Con el gesto imperturbable (cejas y labios rectos, ojos vacíos, mejillas relajadas) Usami atendía aquella dolorosa llamada.

Repitió los mismos monosílabos — sí, comprendo, no, vale, gracias— tantas veces que Misaki, durante la sobremesa del almuerzo de domingo, se quedó con la voz de Usami grabada en la cabeza.

Al terminar, Usami cerró los ojos un momento y al abrirlos los desvió a la ventana, en un inútil intento de que Misaki no notara la vidriosidad presente en ellos. Le temblaban las manos y con dificultad sacó un cigarro que no alcanzó a prender, porque Misaki se lo quitó.

Se miraron por un instante largo, quizás era la primera vez que se veían a los ojos por tanto tiempo, sin ser interrumpidos por la imperiosa necesidad de juntar labios. Misaki acabó por levantarse de la mesa y fue directo a acariciarle la cabeza a Usami. Todavía nadie hablaba, porque Misaki se encontraba seguro que Akihiko le diría en cuanto asumiera las palabras.

La gata también se acercó, para subirse al regazo de Usami como apoyo moral. El tiempo pasaba más lento, o quizás más rápido, no definía del todo bien las dimensiones de la realidad.

—Mi padre… falleció.

Los dedos de Misaki se paralizaron al escuchar esa frase. Ese verbo tan temido. Apartó la mano y pensó en ello, hasta que sintió como las mejillas se le humedecieron por lágrimas propias, sin ser consciente del todo.

Akihiko se levantó, a lo que la gata soltó un maullido molesto y enfrentó a Misaki con lágrimas que querían desbordársele de los ojos, las cuales no aguantaron al ver a Misaki llorar por él. Cerró con fuerza los parpados y se aferró a él, reteniendo todo el llanto que quería explotar.

Al final, como si fuera un déjà vu, Misaki expresó todo el desconsuelo de Usami, sentado uno junto al otro en el sofá, con los gemidos de pena de por medio.


A partir de la llegada de la noticia, Usami estuvo ocupadísimo. Para el velorio, Misaki tuvo que pedir vacaciones y viajar junto a Usami a Osaka para acompañarlo.

En realidad, ni ellos mismos se explicaban la razón por el dolor tan intenso ante la partida de Fuyuhiko. Era extraño, y la relación que habían mantenido con el hombre, desde que Misaki comenzó una vida laboral estable, fueron reducidos al mínimo para evitar conflictos innecesarios; por lo que en los últimos cuatro años, el único contacto que mantuvieron fue con los regalos de navidad y los buenos deseos a través de llamadas telefónicas.

Akihiko inclusive, sintió un poco de rabia al darse cuenta de que comenzó a arrepentirse. Ese remordimiento que atacó de manera directa; que se le clavó en los huesos y se propagó con rapidez por todo el cuerpo. La noche antes del viaje fue dedicada al desvelo. Aquel insomnio que lo acechó y que terminó en terminarse un paquete completo de cigarro y más de la mitad de una botella de whiskey.

Pensó tantas veces en ese momento, en cuando le llegaría la noticia y su reacción, pero estuvo claro que por más que lo imaginó, nunca previó que en realidad guardaba apreció por su padre. Por el hombre que se interpuso en Misaki y él durante reiteradas ocasiones. El hombre que lo orilló a volverse compañero de una soledad interminable. Ese hombre que parecía más un jefe que un padre.

Un hombre que adoraba los osos y cuyo único deseo era que sus hijos fueran felices.

La situación de Misaki era distinta, porque él se dedicaba a expresar la pena que Akihiko trataba de tragarse, como si se tratara de un gato que absorbía el dolor. Aun así, fue quien se hizo cargo de informar a la editorial la ausencia (muy probablemente prolongada) de Usami, hacer los bolsos y asegurarse de que Akihiko no abriera una segunda cajetilla o se terminara la botella de whiskey.

Sabía que no podía complementar o barrer el dolor de Usagi con una de esas palabras simplonas que le caracterizaban, así que se limitó a abrazarlo con paciencia y cariño.

"Está bien" "todo irá bien".

Sabía que esas palabras de nada servirían. Por lo que se mantuvo firme, en la decisión de hacerlo sentir cálido, acompañado y, sobre todo, querido.

—Usagi-san… te amo…

El hombre lo miró con una sonrisa y se recargó sobre las piernas de Misaki, quien le apartó el pelo de la frente y depositó un beso rápido antes de ponerse rojo.

Usagi lo tomó de la muñeca y le dio un beso en el dorso de la mano. Contactos que subió hasta el antebrazo para terminar por cerrar los ojos.

—Yo también te amo, Misaki.


En el velorio fueron el detestable centro de atención.

A toda la familia Usami —que Misaki desconocía—, amistades, conocidos; les pareció curioso como Akihiko llegaba junto a otro hombre que lucía más joven que él.

Misaki trató de ignorarlo, a pesar de lo complejo que era; y se limitó a darle el pésame a Natsuko, que se mostraba agotada sentada al lado del féretro que Misaki no tuvo la fuerza de ver. La mujer lo estudió con cuidado, antes de aceptar las condolencias de Misaki, y volvió a sentarse; con aquella aura solemne que tanto la caracterizaba.

Sin duda que ese ambiente era de lo peor.

Misaki no dejaba de recordar el velorio para cuando sus padres fallecieron. El olor a humedad, que se mezclaba con la fragancia de la gran cantidad de flores, y el humo que expulsaban las velas. El sonido del llanto de algunos que venían, las conversaciones en susurros.

En cuanto Akihiko terminó de ver a su padre, se volteó por primera vez a Natsuko; como si no la hubiera visto. Conectaron miradas gélidas, en donde Misaki hizo un poco de esfuerzo para rescatar retazos de familiaridad. Se acercó a su madre, y le dijo un par de cosas tan bajo que no Misaki no alcanzó a escuchar; y luego se fue junto a Misaki a una de las bancas.

—¡Misaki-kun! ¡Qué bueno que llegaron bien! —dijo a modo de saludo una voz femenina conocida. Misaki se volteó para ver a Kaoruko—. Akihiko-san… mis condolencias.

Kaoruko venía ataviada con un kimono negro y el pelo recogido. Los años le asentaron de maravilla, para convertirse en una mujer hermosa, que traía de manera eterna un olor dulce, propio de una pastelería.

—¿Y tu marido, Kaoruko-san?

—Se quedó con la pequeña en Francia —le explicó a mujer, haciéndose un espacio al lado de Misaki—. Preferí venir sola… es una verdadera lástima lo del tío…

Conversaron bastante. En determinado punto que Misaki no recordó, tuvo un vaso con café en las manos y continuó charlando con Kaoruko maravillado; pronto también llegó su hermano, para hacerle compañía a Usami, y tampoco se olvidaba de la dinámica extraña que mantuvo con Haruhiko, que asistió a la ceremonia acompañado por su esposa; una mujer que tenía el mismo espíritu resignado de Natsuko y su hijo pequeño; que era el calco de Haruhiko.

—Deberían quedarse en mi casa —sugirió Takahiro una vez se encontró con Misaki—. Mahiro no deja de preguntar por ti, y ni hablar de la pequeña Hana; además, así no gastan dinero de manera innecesaria.

Luego de un largo rato de discusión e insistencia, lograron convencer a Takahiro de que estarían bien.

En cuanto Misaki se quedó sin nadie de sus conocidos en el velorio, porque Kaoruko se fue a hablar con unas de sus amigas de la infancia y Takahiro tenía que terminar algo de trabajo; se volvió a acercar a Akihiko, ahora con un vaso de té en las manos.

—Haruhiko no se te acercó ¿verdad?

—No —gruñó Misaki, al escuchar el tono molesto con el que Akihiko lo dijo—, además no sé de qué te preocupas. Él ya esta casado y tiene un hijo.

El hombre alzó una ceja y lo miró— Si crees que esas condiciones lo detendrán, significarían que eres idiota.

—¡Oye! No es justo y estás siendo insensato.

Akihiko soltó un bufido y le pellizcó la nariz a Misaki, para que dejara de fruncir el cejo.

—Soy realista ¿o acaso crees que mi querido padre se casó con mi mamá por amor? —ironizó Akihiko en un suspiro—. Ni mi padre o mi madre fueron fieles en el matrimonio. La fachada era lo más importante.

Misaki lo notó nuevamente; el cómo Akihiko ejercía ese semblante sobrio. Como si pensara en muchas cosas y al mismo tiempo ninguna. Recuerdos, lo más probable de su infancia, de la cual Misaki no fue parte, pero que reconocía que fue, por completo, deshumanizada.

En ese momento, solo había una cosa que hacer y lo hizo, aunque los murmullos que los tenían a ambos como protagonistas se intensificaron: Estiró la mano y la entrelazó con la de Akihiko, quien abrió los ojos y clavó la mirada en Misaki, para tratar de adivinar, lo que le iba a decir.

—Estoy seguro de que eso debió ser duro ¿no?… entonces es bueno saber que no es nuestro caso ¿verdad, Usagi-san?

Usami estiró el cuello y sonrió para si mismo; como si estuviera contestándose a algún pensamiento.

—¿Cómo lo haces? —preguntó Akihiko.

—¿Hacer qué?

La confusión era palpable en el rostro de Misaki, por lo que fue más sencillo para Usagi el acercarse a su oído para contestarle.

—Hacer que, con unas palabras tan simples, mi mundo tiemble.

Avergonzado hasta los huesos; Akihiko escondió el rostro de Misaki entre sus brazos.


Era cierto. Fue duro.

Un niño no debería presenciar como sus padres se engañaban hasta en lo más cotidiano. Se mentían con plena conciencia y lo normalizaban hasta hacerlo normativo.

Nadie hablaba de la falsedad.

Pero eso lo había hecho fuerte o eso pensaba; hasta que conoció a un niño que le hizo temblar sus origines y lo ayudó a reconstruir su moral; aunque ella era otra historia.

En ese punto, mientras miraba la tumba, Usami Akihiko, heredero legal, pero que no asumió el significado de la palabra, conversaba con su padre; Usami Fuyuhiko.

El hombre yacía de pie, lo miraba como si viera un informe laboral, mientras Usagi fumaba un cigarro.

Conversaban de muchas cosas que nunca se dijeron. Quizás las respuestas que daba su padre no eran las que hubiese dicho, pero eran las que Akihiko veía más probables.

Sin embargo, solo hubo una pregunta a la cual le plantó las palabras en la boca a su padre una contestación, que deseaba, desesperadamente, escuchar.

—¿Estás molesto por qué no seguí tus planes?

—No, Akihiko. Ahora haces lo que te hace feliz, eso es lo único que me importa.

Aplastó el cigarro con el zapato y abrió los ojos. Tomo la mano de Misaki y regresaron a casa.

Era cierto. Fue duro.

Tantas veces había descrito la felicidad con palabras bonitas, o devastadoras, o estridentes, o grotescas. Muchas veces, había tratado de concebir la felicidad y plasmarla en el papel. Como un día soleado, como la calidez después de nadar en el mar.

Como tantas cosas.

Pero esa felicidad plena que sintió una vez Misaki le preguntó si le apetecía comer sushi, no se comparaba al resto. Era un grado mayor, era de una dimensión distinta.

—Misaki —le llamó la atención—. No, no es nuestro. Nunca será nuestro caso.

Misaki asintió y el corazón se le agitó como si volviera a descubrir lo que era ese fulgor.


La manera en la que todo cambia de Color

Por: Usami Akihiko.

Para Usami Fuyuhiko,

que leyó todas mis novelas,

cuando la única que necesitaba leer,

era esta.


Viernes 02 de junio del 2023.

23:43 p.m.

Lamento el capítulo con temática tan triste… traté de dar un mensaje esperanzador al final, al menos.