Las personas cambian
Hace tiempo, no recordaba bien por qué, usó un vestido de chica para colarse al trabajo de su padre. Creía que era injusto que existiera un "día de llevar a tu hija al trabajo" cuando él era el único chico en una familia llena de féminas, así que lo hizo, se puso el vestido, medias de encaje, pantaletas de niña y una peluca rubia, aparte del labial y un poco de maquillaje suave. Fue descubierto en el acto por su madre, la que solo se rió de su ocurrencia pero ese no fue el momento cuando comenzaron los problemas. Fue cuando se miró al espejo y su corazón comenzó a latir de manera desenfrenada.
Le gustaba lo que estaba viendo, tal vez demasiado.
Se pasó largos minutos observándose, petrificado ante esa figura que no era la suya y la realización de que le gustaba mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir. Comenzó a hacer caras, a apretar sus labios como si estuviera dando un beso, a sonreír de manera coqueta, a entrecerrar las cejas como si estuviera flirteando con un desconocido. Movió su figura como una modelo, tal como lo hacía Lola en sus certámenes de belleza, se imaginó a él, en medio de esas chicas recibiendo el ramo de honor, se imaginó siendo la más bella de Royal Woods.
Y luego la realidad mostró sus feos dientes y sintió asco de sí mismo, se quitó esa peluca, la hizo un ovillo y la escondió bajo su cama, al igual que el vestido, el maquillaje y los tacones azules. Era un chico ¿qué demonios estaba pensando? no, él no era así, no era un pervertido.
Aquella noche no pudo olvidar la visión que tuvo del espejo, acosado por sí mismo cedió al fin a esos impulsos impuros que nacían por primera vez en su joven corazón, se sacó la pijama y desnudo en la oscuridad comenzó a masturbarse de manera frenética. No era su primera vez, pero sí su primera vez imaginando a él siendo la chica que recibía los besos y las caricias. Está de más decir que aquel fue el mejor orgasmo que había experimentado en sus cortos doce años de existencia, demasiado para alguien de su edad pero suficiente para un ser pervertido como él.
Un nuevo Lincoln Loud nació esa oscura noche de otoño, uno que en el exterior no se veía para nada distinto, pero que interiormente mantenía una batalla frenética entre el pudor y la lujuria, entre la razón y la locura, entre lo que creía ser y lo que en verdad era. No entendía nada, su cabeza era un remolino de confusión.
Continuó viviendo como siempre, pero algo en él había cambiado, ahora comenzaba a prestarle una desmesurada atención a los chicos de su edad. Se quedaba viéndolos desde las sombras, observando sus cuerpos, sus gestos, escuchando sus risas e imaginando cosas bastante pervertidas, material suficiente para sus fogosas noches solitarias haciendo el amor a sí mismo.
Su chico favorito era, para su sorpresa, Chandler Mccann, ese chico que le parecía en otro momento un fastidio ahora era se convertía en el actor recurrente en sus fantasías. Un día después de clases no pudo aguantar más y quiso iniciar una conversación con ese chico que lo hacía sentir especial. Armándose de valor se acercó a su pupitre y se le quedó viendo como un imbécil, al menos hasta que él lo miró de vuelta con el ceño fruncido y marcado.
– ¿Qué rayos quieres Loud?
Chandler le respondió agresivo y arisco como siempre, como amaba cuando hacía eso.
– Sabes, no tenemos por qué llevarnos mal, después de todo somos compañeros de clases.
– Mala suerte, me caes mal, ahora alejate de mi vista.
– ¿Pero si no te he hecho nada? No seas así.
– Pues existes, eso es suficiente para que me caigas gordo.
Con esas palabras llenas de veneno el chico pelirrojo lo dejó solo en el salón de clases, desconcertado y algo dolido, pero dejó de pensar en ello y volvió a su vida normal. Se juntó con sus amigos afuera del colegio, se rió de sus travesuras de niño, volvió a casa, jugó con sus hermanas un rato y luego se fue a la cama.
En medio de la noche fue que comenzó a llorar a lágrima viva, rememorando las palabras de rechazo de aquel chico que le gustaba, le hacían doler el corazón cada vez que las repetía una y otra y otra vez. Algo estaba mal en él, era un ente anormal que sólo estaba destinado a sufrir el rechazo de los chicos que amaba.
Dejó de llorar y se golpeo fuerte en la mejilla, diciendo a sí mismo que era un hombre, que los hombres debían perseguir chicas y no a otros hombres, se dijo que no era una marica, no era una maldita loca. Sacó su teléfono de su mesita de noche y comenzó a buscar imágenes indecorosas, pornografia, chicas mostrando sus senos, jugando con sus cuerpos, chicas siendo
Aquella noche descubrió algo nuevo de sí mismo, algo que cambiaría su vida para siempre, ya no le atraían las chicas.
De nuevo sintió asco de sí mismo, y por primera vez deseó no existir, no quería herir a las personas que amaba con sus desviaciones, tampoco quería decepcionarlos por convertirse en un pervertido. Se pasó la noche en vela, incapaz de dormir y también incapaz de huir de esos oscuros pensamientos. No fue hasta el otro día que se dignó a buscar ayuda, esa que tanto necesitaba en esos momentos, toco la puerta de la única persona que sabía podría entenderlo.
– Luna necesito tu ayuda con algo.
– ¡Claro bro! – le dijo Luna, dejando su guitarra de lado – Espero que no sea tu tarea, soy una cabezota con todo lo de la escuela, para eso tenemos a la vieja y confiable Lisa…
– Luna me gustan los chicos. – le dijo Lincoln de frentón.
– Oh…
Al ver su rostro surcado por la sorpresa fue que su ser se quebró en mil pedazos, cayó de rodillas y comenzó a llorar, desconsolado, casi como buscando la absolución. Su hermana mayor corrió hasta él y lo abrazó con fuerza, podía sentir su calor y eso lo tranquilizaba.
– Hey, hey, hey, ¿qué te pasa? – le dijo Luna, acariciando su cabeza – ¿Por qué lloras así? No tiene nada de malo.
– No quiero ser un marica.
– Lincoln. – le dijo su hermana en un tono tierno pero a la vez firme – No te trates así ni tampoco te denigres de esa forma, oye, oye, está bien, hablemos de esto.
Estaba cubriendo la playera de su hermana con mucosidad, y eso lo hizo sentir aun peor, era una vergüenza, un marica y una basura humana.
– Pase lo que pase estaré allí para apoyarte, bro. – – Se que las cosas apestan ahora, te lo digo por experiencia, pero te ayudaré a descubrir y a aceptar quien eres en realidad.
Y aquel día fue donde realmente comenzó a aceptar lo que no quería aceptar una vida la cual aunque imperfecta, era la realidad, su realidad.
