CAPITULO 6

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El invierno había llegado, una fina capa de nieve cubría todo el valle. Los ríos comenzaban a congelarse, los árboles a secarse, los animales buscaban refugio y ella solamente estaba ahí, absorta en sus pensamientos.

El vaho comenzaba a notarse, su nariz se encontraba roja por el tiempo que había estado inmóvil. Su alrededor parecía no existir, llevaba horas sin hacer nada, simplemente se había quedado con la vista fija en aquellas montañas, pero no veía nada. Su mente estaba ocupada tratando de encontrar una explicación lógica a los sueños que tenía últimamente.

¿Sueños? Se abrazó así misma No, eran algo más…

Sakura frunció el ceño. ¿Qué demonios le estaba sucediendo? ¿Dónde encontraría las respuestas que estaba buscando?

Aquí

Un escalofrió le recorrió la espalda, su mirada rápidamente trataba de encontrar el origen de tal sensación. Sus ojos viajaron por todo el patio del palacio, por el bosque, pero no lograba identificar nada.

Sus ojos se posaron sobre la montaña del valle y se agrandaron cuando lo sintió. El corazón comenzó a acelerarse, un sudor frío comenzó a bañarle la frente, sus manos comenzaban a temblar.

Podía sentir el dolor, la angustia, la desesperación, la locura, ¿de quién? No lo sabía, solamente sentía que la estaban consumiendo y que en cualquier momento la volverían loca.

Esta sensación no era común. Era como si te atacaran sin piedad y una daga se enterrara en tus entrañas.

Se llevó una mano al pecho, su corazón comenzaba a dolerle. Su mente le gritaba que se largara, que huyera ante una muerte inminente, pero su cuerpo no respondía. No podía dejar de ver aquel punto en las montañas, aunque no distinguiera que era, no podía apartarse, era como si algo hiciera que se quedara justo ahí.

De un momento a otro, Sakura parpadeó confundida al percibir que aquella extraña presencia se había esfumado. Ella volvió a tener el control de su cuerpo y de sus sensaciones. Nuevamente miró en todos los rincones, buscando aquello que la tenía en su poder, pero de nuevo, no encontró nada.

¿Qué era lo que había sentido? Mejor dicho, ¿Quién era aquello que la tenía bajo control?

Tenía que buscar respuestas y rápido.

- ¿Sakura? – se volvió asustada para encontrarse con el rostro preocupado de Hinata - ¿Estás bien? – ella sólo atinó a asentir - ¿Segura? Estás muy pálida

Hinata se acercó rápido a ella, comprobó que no tuviera fiebre. Sakura veía sus acciones, pero aún no podía recuperarse de lo que había sentido segundos atrás.

- Vamos adentro, necesitas entrar en calor – sin más, Sakura fue arrastrada hacia el interior del palacio, donde se supone que estaría segura

¿De verdad lo estaría?

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Aquel ser observaba todo desde primera fila. Sonrió con satisfacción cuando ella lo miró directamente, claro que Sakura no podía distinguirlo a esa distancia.

- Veo que todo se pondrá interesante – dijo sonriendo con satisfacción

Su diversión fue interrumpida cuando una sombra se posó a sus espaldas.

Su rostro se mostró nuevamente serio cuando lo sintió. - ¿Y bien? – preguntó sin mucha paciencia

- Tenía razón señor – respondió aquella sombra colocándose de rodillas – Ellos están a punto de llegar al punto. Son aproximadamente 50 hombres, van a caballo y están armados…

¿A caballo? ¿Qué es lo que tramas Sasuke?

- Hmp – él no dejaba de observar aquel balcón vacío. Sakura ya había ingresado al interior del palacio con aquella chica de ojos perla

Se llevó una mano a la barbilla, pensando. Esta vez, lo sentía diferente, aquella chica de cabello azul y aquel chico revoltoso nunca habían durado tanto en el juego, ¿será acaso que…?

- Bien – dijo poniéndose en pie – Entonces, que comience el juego – una sonrisa se dibujó en su pálido rostro

Ambos jóvenes desaparecieron en una nube de humo. *

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Sakura era sujetada del brazo por Hinata, caminaban tranquilamente por los pasillos. La ojiperla iba hablando de cosas triviales, cosas que a Sakura poco le importaban, pero ella sabía porque hacía esto. Sentía que Hinata la protegía de alguna manera, un sentimiento cálido se instaló en el pecho de Sakura, aun cuando la había tratado de lo peor la última vez que se vieron, Hinata seguía tratándola como sólo ella sabía. Con amabilidad, con cariño.

Sakura sonreía de vez en cuando, indicándole que seguía en la plática con ella.

Sin previo aviso, Sakura observó el gran lienzo que se encontraba pintado en la pared que daba al corredor principal. Se detuvo abruptamente, contemplándolo con atención.

Hinata se percató que ella ya no avanzaba por lo que también dirigió su vista hacia el objeto de atención de la pelirrosa. Sakura se acercó lentamente.

- ¿Es bonito no? – preguntó Hinata posicionándose a su lado

Sakura asintió. - ¿Quiénes son? – tenía una enorme curiosidad

Hinata sonrió amablemente. – Es la leyenda de La Princesa y el Daimyo

- ¿Qué? – Sakura la miró interrogante

Hinata soltó una pequeña risa. - ¿No la conoces? – Sakura negó – Se dice que hace mucho tiempo atrás – comenzó a relatar mirando aquella pintura – Antes de que la paz reinara estas tierras. Los humanos y Demonios se encontraban en guerra por los lares.

- ¿Demonios? – preguntó la pelirrosa confundida

Hinata asintió. – Sí – respondió mirándola – Se dice que los Demonios…

- ¡Hinata-sama! – su relato fue interrumpido por la sorpresiva llegada de una sirvienta

- ¿Qué pasa? – la muchacha llegó jadeando, parecía que la había estado buscando un largo rato

- T-Tenemos problemas con un cargamento – dijo entre jadeos – Necesitan de su presencia urgente

La mirada de Hinata se tornó preocupada. – Enseguida vuelvo – le dijo – Tomate tu tiempo – respondió Sakura tranquilamente. Ambas, Hinata y la sirvienta, se apresuraron por los pasillos. Sakura las observó alejarse hasta perderse en un pasillo, volvió su mirada a aquella pintura.

Extrañamente se sentía atraída hacia a ella. Para Sakura emanaba una misteriosa sensación, sensación que despertaba su curiosidad. La miró más detenidamente y sin poder evitarlo, colocó una palma sobre ella.

El susurro de la guerra comenzaba nuevamente. Todos los aldeanos temían por sus vidas, pero no tenían opción, su Rey así lo decidió.

- ¡Padre, por favor! ¡Detén todo esto! – gritaba una joven vestida con el más fino vestido de seda, joyas de oro, cara pálida, hermosos ojos verdes y un cabello radiante de peculiar color. Se encontraba hincada frente a su padre, el Rey

- Silencio Yua – respondió firmemente. Todos sus sirvientes sabían que no tenía buen temple, ni siquiera con su familia – ¡No te entrometas en temas que no comprendes! – le gritó duramente - ¡Conoce tu lugar y cierra la boca! – el Rey se levantó de su silla y salió hecho una furia de ahí

- Vamos princesa – le dijo su dama a la joven, quien sentía impotencia, pues no había logrado acabar con esa locura a la que su padre y esa raza estaban aferrados

- Tengo que hacer algo Yui, no quiero que nadie vaya a la guerra, no es justo – le dijo

Su dama trató de comprenderla, pero hasta ella sabía que lo que solicitaba la princesa era sencillamente ridículo. ¿Por qué tener compasión por aquellos monstruos que sólo desean la muerte? No, era imposible detener esto.

La joven princesa se dejó llevar por su dama hasta la intimidad de sus aposentos, ahí, su dama se retiró. Tal vez la princesa necesitaba tener tiempo a solas para pensar mejor las cosas.

- Me retiro – le indicó, pero no obtuvo respuesta

Con un suspiro, la dama cerró las grandes puertas de sus aposentos. En cuanto la escuchó alejarse lo suficiente, Yua se deshizo de sus bonitas prendas, salió al jardín, a una parte donde no se les ocurriera buscarla. Cuando se aseguró de que no hubiera ni un solo guardia, salió despavorida y, con ayuda de un árbol, saltó los muros de la fortaleza, aterrizando de una manera, que ninguna princesa se hubiera atrevido a hacer. Se levantó y se quitó la suciedad de la caída, hizo lo mejor que pudo y echo a correr.

Corrió con todo lo que le daban sus piernas, hasta lo más recóndito del bosque. Sus pulmones ardían por el esfuerzo y el aire frío que abundaba en esa zona, pero no le importó, tenía que llegar a él.

Tenía que advertirle.

Tan ensimismada se encontraba en sus preocupaciones, que no se fijó que a unos metros de ella se encontraba un barranco, frenó, pero era demasiado tarde, con la velocidad que traía seguramente caería la vacío.

¡NO! pensó angustiada.

Sus pies tocaron lo último de la tierra, su siguiente vista fue la altura a la que se encontraba. Su corazón comenzó a bombear demasiada sangre y ella no podía creer que muriera de esa forma. Cerró los ojos antes de sentir la sensación de vacío instalándose en su estómago, pero en cambio, sólo sintió que unos fuertes brazos impedían su caída. Abrió los ojos para ver que aun podía ver los metros que la separaban de una muerte segura, al segundo, alguien la jaló de regreso a la tierra firme. Se estampó en un duro pecho y se quejó.

- No te he dicho que tengas más cuidado – abrió los ojos desmesuradamente

Conocía esa voz.

Alzó la mirada rápidamente y una calidez se instaló en sus ojos.

- Rokuro – pronunció con una felicidad – Que bueno que estás aquí – lo abrazó

Abrazo que el demonio correspondió con gran cariño.

- Creí que no me verías hasta después de unos días – dijo Rokuro, pero en el fondo, él deseaba verla, había pasado semanas desde la última vez que lo hicieron - ¿Tu padre…?

Yua se separó de él, observándolo, negó con la cabeza. – No accede, la guerra es inminente – le dijo afligida - ¿Qué vamos a hacer? – le preguntó con tristeza

Rokuro no le gustaba ver aquel hermoso rostro opacado con la tristeza, así que la abrazó de nuevo. – No lo sé – respondió sinceramente y eso, lo estaba matando, porque si seguían de esa forma, no podría protegerla

- Tal vez él pueda…

- No – la interrumpió enseguida – Nadie de mi raza aceptará esa estúpida oferta – le mencionó con un poco de fastidio

Yua frunció el ceño. - ¿Estúpida oferta? – preguntó casi ofendida – ¿Se puede saber cuál es tu fantástica idea? – preguntó molesta

Rokuro suspiró, había metido la pata.

- Perdona – le dijo y esas palabras, tranquilizaron a Yua – No quise ofenderte, simplemente sabes que mi raza no negocia con nadie y menos con los humanos. Para ellos, los humanos son simples juguetes que pueden molestar a su antojo. El odio es mutuo y lo sabes – pronunció al ver que Yua iba a decir algo – Así que no creo que se compadezcan de nuestra situación y detengan la masacre

Yua frunció el ceño con preocupación. Si la guerra comenzaba, era el final para ellos.

- Tienes razón – admitió ella finalmente – Esto no puede ser – se alejó de Rokuro – Nadie de nuestras familias aceptara lo nuestro – señaló a ambos – Será mejor que…

Sus palabras fueron silenciadas por un beso de su amado. Yua, aunque sorprendida, correspondió enseguida, rodeándole el cuello con sus brazos. Rokuro la tomó de la cintura, profundizando el beso.

- No vuelvas a decirlo – dijo él, separándose de Yua – No vuelvas a imaginar que estaré bien sin ti Yua, no vuelvas a pensarlo nunca – Yua se quedó escuchando esas palabras

Palabras que tocaron su corazón. – Está bien – dijo ella y nuevamente se fundieron en un beso

- Pero, ¿Qué vamos a hacer? – preguntó ella cuando se volvieron a separar – Si la guerra comienza, yo… - calló

Rokuro tampoco sabía que hacer, la impotencia lo consumía desde que se enteró de las noticias.

La primera era, que bajo ninguna circunstancia, humanos y demonios se debían de mezclar. La segunda, era que los humanos les habían declarado la guerra a los demonios.

Los demonios aceptaron enseguida, nada les da más gusto que exterminar a seres con aires de superioridad. Para ellos, esto era sólo un juego.

Y la tercera, Rokuro miró a Yua. La tercera era que la princesa de tierras cálidas, la princesa Yua, sería comprometida con el Rey Samuru, un viejo psicópata que no tenía el mínimo respeto hacia sus concubinas. Los rumores que le rodeaban eran atroces. Torturas, asesinatos, toda clase de cosas a las que Rokuro ya estaba acostumbrado, pues raza practicaba eso con cotidianidad. A veces se preguntaba, si ellos era los únicos demonios.

¿Qué estaba pensando el Rey de tierras cálidas al pretender casar a su única hija con semejante monstruo? Poder.

Poder para derrocar a sus enemigos de todas las eras, los demonios. Claramente no le importaba el destino de Yua, el Rey Samuru poseía uno de los ejércitos más poderosos de todo el país y necesitaba de esa fuerza para exterminar a la raza de Rokuro de una vez y para siempre.

- Yo no me quiero casar con él – los pensamientos de Rokuro fueron interrumpidos por la dulce voz de Yua – Si me obligan entonces yo…

- Tranquila – Rokuro la abrazó fuertemente – No lo permitiré

Yua sonrió tristemente. Amaba cuando Rokuro se proponía a defenderla por sobre todas las cosas, pero una cosa era imaginar posibilidades y otra muy distinta, cumplirlas.

- No te separan de mí – aseguró

- No permitiré que lo hagan – Yua lo abrazó con fuerza – Rokuro – él la miró – Te amo

Rokuro no pudo ocultar su sorpresa. De todas las veces que se encontraban, ella no lo había mencionado ni una sola vez. Yua había dicho palabras cálidas, pero jamás una de tal impacto. Rokuro sintió en su pecho un fuego abrasador, una sensación de poder, sintió que no podía vivir sin esa mujer. Y entonces lo supo.

Rokuro sabía que eso se sentía amar. Rokuro también estaba enamorado de Yua.

Aquella princesa que lo enfrentó sin temor y desafió sin medir las consecuencias. Aquella princesa humana que le enseñó todo lo bueno de su raza y que también le mostró lo bueno de la suya. Aquella princesa que cautivaba con su presencia y enamoraba con sus palabras. Aquella princesa era sólo suya.

Sonrió como nunca. – Yo también te amo Yua – ahora era el turno de la princesa de mostrarse sorprendida

Tal vez pensó que un demonio jamás pronunciaría tales palabras. Rokuro soltó una leve risa. Tomó entre sus manos ese delicado rostro y la besó. Un beso que los llenaba completamente de pasión.

Dos seres que se amaban, pero que no podían estar juntos.

Pronto, el beso exigía sus demandas. Demandas que fueron cumplidas, ahí, en medio del bosque, pero con todo el amor que lograban expulsar.

Sólo eran ellos dos o así era al principio. Nunca se percataron de que un par de ojos rojos los observaban a cierta distancia. Ojos que se llenaban de ira completamente.

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Sakura abrió los ojos. Miró a todos los lugares desesperadamente. Se sentó en el futón. Estaba en sus aposentos. Estaba sola. Miró hacia el otro lado, el jardín del palacio.

Estaba en casa. Estaba segura.

Pero, entonces, ¿qué había soñado? Ese hombre, no, ese demonio era…

- Sasuke – pronunció

El chirrido de la puerta enseguida capturó su atención, Sakura miró hacia esa dirección y vio entrar a Hinata, quien le brindó una de sus sonrisas.

- Sakura, que bueno que ya despertaste – le dijo – Traigan la médico – se volvió hacia la puerta y la cerró - ¿Cómo te sientes querida? – le preguntó dejando a un costado un balde de agua con paños húmedos

- Hinata, ¿qué pasó? – preguntó

- Oh cariño – se sentó a su lado – Cuando te encontramos estabas desmayada en medio del pasillo, te trajimos enseguida. Llevas todo el día durmiendo.

¿Desmayada?

- Hinata

- ¿Sí?

- ¿Me encontraron al pie de esa pintura? – Hinata la miró extrañada, pero asintió - ¿Cómo lo supiste?

Sakura miró a la nada. La habían encontrado en el mismo lugar, aquel donde tocó la pintura y se trasladó a esa época, sí, porque ahora no había dudas, no eran sueños, eran recuerdos.

- Hinata – Sakura la miró seria

- ¿Sí? – preguntó por le extraño comportamiento que estaba mostrando

- Cuéntamelo todo – dijo sin rodeos

- Como ya te dije, te encontramos en el…

- No – la interrumpió – Cuéntamelo todo

Hinata quedó de piedra. La mirada de Sakura se lo exigía, ella no preguntaba por su desmayo, ella preguntaba por ellos.

- Bien – respondió igual de seria – Supongo que ya es tiempo

Sakura se mostró pasiva, pero por dentro, la ansiedad la estaba consumiendo.

Era hora de enfrentar su destino.


*Ya sé, ya sé, el desaparecer en una nube de humo es de ninjas, pero como es un universo paralelo, pensemos que los demonios también pueden hacerlo, ya que es algo que un simple mortal no podría hacer.

¿Ya adivinaron o siguen juntando las piezas del rompecabezas? No olviden comentar.

AS