Más de una hora de camino recorrido, llegó el momento de descansar. Candy estaba realmente exhausta. Todo lo hacía por dos, así que ese esfuerzo le costaba bastante. Pero sí, sabía que su Paulina Rose estaba bien. No le ocupaba demasiado la mente que esa actividad excesiva tuviera algún efecto en su embarazo. Mientras tanto, Marie Helène se ocupaba de sus necesidades en la medida de lo posible, siendo que estaban en un paisaje bastante silvestre y lejos de la civilización. Archi, mientras tanto, observaba el follaje a la distancia de ese valle, y calculaba su espesor. Pensaba en las posibilidades de supervivencia de su hermano en medio de una selva tan salvaje y expuesta como esa. Sí, sabía que Stear era fuerte, pero no dejaba de preocuparle. Por su experiencia previa con su hermano, aunque sabía que tenía una imaginación y creatividad superior, casi siempre sus experimentos eran un fracaso, que funcionaban una o dos veces, como mucho, antes de desbaratarse o explotar. Candy y Marie Helène trataban de reconfortarlo y calmarle su obvio nerviosismo, al recordarle la supuesta hazaña de comunicación que creían que era de Stear. Y no por cualquier cosa, era de héroes y de hombres y mujeres fuertes sobrevivir en una isla tan peligrosa como esa. Stear era eso y más…
De su parte, Georges, Albert y Roger conversaban animadamente sobre todo y sobre nada, quizás ignorando un poco ese pequeño desliz de Archi, mientras era consolado por dos maravillosas mujeres, en especial comentando sobre el merecido retiro de Georges años después de grandes esfuerzos porque los Ardlay salieran adelante en sus negocios, en ese momento su tiempo en Lakewood y todo lo concerniente a Emma, que ya era una niña más grandecita. Albert ahora hablaba normalmente de cuando él y Candy quisieron adoptarla, pero se les había imposibilitado. Dolió un tiempo no poderlo hacer, pero fue de lo más bueno ver a Georges de papá, o de abuelito-papá. Era muy consentidor, como en su momento, lo fue con Albert también.
Una hora o poco más después, comenzaron nuevamente la jornada. Candy por momentos trataba de ocultar sin éxito el gran esfuerzo que esa caminata representaba para ella, pero hubiera sido inútil tratar de convencerla de que no hiciera el esfuerzo, además de que no era recomendable que se quedara atrás y se separara del grupo grande. Lo único que la tenía mejor, sin embargo, es que no sentía las náuseas que le daban cuando estaba el barco en movimiento. Y su mente, por cierto, estaba concentrada en la misión de rescatar a su buen amigo. Albert la observaba algo preocupado, pero ella le devolvía la mirada con una sonrisa algo disimulada, pero de cierto modo, efectiva.
Dos horas más de camino, y de pronto escucharon lo que parecía ser la corriente de un cuerpo de agua. Unos pasos más, y se comenzó a escuchar con fuerza, así que se acercaron para ver las cristalinas aguas de un riachuelo, y ahí todos saciaron su sed. El agua clara mostraba las rocas de colores que adornaban el fondo. Unos pececitos, además, se paseaban por el paisaje acuático. Además de la sed, tomaron un corto receso para asearse, las mujeres en un lado y los hombres del otro. Cuando Candy y Marie Helène decidieron reunirse con los caballeros, de pronto encontraron a Georges, Archi, Roger y Albert haciendo planes antes de retomar al camino.
"Debemos seguir la corriente, para saber a dónde llega. Quizás podamos encontrar a Stear de este modo", dijo Albert pensando en la vez que rescató a Candy de ahogarse. Otra vez sintió esa cosquillita del deseo, y trató de controlarse, como le pasó esa vez que, por alguna extraña razón, mientras la desvestía para quitarle las ropas mojadas, sintió algo debajo del vientre que odiaba recordar, pero que inevitablemente, le despertó la mente en ese momento sobre lo que había sentido por esa niña desde siempre. Sí, era un depravado, pensó. Georges siempre había tenido la razón, aunque lo que hacía era bromearle, algo raro en él, que era bastante serio. Lo único que de ese deseo que siempre tuvo por ella, surgió también el más puro y desinteresado amor. Eso era innegable, incluso para Georges. Por eso le bromeaba sobre el tema. Georges muy bien sabía que él había tenido una niñez y parte de su adolescencia lejos de todo lo que fuera normal a esas edades, así que nunca tuvo la oportunidad de pasar por esos procesos normales para los jóvenes, como Candy primero con su sobrino, y después con Terry. Sí, había salido con chicas cuando estaba en el internado, pero jamás sintió por ellas lo mismo que por su esposa.
Sin embargo, las lágrimas regresaban cuando recordaba lo que hubiera sacrificado si ella decidía quedarse con Terry. Ese gran amigo de ambos, que en ese momento triunfaba en el teatro, esta vez solo, pues había perdido a su compañera de vida, a Susanna Marlowe. Alguna vez temió que Candy sintiera tanta lástima por Terry que quisiera salir corriendo a consolarlo, pero nunca ocurrió, aún la reacción tan fuerte que tuvo cuando murió Susanna. Quizás era por lo mismo, que él nunca lo había conocido, el poder tan grande de un amor adolescente. A esa misma edad en que Candy florecía al amor, él estaba encerrado, tomando cursos con profesores discretos, como lo habían determinado el comité y la tía Elroy. No, nunca sintió eso que hizo que Candy persiguiera a Terry hasta el final del mundo. Pero él sí conocía lo que había sentido por esa niña desde la primera vez que la vio. Por el broche, por sus encuentros destinados, por todo lo que ella sacrificó para vivir con él, ese sentimiento inicial no tardó en transformarse en lo más poderoso del mundo para él. Eso sí lo reconocía y con fuerza. Y era una maravilla cada vez que la veía, cada vez más hermosa, más dulce, más tierna, más adulta, sus embarazos transformándola aún más. Y aunque estaba con él, y sabía que lo amaba, siempre quedaba esa espinita de lo que pudo haber sido y no fue, incluso para él. Quizás ella se lo cuestionaba en el fondo, aunque para todos los efectos, ambos eran demasiado felices, y quizás eso era un pensamiento quizás lejano, hasta ilógico de su parte.
….
Al regresar a la ruta que habían trazado, bordeando el riachuelo, encontraron que la maleza se tornaba cada vez más espesa, lo que logró que comenzaran a moverse algo más lento. Una hora más de camino luego de ese oasis en medio de la nada, de pronto, se comenzó a escuchar un aullido bastante agudo en la distancia, algo que no habían escuchado antes.
"Parece que sí, que hay animales salvajes aquí. Ya me estaba raro que no los hubiéramos visto o escuchado", mencionó algo nervioso el encargado del grupo de marineros voluntarios, que de pronto, sintió deseos de huir, pero desistió de la idea, considerando que estaban a más de dos horas de distancia.
"Qué hacemos", preguntaron los demás sintiendo de pronto mucho más miedo que antes, y mirando de un lado de la maleza al otro.
"Nos andamos con cuidado. Aún es de día y podemos ver donde pisamos. Tenemos armas con nosotros. Por cierto, siendo que Georges y yo somos los más altos del grupo, uno de nosotros marchará al frente y el otro atrás para resguardar la retaguardia", dijo Albert algo nervioso. "Alguien más que se encargue de la carreta…Archi, ¿podrías hacerlo tú con ayuda de alguno de los voluntarios?"
"Sí, Albert". Y se dispuso a moverla con ayuda de alguien más, y comenzaron a turnarse unos a otros cuando se cansaban. Hubiera convenido un animal de carga, pero no tenían forma de conseguir uno que hiciera el trabajo en tan corto tiempo.
Candy, por cierto, no pudo evitar recordar la escena del león años antes, pero trató de sacarse la idea de la mente de inmediato. No iba a dejar que su miedo la dominara tan cerca como estaba de volver a ver a su amigo, según pensaba. Hicieron media hora más hacia el sur bordeando el río.
"El sur", pensó Candy. "Recuerdo la botella cuando soplaba viento sur si necesitaba reunirme con Albert en Lakewood", y suspiró con ese recuerdo.
Esa imagen de pronto la reconfortó el resto del camino. Aunque las fieras se escuchaban cerca, jamás las vieron, sólo el bosque, el río y una simpática figura simiesca que de pronto apareció momentáneamente colgando de la rama de un árbol. Todos giraron cuando la escucharon con sus armas. Pero esa figurita hizo un gesto como para protegerse la cabeza y a disimular que temblaba de miedo, y así mismo, todos las bajaron de momento.
"Qué linda la chica, ¿no les parece?", comentó Candy, lo que provocó la risa de los presentes, en un momento en que, de pronto, se relajaron las tensiones.
De pronto, la figurita se acercó al grupo, y comenzó a hacer morisquetas. Todos comenzaron a reír, más calmados.
"Creo que es un buen augurio que esta criatura esté viva aún. Eso significa que las fieras no la han tocado. Podemos tener fe para nosotros", comentó Albert.
"A mí lo que me extraña es cómo no nos tiene miedo. Parecería que anteriormente ha tenido contacto humano", pensó Georges en voz alta.
"O a lo mejor somos una novedad para ella…", terminó Albert el comentario mental, pero de pronto, se puso a pensar. "Vamos, y si hubiera visto a Stear…Mmm, tengo una idea. Por qué no la seguimos por el bosque. Quizás nos lleve hasta donde está él".
Todos se miraron algo incrédulos, pero de pronto, estuvieron de acuerdo.
"Damita, por favor, guíanos…"
Y la criatura, como habiendo entendido el comando, comenzó a caminar delante del grupo. Todo el mundo rompió filas para ver a la simia casi dando instrucciones en su simiesco lenguaje. Era algo digno de ver. Y así estuvieron como 45 minutos más, hasta que de pronto vieron un claro del bosque hacia un lugar que Candy reconocería de inmediato.
…
Stear había recogido sus pasos hacía rato, y de pronto, se sintió cansado, o más bien derrotado, y decidió irse a su caseta. Era media tarde, y no quería pensar demasiado en el reto, ni en lo que tomó como alucinaciones o sueños de sus deseos de un rescate, ya semanas después de lo que fue esa comunicación que ni idea tenía sobre si había llegado a algún lugar o no, y qué había pasado con ese mensaje, quién lo había recibido, si alguien. Era, por cierto, hora de aceptar la realidad. Nunca sería rescatado. Y mientras repasaba su viejo diario, con el bolígrafo que ya ni tinta tenía, se dijo a sí mismo, "a lo mejor muero aquí de vejez, y algún día alguien lo encuentre como testamento a mi derrota". Entonces unas lágrimas huérfanas mojaron su rostro. Era inevitable el llanto.
"Candy, Patty, Archi, Albert, mis amigos y mi familia. No creo que los vuelva a ver, pero fue bueno el tiempo que pasé con ustedes, ese recuerdo de una juventud que nunca olvidaré. Los quiero con toda mi alma. Tía Elroy, usted, esté viva o no, me enseñó sobre responsabilidad, y eso me ha ayudado a sobrevivir en medio de la nada. Madre y padre, aprendí de ustedes a ser alguien en la vida, y a esforzarme por ser mejor hijo y estudiante. Me imagino el dolor que sintieron con mi partida; ni siquiera saben que sobreviví, pero a qué costo. Y Anthony, mi primo, mi hermano, creo que pronto nos veremos, si así Dios lo quiere, quiero reunirme contigo pronto, aunque no sé cuánto tiempo me quede aquí".
En eso estaba, repasando su vida, sus triunfos y fracasos, recordando los viejos tiempos en que lo tenía todo, cuando de pronto escuchó fuera de la caseta un sonido extraño. Era como si alguna criatura estuviera fuera, y sus pisadas aplastaran las hojas secas del camino, mientras le avisaran que algo vivo caminaba afuera, lento, sigiloso, tanteando quizás el terreno que pisaba. Luego vio varias siluetas distorsionadas pasando por su lado, y se tapó la cara del escalofrío que de pronto sintió por todo el cuerpo. Comenzó, sin pensarlo, a temblar, pero tratando de no llamar la atención de lo que estuviera afuera sobre su presencia.
Continuará...
