PREFACIO
150 D.C. [Alguna aldea en un lugar remoto]
Las horas parecían lentas, el ruido de la noche gobernaba, la naturaleza hacía presencia con majestuosidad y a lo lejos los gritos y alaridos de decenas de personas se escuchaba. Las exclamaciones de terror se abrían paso como ecos que retumbaban en mis oídos.
El sentimiento de impotencia junto con un creciente dolor me mantenían inmovilizada presa del pánico de ser encontrada.
La aldea siempre pacifica cada vez se volvía más oscura, el terror colectivo iba muriendo junto con los habitantes.
En mis labios cosquilleaba el último conjuro de protección, un escudo alrededor de mí que ocultaba mi olor y que me hacía invisible a los ojos de otros. Como si el pedazo de tierra donde estaba tendida no existiera.
Poco a poco la oscuridad bajo mis ojos ganaba terreno dejándome fuera de juego. Durante la noche seres de la oscuridad habían atacado a todos, niños, mujeres y hombres. No existió resistencia, el aquellare de seres chupa sangre hizo bajas rápidamente, neófitos, 10 para ser precisos, asaltaron en medio de la noche tomando toda la sangre que pudieron a su paso.
Mi madre y tía brujas ocultas intentaron protegerme, sin embargo, no fue suficiente contra ellos, contra su fuerza, contra su número. Con varios de ellos sobre mí vi como los ojos de mi madre perdían aquella chispa y daban paso halo de la muerte.
Mi tía en su último intento de protegerme invocó un último conjuro y me vi transportada pocos metros fuera de la aldea. Las mordidas empezaban a quemar rápidamente, alimentándose la ponzoña de la poca sangre que aún quedaba en mi cuerpo.
El dolor en mi corazón desgarraba por la perdida de mi todo, mi familia, mi madre y el dolor físico finalmente me mandó a una total oscuridad.
