Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Hay alguien en tu casa" de Stephanie Perkins, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 22
Edward y Bella regresaron caminando a Main Street. Si no hubiera imperado un estado de ánimo tan decaído, podría haberse tratado de un paseo. El sol comenzaba a ponerse, las velas se habían derretido y el homenaje había terminado. Habían acompañado a Ben hasta su coche y habían dejado a Alec con Nya. No tardarían en reunirse de nuevo con Emmett. El breve espacio de tiempo que les quedaba para estar a solas llegaba a su fin, e intentaban alargarlo al máximo.
Bella no tenía la sensación de que Edward la juzgara, ni siquiera de que la mirara con recelo, aunque algo nuevo —casi imperceptible pero sólido— se había interpuesto entre ellos. Iban con las manos metidas en los bolsillos, sin dársela al otro, sintiéndose inseguros una vez más.
Al torcer por Main Street, a solo unas manzanas de Greeley's, donde estaban aparcados los coches de Edward y Emmett, Bella habló en un intento desesperado.
—Gracias por escucharme antes. En el hospital. Y por no juzgarme. — Hizo una pausa—. Porque no me juzgas, ¿verdad?
Su franqueza hizo que Edward se relajara. Él sacudió la cabeza de un lado a otro con una sonrisa.
—No.
La carretera volvía a estar abierta al tráfico, y una larga cola de coches y camionetas se dirigían a casa en ambos sentidos. Viéndose en la obligación de seguir rellenando el hueco entre Edward y ella, Bella continuó hablando.
—Es que nunca pensé que podría ser esa clase de persona. Pero lo soy.
De repente se le quebró la voz. Antes del incidente, Bella no pensaba que fuera capaz de ser cruel. Ahora sabía que sí lo era.
Edward se detuvo. Tenía un semblante serio. Esperó a que ella se parara también para hablar.
—Todo el mundo tiene como mínimo un momento de su vida que lamenta profundamente, pero ese momento puntual… no te define por completo.
—En mi caso sí. Me arruinó la vida. Y es lo que me merecía.
—Bella. Bella —repitió Edward al verla alejarse de él.
Ella se detuvo, sin dejar de darle la espalda.
—No intento absolverte de tus pecados —dijo él—. Pero si me preguntas por la Bella que yo conozco… opino que es una buena amiga. Y una buena nieta.
Ella se cruzó de brazos. Al notar la presión del que tenía ileso sobre el vendaje del otro, los descruzó con una mueca de dolor.
—No sé. Me gustaría pensar que ahora soy mejor persona, pero esta cuestión me rondará la cabeza durante el resto de mi vida. Siempre tendré la duda. Si algo me provoca, podría acabar saltando o perdiendo los papeles otra vez.
—Bueno, lo que yo sé es que aquello de lo que nos arrepentimos nos hace cambiar, y así es como crecemos… para bien o para mal. Y a mí me parece que tú lo estás haciendo para bien.
Bella no sabía cómo tomarse aquello.
—Eh —le dijo Edward, dedicándole una leve sonrisa—. Sigo aquí, ¿no?
—Sí, bueno, pero… —replicó ensimismada.
La sonrisa de él adoptó un aire de complicidad.
—Ah. Pero yo también soy un capullo.
Bella se apresuró a apartar la mirada. Edward se encogió de hombros como si no le importara. Pero él tampoco la miraba a ella, que se disculpó.
—Lo siento.
—No pasa nada. —Él comenzó a andar de nuevo—. En este pueblo no se puede tener secretos.
Su amiga se quedó en el sitio, con el ceño fruncido.
—No puedo creer que esté diciendo esto, pero yo no lo veo así.
Edward volvió la vista hacia ella con una ceja arqueada en un gesto incrédulo. Sin embargo, la expresión de Bella lo hizo titubear.
—A ver, he oído rumores —aclaró ella—, pero ni siquiera rumores reales. Eran rumores de rumores, por así decirlo. Y no tengo ni idea de lo que es verdad y lo que no, así que supongo que no habrá mucho de verdad.
—Algunas cosas sí lo son —admitió Edward, haciendo una mueca.
—Ojalá me lo contaras.
Venga. Otra confesión. Ahora que había empezado, Bella no podía parar.
Edward bajó la mirada a la acera, y su coraza exterior se resquebrajó, lo que dejó al descubierto parte del daño subyacente.
—La verdad es que tenía ganas de contarte algo, y más aún desde que tú nos has contado por lo que has tenido que pasar, pero… no quería que pareciera que comparaba mi situación con la tuya o que yo pensara que la mía era peor. O incluso igual. Pero no es que no quiera hablar de ello. Y sé que estoy en boca de todo el mundo igualmente.
—Me gustaría escuchar tu versión de la historia —dijo Bella—. Sea cual sea.
Edward asintió, aceptando su confianza. Señaló hacia un letrero de neón que tenían a su espalda, frente a Greeley's, al final de Main Street.
—¿Conoces el Red Spot?
Bella lo conocía. Estrictamente hablando, era un tugurio de hamburguesas grasientas, pero sus clientes habituales lo utilizaban de garito. Y si no eras un asiduo, no ibas. Corría el rumor de que allí se podía comprar de todo, si lo que uno buscaba eran drogas o trabajadoras sexuales.
—Después de que murieran mis padres… estuve trastocado unos años. Cuando cumplí los dieciséis y me saqué el carnet de conducir, comencé a dejarme caer por allí. Debería haber buscado un sitio mejor al que ir, algo fuera del pueblo, pero era donde trabajaba esa chica. Una morena tatuada con un corazón sangrante. ¿Sabes esas florecillas rosas? Pues de estas goteaba sangre. Estaba colado por ella.
Bella sintió una fuerte punzada de celos.
—Allí sabían todos quién era yo. Se compadecían de mí, así que la mayoría me dejaban en paz. Yo era como el hermano pequeño deprimido. Después de dos semanas de coquetear con ella sin parar, logré por fin captar su atención.
—¿Cuántos años tenía ella?
—Veintitrés.
No tan mayor como decían los rumores, pero sí para alguien que apenas tenía dieciséis.
—Supongo que le di pena a ella también. —A Edward pareció dolerle admitirlo—. A veces íbamos a su caravana y nos colocábamos.
—¿Qué ocurrió? —quiso saber Bella.
Retomaron la marcha. Las hojas secas crujían bajo sus pies.
—Em descubrió que nos acostábamos. Se puso furioso. Quiso detenerla, pero… primero hubo un cruce de palabras. —En la pausa que hizo Edward, Bella entendió que la pelea que había tenido con su hermano aún le dolía demasiado como para hablar de ella—. Fue todo un gran embrollo sin sentido. Él aún estaba intentando descubrir cómo ser padre, y yo estaba… no sé qué estaba intentando descubrir.
—¿La detuvo?
—No —respondió él.
—Pero deduzco que no la volviste a ver.
—Em me prohibió verla, lo que no habría servido de nada, pero el caso es que no fue necesario. Me imagino que Erika estaba avergonzada. — Volvió la mirada hacia Bella—. Después de aquello, no quiso saber nada de mí.
Erika. Aquel nombre traspasó el corazón de Bella.
—¿Todavía vive aquí?
—Sí. Viene por el supermercado un par de veces al mes. Ahora está casada. Se ha cortado el pelo. No hablamos —añadió Edward, trasluciendo algo con su tono de voz.
—Te gustaba mucho, ¿verdad?
—Pensaba que la amaba. Era un idiota, pero eso es lo que pensaba.
La tristeza la invadió. Con la que sentía había suficiente para los dos.
—Unos días más tarde llegué a la brillante y original conclusión de que la vida era una mierda. Me bebí dos litronas y me metí en el río… con la intención de suicidarme.
Bella contuvo la respiración. Ella había pasado por una depresión de caballo, pero nunca se había planteado suicidarse. Le resultó perturbador enterarse de que Edward había estado tan cerca del abismo.
—Tropecé y me caí —explicó él—, y mientras agitaba brazos y piernas en el agua, dándome cuenta de que no quería morir, el encargado del Sonic pasó por allí con su coche. El tipo me vio de milagro. Paró en el arcén y me sacó a rastras. El río no cubría más de unos palmos… yo solo estaba asustado y borracho. —Edward soltó una risa de pesar—. Será por eso en el fondo por lo que odio el Sonic. Me recuerda mi lado más memo.
Un viejo dolor contrajo las entrañas de Bella cuando imaginó a Jasmine desapareciendo, también asustada y borracha, en una masa de agua distinta. Las situaciones eran muy diferentes, pero guardaban una similitud inquietante. No tuvo la fuerza de dejar que sus pensamientos persistieran en aquella idea.
—Pues eso hace que a mí me guste más el Sonic. Me alegro de que te viera, y de que sigas aquí.
Recordando un rumor relacionado con el río, Bella soltó:
—¿Estabas desnudo?
Edward la miró sorprendido.
—¿Cómo? ¿Eso dice la gente?
Bella asintió con aire de culpabilidad.
—No —respondió él—. En aquel roce en concreto con la muerte, iba vestido.
Era tan trágico y absurdo que les hizo reír a los dos.
—No puedo creer que ocurriera eso —dijo ella.
Edward negó con la cabeza, perplejo.
—Ya.
—Sí que estabas desnudo.
—Ya.
La sonrisa de Bella se acentuó. Y luego se borró de su rostro.
—¿Qué pasó después de que el del Sonic te rescatara?
—No me detuvieron… gracias, nepotismo… pero me pasé un tiempo en una unidad psiquiátrica. Después de eso, Em me mandó a un psicólogo de Norfolk. Pero para entonces yo quería ayuda. Dejé de beber y de hacer chorradas. —Edward se encogió de hombros con un gesto relajado—. Y eso es todo.
—¿A eso se refería Ben cuando dijo que habías hecho sufrir a tu hermano?
—Sí —respondió Edward, ya sin un ápice de ligereza en la voz.
A Bella le alivió saber que no había sucedido nada peor. Y él no había hecho siquiera nada que fuera realmente terrible; la decepción residía en gran parte dentro de su cabeza. Ella intuía que haber sido una preocupación para Em era, a ojos de Edward, lo peor que podría haber hecho. En lugar de presionarlo, optó por dar marcha atrás.
—Cuando has dicho que se drogaban…
—Con hierba.
—¿Nunca tomaste drogas más duras? ¿Pastillas, opiáceos o cosas así?
Él negó con la cabeza.
—¿Y nunca te dio por vender droga?
Edward suspiró.
—Genial. También has oído eso, ¿no? —Volvió a sacudir la cabeza de un lado a otro—. Lo único que he vendido en mi vida son frutas y verduras.
—¿Te has acostado con alguien más?
Di no, por favor.
—Solo en sueños —contestó él—. Solo contigo.
Era una horterada, un cliche de frase, pero en aquel momento a Bella no le importó. Le dedicó una sonrisa al tiempo que se paraban delante de Greeley's.
—Una cosa, Edward —le dijo en voz baja.
—¿Sí?
—Has dicho que soy una buena amiga y nieta.
—Sí —afirmó él, devolviéndole la sonrisa.
—¿Crees que podría ser una buena novia?
Las manos de Edward buscaron las suyas en medio de la penumbra. Las puntas de sus dedos se rozaron, y las luces de la calle titilaron a sus espaldas.
—Creo que ya eres una buena novia.
Se besaron mientras esperaban a Emmett. Parecía absurdo besarse en público. Besarse después de un homenaje. Besarse cuando ellos mismos habían estado a punto de convertirse en homenajeados en aquel acto conmemorativo.
Pero también la hacía sentir eufórica, extasiada y profunda.
Edward tenía la nariz fría, pero sus brazos le dieron calor al rodearla por la espalda. Era como reavivar la emoción del verano… pegándose el lote al lado del supermercado en contra de lo que debían hacer… pero infinitamente mejor, porque las preguntas que se interponían entre ellos habían recibido respuesta.
Sus labios se separaron para recobrar el aliento. Bella apartó la mirada entre risas. Y fue entonces cuando reparó en la sangre.
Huellas de manos rojas. Golpes de puños. Dedos arrastrados. Las finas líneas de la piel que habían tocado el cristal se veían increíblemente nítidas… y humanas.
Se quedó agarrotada del susto.
Edward siguió su mirada, y se separaron de un respingo, ambos con los ojos clavados en la parte inferior izquierda de las puertas automáticas de la entrada del supermercado. La sangre estaba en el interior.
Volvieron a abrazarse, aferrándose el uno al otro, mientras observaban desesperados los alrededores. Sin contar con los coches, el aparcamiento se hallaba vacío. El tráfico se había descongestionado y en las aceras solo quedaban algunas personas, y ninguna cerca. Entre ellas no estaba Emmett ni ningún otro agente, y ninguna parecía ser David.
A Bella se le aceleró el corazón. Edward pegó la cara al cristal, poniendo las manos alrededor, para echar un vistazo dentro del establecimiento a oscuras, mientras ella seguía con la vista en la calle.
—¿Está ahí dentro? —le preguntó.
—Creo que han arrastrado a alguien hacia las cajas, pero no veo a nadie.
—Dios mío. —Bella le sacó el teléfono del bolsillo, rebotando sobre la punta de los pies con ansiedad—. Voy a llamar a tu hermano.
—Está todo revuelto.
—¡Mierda! ¿Cuál es tu contraseña?
—9999.
—¿En serio? Pero ¿cómo se te ocurre? ¡Alguien podría adivinarla!
—Tú no lo has hecho —repuso él—. ¡Joder! Se acaba de mover algo.
Bella se pegó a la puerta de un brinco. Edward señaló hacia la zona oscura, una pila de… algo que ella no supo identificar.
—Creo que ahí hay alguien —dijo Edward—. Arriba del todo.
Resultaba imposible precisar más. Pero estaba claro que había algo que podría ser una persona.
El teléfono de Emmett sonaba en el oído de Bella sin que lo contestaran.
Algo volvió a moverse en la oscuridad, y ella ahogó un grito. Antes de que se diera cuenta de lo que hacía Edward, este abrió la puerta con llave. Al ser un empleado de confianza que llevaba años trabajando en el súper, disponía de una.
—¡Hay alguien y aún está vivo! —exclamó.
El sensor del techo los detectó. Las puertas se abrieron con un soplido.
Entraron corriendo y enseguida retrocedieron tambaleantes, atónitos ante el panorama de auténtica destrucción. Había verduras, cajas, envases de cartón, bolsas y conservas tirados por todas partes, una abundancia de comida esparcida por el linóleo como si fueran fuegos artificiales solidificados.
Edward apartó a un lado a Bella para que ninguno de los dos pisara el rastro de sangre, el cual indicaba que habían arrastrado un cuerpo por el suelo. Corrieron hacia la sombra que habían visto moverse y un instante después se pararon en seco. Bella se tapó la boca con las manos para apagar un grito.
Enfrente de las cajas registradoras había una exposición permanente de productos de promoción comercial cuyos beneficios contribuían a dar apoyo al equipo de fútbol americano del pueblo, algo que a Bella le había chocado muchísimo en un principio, pero a lo que, poco a poco, se había ido acostumbrando. Ahora que conocía Osborne, lo entendía. Sin embargo, aquella noche la habían derribado. Y en medio del montón de sudaderas, banderas y baratijas revueltas estaba James Greeley.
El chico yacía encima de la pila como un artículo más entre la colección de objetos de recuerdo chabacanos. Estaba abierto de piernas, con los pies y las rodillas hacia fuera. Tenía la cara apoyada de lado, y entre los dientes incisivos le sobresalía una lengua hinchada. Le habían mutilado el pecho y el estómago. El uniforme de la banda, empapado de sangre, se veía atravesado por largas cuchilladas, pero a pesar del atuendo, la posición tan poco natural de sus extremidades lo hacía parecer uno de esos muñecos hinchables tan realistas más que un ser humano. Su cuerpo presentaba una falta de dignidad total y absoluta.
Pero eso no era lo peor.
Lo peor eran las manos.
A James le habían entrelazado los dedos y luego le habían cortado las manos. Estas reposaban sobre su corazón en posición de plegaria, entre el rojo de la sangre y el blanco de los huesos.
Pero si James estaba muerto… la sombra que se movía debía de ser otra persona.
Bella y Edward regresaron al pasillo de los cereales, cada uno con un brazo en el pecho del otro en un gesto protector. Se pegaron a los Corn Pops amarillos y los Apple Jacks verdes, con el corazón latiéndoles con fuerza.
El aire se notaba cargado. Algo ácido les picaba en la nariz y los hizo llorar. James habría intentado huir por el pasillo de los condimentos, uno más allá. Los vapores avinagrados de los tarros de encurtidos y olivas hechos añicos eran espantosos. Bella se tapó la nariz. Seguía con el teléfono de Edward en la mano, y Emmett estaba gritándoles por el altavoz.
El ruido metálico de una barra de empuje resonó en todo el edificio.
Se les paró el corazón.
Y luego oyeron que se cerraba una puerta pesada.
Bella se acercó el teléfono a la cara y susurró:
—David Ware acaba de salir por la puerta de atrás.
