El día era brillante, el cielo se veía con el celeste más puro que existe, se notaba una leve brisa correr desde el norte. Era un momento perfecto, se lo notaba a Aang muy relajado, hoy partía rumbo al examen, el se situaba en la orilla del muelle mientras observaba el agua moverse suavemente, pensaba mucho en sus amigos, debía seguir adelante por ellos.

Era la hora, sin que el Avatar se percate se ve a una distancia no muy lejana el barco que estuvo esperando todo ese rato, las ansias de abordar estaban al mismo nivel que su ansiedad por la situación. Intentando controlarse va a charlar con la anciana que estuvo con él todo este tiempo necesitado.

El barco ya está cerca, dice Aang con un tono entre preocupación y éxtasis.

La señora con una mirada de orgullo le acaricia gentilmente la cabeza mientras le responde; disfruta cada momento y mantente a salvo.

El niño tatuado la mira con orgullo y respeto, dando a entender que daría todo de sí. Una vez que termine, vendré a visitarte, dice, mantente segura también, no hagas demasiado esfuerzo, promételo.

Mientras la mujer asiente la cabeza al comentario hecho por el chico se escucha de fondo que un barco estaba a punto de atracar en el muelle, Aang gira rápidamente la cabeza para confirmar que era al que él tenía que subirse. Con una mirada llena de ambición se termina de despedir de la anciana para abordar el buque.

Una vez arriba, la nave comienza a alejarse lentamente, el Avatar estaba muy emocionado por la travesía y saludaba a la mujer con unos movimientos bruscos de brazos.

Ya menos eufórico lo primero que le sorprendió a Aang fue que al ir hacia la habitación comunitaria había muchísima más gente de lo que pensaba allí arriba… La mayoría parecían muy mareados. Le pareció muy raro que no hubiera nadie queriendo apreciar el mar…

Después de varias horas surcando los mares, Aang sintió la necesidad de retirarse a un rincón tranquilo del barco para practicar su meditación, un acto que siempre le permitía mantener la serenidad en su vida. Mientras se encontraba en ese estado de paz interior, una voz grave y potente le arrancó de su introspección.

"¿Qué te trae por aquí, joven?", preguntó el hombre con tono curioso.

Sorprendido, Aang se volvió para encontrarse con la mirada penetrante de un individuo que no había visto antes. "Estaba... meditando, señor", respondió Aang, notoriamente desconcertado.

Con una ceja alzada, el hombre lo escrutó. "¿Meditando? Con toda esta tormenta alrededor, ¿cómo puedes encontrar tranquilidad?"

"Es que... el sonido del mar, incluso en este estado, tiene un ritmo que encuentro relajante", admitió Aang, jugando nerviosamente con las puntas de sus mangas.

El hombre lo miró con una mezcla de asombro y perplejidad, pero se limitó a decir, "Eres un caso peculiar", antes de desaparecer hacia la cabina del capitán.

Desconcertado pero también intrigado, Aang decidió seguir meditando. Sin embargo, cuando las horas se deslizaron y el hombre no regresó, la curiosidad lo venció. Se levantó y, con la precaución de un ratón ante un gato durmiente, se deslizó hasta la puerta del camarote. No obstante, no pudo escapar al agudo oído del hombre, quien alzó la vista tan pronto como Aang asomó la cabeza.

"¿Qué necesitas, muchacho?", interrogó el hombre, su tono teñido de leve irritación.

"Hace horas que entraste aquí... y me preguntaba si todo estaba bien", contestó Aang, intentando parecer despreocupado.

"Ah, sí... tengo que quedarme aquí. Es parte de mi deber como capitán", confesó el hombre, sorprendiendo al joven Avatar.

Asombrado, Aang se ruborizó ligeramente ante su metida de pata, pero el capitán pareció hallarlo más entretenido que otra cosa. "Ven, entra. De todas formas, iba a buscarte", le dijo con un guiño cómplice.

"¿Buscar a mí? ¿Por qué?", preguntó Aang, intrigado mientras entraba al camarote.

"Quería saber por qué quieres ser un cazador", declaró el capitán, su mirada se volvió astuta y examinadora.

Aang se quedó en silencio, sorprendido y un tanto perturbado. Se tomó un momento, luchando con las palabras que querían salir. Finalmente, respondió con un tono lleno de melancolía: "Es mi forma de volver a casa... de encontrar a mis amigos".

El capitán frunció el ceño, evidentemente insatisfecho. "¿Estás dispuesto a arriesgar tu vida por unos amigos?", interrogó, a lo que Aang simplemente asintió, sus ojos adquiriendo un brillo triste. "Son mi familia", murmuró, su voz apenas audible.

El capitán pareció considerar sus palabras por un largo instante antes de romper en una sonrisa amplia. "¡Bien hecho, muchacho! Has superado esta parte del examen".

La revelación del capitán deja al joven tatuado en un estado de estupefacción. "¿Esta parte del examen?" murmura, parpadeando ante la sorpresa que esta declaración le ha causado. Notando su confusión, el capitán, con su rostro surcado por las inclemencias del tiempo y el mar, se lanza a explicarle.

El examen para convertirse en cazador, le explica, no se trata sólo de resistencia física. También se necesita un espíritu indomable, una voluntad de hierro, y la capacidad de tomar decisiones difíciles y arriesgar su vida por un objetivo mayor. Aang, el muchacho frente a él, ha demostrado todo esto y más, aunque no lo supiera.

La explicación deja a Aang en un estado de reflexión. A pesar de no haber tenido conciencia de ello, había afrontado y superado una parte del examen. Incrédulo pero agradecido, el niño pregunta al capitán sobre los desafíos que aún le esperan. El líder de la tripulación, con su mirada clavada en el horizonte, le asegura que aún hay muchas pruebas a superar. Pero, añade, si Aang sigue mostrando la fortaleza y determinación que ha demostrado hasta ahora, no tendrá problemas para superarlas.

Mientras el joven maestro aire, Aang, rumiaba las palabras llenas de sabiduría del capitán, la ira del mar desató una furia imparable, desatando una tormenta que asoló los cielos y el océano. Sin embargo, armado con determinación y coraje, Aang avanzó hasta la proa del barco, enfrentándose a la amenaza inminente con una mezcla de respeto y valentía.

Se encontró observando las olas que se estrellaban violentamente contra el casco, el rugido de la naturaleza desencadenada en una danza salvaje y caótica. Pero él sabía que tenía un regalo, un don único que podía cambiar el curso de esta tormenta. Con un enfoque meditativo, canalizó su dominio del agua, un arte antiguo transmitido por generaciones en su templo natal.

Extendió sus brazos en un gesto de convocatoria, su cuerpo moviéndose en un flujo armonioso mientras manipulaba el océano mismo. Aang, el tatuado, usó su don para transformar el caos en calma, la violencia en serenidad, fortaleciendo la estructura del barco contra los embates que amenazaban con desgarrarla. Cada gesto, cada movimiento era un acto oculto de salvación, ocultando su increíble habilidad para evitar el pánico que podría causar entre los demás.

Cada golpe de la lluvia, cada embestida de las olas, era respondida con una fortaleza creciente, manteniendo el barco firme y seguro en el corazón de la tormenta. Aunque la magnitud de su acción pasaba desapercibida para los demás, Aang, el Avatar, se sentía más vivo que nunca, sabiendo que su don estaba siendo canalizado en un acto de salvaguarda vital. Recordando las palabras del hombre al mando, su confianza creció, sus dudas se desvanecieron. Estaba decidido a superar cualquier prueba y desafío para alcanzar su objetivo, para convertirse en cazador.

Una vez que la tormenta se había calmado, Aang sentía una necesidad de aclarar su mente. El desafío de mantener la estructura del barco durante la tormenta con su dominio del agua, mientras mantenía su habilidad en secreto, le había dejado emocionalmente exhausto. Decidió que era hora de despejarse, así que, recorrió la cubierta del barco hasta que encontró al capitán, a solas, contemplando el mar. El comandante del buque, aunque parecía inmerso en sus propios pensamientos, se percató de la presencia de Aang. Algo en su mirada hizo que el niño se detuviera en seco, una mezcla de confusión y sospecha que no había visto antes.

El capitán, en lugar de cuestionarlo directamente, optó por una aproximación más indirecta. Cuando finalmente estuvieron amarrados en el puerto, se acercó al tatuado y comentó: "Durante la tormenta, noté algo... inusual. Algo en tu comportamiento me decía que había algo más en juego, aunque no puedo precisar qué fue".

Aang quedó boquiabierto, sorprendido al descubrir que el capitán había intuido algo. Sin embargo, antes de que pudiera preguntarle más, el capitán prosiguió: "Sin embargo, sea lo que sea que hayas hecho, tu habilidad para mantener la estructura del barco en medio de esa tormenta fue notable. Si en algún momento necesitas asistencia para el examen de cazador, no dudes en buscar mi ayuda. Entiendo que todos tenemos nuestros secretos".

Aunque inicialmente confundido, Aang sintió una ola de gratitud al escuchar las palabras del capitán. Este hombre no solo le había ofrecido ayuda, sino que también había respetado su privacidad, sin presionarlo a revelar su secreto. Con una sonrisa, Aang agradeció al capitán y prometió recordar su oferta.

Antes de despedirse, el capitán le proporcionó a Aang una valiosa información. Le indicó que para superar el examen del cazador, debería buscar el cedro solitario en la cima de una colina a las afueras de la ciudad. Sus palabras, llenas de misterio y promesa, resonaron en Aang, dándole una pista sobre el camino a seguir. Con un sentido renovado de determinación y una pizca de anticipación, Aang se preparó para enfrentar el siguiente desafío en su viaje hacia convertirse en cazador.

Guiado por las palabras del capitán, Aang se dirigió hacia la cima de la colina, buscando el cedro solitario que marcaba la siguiente etapa de su desafío. A su llegada, descubrió que la colina no estaba tan desierta como podría haber parecido. Una ciudad abandonada se extendía a sus pies, desolada y silenciosa, pero no completamente vacía.

De repente, un grupo de personas apareció, ocultando sus rostros tras máscaras de gas y pelucas. Junto a ellos, una anciana se destacaba, su presencia era un contraste sorprendente con el entorno desolado. La anciana le dijo a Aang que para avanzar hacia el cedro, debía responder correctamente a una pregunta. Si fallaba, su camino hacia convertirse en cazador terminaría allí.

La anciana le planteó a Aang una pregunta sumamente difícil: "Tu hijo y tu hija han sido secuestrados. Solo puedes recuperar a uno. 1: La hija. 2: El hijo". El tatuado quedó inmóvil, sus ojos amplios de asombro por el dilema. No tenía hijos, y por un momento, la pregunta pareció irreal.

Pero Aang comprendió la verdadera naturaleza de la prueba. Al recordar sus años en el Templo del Aire, pensó en cómo se había criado separado de sus padres, cómo los monjes le habían enseñado a liberarse de los apegos terrenales y centrarse en el viaje espiritual. La dura realidad de la situación que la anciana le planteaba le recordó este desapego. Se trataba de un dilema imposible, una elección que ningún ser humano debería tener que hacer.

A medida que el conteo regresivo de la anciana avanzaba, el joven maestro aire se mantuvo en silencio. No se trataba de dar una respuesta correcta, porque no existía tal cosa en este caso. Más bien, se trataba de demostrar su capacidad para enfrentar y aceptar las difíciles realidades de la vida, algo que un verdadero cazador debía ser capaz de hacer.

La anciana llegó a uno y se detuvo, esperando la respuesta de Aang. Pero este se mantuvo en silencio, aceptando la imposibilidad de la decisión que se le pedía tomar. En su silencio, Aang demostró una comprensión más profunda de la lección, y la anciana asintió con aprobación.

Con la prueba superada, la anciana le mostró el camino hacia el cedro solitario. Con una nueva comprensión de los desafíos que le esperaban como cazador, Aang se adentró en el sendero con determinación, listo para enfrentar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.