La historia los recordaría como los valientes, como aquellos que, en vez de aniquilar al débil, le ayudarían a levantarse contra la injusticia.

Serían los ángeles de la Revolución, jóvenes que buscaban la igualdad, fraternidad y libertad, aunque la tuviesen que pagar con su propia sangre.

Sí, serían leyendas transmitidas de boca en boca, reverenciadas y repetidas mil veces, invocadas cuando el gobierno se levantase contra el pueblo una y cien veces. Pero ahora, ¿qué eran? Solo niños jugando a la guerra, personas que, por un poco de pan y vino, arriesgaban su integridad diariamente y que se habían cansado de pasar hambre, de las órdenes absurdas que la Corona dictaba.

Algunos eran hijos únicos, la última esperanza de un apellido, otros huérfanos, otros el único sostén de una familia, dispuestos al sacrificio de su dignidad con tal de alimentar a aquellos que valían más que su vida.

Las balas zumbaban sobre sus cabezas, mientras trataban de escucharla a ella, pero era imposible.

Esas balas, pagadas con el pan de sus compatriotas, se enterraban en su carne, manchando el aire con el hedor a sangre y vísceras propio de una matanza.

Soldados llamados a defender una causa; los héroes se forjan como las espadas, a fuego y sangre.

Su leyenda u la de tantos iniciaba allí, escrita sobre los adoquines y bajo el sol ardiente, perfumada de acero y pólvora.

Los padres llorarían de orgullo, los hermanos sangrarían sus corazones por su abnegación, los hijos agacharían la cabeza en señal de respeto y las madres y esposas gritarían y se golpearían el pecho de felicidad.

Su sacrificio era su paso a la posteridad.

Y lo prometido es deuda, este escrito está inspirado en "Nachts weinen die Soldaten" de Saltatio Mortis.

La escribí a mano y, sinceramente, creí que sería más largo, pero mi letra me traicionó en ese punto.

Espero lo disfruten tanto como yo cuando lo escribí.