Título: Noche sin luna
Resumen: La princesa Yona jamás ha puesto un pie más allá de los muros del castillo. Con la celosa protección de su padre que no la deja salir ni tampoco a nadie entrar, apenas conoce el mundo exterior. Sin embargo, ese ligero deseo de escapar para explorar pronto pasará a ser una necesidad. Y la culpa de todo la tiene ese joven de ojos azules que encontró encerrado en los calabozos. [Semi-AU]
Nota: Nos encontramos con un mundo semi-AU. Es decir, Yona es una princesa, Hak pertenece a la Tribu del Viento, hay una leyenda, tenemos a los dragones (cada uno con su pasado canon) y también está la reencarnación de Hiryuu; sin embargo, Soo Won no hace acto de presencia, me he inventado un par de cosas respecto a los dragones y sus "poderes" extrasensoriales para que se adapten a la trama y, por supuesto, la forma en la que se conocen dista muchísimo de la historia oficial. Ya lo veréis.
Nota 2: Como prometí, esta es la versión extendida del relato 2 de mi historia "Brigada AkaYona". En gran medida se parece a ella, tiene su esencia, pero le he añadido muchísimas cosas más.
Nota 3 (y última): Esta historia contiene SPOILERS DEL MANGA. Concretamente del arco en el que se cuenta el pasado de los padres de Yona (creo que son DEL CAPÍTULO 190 PARA DELANTE). Si aún no has llegado, ten cuidado. Tampoco ahondo mucho, más que nada adquirirá importancia en los últimos capítulos de la historia, pero quiero dejar claro desde ya que va a haber spoilers y gordos. De todas formas, lo pondré en el capítulo correspondiente para evitar cualquier problema. Por otro lado, si estas aquí después de haber visto el anime y no tienes intención de leerte el manga, solo déjame decirte que no sabes LA MARAVILLA que te estás perdiendo. Por favor, dale una oportunidad. Te prometo que no te arrepentirás. *inserte carita de Ao adorable*
¡Espero que os guste!
Capítulo 1.
«No lo hagas, Yona», le había dicho su padre con expresión seria. «Nunca bajes a las mazmorras.»
«¿Por qué?», había preguntado ella curiosa, sin saber por qué su padre parecía tan firme en ello. Il normalmente era muy bueno y tranquilo, sobre todo con su hija, a quién dejaba correr por el castillo -siempre dentro del castillo- sin apenas preocupaciones.
Solo había una única excepción:
Las mazmorras.
Y para una mente tan avispada y curiosa como era la de la princesa Yona del reino de Kouka, la prohibición había servido hasta que tuvo 11 años y medio y la suficiente tozudez como para que no pudiera evitar preguntarse qué era de lo que su padre con tanto ahínco intentaba alejarla.
¿Y si había monstruos ahí escondidos? ¿O hadas?
Así que ahí estaba, cuando la luna hacía mucho tiempo que estaba brillando con fuerza en el firmamento acompañada por sus incondicionales estrellas, cuando todos en el castillo dormían y los que debían vigilarlo estaban en ese duermevela de madrugada -no estaban dormidos pero tampoco despiertos del todo-, la pequeña Yona se escabulló en la oscuridad por los amplios y desiertos pasillos del castillo hasta llegar al ala más alejada. Una vez frente a escaleras de piedras que bajaban hasta el sótano, Yona sabía que esta estaba sola pues a esta hora -había investigado durante varias noches atrás- tenía lugar el cambio de guardia y solo tenía unos minutos para adentrarse en el lugar. Pese a todo, cuando estuvo delante de ella, Yona se detuvo en la puerta, indecisa.
Pero qué podía decirse, su curiosidad e impulsividad era algo que no podía controlar, así que, mordiéndose el labio inferior, lentamente, con mucho cuidado, fue bajando los escalones. Las escaleras no estaban iluminadas, así que era por sus pies que se guiaba a la hora de ir bajando escalón a escalón y cuando llegó al final de este, descubrió que había llegado a un largo pasillo solamente iluminado con una antorcha en medio y con una puerta de madera maciza al otro lado de este.
El corazón de la pequeña Yona brincó en el pecho.
El lugar muy acogedor no parecía y tenía muchas ganas de darse media vuelta y huir de allí, pero ahora que había llegado muy lejos y sin haber sido descubierta además, no era momento de dar media vuelta. Por eso, prosiguió el camino acortando la distancia hasta la puerta y para su sorpresa, cuando llegó allí, advirtió que se encontraba entreabierta.
Pesaba más de lo que creyó, pero con ayuda de sus hombros consiguió dejar la abertura lo suficientemente amplia como para que cupiese de su menudo cuerpo. Y, oh, al otro lado había una amplia habitación subterránea con techos altísimos. En el interior, además, hacía mucho frío y a Yona se le pusieron los vellos de punta.
Sus ojos escanearon el lugar sorprendida y un poco decepcionada -allí no había más que paredes de piedras y... ¿celdas?- hasta que...
Una mirada azul, clara como un día soleado, la estaba mirando desde el otro lado de esos barrotes.
—¿Quién eres? — escapó la pregunta de los labios femenino antes de que ella lo hubiera pensado siquiera.
El cautivo siguió mirándola con intensidad y si no fuera por las antorchas que estaban repartidas por la habitación y que dejaban ver medianamente bien el lugar, Yona habría llegado a pensar que era un producto de su imaginación. Pero este parecía demasiado real para serlo. Sin embargo... ¿Un niño? Bueno, un joven un par de años mayor que ella.
De entre todas las posibilidades que había pensado que podía encontrar allí, un niño nunca habría estado en ninguna de ellas. Era tan solo un muchacho que apenas había entrado en la adolescencia, pero el desafío y la rabia en su expresión lo hacía ver muchísimo más mayor y maduro.
—No deberías estar aquí— dijo él, y su voz sonó vacía, hueca, desprovista de sentimientos alguno. Después, apartó la mirada y apoyando la cabeza en la pared a su espalda, ignoró su presencia.
Definitivamente era real. En sus juegos, los amigos imaginarios que creaba nunca eran tan groseros.
La curiosidad pudo con la furia que la inundó debido a su comportamiento descortés con ella, ¡ella!, quien era, ni más ni menos, la princesa del reino de Kouka; así que se quedó unos minutos más en aquel sitio que le ponía los vellos de punta.
—Te he preguntado que quién eres— repitió con grandilocuencia, sacando pecho y alzando la barbilla en un acto inconsciente.
Él hizo como si no la hubiera oído.
Yona tuvo que contener las malas palabras que pugnaron por salir de sus labios y que no serían propias de una dama como ella. Seguro que estaba ahí encerrado por su grosería; su boca lo habría metido en algún lío.
—Muy bien, pues ¡me marcho, maleducado! ¡Quédate solo y aburrido! ¡Pienso olvidarme ti, tonto! — farfulló entre dientes, fulminándolo con la mirada, y se dio la vuelta para salir de aquel horrible e inquietante lugar.
Estaba llegando a la puerta cuando escuchó la voz de él a su espalda:
—No deberías estar aquí. Y menos a estas horas.
Yona reprimió la sonrisa de victoria a duras penas y cuando se giró para mirarlo, tenía los brazos cruzados en el pecho y una de sus cejas en alza.
—Lo sé, pero tenía curiosidad— respondió con seguridad. Nunca diría que estaba yendo en contra de las palabras de su padre. Il siempre le había dicho que pasara lo que pasase debían verse como un frente unido y que en privado podía decirle lo que quisiera, siempre que supiera comportarse como la princesa que era de cara a los pocos invitados que llegaban a entrar en palacio. Yona se preguntaba para qué le servía saber comportarse si siempre estaba sola, pero nunca se lo había preguntado; tenía miedo de que, al hacerlo, se decepcionara mucho más de ella, como seguramente debía sentirse, porque, ¿por qué si no, nunca le dejaba salir de palacio?
Sus palabras fueron acogidas con verdadera sorpresa por el muchacho, quién ladeó el rostro para mirarla con una pizca de atención. En la distancia y alumbrado a duras penas por las antorchas de las paredes, no era más que una sombra en la penumbra, un espectro desterrado en este lugar alejado de la superficie mundana.
—¿Cómo has llegado aquí? — preguntó él y, pese a todo, sus palabras seguían marcadas por esa indiferencia que tan característica de él en los pocos minutos que llevaban hablando.
Esta vez no reprimió la sonrisa orgullosa que emergió de ella.
—Soy muy buena escabulléndome— se encogió de hombros, y no dudó cuando empezó a caminar hacia la verja que los separaba.
—Uhm— asintió él, y entonces, apartó la mirada, seguramente para ignorarla de nuevo.
¡Oh, no! ¡Otra vez no!
—¿Sabes quién soy? — inquirió llegando a la altura de los barrotes.
El chico la miró de reojo por un momento, pero no dijo nada.
—Soy Yona— insistió ella, sin dar su brazo a torcer— ¿Has oído de mí? Soy la prin-
—La princesa, lo sé— la cortó abruptamente— Tu ropa es demasiado cara y bonita y tienes muy mal genio.
—¡¿Mal genio?! —lo fulminó con la mirada— Eres muy maleducado y grosero, que lo sepas.
Él chasqueó lo lengua, poniendo los ojos en blanco.
—Siento mucho no poder invitarte a sentarte a mil humilde morada, princesa. No dispongo de suficiente mobiliario.
El tono burlón y sarcástico debió haberla enfurecido aún más, pero no supo qué fue, quizás la tirantez y tensión de su cuerpo, la brusquedad en sus palabras aparentemente indiferentes, o el significado que había tras ellas, pero una extraña sensación de adueñó del pecho femenino.
Mordiéndose el labio inferior, se aferró a los barrotes y se quedó mirándolo por un momento en silencio. El muchacho no dejaba de observar el suelo y apenas podía distinguir sus facciones por los mechones azabache que caían por su expresión, pero fueron sus brazos rodeando sus rodillas lo atrajeron su atención. Estaban aferrados a algo con fuerza por la tensión de sus músculos y en uno de sus puños sobresalía…
Imposible.
—Yo te conozco— murmuró, entonces, sintiendo una súbita sensación de incredulidad.
Él alzó la cabeza y sus ojos se encontraron en la distancia.
—Sí, tú eres… Tú viniste al castillo antes. Te he visto aquí— siguió diciendo para ella misma, intentando hacer memoria— ¿Cómo te llamabas…? Hak. Sí, ¡Hak! Perteneces a la Tribu del Aire. Te enfrentarse hace unos meses a Joo-Doh y Geun-Tae y los venciste en la Competición. ¡Me acuerdo de ti!
El chico, sí, Hak, se removió en el sitio y apartó bruscamente la mirada encogiéndose sobre sí mismo. Cualquier sensación de júbilo por haberlo reconocido que podría haber aparecido en Yona desapareció por completo y dejó en ella una incómoda sensación de vacío. Se aferró a los barrotes, intentando, inútilmente, acortar la distancia que los separaban.
—¿Por qué… por qué estás aquí? — preguntó en un hilillo de voz.
Lo recordaba sonriendo feroz y ufano cuando derrotó a dos de los guerreros más importantes del reino. La forma en la que los ojos de ellos se encontraron cuando él estaba en la arena y ella en el palco observando todo con genuino interés y entusiasmo; cómo él arqueó una ceja en su dirección cuando la vio aplaudir frenética junto a los demás espectadores. Ella le correspondió con una sonrisa algo tímida, pero no hubo más interacción entre ellos, pues en ese momento Mundok, el Jefe de la Tribu que tan bien le caía a Yona, se acercó a su proclamado nieto para levantarlo sobre sus hombros en celebración de esa admirable victoria.
Eso había ocurrido más de una luna atrás.
Y ahora…
—No deberías estar aquí, princesa. Como te pillen, será malo para ambos— escupió él con brusquedad, moviéndose para para darle la espalda y quedarse mirando la pared del fondo.
El sonido de unas cadenas arrastrándose por el suelo resonó en el silencio del lugar y no fue hasta ese momento que Yona descubrió que una de sus piernas estaba encadenada a la pared.
Como si fuera un animal.
Sobrecogida por la impresión y la sorpresa, sintiendo sus ojos llenarse de lágrimas, Yona se dio la vuelta y se marchó corriendo de allí. No supo cómo pudo llegar a su habitación sin ser descubierta, pero pronto estuvo en su futón acostada, con los sollozos escapando de su pecho.
¿Por qué lloraba? No lo sabía, todo parecía tan irreal…
¿Y si en realidad estaba soñado y lo que acababa de vivir no había ocurrido en realidad? ¿Y si pronto despertaba y descubría que nada de eso había pasado, que Hak en realidad no estaba en el castillo, solo, allí encerrado, en ese lugar tan frío…? ¿Y si… y si… y si…?
El sol aparecía por el horizonte cuando Yona finalmente se quedó dormida de puro agotamiento con la marca de las lágrimas secas surcando sus mejillas.
·
Los desayunos solía hacerlos en su habitación antes ir a sus clases de todas las mañanas, pero ese día se lo saltó. Despertó cuando una de las criadas fue a su habitación después de que la señorita Hida llevase más de 20 minutos esperándola. Rápidamente se adecentó y, cuando llegó a la habitación donde daba las lecciones, tuvo que aguantar otros diez minutos de regaño porque no era propio de una señorita llegar tarde a los sitios.
«¿Qué sitios?», quiso preguntar, aunque convenientemente terminó callando a tiempo. «¿Qué sitios son a los que debo llegar a tiempo si nunca salgo de aquí?»
Las clases se le hicieron angustiosamente largas, ya no solo porque no se podía concentrar, sino porque la cabeza no dejaba de pulsarle incesante después del poco descanso que había tenido esa noche, o madrugada. En ese momento lo único que quería era hacerse una bolita y quedarse allí escondida por meses y meses, y la aguda voz de Hida no hacía más que acrecentar esa horrible sensación.
Yona casi soltó una carcajada de puro alivio cuando la mujer le anunció que por el día habían terminado las lecciones y la instó a ir a cambiarse para ir a comer con su padre. Caminó de forma automática y dejó que las criadas la ayudasen a adecentarse y vestirse en el menor tiempo posible; pese a que era su progenitor, no dejaba de ser el rey de Kouka y su tiempo valía oro. Poco después, estaba en el salón real almorzando con él y viendo la apacible expresión que él tenía, las preguntas empezaron a acumularse en la punta de la lengua. Preguntas que sabía que no debía pronunciar nunca, porque si su padre se enteraba alguna vez que lo había desobedecido y había bajado al sótano…
¿Qué pasaría?
—Yona, hija, ¿estás bien? — Il la sacó de sus pensamientos, lanzándole una mirada entre curiosa y preocupada. Hasta ese momento no se dio cuenta que no estaba haciendo muy bien el papel de "no-pasa-nada" porque no había probado bocado y se había limitado a darle vueltas a lo que tenía en el plato que le habían puesto frente a ella— ¿Te sientes mal?
—Solo me duele un poco la cabeza, padre, no es nada— se apresuró a sonreírle débilmente. Al menos, lo que le había dicho no era una completa mentira.
Su padre le observó con mayor inquietud.
—Mandaré llamar al médico para que te vea.
—No es nada, de verdad— se apresuró a sacudir la cabeza— Anoche no dormí bien, solo es eso.
—¿Pasó algo malo? — todavía no se lo creía del todo.
Mierda. ¿Qué decirle? «Bueno, padre, anoche bajé a las mazmorras y me encontré con un chico que me dijo que lleva ahí mucho tiempo encerrado, y asustada, me fui corriendo y lo dejé atrás». ¿Sería eso una buena respuesta?
Evidentemente, no.
—Soñé con mamá.
Se arrepintió el segundo exacto que las palabras escaparon de sus labios. Su madre siempre había sido tema tabú. Yona no tenía muchos recuerdos de ella, pues había muerto cuando todavía era muy pequeña, pero su padre la echaba muchísimo de menos y apenas era mencionada en el castillo, sobre todo delante del rey. Por eso, se dio cuenta un poco consternada de sí misma, lo había dicho, aunque sabía lo mucho que iba a dolerle a su padre; sacándola a relucir, Il dejaría el tema estar y pasaría a otra cosa. No indagaría más.
—Bueno…— dijo el rey después de un par de minutos de incómodo silencio— ¿Cómo te va con Hida?
Como supuso, había funcionado. Y mientras Yona intentaba hacerle creer que toda su atención estaba puesta en la conversación que tenía con él, el peso que se había instalado en su estómago era algo muy difícil de ignorar.
Por primera vez en su vida, había mentido a su padre. Bueno, no mentido expresamente, sino que le había ocultado información, pero, al final, seguía siendo lo mismo, ¿no? Estaba traicionando su confianza.
Pero a pesar de que se sentía horrible por ello, en ningún momento pasó por su cabeza la idea de confesarle su excursión de la noche anterior. No por nada, decidió poco después de que su padre se retirara antes de tiempo por algún asunto de última hora, esa noche también tenía pensando merodear por los oscuros y solitarios pasillos del castillo.
·
—¿Otra vez estás aquí? — inquirió incrédulo el muchacho esa misma noche cuando escuchó unos suaves pasos deslizarse en silencio de la noche, que tomaron la forma de esa estúpida princesita metomentodo.
—Hola.
Hak la observó con ojos como plato antes de sacudir la cabeza.
—No aprendes, ¿verdad?
—¿Tienes hambre? — ignoró descaradamente sus bruscas palabras.
Hak enmudeció de golpe, observando con atención el rostro femenino, el juego de luces y sombras que hacía la luz de las antorchas. Y advirtió su expresión determinada y segura, así como la calidez de sus ojos, unos enormes ojos violáceos que parecían estar llamándolo una y otra vez. Debería estar asustada, pensó. En el que caso de que su padre no la hubiera pillado de su escapada nocturna -que debía ser así ya que nuevamente había ido a él-, una vez más y en esta ocasión de forma deliberada, se había escabullido para ir a verlo… a él. ¿El motivo? No lo sabía, pero de lo que sí estaba seguro era que, aunque puede que hubiera fantaseado con volver a verla, pensó que eso se quedaría en sus pensamientos…
¿Qué motivos tendría ella para querer verle de nuevo? ¿Mofarse? ¿Observarlo como una niña ve a un animal exótico y enjaulado?
No, algo en él le decía que Yona no era de esas; además después su conversación de la noche anterior -si podía llamarse así-, cuando se había ido, la había visto tan triste y devastada que algo en él se había hecho añicos al verla correr lejos y no poder ir tras ella, a pesar de que él mismo prácticamente la echó de su lado.
Esa noche Hak se sintió más prisionero que nunca.
Y ahora que la tenía allí, delante de sus ojos, una vez más… ¿qué le había preguntado? ¿Si tenía hambre?
¿En serio?
Los ojos azules de él se deslizaron en silencio hasta una de las esquinas, donde se encontraba el austero plato de comida con un puré que sabía horrible y un cacho de pan duro; su alimento de todas las noches y el cual comía solo cuando sentía que se le iban las fuerzas. Sus labios se apretaron en una fina línea.
Yona siguió la mirada del niño y su rostro se ensombreció ante la imagen. Pero no mucho después se espabiló y empezó a rebuscar entre los pliegues de su vestido.
Hak no pudo más que observar curioso sus movimientos y sus ojos se abrieron ligeramente cuando la vio sonreír triunfante al sacar un trozo de tela de sus ropajes. Era un pañuelo de seda blanco, carísimo se veía a leguas, y parecía estar enrollado sobre algo.
—Toma— exclamó, desenvolviendo lo que había en su interior— Pude coger esto de último momento sin que me viera nadie, era…— Hak observó sus mejillas colorearse ligeramente— era mi pequeña ofrenda de paz. Lamento no haber traído nada más… pero te aseguro que este panecillo tiene mucha mejor pinta— alzó la mirada, clara, brillante y pura, y la ancló en la de él mientras metía el brazo entre los barrotes con el bollito en la mano— Es para ti.
El muchacho no se movió. Observó atentamente a la princesa, quién se revolvía en el sitio, en esa actitud cerrada tan propria de él.
—¿Por qué lo haces? — espetó bruscamente.
Yona parpadeó, cogida por sorpresa.
—¿Por qué hago qué?
Hak luchó contra la mirada de incredulidad que quería soltarle: ¿de verdad no se daba cuenta de lo estúpida que estaba siendo al ayudarlo?
—¡Ah!, bueno, eso… Sobraban panecillos de la cena y nadie se dio cuenta de que lo cogí— Yona frunció el ceño pensativo— De todas maneras, después de ver lo que te dan de comer, mañana cogeré m-
—¿Mañana? — Hak saltó, imposible de controlarse. ¿Qué estaba diciendo? ¿Pensaba venir mañana también?
—Claro— asintió ella decidida, sin echarse atrás ni aun cuando él se levantó y se quedó mirándola en el sitio. El sonido de las cadenas tintineó en el silencio de la habitación— ¿Me lo prohibirás acaso? — le alzó una ceja antes de menear la mano que todavía estaba entre los barrotes.
El delicioso olor a panecillo fresco hizo que su barriga gruñera, lo que avergonzó al muchacho en gran medida. Sin embargo, ella no dio muestra alguna de burlarse de él. En todo caso, una pequeña sonrisa tentativa se formó en sus labios y por tercera y última vez, meneó la mano.
Decidido: o la princesa no tenía sentido alguno de supervivencia, o era demasiado estúpida.
Otra explicación no había a la forma en la que sus ojos se iluminaron en el momento en el que Hak, con pasos lentos y dubitativos, se acercó a dónde estaba ella y cogió el tierno panecillo de su mano.
