La delgada línea a lo desconocido

Por Ladygon

Capítulo 2: La vida post no apocalíptica.

Los días de amor con Aziraphale parecían sacados de una película romántica cursi. Ya se conocían al pie de la letra, pero por otra parte, era como si recién se estuvieran conociendo. En cuanto a la intimidad, recién sus tactos reconocían la presencia del otro. Así su historia comenzó como una pareja de amantes, que tenían citas con besos y las caricias también estaban en la bandeja.

La paz de la Tierra era muy disfrutarle, en especial por esos dos, quienes ya estaban viviendo juntos en la casa de Crowley. Dormían ahí, cenaban, veían películas, escuchaban músicas, regaban las plantas, las cuales estaban menos aterrorizadas gracias a la presencia de Aziraphale. En el día, Aziraphale iba a su tienda y permanecía como si fuera su trabajo en vez de su casa. Crowley iba al mercado a comprar cosas para la cena, pasaba a la pastelería, chocolatería y florería, volvía al departamento, se ponía un delantal y comenzaba su preparación para la llegada de Aziraphale. Después ponía la mesa con un arreglo de flores al centro, una excelente botella de vino y cubiertos de plata. Mira la hora, las manecillas en punto, el timbre suena y Crowley se apura en abrir la puerta para recibir a su amor con un hermoso beso en los labios.

—¿Qué tal tu día?

—Un día Tikitibú. Toma, te traje un regalo —dijo Aziraphale, dándole el pequeño paquetito.

—¿Qué me trajiste?

—Nada nuevo, si es lo que estás pensando.

—Ah.

—Sé que solo te gustan las cosas nuevas, pero no soy muy bueno para elegirlas.

—No te preocupes. Ven, tengo lista la cena.

Aziraphale dio una palmada de alegría y su rostro se iluminó, Crowley lo vio embobado. Pasaron al comedor, finamente, arreglado con esos bellos adornos florales los cuales le encantaron al ángel.

Cenaron con música suave, Aziraphale contó sobre un nuevo libro que Crowley solo escuchaba por la voz del ángel. Aziraphale tenía una hermosa voz aguda, la cual le servía para cantar bellas canciones celestiales. Al menos eso pensaba, porque nunca lo escuchó cantar nada. Así todo maravilloso hasta que llegaron al postre y sirvieron una rica tarta de fresa.

—¿No abrirás tu regalo? —preguntó Aziraphale.

—Lo haré, lo haré, estaba esperando a que terminaras —mintió Crowley.

La verdad es que se le olvidó el regalo. No esperaba nada interesante en él y odiaba tener que mentirle a Aziraphale, diciéndole lo lindo que era solo para mantenerlo feliz. Suspiró de camino a buscarlo, lo trajo y se sentó en su puesto en la mesa, frente a Aziraphale. Comenzó a desenvolver la pequeña bolsa de papel, tan finamente envuelta y llegó a una cajita.

Crowley alzó una ceja con sospecha. Abrió la boca de par en par cuando vio el pequeño anillo en el fondo. Tampoco era cualquier anillo, miró el meñique de Aziraphale y luego volvió al anillo en la cajita.

—Hice que lo dejaran a tu medida, espero que te quede —dijo Aziraphale.

—¿Me lo regalas?

—Claro, es todo tuyo, mi amor, y también es símbolo de mi amor por ti como de compromiso.

Crowley no daba cuenta de lo que estaba oyendo, porque después de eso, Aziraphale siguió comiendo su tarta como si nada, solo dándole una de esas sonrisas que siempre le daba. El demonio quedó estático unos segundos antes de reaccionar y mirar el anillo como si fuera una cosa sagrada.

Aziraphale se levantó y se acercó a él. Tomó ambas manos de Crowley, atrapó el anillo e hizo el movimiento de ponerle el anillo al demonio, mientras este lo miraba como si estuviera en un sueño. Luego miró la mano con su anillo puesto, las alas brillaban en su dedo anular, dándole mucha elegancia a su mano. Crowley comenzó a llorar por la emoción, Aziraphale se asustó al verlo en ese estado.

—¿Qué pasa querido? ¿Te sientes bien?

—Sí, sí, es Ngk, no, no me lo esperaba.

—Me alegra sorprenderte.

Unos besos hermosos sellaron el compromiso. Quizás siempre estuvieron casados, solo que no lo sabían a ciencia cierta. Crowley era el único que siempre creyó que estaban juntos, como si fueran los tres mosqueteros, sin el número tres por supuesto, solo ellos dos.

Crowley estaba feliz, los dos estaban felices. Aziraphale se hubiera casado con el demonio, pero sabía que no podría entrar en la iglesia, así que debían buscar otro lugar y no sabía si el demonio en verdad quisiera casarse, pese a que se puso su anillo. Ahora sin duda eran novios, parejas o quizás esposos de palabra y eso valía más que mil bodas.

Esta nueva vida al lado de Aziraphale parecía de cuentos de hadas. Nada podría alejarlos el uno del otro. Nada, salvo alguien: Dios.

Sin embargo, tanto los ángeles como los demonios seguían con ganas de vengarse de Crowley y Aziraphale, aunque no se atreverían a hacerles nada a esos dos. Las críticas y quejas a sus superiores tenían aburridos a los jefes de ambos lados, a su vez, molestaban a los jefes de los jefes, hasta que llegó a los supremos del cielo y del infierno.

Lucifer quería hacerlos polvos a ambos de un solo movimiento de sus manos, así que un día feliz, Aziraphale y Crowley, quienes disfrutaban de la vida mundana, tendrían un final bastante inesperado.

Ese día en particular, tuvieron un picnic en el parque. Aziraphale llevó una canasta con bocadillos, unos pastelillos de crema y un termo para el té. Crowley llevaba una manta bajo el brazo y una botella de vino tinto con dos copas.

—No podemos tomar vino en el parque, mi querido.

—Podemos hacer lo que queramos, ángel.

Aziraphale rodó los ojos preocupado. Su demonio era bastante transgresor a veces como para soportarlo en todo su esplendor. Debía tener la paciencia necesaria para entenderlo como correspondía a una pareja casada. Se sonrojó en el acto.

—¿Qué pasa? —preguntó Crowley.

—Nada, nada, apuremos el paso —ordenó Aziraphale.

Cuando eligieron un lugar bajo un árbol frondoso, pusieron la manta en el suelo y se sentaron uno al lado del otro. Aziraphale abrió la canasta y comenzó a sacar todos esos bocadillos exquisitos que estaban dentro de ella. La boca se le hacía agua. Por mientras, el demonio abría la botella de vino y llenaba las copas con cierta maestría. El ángel apartaba los pastelillos para comerlos. Todo era tan tranquilizador, armonioso que Crowley lanzó un suspiro. El ángel solo le sonrió.

Aziraphale apoyó su espalda en el tronco del árbol, presto a comer los pastelillos con mucho ánimo. Crowley le pasó la copa de vino y él la tomó, rozando con sus dedos de forma tan sugerente, que dejó al demonio con la respiración agitada.

Estuvo muy bien sujetar con rapidez la copa, porque Crowley la hubiera soltado de lo nervioso que estaba. Era su primer picnic desde el no Apocalipsis. Un picnic que lo habían pensado hace muchos años, cincuenta años, aproximadamente, y recién lograba hacerse realidad con absoluta tranquilidad de que les cayera el cielo encima de sus cabezas, o se hundiera el piso hacia el infierno. Así que el picnic siguió con toda la línea de quien está feliz en una cita con el amor de su vida.

Lo disfrutaron mucho y luego Crowley se puso en las piernas de su ángel para dormir la siesta mientras Aziraphale leía. Eso hacía una típica pareja del parque, porque habían a su alrededor muchas parejas y todas estaban en lo mismo, con la misma cara de felicidad boba. El ángel se tomó un instante para sacar sus ojos de su libro y mirar hacia arriba, donde veía las hojas de los árboles. Cerraba los ojos y respiraba el dulce aire de esa tarde tan maravillosa. Era un día hermoso con un sol que indicaba buen tiempo, así que no había problemas en el horizonte de ese tipo tampoco. No había ningún problema, de ningún tipo, y eso era tan pacífico que su corazón palpitaba como el de un humano feliz.

Hasta ese momento, nada ni nadie asustaba a estas dos criaturas sobrenaturales llena de completa felicidad. Ni siquiera los espectadores o usuarios del parque, porque pese a ser una pareja de hombres, también habían otras por los alrededores, así que no había una sensación de odio o de peligro latente por ningún lado. Eso era el paraíso mismo de la felicidad eterna.

Terminaron su día de picnic al caer el sol en el horizonte. El ocaso desparramó la gala de colores y la luz se volvió tenue. Aziraphale comenzó a ordenar su cestita de comida mientras tarareaba una vieja canción. Crowley se desperezó, estaba en un estado de relajamiento total con una sonrisa tonta en su cara. Levantaron el picnic y caminaron juntos con absoluta tranquilidad, hasta la casa de Crowley donde dejaron las cosas encima de la mesa. El ángel partió a lavar los utensilios, utilizados para los pasteles y el demonio fue a regañar a sus plantas. Aziraphale continuó tarareando, estaba muy feliz con su día de paseo.

—¿Ángel?

—Sí, querido mío.

Esas palabras eran como música para sus oídos demoníacos. Quedaba como en un limbo de felicidad imperecedera. A los ojos de Aziraphale, no encontraba extraño que su Crowley quedara como estatua por unos segundos frente a él. En realidad lo hacía muy seguido, tanto que Aziraphale pensó que era por su calidad de serpiente eso de mantener la vista fija al frente, como si quisiera hipnotizarlo.

Aziraphale solo sonreía y seguía con lo suyo hasta que Crowley se animara a continuar con lo que quería decirle, es decir, cobrara la movilidad. Cuando esto sucedía, era como si nunca hubiera quedado inmóvil, pero siempre se le olvidaba lo que le iba a decir después, así que inventaba cualquier cosa que se le viniera a la mente. No muy coherente, pero Aziraphale era un poco despistado y nunca se daba cuenta del escollo.

—Te amo.

—Yo también te amo, amorcito mío —dijo Aziraphale con ese sonsonete ridículo.

El ángel le dio un besito fugaz y delicioso y siguió con su quehacer como si no hubiera escuchado nada, tarareando una viejísima canción fuera de época. Crowley no sonrió solo quedó atrapado en su limbo por otro segundo, que después explotó en un arrebato violento, tomando por atrás al ángel en un abrazo fuerte y besando su cuello como un vampiro. Aziraphale pegó un grito de sorpresa, pero después se tranquilizó y se dejó hacer.

Las manos volvieron a viajar de forma impaciente por su cuerpo. El demonio lo volteó para besarlo en la boca de forma arrebatadora. Los ánimos se calentaron para la excitación de ambos, y eso los emocionaba como siempre lo hacía.

Terminaron, revolcándose en la cama de forma muy apasionada. Crowley encima del ángel acariciaba su pecho con prolongada paciencia como si fuera un ritual. Lo besaba por todas partes con esa minuciosa ansiedad de alguien que desea el cuerpo del otro con controlada euforia. Aziraphale comenzó a hacer esos ruiditos hermosos que tanto le gustaban al demonio. Al momento de penetrarlo y sumergirse dentro de él, solo contuvo la respiración, o al menos eso creía, porque la sensación de sofocación era bastante fuerte. No que fuera masoquista, pero le gustaba esa sensación en él, lo hacía sentirse más enamorado si es que eso podía ser cierto. Los besos, las caricias y el movimiento junto con su ángel lo volvían al cielo en una ascensión celestial.

Se mecía con mucha paciencia como para luego dejarse llevar por el frenesí del sexo. El movimiento era delicioso y lo sacaba de quicio. Al final en el estallido del placer, quedaban ambos como sacados de su eje para terminar enroscados entre las sábanas muy abrazaditos y juntitos. Eso era el cielo en la Tierra, definitivamente, y Crowley era el demonio más feliz del universo.

Los días transcurrían en la felicidad extrema junto a su ángel. Cada día era un nuevo día de felicidad, y Crowley esperaba que nunca cambiara eso por ninguna cosa. No podía pensar en nada más perfecto en esta vida post no apocalíptica. Ni siquiera en los rencores del cielo y del infierno, a quienes pensaban tenían en la línea correcta para no interferir más con ellos. Sin embargo, no era tan simple como creían.

Tanto los ángeles como los demonios estaban molestando a sus correspondientes máximos jefes en una forma de hacer presión para que intervinieran con esos dos renegados. La cosa estaba color de hormiga para la pareja del contraste, aunque ninguno de los dos se dio por aludido al problema. No tenían por qué, ya que no sabían lo que se estaba tramando tanto en los cielos como en el infierno.

Entonces sucedió.

Un día iban caminando por el parque y el ángel comenzó a flotar en el aire.

—¿Qué pasa? —preguntó Crowley.

—No lo sé, no puedo detenerme —dijo Aziraphale alterado.

—Deja de jugar.

Crowley tronó los dedos, pero sus pies no volvieron al suelo, sino que se alzaron unos centímetros más en el aire.

—¿Por qué no funciona? —preguntó Aziraphale.

—¡Y yo qué sé!

Entonces, se alzó otro poco y Crowley tuvo miedo, así que saltó para tomarlo entre sus brazos y poder bajarlo, pero ni siquiera eso funcionó. Quedó en puntillas, pronto volvió a alzarse y Aziraphale gritó porque fue muy repentino. En unos instantes se vieron ambos abrazados a varios metros del suelo.

—¡Crowley no! ¡Suéltame, me están llevando al Cielo!

Aziraphale estaba asustado a morir por tener a Crowley allá arriba y lo que le podrían hacer. Si lograba hacer que lo soltara, podría salvarlo de lo que quisieran hacerle. Trató de luchar para que lo soltara.

—¡Ángel, no! ¡Abre tus alas, quizás podamos volar!

Los dos abrieron las alas, pero no sirvió de nada, la fuerza del arrastre hacia arriba era muy fuerte. Aziraphale también trató de empujar a Crowley sin éxito. Este se agarraba como la serpiente que era al cuerpo de su ángel, no lo soltaría por ningún motivo. Siguieron elevándose casi al infinito, hasta que de un salto llegaron al Cielo.

El Cielo era un lugar bastante blanco y luminoso. Sin embargo, no estaban en una habitación con ventanas como siempre se veía al final de la perspectiva. Esta era una habitación enorme, sin paredes a la vista y nubes circundantes en todo el lugar.

Fin capítulo 2.-