuevo y deseó agarrarse de los rubios cabellos del Emperador, o de sus fuertes hombros, pero la idea fue descartada tan pronto sus ojos se nublaron y todo se sintió perfecto. Así, a pesar de estar de espaldas sobre la cama, Hinata sintió que caía, como si se desplomara desde una gran altura y cayera con suavidad sobre algo. Había sido reducida a sólo sentir y no quedaba dudas de un rastro de lágrimas en sus mejillas.
Hinata no sabía cómo iba ahora a mirar al rostro de su Emperador por el resto de la noche.
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Poco días después lo que Hinata estaba sintiendo debía ser algo imposible.
Irreal.
Se había obligado a mantener su mente dividida pero había sido un arma con doble filo.
Por un lado, no podía creer las convulsiones que su interior estaba teniendo. No podía hallar palabras para describir lo que su cuerpo sentía, sólo podía dar lloriqueos y gemidos ahogados.
Nunca hubiese creído que un hombre podía ubicar su lengua en la intimidad de una mujer, de arremolinarla hasta apoderarse de un específico punto que la hacía ver el cielo. El toque de la lengua de él en esa pequeña porción de rosada piel se había convertido cada noche en lo mejor que Hinata había sentido en la vida. Era un razonamiento egoísta, desde luego, secretamente guardado en una parte de su mente esperando nunca tener que revelarlo.
Y como las noches anteriores Minato Namikaze desvergonzadamente sorbió su particular nervio y el femenino cuerpo arqueó la espalda y, de nuevo, Hinata empujó sus caderas contra la boca de él.
No había para ella, realmente, una sensación mejor, así a merced de él con sus mejillas totalmente sonrojadas y una parte de su mano entre sus labios y dientes para tener algo que morder.
Él era un hombre impresionante y no podía evitar sentirse paralizada por esos ojos sagaces cada vez que de la boca de él le era pedido desvestirse, y cada vez Hinata se ruborizaba casi que de mortificación por los pensamientos que no quería se formaran del todo en su mente y por la sensación en su vientre que temblaba cada vez de anticipación. Estaba siendo infiel, estaba cometiendo un crimen contra su esposo mientras era la amante del Emperador.
Hinata sólo podía por implorar por mantener una barrera sentimental entre ella y el poderoso hombre; existía desde luego un claro acuerdo con Sasuke para estar físicamente con otro hombre, y Hinata pretendía honrar ese acuerdo estando alejada del Emperador de manera emocional, más cuando prácticamente era él quien la estaba seduciendo y ella estaba cayendo como si se tratara de miel; el hombre si bien no la llamaba con dulzura o susurraba amorosas palabras y no le prometía nada más allá de una acomodada vida, sí le estaba llenando de nubes sus ojos, tocándola como Sasuke seguramente no sabía que se podía tocar a una mujer.
A solas con él poco a poco la parte de ella que debía actuar sin rechazo permitía que fuera acaparada toda su atención en la voz de él, en sus gruñidos, en cómo se sentían sus manos en ella; la presencia de él sintiéndose como una imponente aura cálida alrededor de la cual Hinata terminaba gravitando.
Aún así por momentos un amargado susurro dentro de su cabeza le mantenía diciendo que aquellas manos que ahora la tocaban y la llevaban al cielo, eran las mismas manos que tanto daño estaban haciendo.
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Hinata la mayoría del tiempo cuando no era llamada por el Emperador quedaba sola, o al menos así era, sin compañía, mientras se encontraba dentro de las paredes de su propia habitación y estudio privado. En algunas semanas más asistiría a algunas clases y vería a más mujeres de la Corte. Por ahora afuera de su puerta se mantenían algunas jóvenes que habían sido dispuestas al servicio y cuidado de ella. Eso estaba bien, era lo esperado, le ayudaban en labores cotidianas, la acompañaban —ella con las mejillas rojas— de vuelta a su dormitorio cuando salía de los aposentos del Emperador, y le informaban cuando era llamada por él o cuando su comida estaba lista, la cual recibía en su propio espacio. Hinata podía contentarse con que no habían ordenado un vigilante hombre para ella.
Así, la sexta mañana en que había despertado dentro de la seguridad del Palacio, sin el hombre rubio a su lado, Hinata escuchó las voces de algunas chicas afuera que sin duda estaban seguras de no tener cerca a oídos masculinos que las escucharan. Eran susurros que simplemente compartían mientras esperaban que la concubina Hyūga despertara del todo para empezar sus labores de ayudarla a vestirse y acompañarla de nuevo a pasar el día en su habitación.
Pronto con sus sentidos agudizándose mejor ante el nuevo día, Hinata pudo empezar a captar mejor lo que decían, y para su gran sorpresa estaban hablando de Sasuke, acerca de cómo una de ellas estaba segura que el cumpleaños del codiciado noble había sido dos días antes.
Hinata sintió que por un segundo su corazón se había detenido, aún así a lo largo del día se había rehusado a llorar o rumiar en cuánto la afectaba no haberlo sabido, no haber tenido el tiempo suficiente para preguntarlo. Sasuke, por supuesto, no debía considerar esa fecha con gran apego y seguramente había descartado decirle especialmente si podía interferir con las tareas que ahora ella debía hacer.
Horas después cuando por primera vez pasó la noche sola, vio con añoranza hacia la luna y observó cómo su parte oscura ya sobrepasaba la mitad. Hinata entonces recordó que Sasuke le había prometido visitarla cuando la luna estuviera completamente oscura o completamente brillante.
Faltaba poco para eso, sólo dos días.
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En Konoha, días después de ese pasado reencuentro que Temari tuvo con la abuela Chiyo, la joven rubia se había dado cuenta de la joya que la anciana le había dejado oculta entre sus ropas, claramente puesta ahí cuando se habían dado aquél corto abrazo en la cocina de la Mansión Uchiha.
Fue justo antes de la Gran Festividad Dorada que Temari encontró la brillante esmeralda casi del color de sus ojos a la cual ella le había buscado la forma de insertarla en un collar y mantenerla colgada en su cuello desde entonces.
Ese día en su visita a Chiyo, Temari había bromeado con haber ido a donde la anciana por algún amuleto de buena suerte, y si bien había quedado satisfecha con el abrazo entre ambas, Chiyo al final se había asegurado de ofrecerle un amuleto de verdad, uno brillante que era, quizá, la única razón por la cual Temari seguía siendo la única viva en ese bosque.
Había una bestia, sin duda, y no era la que Madara había proclamado que él había destruído ni sus restos llevados a los pies del Emperador.
Eso era mentira. Una gran mentira política y algo que se había convertido en una excelente estrategia en búsqueda del poder militar. Una oportunidad que había sido servida en bandeja de plata.
Había una bestia y, quizá, todo estaba en inminente peligro.
El mismo fango oscuro y las mismas sombras que se extendían hacia Suna lentamente cada vez, eran los mismos que estaban bajo sus pies ahora, impidiendo varias veces su camino, el que éste fuera ya. La bestia debía ser lo que había matado a todos los demás exploradores y había hecho su vida un infierno por largos días. Durante esos días Temari se preguntó si eso era lo que había vivido su hermano Kankurō o lo que había arrebatado al hijo del Emperador. Quizá ninguno de los dos había sobrevivido tanto, ella al menos tenía aún provisiones y se había entrenado para situaciones difíciles. No obstante se sentía tan perdida que sólo las estrellas le indicaban con seguridad hacia dónde era Konoha y Suna, y si ella hubiese sido una devota de la diosa de la luna de su pueblo, quizá podría orarle a esa figura maternal y anciana que a tantos otros guiaba en la dirección correcta.
Recordó entonces las palabras de Matsuri antes de despedirla y seguir su labor como dama ayudante de la falsa princesa; la joven siempre había creído en cuentos que muchos abuelos seguían relatando y que incluso estaban consignados en libros de literatura, cuentos en los cuales muchos de las cosas que mencionaban no eran más que elementos fantásticos o exageraban lo que había sido simplemente un suceso histórico concreto. Para Matsuri muchos de los males del mundo provenían porque a veces la ambición humana prevalecía sobre el poder de un dios, y por tanto le había rogado a Temari, la princesa junto a la cual se había criado, no entrar a un lugar al que los mismos habitantes de Konoha señalaban como maldito.
Sin embargo allí estaba y la bestia entonces se presentó por fin frente a ella una noche, Temari sosteniendo una antorcha en una mano mientras en la otra buscaba por alguna filosa arma. La bestia, lo supo de inmediato, no tenía forma, sin embargo sabía que estaba ahí con ella sobre el mismo pedazo de tierra.
Entonces la voz tétrica que se dirigió a ella hizo que la daga con la cual ella apuntaba al frente pareciera un juguete de niño:
—¿Sabes? Casi tres cambios de luna es bastante tiempo.* ¿Qué tal si es el único hombre que realmente te ha interesado es quien decide cómo jugar contigo ahora…? —Temari sintió a las sombras moverse, no podía verlas pero podía sentirlas, escucharlas arrastrarse por el fangoso suelo y el poco follaje húmedo bajo sus pies. La voz de la bestia que le hablaba empezó entonces a cambiar a algo más humano, un engaño porque aún mantenía de manera sutil lo tétrico en su modulación—. ¿Te gustaría que el rostro de él fuera el último que veas?
Temari entendió a qué se refería la voz en el momento en que algo semejante a un cuerpo humano tomaba forma frente a ella, el fuego de su antorcha siendo lo suficientemente brillante en medio de la reinante oscuridad de la noche para delinearlo.
Podía reconocer su vestimenta y el ancho de sus hombros tan pronto aparecieron. Podía distinguir perfectamente la alta coleta cuando se formó.
—¿Temari? —Ella no respondió a pesar de que el tono de sus palabras era el mismo del joven noble que había dejado atrás sin despedirse—. ¿Qué estoy haciendo aquí?
Aún así, la persona frente a ella no era Shikamaru. Ni siquiera podía llamarse persona. No había irises en sus ojos, sólo oscuridad total. Temari en un impulso lanzó su daga, incluso cuando se arrepintió al momento de hacerlo.
—¿¡Y si es el rostro del hermano que perdiste?!
En un pestañeo era Kankurō quien estaba frente a ella en la oscuridad, gritándole con lúgubre voz y Temari casi cayó de rodillas.
—¿Q-qué eres?
—Soy un dios.
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Perdón a quienes odiaron este cap. Además, no sabía cuando empecé a escribir esto que me generaría conflictos sentimentales porque la verdad no pensé, por ejemplo, en las implicaciones de "infidelidad legal" que tendría esto. A veces pienso mandar a Hinata y Sasuke a vivir a Suna y ya jajajaja
Pero bueno, aquí estamos! Seguimos con el plan! (El plan que también es romper con la realidad en la que viven los mismos personajes, oops).
Falta algo más de mi amado MinaHina, pero recuerden que la pareja principal/final es SasuHina.
*Nota: "Casi tres cambios de luna" son en mis cálculos 20 días.
