Red Velvet

Capítulo 107: Caballero

Mantuvo firme las manos de su padre entre las suyas.

Curiosamente, en ese momento, deseó tener las manos de Ruby, las manos grandes, cálidas, firmes, pero solo tenía las propias, que eran delgadas, demasiado suaves, y por más que lo intentase, la firmeza no era la misma, pero esperaba, en su fuero interno, que su agarre fuese suficiente para trasmitirle lo que Ruby solía trasmitirle cuando la sujetaba así.

Porque ese era su objetivo.

Su padre se quedó en silencio, las lágrimas dejaron de salir por sus ojos, los que ahora se enfocaban en sus manos unidas, mientras lo único que se oía en la habitación eran los trozos de madera resonando al ser quemados, y las respiraciones de ambos, ahora tranquilas.

Sin caos, sin tormento.

Nada más que tranquilidad.

Y a pesar de la tranquilidad, no fue capaz de soltarlo, de soltar el agarre, no quería liberarlo, quería mantenerlo firme, protegerlo, cuidarlo, evitar con todas sus fuerzas que él cayese, que el dolor, que la culpa, que el sufrimiento, se lo arrebatase antes de su hora, pero se tuvo que obligar a convencerse que todo estaba bien, que su padre estaba bien, que los pensamientos que pasaron por su cabeza se habían calmado, las voces se habían acallado, y ahora solo quedaba el futuro por delante, no más el pasado.

Al final, era el pasado lo que más los condenaba, día tras día los perseguía, y no sabía si era una maldición de esa familia, del apellido Schnee, pero el pasado siempre era lo que acababa con ellos, el pasado que los condenaba y sus decisiones que los hacían partir antes de que la misma muerte viniese por ellos.

¿Le pasaría a ella también?

No, ya había pasado por eso, no iba a recaer.

Y se lo iba a repetir siempre, así no dudaría, se aprendería de memoria su propia voz, y cuando estuviese a punto de cometer un error fatal, recordaría su propia voz, como antes, pero siendo un guia para su futuro, para mantenerla firme, cuerda, no para destruirla.

Esa era la voz que quería escuchar de ahora en adelante.

La voz que la ayudaría a levantarse, no más a hundirse.

Al final, lo soltó, y se sentó en la silla que estaba al lado de él, quedando el tablero de ajedrez en medio, y se vio observándolo, notando las piezas que se habían movido, las piezas que su propio padre había movido. Se vio frunciendo el ceño, sabiendo por la posición de los reyes, que su padre no tenía una jugada para liberarse un ataque inminente. La reina enemiga iba a tomar al rey, y no había escapatoria, estaba condenado a la muerte, y vaya jugada más coincidente con lo que estaba ocurriendo en la vida de su padre.

Era un Jaque mate.

Jacques.

Siempre pensó que era cruel por parte de su abuelo paterno el ponerle ese nombre a su hijo, un nombre que significaba suplantar, como si hubiese elaborado, desde el primer momento que tuvo a su bebé en los brazos, que su hijo iba a convertirse en quien le quitaría el lugar a alguien más, quien le arrebataría la posición a alguien más, y se preguntaba, ¿Su abuelo lo pensó para que suplantara a una familia rica? ¿O que lo suplantase a él mismo? Ya que su padre le había dicho que su abuelo paterno era un hombre que deseaba que su hijo consiguiese todo lo que él no pudo.

Sea como fuese, le parecía un hombre detestable, y agradecía jamás haberlo conocido, y que el abuelo que tuvo a su lado fue el materno, quien le dio tanto amor como fue capaz de hacerlo, incluso en los peores momentos, donde su salud empeoró, más y más, dejándolo en una cama de manera permanente, y ni aun así él dejó de sonreírle, de enseñarle, de ser su ídolo.

Y no quería mancillar la imagen perfecta que tenía de su abuelo, pero al final, este permitió que su madre se casara sin amor y que tuviese que cargar con el peso de la compañía, y tal vez, la misma culpa que tenía por haber iniciado el dolor permanente en su madre, fue por qué decidió ser lo más amoroso posible con sus nietos.

La culpa.

Siempre la culpa.

La culpa era sin duda hereditaria.

Su padre le dio una mirada, luego de segundos incontables en silencio mientras él miraba el fuego y ella el tablero, y ahí recién conectaron de nuevo, pero para cuando pudo interceptar la mirada ajena, él la movió hacia el tablero, y sin prestar mayor atención, comenzó a posicionar de nuevo las piezas en cada uno de sus lugares correspondientes.

"Dijiste que querías hablar, y al final terminé siendo yo quien se rompió antes de poder escucharte. ¿Sucedió algo?"

Si, sin duda había ocurrido algo.

Y habría dudado, pero aun sentía las manos ajenas en las suyas, la sensación fantasma del agarre tan firme que mantuvo por minutos eternos. Las manos temblorosas, húmedas, frágiles de su padre, y eso le recordaba que él era vulnerable con ella, que se lo había permitido, le había permitido saber la verdad, contarle lo más profundo que lo martirizaba cada día, y, ¿Cómo ella no iba a hacer lo mismo?

En las buenas y en las malas, así debía de ser la relación perfecta.

Pero ¿Y si él la odiaba cuando le contase la verdad?

No quería pensar en eso, pero tenía fe, tenía esperanzas, porque ese hombre no era un monstruo, solo era un hombre herido, triste, que fue obligado a ser alguien que no era, y esperaba que así siguiese siendo, que su postura, que quien solía aparentar, no era nada más que eso, una máscara que tuvo que poner para hacer feliz a su propio padre. Pero abajo, encontraría al verdadero Jacques, quien ahora no iba a suplantar a su progenitor ni a tomar el lugar a la cabeza de una familia rica, no, ahora se iba a suplantar a sí mismo, al hombre que fingió ser por tantos años.

Y lo deseaba, lo ansiaba, porque ella misma se sentía así, suplantando a la Schnee.

Probó la libertad, y ya no podía permitirse volver a aferrarse a esas cadenas.

Debía ser libre por Ruby, y darles libertad a ambas.

Darles alas, para al fin vivir sus propias vidas.

Notó como la postura de su padre se puso tensa, nerviosa incluso, y tal vez era a causa de su propia expresión, su propia determinación, el amor, las esperanzas que mantenía firmes en su pecho, todo eso debía notarse en sus ojos, o eso esperaba.

Quería que su padre notase cuanto había cambiado.

Que ya no era un títere, y así, él sabría que ya no tenía que ser uno tampoco.

No más títeres en la familia Schnee.

Respiró profundo, y quiso iniciar por el principio.

"¿Recuerdas como era yo antes?"

"¿Antes?"

Su padre la miró, levantando una ceja, y este se acomodó en el sofá, mirando al fuego, pensativo, las piezas del tablero ya puestas en posición, y fue ella quien tomó una de las piezas blancas y la movió, posicionándola al frente, iniciando la jugada.

"No sé si te refieres hace años o hace poco, pero hace solo unos meses que has estado diferente. No lo tomes a mal, pero cambiaste abruptamente."

Si, fue abrupto, lo sabía, lo sentía.

Y no fue gracias a su terapeuta como él creyó.

Su padre la miró, y luego miró el tablero, moviendo una de las piezas negras.

Tomó el caballero entre sus dedos, sintiendo el peso del cuarzo en la pieza, y se tomó un momento para observarla, notando lo detallada de la figura del caballo, y siempre le asombró lo cuidadosos que debían ser al tallar esas piezas. Esa siempre fue su pieza favorita, siempre le impresionó lo llamativa que era, y lo diferente que se movía en comparación con el resto de piezas, como podía saltar en tantas direcciones, saltando otras piezas, así como siempre que se movía, pasaba de estar en un cuadro negro a uno blanco y viceversa.

Siempre se comparaba a ella misma con el alfil, porque era una pieza que estaba condenada a moverse por el mismo color, sin importar la dirección en la que se moviese, siempre negro, siempre blanco, y quizás era la rebeldía que tenía en su sangre desde tan temprana edad, pero odiaba esa pieza, tanto como solía odiar su propia vida, tan recta, siempre manteniéndose parada donde debía, donde estaba destinada a quedarse, su futuro, su camino, predispuesto desde siempre.

Donde sin importar a donde se moviese, volvería al mismo camino.

Y veía al caballero, siempre tan libre a pesar de tener sus propias reglas, y sentía algo de envidia, por lo mismo era tan protectora de la pieza, a pesar de que no valiese tanto como otras, como la torre, siempre le dolía el perderla cuando solía jugar cuando era niña, sintiendo que en vez de proteger al rey como debía, terminaba enfocando su atención en los dos caballos blancos a su lado del tablero. Simplemente le tenía cariño a la pieza.

Y ahora que lo pensaba, creía que envidiaba un poco al caballero, o más bien, quería tener algo del caballero en ella, y ahora, por primera vez, no miraba la pieza con cierta envidia, porque había crecido, porque había sido salvada, porque Ruby fue su caballero, su salvación, quien le mostró la libertad, quien le dio el empuje para romper las ataduras y ser capaz de decidir a qué color quería ir, qué camino tomar.

Y ahora, ya no se sentía como el alfil, ahora se sentía como la reina.

Porque podía moverse libremente, podía seguir cualquier dirección, y se sentía incluso más valiosa. Ya no era una pieza rígida, ahora era flexible, ahora era quien quería ser.

Y así, movió la pieza.

"Rígida, inflexible. Creo que esas son palabras que usaría para definirme a mí misma, y no siento orgullo, pero así tuve que ser para seguir el camino que habían impuesto para mí, así como le pasó al resto de esta familia, simples alfiles que debían apegarse al color que les fue dispuesto desde el comienzo."

Habló, su voz sonando dura, fría, como solía ser siempre.

La máscara sin emociones, la máquina, la mujer de hielo, inalcanzable.

Su padre por inercia fue a mover su alfil, siendo esa su jugada, y lo vio vacilar por un momento, sin saber si seguir con esa pieza o mover otra, pero al final se apegó con su estrategia principal, y se lo permitió.

Al final, era solo un juego.

Pero ahí, era la vida real, y no le iba a permitir seguir siendo el alfil.

Eran sus futuros los que estaban en juego, no una mera partida de ajedrez.

Él no dijo nada, no hizo mayor comentario, sus palabras llegándole a él, a su crianza, a la crianza de ambos, como una puñalada en el corazón, porque era así, era estúpido siquiera negarlo. Así era la vida de un Schnee.

Hasta ahora.

Movió otra pieza, y su padre hizo lo mismo, sin decir nada.

Luego la siguiente.

Y la siguiente.

Jugada tras jugada.

Pero debía hablar, había ido ahí a hablar, no a hacer analogías con el ajedrez.

"A mi vida llegó una persona libre, padre. Llegó alguien que no seguía las reglas impuestas por la vida misma, que tuvo que huir para salvarse, para escoger su propio camino, su propio destino, sin aceptar la realidad que el mundo cruel le quería dar. Esa persona era un caballero, que me mostró que se puede cambiar, que se puede elegir, que se puede ser libre a pesar del lugar en el que aparezcamos en inicio. Me mostró que, a pesar de empezar en la más profunda oscuridad, se puede pasar a la luz."

Tomó su caballo, su pieza más preciada, su caballero, su salvación, y lo movió, pasando de una casilla negra, a una blanca, comiéndose al alfil de su padre, sabiendo que iba a ser inevitablemente asesinada por uno de los peones, pero no le importaba, el alfil valía lo mismo que el caballero, era un empate.

Pero en la vida real, no era un empate.

Matar al alfil, era su forma de salir adelante, de darse libertad.

Era la forma en la que el caballero le mostró el camino para cambiar, y por Dios que cambió, cada día cambiaba, vivía en constante cambio, conociéndose a sí misma, conociendo a esa nueva persona que era, e iba a seguir haciéndolo, siempre.

Quería sentirse libre, escogiendo conforme apareciese una nueva jugada, un nuevo camino, escogiendo, cambiando, transformando su mundo, más y más, hasta que conociera cada cara de la gema que era su propia humanidad.

El rubí que estaba implantado en su corazón.

Su padre la observó, frunciendo el ceño, intentando entender sus palabras, digerirlas, y notó la misma expresión en su hermano, la cual creyó por un momento que era molestia, pero no, fueron sus inseguridades la que lo pensaron, ella no, ella confiaba en su familia. Y su familia era inteligente, habían estudiado desde siempre para serlo, desarrollándose más que el resto, entrenando sus cabezas para solucionar cualquier problema, cualquier acertijo.

Su padre iba a mover el peón, por inercia, pero se detuvo, realización en su mirada.

Conectando los puntos, las líneas, las situaciones, los actos, tal y como su hermano lo hizo.

Eran de tal palo tal astilla, y cuando joven jamás hubiese creído que eso le causaría felicidad, porque así era, porque eran su familia, y había aprendido a amarlos, a necesitarlos, a apreciarlos, y cuando veía el menor rasgo que podía comparar entre ellos, su sangre burbujeaba de emoción, de orgullo.

Él no dijo mayor cosa, se quedó en silencio, rumeando la información que acaba de averiguar, probablemente sin saber que decirle, o quizás sin querer asumir, así que simplemente se acalló y volvió al tablero, moviendo al peón, obteniendo su caballero.

Y ahí, él observó la pieza en su poder, observó el caballo tallado en cuarzo, un trabajo fino, tanto como las piezas de obsidiana. Había ojo crítico en su padre, pero dudaba que este estuviese mirando la pieza en sí, más parecía simplemente pensar más allá, tal y como ella cuando miraba las piezas y terminaba metida en su cabeza, dándole vueltas una y otra vez.

"El caballero derrotó al alfil…"

Su padre habló, entre dientes, más para sí mismo que hablándole a ella, pero asintió de todas formas, pudiendo escucharlo, la habitación aun dominada por el silencio, por sus respiraciones y el replicar de las maderas ardiendo.

Los ojos de su padre la observaron, aun manteniendo la pieza del caballero firme en su mano, casi con la misma agresividad que tenía ella misma al tenerla en su poder, sin querer soltarla, sin querer dejarla ir, y, ¿Cómo una persona racional dejaría ir así a un caballero? ¿Quién sería tan estúpido para negarse la libertad, para negarse la felicidad?

Ella.

Ella fue lo suficientemente estúpida.

Pero no se echaba la culpa del todo.

La culpa, siempre la culpa.

Tenía perdón, ya que estaba enferma, ya que sus recuerdos estaban distorsionados, y lo único que tenía en la mente era su reputación, era el miedo latente de que su secreto se descubriese y que el hombre que tenía en frente, quien la observaba, quien la miraba con sus ojos brillosos luego de romperse en llanto, la lastimase de la peor manera posible.

Que matase a su caballero.

Ese sin duda era lo que más le aterraba.

"¿Y en quien te convertiste ahora, Weiss?"

La pregunta le sorprendió, pero lo que más le sorprendió, era la jugada que ya tenía lista, preparada, y puso la mano sobre el tablero, y tomó a la reina, liberándola de su lugar, de su posición predeterminada, destinada, y la movió, posicionándola en la zona de batalla, apuntando al rey enemigo.

En jaque.

A quien solía ser su padre, la imagen distorsionada de él, así como la vida que tenía encima. Ahora reinaba, tenía el poder de moverse, de ser quien quería ser.

Lamentablemente no había acabado, ahora solo tendrían que danzar, una y otra vez, huyendo, atacando, indefinidamente, hasta que alguno de los dos se aburriese. Siempre estaría ahí, el rey, el pasado, pero iba a contratacar las veces que fuesen necesarias para que asumir el control, el control de sí misma.

Ese era el camino que escogió, donde desafiaría al mundo, una y otra vez, sin parar.

"La pregunta no es esa, la pregunta es en quien no volveré a ser. Esa vida me destruyó, nos destruyó, sin parar, y no cometeré el error de volver a ese camino, a cavar mi propia tumba, de continuar con mi propia autodestrucción."

Dejó la pieza, dejó el tablero, y se enfocó en su padre, quien parecía sorprendido con sus palabras, atónito.

"Me convertí en alguien diferente, ¿En quién? En lo que yo quiera, en lo que quiera ser cuando quiera serlo, porque Ruby me hizo entender que solo yo soy capaz de salvarme de mi destino, y ahora, sabiendo lo frágil que es la vida, lo cruel que es el mundo, me rehúso a perder a mi familia, a perderme a mí misma, así que debo seguir adelante, y alejarme cada día más de quien solía ser, de quien empecé siendo."

Bajó la mirada al tablero, al lugar donde la reina empezó.

No volvería ahí, se lo iba a prometer a sí misma.

Y luego volvió a levantar la mirada hacia su padre, sintiendo de nuevo la determinación clara en su rostro, eso y cierta ira, cierto enojo, lo suficiente para que el hombre frente a ella luciese sorprendido. Su mano yéndose por inercia al alfil negro que asesinó, dejándolo en el tablero con un sonido que resonó en la habitación silenciosa, casi como una protesta, como un reclamo, como un insulto también, la pieza quedando en medio de cuatro cuadros, negros y blancos tocándola por igual.

"Y voy a hacer que ustedes hagan lo mismo. Me convertiré en el caballero por ustedes, para que dejen el agujero, para que rompan las cadenas, para que de una vez por todas escojan por ustedes la vida que quieran y así dejen de pretender como estúpidos que la maldita vida que tienen les hace feliz."

Su voz salió rábida, como un gruñido, cálida, abrasadora, y su padre notó su ira, su cuerpo moviéndose hacia atrás por inercia, reaccionando por mera sobrevivencia, huyendo del conflicto, de la ira ajena, de lo salvaje de sus palabras, y cuantas veces fue ella la que retrocedió, la que se alejó, temiendo que la ira de su padre se volviese física.

Pero ni ella lastimaría a su padre, ni su padre a ella, jamás.

No eran esas personas, nunca lo fueron.

De eso estaba segura.

Cuando su ira se calmó, cuando su cuerpo dejó la tensión, cuando abandonó el alfil en el campo de batalla, su padre se tranquilizó también, su sorpresa mermando, pero no así la preocupación. ¿Preocupación? Este la observó, sus ojos brillantes, y temió que se rompiese de nuevo, que llorase una vez más con tal intensidad, así que se vio lista para pararse, para volver a él, para consolarlo una vez más durante esa noche.

Pero no, él le sonrió, sus ojos llorosos, pero las lágrimas se mantuvieron ahí, sin caer. Sin embargo, su expresión carecía de felicidad, solo era tristeza, arrepentimiento, y enterró los dedos en su pierna para mantener su posición y no lanzarse sobre él, esperando, dándole su tiempo para que hablase, para entenderlo.

"Yo debería haber sido quien te ayudó a cambiar, quien te salvó de ese agujero, pero no me sorprende no haberlo logrado, ya que no pude ayudar ni a tu madre ni a tu hermana."

Le iba a decir algo, pero su padre negó, acallándola, queriendo continuar sin ser interrumpido.

"A pesar de eso, me alegro tanto que pudieses salvarte, que alguien te diese la ayuda que necesitabas, porque no podría perderte a ti también como las perdí a ambas. Sería demasiado para mí, sin duda me derrumbaría, dejando a Whitley también a la deriva."

Su padre se levantó del sofá, y se volvió a obligar para quedarse quieta mientras él se detuvo frente a las llamas, su mirada levantándose hacia el cuadro de la pared, sus ojos brillando con los colores rojizos del fuego, así también como la expresión amorosa de su madre en aquel retrato.

Él finalmente se giró, observándola a ella, y nunca había sentido tan intensa la conexión entre sus miradas, nunca. Y recién ahí notó felicidad en su sonrisa, en su expresión, incluso en la lagrima que logró escaparse de su rostro. Genuina.

"Te lo dije, pero ellas estarían orgullosas de ti, yo estoy orgulloso de ti, Whitley está orgulloso de ti, y sé que no es algo que un padre debería pedirle a su hija, y me siento un patán por decirlo, pero, por favor, permítenos seguir tu ejemplo, no dejes que nos ocurra lo mismo."

Que caigamos en el agujero.

Que le cementemos el camino a la muerte.

Que terminemos volviendo al inicio.

Tal y como le pasó a el resto de su familia.

Se levantó, ya sin aguantar la distancia, porque Ruby le enseñó que la cercanía era necesaria en esos momentos, que necesitaba esa cercanía, así que se acercó, tomando las manos de su padre en las suyas, aferrándose a él, tratando de mostrarle toda la fuerza que tenía, sin permitirse romperse, porque era la única salvación de su familia, era el caballero que ellos necesitaban, el caballero que debía ser para darles la libertad que tanto necesitaban, que los haría alejarse de la muerte prematura del ahora para ir hacia la incertidumbre de un mañana.

"Ella te lo dijo, perdió a su familia y fue quien me enseñó lo valiosa que era la vida, la familia en sí misma, y me sentiría una tonta por no usar la salvación que ella me dio para salvarlos a ustedes, para protegerlos, porque son todo lo que me queda, todo lo que tengo, y merecemos romper el ciclo vicioso que nos ha atormentado desde el comienzo."

Su padre le sonrió, asintiendo.

Y sintió las manos moverse, y las dejó, este acercándose para abrazarla, e hizo lo mismo, sujetándolo, siendo su ancla.

Iba a salvar a su familia.

Y se la iba a ofrecer a Ruby, tal y como ansió tiempo atrás.

Serían una familia.

Rota, pero la más unida que se pudiese encontrar en todo Atlas.


Capitulo siguiente: Destino.


N/A: Este capítulo me dejó orgullosa, ni siquiera me di cuenta de que estaba haciendo del capítulo una gran analogía con el ajedrez, y espero no haya sido confusa, porque una vez que empecé, ya tuve que continuar hasta el final, y me ha gustado, siento que va muy bien con ellos, con su situación.

De ahora en adelante, veremos cómo es la vida de Weiss en torno a su familia ahora que estos saben lo serio que son sus sentimientos, y creo que ya no habrá tanto drama de ahora en adelante, creo que merecen un descanso de tantas emociones, y dejaré que todos sanen sin más baches en el camino.

Nos leemos pronto.