Aviso a navegantes: Este capítulo contiene escenas subidas de tono algo explícitas, por lo que si no te gustan o no te sientes cómodo leyéndolas, puedes saltar la última parte del capítulo.

Capítulo 24: Luna de Sangre (Parte 1)

Remus Lupin cruzaba cabizbajo el Gran Comedor en dirección a la mesa de la casa Gryffindor. Era catorce de febrero, fecha en que se celebraba en todo el mundo el día de los enamorados, comúnmente conocido como San Valentín, y al igual que ocurría durante el resto de festividades señaladas en el calendario, el castillo de Hogwarts había sido apropiadamente vestido para la ocasión.

Coloridas guirnaldas de flores y cintas rosadas prendidas de las paredes cruzaban de un lado a otro las estancias. El suelo se encontraba cubierto casi en su totalidad por delicados pétalos de peonía que llovían ininterrumpidamente del techo, creando la fantasía de estar caminando por encima de un fragante manto helado. Además, como complemento a ésta idílica decoración, regordetes cupidos revoloteaban entre las bóvedas, disparando a diestro y siniestro sus puntiagudas saetas de amor en dirección a los estudiantes despistados. Naturalmente, estas flechas eran del todo inocuas, sencillos conjuros que al alcanzar a su objetivo se convertían en graciosas pompas de jabón flotantes en forma de corazón.

De igual forma, los habitantes del castillo hacían honor a la festividad demostrando su amor con románticas tarjetas, ramos de flores o chocolates dirigidos a aquellas personas que eran especiales para ellos. Incluso los profesores participaban de la celebración, aprovechando la señalada fecha para instruir a sus estudiantes con lecciones temáticas ambientadas en el Día de San Valentín, como por ejemplo el hechizo de Tortolito a carta de amor* en Transformaciones o el encantamiento herbivicus* en Herbología.

No obstante, aunque era una de las fiestas preferidas de la mayor parte del alumnado, no era así para Remus. Y esto no se debía únicamente a que la bucólica celebración no hubiera sido más que una treta de la iglesia católica para eliminar del calendario Lupercalia*, un inmoral y algo sangriento ritual de fertilidad celebrado por los romanos, y sustituirlo por el día de San Valentín. Sino porque como acostumbraba a suceder no era portador de las mejores noticias. Y aunque en cierto modo a esas alturas ya se había acostumbrado a no ilusionarse antes de tiempo, pues la experiencia le había demostrado en innumerables ocasiones que la única forma de no acabar decepcionado era resignarse a no esperar nunca nada de nadie, había cometido el error de dejar que por una vez la esperanza se apoderara de su corazón, siendo desterrada en un abrir y cerrar de ojos de éste como consecuencia de su limitante y animalesca naturaleza.

—Ey Moons, esto es para ti — informó James a modo de saludo arrojando en su dirección un saquito de fieltro de color rosado atado con un lacito.

Remus atrapó el paquete con agilidad, y tras dirigir una mirada de confusión en dirección a su amigo se animó a abrirlo. Apenas tardó un segundo en desatar con avidez la cinta plateada que lo envolvía, impulsado en gran parte por la curiosidad que le suscitaba el inesperado obsequio. Sobre todo porque el merodeador no estaba acostumbrado a recibir paquetes, y menos aún tan bonitos y delicados como aquel.

El saquito contenía una bolsita de plástico con al menos media decena de bizcochitos de plátano con chispas de chocolate caseros, que despedían un aroma tan delicioso que su estómago vacío inevitablemente rugió con fuerza instándolo a devorarlos.

James sonrió complacido.

—Mi madre nos ha enviado una a cada uno como regalo de San Valentín — explicó encogiéndose de hombros.

En ese momento Remus se percató de que todos sus amigos allí presentes tenían frente a ellos una bolsita exactamente igual a la suya, inclusive Lily y Sarah, que ni tan siquiera conocían a la señora Potter en persona. Aunque naturalmente James le había hablado largo y tendido de su amistad con las muchachas. Así acostumbraba a ser, entre madre e hijo no existían secretos, o al menos no para las cosas que realmente importaban, James había logrado tal nivel de confianza con sus padres que Remus, Sirius e incluso Peter habían llegado secretamente a envidiarle por ello. Después de todo, el dinero o una posición social privilegiada no servían de nada si carecías de lo más importante, el amor, y de eso en la casa de los Potter había a raudales.

—Tienen una pinta realmente deliciosa, dale las gracias de mi parte cuando le escribas, por favor.

—De parte de todos — mascullaron Peter y Sirius al unísono con la boca llena de bizcocho.

Remus negó con la cabeza divertido antes de tomar asiento junto a Sarah y darle un beso en la mejilla a modo de saludo.

—Entonces, ¿qué quería Dumbledore? — preguntó Lily en nombre de todos con curiosidad.

Remus suspiró.

—Esta noche hay Luna de Sangre y tanto el director como la señora Pomfrey consideran que lo mejor es que por esta vez permanezca recluido en un lugar algo más protegido de lo usual.

Las caras de todos sus amigos pasaron de la sorpresa a la indignación en apenas un instante.

—¿Qué? ¿Y eso por qué? — exclamó Peter notoriamente indignado.

—¿Luna de sangre? ¿Qué centauros es eso? — interrumpió James sin acabar de entender el punto de aquella decisión.

—Básicamente es un eclipse lunar en el que la luna se tiñe de rojo porque la tierra se interpone entre ella y el sol — explicó Sarah, sin poder evitar que parte de la intranquilidad que la asediaba impregnase sus palabras.

Sirius bufó.

—Genial, en lugar de plateada es roja por una noche, me muero de miedo. ¿Algo más? ¿Nos atacarán hordas de vampiros y se desatará una guerra a muerte entre los chupasangres y los hombres lobo?.

Por el tono de burla empleado era bastante evidente que todo aquello le parecía una soberana estupidez.

—No es ninguna broma, Sirius. Si ya de por sí los ciclos de la luna tienen influencia en las criaturas sobrenaturales, las lunas rojas son excepcionalmente potentes en lo que a influjo se refiere. Especialmente para los hombres lobo, como podrás imaginar — expuso Remus descendiendo progresivamente el tono de su voz para que solo sus amigos pudieran escucharlo.

James abrió mucho los ojos. Nunca antes había oído algo como eso.

—Pero habrá habido miles de ellas y a Dumbledore nunca le ha dado por encerrarte.

—¿Acaso recuerdas alguna?.

James lo pensó por un segundo.

No, desde luego no recordaba haber visto algo así, y en caso de haber sido testigo de aquel fenómeno, o no había prestado atención o sencillamente lo había pasado por alto.

—¿Y qué se supone que implica exactamente? — interrogó Alison con curiosidad.

Remus se aclaró la garganta antes de disponerse a contestar.

—Digamos que nuestro instinto se multiplica por mil, nos volvemos infinitamente más agresivos y eso hace mucho más probable que acabemos mordiendo a alguien y convirtiéndolo. Por lo que es un mal día para dejar libre a tu lobo interior, ya me entendéis.

—Bueno pero para eso nos tienes a nosotros, ¿no? — insistió Sirius con obviedad.

—No sé, Padfoot, creo que prefiero no arriesgarme, solo es una noche y me quedo más tranquilo al pensar que todo el mundo estará a salvo, que no haré daño ni convertiré a nadie.

Sarah pasó la mano por su hombro tratando de reconfortarlo.

—Vale Moons, si eso es lo que quieres, nosotros te apoyamos.

Todos asintieron.

—Y en otro orden de cosas, ¿cómo va el plan "enamorar a Rosier" querida prima?.

Sirius se removió incómodo y Alison le fulminó con la mirada.

—James en realidad está preguntando si se te ha ocurrido ya alguna forma de acercarte para sonsacarle información — intercedió Lily.

—Sí, era eso exactamente lo que quería decir, gracias Evans, lo tenía en la punta de la lengua.

Alison negó.

—No lo sé, he pensado en darle uno de esos bombones tan ricos que se comió Lily el año pasado para ser capaz de darte un beso sin vomitar — replicó con sarcasmo.

James le fulminó con la mirada.

—Para tu información…

Pero antes de que el gryffindor pudiera decir nada más y meter la pata hasta el fondo, Lily lo interrumpió.

—Mejor dejemos atrás ese vergonzoso incidente, este año pretendo mantenerme bien alejada de los bombones.

—¿Y de las galletas?.

Lily la observó confundida por la pregunta.

—¿Habéis probado esto?. Me lo ha enviado Molly como regalo de San Valentín, es el último de los inventos de sus hermanos gemelos.

—¿Galletas mágicas de la fortuna?. No me suenan.

—Se supone que predicen que te deparará el día. No sé si funcionará pero sería divertido probarlo hoy, ¿no creéis?. Después de todo es San Valentín.

—¿Qué gracia tiene si ya sé qué va a predecir?. Una interminable y dolorosa noche encerrado en una celda bajo tierra.

—No seas así, Remus. El día es muy largo, nunca se sabe que puede suceder — lo picó Alison tendiendo la caja en su dirección para que cogiera una galleta.

Remus dudó por un instante antes de decidirse finalmente a agarrar una.

La tomó entre las manos y la partió por la mitad descubriendo en su interior un papelito doblado que rezaba: "Los lobos solitarios pueden ser más fuertes, inteligentes e incluso más peligrosos que los lobos comunes, pero recuerda que esas cualidades no sirven de mucho sin una manada que te apoye y te cuide las espaldas".

Remus parpadeó un par de veces tratando de asegurarse de que había leído correctamente. Era más que probable que no hubiera sido más que una casualidad, pero de igual forma un escalofrío lo recorrió de los pies a la cabeza.

—¿Qué dice? — interrogó James impaciente.

Pero antes de que pudiera contestar Alison lo interrumpió.

—No vale decirlo en alto, es mucho más divertido si los demás ignoran el contenido y al final del día nos reunimos para descubrir si se ha cumplido o no la predicción. Así que James, ¿Quieres ser el siguiente?.

—Por supuesto — aceptó cogiendo con decisión una de las galletas.

El mensaje del castaño era el siguiente: "Si vas a salir recuerda perfumarte a conciencia, nunca se sabe el efecto que puede tener una fragancia agradable en el curso de tu destino".

Los ojos del merodeador se abrieron mucho como consecuencia de la sorpresa. ¿Qué nargles se suponía que significaba eso?. Acaso la galleta pensaba que iría oliendo a Troll a su cita con Lily.

—Trae para acá — dijo Sirius tomando la caja con decisión de las manos de Alison y cogiendo también una galleta.

—Ehhh yo también quiero — exigió Peter después de que todos sus amigos hubieran abierto la suya.

—No os preocupéis, hay para todos — tranquilizó Alison pasando la caja para que todos pudieran coger una.

La galleta de Sirius decía "En ocasiones un encierro involuntario puede ser el mejor de los escenarios", la de Lily "Los secretos tienen las patas casi tan cortas como las de un billywig", la de Sarah "Intenta que el fulgor de la próxima luna llena no te impida ver las estrellas", la de Peter "Decir adiós es algo que también es necesario aprender" y finalmente, la de Alison "Hoy es un gran día para elaborar aquella poción que tanto necesitas".

Las caras de todos ellos a ese punto eran un auténtico poema y pasaban del pánico a la sorpresa y a la incertidumbre en apenas un pestañeo. Pero lo que los muchachos ignoraban es que las pequeñas galletitas habían predicho tal y como prometían cuál sería el futuro más próximo de esos siete gryffindor durante las siguientes horas.


Alison Potter no era del tipo de persona que elabora un plan minucioso y luego lo sigue paso a paso sin desviarse ni una milésima del mismo, sino más bien del tipo que salta al vacío, que improvisa, que actúa sin pensar demasiado en las posibles consecuencias. Y aunque actuar de este modo podía resultar arriesgado, a decir verdad hasta ese momento siempre había funcionado para ella, después de todo, en todas las ocasiones, con mayor o menor gracia, había terminado cayendo de pie. Por eso mismo, sin pararse siquiera a meditarlo, en el momento en que Evan Rosier apareció en su campo de visión, se aproximó en su dirección antes de tener tiempo siquiera de arrepentirse.

—Ey, ¿Qué haces? ¿No tienes cosas más importantes que hacer como por ejemplo comparar con el resto de tus compañeros de casa cuántos primos se han casado entre ellos en vuestros árboles genealógicos, o alimentar a tu mascota serpiente, o lo que quiera que hagáis los slytherin en vuestro tiempo libre? — bromeó la rubia a modo de saludo.

Evan sonrió al reconocer la voz de la chica antes de levantar la vista en su dirección.

—Pensaba que el código del mismísimo Godric Gryffindor recogía que no teníais permitido acercaros a menos de dos metros de ningún slytherin para evitar que se os pegara algo de sentido común — replicó Evan siguiendo con la broma.

—En realidad es a menos de cinco metros, pero ya sabes que lo de lanzarnos de cabeza al peligro es el primero de los mandamientos para los leones, así que quién soy yo para contradecir las sagradas escrituras — ironizó encogiéndose de hombros, antes de tomar asiento junto al moreno.

Y como acostumbraba a suceder, en ese mismo instante los planetas se alinearon y Regulus Black cruzó el patio, transformando su expresión indiferente en una cara de muy malas pulgas al descubrir a la gryffindor sentada junto a su compañero de casa.

—Creo que no le caigo bien a tu amigo — opinó Evan una vez Regulus hubo cruzado las puertas de acceso a la escuela.

Alison dejó escapar un largo suspiro, mientras una expresión de tristeza se instalaba inevitablemente en su rostro al recordar la última de sus conversaciones con el slytherin.

—No eres tú, es solo que las cosas se han complicado un poco entre nosotros últimamente — explicó sin dar muchos más detalles, mientras arrancaba unas briznas de pasto del suelo.

Evan asintió con expresión comprensiva.

—Entonces, ¿a qué debo el placer de tu presencia?.

Alison sacudió la cabeza tratando de disipar los dolorosos pensamientos que la aguijoneaban y poder así centrarse en lo realmente importante, el plan de los merodeadores para tratar de sacar información a Rosier sobre lo ocurrido con Mary, y el resto de "ataques" contra los estudiantes nacidos de muggles que se habían estado sucediendo entre los muros del castillo de un tiempo a esa parte.

—No había tenido la oportunidad de agradecerte todo lo que hiciste aquella noche, no pretendo excusarme pero a veces estoy tan centrada en mis propios problemas que me olvido por completo del resto del mundo, y la verdad es que no quería quedarme sin darte las gracias, no quiero ni pensar en lo que podría haber pasado si no llegas a encontrarlo.

Y aunque todo aquello no era más que una treta para sacar información al slytherin, todas y cada una de las palabras de la rubia estaban impregnadas de angustia y temor.

—Cualquiera en mi situación habría hecho lo mismo — replicó en respuesta, restándole deliberadamente importancia a su, en apariencia, heroica actuación.

Alison negó con la cabeza.

—No cualquiera, podrías perfectamente haberte desentendido para evitar que pudiera salpicarte y sin embargo, decidiste buscar ayuda para Reg, aún a riesgo de terminar castigado.

Evan pareció meditarlo durante unos segundos antes de volver a hablar.

—Era lo más humano, y aunque tu amigo trate de asesinarme con la mirada cada vez que me acerco a ti, eso no quita que todas las personas merecen que les tiendan una mano y las ayuden en ese tipo de situaciones — explicó con simpleza, fijando sus ojos azules en los de la gryffindor.

Alison asintió visiblemente conmovida.

Sabía que sus amigos no se fiaban de Evan, incluso su propio instinto le decía a gritos que no podía confiar en él, pero siendo completamente sincera, cada vez estaba más convencida de que todo aquello no eran más que prejuicios por pertenecer a la casa de las serpientes, pues a decir verdad el muchacho siempre se había comportado de manera impecable, tanto con ella como con el resto de estudiantes a los que alguna vez había visto acercarse a él. Y si había algo que no podía negar es que el slytherin despertaba la simpatía de la mayor parte del alumnado, independientemente de su casa de pertenencia.

—¿Y cómo estás? ¿Más tranquila después de lo del otro día? — preguntó el joven.

La rubia suspiró.

—Si, lo creas o no me ayudaste a ver un poco las cosas en perspectiva. Tiendo a creer que mis problemas son el fin del mundo, como si el resto de personas no vivieran a diario situaciones mucho más duras que yo. Mira lo que le ha pasado a la pobre Mary MacDonald, un día crees tenerlo todo, y al siguiente ves pasar tu vida por delante de tus ojos sin poder hacer nada para salvarte.

Un reflejo de incomodidad cruzó el rostro del slytherin.

—Sí, supongo que tienes razón — empezó a hablar, interrumpiéndose a sí mismo para aclararse la garganta.

La rubia analizó cada gesto, cada palabra, como si de un detective se tratara en busca de cualquier rastro que pudiera delatar que el moreno sabía mucho más de lo sucedido que el resto de estudiantes, tal y como había asegurado James.

—Fue un acto realmente atroz, el director Dumbledore debería tomar cartas en el asunto para encontrar de una vez por todas a los responsables. No sé en qué piensa ese viejo loco pero si no se descubre pronto quién fue, los padres empezarán a hacer preguntas y acabarán poniéndolo contra las cuerdas, después de todo sus hijos podrían ser los siguientes — escupió el muchacho con rabia apretando involuntariamente los puños, gesto que no pasó ni mucho menos desapercibido para la rubia.

Alison lo estaba probando, era más que consciente de ello. Pero para desgracia de la joven, Evan Rosier era bastante más listo que ella y no caería en una trampa tan ridículamente manifiesta.

—Espero que sea cuestión de tiempo, después de todo si analizaran las varitas de todos los alumnos encontrarían fácilmente a los responsables — volvió a tantear la gryffindor, tratando de tirar del hasta entonces inexistente hilo.

Evan negó con la cabeza.

—No pueden hacer algo como eso Alison, revisar la varita de un mago sin indicios de que haya cometido un delito, ni un procedimiento legal que lo justifique, va en contra de la ley mágica. Y más aún si hablamos de menores de edad, sería una violación flagrante de nuestros derechos. Además, tengo mis dudas de que los atacantes fueran tan estúpidos como para maldecir a MacDonald con sus propias varitas — explicó con obviedad.

—¿Maldecir? — cuestionó la rubia enarcando una ceja.

Al fin había logrado encontrar un hilo del que poder tirar.

—Por supuesto, ¿Qué crees que fue lo que ocurrió?. Para lograr que alguien arriesgue de esa forma su vida en contra de su propia voluntad es necesario hacer uso de una maldición realmente potente que anule por completo su voluntad, y no sé tú, pero yo solo conozco un hechizo así y es una maldición imperdonable — razonó Evan con marcado tono serio.

No parecía hacerle gracia o divertirle en absoluto la situación, se podría decir que incluso lucía intranquilo o preocupado.

Además, si Evan estuviera detrás del ataque no tendría ningún sentido exponer de esa forma a los agresores. Vale que sus amigos hubieran llegado a esa misma conclusión, pero normalmente cuando estás involucrado en un ataque como aquel y alguien está indagando al respecto, tratas por todos los medios de conducirle a un callejón sin salida, no le arrojas la teoría más plausible a la cara para ayudarle a descubrir la verdad.

—La verdad es que guardaba la esperanza de que no hubiera sido eso — admitió Alison desviando la mirada en dirección al suelo.

Se suponía que Hogwarts era el lugar más seguro del mundo, o al menos lo había sido hasta ese momento. Si la situación había escalado hasta ese nivel sería ingenuo pensar que lo de Mary era un hecho aislado, y no el primero de una larga lista de atentados contra los nacidos de muggles y sus defensores que no tardarían en comenzar a sucederse.

—La realidad no deja de ser cruda por mucho que tratemos de maquillarla, pequeño Jobberknoll — apuntó Evan con sabiduría chocando su hombro contra el de la joven.

—¿Jobberknoll?. ¿Debería sentirme ofendida? — cuestionó divertida enarcando una ceja.

Evan rió.

—Es solo que tus ojos me recuerdan al color de sus plumas — aclaró Evan, fijando la vista en los peculiares orbes azules de la gryffindor.

Casi podía sentir como la traspasaba con su mirada, como buceaba en lo más recóndito de sus pensamientos. Y por un momento pensó que quizás el slytherin era capaz de leerle la mente, por lo que perturbada por esta posibilidad desvió nuevamente la vista.

Y…¿estás asustado? — preguntó al aire tratando de cambiar de tema y disipar el cargado e incómodo ambiente que se había instalado entre ambos.

Evan dejó escapar una sonora carcajada.

Aquella pregunta le había pillado por sorpresa, dejando entrever por un segundo su verdadera naturaleza, escondida tras esa fachada de perfección que hasta ese momento se había esforzado en mantener. En cierto modo era consciente de que se había delatado, sencillamente ella no estaba lo suficientemente atenta a las señales como para haberse percatado de ello.

—No tiene gracia, Evan, es lógico tener miedo dada la situación — le recriminó algo ofendida, cruzándose de brazos en actitud de defensa.

Evan meditó durante un instante antes de pronunciar sus siguientes palabras, no deseaba meter la pata de nuevo, después de todo tentar a la suerte y salir airoso no te asegura obtener el mismo resultado en los siguientes tropiezos.

—Bueno, mi familia es sangre limpia, mis amigos son sangre limpia, y puede que esto suene algo crudo pero creo que el hecho de no ser un objetivo en potencia, inevitablemente influye en que no esté tan preocupado por mi integridad como quizás sí lo están otras personas — admitió con simpleza encogiéndose de hombros — Lo que por supuesto no significa que no desee que se llegue al fondo de todo esto y se atrape a los responsables — apuntó.

—Quizás pero también es insensible y muy poco empático, según tu lógica, algunos de nuestros compañeros están en riesgo por el mero hecho de no tener una sangre tan puramente endogámica como la nuestra y no deberíamos preocuparnos porque…¿somos sangre limpia y a nosotros no va a pasarnos nada? — exclamó atónita.

—Sabes que no es eso lo que he dicho, no tergiverses mis palabras — pronunció el slytherin en un tono tan serio que por un momento la rubia se arrepintió de haberlo confrontado.

Después de todo, lo último que quería era enfadarlo, de esa forma nunca lograría obtener la información que precisaba de su parte, pues como dice el dicho se cazan más glumbumble con miel que con vinagre.

—Tienes razón, es solo que esta situación me preocupa, no quiero que le pase nada a ninguna de las personas a las que amo solo porque a un mago al que se le ha ido del todo la snitch haya decidido que cuanto más pura es tu sangre más válido eres — admitió visiblemente dolida.

Evan suspiró.

—No tienes de qué preocuparte, estoy seguro de que Dumbledore no dejaría que nada malo volviera a sucederle a ninguno de sus alumnos, después de todo son su propio cuello y su nombre los que están en juego. Estoy convencido de que ahora permanecerá alerta, por lo que al menos entre los muros de la escuela estamos a salvo — aseguró el slytherin apretando con cariño la mano de la joven para tratar de infundirle algo de confianza.

—Ojalá tengas razón — suspiró Alison pensativa, fijando su mirada en el horizonte.

El plan no parecía haber surtido efecto o servido de nada en absoluto. Evan había respondido sus preguntas con una maestría casi ensayada y además, tras la conversación con el slytherin no había averiguado nada que no supiera ya. Si quería llegar al fondo de todo eso y descubrir si Evan sabía más de lo que decía debía utilizar otros métodos más radicales, y la dichosa galletita mágica de la fortuna le había dado una pista del camino a seguir.


James Potter había logrado escabullirse de sus amigos en tiempo récord y recorría a paso ligero los terrenos del castillo en dirección a la salida norte. Aunque a decir verdad el logro no había sido tanto, pues el resto de merodeadores andaban tan ensimismados con sus propias comeduras de caldero que ni tan siquiera repararon en la inverosímil coartada que había ideado James para justificar su ausencia.

Peter recorría de un lado a otro la habitación tratando de decidir qué par de calcetines iría mejor con el atuendo que había seleccionado para su cita de San Valentín. Pero decidir entre calcetines estampados o lisos no era ni de lejos el verdadero motivo de los nervios del muchacho, sino más bien el hecho de que aquella tarde tendría la primera cita oficial con Daphne, la primera cita a solas, en la que únicamente podría contar consigo mismo y con su ingenio para tratar de que la hufflepuff pasara una velada agradable y se divirtiera lo suficiente como para aceptar tener una segunda. Y a Peter realmente le gustaba esa chica, si te fijabas lo suficiente podías apreciar ese brillo especial en sus ojos cada vez que la miraba, o la sonrisa involuntaria que se dibujaba en sus labios cuando hablaba de ella, gestos que no habían pasado ni mucho menos desapercibidos para James. Y aunque Peter no era precisamente la persona más segura de sí misma que había conocido, una chispa de ilusión había nacido en su corazón, contagiándolo de una determinación y esperanza hasta entonces desconocidas.

Sirius por su parte estaba demasiado ocupado tratando de descubrir junto a Alison en qué se había metido su hermano Regulus exactamente, así como en cual sería la mejor forma de hacerlo bajar de su hipogrifo sin tener que hacer uso de la violencia para ello, o amenazarlo con tomar su escoba como rehén e ir enviándosela pedazo a pedazo. Pero aunque James no había querido manifestar su opinión al respecto para evitar a toda costa dañar a Sirius, en su opinión, cada día que pasaba la situación pintaba peor con Regulus. Tal y como él lo veía el slytherin solo tenía dos opciones: Revelarse o Resignarse. Y de elegir la segunda se acabaría convirtiendo en lo mismo que representaba su familia y que Sirius tanto odiaba, lo que inevitablemente separaría los caminos de ambos hermanos. Así que sí, la situación no tenía buena pinta. Después de todo, Regulus siempre había sido una serpiente, no un león.

Y en cuanto a Remus, Remus pasaría la noche bajo tierra encerrado como un animal en una inhóspita y fría celda en el Bosque Prohibido. Aún no se explicaba como Dumbledore podía permitir o incluso sugerir algo tan inhumano como aquello, le hervía la sangre solo de pensarlo. Bastante tenía Remus con el sufrimiento, dolor y secuelas que le suponían las transformaciones como para encima tener que pasar la luna llena lejos de sus amigos y encerrado como una bestia por una absurda teoría que no contaba con apenas evidencias que la respaldaran. Pero a decir verdad, enfadándose no llegaría a ninguna parte ni mucho menos conseguiría cambiar las cosas para Remus, por lo que lo mejor por el momento era tratar de calmarse y no pensar demasiado en que aquella noche ninguno de los merodeadores podría estar ahí junto a su amigo licántropo por primera vez en mucho tiempo.

James sacudió la cabeza tratando de desvanecer ese último pensamiento que encogía su corazón.

Había quedado con Lily junto al arco de la muralla para su cita de San Valentín. Una cita a la que por primera vez en su vida iba completamente a ciegas. No tenía ni la más remota idea de cuál sería el plan, pues esta vez era a la pelirroja a quién le había tocado organizarlo. Y aunque se moría de intriga por descubrir qué les depararía su primer San Valentín juntos, no había rastro de los nervios presentes en sus anteriores encuentros, lo cual atribuía a que cada día que pasaba la confianza era mayor entre ellos. Y aunque aún les quedaba mucho por descubrir del otro y recién comenzaban a conocerse y a dejar atrás los prejuicios y a derruir los muros que durante mucho tiempo separaron sus caminos, sus interacciones se sentían tan naturales y desahogadas que en algunos momentos casi parecía como si siempre hubiera sido así.

Unos pasos más y al fin estaría en el punto de encuentro, perfumado a conciencia tal y como le había recomendado la galleta de la fortuna. Para ser sincero estaba prácticamente convencido de que no eran más que patrañas, frases de lo más genéricas aleatoriamente distribuidas en galletitas con el mero objetivo de hacer que quién las abriera se comiera la cabeza tratando de encajar el contenido en alguno de los eventos que habían vivido próximos a la apertura de la misma. Aunque definitivamente debía reconocer que el contenido de su mensaje era como poco ambiguo, así como demasiado específico como para poder atribuirlo a cualquier evento al azar.

—¡Pssss!

James comenzó a dar vueltas sobre sus talones para tratar de localizar de donde provenía el sonido.

No tardó en descubrir que era Lily quién lo llamaba, asomada por la puerta entreabierta de los establos de Cuidado de Criaturas Mágicas, mientras hacía gestos con la mano instándolo a acercarse.

El muchacho aceleró el paso, cruzando el umbral tras la pelirroja antes de que ésta cerrara apresuradamente la puerta.

—¿Tu idea de cita romántica es traerme a un establo, Lils?. No digo que tengas que llevarme a Madame Pudipie y traerme una decena de rosas rojas, pero yo al menos te conseguí una deliciosa taza de chocolate caliente y varitas de regaliz con las que saciar tu adicción al azúcar — bromeó mientras la gryffindor le observaba con una ceja enarcada — Yo en estas condiciones no puedo…

Pero antes de que pudiera decir nada más Lily tiró de las solapas del cuello de su camisa y chocó sus labios contra los de él para callarlo de un beso. El toque de sus labios se sentía como un oasis, como si en el momento en que sus bocas conectaban todo a su alrededor dejara de tener importancia. Y por un momento la fugaz idea de que podría besar aquellos labios durante toda la vida cruzó su mente.

—Vale, eso está mucho mejor — admitió el castaño aclarándose la garganta una vez se hubieron separado, consiguiendo que en respuesta la joven rodara los ojos.

—James Potter, te juro que hoy voy a superar tu cita con creces, nuestra aventura con la poción multijugos va a quedar en nada después de esta tarde, ya lo verás.

Definitivamente eso sonaba a reto.

Y James estaba más que dispuesto a aceptarlo. Sobre todo porque si la pelirroja estaba en lo cierto y lograba dejarlo sin palabras, tendría que idear algo aún mejor para superarlo. Después de todo, los desafíos eran una de las cosas que más despertaban el lado competitivo del merodeador, incluso aunque estos trataran sobre algo tan banal como quién era capaz de organizar la mejor cita.

—Entonces, ¿tendremos un picnic romántico entre el heno? — bromeó James recorriendo con la mirada la estancia vacía.

Lily sonrió divertida.

—No, haremos algo un poco más original esta vez, no tenías miedo a las alturas ¿no? — ironizó la pelirroja relamiéndose los labios.

James elevó una ceja inevitablemente ofendido por la pregunta.

—¿Tengo que recordarte que sales con uno de los mejores cazadores que ha tenido el equipo de quidditch de gryffindor desde su fundación?. Por favor, Evans. Aprendí a volar en escoba antes que a andar — recalcó sacando a la luz su parte más orgullosa y pagada de sí misma.

Lily rió.

—Vale Potter, tú, yo y el resto del universo ya sabemos que el quidditch es como la mitad de tu personalidad pero trata de disimular un poco, no hace falta que lo promulgues a los cuatro vientos.

El merodeador sonrió de lado.

—Si sigues provocándome así voy a tener que besarte, pelirroja — avisó acercándose peligrosamente a sus labios, mientras enrollaba juguetonamente uno de los mechones cobrizos en su dedo.

—Ya habrá tiempo para eso. No seas impaciente. Antes tengo que ganarte por goleada en tu propio juego — canturreó poniendo distancia entre ambos, antes de aproximarse en dirección a una de las puertas de madera con que contaba la sala.

James siguió de cerca sus pasos sin poder disimular en ningún momento su sonrisa.

Nada más cruzar el umbral la sonrisa del merodeador se borró de golpe, dando paso a una expresión que cabalgaba entre la sorpresa y la confusión.

—So…son hipogrifos — constató frotándose los ojos para asegurarse de que lo que estaba viendo era real y no su imaginación jugándole una mala pasada.

—Muy agudo, Kettleburn estaría orgulloso de ver que lo recuerdas, sobre todo porque Sirius y tú os pasáis las clases de Cuidado de Criaturas Mágicas tratando de diseñar escobas de dudosa funcionalidad — apuntó Lily divertida, mientras se acercaba en dirección a una de las criaturas y le acariciaba las plumas con suavidad.

El hipogrifo pareció reconocerla y frotó la cabeza cariñosamente contra el hombro de la muchacha.

El hecho de que la pelirroja se hubiera percatado de una tontería como lo de la escoba no pasó ni mucho menos desapercibido para James.

—¿Dudosa funcionalidad? ¿Lo dices por los reactores laterales o por el hecho de que lanzaran fuegos artificiales?. Porque yo creo que era una genialidad, una maravilla de la ingeniería, algún día te darás cuenta de que en realidad fuimos unos visionarios. Lo que pasa es que la mayoría de los genios no son realmente valorados hasta que mueren, sino mira lo que le pasó a Mozart — explicó con obviedad.

—No sé qué me sorprende más si el hecho de que conozcas a Mozart, o que tengas la audacia de compararte con él — rió Lily dejando escapar una carcajada.

—El punto es que ambos somos unos incomprendidos. Él con su piano y yo con mi escoba.

Lily negó con la cabeza.

—Bueno, quiero presentarte a Buttercup* — dijo señalando a la criatura de plumaje blanco — y a Westley — continuó mientras se acercaba al otro hipogrifo, cuyas plumas en contraposición eran negras como la noche, y lo acariciaba de igual forma — Recuerdas cómo va esto, ¿no?.

James tragó saliva.

Sí, claro que se acordaba. Pero la práctica y la teoría son cosas bien distintas, sobre todo cuando tienes delante a dos enormes pajarracos con cabeza de águila y cuerpo de caballo, que podrían mandarte de una coz a San Mungo si en algún punto llegaran a sentirse ofendidos por tu lenguaje corporal.

El muchacho inspiró tratando de reunir toda la valentía que le fuera humanamente posible.

Por el amor de Merlín, era un maldito merodeador que pasaba cada luna llena en compañía de un terrorífico y potencialmente mortífero hombre lobo, no podía tener miedo de un par de hipogrifos.

Avanzó unos pasos en dirección al hipogrifo de plumaje negro. De los dos era el que le imponía más respeto, no solo era algo más grande que la criatura de plumaje blanco sino que además su mirada impenetrable y su postura rígida y defensiva, seguramente consecuencia de la presencia extraña que suponía el merodeador en aquel establo, lo ponían como mínimo un poco nervioso.

James siguió paso a paso el ritual que había aprendido en Cuidado de Criaturas mágicas, acercándose despacio en su dirección y sin romper en ningún momento el contacto visual se inclinó en forma de reverencia frente al animal.

Por suerte, su reacción no se hizo esperar, y tras un par de gañidos y algún que otro golpe de sus patas contra el suelo, finalmente el hipogrifo imitó su postura con elegancia.

Lily aplaudió con entusiasmo.

—Ya pensaba que iba a tener que cancelar la cita para llevarte a la enfermería, pero tengo que reconocer que lo has hecho de maravilla — sonrió mientras ambos acariciaban con delicadeza al majestuoso animal.

James resopló con fingida molestia.

—Solo a ti se te ocurre pensar que poner en riesgo mi vida sería mi idea de una cita perfecta — negó esbozando una sonrisa divertida — Y lo peor, es que sin lugar a dudas estarías en lo cierto.

La pelirroja rodó los ojos inevitablemente divertida.

—Entonces… ¿Buttercup y Westley? — preguntó con curiosidad el gryffindor.

—El profesor Kettleburn los rescató de los cazadores furtivos el mes pasado y he estado ayudándolo para tratar de conseguir que se adapten antes de intentar introducirlos en la manada de hipogrifos de Hogwarts — explicó la pelirroja con la mirada fija en el lomo de la criatura.

James la observó durante unos segundos antes de volver a hablar. Siempre que pensaba que Lily Evans no podía volver a sorprenderlo llegaba ella para demostrarle cuán equivocado estaba al respecto.

Y es que no solo le gustaba en la forma convencional en la que te atrae alguien, sino que además la respetaba y admiraba hasta el punto de desear ser cada día un poco más como ella.

La pelirroja se aclaró la garganta antes de dar unos pasos en dirección al hipogrifo blanco, que a ese punto parecía estar esperándola impaciente.

—¿Damos una vuelta?. Estoy segura de que te resultará algo más estimulante que volar en escoba.

—¿E…en hipogrifo? — cuestionó James con voz temblorosa.

Lily rió.

—Claro bobo, ¿para qué crees sino que te he traído aquí? — negó sin dejar de sonreír, mientras tomaba impulso y se subía sobre el lomo de Buttercup.

James dudó durante un instante antes de imitarla.

Al principio su intranquilidad le jugó una mala pasada y acabó resbalando con las plumas y cayendo de culo sobre las tablas de madera del suelo. Por un momento casi pareció que el lustroso hipogrifo rodaba los ojos como consecuencia a su torpeza.

No obstante, la caída no desanimó ni un ápice al merodeador, sino que más bien lo motivó a intentarlo con aún más ahínco, logrando trepar con éxito hasta el lomo de la criatura en su tercer intento.

Tras lo cuál se limpió el sudor de la frente y dirigió una última mirada a la pelirroja, que lo observaba en silencio con una expresión indescifrable en el rostro.

—Entonces, ¿cuál es el plan?

—Sígueme — indicó la gryffindor sujetándose con fuerza al lomo del animal mientras éste cogía carrerilla y agitaba con fuerza las alas, emprendiendo el vuelo en dirección al despejado firmamento.


—Explícame otra vez como colarnos en el despacho de Slughorn va a hacer que descubramos si Rosier esconde algo — bostezó Sirius apoyado contra la pared de piedra del pasillo, mientras Alison trataba por todos los medios de desbloquear la puerta.

Ya lo había probado todo, desde Alohomora hasta Aberto, e incluso el clásico pero no por ello menos efectivo Ábrete sésamo, pero ninguno de ellos había funcionado. El profesor había asegurado la puerta de forma que no fuera ni mucho menos sencillo abrirla sin dejar rastro de la intrusión.

La rubia suspiró frustrada y se cruzó de brazos en dirección al gryffindor con cara de malas pulgas.

—Ya te lo he dicho, si consigo darle un poco de veritaserum me dirá todo lo que necesitamos saber, o puede que nada en absoluto, cualquiera de los escenarios será útil, bien para saber a qué nos enfrentamos, bien para descartarlo como sospechoso y centrarnos en el siguiente candidato de la lista. Y como comprenderás, los viales de agua del río Nilo y las plumas de fénix no abundan en el armario de ingredientes de la clase de Pociones. Entonces…¿vas a quedarte ahí parado como un pasmarote o vas a ayudarme? — exigió a punto de perder la paciencia.

A esas alturas poco le faltaba para lanzar un bombarda y desintegrar la puerta. Ya tendría tiempo más tarde para pensar en las consecuencias.

—No es por ser demiguise* de mal agüero pero espero que seas consciente de que hay personas capaces de resistirse al efecto del veritaserum usando la Oclumancia — apuntó el merodeador encogiéndose de hombros.

Alison enarcó una ceja escéptica.

—Por favor, Sirius, ya sé que James y tú pensáis que Evan es el mismísimo diablo reencarnado y que en realidad está fingiendo su simpatía hacia mí, pero por el amor de Merlín, es un adolescente de diecisiete años, dudo mucho que sea un experto oclumante. Además, ¿eso no se aprende en la Escuela de Aurores? — cuestionó con hartazgo, volviendo a centrar su atención en la cerradura de la puerta.

Sirius meditó durante unos segundos antes de sonreír.

—Si abro la puerta en menos de treinta segundos, ¿Obtendré una recompensa a cambio? — preguntó esbozando su característica sonrisa ladeada.

La rubia dejó escapar una carcajada irónica.

—Si abres la puerta en menos de treinta segundos… puedes pedir a cambio lo que quieras — replicó la gryffindor completamente segura de que el merodeador simplemente estaba jugando.

Sirius asintió mordiéndose el labio inferior antes de aproximarse en su dirección.

—Si lo consigo quiero suministro ilimitado de pociones con las que poder gastar bromas durante un mes — propuso tendiendo la mano en dirección a la rubia.

Alison le observó indecisa antes de enlazar su mano con la de él para cerrar el trato, e inmediatamente después se apartó un poco para que el merodeador pudiera obrar su magia.

Aparecium — formuló agitando la varita en dirección a la puerta.

Al instante una segunda cerradura se descubrió en el lado opuesto al de la primera, y tras un sencillo Alohomora, la puerta finalmente se abrió, dándoles paso al despacho del maestro de pociones.

—Eso ha sido sencillamente brillante. Si no fueras tan irracionalmente osado, definitivamente habrías sido seleccionado para la casa Ravenclaw. ¿Cómo lo has sabido?.

Sirius sonrió. Eso era algo que ambos tenían en común.

—Vivir tanto tiempo entre los muros de la mansión Black te prepara para buscar siempre el lado oculto — explicó restándole importancia — Además, es algo común entre los slytherin poner varias cerraduras, algunas de ellas falsas, para mantener a buen recaudo sus secretos más oscuros — continuó perdido en sus propios pensamientos.

Sus palabras estaban impregnadas de angustia y dolorosos recuerdos.

Walburga Black había empleado en infinidad de ocasiones esa misma técnica de ocultación para hacer invisibles las laceraciones y magulladuras que dejaban sus castigos en la piel de Sirius. Después de todo, si había algo más importante que la rectitud y la disciplina, eso era sin lugar a dudas el qué dirán. Y a ojos de la comunidad mágica la familia Black era sencillamente perfecta, y su comportamiento tan intachable como lo era la pureza de su sangre. No había lugar para escándalos o habladurías cuando el apellido Black estaba en juego.

—Ven, vamos a entrar antes de que nos vea alguien — dijo Alison tomándolo de la mano.

El despacho del profesor Slughorn estaba situado en la parte oeste de las mazmorras, exactamente en el punto opuesto de la planta al que se encontraba la sala común de Slytherin. Y a pesar de no ser tan grande como el de la profesora Merrythough, tampoco se podía decir que el espacio fuera reducido precisamente. Quizás el techo si era algo bajo y por eso mismo daba la impresión de menor amplitud, pero la gran cantidad de estanterías, estantes y armarios repletos hasta los topes daban cuenta de su dimensión real. A pesar de ello, Alison había escuchado en numerosas ocasiones resoplar y refunfuñar al docente sobre la injusticia y falta de consideración que suponía el hecho de que Dumbledore hubiera tenido a bien encerrarlo en aquel cuchitril.

—¿Por dónde empezamos? — preguntó Sirius algo abrumado por la gran cantidad de frascos y cachivaches polvorientos que inundaban los estantes.

Alison se llevó un dedo a los labios pensativa.

—Supongo que tratándose de ingredientes tan valiosos deben tener reservado un lugar especial, no creo que el profesor los mezclara con el resto — opinó la rubia.

—¿Qué te parece ahí? — propuso el merodeador señalando un escritorio estilo Luis XV situado en la esquina derecha de la sala.

La gryffindor se acercó al mismo con Sirius pegado a sus talones y comenzó a abrir cajones al azar.

—¡Aquí está! — celebró con entusiasmo agitando uno de los botecitos de agua del río Nilo debidamente etiquetado.

—Vale, ahora solo falta la pluma de fénix — constató Sirius.

A decir verdad, estaba convencido de que les llevaría algo más de tiempo encontrarlos. Pero a ese ritmo, en menos de media hora estarían de vuelta en la sala común de Gryffindor con toda la tarde por delante para disfrutar de unas horas juntos.

No es que San Valentín fuera una fiesta especial para ninguno de ellos, más bien ambos eran de la opinión de que el día de los enamorados no era más que una festividad absurda con la que incentivar el consumismo apelando al amor romántico. Cuando la realidad era que cuando quieres a alguien le demuestras ese amor cada minuto de cada día, no es necesario recurrir a una fiesta oficial para tener un detalle con la persona a la que amas.

Pero de igual forma, la festividad les daba la excusa perfecta para pasar algo de tiempo a solas, sin ser interrumpidos cada cinco segundos por alguno de sus amigos.

Alison comenzó a dar vueltas por la sala curioseando entre los recipientes de vidrio, mientras Sirius se encargaba de comprobar los armarios.

—Este Slug es un pillo, con el arsenal de licor añejo que tiene en el mueble bar podría montar una taberna en Hogsmeade.

—Te sorprendería la cantidad de regalos que recibe de sus estudiantes predilectos, por no hablar de los obsequios que le envían constantemente algunos de sus antiguos alumnos.

Sirius meditó unos segundos antes de atreverse a hablar.

—¿Sabes?. Nunca he entendido por qué entras en su juego. Es decir, tú y yo sabemos que Slughorn puede parecer muy simpático, pero en el fondo es un estirado y un clasista de mierda que únicamente presta atención a aquellos con un apellido de renombre, o a los que demuestran ser magos excepcionales, especialmente con las pociones. Entonces, ¿cuál es el punto?. Tienes ambas cualidades pero a decir verdad, no te hace ninguna falta tener su atención — reflexionó el merodeador escondiendo instintivamente las manos en sus bolsillos.

Alison se giró para mirarlo.

—Puede que tengas parte de razón en lo de que es un poco elitista…

Sirius enarcó una ceja escéptica.

—¿Un poco?

—Déjame acabar.

El merodeador asintió e hizo un gesto con la mano para invitar a la chica a que continuara hablando.

—Sé que es elitista y no lo justifico, pero también fue el primero que creyó en mí, que pensó que tenía potencial para algo más que ser madre o esposa. Que me dio la oportunidad de demostrar mi valía. Así que sí, quizás es clasista y yo no necesite su favor o recomendación, pero tener su admiración y respeto significa mucho para mí — admitió con la vista fija en los ojos grises del gryffindor.

Sabía de buena tinta que su opinión o experiencia no era ni de lejos la misma, pero de igual forma esperaba que el moreno fuera capaz de ponerse en sus zapatos y llegar a comprenderla.

Sirius no tardó en reaccionar a su confesión, pero lejos de contraargumentar o replicar, se acercó hasta donde se encontraba parada y tiró de su mano para obligarla a voltearse.

Alison abrió la boca sorprendida, pero antes de poder decir nada más el merodeador la tomó por las mejillas para obligarla a mirarlo a los ojos.

—Escúchame con atención, rubia. Slughorn no es el único que se ha dado cuenta de tu potencial, cuando haces tu magia todo parece tan ridículamente sencillo que es imposible no quedarse con la boca abierta, no solo yo, o el resto de los chicos, e visto la admiración con que te miran el resto de nuestros compañeros. Y estoy convencido de que una vez salgamos ahí fuera, al mundo real, se van a pelear por ti, y desearán tener la suerte de que los elijas para poder así contar con tu increíble talento. Los únicos que parecen no haberse dado cuenta todavía son tus malditos padres. Así que hazme el favor de creértelo y de confiar un poco en ti, porque todos los demás somos más que conscientes de que no importa cuán difícil sea lo que te propongas porque vas a conseguirlo — recitó Sirius de carrerilla sin pararse siquiera a respirar.

Alison se limpió la lágrima rebelde que se escapó de entre sus pestañas y le regaló una sonrisa de agradecimiento al merodeador.

Sirius correspondió su sonrisa frotando su hombro para tratar de reconfortarla.

—Si sigues por ese camino me voy a terminar enamorando de ti, Black — bromeó entre lágrimas.

—¿Más aún?. ¿Es que acaso eso es materialmente posible?. No me gustaría que implosionara tú corazón por no ser capaz de contener tanto amor por mí — respondió altanero, ganándose en consecuencia un golpecito en el pecho de parte de la rubia.

No obstante, en apenas un instante la sonrisa se borró de golpe del rostro de la gryffindor para dar paso a una mueca de sorpresa.

—¿No son eso plumas de fénix? — preguntó señalando en dirección a la espalda del merodeador.

Sirius se dio la vuelta de golpe.

En la estantería de la pared opuesta descansaba justo en el centro un enorme bote de vidrio con al menos una veintena de aterciopeladas plumas de tonalidad rojiza.

Alison se encaminó en dirección al tarro y sin esperar un segundo extrajo un par de plumas de su interior. Para la poción solo precisaba de una, pero no quería arriesgarse a tener que volver a colarse en caso de que la poción saliera defectuosa en el primer intento.

—Vale, y ahora que lo tenemos todo, ¿podemos irnos ya de aquí?. — apremió Sirius visiblemente impaciente — Si nos pillan vamos a tener que responder muchas preguntas y no se me ocurre ninguna excusa lo suficientemente buena como para justificar por qué le hemos robado a Slughorn plumas de fénix y agua del río Nilo que no sea la de fabricar veritaserum. Algo por lo que sin lugar a dudas seríamos expulsados.

—No creí que viviría para ver el día en el que el gran Sirius Black se asustara por una posible expulsión — negó la rubia incrédula.

—En realidad es que este sitio me da escalofríos, así que por favor salgamos cuanto antes — confesó tragando saliva.

Sin embargo, cuando se encontraban aproximadamente a un metro del umbral de la puerta, una fuerza invisible los lanzó hacia atrás haciendo que ambos cayeran de culo sobre el suelo de la sala.

—¡¿Qué nargles ha sido eso?! — interrogó Sirius confundido y preocupado a partes iguales.

Alison se levantó seguida de cerca por el merodeador y se acercó nuevamente en dirección a la puerta, pero no lo suficiente como para volver a salir despedida. Su mano se elevó acariciando con cuidado el espacio aparentemente vacío frente a ella.

Embrujo antiintrusos — susurró pensativa al notar el muro mágico invisible— Hemos debido activarlo al cruzar el umbral.

—¿Y qué se supone que hacemos ahora? — preguntó Sirius — ¿Lanzamos hechizos al azar para ver si conseguimos romperlo?.

Alison negó con la cabeza.

—Sería inútil, sólo puede ser deshecho por la persona que lo conjuró. Y dado que a esta hora de la tarde el profesor Slughorn suele estar ya en la torre de los profesores…me da que nos va a tocar pasar la noche aquí — confesó entrecerrando los ojos arrepentida.

—Es una broma, ¿verdad? — preguntó Sirius despeinándose mecánicamente el cabello como consecuencia de los nervios.

La desesperación era patente en su voz.

—Ojalá lo fuera, estamos atrapados hasta que el profesor regrese a su despacho mañana por la mañana — constató la rubia dejando escapar un largo suspiro.

Frustración.

Esa era exactamente la palabra que describía lo que sentía Sirius Black en ese preciso instante. Pero pensándolo bien tampoco es que tuviera ningún lugar mejor al que ir en ese momento, no había hecho planes con nadie más que con la gryffindor. Peter estaría ya disfrutando de su cita, James sabe Merlín dónde y Remus próximo a ser encerrado por orden de Dumbledore. Quizás se percatarían de su ausencia durante la cena, pero bastaría un vistazo al mapa para darse cuenta de que estaba con Alison. Ya habría tiempo de dar explicaciones. Encerrado o no, pensaba aprovechar su cita de San Valentín con la rubia.

—¿Me perdonas? — se atrevió a preguntar la gryffindor con culpabilidad.

Sirius negó.

—No tengo absolutamente nada que perdonarte, vinimos aquí juntos, ¿recuerdas? — tranquilizó a modo de respuesta esbozando una sonrisa tímida — Además, tenemos alcohol, estamos juntos y a solas, ¿qué más puedo pedir? — cuestionó elevando las palmas de las manos, antes de acercarse y rodear a la rubia con sus brazos.

—Supongo que no suena mal del todo — aceptó correspondiendo la sonrisa del merodeador.

No hace tanto habían deseado que los planetas se alinearan para regalarles un momento lejos del resto del mundo, y aunque no había sido ni de lejos el escenario que ninguno de ellos tenía en mente, decir no al destino no era una opción, menos aún cuando te encierra a cal y canto en el despacho de tu profesor de pociones.

—¿Entonces prefieres brandy, brebaje de raíz de margarita o licor de regaliz? — preguntó Sirius tomando dos de las botellas.

—¿Whisky de fuego? — propuso la rubia con una sonrisa picara.

—Me gusta como piensas — repuso Sirius complacido tomando una botella de Whisky de Fuego añejo y un par de vasos de cristal del mueble del docente.

Tenía tanto polvo que tuvo que soplar un par de veces sobre el vidrio antes de abrirla.

Tras hacerlo, sirvió medio vaso para cada uno y ambos se sentaron con la espalda apoyada sobre el escritorio principal de la sala.

—Tiene pinta de ser carísimo. ¿Crees que Slughorn lo echará en falta?.

Sirius enarcó una ceja.

—¿Con el arsenal que tiene ahí guardado?. Lo dudo bastante. Además, siempre nos puede servir de excusa para cuando nos encuentre. Sabíamos que guardaba grandes cantidades de alcohol en su despacho, dábamos una fiesta en la torre de Gryffindor y no se nos ocurrió nada mejor que tomar prestadas un par de botellas. Es eso o decirle que de todos los lugares posibles en el castillo pensamos que sería una buena idea venir aquí a enrollarnos y nos quedamos encerrados — bromeó.

Una carcajada se escapó entre los labios de Alison provocando que se atragantara involuntariamente con el líquido dorado y comenzara a toser escandalosamente.

El moreno dio un par de palmadas en su espalda tratando de ayudarla a recomponerse.

—Un día de estos vas a matarme, Sirius Black — advirtió señalándole con el dedo índice.

—Merlín me libre — replicó él en respuesta relamiéndose los labios sin despegar en ningún segundo sus ojos de los de ella.

Y es que el recuerdo de la noche que habían pasado juntos sobre el puente colgante se materializó en los pensamientos de ambos como por arte de magia.

Alison se aclaró la garganta nerviosa.

—Entonces…¿jugamos a algo? — propuso señalando la botella de vidrio.

Sirius la observó divertido antes de decidirse a contestar.

—Se me ocurre algo mejor — masculló con voz ronca, antes de tirar de la mano de la rubia en su dirección para colocarla a horcajadas sobre él.

Alison gimió como consecuencia de la sorpresa.

Su pecho ascendía y bajaba con rapidez, movido por su agitada respiración, en conjunción con los latidos inquietos de su corazón.

Siempre había sido el tipo de persona a la que le gustaba tener el dominio de la situación, pero debía de reconocer que esa faceta de Sirius la volvía loca. No tener ni la menor idea sobre cuál sería su siguiente movimiento era tan abrumador como emocionante.

Y el merodeador se tomaba su tiempo, incrementando su hambre, su desesperación, haciéndole increíblemente difícil ceder su dominio.

La mano de Sirius trazó con las yemas de los dedos el camino entre sus senos por encima de su camisa blanca, obligándola a contener el aliento. Botón a botón fue descubriendo su piel. De abajo hacia arriba. Con una lentitud desesperante. Primero su ombligo, después sus costillas, y finalmente sus pechos, cubiertos parcialmente con un sujetador blanco de encaje que dejaba muy poco a la imaginación.

Un involuntario quejido se escapó de la garganta del moreno.

—¿Alguna vez te he dicho lo buena que estás?.

Alison rió.

—Creo que una o dos.

—Insuficientes — constató antes de tomarla por las mejillas y chocar sus labios contra los de ella con brusquedad.

Ese beso era probablemente el más desesperado que le había dado nunca. Ansiaba devorar sus labios, degustarlos hasta saciarse, marcarlos con la caricia de sus dientes.

Alison gimió contra su boca al sentir el posesivo agarre de las manos del moreno sobre sus caderas pegándola aún más a él. Y aunque a ese punto la huella de sus dedos había quedado marcada en su piel como consecuencia de la presión que estaba ejerciendo, no era suficiente. Quería más. Necesitaba más. Más fuerte. Aún más cerca. Tan cerca como les fuera materialmente posible.

Sus manos levantaron el borde de su camiseta ayudándolo a deshacerse de ella, interrumpiendo involuntariamente el beso.

Sirius aprovechó ese momento para rozar con sus labios la curva de su cuello, erizando cada centímetro de piel a su paso, antes de dirigir la mano en dirección a la espalda para desabrochar los corchetes de su sujetador en un único movimiento.

La rubia lo observó divertida.

—Diría que has desabrochado muchos de esos para hacerlo tan jodidamente bien — apuntó jadeante, mientras trataba de recuperar el aliento.

El chico sonrió de lado.

—Puede que sí. O puede que James y yo nos pasáramos el verano entero antes del tercer curso practicando para evitar hacer el ridículo cuando una chica nos permitiera avanzar hasta la segunda base — reconoció avergonzado.

La rubia dejó escapar una carcajada antes de alborotarle el cabello y volver a besarle.

Sirius sonrió contra sus labios y luego volvió a separarse para deslizar finalmente los tirantes de la prenda de encaje, dejando a la chica completamente desnuda de cintura para arriba.

No es que nunca antes hubiera visto unos senos, pero de igual forma era incapaz de disimular la cara de embobado. Eran sencillamente perfectos, firmes, redondos, del tamaño óptimo, no demasiado grandes o demasiado pequeños. Aunque objetivamente hablando, hubieran sido como hubieran sido de igual forma le habrían parecido absolutamente perfectos.

Sus dedos temblorosos recorrieron la curva de su pecho con fascinación, mientras Alison se mordía con fuerza el labio inferior. Su toque suave y pausado la estaba volviendo completamente loca.

—¿Crees que deberíamos seguir con esto? — preguntó el merodeador pensativo sin dejar en ningún momento de acariciarla.

Alison le observó incrédula.

—¿Estás planeando siquiera la idea de dejarme así, Sirius Black?.

—No, es solo que… ¿no crees que deberíamos esperar al matrimonio? — bromeó poniendo el anillo frente al rostro de la rubia.

La muchacha bufó.

—Vete a la mierda, Sirius. No es divertido — regañó golpeando la mano del chico, sin poder evitar que una sonrisa asomara entre las comisuras de sus labios.

—Nunca antes había tenido tantas ganas de hacer esto con alguien — susurró tentativamente contra su oído haciéndola estremecerse — ¿Has tomado algo?. Quiero decir, aún no estoy preparado para traer un heredero Black al mundo — explicó aclarándose la garganta.

Alison sonrió.

—Si, no te preocupes. Tomo la poción anticonceptiva regularmente. No habrá herederos Black durante mucho tiempo — le tranquilizó en tono de broma.

El merodeador asintió.

Casi parecía que ninguno de los dos se decidiera a dar el siguiente paso. Como si hubieran esperado tanto que ahora le costara creer que fuera real, que hubiera llegado el momento que tanto habían deseado.

—Eres tan preciosa — dijo Sirius de improviso consiguiendo que la mirada perdida de la chica conectara con la suya.

Alison se mordió los labios.

—Al diablo — declaró con decisión antes de levantarse del suelo y tirar de la mano de Sirius para que hiciera lo mismo.

El moreno despejó la mesa con una barrida de su brazo, lanzando todo su contenido en dirección al suelo.

Puede que no hubiera sido la mejor de las ideas pero ese sería un problema al que debería enfrentarse el Sirius del futuro. El del presente estaba demasiado ocupado tumbando a Alison sobre la mesa y recorriendo sus piernas desnudas con la boca.

Sus labios dibujaron un camino de besos cálidos y húmedos hasta llegar a sus muslos. Momento que aprovechó para deshacerse de su ropa interior, aunque no de su falda, se veía demasiado bien con ella puesta como para pensar siquiera en la posibilidad de quitársela.

Tras hacerlo se deshizo de sus propios pantalones y ropa interior y se acercó en su dirección algo inseguro.

Ella lo observaba hambrienta.

—Nada que ver con lo que escribí de ti en mi cuaderno — observó recorriendo con detalle cada centímetro de la anatomía del merodeador.

Sirius bufó.

—No me lo recuerdes — replicó en respuesta sobre sus labios, antes de tomarla por las caderas y alzarla contra su pecho.

La rubia enredó instintivamente las piernas alrededor de su cintura.

Había tenido relaciones muchas otras veces pero aquello se sentía completamente diferente, como si cada toque, cada caricia, cada gemido, abrasaran todo a su paso. Pero al mismo tiempo se sentía correcto, natural, como si siempre hubieran estado destinados a encajar como piezas hermanas de un mismo puzle.

—¿Estás segura? — preguntó Sirius antes de proseguir.

Aunque a decir verdad era posible que si paraba en ese preciso momento acabara por desmayarse.

—¿Puedes cerrar el pico de una vez y follarme?. Llevo casi dos años esperando por esto — reclamó indignada.

Sirius dejó escapar una risa perruna.

—Vale vale, mandona — sonrió besando su hombro.

Y tras estas palabras se deslizó en su interior, cerrando los ojos al notar como se enterraba hasta el final.

Alison dejó escapar un gemido ahogado. Le faltó poco para gritar, pero finalmente logró contenerse. El placer era abrumadoramente intenso, ávido, profundo. Pero cuando el moreno comenzó a moverse éste se multiplicó por un millón.

Echó la cabeza hacia atrás y sencillamente se dejó llevar por la sensación. Estaban conectados al nivel más íntimo que alguien podía estarlo, y era tan jodidamente placentero que por un momento deseó que no acabara nunca.

Sirius por su parte trataba de concentrarse en cualquier otra cosa, porque si se centraba en los dulces gemidos de la rubia, en el roce suave de sus pechos, en sus ásperas manos asiendo con fuerza sus curvilíneas caderas no habría vuelta atrás.

El deseo cada vez iba a más y para cuando quiso darse cuenta sus labios devoraban nuevamente los de ella.

Alison por su parte arañaba con fiereza la espalda del chico, mordía su cuello tratando de acallar sus gemidos. El anhelo era tanto que casi le costaba respirar. Le consumía, le abrumaba, estaba a punto de perder el control.

Y Sirius se percató de ello, tanto como la rubia de que a él mismo le estaba costando Merlín y esfuerzo aguantar.

El merodeador deslizó una de sus manos entre ambos, sosteniendo con la otra todo el peso de la chica, y la acarició con delicadeza, resbalando por encima de ella.

El cuerpo de Alison se tensó de improviso y comenzó a convulsionar, arrancando de su garganta un intenso gemido que derribó todas las barreras del moreno. Y con un gemido ronco y una última embestida, ambos terminaron desplomados sobre la mesa, tratando por todos los medios de recuperar el aliento.

Durante unos segundos permanecieron recostados mirándose a los ojos.

Por una vez las palabras sobraban por completo. Sus cuerpos acababan de decir todo aquello que sus voces habían ocultado hasta ese momento. Y es que allí, completamente desnudos, física y figuradamente, se dieron cuenta de que nunca antes se habían sentido más completos.


*De tortolito a carta de amor (conjuro desconocido) es un hechizo transformador, utilizado para transformar tortolitos (pájaros pequeños) en cartas de amor (mensajes escritos para ser entregados a otros como gestos románticos). Cuando se abren, las cartas dirán verbalmente el mensaje previsto por el remitente al destinatario de una manera similar a un vociferador (aunque a un volumen significativamente más bajo).

*El encantamiento herbivicus, también conocido como el hechizo herbivicus o el encantamiento de jardinería, es un hechizo usado para acelerar el crecimiento de las plantas y hacer que las flores florezcan.

*Lupercalia: Festividad celebrada en la Antigua Roma del 14 al 15 de febrero. En este ritual pagano tenía lugar el sacrificio de un macho cabrío entre otros ritos con la finalidad de purificar e invocar a la fecundidad. La imagen de las festividades Lupercales era la de jóvenes hombres, casi desnudos y vestidos con pieles, que perseguían a las mujeres golpeándolas con tiras de piel de cabra para procurarles la fertilidad. El papa Gelasio I prohibió y condenó Lupercalia en el año 494.

*Personajes de 'The Princess Bride' de William Goldman.

*Demiguise: Es una criatura mágica herbívora y pacífica que puede hacerse invisible y predecir el futuro, lo que hace que sea muy difícil de atrapar.