Disclaimer: Twilight le pertenece a Stephenie Meyer, la historia es de LozzofLondon, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.

Disclaimer: Twilight is property of Stephenie Meyer, this story is from LozzofLondon, I'm just translating with the permission of the author.

Capítulo beteado por Yanina Barboza

Grupo en Facebook: Tradúceme un Fic


Más silencio.

Puedo sentir lo cerca que estoy de estallar, mi cuerpo apretado con fuerza, listo para ceder bajo la tensión.

Odio el silencio.

Solo ayer podía agradecerlo, ahora me dan ganas de gritar.

―¿Dónde estabas? ―pregunta, mirándome fijamente, sin pestañear―. ¿Y dónde diablos está tu papá?

Mi aliento arde mientras inhalo, estabilizándome, obligándome a mantener la calma.

―Estaba en el hospital. ―Mi voz está vacía de toda emoción, fría. Si permanezco indiferente y desvinculada, no lloraré.

Sus cejas se levantan, instándome a continuar.

Ella no ha envejecido. Se ve exactamente igual, aunque su piel tiene un brillo bronceado y su cabello es uno o dos tonos más claro de lo que recuerdo.

»Mi novio tuvo un accidente.

Ella balbucea.

―¿Tu... qué? ¿Cuándo? ¿Cómo?

―No importa. Eso no es de lo que quieres hablar y no es de lo que quiero hablar contigo.

Nos observamos de cerca, pero no me rendiré y me abriré con ella, es la persona en la que menos confío en este momento, ella y mi papá. Hablarle de Edward y quitarle la presión a ella es perjudicarme a mí y a mis sentimientos.

Hablar de por qué se fue me da un pequeño respiro del dolor que nos rodea a Edward y a mí, lo aceptaré, por muy egoísta que sea.

»¿Por qué estás aquí? —pregunto, encontrando mi voz, mis ojos nunca se desvían de su intensa mirada, traicionando la ansiedad que siento. Saber que exteriormente no me estoy derrumbando me da la fuerza que necesito para alejarla―. ¿Qué deseas?

Ella suspira, luciendo herida por una fracción de segundo y jugando con una astilla de madera sobre la mesa.

―Lamento haberme ido tan abruptamente.

Su disculpa cuelga en el aire, flotando entre nosotras como una burbuja que amenaza con estallar. Ella me observa cuidadosamente, midiendo mi reacción.

No tengo ninguna.

»No podía seguir de la forma en que tu padre y yo estábamos… ―Inhala y lo suelta por la nariz en un resoplido prolongado―. Me sentía sofocada. No sabía quién era. Era tan infeliz. Estaba entumecida. Todo lo que sabía era que... tenía que escapar. Tenía que irme y no estaba pensando con claridad.

Sus palabras no significan nada, no encienden nada dentro de mí. Ciertamente no simpatizo con su situación o las decisiones que tomó.

Pero si siente que esa era su única opción... está bien. Bien por ella. No me importa. Ya no.

Sus ojos se encuentran con los míos antes de continuar.

»No recuerdo haberme ido. Simplemente... me desesperé, y aunque fue cobarde y egoísta, tuve que alejarme de todo.

Asiento, mirando por la ventana por encima de su hombro.

―Bien ―reconozco.

Sé que me está mirando, pero no puedo mirarla. No me siento diferente al escuchar su versión de la historia.

―¿Eso es todo? ―cuestiona, incapaz de ocultar su sorpresa―. ¿Eso es todo lo que tienes que decir?

Me encojo de hombros. Apretando los dientes posteriores, consolándome con el rebote de mi mandíbula, los músculos mientras se tensan y se relajan.

―¿Qué estás buscando? ¿Compasión? ¿Comprensión? ¿Una palmada en la espalda por hacer lo que sentías que tenías que hacer? ¿Por huir de tus problemas y dejar que tu hija se las arreglara sola, mientras tu esposo pasa todo el tiempo en otra parte, bebiendo hasta el estupor con sus amigos cuando no está trabajando?

Sus cejas se levantan, sorprendida.

―¿Él alguna vez está aquí? ―Su voz apenas supera un susurro, creo que por la emoción.

Niego con la cabeza.

―No, no lo está. Voy a la escuela y vuelvo a una casa vacía. Me preparo la cena, lavo mi propia ropa y hago las compras. Me preparo la cena de Navidad y me siento en esa habitación vacía… —señalo hacia la sala de estar—... sola, preguntándome qué hice mal, qué hice para merecer a unos padres que me odian...

Se le entrecorta la respiración y sacude la cabeza con vehemencia, negando.

―Bella, no…

―No he terminado ―la interrumpo―. Solía llorar hasta quedarme dormida, preguntándome dónde estabas y por qué me dejaste atrás. Me destruiste. No confío en nadie, soy tan insegura que me enfermo. Ni siquiera culpo a papá, ya no, por no querer tener nada que ver conmigo... nadie más lo hace. Tú no. Entonces, ¿por qué él debería ser diferente?

Ahora está llorando, limpiándose los ojos en silencio con los dedos, sorbiendo ruidosamente, mirando el suelo debajo de ella, derrotada.

Bien.

»¿Pero sabes qué? ―Ella me mira, esperando que continúe―. No importa. No me importa. Honestamente, realmente no me importa. A ti nunca te importó. A papá tampoco... y ahora, a mí tampoco. Porque en unos meses, yo también me iré. Escaparé de este pueblo abandonado por Dios y comenzaré desde cero. Construiré la vida que quiero. No permitiré que me arruines eso, aunque me hayas arruinado.

Me pongo de pie abruptamente. En silencio, me ruega, llorando en silencio.

―Lo siento mucho ―se ahoga, mirándome.

―No lo sientas ―le digo―. Hiciste lo que tenías que hacer. Fue egoísta y dolió... y si quieres mi perdón, no lo obtendrás. Pero no me aferraré al odio, me niego. Me niego a ser una víctima. Necesito dejarlo ir y seguir adelante. Por mí.

Mordiéndome el labio, miro por la ventana una vez más.

»Si quieres hablar con papá, él llega a casa todos los domingos y se va nuevamente el lunes por la mañana. ―Ella se ahoga, su cara enrojeciendo de ira―. No te enfades con él ―le digo―, al menos lo veo una vez a la semana y, aunque está ausente, todavía me mantiene.

No miro hacia atrás mientras me voy, agarrando las llaves de mi auto y mi chaqueta, me alejo de la casa sin pensarlo dos veces.

Me siento más ligera mientras la casa desaparece en mi espejo retrovisor, haciéndose más y más pequeña, como el peso que reside en mi corazón.

¿Se solucionó algo? Me río amargamente. Nada. Pero la vi, la escuché, lo absorbí. Di mi opinión y la dejé ir. Fue más fácil de lo que jamás pensé que sería.

No quiero una relación con ella, el daño ya está hecho y es irreversible, pero Edward tenía razón.

Mientras conduzco en dirección al hospital, siento como si me hubieran quitado un peso agobiante.

Un cierre.